Otro año más
Un relato por David Alberto Muñoz Navidad… hay tantas historias que contar …pero… de pronto, se me mezclan en la mente y no estoy seguro de cuáles son ciertas y cuáles son una simple invención mía. No ando de mucho humor. En ocasiones, siento que la sociedad presiona y nos quiere hacer sentir cosas que algunos de nosotros ya no queremos sentir, o tal vez nunca deseamos sentir. Todo a veces se me hace tan falso, tan nítido, ¿sí me explico? Sí, ya sé que falso y nítido son palabras que pueden significar cosas distintas… pues es precisamente lo que viene a mi mente. Figuras estampadas de colores brillantes, con papel de crepe para hacer figuritas. En el fondo, recuerdo que siempre ponían en la casa himnos de navidad. Éramos cristianos, no católicos, por mucho tiempo yo ni me daba cuenta. Era después de todo un niño, siguiendo las tradiciones de sus padres, jugando con juguetes del otro lado que tu papá les traía cada año. Mientras en la mesa no podía faltar el bacalao que siempre estuvo presente en estas épocas. Ahora… todo parece cambiar… los viejos ya no te acompañan, se adelantaron, te miras a ti mismo y es como si el tiempo se te ha ido de las manos. La vida parece venir en temporadas, tu temporada navideña parece haberse acabado. Los recuerdos son los únicos que permanecen. La cocina de tu madre oliendo a pavo, el mentado bacalao, ensalada de papa, relleno hecho de carne molida, romeritos, y una botella de vino blanco junto con el rompope que te gustaba tomar junto con tu hermano. A escondidas claro… Siempre hubo regalos en tu casa. Tus padres se encargaron de darles lo mejor en la medida de sus posibilidades. Llevabas a tus amigos a ver el árbol de navidad que por tantos años adornó tu sala. Era de color blanco, no verde, tu abuela se los regaló junto con una esfera de Santa Clous que permaneció por muchos años entre ustedes. En aquellos tiempos, no entendías de cultura, te asustaba ir a la casa de otro niño porque hacían cosas raras que a ti no te habían enseñado. Regresabas a tu casa asustado a decirle a tu madre, mamá, en la casa de Víctor ponen muñequitos bajo el árbol. Se me hace que son figuras católicas, y tu madre simplemente te decía, no son cristianos mijito. Todo parece ahora tan lejano, tan distante. Aquella foto donde estás junto con tus hermanos te trae recuerdos. Eso es lo que es la vida humana, recuerdos, momentos que de alguna manera quedan atrapados en tu mente, y en ocasiones ya no logras borrarlos. Se convierten en la espina dorsal de tu existencia, todos recordamos navidades pasadas, cuando las cosas eran distintas, cuando la voz de la inocencia reinaba en tu vida y sólo deseabas jugar, salir corriendo para enseñarles a tus amigos lo que te habían regalado de navidad. Hoy es navidad, ¿verdad? Sí, hoy es navidad… Un día común y corriente, todo mundo sale a gastar. En ciertas esquinas no puede faltar el grupo de cristianos con letreros diciendo, Jesús es la causa de celebración. A lo mejor son católicos, no sé por qué les tenías tanto miedo a los católicos, ahora la mayoría de tus amigos se identifican con ellos. Pues estos susodichos te dicen: Jesús, él te puede perdonar. ¿Y yo que hice? Siempre pensé eso, pero nunca lo expresé verbalmente. Ese pensamiento permaneció dentro de mi ser como muchos otros, cuando te dabas cuenta que en ocasiones, las palabras que brotaban de tus labios, no correspondían con tus sentimientos puros, desnudos ante un mundo adverso, en ocasiones quedabas sin palabra, simplemente con el pensamiento haciendo círculos en tu cerebro, porque aprendiste de joven qué decir, aunque ya no creyeras lo mismo. ¡Feliz navidad! Los automóviles andan a mil por hora. Por las calles la gente se molesta de todo. Se gritan, y hoy en día, todo puede ser una excusa para sacar el arma de fuego y disparar en contra del prójimo. Esos personajes raros, que aparecen de pronto en épocas navideñas, se mueven entre familias comprando su cena, niños pidiendo juguetes, jóvenes calenturientos buscando salida a su problema, hombres viejos en espera de la muerte, mujeres intentando mantener su dignidad en medio de esas cosas que pasan en la vida. Es simplemente otra navidad. Y yo, ya no quiero participar… no es que tu corazón se esté amargando, no, al contrario… pero todo te parece tan falso… todo ya ha sido dicho… y la falsedad… bueno, hay personas que nunca te dicen la verdad… ¡Feliz navidad! Es otro año más… © David Alberto Muñoz
0 Comments
El Castillo
Un minicuento de David Alberto Muñoz —¿Te acuerdas de cuándo tenemos que llegar? —Creo que en tres días cuando mucho. —¿Ya has hecho tú este viaje? —Sí, varias veces. Ya ni siento nada. ¿Es tu primera vez? —Sí, ando nervioso. No sé qué esperar. —Tranquilo, deja que todo pase como tiene que pasar. —Bueno… tú nada más dime qué hacer… —Nada más no te vayas a asustar. ¿OK? —Está bien. Ambos entran por las puertas del Castillo. Un viento frío los abraza. Es como si los levantara a ambos para dejarlos caer sobre una nube inventada en los cielos para estas situaciones. El Castillo está bien arreglado e iluminado, con todo lo que sus asistentes pueden esperar, aunque no sepan qué es lo que harán en ese lugar mítico y misterioso. Una voz ronca, de esas que pueden atemorizar o dar calma hace acto de presencia. —Escucha con cuidado. La muerte ha desaparecido. Todos los humanos, eventualmente entrarán al Castillo, y ya estando dentro, su condena, o regalo, como cada quién lo mire, será el adornar la entrada al Castillo, sí, nada más adornar, que se vea bien, que esté limpio todo. ¿Me entiendes? —¿Qué hay en el Castillo? —Almas en busca de la muerte… —¿Pero? —Ya nadie va a morir. Nuestros destinos son y serán vivir eternamente buscando la muerte, algo que ya no existe, porque los muertos ya no pueden esconderse. PANTEÓN EL CASTILLO Aquí permanezco yo… llegué hace más de tres meses, y todavía no puedo entrar al mentado Castillo… y no puedo hacer nada más que esperar… tal vez eso es la muerte, esperar por algo que nunca va a llegar… © David Alberto Muñoz El teléfono
Un cuento de David Alberto Muñoz El teléfono no dejaba de sonar. Cada cinco segundos se escuchaba ese sonido tan característico de un receptor buscando atención. Era cierto, ya eran tiempos contemporáneos, todos teníamos un celular, y de una forma curiosa, los sonidos se adaptan mezclándose con absoluta seguridad, ya que todos sabían que era el teléfono de Alicia el que estaba sonando. Ella, estaba recostada en su cama, boca arriba, sudando a chorros. Cada vez que aquella resonancia se escuchaba, ella volteaba con ojos de enfado, en ocasiones terror, en otras, indiferencia. —¿Alicia? Es Rodrigo. Ya tengo los boletos para ir al concierto este fin de semana. Háblame por favor, para ponernos de acuerdo. Tengo muchas ganas de verte. Besos. — Miss Gómez? This is Mr. Shepheard, from work, your boss from work. We need the reports of the data you got from the children this week. It is vital that you give it to us. It is essential. Please, I don’t care how difficult your situation is. This is your job. You need to turn them in today, before 6:00pm. ¿Entender? Nada más se la pasan molestando. Conversaba con ella misma. ¿Por qué tienen que ser así en las escuelas? No te dejan enseñar. Nada más no la pasamos haciendo pruebas, los mentados assessments. Ni siquiera los van a leer. Nada más nos están fregando con el mismo asunto, todo el tiempo. No tenemos tiempo para hacer lo nuestro que es instruir. ¡Chingada madre! Repetía una y otra vez. —¿Alicia? Es Ramona. Necesito hablar contigo. Elías