Esteban Domínguez (1963). Licenciado en Letras Hispánicas (UNISON). -Coautor del poemario Gestos del silencio, publicado por la Unison en 1997. Autor de Soy tu confidente, soy tu secundaria, libro de cuentos, coeditado por el SNTE, sección 28 y la Universidad de Sonora, en 1999. Ganador del concurso del libro sonorense en el género de novela en el 2002, con Ruinas de Pueblo Viejo. Su libro de cuentos Detrás de la barda fue seleccionado para las bibliotecas de aula de la SEP en el 2005. Actualmente Dirige La Editorial Mini Libros De Sonora.
*** EL CUENTO SEMANAL 1 EL GUAPO Esta es otra historia que no se podría dejar de contar. Otra vez a la compañera de trabajo se le descompone el carro y una llamada justo en el momento de la salida pidiendo raite marca la diferencia de un día rutinario. La ves venir hacia ti contoneándose con sus cuarenta bien llevados y ahora en plena efervescencia hormonal por su más reciente divorcio. No hay problema, me queda en el camino su casa, así que vámonos. Y es cuestión de avanzar un poco, picar temas diversos hasta que salta la liebre. De un tema se pasa a otro, inicia por lo de los respectivos hijos, roza su- de él- ya próxima jubilación, vuelve la conversación a su hija- de ella- y su educación, la formación del carácter que no se debe dejar en manos de otros y llega a la historia de una maestra que lloraba ante sus alumnos. Ahí él para oreja, no sin dejar de echar ojo a aquellas piernas que se asoman bajo el corto vestido rojo que hoy se ha puesto. La madre, o sea ella, la compañera de trabajo, pendiente de su hija, se entera de que la maestra llora continuamente en el salón. Se lanza a encarar a la llorona, resulta que llora por problemas familiares, tiene un marido a quien llama “El guapo” y según esto sí está guapo, además es un mujeriego y para rematarla es agente viajero, se ausenta seguido de casa, así que la maestra se la lleva de drama en drama en el salón de clase ante unos azorados chamacos que ni la deben y sí la temen. Según la compañera, después del reclamo que le hizo a la llorona, hubo un cambio de actitud y ahora sólo lloraba en su casa o encerrada en el baño de la escuela. Ahora, ¿Qué se hace con esa información? La compañera se ha quedado ya en su casa, pero él se ha estacionado en la farmacia tan sólo para pensar qué se puede hacer en el caso de la maestra lloricona. Durante los siguientes días se dedicó a asediar a la compañera para completar la información acerca de la escuela y grupo donde está su hija, en nombre de la maestra y algunos otros detalles. Y un día, disfrazado como vendedor de licuadoras se presenta ante la maestra. Después de darle toda una explicación de cómo funciona el aparato y ya ganada su confianza le explica que en realidad lo que pretende es ayudarla con su problema. Ella al principio recelosa niega tener un problema, pero él la convence enseñándole una foto del guapo llegando a otra casa y siendo recibido por una alta y distinguida señora. Por si fuera poco, le muestra otra en pleno abrazo con la susodicha. Durante los días siguientes, la seguirá proveyendo de información para irla desengañando definitivamente acerca del comportamiento del guapo. Claro que la dejó desahogarse, hasta que casi se le acabaron las lágrimas. Pero al fin vio la luz. Guiado por el inesperado ángel guardián, decidieron presentarse en la casa donde el guapo iba cada tercer día. Él iría en calidad de testigo y lo presentaría como el primo lejano que vino a visitar. Así lo hicieron, el siguiente miércoles estaban ante la puerta del nidito de amor. Iban a tocar, pero al darle vuelta a la perilla de la puerta esta cedió y procedieron a entrar. No se oía nada, así que subieron sigilosamente hasta la recámara y, en efecto, ahí estaba el guapo en plena faena amorosa sobre una mujer que gritaba de satisfacción. El grito de la mujer del guapo se escuchó a