Por Maya Khankhoje
Samira dejó de mirar sus manos y se puso a pensar en sus dos hijas. Ese era un lujo que rara vez se permitía porque cuando lo hacía, se le despertaba aquella víbora venenosa que se le deslizaba por el sexo, se le trepaba por las tripas, le atravesaba el estómago, le horadaba el corazón, le estrujaba el aire de los pulmones y si tenía suerte, le salía por la boca y la nariz, en un escupitajo de llanto y lágrimas. Pero por lo general, simplemente se le instalaba en el pecho y anidaba allí causándole un dolor sordo y ciego y mudo que se le atoraba en la garganta y luego le invadía el cerebro dándole la sensación que estallaría, aunque eso nunca sucedía. Si, ella estaba enterada de lo que pensaba la gente - lo que Toño le decía a todo mundo. Decía que estaba loca y que nunca había estado en sus cabales. En una ocasión hasta oyó que Toño le decía a un compañero de la Facultad que sus amigas, todas esas brujas que se la pasaban diciendo que Frida Kahlo había sido mejor pintora que Diego Rivera y hasta más rojilla que él, le habían volteado la cabeza con ideas absurdas. Y para darle gusto las dejó de ver de a poquito. Y que por eso había que internarla. Pero para que te internen en algún lado primero te tienes que haber largado de otro sitio como quien huye de una vieja prisión o irrumpe en terreno prohibido o rompe con esquemas que le agobian. Y ella, Samira jamás había tenido el coraje de abandonar la insania de la cordura para refugiarse plenamente en la serenidad de la sinrazón. Lo único que lograba hacer era evadirse de cuando en cuando, como quien se va de fin de semana para tomar un poco de sol y oler yerba fresca para luego regresar al smog y ruido de la ciudad. Intuyó que, si tú te internas por tus propios medios, nadie te obligará a hacerlo. Aprendió a refugiarse en aquel mundo mágico al que sólo tienen acceso los niños bien chiquititos y los ancianos bien chochitos, los desdentados de esta tierra a quien nadie morderá porque ellos no te pueden devolver el mordisco. Así es que Samira, en vez de alejarse de un mundo donde no tenía cabida se adentró en otro mundo, el de su propia creación. Era una cueva secreta en un jardín interior donde el presente se suspendía en su centro mientras que el pasado y el futuro giraban rápidamente como una rueda de la fortuna cuyos veloces movimientos producen un efecto estroboscópico que hace que el tiempo mismo dé vueltas para atrás permitiéndote saltar del futuro hacia el pasado sin tener que pasar por el presente. Lo malo es que no te puedes apear de ese ciclo vertiginoso si no hay alguien en tierra firme que te reciba. Y eso es lo que le faltaba a Samira, ese apoyo sin el cual se te desorbita la vida y te tildan de loca. Nones. Samira no estaba loca, sino que simplemente no había podido desatar todos esos lacitos invisibles que la mantenían trenzada a la trama de aquellos seres que habitaban su vida pero que no le hacían un huequito en su corazón. Y esos eran los mismos lacitos que la jalaban de sus sueños y de sus ensueños para plantarla de nuevo en la realidad, como un títere que se ha portado mal y al cual el titiritero le tiene que decir "de ahí no te me muevas". Y en cuanto a su hijito, no es que él también la hubiera abandonado, como los demás. Lo que pasa es que el pobrecito llegó a un mundo tan grotesco que decidió darse la media vuelta y regresar al vacío donde se desvanecía todo, hasta la vida y la muerte. Samira tardó años en comprender lo que la monjita de la maternidad trató de explicarle cuando se le rompió la bolsa de aguas y ese pedacito de vida se le escurrió entre las piernas. -Dios se lo prestó por unas horas y luego lo recogerá para llevárselo con los angelitos. Lástima que Samira no creyera ni en los angelitos ni en los demás iconos bizantinos de la iglesia de sus abuelos. Lo único que sabía a ciencia cierta era que su hijito a veces se le aparecía en el jardín, en época de lluvias, como una luciérnaga que se iba hilvanando el paso entre las hojas de los árboles. Y cuando intentaba asirla suavemente en sus manos se daba cuenta que para no aplastarla ni tapar su lucecita tenía que dejarla irse. Así es que se limitaba a observarla desde lejos. Y su amor por sus hijas lo comprendía de la misma manera: las quería tanto que les daba cancha para volar. También llegó a la conclusión que más valía no poseer nada ni a nadie, porque a la larga, es el lastre el que te arrastra y te hunde en una ciénaga de la que nunca podrás zafarte. El único viajero que no se hunde es el que viaja sin bultos, aunque claro está que también corre el peligro de pasar mucho frío, hambre y desolación. Así es como Samira llegó a vivir en su casita en el jardín, alejada de un Toño cuya inteligencia estaba reñida con su corazón y de una Lucerito aislada en el capullo protector de su inocencia y una Esmeralda esmerándose en ser cínica para encubrir sus lágrimas. Ellos no le pertenecían porque se pertenecían a sí mismos aunque seguirían siendo, simple y llanamente, parte de su propia vida y de su ser y de ahí que le fuera tan difícil extirpar de sus entrañas aquel dolor tan profundo que tanto desamor le causaba. -No quiero que andes con esas brujas que te quitan el tiempo que le puedes dedicar a tu marido y a tus hijas. Si de por sí te la pasas todo el santo día con tu telar y luego estás demasiado cansada para ayudarme a mecanografiar mis trabajos. -Pero Toño, si yo siempre te ayudo. Lo que pasa es que me gusta crear algo con mis manos. Además, necesitamos el dinero. ¿De dónde crees que sacamos plata para las clases de música de las niñas y la hipoteca de la casa? -¿Me estás reprochando de nuevo porque no gano tanto como tu padre burgués? -No, mi amor. Trato de explicarte que... -Si, ya sé lo que me ibas a decir. Mira, cariño, no vale la pena reñir. Ah, y por favor no olvides que necesito dos copias del trabajo para mañana. Antonio llegó a su oficina y se instaló frente a su escritorio. Le quedaban dos horas libres antes de su clase. Era difícil tener la cabeza despejada cuando las mujeres a su alrededor insistían en hacerle la vida difícil. Primero, Lucerito, que parecía reprocharle la enfermedad de la madre. Luego Esmeralda, que se las sabía todas y no creía en nada. Y Samira, que hubiera sido buena esposa si no hubiera insistido tanto en tener su propia profesión. Nadie reconocía los esfuerzos que él había hecho, logrando su doctorado en medio de una casa desordenada donde el olor de los pañales se confundía con el olor de lana húmeda. Y Paula que se estaba impacientando por su indecisión. -Toño, ¿qué te pasa, no me oyes? Antonio alzó la mirada y se sorprendió al ver los ojos claros y bellos de Paula. Era finita y menudita, a diferencia de Samira, cuya estatura era casi la misma que la de él. A Antonio siempre le habían gustado las mujeres chaparritas, como su mamá, que en paz descanse. Tanto Samira como Paula eran guapas e inteligentes y se parecían en otro rasgo muy particular: tenían ese don de encontrarle el punto flaco de inmediato y luego se lo echaban en cara. Pero desde que perdió al niño, Samira se había vuelto muy taciturna. Paula, por otra parte, tenía la alegría de vivir que inicialmente le había llamado la