me dejó. Se fue con otra. No sé qué hacer. Por favor, háblame, estoy desecha y ya se me acabo el whiskey. ¿Podrías pasar a comprarme otra botella? Ya ando medio ebria, por no decir peda, no quiero que me agarre la policía manejando. No seas egoísta. ¡Me dejó el puto de Elías! Espero tu llamada… o vente para acá nada más. Los sonidos se fusionaban en su mente. —¿Señorita Gómez? Miss Gómez? I don’t know if you speak English or not. No sé si habla inglés o español, pero necesita venir a pagar su cuenta de Victoria’s Secret. Sabemos que probablemente se miraba usted muy sexy y su novio le encantó sus braguitas y los camisones that you bought, very sexy I must add. Pero por el amor de Dios, ya son más de tres meses sin recibir un pago. Si no viene, le vamos a cancelar su tarjeta y le vamos a poner una demanda por falta de payment. OK? Have a wonderful day! ¿Por qué será la gente así? Nada más se la pasan pensando en ellos mismos. A nadie le importa los demás. Cada uno de nosotros nos movemos por este mundo dónde cierto día aparecimos, sin saber exactamente por qué. Si tenemos suerte, y nacemos en un hogar dónde se nos da cariño, podemos vivir felices, contentos. Ya sé que la vida no es perfecta. Siempre va a haber problemas, obstáculos y demás. Pero podemos tener una especie de satisfacción al vivir. A veces, si no lo tenemos, lo podemos encontrar en una de tantas legendarias historias que escuchamos. —Yo andaba por el mundo solo, sin cariño, sin amor, y encontré a Jesucristo. No sabía que estaba perdido el susodicho. —Yo crecí dentro de una iglesia católica. Es más, quería ser sacerdote. Pero me di cuenta de toda la mierda que existe ahí adentro. Por eso salí, y ahora soy ateo gracias a Dios. —En esta vida es necesario tener conciencia política. Sí, estar conscientes de lo que está sucediendo en el mundo. Tantas injusticias, tantas historias perdidas detrás del ser humano que la verdad a veces son detestables. Debemos de luchar por la igualdad de derechos humanos, nuestros derechos civiles. La pobreza debe de ser eliminada. ¿Me estás escuchando Alicia? —Debemos de defender los principios capitalistas que se han establecido junto con la democracia. ¿Cómo vamos a permitir que el presidente de este país?, y creo que todos saben a quién me refiero, se crea el rey de la nación, y haga lo que se le dé su regalada gana. ¡Nadie está sobre la ley! —Debemos de eliminar esa actitud partidista que existe en el país. Instead of trying to impeach the president, deberíamos trabajar for our nation. —En estos precisos momentos, hay varios niños que se mueren de hambre. Alicia por favor… Hay lugares dónde la guerra está destruyendo las vidas de los locales. ¿Cuántas madres separadas de sus hijos? ¿Cuántos hijos desaparecidos? ¿Cuántas mentiras dichas? ¡Ayúdanos por favor! —¿Alicia? ¿Alicia? ¿Alicia? Alicia simplemente gritaba de repente. ¡Déjenme en paz! Estoy harta de tantos discursos, de tantos intereses. Yo no soy mesías, yo no puedo cambiar al mundo, ni a la gente… Todo el planeta está textualmente maniático, ido, loco. —¿Alicia? This is your brother Mark. Necesito dinero, por favor. Si no, me van a meter a la cárcel. No te hagas Sweetie, please, I need you, de verdad. Esta sí va a ser la última vez, por Dios, me cae que sí. Ayer por la noche vinieron los cobradores del Mr. De Luca. Ya sabes lo que me pueden hacer… — Miss Gómez? Have you notice how insurance rates have gone up in the last couple of years. We know we can give you a competitive rate. Please call us at 1-8000… — You got a n important call… ¡Ya, por favor! Alicia gritó. El corazón le latía a más de mil millas o kilómetros por hora, no importaba más. Estaba cubierta en sudor. Su mente, corazón y cuerpo estaba totalmente agobiados. No tenía ni el tiempo, ni el humor para contestar tantas llamadas que le estaban llegando a su teléfono. Al observar aquel aparato, lágrimas de frustración, coraje, impotencia, agotamiento, un raro sentir de infertilidad le vino a la joven mujer de apenas 27 años de edad. —Señorita Alicia Gómez. Es el Dr. Pulido. Me imagino que todavía está usted en shock, pero es vital que venga para poder hacerle los exámenes correspondientes. Siento mucho lo que le está sucediendo. Pero podemos por lo menos darle un poco de tranquilidad. Hay muchas drogas actualmente que la pueden ayudar, al menos a estar con menos dolor. Hábleme por favor, o vaya directamente al hospital. Que tenga buen día, señorita Gómez. Aquella mañana, habían desahuciado a Alicia Gómez, tenía leucemia, esa enfermedad que ataca los órganos productores de la sangre y que se caracteriza por una excesiva proliferación de leucocitos o glóbulos blancos en la médula ósea. Estas células se dividen reproduciéndose a sí mismas, lo que genera una proliferación neoplásica de células alteradas que no mueren cuando envejecen o se dañan, por lo que se acumulan y van desplazando a las células rojas. Cuando fumo mota, me siento más tranquila que con toda esa química que me dan. Se decía así misma. El teléfono no dejaba de sonar… ring… ring… ring… En un arranque de desesperación tomó el auricular, y lo aventó contra el piso. La gente solamente piensa en ella. A nadie le importa lo que me está pasando. Cada quién tiene sus intereses. ¡Qué me importa a mí todo lo demás! Y en la mente de Alicia, el teléfono no dejaba de sonar… © David Alberto Muñoz Jonás
Un cuento por David Alberto Muñoz Ella iba caminando por la calle, con paso fiable. Su andar era inequívoco, se desplazaba por la urbanidad de una de tantas ciudades contemporáneas, construidas en medio de alambres, piedra, madera, arcilla, metal y agua. Vestía elegantemente, con un traje de negocios color gris, una blusa blanca, y en su cuello una bufanda color azul pastel que adornaba su rostro cuidadosamente maquillado junto a unos aretes de perlas azuladas. Jonás, imaginó tres nombres: Rosalía, Carmen, y quizás, Maritza. Los apellidos no importaban. El nombre en ocasiones carga a la persona llevándola a lugares nunca antes conocidos, como aquella mujer que caminaba sin perder el ritmo de sus propios pasos. Rosalía era directora de una compañía que importaba piezas de arte europeas. Carmen trabajaba en su propio restaurante de comida mexicana, ¿cómo le dicen hoy? Comida fifi, de alto grado de sofisticación. O tal vez, era Maritza, senadora federal de la nación y casada con uno de los hombres más ricos de todo el país. Jonás, sonrió… —Y el SEÑOR dispuso un gran pez que se tragara a Jonás; y Jonás estuvo en el vientre del pez tres días y tres noches. Esos tres días Jonás los había escuchado toda su vida, junto con la idea de la resurrección. Se lo habían repetido hasta el cansancio, hasta el punto de que él, ya lo creía. —¡Acuérdate bien! Osiris, resucitado por su esposa la diosa Isis. Horus, que resucita al tercer día, sacrificado por Typhon, los dioses Mitra, de Persia, Dionisius, de Grecia, Attis, quizás el más alegórico de todos, en la región de Phrygia, Turquía actualmente, además esa fuerza oculta que ascendió a Nirvana a Siddharta Guatama, y claro, Yeshu, el Xristós, en griego, y por supuesto, la siempre bien ponderada resurrección después de tres días y tres noches. Y que me dicen del profeta del Mazdeísmo, Zoroastro, con su dios absoluto, su juicio final, su mesías redentor. Conjeturó de pronto, que todo era la misma historia dicha desde distintos puntos de vista. No todos hemos crecido en las mismas comarcas. Se nos han enseñado historias distintas. Cada uno de nosotros inventamos tal vez nuestra propia realidad. Nuestros dioses