Por Daniel Vargas Minerbi Sábado 29 de junio a miércoles 3 de julio Sábado 11:39 p.m. a domingo 11:00 a.m. (hora de salida de La Finiquera y mañana dominguera en Chicago) Salgo desde La Finiquera en avión para Chicago. Qué personajes tan interesantes hay en la sala de espera de la United. Hombres, mujeres, familias, se oye español e inglés. La asistente de United se porta muy bien, aunque hay una situación confusa, me da el pase de abordar de mi siguiente vuelo de Chicago a Milán que no pude obtener con la tecnología más moderna de escanear mi propio pasaporte. Me decía esta señorita que era necesaria una visa de turista como estadounidense o mexicano para ir a Italia. Al final se enteró que puede cualquier gringo o mexicano visitar Italia sin visa por un período de hasta 90 días. En ese transcurso, la sala de espera está invadida por varios vuelos que salen antes de la medianoche, Ontario, Canadá, Washington D.C. y el mío a Chicago. Después de cinco grupos, llega mi turno de abordar. Ya en el pasillo recibo un texto de mi amiga y casera Ileana deseándome un buen viaje, que me divierta mucho, le contesto mientras espero entrar al avión. Dentro, recibo una llamada de mi querida amiga Yoly, que iba a acompañarme pero por razones de fuerza mayor tuvo que aplazar su viaje. Me saluda como siempre, puedo escuchar e imaginar su sonrisa de ángel. Me despido de ella diciéndole que la voy a esperar en mi destino, Génova, Italia en cuanto pueda viajar. Algunas caras que había visto en la sala de espera se sientan cerca de mí. Hay una pasajera que me recuerda a Annie Lennox, cantante de Eurythmics, luego solista y activista escocesa que canta “Sweet Dreams” y “travel the world and the seven seas, everybody's looking for something”, qué estrofas tan oportunas, en una de mis canciones favoritas de la década de 1980. Trato de dormir durante el vuelo y logro desconectarme por unos 30 minutos en total. Ya me había dormido una hora antes de salir para esta gran experiencia por la tarde. El vuelo llega a tiempo en la madrugada, parece que llueve, pero solo en el cielo, hay una capa inmensa y densa de nubes que cubre el cielo chicaguense. Logro ver luces y siluetas de varios rascacielos antes de aterrizar. Por la hora, las cinco de la madrugada, todo está cerrado, incluso el puesto de información en el que iba a preguntar dónde podría dejar mi mochila con rueditas. Decido arrastrarla hasta que regrese al aeropuerto por la noche para tomar mi vuelo a Milán. Tomo el tren urbano hacia el centro de Chicago y pongo la dirección del Chicago Art Institute y me señala que puedo tomar solo la línea azul hasta la estación Monroe. Mientras tanto escucho voces en varios idiomas incluyendo español y otro que identifico como del este de Europa. Una madre y su hija cargan una gran maleta. Un pasajero que viaja de polizón y está muy desorientado trata de acercárseles, de plano, la hija se levanta y se va a otro asiento, el personaje confundido ocupa cuarto lugares del vagón con su cuerpo y sus pocas pertenencias. Se baja más adelante y las dos pasajeras sonríen aliviadas. Yo me pongo a comprar en línea un boleto para el museo de arte y logro mi objetivo. Veré una exposición temporal de Georgia O'Keeffe, la pintora de Wisconsin que pintaba hermosas flores y edificios de Nueva York y luego Nuevo México. Al llegar a la estación, reconozco el rumbo al cuál he ido unas 5 veces anteriormente, en visitas a 2 conferencias literarias y 3 seminarios de una editorial de libros de lengua y literatura en español. Camino por unos 30 minutos recordando las visitas con mi familia, mis compañeros académicos y escritores chicanos. Empiezo mi jornada fotográfica callejera. Paso por el restaurante donde hemos comido en viajes anteriores una de las pizzas estilo Deep Dish de Chicago y sopas de cebolla gratinada más deliciosas, el Exchquer Restaurant & Pub. Pienso, aquí volveré a las tres de la tarde para mi comida de salida antes de regresar al aeropuerto. Me encuentro al Flamingo, la distinguida escultura enorme de Alexander Calder en Chicago que contrasta con su color rojo anaranjado con las estructuras de vidrio y metal grisáceas de la Plaza Federal. Me da hambre y busco un sitio para desayunar. A las 6:30 encuentro el Venteux, un café