varias casas. Después hubo un connato donde volaron varios objetos que fueron a estrellarse en la humanidad del guapo y la bella dama, gritos, jaloneos. Finalmente los dos intrusos a ese nido de amor salieron. Él la acompañó hasta su casa, donde la mujer terminaría la faena haciendo pedazos la ropa del guapo, cambiando chapas, decidida a terminar de una vez por todas con esa relación que la tuvo al borde del abismo. Meses después, a través de la compañera de trabajo, él se enteró que ya la maestra llorona había sonreído ante sus alumnos y las lágrimas eran cosa del pasado… © Esteban Domínguez
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Esteban Domínguez (1963). Licenciado en Letras Hispánicas (UNISON). -Coautor del poemario Gestos del silencio, publicado por la Unison en 1997. Autor de Soy tu confidente, soy tu secundaria, libro de cuentos, coeditado por el SNTE, sección 28 y la Universidad de Sonora, en 1999. Ganador del concurso del libro sonorense en el género de novela en el 2002, con Ruinas de Pueblo Viejo. Su libro de cuentos Detrás de la barda fue seleccionado para las bibliotecas de aula de la SEP en el 2005. Actualmente Dirige La Editorial Mini Libros De Sonora.
BREVES SUEÑOS Sueños Cuando el primer hombre logró ponerse en pie y echó a andar buscándose la vida debajo de los árboles y, luego, se refugió en cuevas para librarse de las inclemencias de la naturaleza, por las noches, sus sueños eran que trepaba a los árboles buscándose la vida… Motivo ─Señora, usted está en un lío gordo, a ver díganos, ¿Por qué asesinó a su marido? ─Porque roncaba mucho. ─Esa no es justificación, la mayoría de los hombres roncamos. ─Es que usted no tiene la menor idea de cómo roncaba. En todos los años que llevábamos de casados, jamás me dejó soñar un sueño completo. Esa locomotora se metía todas las noches, en los momentos de mis breves sueños. La insomne Esa mujer había intentado todos los remedios habidos y por haber para poder dormirse, no ya digamos para tener sueños, un imposible. Así que cuando llegó su príncipe azul y la besó, sus párpados cayeron como suaves cortinas y se quedó dormida para siempre. Nunca sabremos nada de sus sueños, si los tuvo. Declaración No sé dormir de lado, ni boca arriba, ni enroscado. Duermo boca abajo porque así sé que- aferrado a la almohada y al colchón- navegaré seguro por los ignotos mares del sueño. Un río soñaba Un río soñaba con algún día llegar al mar. Había nacido al pie de la montaña y al iniciar su descenso hacia la pradera, se dio cuenta que no sería fácil cumplir su sueño. Así que cerró los ojos y se dejó ir, sonriente, sólo sonreía al pensar en la vida brotando a su paso. © Esteban Domínguez Beda L. Domínguez. Escritora, Poeta, Periodista. Miembro de ESAC y Poetas del Mundo. San Luis Rio Colorado Sonora. México. AMARILLO (La sombra subrepticia) Beda L. Domínguez La fila para cruzar hacia San Luis México es relativamente corta, pero el tiempo de espera se le hace eterno al joven Rodino aquella fría noche de enero, quien medio dormido a causa de las prolongadas desmañanadas y los largos periodos de trabajo en los campos agrícolas de Estados Unidos, espera resignadamente en su camioneta poder pasar por fin a México y llegar a descansar a su departamento. Supo que se había dormitado frente al volante cuando volvió de su modorra al sentir que alguien se sentaba junto a él, lo extraño es no haber escuchado la puerta del auto abrirse para que se subiera y junto a su sorpresa estaba la indignación que no le había dicho nada, ni pedido aventón siquiera como para que ahora, esa persona esté sentada tan plácidamente junto a él. ¬¬ ¿Qué le pasa amigo? ¿Quién lo invitó a subir? le dice el joven al fortuito pasajero de quien no obtiene ninguna respuesta, sólo siente cómo esa persona, o lo que sea, lo mira fijamente, como si absorbiera cada una de sus respiraciones o recogiera