han quedado atrapados en historias de antaño, dónde nacen mitos y se les da poder sobre la vida y la muerte, porque esos mentados tres días, llevan siglos y siglos de existencia. Si no, pregúntenmelo a mí. Jonás miraba la vida de éxito en un plano humano, definió a la susodicha mujer como una hembra realizada, de carácter fuerte, con voz propia, con una narrativa bien presentada y expresada por un vocablo que ya sabía quién era y en dónde se encontraba. Lo miraba en Rosalinda, su presencia tal vez algo forzada todavía en una sociedad patriarcal, pero sí logrando romper los estereotipos de la mujer de antaño, dando lugar a los negociantes cuyo género realmente no importa. Aunque cuando ésta llegaba, todos los varones andaban a su alrededor como abejas en el panal. Pero en cosas del mentado amor, como decía aquel dicho, “afortunado en el juego, desafortunado en el amor”. Como nadie lo tiene todo en la vida, se dice que la fortuna le sonríe excepto en asuntos amorosos. Y aquella mujer, su éxito era demasiado para que ser aceptado por los demás, pero, sobre todo, por los hombres que siempre se sentían intimidados por ella. A Maritza, esto le encantaba. Maritza era simplemente el estereotipo de la mujer de éxito moderna. Todos a su alrededor no la miraban como mujer, más bien como uno más de los “cuates”, de los “miembros” del club, “otro”, que por algún motivo había alcanzado el mentado triunfo a base de esfuerzo y trabajo duro. Esto, a pesar de darle satisfacción, la hería como hembra. —A veces… me gusta que los hombres me miren con deseo… Pero también estaba el mentado marido de Maritza quien tenía otros intereses. Así somos los humanos. Carmen por su parte, estaba criada a la antigua, se le enseñó a ser mujer a la usanza mexicana, detrás de la cocina, medio escondida entre platos, verduras, cubiertos, granos, carnes, vajillas, aves, pescados y frutas, todos combinados para crear su propia identidad sacudiendo a todos los hombres que la buscaban, mientras ella simplemente decidía cuando su propia necesidad de hembra tomaba la batuta. Aunque a ella, sí, a Carmen, ya se le olvidó el placer de un varón. Ya no lo necesita. Supuso que aquella mujer bien pudiera ser una de estas tres creaciones mentales que hizo en su mente. Parte del motivo por el cual él tenía que estar dentro del estómago de ese pez gigantesco. Las podía mirar en su diario andar. Todas sus rutinas las definió en unos cuantos minutos. Al levantarse, quién tomaba café primero y quién se metía de inmediato a la ducha mientras de igual manera, la “otra”, encendía un cigarro y fumaba todo el día como chimenea. Así le decían a él. Maritza terminaba todos sus días en un bar, el nombre en este caso no importa. Sólo la imagen de la mujer política, que entiende que las decisiones se toman en la cantina, frente a un tequila. Elegida por su comunidad para representar los intereses de cada uno de ellos, aunque, el seguir luchando por sus intereses, ya no era la prioridad. Con el paso de los años, ya había caído en una enferma y rara rutina. Todo era simplemente el movimiento sin vida que algunos le dan a la existencia humana. Carmen por su parte trabajaba casi 24 horas al día. Dormía muy poco. Tenía unas ojeras grises que la hacían verse bastante mal. Pero a ella no le importaba. El trabajo se había convertido en su mejor aliado. Ya que la ayudaba a no pensar en su propia existencia, en su aislamiento total. A nadie le gustaba verse así mismos, solitarios, hundidos en una vida que nadie pidió tener, y envueltos en una infinidad de narrativas que solamente enloquecían a Carmen. Prefiero trabajar, se decía así misma, perderme en mis propios ritos de trabajo. No pensar en mi soledad, en mis problemas, porque siempre he sido muy melodramática, y caigo en ese hoyo de total depresión mental. No estoy segura porque nos sentimos así los humanos. Lo que sí sé, es que, si le hacemos caso, caemos en esa cueva oscura y algo tétrica, y nos puede llevar a la muerte en vida. Yo prefiero trabajar… Sí… trabajar y no pensar. Carmen, simplemente te entretenía siguiéndola a todos lados y viéndola laborar. El trabajo es quizás la mejor distracción que podemos tener. Porque incluso cuando no hacemos nada absolutamente, eso también aburre, te cansa. Carmen siempre sonreía. Aunque estuviera molesta. Había aprendido el valor de una sonrisa en medio de las adversidades. Asumió que, en ocasiones, a la gente no le gusta meditar, examinar, razonar. Prefieren perderse nadando en el río de la nada. Es como cuando te emborrachas o fumas mariguana o haces una línea de coca. Todo con la intención de que tu mente no escudriñe tus propios sentimientos de existir. Porque a personas como tú, y como ellas, el pensar es ir más allá de sus propias limitaciones, y no pueden estar satisfechos con esos pensamientos infantiles, creados por mentes sin la capacidad de ver más allá de sus propias narices. Cuando conociste a Maritza, se te hizo una mujer valiente. Es difícil que una mujer llegue a ser senadora federal. Pero ella lo logró. Al principio te cautivaba platicar con ella. Su inteligencia te llevaba a escrutar más allá de la superficie política y humana. Aquellos argumentos se convirtieron en juegos, aquellos juegos se trasformaron en deseos y aquellos deseos terminaron siendo simplemente pensamientos perdidos detrás de dos seres humanos intentando descubrir su propio lugar dentro de esta vida. Rosalía se te hacía una mujer capaz de vender la misma Mona Lisa a precio de oferta. Poseía una increíble habilidad para negociar, dar su precio, bajar o subir la demanda, las ofertas, las necesidades de tener una pieza de arte europeo dentro de tu casa, aunque te quedaras sin un quinto. Imaginaste nuevamente esa tarde cuando en medio de palabras, gestos e intenciones, Rosalía te vendió un pedazo de la misma cruz en la que Jesucristo fue crucificado. Lo curioso fue que, por momentos, le creíste. Pusiste ese pedazo de madera vieja sobre la mesa del centro de tu casa, y cada oportunidad que tenías, hablabas de aquella pieza como uno de los iconos religiosos más valioso en existencia, que había podido subsistir a pesar de tantos siglos trascurridos. Tú mismo te la creías por momentos. Pensó… ¿Cuál de las tres es real? Ninguna… todas… dos sí y una no… una sí y dos no son… No importaba. Todo era creado en la mente de Jonás, quién estaba dentro del estómago de un inmenso pez, en medio del océano de una humanidad en busca de algo que nos de eso que llamamos: “felicidad”. ¡Se carcajeó! Logró al menos sonreír cuando intentó darles vida a esos huesos humanos que descansaban en un sepulcro flotante. Eso era el gigantesco pez. Jonás estaba muerto, junto con Rosalía, Carmen y Maritza. Solamente se miraban detrás de sus propias cárcavas, e inventaban las vidas los unos de los otros para pasar el tiempo de la eternidad. —¿Jonás? —Dime Carmen. —¿Estamos muertos? Rosalía contesta. —¡Claro que estamos muertos! Vivimos simplemente mientras podemos ver la vida con optimismo. Con el paso del tiempo eso desaparece. Y todo queda, así como lo vemos, vacío, seco, fatuo, solamente lleno de lo que nosotros deseemos para nosotros mismos. Todos vamos al mismo lugar. —¿Tú qué piensas Maritza? —Yo pienso que la realidad existe dentro y fuera de nuestras mentes. Lo que pasa es que a veces no logramos reconciliar ambos polos. Somos, pero a la misma vez no somos. Estamos, pero también nos ausentamos. Estamos vivos, pero a veces se nos olvida que todos moriremos cierto día. Y quizás, ya hemos muerto sin darnos cuenta. Jonás, finalmente