en la Avenida Michigan. Pido un omelet de clara de huevos con verduras, un capuchino y un jugo de naranja. Buena decisión. Sigo escuchando el español, esta vez con acento argentino por la calle. Llego al Café La Colombe del Virgin Hotel y pido un expreso mientras escribo estas primeras palabras de mi bitácora de viaje. Se escucha la voz de Rubén Bládes mientras trabajo escribiendo cantando “Tierra dura Etiopía”, ¡qué más se puede pedir! Hago tiempo hasta las 10 de la mañana para dirigirme lentamente al Chicago Art Institute que abre a las 11 de la mañana, rodando mi mochila y cargando otra más pequeña a mi espalda donde llevo mi computadora, iPad, y otros aditamentos que usaré durante el viaje para hacer los podcast de Misceláneo Espirival, esta bitácora y trabajar “on/off” en los cursos de otoño de 2024 en Arizona State University. Vale la pena llevar todo a cuestas para cumplir con mis objetivos hacia la jubilación, para dedicarme a viajar vagabundeando, tomar fotografías, hacer capítulos de podcast, escribir y conocer a gente nueva y recibir a mi familia y amigos cuando me aleje de La Finiquera hacia Génova en forma definitiva a fines de diciembre de 2025. ¡A escribir se ha dicho! palabras de mi amigo David Muñoz. Mi visita al Chicago Art Institute, me parece que es la cuarta vez, empezó muy bien, me aceptaron guardar todo mi equipaje en la conserjería del museo. Me deshice como de 15 kilos a cuestas por 4 horas. Me dirigí raudo y ligero a la exposición temporal de Georgia O’Keeffe, “Mis nuevayores” (como la canción del nuyocolombiano Reneco). Esta exhibición relata la estancia de esta artista de flores y rascacielos durante 5 años a partir de 1925. En la exhibición observo sus pinturas y esculturas, así como las fotografías de su esposo, el también famoso Alfred Stiglitz, con quien vivió en el Sheraton Hotel de East River (1924), en ese entonces el rascacielos más alto en la silueta neoyorquina. Las siluetas, cuadros y líneas de O’Keeffe crean sus flores y rascacielos, de trazos sencillos aparecen formas creadas por la naturaleza y por la humanidad. Con tonos contrastantes entre claros y oscuros se aprecian líneas, rectángulos y cuadrados formando sus obras. Me han dejado con ganas de verlas con mis propios ojos en la última parada de mi viaje, Nueva York, en agosto. Ya les contaré a mi regreso a América. Anduve deambulando por varias salas después, creo que me gustó más ver la obra moderna que alberga el museo desde principios del siglo XX hasta la década de 1950. Como de costumbre, terminé con la escultura de Henry Moore, su obra, Working Model for UNESCO Reclining Figure (1957). Me despedí del museo no sin antes recoger mi equipaje en la conserjería, donde la encargada me dijo tras sopesarlo, “these are really heavy”. Antes de marcharme de regreso al aeropuerto O’Hare, caminé dos cuadras y me comí una famosa “deep dish pizza” de Chicago en el restaurante Exchquer Restaurant & Pub de la avenida Wabash, viendo por la televisión como los ingleses derrotaron a los eslovacos 2 a 1 en un partido de la Eurocopa de 2024. Tomé el tren de la línea azul para llegar al aeropuerto y esta vez casi no escuché voces en español, sin embargo había algunas personas sin techo viajando, creo que considerar al tren como su casa es mejor que andar en la calle, ser viajero permanente y dormir en los vagones. Me pregunto, ¿cuantas millas habrán recorrido los más experimentados? Ya en la terminal 1 del aeropuerto, mi vuelo cambió de sala de espera tres veces, creo que fue lo más emocionante, además de ver algunos italianos que regresaban a casa y una muchacha muy guapa que se sentó a mi lado. Tuve la oportunidad de cruzar unas palabras con ella, incluyendo el darme las gracias, cuando recogí su pase de abordar que había tirado, sin darse cuenta, en el suelo. Pensé que me podía vestir de héroe, pero nada, ella me dijo que le podían haber impreso otro si no lo hubiera yo encontrado. Abordé el avión junto con el quinto grupo de pasajeros. Me tocó sentarme junto a una pareja de jóvenes enamorados que se la pasaron jugando videojuegos, por suerte llevaban audífonos y no se escuchó nada. Me dormí varias siestas en las 7 horas que duró el vuelo. Nos dieron una cena con pollo y vino, y un desayuno, un