atención en Samira, pero ahora Paula se estaba poniendo muy exigente. Ni quien entendiera a las viejas. -Hola, Paula. Siéntate. ¿Leíste mi último capítulo? ¿Qué piensas? Dame tu opinión. -Sí, pero antes dame un beso. -¡Por favor, Paula! Alguien puede entrar y vernos. -¡Y qué! Si ya no te acuestas con Samira y la pobrecita anda metida en su propio rollo. -Si, pero sigue siendo mi esposa y la madre de mis hijas. Además, no quisiera ofender a mi suegro. -Espera, Toño, a ver si te capté bien. El otro día le dijiste a los estudiantes que el matrimonio era una institución burguesa que servía de pretexto para acumular la propiedad privada y nada más. Antonio apretó la mandíbula tratando de controlarse. -De acuerdo, pero no te olvides que tengo dos hijas que mantener y que mi suegro, que es muy influyente, me puede conseguir un buen puesto en Relaciones Exteriores. ¡Qué no comprendes, Samira tiene que estar bien antes de que la pueda dejar! -Lo que comprendo, - respondió Paula fríamente, - es que Samira nunca estará bien si no le haces el favor de dejarla vivir su propia vida. Luego miró su reloj y agregó: -Profe, ya es hora. Lo espera su calle. -¿Mi qué? -Como dice el dicho, farol en la calle y oscuridad en la casa. ¡Chao! Samira cerraba los ojos y veía ese bello rostro ovalado con ojos color violeta. ¡Tan linda que era! Lástima que vistiera de ese color violeta tan cursi que estaba tan de moda y que su ropa despidiera un olor nauseabundo de perfume barato, de ese que les ponían a las pastillitas de heliotropo que tanto le gustaban de niña. Pero todo tenía arreglo. Todo, menos la muerte. Había tocado el timbre del zaguán, primero tímidamente y luego con feroz insistencia. Ya que Lupe estaba haciendo el mandado y las niñas y Toño todavía no regresaban, Samira no tuvo más remedio que abandonar su telar y cruzar el jardín para abrir el zaguán. Las dos mujeres se observaron con cierto recelo un breve instante y luego se reconocieron como dos hermanas se reconocen al cabo de muchos años de separación. Eran casi gemelas, separadas solamente por quince años de distancia, unos centímetros de estatura y el color de sus ojos y unidas por el mismo hombre, el mismo odio, el mismo amor. -¿Señora Gutiérrez? ¿Samira Najún de Gutiérrez? -Si, soy Samira, pásale, Paula. ¿Eres Paula, no es así? Paula asintió con un ligero ademán. Para entonces ya había perdido todo el coraje que había acumulado cuidadosamente en la corta trayectoria desde la Universidad hasta Olivar de los Padres. Las dos mujeres se sentaron en el jardín, en dos sillitas blancas de hierro forjado que ya habían perdido trazas del aguacero del día anterior. -¿Un cafecito turco, Paula? ¿O prefieres un tequilita antes de comer? Paula quedó confusa. Estaba preparado para todo, todo menos una indiferente afabilidad. -¿Qué pasa, el gato te cortó la lengua? Me imagino que esperabas encontrarte con una vieja ogra o sino con una señora demente, loca, triste, tirana, ¡qué sé yo! Pues aquí me tienes, a tus órdenes. Déjame traerte una copita y luego te contaré mi versión del cuento de los tres tristes tigres. Cuando Samira regresó con el tequila y las botanitas, Paula empezó a disculparse, no tanto por pudor sino porque ya había olvidado el propósito de su absurda visita. -No, señora, no es lo que se imagina usted. Toño nunca tuvo reproches, lo que pasa es que...mire usted... -Por amor de Dios, me llamo Samira y cuando yo estaba en la universidad la gente progre se tuteaba. -Si, señora. Ambas soltaron una carcajada y fue así como nació una amistad entre las dos mujeres. Cuando Toño regresó de la escuela de las niñas, los tres con los brazos llenos de libros, mochilas y abrigos descartados por el calor del mediodía, encontró a su mujer y a la otra, borrachas perdidas, metidas en la fuente con los pescaditos. Una de las mujeres, la que vestía de violeta, estaba a gatas con la blusa desabrochada tratando de hacer que los pescaditos dorados nadaran entre sus plateados pechos. La otra, la que vestía de blanco y que tenía la cabellera cubierta de hebras de lana, se observaba las manos, dejando que el agua escurriera entre sus dedos, que eran cinco, como el pez estrella, como los cinco sentidos, como los Gutiérrez, que habían sido cinco, y luego quedaron cuatro, y ahora eran tres contra uno y pronto serían uno más uno más uno más uno cada quien por su propia cuenta. Porque a la larga todo lo que en la vida se suma se tiene que restar. O bien la muerte te lo quita o bien la vida misma se encarga de hacerlo. * * * Samira cerró los ojos y vio a Paula de nuevo como la había visto por primera vez muchos años atrás. La seguía viendo de violeta, aunque en realidad Paula ahora vestía con mucha elegancia, con su ropa del Palacio de Hierro y los gustos finos que adquirió de su marido francés. Lucerito ya la había hecho abuela, colocándole en sus manos artríticas un varoncito que le recordaba a su pequeña luciérnaga cuyo rostro se le había desdibujado en la neblina del tiempo. A Esmeralda le iba muy bien en su carrera de abogada y decidió que ya debía casarse con el chico argentino con el que vivía, "para que el hijo que está a punto de venir no tenga problemas legales". En algún momento, Samira perdió la cuenta de los años que seguían dejando rastros en sus manos. En algún momento, nadie recuerda bien cuando, Toño y Samira decidieron seguir viviendo juntos, aunque no revueltos, porque el aguamiel que los había embriagado en su juventud había madurado convirtiéndose en un fino pulque del que se hace el mejor mezcal y que te calienta rico por dentro cuando lo bebes en pequeños sorbos. Al dejar de ser esposos y al convertirse en cómplices, Toño y Samira habían aprendido también a quererse de verdad. Y con el tiempo los filos punzocortantes de la pasión se hicieron romos desapareciendo así el dolor de Samira y la necesidad que había sentido Toño de comprobar su superioridad. Lo único que perturbaba la felicidad de Samira era su artritis que le obligó a trocar el telar por la pluma que empuñaba con bastante dificultad. Toño, las hijas, los esposos, Lupe con Toñito en brazos -- todos observaban a Samira sentada frente a la ventana de la casita de adobe. Era domingo por la tarde y la esperaban para comer. Samira a su vez se miraba las manos un tanto deformes, en las que sujetaba un librito con cierta dificultad. Cerró el libro, pero antes terminó de leer el último poema: mis manos manos toscas, torpes, arrugadas gastadas y cansadas sustento de mi cuerpo manos que abren y sujetan infinitas puertas y ventanas en mi frágil armazón manos que describen circunscriben e inscriben instrumentos que transmiten a papel inerte de candente mente los temores y pesares de mi oscura confusión manos que acarician cuerpos y que abrazan sueños expresando anhelos, recreando amor manos que contienen solas el pulsante ritmo de mi henchido corazón manos recias, laboriosas adaptables, amoldables desatando nudos y trenzando amarres en tenaz faena de hilandera del cordel perpetuo de mi eterna migración manos mías Por: Samira Najún compañera de Toño Gutiérrez. Luego salió de la casita de adobe, se acercó a la mesa del jardín, prodigó una bella sonrisa a su familia y preguntó: ¿Qué hay de comer?