responde. —Entonces le dijeron: ¿Qué haremos contigo para que el mar se calme en torno nuestro? Pues el mar se embravecía más y más. Y él les dijo: Tomadme y lanzadme al mar, y el mar se calmará en torno vuestro, pues yo sé que por mi causa ha venido esta gran tempestad sobre vosotros. Y un gran pez me tragó, pero nunca me vomitó después de tres días. Todavía permanezco dentro de su estómago. Inventando vidas y personajes, y creo que así será por los siglos de los siglos. Porque no sabemos qué es lo que pasa después que nuestra mente muere. ¿A dónde van nuestros pensamientos? A lo mejor, ya estamos muertos desde siempre. Jonás vio a una mujer caminando por calles de una ciudad urbana, e imaginó tres vidas distintas, tres patrones de existencia, tres probabilidades, tres días, tres noches, el padre, el hijo y el espíritu santo… la trinidad adquirida del vientre de un inmenso pez, y por supuesto, esa nociva idea de la resurrección. Aunque él ya sabía, todo puede permanecer en el cerebro nuestro, aún la vida misma. Sí, es la historia de Jonás, a él se lo tragó un pez inmenso, y ya no pudo salir de ahí. Por eso todo se reduce a tres días y tres noches… y claro, se repite, esa disparatada esperanza que todos tienen de resucitar, para bien… o para mal… Y así, permanece Jonás dentro del estómago del pez por tres días y tres noches, que son eternas, y que nunca terminarán... Todo es un mito, y los humanos lo hemos creído. © David Alberto Muñoz Saliendo del trabajo
Un cuento Por David Alberto Muñoz Caminaba a paso cansando, sobre la acera de una de las calles principales de aquella ciudad desértica. Varias veces se preguntó, ¿por qué vivo aquí? Nadie lo sabía, era tal vez debido a la relatividad de todas sus decisiones, que había llegado a la capital arizonense. No era la primera vez. Ya estaba acostumbrado cada vez que salía del trabajo. Trabajaba de guardia de seguridad en un JCPenney’s. Todos los días era la misma rutina. Él se paraba con cara de pocos amigos en la entrada, y con los brazos cruzados se enfadaba a más no poder al tener que estar simplemente ahí, parado, sin realmente hacer absolutamente nada. De vez en cuando un joven quería robarse algo, incluso personas adultas que parecían de buena posición económica intentaban llevarse cosas sin pagar. Pero en realidad todo era como un montón de polvo guardado en una mesa sin sacudir. Mauricio observó que, a lo lejos, un para de hombres caminaban hacia donde él estaba. Al principio no prestó mucha atención. Lentamente esos seres que, se miraba distantes, llegaron a paso rápido ante el propio andar de Mauricio Delgado Monterde, hombre de 53 años de edad, casado, con 3 niños de edad corta, separado en esos momentos de su mujer por cosas que pasan, durmiendo en el sillón de su casa porque ya no se le permitía pernoctar en la cama del hogar. Sólo deseaba llegar pronto, abrir una botella de cerveza, y tirarse a descansar después de haber trabajado todo el día hasta las 12 media noche, desde la tres de la tarde. No tenía documentos, por lo tanto, no podía exigir ni más salario, $5 dólares la hora, ni beneficio alguno. — Go around him! I am going to stop him from the front. Mauricio escuchó las voces de sus ahora, supuestos asaltantes. Dos varones de más de 6 pies de altura, musculosos, vestidos de criminales. ¿Y cómo se visten los criminales? No estoy seguro. Pero estos lo parecen nada más de verlos ya más de cerca. Dicen por ahí que todos asumimos lo peor de los demás, siempre. Pero en este caso, no estoy asumiendo nada. ¡Mírenlos nada más! Mauricio sintió miedo. Intentó cruzar la calle para evitar verlos frente a frente, pero fue inútil. Ambos, lo rodearon y lo detuvieron sacando una pistola, que a él se le hizo una pistola de detective, de esas que usan los policías en la televisión. Uno de los hombres lo agarró de los brazos por detrás, mientras el otro lo golpeaba en la cabeza con la pistola. — Shut up! Tú queto… Give us all your money! Dienero… ¿entender? Give me el dienero… Or I am going to kill you. ¿Entender? Aquel individuo no dejaba de golpear la cabeza de Mauricio, quién temblaba de terror. Toda su existencia de pronto, apareció frente a él. Sus logros, sus fracasos, sus retos, sus verdades, sus mentiras, todo su ente posado frente a él por medio de dos seres que lo único que querían era joderlo y robarle todo su dinero. — ¿Por qué son así? ¿Qué mal les he hecho? ¿Por qué siempre hay gente que nada más te quiere hacer daño? ¿No pueden dejar a la gente en paz? Es quincena de pago. Traigo mi cheque conmigo. ¿Me lo van a quitar? ¿Me van hacer que lo firme? No es justo… es el resultado de mi trabajo. ¿Por qué estos tipos nada más se lo van a llevar así? ¿Si les peleo? Me matan… se me sale la meada nada más del miedo que tengo. Es curioso, todo parece no tener importancia en estos momentos. Mis problemas como que desaparecieron. Lo más importante es que estos tipos no me vayan a matar… Cuando morimos todo desaparece. No nos llevamos nada. Pero creo que el alma permanece, vive… dicen unos que vamos al cielo y otros al infierno. ¡Qué infierno más grande que esto que estoy viviendo! No me maten por favor… no me quiero morir… Aquellos dos seres le robaron, su cartera, todo su dinero que traía en la bolsa del pantalón, y aparte de hacer que endosara su cheque para poder ellos, los asaltantes, cobrarlo y disfrutar de las ganancias obtenidas. Antes de irse, le dan un fuerte golpe en el estómago, Mauricio cae adolorido y gime con un profundo dolor. — If you talk, we will come back! Después de varios minutos. Mauricio se levanta… sacude su cabeza… y se va a su casa. Su mujer, Citlali, lo recibe igual que siempre. — ¿Por qué llegaste tan tarde? ¿Te fuiste a tomar con tus amigos? Claro que te fuiste. ¿Y esa cara de espanto que traes? No me vengas con cosas Mauricio. Dame el cheque, que mañana tengo que pagar la luz y el agua, si no, nos lo van a cortar, todo. Anda… no te hagas… — ¿Citlali? La mujer solamente lo vio con ojos de coraje y lastima. Alzó los ojos al aire y simplemente lo dejó parado, totalmente solo, todavía con las palabras saliendo de sus labios. —Me asaltaron Citlali, me robaron todo… —Mentiroso… Mauricio se sentó en su sillón. Y recordó todo lo que había sucedido aquella noche. Le habían robado todas sus pertenencias, incluyendo su reloj. Pero parece que a nadie le importó… — Me robaron, me pusieron una pistola en las sienes, tuve miedo… y no pude hacer nada… Me robaron… chingada madre… Citlali, ¿entiendes? Me asaltaron y no pude hacer nada… Todo sucedió aquella noche en medio de rutinas y desusos anormales. Todo siguió igual, solamente que nadie se dio cuenta lo qué le pasó a Mauricio, saliendo de su trabajo, además, a nadie le importaba, solamente a su mujer quién pensó, ya se gastó todo este jijo de la chingada… A nadie le importó… © David Alberto Muñoz El padre