para sí, cada uno de los violentos latidos de su corazón, producto de su presentimiento de que algo malo está pasando. Un escalofrió lo invade cuando se da cuenta que el rostro de su indeseado pasajero le es muy familiar, aunque un tono amarillo en su piel lo vuelve extraño, es un tono que lo ciega de repente, parece que brilla mucho, tanto que se tiene que restregar los ojos que heridos reaccionan ante el fenómeno de la luz intensa que produce el color de aquel “ser” que lo ha abordado subrepticiamente. Felipe reconoce que es como ver un holograma de sí mismo. Se restriega los ojos de nuevo y se da cuenta que ya no hay nadie, ¡Vaya manera de perder la conciencia! ¡Ya hasta ando mirando cosas que no son! Piensa molesto. Un leve ruido en el capacete de la camioneta lo distrae, se baja y la revisa completamente y comprueba que no hay nada, sube y por fin pasa la línea y llega así a su departamento ubicado a un costado de un conocido supermercado de la calle Sexta y Av. Félix Contreras. El muchacho baja pausadamente de su camioneta, aún nervioso bajo efectos de la impresión que se llevó con el suceso en la línea. Continúa rumbo a su departamento y desde lejos ver cómo algo gelatinoso y amarillento parece recorrer los techos de los departamentos. Sacude la cabeza pensando que está sugestionado, llega al departamento y cuando abre la puerta mira cómo “ese algo amarillo” se ha “colado” antes que él entre, sin que lo pueda evitar. Totalmente atemorizado, enciende todas las luces, revisa todo el lugar palmo a palmo, se da cuenta que no hay absolutamente nada. Fatigado por la jornada laboral y las emociones, trata de olvidar todo lo sucedido y decide darse un baño, después queda dormido profundamente. Su sueño es interrumpido cuando de nuevo se siente observado, de pronto está totalmente despierto y sabe que cerró muy bien puertas y ventanas, que es casi imposible que alguien haya entrado. Decidido abre los ojos y ve sobre él, flotando, aquel ser amarillento que lo mira fijamente, sus ojos parecen reflejar los suyos, su piel casi toca su piel que irradia ese extraño color, su aliento, casi se confunde con el aliento fétido del “ente”. Está petrificado, nada puede hacer, no atina a mover ni una pestaña, el “ente” se eleva. Felipe lo ve cómo parece filtrarse al techo como si fuera una mano más de pintura, pintura amarilla, pintura incolora, pintura que por fin, se ha difuminado. La claridad del día invade la habitación, Felipe yace inconsciente, incoherente, con la vista fija a ninguna parte. ꟷEl leve color amarillo de su piel indica algún problema hepático, quizás tomaba mucho alcohol,- dicen los médicos en la junta donde comentan el caso-, los jóvenes creen que no les afecta el hígado, que pasarán años antes de que presenten algún efecto secundario a tanta disipación. ꟷTambién hay que descartar si no trae alguna colelitiasis,- dice uno de los cirujanos-, o hepatitis-, dice otro. ꟷLo extraño es que es la tercera persona que ha habitado en esos departamentos y que es encontrada inconsciente e incoherente y con los mismos síntomas, con el mismo tono en su piel,- agrega la trabajadora social quien ha seguido el caso de los tres pacientes antes mencionados. ꟷHay que avisar a Salubridad- dice el Jefe del Área Clínica del Nosocomio-, quizás exista alguna mascota habitando ahí con algún virus, y lo está transmitiendo a los inquilinos, no hay que olvidar que uno de los pacientes al parecer tenía una gata de angora, y que cuando lo iban a subir a la ambulancia, el animal se erizaba furioso y casi hiere con sus garras al camillero. Dice el muchacho de la Cruz Roja que la gata parecía estar poseída, que sus ojos tenían un color amarillo muy extraño. ꟷTodos ustedes saben muy bien que un virus entre otras cosas, puede causar alucinaciones-, interrumpe diciendo uno de los médicos de reciente ingreso-, lo digo por el único