0 Comments
Por Maya Khankhoje
Biografia: Maya Khankhoje nació en México y se educó en México y la India. Trabajó como intérprete simultánea toda su vida hasta su retiro de la Organización de Aviación Civil Internacional en Montreal, done ahora radica. Es autora de 424 publicaciones: prosa, ficción, poesía, crítica literaria y ensayos. Actualmente forma parte del consejo editorial de www.montrealserai.com, una revista digital de vocación artística, literaria y política. Bordó este mandala a inicios de la pandemia esperando que cuando lo terminara se acabaría la pandemia. No fue así. Esta obra de punto de cruz ahora forma parte de la colección permanente del McGill University Health Centre, el mayor centro hospitalario de Montreal. Samira observaba sus manos con el mismo detenimiento con el que observaba los pétalos de una flor o las configuraciones de las estrellas que a duras penas se vislumbraban en el firmamento citadino o las gotas de agua que se sucedían en el fregadero de la cocina. Las manos tenían dedos - cinco, al igual que los pies, que también tenían cinco, aunque un día Samira se topó con la palabra ortejo y al buscarla en el diccionario, se dio cuenta que quería decir eso, precisamente eso: dedo del pie. Observaba sus manos y las acariciaba, tratando de comprender si era la mano acariciadora la que captaba un placer táctil o si el tacto era función exclusiva de la mano acariciada. Como cuando ella y Antonio hacían el amor. Él la acariciaba, ella lo acariciaba a él, sus labios se tocaban, sus lenguas se enroscaban y llegaba el momento en que ella ya no sabía dónde terminaban sus papilas y donde empezaban las de él. Y el aguamiel de su saliva bien podía haber sido la suya propia. Y aquel sudor que adhería sus cuerpos tenía gusto a hombre aunque él se lo achacaba a ella, porque, como solía decir con su implacable lógica cartesiana, solo se producía en aquellas partes de su cuerpo de varón que estaban en contacto con su cuerpo de hembra. Y para probarlo, Antonio despegaba su vientre velloso del redondeado y liso vientre de Samira hasta que se producía un gran chasquido estruendoso como un pedo inodoro que los hacía reventarse de risa hasta que despertaba la pequeñita y se tenían que callar. Pero de eso hacía muchos años y la pequeñita ya era casi toda una señorita con todo y pechos que parecían conos de piloncillo bajo la blusita y finos cabellos de elote en las axilas, muy probablemente similares a los de su pubis, aunque ni él ni ella los habían visto y ni se atrevían a preguntar. Y después de la pequeñita vino otra que ahora era la pequeñita en turno y también se convertiría en señorita algún día de estos, aunque no parecía tener prisa en abandonar su niñez. Samira se miraba las manos y se las acariciaba, recorriendo las arrugas de la mano derecha con el índice de la izquierda y las yemas de los dedos de la mano izquierda con el pulgar de la derecha. Y a veces se ponía quisquillosa, con esa ligera irritación de la piel que de repente cambiaba de cariz y le endurecía los pezones y le hacía salivar la boca humectándole aquellos labios que lucían bellos sin lápiz labial y aquellos otros, los que escondían su rubor carmesí en una tupida maraña tropical que la lengua de Antonio gustaba recorrer para después perderse en recónditas profundidades que tenían gusto a zapote prieto y olían a tierra mojada. Y esa era la misma lengua fina que tanto placer le daba y que tanto dolor le causaba. Porque la lengua incendiaria de Antonio que podía atizar brasas en su cuerpo entero y que sabía alborotar a los estudiantes de la Facultad con su hábil retórica marxista se había vuelto hiriente, tan hiriente que Samira ya ni recordaba porque él la había escogido a ella como esposa, cuando había muchachas más bonitas en la Facultad, aunque quizás no tan inteligentes, pero ¡qué rayos tiene que ver la inteligencia con el ardor! Porque como sabía todo mundo, Samira y Antonio se conocieron en la Facultad, cuando ambos tenían veintidós, los dos bien jovencitos y llenos de ilusiones y listos para conquistar el mundo antes de que éste los conquistara a ellos. Pero antes de que pudieran desafiar un destino apenas esbozado, Samira se dejó conquistar por este joven con lentes de Trotski y los gestos tiernos de su propio padre. Y su lógica y su convicción eran tan contundentes que ella le cedió a este hombre joven y emprendedor el derecho (que él llamaba obligación) de conquistar al mundo por los dos. En aquel entonces Samira no sabía que dicha cesión también marcaría la claudicación de sus sueños. Samira recorría con su índice derecho el puntal inicial de aquella M que la palma de su mano izquierda ostentaba con tanta lucidez. Era una M perfecta, nítida, sin interrupciones, ni desvíos ni caminitos laterales ni nada ajeno a su escueta sencillez, idéntica al brillante futuro que todos le pronosticaban. La palma de su mano izquierda quedaría inmutable a lo largo de su vida llena de vericuetos y fue la derecha, la que dicen que refleja el protagonismo del individuo, la que empezó a cambiar. Samira ya no recordaba bien cuando se inició este extraño fenómeno. De niña, los adultos siempre le querían leer la mano, quirománticos aficionados que se sorprendían al ver la nítida simetría de sus manitas regordetas, con dos emes mayúsculas, cada una perfecta, cada cual la calca de la otra, o imagen en espejo, o reproducción serigráfica de un Andy Warhol sin imaginación o copia xerox hecha por una de esas máquinas donde echas unas moneditas y te sale un verso, un certificado, una foto borrosa, o la nalga de una secretaria borracha que hizo el ridículo en una de esas absurdas posadas de oficina, donde se les hace el feo a los cónyuges, cuando menos a los propios, y de las cuales nadie se acuerda pasada la cruda. Samira ya no recordaba cuándo le empezaron a cambiar las huellas palmares. Primero se le partió la línea de la vida de la mano derecha, cuando los médicos del Hospital Francés lograron extirparle su inútil apéndice antes de que le reventara en su hinchado vientre. Luego, cuando le nació su hijito, una tenue flamita que se apagó con la cálida brisa de Acapulco, empezándole a titubear la chispa de su propia vida, como si se le estuviera asfixiando el deseo de vivir. Luego le comenzaron a salir rayitas disparatadas como ramitas de una enredadera, cuando Antonio empezó a ponerse raro. Bueno, ni quién negara que ella también había cambiado