cuernito con huevo, queso y jamón. Esta última comida me ayudó a no tener hambre en mi accidentado trajín, para llegar desde los andenes subterráneos del Aeropuerto de Malpensa en Milán a mi destino en tren hasta la estación de Génova-Brignole. Al aterrizar en Milán recibí un texto de mi hijo que incluía una escena de Cantinflas cuando cruzó la frontera entre México y Estados Unidos y su encuentro con la migra, en Por mis pistolas (1968). A la llegada sucedió todo lo contrario, la agente aduanal me dijo “Benvenutto” y me selló el pasaporte, ni una pregunta más. Como no tenía equipaje documentado salí rápidamente y me fui a buscar dónde comprar el boleto del tren a Génova, eso fue lo más fácil. Sin embargo lo más difícil fue averiguar dónde tomarlo y hacer la conexión. Fue algo emocionante pasar por esa aventura de ir y venir para preguntar hasta que por fin volví con el vendedor de boletos y ya me explicó que debía ir a la plataforma 2 en el sótano. Abordé el tren y ahí inició otra debacle. Le pregunté a la agente que revisaba los boletos a bordo del tren dónde debería bajarme y me dijo en la estación Milano Central, me di cuenta que mi boleto decía Milano Plaza Garibaldi, una estación antes de Milano Central. Después de una breve crisis de frustración, pregunté a otra agente en la estación y me llevó al tablero principal de la estación y me dijo que podía tomar otro tren que salía más tarde. Después de casi una media hora, me di cuenta que había otro tren que salía antes y me llevaba más cerca de mi airbnb. Dicen que preguntando se llega a Roma, pero yo llegué a Génova Al subir al tren, no vi a ningún empleado para explicarle mi situación y con el boleto que tenía me senté en un asiento numerado que no me correspondía. Por suerte o coincidencia, nadie me reclamó que estaba en el asiento equivocado hasta que por fin, a medio viaje, llegó la inspectora. Pero antes, una pasajera a mi lado, había tenido un retraso y le explicó a la inspectora su situación, solo tuvo que pagar la diferencia. Suspiré con alivio. Mi caso fue similar y solo pagué la diferencia de tarifa para llegar tranquilamente a mi destino. Le envié mensajes a mi casero del airbnb anunciando mi próxima llegada, nos escribíamos en italiano e inglés. Me puse de acuerdo con él de vernos en una farmacia al pie del edificio, yo llegué puntual, pero mi casero, Lorenzo, llegó tarde. En esos momentos de espera pensaba que tal si había sido todo un fraude y no tenía reservación y me había quedado con poco dinero. Sin embargo, me envió un par de textos aliviantes que llegaba tarde y otro que no conseguía estacionamiento. Al final, Lorenzo llegó y empezamos a hablar inglés e italiano para luego cambiar a español. En una conversación trilingüe me guío hasta mi apartamento en el 7o piso del edificio, me dio las llaves, una breve explicación de las reglas e información sobre la clave del wifi, la estufa, la regadera y se fue. Desempaqué mi ropa y computadora, iPad y demás, luego me di una necesaria ducha, ya tenía desde el sábado por la tarde hasta el lunes sin bañarme, solo con el aroma del desodorante y varias rociadas de esencia de eucalipto que traía en mi equipaje. Luego me fui a buscar un lugar para cenar, caminando por la Vía XX de Settembre encontré un café con varias mesas en una veranda y pedí una pizzeta con un vaso de cerveza alemana Paulaner. Estaba rodeado por varios grupos de personas, casi todas mujeres comiendo, tomando y fumando. Un par de ellas, que me las encontré después al casi llegar a mi apartamento, nos sonreímos por nuestro reencuentro, yo desde la acera y ellas subidas en su motoneta. Pero antes, pasando por una calle peatonal, encontré un supermercado Carrefour, mis ojos se alegraron de ver vinos, frutas, quesos, fiambres, panes, turrones y agua mineral frizzante. Hice mi compra y me dirigí a mi apartamento muy satisfecho, no sin antes encontrarme la mencionada escena sonriente de las muchachas que me recordaron de vista. Después de poner todo en el refrigerador, envíe unos mensajes a mis hijos y a mis amigos de que todo había estado bien. Pensé en todas las emociones de este gran viaje en los dos primeros días y me dormí hasta la mañana del martes. Mi despertador, una gaviota que seguramente ya vivía en el