paciente de los tres encontrados que tuvo la fortuna de recobrarse un poco, pero que al parecer no quedó bien de sus facultades mentales, ya que se la pasa diciendo que ese algo amarillo que los pinta, es algo que se le subió en la línea, del otro lado, que se vino con él trepado en el techo de su camioneta y que está escondido entre los techos de los departamentos, que cuando alguien abre la puerta se mete sin que lo puedan evitar y espera que se duerman para absorber su energía vital, aspirando su aliento. ꟷSuena tenebroso verdad, dice uno de los galenos al mismo tiempo que disimula el escalofrió que lo recorre. ꟷ¡Son patrañas! ¡Cosas que inventa la gente!- Exclama de nuevo el joven Médico, al tiempo que les da la espalda y fingiendo mirar por el amplio ventanal por donde radiante entra la luz del día-, yo tengo ya algo de tiempo que vivo ahí. Desde que llegué de Tijuana me recomendaron ese lugar por tranquilo, accesible y cerca de todo, incluso, cuando me hablaron del tema fue tanta mi curiosidad que pedí mi cambio al departamento que tenía ese muchacho, el Rodino, y nada me ha sucedido, mírenme, aquí estoy, sano y salvo. Todos ríen, relajándose de la tensión que poco a poco los había ido invadiendo y acto seguido se retiran a continuar sus labores de costumbre. El joven médico los ve marcharse mientras disimula una sonrisa y se despoja de su lentes oscuros, los cuales usa a diario y en todo lugar alegando una fotobia causada por un antiguo accidente de trabajo y que le ayudan a ocultar el tinte ictérico delator que asoma a sus ojos. “Amarillo” con toda la calma del mundo se coloca de nuevo sus lentes, marca en el interphón y pide a su guapa secretaria que por favor le pase a su siguiente paciente o… ¿Víctima? © Beda L. Domínguez Gloria Teresa Cincunegui. Nacida en Salto, Uruguay, en el año 1951, Actualmente vive en Hermosillo, Sonora, México. Es miembro del taller de Autobiografía, dirigido por el maestro Francisco González Gaxiola de la Universidad de Sonora. Participa en los cuatro encuentros “Edmundo Valadés”, Mujeres en su tinta, Horas de Junio, Bajo el Asedio de los signos, “Escritores en mi escuela”, Mujeres sin frontera. Publicaciones: “Donde el corazón hace patria”, Salto en mi corazón, Verdadera amistad, Rescol Dos.
Oportunidad del destino Gloria Teresa Cincunegui El camión estaba repleto con gente que se dirigía a esa hora de la mañana a su trabajo, algunas viajaban de pie. Un niño de 5 años que no pasaba el metro de altura, apenas se veía por entre las personas y los asientos, levantaba más la voz para que se dieran cuenta de su presencia. -Caramelos… dulces… chicles…pastillas. - Dame esa bolsita,- le dice una pasajera, quédate con la feria. Muy contento contaba su dinero, ya se había hecho el día, la señora bonita le había dado 50 pesos, con eso su mamá se pondría muy feliz y cocinaría para otros cuatro hermanitos que habían quedado en la precaria casa donde el frío junto al hambre formaban un binomio perfecto para las futuras consecuencias de su desarrollo emocional. Walter, que así se llamaba ese pequeño de ojos color café y pelo güero que a su corta edad tenía la responsabilidad y preocupación de llevar dinero diario a su familia era el mayor de cinco hermanos, su mamá con apenas 22 años lo llevaba al crucero de camino Maldonado y Libia todas las mañanas y lo subía a un camión. Sus cortas piernitas no lograban trepar esos escalones. Era una mañana lluviosa en Montevideo, eligen un camión y allí se va Walter con su vocecita de sueño aun ofreciendo su mercancía, tenía la indicación de su mamá de seguir el trayecto sobre el vehículo hasta llegar al crucero de 8 de octubre y Propios distante a unos 10 kilómetros. Era muy bien elegido el lugar, pues allí era una parada obligatoria, donde subía y bajaba mucha gente, aparte por seguridad del niño había semáforos, donde cruzaría la avenida