por David Alberto Muñoz Todo fue tan inesperado. Un día te despides dándole un beso en su frente, y al siguiente recibes esa llamada telefónica que nadie desea recibir. Sabíamos que iba a suceder tarde o temprano, pero nunca estás preparado. Al final, su figura parece permanecer dentro de nuestras mentes y nuestros corazones. A veces, creo que lo puedo ir a ver en el mismo lugar donde estuvo viviendo por varios meses, ese sitio al que tantas veces acudí a mirarlo y a platicar con él. Su cuerpo ya estaba cansado, pero su mente siempre activa, se convulsionaba en medio de las mentalidades que le tocaron enfrentar, médicos haciendo exámenes, enfermeras mal encaradas, pacientes insatisfechos, simplemente la edad, ese fantasma que al final de cuentas nos alcanzará a cada uno de nosotros. Mi padre murió el pasado fin de semana. Cómo duele la muerte de un ser querido. Por más problemas que hayas tenido con la persona, cuando se nos va, quedamos atrapados en esa línea que en ocasiones ahoga, tritura, lastima, y daña nuestro ser. Preferimos recordar lo bueno. Aquellos instantes de felicidad que sí existen. Mientras quizás sin saberlo, simplemente vivimos dando vuelo a esa fuerza que llamamos vida, ese espíritu que se mueve dentro de nuestros cuerpos. Al menos, siento que ya está descansando. Lo miro y lo puedo ver de lejos, retirado, apartado con su mirada de pensamiento profundo, con su voz de predicador, con su presencia buscando narrativa, una forma de expresión que formule su manera de pensar, su manera de ser, su forma tan peculiar de existir. Mi padre era un hueso duro de roer. Cuando era niño, recuerdo que cuando andábamos en campañas, mi padre se detenía a comprarnos sodas y dulces que queríamos, y él, se compraba un litro de leche, y se lo tomaba literalmente casi todo de un trago. Sí, recuerdo que eran los tiempos cuando vendían la leche en tubos de vidrio. Yo me preguntaba, en qué pensará mi padre cuando aquel líquido blanco entra por su boca. Yo deseaba llamarme igual que él. Les reclamaba a mis papás, el por qué me pusieron otro nombre, si yo era el mayor, y la tradición mexicana decía, al menos en esos tiempos, que el más grande debería llevar el nombre del padre. Ya que crecí, de adulto, desistí, partí de aquel pensamiento infantil, descubriendo lo que todos descubrimos en ciertos momentos de nuestra vida, que somos individuos, que nuestros padres no son perfectos, y aunque nuestros genes se heredan y no podemos hacer nada al respecto, la vida de las personas de las cuales nacemos, nos deslizan con cierta autoridad, y quizás lo único que podemos tener es ese libre albedrío para decidir, para argumentar, para entregarnos a nuestros propios arbitrajes, y permitir que nuestra herencia se convierta en una nueva narrativa, en una nueva forma de ser y de pensar. Recuerdo muchas escenas de niño, mi padre jugando con nosotros, a los soldaditos, al balero, al yoyo, o con un balón de soccer, que a mí siempre se me hizo muy duro; una vez, jugando con mi padre y con mi hermano Alfonso, le tiré un balonazo a mi hermano, y él lo paró, y mi padre dijo: el paradón del gordolobillo. Él decía que mi hermano era la esperanza de la familia. Fue precisamente Alfonso, quién bautizó a mis papás como el padre y la madre. Pasamos la mayor parte de nuestra niñez en la ciudad de México, fue una época muy bonita, dónde el Hno. Muñoz fue un gran padre. Creo que estos son los recuerdos que permanecen de nuestra infancia en cada uno de nosotros, los Muñoz. Y hay algo que tengo mencionar, cuando mi padre expiró, una de las enfermeras del lugar se acercó a mi hermana, la Mita Muñoz, cómo creo mi padre le puso, y le dice a mi hermana, tú eres la mejor hija del mundo, porque durante todos estos meses no dejaste de venir ni un sólo día, dos veces por día, en la mañana, y en la tarde. Y estoy en total acuerdo, eres la mejor hija y la mejor hermana, siempre preocupada por tus hermanos y por tus padres. Te ganaste siete cielos y uno extra por si acaso. Todas estas son simplemente remembranzas, momentos que al menos han quedado en mis memorias las cuales atesoraré y llevaré conmigo hasta que el aire deje de fluir en mis pulmones. Porque todos nos vamos a morir. Cuando la gente muere, no desaparece, simplemente pasa a una nueva dimensión de la existencia humana, y a mí me gusta pensar, que miraré a mis seres queridos una vez más. Con una nueva dosis de vida, que tal vez por el momento no puedo entender. También recuerdo los alegatos con mi señor padre, la forma en la cual nuestros entes se apartaron por pensar de manera distinta. Discutíamos en ocasiones a cada momento, por terquedad mutua, cayendo quizás dentro de lo absurdo, lo paradójico de nuestra propia existencia humana, el no querer ceder simplemente por ser él, el padre, y yo, ser el hijo. Pero al final de cuentas, caemos todos rendidos ante nuestras propias comparecencias, ante nuestros propios entes, perdidos en un mundo incomprensible, dónde las cosas parecen pasar por relatividad, y dónde puedes encontrarte a ti mismo en busca de tus propias deficiencias, cualidades o mañas, porque todos las tenemos. Mi padre se fue el pasado fin de semana. No sé cuándo, pero espero verlo otra vez, y poder platicar con él al igual que lo llegamos hacer en vida, de filosofía, de su autor favorito Kierkegaard, de todas sus interpretaciones bíblicas. Su voz permanecerá dentro de nosotros. Su existencia continúa por medio de la sangre que sus hijos y sus nietos llevan en las venas. Me acuerdo también que en ocasiones, ya había predicado por una hora y media más o menos, y decía: No queremos tomar mucho tiempo, para luego predicar por media hora más o cuarenta minutos. Siempre fue un rebelde, en contra del status quo, en contra de lo establecido, su voz era la voz de un revolucionario medio izquierdista, quién no recibió el mensaje adecuado, y al encontrarse ante el evangelio de Jesucristo, cayó con una furia impresionable, ya que Jesús, cambió literalmente toda su vida. ¡Cómo duele la muerte de un ser querido! Descansa en paz padre, lo mereces, ya hiciste lo que tenías que hacer. Si no es así, tendrás tiempo más adelante, porque tu vida siempre descansó en la esperanza de vida eterna que Jesús el Nazareno te ofreció. Descansa en paz… Tu hijo, David © David Alberto Muñoz *** En paz Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, vida, porque nunca me diste ni esperanza fallida, ni trabajos injustos, ni pena inmerecida; porque veo al final de mi rudo camino que yo fui el arquitecto de mi propio destino; que si extraje las mieles o la hiel de las cosas, fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas: cuando planté rosales, coseché siempre rosas. ...Cierto, a mis lozanías va a seguir el invierno: ¡mas tú no me dijiste que mayo fuese eterno! Hallé sin duda largas las noches de mis penas; mas no me prometiste tan sólo noches buenas; y en cambio tuve algunas santamente serenas... Amé, fui amado, el sol acarició mi faz. ¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz! De Amado Nervo A brief story or history
A short story by David Alberto Muñoz A group of teenagers were discussing the history of our nation. They were talking about freedom, the ability to protest, the freedom of expression, religion and all the “privileges” this nation gives each and every one of us, regardless who we are and what culture we might have. Out of that conversation, these voices came out. *** These men must repent of their sin. They need to change every aspect of their lives, otherwise God would not forgive them. Just look at them! They are savage, ungodly. Why do they not listen? They are stubborn, uneducated, real savages as I have said. They cannot even understand the things we say. Did you hear what Tomo-chi-chi or what’s his name say? He is a Yamacraw leader living in the coast of Georgia. He said: “Why these are Christians at Savannah! Christians drunk”! Christians beat men! Christians tell lies! I’m not Christian!” He just doesn’t understand the will of God. What they are doing is a heresy. They are idolaters. They are sinking in sin. They need help. We will help them even though they fight us, even though they hate us. We will transform them and make them all Christian, according