y ya no era la de antes. ¿Pero quién, de hecho, había iniciado esta carrera desenfrenada? Cuando Samira llegaba a este punto en sus elucubraciones, los ramales de su palma derecha le enmarañaban la cabeza convirtiéndosele en un berenjenal. Lo que importaba, se repetía Samira, era que las líneas del destino y las del libre albedrío habían tomado rumbos diferentes y que cuando eso pasaba, se producían escisiones en otras células del cuerpo, desarticulándose la lengua del cerebro y el cerebro del corazón y el corazón de la razón y la razón del alma y finalmente, se te partía el alma y se te hacía añicos el corazón, y tus ojos se desorbitaban en un vacío que nadie ni nada podía colmar. El granizo golpeaba los grandes ventanales de la casa que los Gutiérrez habían mandado construir en Olivar de los Padres, en la carretera rumbo al Desierto de los Leones. Antonio y Samira se la construyeron de a poquito. Gracias a una fácil hipoteca que la Universidad le otorgara a Antonio y los finos sarapes que Samira tejía con tanta facilidad, y por las cuales los turistas gringos pagaban precios inflados en el Bazar del Sábado, pudieron los jóvenes esposos hacerse su nidito de amor, de a poquito, pajita por pajita, como tortolitos, poniendo palitos más gruesos cuando les caía un dinerito. Además contaban con la ayuda de Pedro, el hermano de Lupe la cocinera, hábil carpintero, albañil, plomero, pintor de brocha gorda y "lo que usted mande, seño". Nunca derribaron la casita de adobe al fondo del lote, donde había nacido y muerto el viejo campesino cuyo hijo les vendiera el terreno. -La conservaremos para la suegra- sonrió Samira. -¿La tuya o la mía?- replicó Antonio, plantándole un beso en la punta de la nariz. Ninguna de las dos suegras llegaría a vivir ahí, porque Samira se atrincheró en ella cuando se enteró que su marido tenía intenciones de enviarla a una casa de reposo en Tlálpan, "hasta que se sintiera mejor". Era uno de esos chubascos que a veces enlodan los alcantarillados de la ciudad pero que aclaran el aire, dejándolo diáfano y fresco. Lucerito tenía la nariz pegada contra el ventanal de la sala, confundiéndosele las lágrimas que le escurrían sobre el rostro con la cortina de agua que caía del otro lado del vidrio. Miraba la casita donde vivía su madre e intentaba, pero no conseguía, recordar la última vez que había enterrado su rostro en los cálidos y perfumados senos maternos. Esmeralda hacía sus deberes con aquella concentración que le caracterizaba y que le permitía aislarse de un mundo que cada día le producía más perplejidad. Antonio a su vez escribía a máquina, preparando su conferencia para el día siguiente. -Aléjate de la ventana, Lucero, no sea que te vaya a caer un rayo- amonestó Antonio con cierta irritación. Lucerito se chupó los mocos, volteó la cara hacia su padre y entre sollozos e hipo reclamó: -¿Por qué obligaste a mamá a vivir allá solita en el jardín, sin nadie que la cuide ni que le haga cariñitos? Antonio alzó la vista, se quitó sus lentes redondos con aros de metal, se frotó los ojos cansados y estuvo a punto de decir algo, pero prefirió callar. - Contéstame, insistió Lucerito. -Porque está loca y ya deja de fregar, que tengo que estudiar, interrumpió Esmeralda con evidente enfado. -Esmeralda, ¡te prohíbo que le hables a tu hermanita en ese tono! Y tú, Lucerito, obedéceme y apártate de la ventana, que te vas a resfriar. Lucerito se secó las lágrimas y se echó en los brazos de su padre hasta que él la empujó suavemente hacia el sofá y se sentó al lado de ella. -Lucerito, Esmeralda, escuchen de una vez por todas: Mamá vive en esa casita porque allí es donde se encuentra mejor. Nunca le sentó bien la vida familiar y ustedes no le dejaban hacer sus cosas. No es que le estorbaran ni que no las quisiera, sino que simplemente ella nunca fue como otras madres. Pretende que una mujer tiene derecho a realizarse en otros quehaceres y no nada más en la maternidad. En fin... a propósito, Esmeralda, hazme el favor de no llamarla loca, ¡me oyes! El loco fui yo por haberme casado con ella. -¡Papá! -Perdóname, hija. Lo que quiero decir es que simplemente perdió la razón... si es que acaso alguna vez la tuvo, - agregó en voz baja. -¡No seas hipócrita, papá! ¡Es tu culpa que haya enloquecido y ahora te haces el angelito! Antonio miró a su hija mayor con incredulidad. Y él que había hecho las veces de madre y padre; que se había desvivido por ellas mientras la madre se la pasaba urdiendo y tramando sus delirantes mantas y desatendiendo a sus hijas. No era su culpa si la gente pagaba tan bien por su imaginación onírica y la destreza de sus manos mientras que un pinche profesor apenas ganaba suficiente para comprarse los libros que requería y de cuando en cuando un congreso científico en el extranjero. ¡Carajo! la única persona que comprendía todo esto había sido Paula, una de sus mejores estudiantes, aunque luego se le echó encima y lo tachó de "machín marxista". -O le eres fiel a tu señora y te dejas de tarugadas o te vienes a vivir conmigo y me tratas como una verdadera compañera. Escúchame bien, Toño, porque no lo voy a repetir: no esperes comer de dos platos toda tu vida y quedar bien con el diablo y con el santo. O si prefieres, te lo pongo más claro: ¡El socialismo empieza en casa! Y quién se imaginaría que su mejor alumna terminaría por caer en las trampas del reformismo. Aunque pensándolo bien, ni Paula ni las demás muchachas de su generación lograban comprender que el feminismo era una estratagema del capitalismo para dividir a todo mundo y postergar la verdadera revolución. Plus ça change, plus c'est la même chose! (Continuará) Por KGN