y volvería a su casa en otro camión donde alguien piadosamente lo ayudaría a subir. - Caramelooooossss…, candes… Muchas veces era cuestionado por personas preguntándole por sus padres, él ya sabía lo que tenía que contestar, muy seguro decía “están trabajando”. Ese día iba a ser diferente, él no lo sabía, el destino intervendría en su vida. Hizo el trayecto de rutina, pero esta vez, tras el susto del pequeño el camión no se detiene donde acostumbraba. Su cabecita era un remolino de emociones el miedo se había apoderado de él no sabiendo qué hacer. Cuando el camión se está por detener, se tira cayéndose en plena calle donde es alcanzado por una de sus llantas. -POBRECITO…POBRRECITO TODOS GRITABAN corriendo a ayudar al pequeño que agonizaba- llévenlo allí, hay un hospital, decía un transeúnte mientras señalaba cruzando la calle un edificio de tres pisos. Le dieron los auxilios correspondientes, fue intervenido quirúrgicamente, aun sin la autorización de ningún adulto, pues nadie vino a verlo ni preguntar por él. Ya no era posible continuar ayudando al niño. Había pasado un mes y sin que se hiciera responsable alguna persona mayor, pasaría a una institución pública y a su vez a un asilo de menores. Una enfermera quien se había encariñado mucho con el niño se hizo responsable pagando todos los gastos médicos. Le propuso al niño la adopción, llevaría a Walter a vivir con ella y su esposo médico a una casa decorosa y nada le faltaría. El niño no quería por nada del mundo, lo único que le preocupaba era su madre y sus hermanos. Al explicarle que solo tenía dos opciones o se iba con ella o a un asilo, Walter aceptó a esa familia que no había podido tener hijos que se ofrecía ayudarlo, puso como condición ir a ver a su madre. Ante la rotunda negación de la enfermera explicándole que ellos lo iban a ayudar y tratar como a un hijo pero él, poco a poco se tendría que olvidar de lo vivido hasta el momento. Muy difícil para un niño de 5 años aceptar y comprender esa realidad. Aceptó, fue la mejor decisión y posiblemente la única que el destino le brindaría, pero muy dentro suyo sabía que eso era imposible. El niño creció con esa familia quien le dio amor, bienestar y buenos ejemplos, educación en los mejores colegios sin embargo antes de dormirse cada noche rezaba por su familia biológica que nunca había olvidado. El niño creció, se graduó con excelentes calificaciones, se recibió de médico, pero nunca dejó de ayudar a su madre y hermanos sin sentir como suya a la familia adoptiva. © Gloria Teresa Cincunegui Ricardo Rodríguez Mijangos. Cd. de México. Reside en Hermosillo desde hace más de 30 años. Trabaja en la Universidad de Sonora como investigador en el área de la física. Ha publicado los libros: En el país de las Maravillas científicas, Historias de viajes y Memorias alrededor de la Investigación científica.
VIAJANDO EN TIEMPOS DE EPIDEMIA Ricardo Rodríguez Mijangos Esta historia comienza con la recepción de un E mail en mi cuenta de correo electrónico en la tercera semana de abril, invitándome a un Foro Consultivo de Ciencia y Tecnología. La Universidad estaba paralizada por una huelga de trabajadores administrativos. Me pagaban dos noches en el hotel Camino Real de la ciudad de México con sus respectivas comidas, los días jueves 23 y viernes 24 de abril de 2009. Inmediatamente envié una respuesta aceptando la invitación y procedí a arreglar mi vuelo para llegar el miércoles 22 de abril a la que era casa de mi mamá y actualmente se hospeda mi hijo Riky de 21 años que está realizando estudios profesionales. En mis arreglos llevaba los pasajes para viajar mi hijo y yo a Huatulco, saliendo el sábado y regresando el lunes a la ciudad de México. Debido a la huelga, esperaba aprovechar el tiempo quedándome la semana para trabajar en investigaciones pendientes con mis colegas del Instituto de Física de la UNAM. Desde