to the Scriptures and according to the real God. *** These men came out of nowhere. They had bodies of steel, they were on top of animals we have never seen. They had weapons that use fire to destroy us. We could not compete. They have left all this hate among my people. All they talk about is their God, their God is love, full of compassion, and he will forgive you, but we have to change everything about us, even the way we dress. Our religion, which is our way of life. They have no respect for nature. They took our children and put them away in schools in order for them to learn the way of their God. How can you expect to teach a child that your God is better than the God of his parents by killing them, by torturing them, by imposing a new way of life within the child? That is not fair. You destroyed our communities, you killed our shamans, you want to erase every sign of our existence… and you say your God is love? I’m sorry… but I don’t believe so. You lied… I am not a Christian. *** These were the two perspectives of two completely different type of people. The real Natives of America, and the invaders, the Europeans. And this is part of our American history. Have we learned anything? © David Alberto Muñoz La pícara de doña Hilda
Un cuento por David Alberto Muñoz La pícara de doña Hilda, andaba como siempre, alimentando el mentado chisme de la cuadra. Cada uno de los vecinos ya la conocían. Se la pasaba diciendo que todos éramos una bola de indecentes y que nada más sabíamos estar metidos en las vidas de los demás, y que no nos fijábamos en nuestros propios defectos. ¡Todos ustedes son un montón de hipócritas! ¡Hacedores de maldad! ¡Cómo no! Si la susodicha mujer solamente sabía hacer eso, producir malos pensamientos, envidias, levantar falsos, crear enemistades, todo el tiempo su propósito era hacerle mal a los demás. Todo mundo le decía, doña Hilda, ya cálmese, usted nada más se la pasa hablando de la gente. Se pasa a veces… Debe de tener un poco de respeto. ¿no cree usted? ¡A mí me vale un comino lo qué tú pienses! Es mi deber, como única mujer decente de esta cuadra, como hija de Dios, debo mantener las malas vibras, y los malos albures que todos ustedes están dejando caer sobre nuestra colonia. Yo bien que recuerdo que antes las cosas eran muy distintas. Todo se desplazaba cuál debe de ser, sin ningún mal paso, al contrario, todo mundo pugnaba por lo bueno, por las cosas del Señor, y lo digo en mayúscula, porque estoy hablando del Dios Todopoderoso y de su Santa Iglesia, la cuál ha sido violada y ultrajada por todos ustedes que se rehúsan a seguir la voluntad del santísimo. No entiendo, ¿por qué el humano se rehúsa a seguir la voluntad de Dios? Tal vez porque dicha voluntad es una verdadera carga para nosotros. Lo que usted nos dice doña Hilda es una orden por parte de un dictador, no hagas esto, no hagas aquello, si te portas mal te voy a castigar, conmigo nadie juega, si violas sólo una cláusula del contrato, ya te jodiste para toda la perpetuidad. ¿Oíste? Te quemarás por toda la eternidad. ¡No manches! Pues dicho con el debido respeto, yo no soy perfecto doña Hilda. Tengo muchas fallas, muchos errores, trato de ser lo mejor que puedo, pero al final de cuentas no dejo de ser humano que comete estupideces la mera verdad. ¿Y crees que eso te excusa de tus responsabilidades? Pues no… ¡Pero doña Hilda! Es usted la que ha montado este teatrito de falta de decoro y respeto. Usted es la que sabe todo. Nadie la puede contradecir. Usted si puede decirle a todo mundo lo mal que están, pero que nadie se atreva a decirle sus faltas porque entonces sí, se alebresta la doña. Todo mundo tiene que decir lo que usted dice, si no, se molesta, se enoja. Usted es la más perfecta de toda la cuadra de Perisur. Su familia ha vivido en este lugar desde años precoloniales. Su nombre está escrito en el mismo libro del Vaticano, y el Papa, guarda a toda su familia bajo su rezo divino que protege su persona y a toda alma presente en estos lugares, si es que usted lo aprueba. Todo por le venia de nuestro Dios altísimo. ¿Por qué le gusta tanto joder doña Hilda? Después de una mirada que encontró descanso, la mujer habló con una sinceridad inimaginable. Nunca he sabido otra cosa más que lo que me enseñó la iglesia. A juzgar a los demás, a buscar pecados que no puedan ocultar. A hacerles ver a todos, la maldad existente dentro de ellos mismos. Hay que ponerlo todo ante ojos públicos, ante el juicio de la iglesia misma. Es mi deber, sacar el pecado ante la mirada de la comunidad. Para que seamos nosotros mismos los que juzguemos los pecados cometidos y pongamos castigo adecuado, de acuerdo con las sagradas escrituras. Se debe calificar precisamente de eso, de malevolencia, de desliz, de rebelión ante Dios y su santa voluntad. No existe nada capaz de vencer el poder del Todopoderoso, escrito también con mayúscula. ¡Dios es el rey de este mundo! Y Jesucristo su heraldo. Eso del heraldo ya requiere una explicación teológica. Mire doña Hilda, usted es igual que todos nosotros, es humana. Y la misma biblia dice que el que esté libre de pecado que arroje la primera piedra. Pero usted, ya ha arrojado demasiadas. Todos las hemos echado, porque me atrevo a preguntar, ¿quién no se ha creído perfecto?, pero usted se cree santa, se cree pura, buena, se cree la gran chingadera, y a todos nosotros ya nos llevó el Chamuco a la chingada. No exageres… Ahora eres tú el melodramático. Todos estamos condenados a vivir… Dime una cosa, ¿tú crees en Dios? Yo creo en el dios de Einstein, el de Spinoza: “Deja ya de estar rezando y dándote golpes en el pecho! Lo que quiero que hagas es que salgas al mundo a disfrutar de tu vida. Quiero que goces, que cantes, que te diviertas y que disfrutes de todo lo que he hecho para ti. ¡Deja ya de ir a esos templos lúgubres, obscuros y fríos que tú mismo construiste y que dices que son mi casa! Mi casa está en las montañas, en los bosques, los ríos, los lagos, las playas. Ahí es en donde vivo y ahí me expreso. Deja de tenerme tanto miedo. Yo no te juzgo, ni te crítico, ni me enojo, ni me molesto, ni castigo. Deja de pedirme perdón, no hay nada que perdonar. Si yo te hice… yo te llené de pasiones, de limitaciones, de placeres, de sentimientos, de necesidades, de incoherencias… de libre albedrío ¿Cómo puedo culparte si respondes a algo que yo puse en ti? ¿Cómo puedo castigarte por ser como eres, si yo soy el que te hice? ¿Crees que podría yo crear un lugar para quemar a todos mis hijos que se porten mal, por el resto de la eternidad? ¿Qué clase de dios puede hacer eso?” La doña quedó en silencio completamente. No sé por qué pienso así, pero así pienso, es menester recordarles a todos la maldad... su maldad individual… Nunca se olviden de su condición pecaminosa. Esa es mi labor en esta vida, recordarles que son malos, pecadores, que necesitan un redentor. No doña Hilda, nosotros somos como ese niño que mencionaba Einstein: “Estamos en la posición del niño pequeño que entra a una inmensa biblioteca con cientos de libros de diferentes lenguas. El niño sabe que alguien debe de haber escrito esos libros. No sabe cómo o quién. No entiende los idiomas en los que esos libros fueron escritos. El niño percibe un plan definido en el arreglo de los libros, un orden misterioso, el cual no comprende, sólo sospecha”. Todos buscamos entender esa fuerza, ese poder que algunos dicen existe en el universo entero, el llamado Dios, tal vez sí hay algo, pero no lo buscamos en dogmas cerrados y muertos, preferimos leerlo en esos libros que son la cultura misma. Y de esta manera, doña Hilda continuaba acusando a todos en la cuadra Perisur, menos a ella misma… ya que su propia picardía la había cegado, como a veces nos ciega a todos. Pero al menos en la cuadra, intentamos leer todos esos libros, aunque al final de cuentas no entendamos claramente el significado de la vida, sabemos que estamos vivos y nuestra labor es simplemente vivir, con maldad y con amor, pero ese es nuestro destino… tal vez es nuestra condena, sí, una condena, y no tanto una bendición… vivir... Chingada madre… a veces cómo duele el vivir… Era la pícara de doña Hilda… © David Alberto Muñoz El espejo