Siempre quise tener una mujer a mis pies, ¿y sabes qué? ¡En una ocasión la tuve…! El lugar no importa, el día no lo recuerdo; pero literal: a esa mujer la tuve a mis pies… Caminando por la acera me encontraba mientras veía a los turistas extranjeros caminar por las calles empedradas, comprando artesanías de la región o dulces típicos de leche, tal vez comiendo nieve de garrafa o tomándose fotografías en los murales de excelentes artistas no reconocidos sino, más bien, ignorados. En la esquina, una gran maceta de concreto adornaba la escena con un pequeño árbol que luchaba por sobrevivir al olvido del pueblo. Yo, como siempre, distraída observando vagamente lo que ocurría a mi alrededor y disfrutando del día que, aunque muy soleado para mi gusto, prometía convertirse en un paseo agradable. Fue justo llegando a la esquina que la vi… ¡Ahí estaba ella!... De cuerpo menudo, lentes de sol, short de mezclilla, blusa de verano, bolsa elegante al hombro y otra de plástico en la mano, sonreía coqueta y su caminar era un tanto provocador ¡Simplemente era hermosa! Pero ¿cómo logré tenerla a mis pies?, muy sencillo; una irregularidad en el concreto de la banqueta fue su perdición y la mía también. De ella, porque su sandalia se atoró al dar un paso haciéndola tropezar sin freno alguno (esquivó perfectamente la gran maceta); y mía porque dejé escapar mi oportunidad. Avanzó dando tumbos y tratando de detenerse en el aire, pero fue inútil. Cayó sobre la banqueta y parte de la calle frenando justo a mis pies. ¡Mi deseo se había cumplido! Una sandalia se proyectó en la maceta y otra detuvo su vuelo a mitad de la calle. La bolsa de plástico se rasgó y de ella salieron, como en bandada de pájaros, diversos quesos de cabra que felices se esparcieron por la calle. 1, 2, 3, 4 segundos pasaron y no supe qué hacer. Pude ayudar a levantar a la accidentada, (que comenzaba a quejarse), pero no lo hice. Pude juntar los quesos antes de que un automóvil los aplastara, pero no lo hice. Pude ir por las sandalias pero, al ver que alguien ya las traía en la mano, no lo hice. Pude entregarle las llaves de su carro, que fueron a parar junto a la llanta de una camioneta estacionada cerca, pero no lo hice. Ahí me quedé sin saber que hacer ¡Es increíble como en 4 segundos puede cambiar todo!, pensé. Una mujer hippie, que atendía un local comercial, fue la salvadora de tan desafortunada mujer. Casi a la fuerza, porque la mujer insistía en estar bien aun cuando rengueaba y tenía raspado el antebrazo, la introdujo a la tienda con la promesa de sanarla de cualquier malestar o dolor causado por la caída con pomada de no sé qué hierbas y fomentos. Otras personas le entregaron las pertenencias recogidas de la escena. Y ahí seguía yo, desconcertada, pero de pie como un árbol. Cuando salí de mi estupor, todo volvió a la normalidad. Por una caída el mundo no se detiene ¿o sí?, lo mío fueron solo unos segundos, pensé. Sin más seguí mi camino y en el malecón del pueblo reflexioné: Cuando le pidas algo al universo, cerciórate de ser claro en tus deseos; porque te lo pueden conceder en su forma más literal y no sabes después qué hacer con ellos, dejándolos esfumarse como yo lo hice. Por José Isoteco Palemón Antes que los rayos solares peguen sobre la tierra, mi esposa, Petra comienza a tortear, pues esta mañana, tendré peones. Cortar carrizo para luego vender al comisario será el oficio de este día, y con ello se armarán techos del aula escolar. Por fortuna, cuento con gran espacio de carrizal. Mis camaradas llegan entusiasmados a la casa y mi esposa comienza a servir raciones de comida; cuando concluyen, con machete en manos, se dirigen al corte. Como tan pronto llegan, hacen sonar el ruido de los machetazos dejando eco. Los carrizos caen amontonados por tamaños. Dos personas, se encargan de cortar, uno acomoda y los dos últimos lo van deshojando. Sin tregua, avanzan y el reloj tintinea a medio día, un fuelle de calor se presenta. Por suerte, por ese sitio corre un canal de agua y los labriegos remojan sus cabezas para amortiguar el sol abrasante, aunque también beben. Llega la hora de la comida, se alistan lavando sus manos impregnadas de mugre. Se dejan caer, a cuerpo suelto, sobre el suelo. Se ponen a deleitar los alimentos. Concluyen y luego reanudan tajando al filo del machete. Por mi parte, cargo manojos de carrizo y transporto en las bestias, la base del tallo es colocado en la grupa y las puntas arrastradas. Tuvo que ser como las tres de la tarde, cuando mis valedores seguían jornaleando, pero de repente, oyen, retumbando entre el carrizal, el gemido de alguna bestia —¡Un animal! La zozobra infunde. Mis cuates incuban una vasta de imaginaciones negativas. —Animal del diablo. ¿Cómo es que llegó hasta este sitio? —alguien de ellos cuestiona. —Lo raptaron —alguno, otro comenta. Y no falta quien arguye: —Es una trampa y nos quieren calar. El último se atreve y entra donde se encuentra aquel ser viviente para verificar de quién se trata, cuando arriba al sitio, grita: ―Oigan, no se trata de una bestia; es un marrano ―comenta. Entran todos juntos, desatan aquel animal: Uno de ellos se envalentona y les dice: ―Hay que esconderlo antes que llegue el patrón; nos las llevaremos. ― ¿Pero no estará maleado? ―otro pregunta. ―Si no quieren, yo me lo voy a matar y comer, unas buenas carnes y chicharrón saldrán, no importa si es del demonio ―arguye el más veterano. ― ¡Ah no!, si es así, no las comeremos entre todos ―corean las voces. El marrano es arrastrado a cierta distancia y hasta le hacen pláticas: ―Aquí te vamos amarrar, no grites porque el patrón puede escucharte. Mientras aquel cuino, gruñe: ―¡Oinc-oinc-oinc! Reanudan a la faena; cuando regreso con ellos, encuentro seria a mi gente y nerviosa. Bajo de la grupa y cuestiono lo que ocurre: —¿Todo bien camaradas? El más valeroso comienza a decir: —Patrón, encontramos un marrano en medio del carrizal pero cuando quisimos agarrarlo salió corriendo. ―Bueno si lo vuelven a ver lo atrapan, eso me interesa ―repuse tajante. Aquellos labriegos se miran unos a otros, aturdidos: ―Sí patrón, si lo vemos lo vamos a atrapar ―responden en coro y aprueban con la cabeza. Cuando concluyen con su horario jornal, se dirigen a desatar aquel cuino y se lo traen a su casa, de uno de ellos, sin que me dé yo cuenta. Pasaron algunos meses, nadie lo reclamó, desuellan el puerco. Éste gime roncamente hasta morirse: ―¡Oinc-oinc-oinc! Enjambre de moscas zumban cerca de la masa sanguinolenta. Los arrieros ríen saboreando aquella carne mientras a mí me sirven un plato de frijoles. José Isoteco Palemón (México, 1984). nació en Acatlán, Municipio de Chilapa de Álvarez, Guerrero. Estudió biología en la UNAM. Su lengua materna es el náhuatl. Actualmente se desempeña como docente de una preparatoria a distancia (EMSaD- CECYTE, GRO), en la que imparte clases de biología y química. Escribe narrativa, principalmente, y está interesado en el rescate del paisaje rural y la lengua náhuatl. Por Lázaro Fierro
Taller de Calaveritas Literarias y el Tetrástrofo birrimo Arizona State University Memorial Union - MU 240 Navajo y vía zoom: https://asu.zoom.us/j/92357167424 Domingo 24 de octubre, 2021 4:00 - 6:00 p.m. En colaboración con Chicano/a Studies in Spanish Por Agustín García Delgado