luego, me dio mucho gusto llegar el miércoles en la noche. Abrazar y platicar un rato con mi hijo antes de acostarnos comentándole que al día siguiente saldría al Camino Real y el sábado por la mañana quedamos en vernos en el Aeropuerto, para salir a Huatulco. En el evento, en el Camino Real, que se desarrolló todo el viernes, no le di importancia a ver a tres o cuatro personas de un auditorio del orden de cien con cubrebocas. Fue un maratón de más de doce horas. El sábado temprano salí hacia el aeropuerto para encontrarme con Riky. Llegué primero al aeropuerto y después de esperar un rato veo llegar a mi hijo. Todavía me sorprende verlo tan alto, pasando por encima de mi altura como ocho centímetros, todavía recuerdos muy recientes lo ven como el pequeño “pinky”, como le decíamos, sonriente y cariñoso. Un recuerdo, indeleble que no se me olvida, es la ocasión en que Ana, mi esposa, que se encargaba de recogerlo en el Larrea, en primaria, me encargó que yo lo hiciera, pues tenía un pendiente. Yo, enfrascado en mis investigaciones, me olvidé olímpicamente de esa encomienda, de repente, recordé ese compromiso, veo la hora y ya había pasado más de sesenta minutos de su hora de salida, corriendo llegué en el auto a la Escuela y lo encuentro sentado, solitario, pequeño, en las largas escaleras de la Escuela, cuyas rejas estaban cerradas. Se levanta trabajosamente cargando su pesada mochila llena de libros de tercer año de primaria y lo primero que me dice fue: “¿Verdad papi que se descompuso el carro y no podías llegar?” Con un nudo en la garganta, le dije: “así es mi hijo” Yo pensé “si se entera, Ana, mi esposa, me cuelga del árbol más alto que encuentre”. Ya no volvió a suceder. Ya en el aeropuerto rumbo a Huatulco hicimos fila para ingresar al zona de abordaje y nos pidieron los papeles de salubridad que los pasajeros debían llenar, era la primera vez que me enteré que había un problema sanitario en la ciudad. Como teníamos pases de abordar impresos de Internet, no pasamos por el mostrador de la aerolínea. Al solicitante le pregunté, sobre cuál era el problema, se impacientó y nos dejó pasar. Llegamos al Hotel a Huatulco, supuestamente éste tenía playa, sin embargo no estaba en el mismo hotel, se llegaba en un camioncito que trasladaba a una playa exclusiva del hotel. Había una lista de horarios de salida y estuvimos listos a la hora adecuada. Ya en la playa, nos tumbamos en sillas reclinables gozando del sol, la agradable brisa y de la suave ondulación de las olas del mar azul. En la playa solo estaba un matrimonio joven con su hijo pequeño, los cuales se adentraron un poco en el agua. Sobre su silla había unas toallas y un libro semi abierto. Más tarde, relajados y fascinados por la tranquilidad del lugar, decidimos regresar a pie al hotel. Llegamos a la marina, dónde estaban atracados yates y barcos, nos enteramos que existía un tour en barco, que salía a las 10.30 de la mañana. Compramos boletos para el día siguiente domingo. Comimos deliciosa comida típica, especialmente ricos camarones, de gran tamaño. Vagamos por los alrededores hasta el atardecer. En el crepúsculo, en un restaurantito de un conjunto que hay en la bahía principal, degustamos más mariscos y cervezas, todo a precios muy accesibles. Ya en la habitación vimos un rato TV, mas no noticias. La habitación incluía el desayuno y lo servían hasta las diez de la mañana. Yo estaba algo cansado de la jornada de trabajo en México y le dije a Riky que me despertara al día siguiente. Al amanecer escuché su llamado ¡Papi levántate, ya es hora! ¡Tenemos que abordar el barco a tiempo! Desayunamos y nos preparamos para salir. Riky llevaba sus bermudas y sandalias, yo no lo consideré necesario, aunque llevaba calzón de baño y sandalias, no pensaba nadar, Salí con pantalones y tenis. Ya que pensaba que abordar el barco no requería indumentaria especial