Por Pablo Vaca García El día de hoy se me ha encomendado ir al mercado, ya que por reglas de la pandemia no podemos ir juntos mi esposa y un servidor. Ya no es como antaño –como todo caballero– solía conducir el carrito y mi media naranja intentaba llenarlo de los alimentos que se convertirían en ricos manjares. Con la nueva normalidad, debe de acudir uno por familia; pero bueno, Soraya me entregó una lista elaborada con todo orden (como ya sabe de qué pata cojeo) conforme fuera avanzando en el mercado, por secciones. Ya para salir a cumplir con el encargo me disfracé, me puse mi sombrero y el cubrebocas, gel antibacterial, el sanitizador y listo… abro la puerta de mi casa y me abraza una onda cálida. Siento cómo mis pulmones intentan protegerse de tal impacto devastador. Tomo el valor necesario para abordar mi automóvil. Al ingresar al vehículo, percibo que la temperatura ambiente dentro del transporte es irrespirable por el momento y siento que chilla la manteca al sentarme en el asiento, en el cual el sol caía a plomo, rápido prendo el aire acondicionado y todo empieza a cambiar poco a poco, como cuando el agua vuelve a su cauce. Justo cuando empezaba a disfrutar de las delicias del clima artificial del horno donde vivo, me doy cuenta que me estoy estacionando en el mercado. Al dirigirme hacia el súper veo que existe una fila para entrar, tal pareciera que es la fila para ingresar al purgatorio o al infierno, por las condiciones con las que contamos al medio ambiente 45 ° C., ahí medité y reflexioné que las penas se pagan aquí. Ya en el mercado inicio mi recorrido por las frutas y las verduras y me percato de que la mayoría de los productos deberían de estar en un contenedor de basura. El melón parece que necesita un tratamiento antienvejecimiento; las naranjas todas celulíticas; los plátanos a un paso de puré, tal parece que fueron el sparring de un boxeador; bueno, continué recorriendo el mercado y en cada una de las secciones me fui encontrando con una situación muy similar. La carencia de productos era muy notoria como si en verdad hubiera escasez, como consecuencia de alguna guerra o se aproximará el apocalipsis. Salí del mercado cabizbajo y derrotado. Al llegar al automóvil ya me esperaba el viene-viene. (Un señor de la tercera edad sufriendo el calor infernal y además bien protegido de la pandemia) quien me ofreció su ayuda. Cuando concluyó con su labor le recompensé su esfuerzo y le invité una refrescante Coca Cola, que tomó con una alegría, como si estuviera en el cielo, la destapó… le tomó un enorme trago y al ver su rostro sentí como la frescura de aquella bebida inundaba su cuerpo. Nos despedimos y continué con mi peregrinar. Dispuesto a regresar a casa ingresé abatido a mi auto por la escasez de diversos encargos, se me prendió el foco y recordé que hay otro mercado, que frecuenta la gente ”fifi“. Al entrar, veo con agrado “El cuerno de la abundancia” las frutas y las verduras como recién cortadas y frescas, podías tomar las que quisieras hasta con los ojos cerrados sin temor a equivocarte. Entre ambos mercados existe un mundo de diferencias. Y sientes como el mundo te vuelve a abrazar para decirte lo mucho que te quiere y que lo cuides. Terminé de surtir mi lista y me dirigí a casa con el orgullo de haber cumplido, como un soldado satisfecho ante su deber y haber colaborado en una de las tareas de nuestro hogar. Hacer el súper. Aún no termino, otro procedimiento que hay que tomar en cuenta es la llegada a la casa. Empezar a bajar los víveres adquiridos y dejarlos en la entrada de la vivienda, para iniciar con la ceremonia de sanitización tanto de los alimentos como la de un servidor. Y dar por terminada la misión. PABLO VACA GARCIA
Mi nombre es Pablo Vaca García, nací en Mexicali B.C., el 29 de junio de 1958. Soy hijo de Manuel y Guadalupe, el tercero de cinco hijos. Siguiendo mi vocación docente ingresé a la Normal Fronteriza en 1976 y finalicé mis estudios en 1980. Iniciando mi labor educativa en el Estado de Michoacán. En la actualidad tengo cuatro años de jubilado. Ahora mi tiempo lo utilizo para viajar, estudiar actividades alternas a la educación y juguetear en un taller de carpintería, donde realizo materiales educativos. Inicié mi carrera docente en el Estado de Michoacán trabaje un año y medio, donde fundé un turno vespertino. Posteriormente cambié de Estado y regresé a Baja California donde inicié trabajando en los colegios particulares. A los 11 años de mi llegada a mi Mexicali, obtuve mi primera plaza y al año siguiente fundé una escuela al Oeste de la ciudad de Mexicali. Con dicha escuela participamos como escuela piloto de “El Proyecto Escuelas de Calidad”, posteriormente la escuela fue certificada con el “ISO 9001-2000” bajo las normas alemanas y se llegó a considerar una de las mejores instituciones de la zona XIII, del Estado. Realicé trabajos como docente en dos periodos (1980 - l 995 ) y en (2014 – 2015 ), subdirector (1996 – 2008 ) y comisionado a la dirección ( 2009 – 2013). Mi labor como docente no ha terminado ya que continúa fuera de las aulas puesto que sigo siendo con mucho orgullo “ El profesor Pablo “. Siento que he caminado por un sendero en el cual encontré obstáculos, emociones, retos, sueños, con días llenos de luz y otros entre penumbras, pero aun así, sigo avanzando y cuando volteo hacia atrás… veo como ese camino está lleno de flores y frutos y… sigo en mi camino con satisfacción.