Su majestad la mosca Compartimos las mismas aguas de este vaso; no la veo posarse en el abismo de cristal, sólo presiento su tibieza diferente cuando bebo. ¿Qué hace la mosca? navega olisqueando en la atmósfera casera, fragante de secretos familiares. Es una mosca de las grandes, con destellos verdirrojos. Una leve tentación de no dañarla hace titubear mi instinto. Yo, asesino, alcanzo el matamoscas. El insecto presiente la muerte y acelera el movimiento de sus alas. Es un estado alegre el suyo, pienso, y vuela cada vez más cerca, retadora. Tan magno animalón, parece difícil que pueda volar. Qué clase de bestia ves en mí, pregunto en voz alta, cuando me observa con mil ojos directo al par que yo le opongo. El brillo del vaso la seduce como un imán al clavo. Yo, en tanto, emprendo la indeseada cacería, el sinsentido de la muerte: compartimos, siempre compartimos el agua de mi vaso y otras cosas, y aún supongo inevitable, obligado el sacrificio. Si yo tomara la vida como una rosa desmayada sigue el flujo que la lleva de un arroyo. Cerrados ojos, que el torrente me llevara y yo al torrente, en la misma trayectoria. Igual fatalidad, sin penas en el ciego dejamiento (estoy hablando de la rosa). No pide algo a cambio del viaje, nuestro arroyo. ¿Acaso la rosa bajó a beberse el agua? Un beso gratuito, eso ha sido. Alegre es la cercanía (vuelvo a la mosca) del final. Sin consideración, pues ella ha bendecido con su beso más libros de los que nunca sacaré de los estantes, acabo con su vuelo. Alas imperiales, ojos tornasol como un tocado real… oigo su caída pesada. Gratuito mosquicidio. Vuelvo a ser yo, reivindico mi comunión con el insecto y bebo, sin cambiar de vaso, agua bendita. La mosca, ahora entiendo, reinaba en estos aires ya baldíos. Falta su mosquedad para que aspire los caseros odios y el amor, si hubiera. Murió su majestad, ¡viva la mosca! Ventana Al mundo solamente lo conozco a través de la ventana. Cuando fui confinado en un cuarto sin huecos ni rendijas en los muros, practiqué con sangre propia una ventánula, vertical rectángulo, de torre castellana. Por ahí veía ciudades y miserias de los citadinos entes. Jamás pudieron ocultarse para mí aunque ellos no pudieran verme. Diríase un empecinado ventanismo el mío pues en cada resquicio de la desazón, cada sosiego de la desesperanza, se abría paso la luz rectangular de una mirilla por donde el discernimiento se colaba. Por eso no fui solo, por eso no fui triste, ni cuando estuve ciego: mi corazón estuvo siempre abierto. Por ahí es que espiaba y respiraba; por ahí es que siempre estuve al tanto de mi gente y de la gente ajena y de la historia. Digo ahora, cuando a trozos el muro se derrumba por vejez, por nulidad: vivir valió la pena, vivir valió el encierro. Gracias, ventánica obsesión. Agustín García Delgado Jiménez, Chihuahua, 1958 Vive en Ciudad Juárez, México, desde los cinco años. Ha trabajado como carpintero, periodista, editor, profesor de literatura, entre otras cosas. Sus intereses principales son: poesía, filosofía y humanismo, música y convivencia familiar. Publicaciones:
Por Eduardo Mosches
Pájaros y lunares El otoño marca ternuras en sus lunares observo sus formas los dedos escalan en la calidez de su piel levedad mi lengua se entretiene en percibir sabor mareo de girasol de este planeta el sol del pubis tibieza en mis dedos lago de calma inicio del viaje Los lunares entretejen melodía en mis ojos valle del descanso empujo mi persona en su persona ahondo ahonda miel de noche de otoño en gotas de este verano interior. Los pájaros picotean granos más allá de la ventana. Cualquier esquina Las esquinas se pueblan de figuras humanas y delgadas, ancianas que duelen con esa mano extendida; la olla perfuma la mesa y sus sillas, una sonrisa de verano La mano en su cintura tensa de ánimo y baile, dedos labran figuras en los granos de maíz, montículos de días maduros y ceniza tibia. arrugas hendidas en la piel injertadas por el tiempo, en los surcos de alguna sonrisa memoriosa. La mujer queda olvidada en esa esquina cualquier esquina de esta ciudad. Fugacidad Penden las estrellas racimos cercanos a los ojos, pegados al deseo imposible de acariciarlas, la comba del cielo caverna aérea profundidad de lo oscuro, una suicidada estrella se desbarata en línea fugaz después de miles de años. El mar susurra a la luz en su caída cocoteros guardan nubes de lluvia en el ovalado refugio verde. Plañideras por piratas en este mar caribe las naves surcan en los libros de historia en la memoria de mis cuentos infantiles. La luna se ha ocultado los perros ladran a la luz perdida. Eduardo Mosches (Buenos Aires, 1944), mexicano de origen argentino, es poeta y editor. Estudió Ciencias Sociales en la Universidad Libre de Berlín, Alemania Occidental, y Cinematografía en la Universidad Nacional Autónoma de México. Reside en Ciudad de México desde 1976. Desde 1985 es director fundador de la revista independiente Blanco Móvil, y del 2002 al 2012, fue jefe fundador del departamento editorial de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Ha publicado 10 poemarios y un libro de prosa. Además, ha colaborado en periódicos y revistas de México, Argentina, Alemania, Brasil, España, Estados Unidos, Israel, Italia y Chile, entre otros. Ha recibido varios premios nacionales como poeta y editor de revistas literarias. Ha sido traducido al alemán, italiano, portugués, hebreo e inglés. Por Juan Felipe Herrera 21st Poet Laureate of The United States arizón maricopa tempe tu tierra roja sangre tu vereda arid sunset sweet arizón cactos espigas de espinas brazos verdes llantos altos almas ramas pulmones pizcando el cielo arizón campesinos levantando algodón estrellas de oro blanco pa'l ranchero nubes de sal sellos de sueldo pa'l que hace labor cuerpos roJos climbing cotton flowers to the dawn weaving una risa sin dolor arizón a las tres de la mañana hay que rajar la raíz del tiempo es que campesinos si nos hay muchos levantando el cielo por el campo arizón pima xicano pápago apache arizón no zon nombres zon rimas y un ritmo energía de un principio si nos levantamos campesinos levantamos cielos por los pueblos cotton flower suns --Rebozos of Love (1974) PHOTO-POEM OF THE CHICANO MORATORIUM 1980 / L.A. Photo I. Pilgrimage The march is holy. we are bleeding. the paper crosses unfold after ten years. stretching out their