Un cuento por David Alberto Muñoz Cayó sobre la cama del hospital sin estar seguro por qué. Solamente observaba su cuerpo como si pudiese salir del mismo y verlo desde las alturas. Sí, casi como una de esas películas de ciencia ficción. Sentía que no pesaba absolutamente nada, y además, poseía una increíble rapidez que podía llevarlo a cruzar el océano de un sólo salto. Los médicos se cuestionaban unos a otros. —¿Cómo es posible que esto haya pasado? ¿Nadie vio los números antes? —Me temo que no doctor. Todo fue muy repentino. —Quizás, porque son medidas de metros y centímetros. Y aquí todavía usamos pies y pulgadas. Y se dice que somos el país más desarrollado del planeta. Damn it! —¿Qué vamos hacer? —I don’t know… Rigoberto estaba flotando dentro de una grisácea nube, dónde fantaseaba su propia figura detrás del mismo aire que respiraba. Su mente no podía aclarar qué era lo que estaba sucediendo. Volteaba, y por momentos se encontraba acostado, con suero puesto en su brazo derecho, y una máquina para poder respirar mejor. Por otros instantes, volaba sobre los mismos techos de aquel hospital del cuál no se acordaba cómo había llegado. De pronto, hizo memoria de la historia de la mariposa. Sí, creo que fue Chuan Tzu, que soñó que era una mariposa y se sentía feliz siendo ese insecto lepidóptero, que tiene el cuerpo alargado, con cuatro alas grandes, y de colores muy vistosos producidos por unas escamillas o polvillo que la cubría. Y de pronto, despertó, y se dio cuenta que era un hombre, un ser humano. Entonces se preguntó: Soy un hombre soñando que soy una mariposa, o una mariposa soñando que soy un hombre… —La realidad humana puede en ocasiones perderse detrás de nuestra propia imaginación. El cerebro determina que es lo que creemos es real y lo que no. Existe de acuerdo con algunos investigadores, ciertas áreas dónde los humanos bien podemos perdernos dentro de nuestra propia mente. Dígame usted si no mucha gente vive aislada de todo lo demás que esté fuera de su propio entorno. Sobre todo, si hemos estado tomando medicamentos químicos, o naturales, ¿sí me explico? —Entonces doctor, ¿usted cree que el señor Rigoberto Luna, está consciente? —La conciencia es algo tan difícil de definir. Who knows? De repente, aparecemos en un mundo que no conocemos. Llegamos totalmente desamparados. Somos influenciados por nuestros padres, nuestros amigos, la gente que nos rodea. Se nos enseñan cosas que nunca cuestionamos. Bueno, tal vez con el paso del tiempo. Pero al final de cuentas todos caemos dentro de ese aire tenebroso de nuestra propia verdad. Dicen por ahí que todo está en el cerebro. ¿Sí? ¿Será cierto? Quizás… no sé… no estoy seguro. Cuando era niño, yo miraba una figura que se paraba junto a mi cama. Era simplemente una sombra. No me daba miedo. Recuerdo que una vez le pregunte: ¿Quién eres? Y no respondió nada. Cuando intenté prender la luz para verlo bien, desapareció. ¿Quién era? Un pigmento de mi imaginación, un espejismo dentro de mi cerebro, o simplemente una imagen que por algún motivo atravesó mi existencia en momentos difíciles. —¿Doctor? —Sí, dígame Rigoberto. —¿Qué me pasó? —Creo que le dimos más medicamento del que usted necesitaba. La cantidad de la medicina se basa en el peso suyo y en su estatura. Como vera usted, usted mide un metro con 58 centímetros. Pero como usted vera en el récord que mantenemos, aquí dice que usted mide un metro con noventa. —¿Y cómo es eso posible? —No estoy seguro… debe de ser alguna falta de la computadora, un desliz humano, un error al final de cuentas, o algo así. Rigoberto se sentó en la cama. Estiró los brazos hacia afuera. Sacudió su cabeza con cierta desesperación. Se tocó el cuerpo como para asegurarse de que realmente estaba ahí, vivo, y poseía los mismos miembros que cualquier otro ser humano. Esperó… Pero nada pasó… —¿Estaré muerto, dormido, drogado? A lo mejor estoy soñando que estoy en un hospital… o quizás… divagando que no lo estoy… Sí, así como en la historia de la mariposa… Entonces se dio cuenta de algo… estaba solo, despoblado de cualquier ciudad o aldea. Cimbrado dentro de su propia mente que producía intentos para lograr entender que estaba pasando. Él, Rigoberto Luna, simplemente platicaba consigo mismo. —¿Dónde estoy? ¿Qué significan estas imágenes que miro constantemente? A veces puedo volar e irme muy lejos, dejando mi cuerpo, y permitiendo que mi alma salga de esta prisión en la que vivo... En la que todos vivimos… Otras, mi cuerpo se aferra a mi espíritu, y me agarra con una fuerza que casi no puedo moverme. Así pensaban los griegos, ¿verdad? El alma es prisionera del cuerpo. Y al final de cuentas, la duda, ¿cuál es la realidad verdadera? —¿Dr. Jones? —Yes. —Se le está acabando al señor Luna la droga que le dimos. Bueno, la medicina que le proporcionamos. —¿Qué le dimos? What did we give him? —No recuerdo… creo que fue esa pastilla nueva, que provoca somnolencia, pasividad. De esa manera podemos conectar al paciente con la máquina que registra sus actividades cerebrales. —¿Y hemos descubierto algo? —Me temo que es lo mismo de siempre. —¡Ah! ¿Cuánto tiempo lleva el Sr. Luna conectado a la máquina? —Ya más de seis meses. La máquina nos dice que, sí hay actividad cerebral, pero no logra descifrarla. El señor Luna simplemente balbucea palabras. Es como si se ha olvidado de hablar de forma correcta. Creo que está viviendo dentro de su propia realidad. —Ya veo… tal vez eso es lo que todos hacemos. Desconéctelo de inmediato. —Pero doctor, podría morir. —Todos ya estamos muertos desde el primer día que nacimos. Busquemos otro paciente, por favor, debe de haber alguien que nos permita rastrear toda esa actividad cerebral. —Como usted diga doctor. Entonces Rigoberto despertó… estaba sentado en la cama de su recámara, viendo su propia imagen en ese raro espejo, llamado realidad. Y detrás de él, también podía ver su cuerpo acostado en la cama de algún hospital. ¿Qué rara es la realidad? ¿No? Todos decimos conocerla, poder verla, pero pocos vemos ambos lados de la misma. —¿Mi realidad? —preguntó Rigoberto Luna. No sé… nadie sabe… todos tenemos un espejo diferente. Y el tuyo… bueno… el tuyo… Es muy distinto al mío… o quizás… son iguales… —¿Entonces? ¿Cuál es mi realidad? No sé, tal vez aquella que escogemos nosotros mismos. Por eso todos nos vemos frente a ese espejo… © David Alberto Muñoz Masacre