exterior de la ventana del apartamento, con un graznido me hizo abrir los ojos. La llamé igual que a Cristoforo Colombo, navegante nacido en la misma ciudad en que esta gaviota (quizá), que me encontró. Cristoforo continuó asistiendo durante el día a la ventana. Este día martes, mi primer día completo en Génova fue especial. Mi primer instinto después de vestirme fue ir a ver el mar, caminé un kilómetro y medio para ver el Mediterráneo nuevamente, por séptima vez en mi vida, en España, Italia, Francia y Mónaco. Tranquilo como siempre, ahí estaba como lo había dejado la vez anterior. Caminé hasta el extremo de Vía Fogliensi para tomar una fotografía panorámica. Respiré profundamente en aquél lugar disfrutando de la vista de casi toda la bahía genovesa. Caminé de regreso a casa no sin antes parar por el olor que provenía de una panadería a pan recién horneado. Pedí un cuernito y pedí permiso a la panadera para sacar un par de fotos. Al salir empecé a comerme la deliciosa pieza de pan, como me gusta comer el pan recién horneado. Regresé a casa y me alisté para otra caminata más. Quería ir al MOG, el mercado oriental de Génova, lo encontré caminando por la Vía XX de Settembre caminé dentro fascinado por la vista de fruta y legumbre, quesos y jamones, carne, nueces y otros alimentos como hongos, especias. dejaré que las fotografías cuenten este encuentro. Compré una cestilla con fresas y una pequeña pieza de formaggio scamorza, no duraron muchos pasos, solo recuerdo que seguí caminando por el mercado y comiéndolos. Al salir me topé con otro lugar gastronómico mágico, la Pasticceria Tagliafico (1890) para enamorarme de una genovesina, que tampoco duró mucho tiempo en mi plato. De regreso a casa pasé por una sucursal de la Librería Mondadori y me interné a ver los libros que había, me encontré con uno de Frida Kalho y pequeñas secciones de obras en italiano de “Márquez” y un tal “Calvino” dos de mis escritores favoritos, diseñadas, impresas y acomodadas en una forma muy colorida en los libreros. Recorrí todos los pasillos de la librería motivado por la armonía de colores y formas de la colocación estratégica de todos los libros ahí contenidos. En mi segunda caminata, más tarde, mi destino final fue La Piazza di Raffaele de Ferrari, en el corazón genovés. Cada paso que daba era realmente disfrutable, edificios, portales, gente yendo y viniendo, obras de arte público como la escultura del artista marroquí Bruno Catalano, una serie de esculturas llamadas La metáfora del viaggio y su fragmentado Benoit que puede interpretarse como las partes de un viajante que trae consigo y las que irá incorporando sobre los lugares que visita o vive, al moverse alrededor de la escultura se ven diferentes versiones. Según la explicación que aparece al lado de la escultura, las partes ausentes forman la identidad del inmigrante o viajero. De regreso a mi apartamento, caminé por la acera contraria para ver más ángulos de la Vía XX de Settembre. En cada cuadra encontré un mar de gente como en mis años de juventud, caminando por las avenidas Insurgentes y Reforma en la Ciudad de México. Me atrae mucho el vaivén de la gente y más cuando son todos de orígenes distintos encontrados en una calle. Uso mis cinco sentidos, el oído, la vista, el olfato, el tacto y el gusto (aunque sea imaginario y visual) de ver las vitrinas de tiendas, panaderías, cafés, edificios y gente de muchas nacionalidades y edades, hablando distintas lenguas. Escucho italiano, francés, inglés (británico y americano), español (colombiano, venezolano, centroamericano, mexicano, argentino, chileno, etc), es increíble explicarlo. En mi tercera caminata, mi destino era la zona de Castelletto vía teleférico o elevador, después de fijar mi GPS, seguí los pasos hasta llegar al elevador, caminando por la misma Vía XX de Settembre y caminando hacia el norte el Piazza di Raffaele de Ferrari, llegué en unos 20 minutos, de nuevo disfrutando de los atractivos de gente que encontraba y lugares por los que pasaba. En menos de 2 minutos el elevador, construido en 1909, subió 57 metros para llegar a disfrutar de otra vista panorámica del puerto genovés. Otro día intentaré subir por el funicular. Recorrí la cuadra de edificios antiguos con cafés, tiendas y