arms. hailed. with spray paint. into the breasts of the faithful. followers. they bleed who we are. we carry the dead body. dragging it on asphalt America. we raise our candle arms. our fingers are lit. in celebration. illuminating. the dark dome of sky. over Whittier Boulevard. below. there are no faces. only one. eye. opening its lens. it. counts the merchants locking iron veils. silently secretly. as we approach. their gold is hidden. they have buried diamond sins in the refrigerators. under the blue velvet sofas. they are guarding a vault. of uncut ring fingers. the candles sweat. who tattooed the santo-man on our forehead? Rubén Salazar. we touch the round wound with saliva the clot of smoke. a decade of torn skin. trophies. medallions of skull. spine. and soul. spilled. Jammed. on the grass. gone forever. beneath the moon-gray numbers of L.A.P.D. August 29 1970. running. searching for a piece. of open street. paraíso negro. pleading to the tear-gas virgins. appearing over the helmet horns of the swat-men. iridescent. we walk. floating digging deep. passing Evergreen Cemetery, passing the long bone palms shooting green air. stars. as we count the death stones. burning. white. rectangles. into our eyes. processions have no gods. we know. they know. the witnesses. on the sidewalks the thirty-two year old mother with three. children. no husband. by the fire hydrant. the bakers. the mechanics leaning on the fence. spinning box wrenches. in space. the grandfather on the wheelchair saluting us. as we pass. as we chant. as we scream. as we carry the cross. a park with vendors appears ahead —Juan Felipe Herrera Exiles of Desire (1983), 43 FOTOPOEMA DE LA MORATORIA CHICANA DE 1980 / L.A. Foto I. Peregrinación La marcha es sagrada. estamos sangrando. las cruces de papel se desdoblan después de diez años. estiran sus brazos. clavadas. con pintura de aerosol. al pecho de los fieles. seguidores. ellos sangran lo que somos. cargamos el cuerpo muerto. arrastrándolo por el asfalto América. levantamos nuestros brazos de cirio. nuestros dedos se encienden. en celebración. iluminando. el domo oscuro del cielo. sobre Whittier Boulevard. abajo. no hay rostros. sólo un. ojo. que abre su lente. que. cuenta los comerciantes cerrando cortinas de hierro. en silencio en secreto. conforme nos acercamos. su oro está escondido. han enterrado pecados de diamante en los refrigeradores. bajo sillones de terciopelo azul. están cuidando una bóveda de dedos anulares sin cortar. los cirios sudan. ¿quién tatuó al hombre santo en nuestra frente? Rubén Salazar*. tocamos la herida redonda con saliva el coagulo de humo. una década de piel rasgada. trofeos. medallas de cráneo. espinazo. y alma. derramada. atascada. en el pasto. se fue para siempre. bajo los números gris luna de la policía de L.A. 29 de agosto de 1970**. corriendo. buscando un pedazo. de calle despejada. paraíso negro. rogándole a las vírgenes del gas lacrimógeno. apareciendo sobre los cuernos del casco de los granaderos. luminiscentes. caminamos. flotando cavando hondo. pasamos el Cementerio Evergreen. pasamos las largas palmeras de hueso que despiden aire verde. estrellas. mientras contamos las lápidas. quemando. blancos. rectángulos. en nuestros ojos. las procesiones no tienen dioses. lo sabemos. ellos lo saben. los testigos. en las banquetas la madre de treinta y dos años con tres. hijos. sin esposo. en la boca de fuego. los panaderos. los mecánicos recargados en la valla. girando sus llaves de tuercas. en el espacio. el abuelo en silla de ruedas saludándonos. cuando pasamos. cuando cantamos. cuando gritamos. cuando cargamos la cruz. un parque con vendedores aparece más adelante. —Juan Felipe Herrera Los vampiros de Whittier Boulevard (2009),21-22 Traductor: Santiago Román *N. de T.: Rubén Salazar (1928-1970), periodista chicano asesinado por la policía de Los Ángeles en el Silver Dollar de Whittier Boulevard, mientras reportaba las marchas de la moratoria chicana nacional contra la guerra de Viet Nam el 29 de agosto de 1970. El policía que lo asesinó nunca fue llevado a juicio. **N. de T.: La moratoria chicana, también conocida como el Comité Nacional de la Moratoria Chicana, fue un movimiento de activistas estudiantes y miembros de los “Brown Berets” (Boinas Cafés) organizados en contra de la guerra de Viet Nam. Tuvo sus raíces en el movimiento estudiantil de preparatorias del 68 llegó a su cumbre durante la marcha del 29 d agosto de 1970 con la participación de más de 30,000 personas en el estede Los Ángeles, violentamente reprimida por la policía. Este evento es conmemorado anualmente, de allí que la fecha en el título del poema se refiera a la moratoria de 1980. ODE TO THE INDUSTRIAL VILLAGE OF THE WORLD I
This is the ode to the industrial village of the world Where the Third World dwells and works imprisoned and Breathes in anguished rooms exporting a billion samples Of dependence, depression and death to the sovereign Kapital market of the singular and sacred and absolute Empire of the World Bank How long have we sailed and battled in this sinister ship? How long have we been flayed over its corporate altars? How long have we fed and hosted the invisible captain priest? O village of streams, ponds, deltas, lakes, rivers and oceans O village of deserts, mountains, jungles, islands and plains O village of women, children, men, animals, fishes and birds O village of Blacks, Indians, poor people, Latinos and Asians O village of borders, colonies, barrios, cells and reservations O village of miners, factory workers, process operators and slaves How long have we been denied our name, our song, our power? How long have we been buried in our own ashes, in our blood? How long have we been kept alive in the pockets of the Master? II We have witnessed the Master’s brothers cross the ocean for tribute To the deepest auras of the earth where minerals gnarl and harden All constellations and all the moist organisms of the world have seen In Namibia, Africa, at Tsumeb, Amax crossing its arms to contemplate At eight per cent of its import of arsenic crops throughout the world In the village our lungs sprout cancer In San Luis Potosi, Mexico, Asarco standing attentive curling its beard Gazing at the new harvest of the colossal moaning arsenic smelters Smelters of U.S. arsenic residues, smelters of high level arsenic ore In the village our lungs sprout cancer In Grafton, Australia, Mr. James