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Escuche el cuento en voz de la autora Por María Laura Rafael Cruz
Te sientas sobre el sillón café. Miras hacia la ventana: ves a Puchi escudriñarte con sus ojos de perro triste. La culpa te hace apartar la mirada. Sabes que eres mala persona porque no cuidas de él como debieras, no lo sacas de paseo casi nunca. Pretextos ha habido muchos en tu mente, como la vez que el vecino te dijo que tuvieras cuidado porque en la unidad están asaltado mucho. Mejor ya no lo llevas de noche. Mejor en la mañana, antes de correr o ¿después? Aunque si vas después ya no te dan ganas de hacerlo porque estás cansada, apenas tienes tiempo de bañarte. Al final te das cuenta que no sacaste al perro otra vez. Mejor al rato cuando regrese del trabajo, piensas. Si tienes un retardo más te descuentan y no podrás ir al cine como has planeando. Porque planeas todo y casi nada te sale. Y miras otra vez hacia la ventana: el Puchi se mueve rápido, busca tu mirada, la esquivas. Solo quieres ver un poco de cielo, pero no hay nada más que una pared blanca y la ventana del vecino de enfrente. El mismo que una vez te gritoneó porque construiste un techo sobre su pared, y ahí sí fuiste tú la gandalla, hasta te burlaste cuando te dijo que iba tirar tu techito mal hecho. Tuviste que mandar construir una barda y, como consecuencia, ahora tienes un patio todavía más diminuto. Eso sí, mucho más seguro. Pero el Puchi vive ahí, en ese patiecito. No le falta ni comida ni agua, pero sabes no es suficiente. Ahora que llevas tres meses encerrada y que también tienes agua y comida, pero no puedes asomar las narices, ni dar paseos, ni ver a nadie y piensas que es el karma que te ha llegado: estás ahí sola como ha estado el Puchi durante años. Estás sola y ahora te conformas nada más con ver un cuartito de cielo. Biografía El 24 de junio de 1979 nació María Laura. Su afición por la lectura comenzó muy niña cuando su hermana mayor, estudiante de letras, le leía por las noches una pequeña antología de cuentos rusos que había conseguido en los pasillos de la Facultad. Luego el chispazo, el encuentro confirmatorio de que la literatura era destino, llegó una mañana cuando aburrida buscó qué leer entre los libros que habitaban la casa familiar. Azarosamente tomó uno de pasta dura, color café y comenzó a leer "Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre un tal Pedro Páramo..." y quedó atrapada en ese mundo de Juan Rulfo, a los 9 años de edad. Más tarde, a los 18 decidió tomar la carrera de Letras Hispánicas en la Universidad Autónoma Metropolitana, en la sede de Iztapalapa. Cerca del barrio que la vio nacer. Las letras han estado presentes a lo largo de su vida de distintas formas: como lectora voraz, como escritora de diarios y poemas de ocasión, pero sobre todo encuentra un enorme placer en compartir ese gusto por la lectura con jóvenes adolescentes. Es por eso que decidió, desde muy chica, también, ser maestra y para ayudarse en su práctica docente estudió una Maestría en Educación. Actualmente es profesora de tiempo completo en una preparatoria pública ubicada en uno de los pueblos de Iztapalapa, San Lorenzo Tezonco, donde imparte clases de Literatura. Vive en Tláhuac con Rebeca Sofía, su hermosa hija y con Puchi, un pequeño perro maltés que adoptaron hace más de 4 años. Estos dos chiquillos malcriados le hacen muy feliz, según se cuenta. |
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