Medio regañado por Riky por no llevar sandalias salimos hacia el muelle. Subimos al barco de dos pisos y nos dispusimos a disfrutar del suave navegar por las bahías de Huatulco. En el recorrido nos explicaban a través de un altavoz, los lugares por donde pasábamos, varias playas y bahías, hasta que llegamos a una en que hicimos escala. Podíamos elegir en bajar a esa playa, hacer snorkel cerca de la embarcación o quedarnos en el barco. Bajamos a la playa, lo que implicó subir a una lancha que nos llevó a la orilla, pero para bajar había que saltar al agua y chapotear a tierra firme ─¡Quitate los tenis─!me dijo Riky─. ─No les pasa ─repliqué. Me arremangué los pantalones y ¡zas!, pegué el salto, llegando a la playa empapado y al caminar sobre ésta, los tenis se cubrieron de arena la cual penetró hasta mis pies, entonces si me quité los tenis. Mi hijo me vio con ojos de enojado, me había acompañado a comprar estos tenis Converse en Tucson. Tiene muy buen gusto para la ropa deportiva, desde el calzado hasta las playeras. Yo pensé, “después los limpio y cuando se sequen quedarán igual” Resultó una suposición falsa, con el tiempo ya bien limpios y secos, la dura y flexible plantilla de los tenis, se volvieron una fofa lona, ya nunca volvieron a ser los excelentes zapatos que tenía, mi hijo tuvo razón en enojarse. Cuando regresamos por la tarde, divisamos en el largo muelle a dos cruceros, uno atracado a cada lado. Bajamos y Riky se quedó admirando a los inmensos barcos, haciéndome preguntas de quien subía en ellos, ya que como hormiguitas veíamos que varias personas caminaban a los barcos a abordarlos. Sonó un sonoro silbato como llamando a abordar. Al rato de estar observando, uno de los cruceros empezó a despegarse del muelle y zarpó hacia la salida de la bahía. El primer crucero, con el cual nos habíamos encontrado al salir permanecía todavía, pero también después de sonar un ronco silbato y comenzar a encender las luces en todo lo largo, empezó a despegarse del muelle y navegar. ─Vamos al hotel le dije a Riky-, mas se mantenía inmóvil, no quería perderse la visión del inmenso navío. Nos mantuvimos observándolo hasta que desapareció en el horizonte. No sabíamos que veíamos a los últimos cruceros que atracaron en tierras mexicanas, ya que después de un lapso de tiempo, por una especie de cuarentena, dejarían de hacerlo, se cernía el virus de la influenza que inicialmente se alertó en la ciudad de México y después se extendió a todo el país. Sin embargo, éramos ajenos a esta situación. En ese paraíso, las noticias no estaban a la vista. Al siguiente día, lunes, nos regresamos a la ciudad de México y nos llamó la atención que en el Restaurant del Hotel, los meseros llevaban cubre bocas, cosa que no sucedió el día anterior. Llegamos a la ciudad de México y al salir a la zona de taxis, lo que prevalecía era la gente deambulando con cubre bocas. hasta ese momento, comprando un periódico, empezamos a enterarnos que había una emergencia sanitaria, por un virus desconocido, denominado de la influenza porcina. Llegamos a la casa de mi madre, dónde vive Riky, mi cuñada nos explicó que se habían cerrado todas las escuelas, todos los restaurants, todos los cines, que los cubre bocas ya no se conseguían, nos regaló uno a cada uno de nosotros. Evalué la situación, pensaba quedarme toda la semana, para acudir a la UNAM. Riky seguiría con sus clases, pero estaban suspendidas. Un mensaje en la contestadora, le hacía saber esto, hablando por teléfono con mi sobrina Tania, me decía que todo parecía irreal, como una película. Un virus que trastoca la vida de la ciudad más grande del mundo, como en la novela de Saramago, o películas como Resident Evil, le replico. Como pudimos, pasamos el lunes. Mi esposa Ana, angustiada, por teléfono decía que me devolviera, que además trajera al niño (a Riky), ¿Qué caso tenía estar allá? El