Hardie, owner and illustrious King of the Burylgil Asbestos Mine, wondering and pondering on the divine Duration of the largest asbestos mine in the history of the continent In the village our lungs sprout cancer Asbestos in Brazil, Asbestos in Nigeria, Asbestos in the Philippines Asbestos in Taiwan, Asbestos in Venezuela, Asbestos in Colombia Asbestos in Korea, Asbestos in Jamaica, Asbestos in Guatemala Asbestos in Tunisia, Asbestos in Sri Lanka, Asbestos in Malaysia The Master says the Asbestos plant grows tallest in our village 45 miles North of Mexico City Bayer guards its robust affiliate factory Projecting shares and dividends from the brilliant chrome fruit crops In the village our skin sheds ulcers In South Africa Union Carbide and the General Mining and Finance Corp. Celebrate the new ferrochrome plant in the Transvaal, a smelter to rival SOVIET CHROME In the village our skin sheds ulcers In New Mexico, Kerr-McGee Corporation strips the land and computerizes The offering of days and decades in the gross weight of uranium ore To sanctify the nuclear future and illuminate a new age of intervention In the village our lungs sprout cancer Uranium in Australia, Uranium in South Africa, Uranium in Texas Uranium in Wyoming, Uranium in Canada, Uranium in Colorado The Master says the Uranium plant grows sweetest in our village O village of Mercury mines drowning the great Wabigoon River of Canada O village of Mercury death flooding Bahia Cartagena waters of Colombia O village of Petrochemical plants shrieking into the tropical night of Cubata, Sao Paolo O village of petrochemical hysteria exploding into the soft and dark ears of Shukra El Kheima, Egypt Our nerves are disintegrating Our livestock is falling and dying Our children are born without hands Our children are born without bones O village of chambers where winter is eternal and sunlight forbidden in the Tin mines of Bolivia, in the Tin Mines of Australia and Nigeria The Master has given us seven long years to live Ill O Industrial village of the world lift up your green phosphorescent voice Your jaguar throat, your tigress howl, your eagle chant, your condor words Your leopard fists, your black bear jaws, your glistening whale skin shield Your anaconda waves, your monsoon arms, your lightning fangs, your lava claws Your hurricane mouth and storm from your deepest and darkest earthquake womb And deliver the fatal strike into the billowing and bloodless global heart Of the World Bank Master Deliver the fatal strike to the export conduit in Third World nations Deliver the fatal strike to the relocation of Capitalist industry Deliver the fatal strike to the military ship of Imperialist cargo and prayer And our village shall sprout a tender fire of invincible arms And our village shall drink from an ocean of health and light And our village shall weave the flowing petals of work without fear And our village shall speak to the coming generations of liberation And our village shall sing in harmony of our sovereign independence —Juan Felipe Herrera Exiles of Desire (1983), 59-61 Por Juan Felipe Herrera The poets are gathering In Mexico City the poets are hollering at this very moment. In Beijing the poets are publishing in a clandestine office. In Argentina the poets are effervescent. In Saigon the poets are talking talking, talking, and cafeterias. In Chile the poets are translating without ivory-colored shirts. In Uruguay the poets are sitting under the stars playing a milonga. In El Salvador the poets are busy writing denuncias, denuncias. In Nicaragua there's a tradition of poets Para el pueblo, para el pueblo, el pueblo libre. En Honduras there are lost documents the poets are digging out. In Colombia the poets are making teatro experimental en Cali. In Granada the poets are gathering in la Casa de Lorca smearing la sangre de los patos de los puercos, de las vacas, de Ignacio Sánchez Mejía, on their faces. In Madrid the poets wear sashes the color of blood and roses the color of bread. In Johannesburg the poets have not forgotten Biko, Biko, Biko Biko still lives. In Sao Paulo the poets are drumming are drumming are drumming are drumming on the streets drumming on the roofs drumming on the beds drumming and the tiny rooms. In Singapore the poets are riding diligently And in Alaska the poets are staring through the darkness through the darkness in the mid of midnight. In Finland the poets are writing about impossible friendship and all its ingredients. In Lithuania the poets, the poets are serious about you about you, they know you. In Berlin the poets are hammering están martillando they are hammering your walls on paper and all the walls all the walls around the world. In Tijuana every poet is gathering at the Centro Cultural el Valle del Rubí La Colonia Obrera La Colonia Juárez La Colonia Tenochtitlán La Colonia Nápoles La Colonia. En Mc Allen, Texas The poets are staring down la migra staring down la migra staring down la migra. And the Río Grande, Río Grande, the poets the poets are building piece by piece by piece by piece by piece by piece by piece by piece by piece by piece by piece by piece by piece the Sanctuary for the People. In Tokyo the poets are performing with paper suits. And the flaming tiger in Korea the poets are quoting Ho Kun and John Lennon. In Morocco the poets are reading with Víctor Hernández Cruz at this very minute you got to have your tips on fire you got to have your tips on fire you got to have your tips on fire you got to have your tips on fire. In Senegal the Sufi poets are weaving light. And in Cairo the poets are polling Khaled Mattawa. In Iran the poets are noticing the Grand Change. In Missouri the poets are alive with Martin Luther King’s Birmingham. Hawaii the poet bow down to the goddess Pele bring us your sacred water bring us the sacred fire let us stare down into the mouth of your creek Isha. In Haiti the poets are writing plays and everybody there is poetry. The poets are gathering The poets are gathering The poets Look up the poets look up the poets look up. All around all around the poets. The poets are saying the poets are saying everything is changing everything is changing everything is changing everything is changed. Hey me everybody peace is you. |
Escritor invitadoEn esta sección tendremos escritores invitados que compartirán su labor literaria con nuestros lectores. Archives
July 2023
|