Un relato por David Alberto Muñoz Sabía el significado de la palabra, pero nunca lo había visto en vivo y a todo color. No dejaba de ser un chamaco calenturiento de segundo de secundaria, quién jugaba a ser el gran médico cuando teníamos laboratorio de biología, y nos poníamos esas batas blancas que todos los doctores se ponían, al menos en mis tiempos; hoy en día algunos usan el color azul o verde, aunque todavía puedo ver algunos que caminan con un pasito de orgullo, luciendo ese emblema que no tengo la menor idea de dónde salió. Aunque dicen por ahí que originalmente los médicos utilizaban una bata de color negro, porque hasta el siglo XIX, el negro representaba seriedad, mesura, formalidad, por eso los curas visten de negro, y pues hay que decirlo, la medicina de aquella época representaba la antesala de la muerte. ¡No manches! Además, la medicina no era una ciencia, era pura charlatanería, no se consideraba a los llamados médicos como individuos que utilizaban la ciencia para sanar las enfermedades. Con el paso del tiempo se descubre que la mejor forma de curar es prevenir, por lo tanto, surge una cultura de antisepsia, y eventualmente se elige el color blanco como símbolo de la medicina en general. La limpieza, la higiene, el blanco pasa a ser símbolo de la pureza. Pero yo no iba a eso, sino a contarles la masacre que la misma maestra de biología nombró, el día en que nos pidió que cada uno de nosotros lleváramos un animalito a la clase. El día de mañana vamos a tener una verdadera masacre, pero, es necesaria para su aprendizaje. ¡Ahí están todos los pelos de ombligo, que quieren ser pendejos, pero no llegan! ¡Ya cállate Radiador! Que a ti se te pegan todos los bichos. Pues como decía, la maestra de biología cuyo nombre ya no recuerdo, nos pidió que lleváramos una paloma, una rata o ratón, un hámster, o un cuyo, un animalito para poder ver huesos verdaderos y compararlos con el pinche esqueleto que teníamos enfrente del laboratorio de biología en la secundaria. Me acuerdo muy bien que dijo la maestra. Vamos a tener una masacre, pero es necesario para que todos puedan aprender cuales son los huesos, sus nombres propios, su función, y compararemos los esqueletos de todos estos animalitos con los huesos humanos. Ya dijiste eso, ¿por qué lo repites? Para crear suspenso güey, ¿para qué más? ¡No mames! ¡En la madre! Grité yo. ¿Y cómo le vamos hacer teacher? Habló el sabelotodo del Felipe. Qué nada más se la pasaba presumiendo que hablaba el inglés, junto con el francés, y que su papá lo iba a mandar a Europa en el verano porque tenía el plan de que eventualmente asistiera a una escuela francesa, de Francia, como diría Vicente Fox, si usted es mexicano me va a entender. Y a mí, cómo me caía mal el susodicho. Nada más lo veía y la sangre se me alebrestaba. Siempre ponía la atmósfera en tensión. Todo lo que tú hubieras hecho o dicho, él ya lo hizo, y lo repitió centenares de veces y mejor, sí, mucho mejor que tú. ¡Pinche mamón! Lo que pasa es que ustedes no conocen los valores de la cultura mundial, nos decía. Y todos nada más lo mandábamos a la chingada. Pero, en fin, como decía, literalmente se convocó a tener una masacre de alrededor de 20 animalitos más o menos, para la clase de biología del segundo año de secundaria de la escuela Sara Alarcón, en la ciudad de México. La maestra dijo con mucha seriedad. Vamos a dormirlos primero con cloroformo, y luego tendrán ustedes la oportunidad de ver un corazón latiendo en vivo, para después darle suficiente cloroformo para que descansen en paz, y luego disecaremos la piel o más bien les quitaremos toda la piel para ver los esqueletos. Ahora me pregunto si realmente sabían los maestros lo que estaba haciendo. Todavía recuerdo lo salvaje que podemos ser los seres humanos. La mayoría de mis compañeros riéndose vulgarmente, haciendo chistes de barrio, alusiones a las partes privadas del cuerpo, sugestiones de muy mal gusto para con las muchachas. Yo siempre fui medio pendejo, por no decir un total pendón, pero no me parecía lo que estábamos haciendo. Siempre he sentido en mi corazón algo por los animalitos, cuando decía esto, todos se burlaban de mí. ¡Cabrones! Pensaba. Aunque dicen por ahí que también nosotros somos animales y eso lo pude comprobar aquella mañana cuando se llevó a cabo una matanza sin piedad alguna. Una que otra muchachita lloraba al ver aquella escena, en la que muchos les cortaban la cabeza a las palomas, las abrían del pecho y el corazón seguía latiendo, a los roedores, les enterraban un bisturí en la mera médula que nos hace existir a todos, algunos los envolvían en servilletas o toallas y los estrellaban contra la pared para que murieran y poder abrirlos. Lo más curioso de todo, fue que los maestros no intervinieron para nada. Solamente al principio nos dieron cloroformo, unas toallitas y nos mostraron como hacerle con un cuyo doméstico que trajeron. Pero una vez que todos empezaron con sus crueldades, todos, absolutamente todos los maestros permanecieron en silencio y observando, en ocasiones me pregunto si no fue en realidad una especie de prueba psicológica o algo así. La verdad, ha sido una de las más crueles escenas que he vivido en toda mi vida. Todos los maestros de biología quedaron anonadados. Nunca imaginaron, o si lo imaginaron nunca lo vieron en sus mentes, así tal cuál, cómo se llevó a cabo. Fue como que de pronto todos nos convertimos en adultos, dejando ya la supuesta inocencia de la pubertad, ya que todos en un momento dado, recurrimos a transformarnos en seres salvajes, seres con la única intención de destruir, de dejar salir esa especie de frustración o ansiedad que todos traemos por dentro. Esta vida nuestra, que bien puede llevarnos a la locura, al éxtasis, a la desgracia, al monte mismo de la transfiguración, e igualmente hundirnos en el profundo pozo de nuestra propia humanidad. Busqué la palabra masacre en el diccionario de la Real Academia Española y decía: Matanza de personas, por lo general indefensas, producida por ataque armado o causa parecida. No, no eran personas, pero sí, seres vivientes que estaban indefensos. No, no fue un ataque militar, pero sí, con la causa de lograr su muerte para satisfacer un proyecto de clase. Recuerdo que recién sucedido aquello, yo no sentía nada. No lograba entender las ramificaciones de los hechos, de lo que yo había hecho con mis propias manos. Matar, quitar la vida, pero no sólo eso, sino que ayudé a quitarles la vida a esos animalitos por medios crueles, salvajes. Cómo que me decía a mí mismo, entre más pronto lo hagas sufrirán menos. Entonces tomaba a las palomas y le reventaba el cuello con mis propias manos, es más, le arranqué la cabeza a varias, según yo, ayudando a mis amigas que no podían hacerlo, mientras su mirada fija en mis ojos me hacía sentir poderoso, eficaz, una tonta ilusión de haber logrado algo, aunque no supiera que fue aquello. Con el paso de los años, eventualmente lo descubrí. Fue mi propia crueldad humana. Esa fuerza que llamamos vida que fluye dentro de nuestros cuerpos físicos, que nos hace movernos, correr, detenernos y observar, imitar, realizar las acciones que los demás nos dicen hacer, y que quizás, al menos en su momento, ignoramos sus consecuencias. Hoy desperté, y el primer pensamiento que vino a mi mente fue ese… la masacre en la cual yo participé… De alguna manera, todos somos culpables de algo… yo soy culpable de haberles quitado la vida a esos animalitos... y la mera verdad, creo que desde aquel día me siento culpable… ¿Qué llevaste tú Enrique? Yo llevé un pescado cocido, y me lo comí… por lo menos así, según yo, me sentí menos culpable… ¡No mames! Sí, eso fue lo que hice, engañarme a mí mismo… así somos los seres humanos… © David Alberto Muñoz |
David Alberto MuñozSe autodefine como un cuentero, a quién le gusta reflejar "la compleja experiencia humana". Viaja entre 3 culturas, la mexicana, la chicana y la gringa. Es profesor de filosofía y estudios religiosos en Chandler-Gilbert-Community College, institución de estudios superiores. Archives
July 2021
|