residencias. Había familias, parejas, perros y personas solitarias como yo, sacando fotos o hablando por teléfono con los celulares. Creo que la gente solitaria tiende a llamar a otros seres para acompañarse en sus caminatas, algunos se pegan el teléfono al oído y otros llevan un audífono. La tecnología nos ha cambiado y podemos comunicarnos aun estando solos. El regreso a casa fue igualmente espectacular que la ida, observando gente, calles, túneles, callejones y edificios. Pasé por el MOG y me comí unos Ravioles al Tucco, mi primer plato de pasta en Italia en este viaje. Una aventura al paladar de ver cómo la cocinaba el chef en la sartén y luego a disfrutar comiéndolos. Más tarde, pasé por el súper de Carrefour para comprar más agua frizzata antes de llegar a casa. Así terminó mi día. El miércoles, muy puntualito, Cristoforo me graznó al despertarme. Le agradecí haberme despertado para disfrutar de más tiempo despierto. Decidí ir al Porto Antico de Génova esta mañana, no sin antes detenerme a desayunar una focaccia con formaggio y un café, aquí no se necesita decir “un espresso”, “un café per piacere” son las palabras mágicas. A casi dos kilómetros encontré de nuevo el Mediterráneo, esta vez lleno de veleros, botes pesqueros, barcos, cruceros y hasta un submarino. Caminé por el malecón peatonal y descubrí más edificios antiguos del puerto y un museo. Me di cuenta que hay un espacio que se utiliza para conciertos musicales al aire libre, como lo anuncian las guitarras con cubos de madera de base con las imágenes Janis Joplin, Jim Morrison y Mick Jagger, aunque los guitarrista de los Doors y Rolling Stones Sean Robert Alan Krieger y Keith Richards entre otros. Hay espacios demasiado turísticos como una zona de tiendas y restaurantes. Aunque está el famoso Acquario de Genova, de gran importancia en Europa, solo después del de Valencia, España. Otra pieza interesante fue un mural, Orizzonti di Speranze elaborado con mosaicos que representan la inmigración entre Italia y Argentina. Al menos para mí, ya que mi familia materna salió de este puerto hacia Argentina en 1939. Mi abuelo y abuela, mi madre (12 años de edad) y mis dos tías salieron de este puerto hacia el sur durante su escapada de la Segunda Guerra Mundial. Es algo que tengo grabado en mi memoria para siempre, recuerdo las varias veces que ella nos contó a mí y a mi hermano como se fue de Italia, emocionada de ir a otro nuevo país. De regreso, varié la ruta internándome por pequeñas calles y callejones de la zona portuaria hasta llegar de nuevo a la Vía XX de Settembre. Después de bañarme, me dormí una siesta. Ya al mediodía me dio hambre y saqué pan, jamón, queso y frutas para almorzar. Me quedé trabajando un poco hasta la tarde. Interrumpí mi labor de escritura y enviado de correos electrónicos para mi último paseo del día. En mi segunda caminata me dirigí a la casa de Cristóbal Colón aquí en Génova. Después de unos 15 minutos llegué a mi destino, una pequeña casa convertida en museo, aunque solo la vi desde fuera, me imaginé a Colón viviendo allí. Era muy pequeña y se veía muy oscura desde afuera. La puerta principal era muy reducida. No me dieron ganas de entrar, preferí imaginarla siglos atrás en el siglo XVI y vuelta a construir en el XVII. Se encuentra en la muralla de Porta Soprana. Había también una serie de pequeñas tiendas y restaurantes en las cuales destacaba una empanadería argentina, la cual volveré después. Después de tomar varias fotografías me dirigí a comer al MOG. Esta vez repetí un plato de pasta, pero ahora fue Pansotti in salsa di noci, acompañada de un licuado de ingredientes como melón, jengibre y menta. Rematé con un café para finalizar mi visita al espacio culinario del MOG. De ahí bajé a los puestos de fruta y legumbre aún abiertos y volví a la salchichonería por dos pedazos de formaggio scamorza. El marchante me reconoció de nuevo y me dijo, “formaggio scamorza? Le dije que en esta ocasión deseaba dos piezas. Así terminó mi jornada del miércoles. Esta crónica continuará desde hoy jueves 4 de julio hasta el miércoles 10 de julio siguiendo Génova y otras sorpresas. Por una huelga de trenes no podré ir a Turín este fin de semana. Ya será en otro finde.
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