martes fuimos a la Librería Ghandi a buscar unos libros de mi interés. Riky se cubrió bien la nariz y la boca con el cubre bocas. Yo lo encontraba molesto y me lo bajaba dejándomelo colgado en el cuello. Otra vez, empezó a regañarme por mi mal comportamiento, ¡Ponte el cubre bocas, apá! Y fue un estribillo que duró todo el tiempo de la excursión. Al deambular por las calles, constatamos que efectivamente, ningún restaurant estaba abierto. Logramos en la tarde llegar a una zona de comida rápida cerca de un complejo de cines cinépolis, los cuales ostentaban sus rejas cerradas, allí pudimos comer una hamburguesa. Empecé a pensar, -dependíamos de los restaurantes, ya que mi hijo comía diario en alguno, por lo menos a la hora de la comida. Nuestras actividades relacionadas con instituciones educativas no las podíamos realizar, ya que estaban cerradas, ni al cine podíamos acudir a distraernos-. Consideré que la súplica de mi esposa era la más sensata. Irnos a Sonora. No era agradable estar viendo a más de la mitad de los transeúntes con cubre boca y la ciudad semiparalizada. Logré conseguir un vuelo y el miércoles aterrizábamos en Hermosillo. Mi esposa Ana y mi hija Iliana nos esperaban anhelantes, se regocijaron al vernos, aliviadas. © Ricardo Rodríguez Mijangos Feliciano Alegría, nació en Villa de Seris, Sonora. Estudió unos semestres en la universidad de sonora en la facultad de ciencias químicas, pero terminó de profe de secundaria. Lector desbocado de cuentos y novelas. Su obra está destinada a contar las menudencias cotidianas de su gente, pero con un estilo depurado. No participa en concursos literarios porque desconfía de los jurados y prefiere realizar modestas publicaciones que lleguen a su gente, sus más cercanas amistades. Ha publicado La esperanza inútil, El pasado de la esquina, y ¿quién nos quiere a todas horas? Escribe una novela destinada a convertirse, según los enterados, es la gran novela sonorense.
MUJER A CONTRALUZ Feliciano Alegría A Marina no la veía desde que salimos de la carrera. Recuerdo bien aquel tiempo en que esperaba la tarde para verla. Con la emoción a flor de piel la veía llegar. Su perfume era lo que primero se asomaba al pasillo y entonces la tarde tenía un olor a durazno, a membrillo de temporada, a fruta recién cortada. Ella venía del trabajo y a veces se le veía muy agotada. Al cambio de clase, nos íbamos a la cafetería y algunas veces desertábamos de las clases a una sola mirada. También dimos largos paseos por todo el campus. En varias ocasiones terminamos en el cine. Claro, ella pagaba porque en ese tiempo mis recursos no sólo eran escasos, si no nulos. Pero eso es algo que no quiero ni recordar. Mejor volvamos a lo de Marina. Una vez me invitó a su casa. Vivía con su mamá y un hermano. No estaban. Cuando entramos nos fuimos directamente a su cuarto. Hacía bastante tiempo que nos habíamos besado en uno de los parques de la universidad y en el cine, pero hasta ahí, nada más había pasado y no habíamos hablado de nada de eso. Ella tenía su novio, un novio formal, de visita y todo. Yo estaba más sólo que un náufrago. —Tengo ganas de ti—me dijo y yo estuve dispuesto a todo en ese momento. Así que empezamos con unos besos de esos que te dejan sin aliento, luego nos fuimos despojando de nuestras ropas. Uy, una pena, sus ropas eran finísimas, suaves. Mientras que las mías, era ásperas, duras. Pantalones de mezclilla, camiseta agujerada. Los chones tenían los elásticos flácidos, uy que pena me daba. Y ahí estaba con una muchacha linda que tenía más resuelto que yo su presente y su futuro. Pero de igual forma fue mía. Se me entregó de una manera total, apasionada. Nunca me imaginé que detrás de aquella fachada tan modosita, tan de niña bien, se escondiera ese volcán de mujer. Uno nunca sabe cómo va a reaccionar el otro hasta que ocurre. Fue maravilloso ese momento en que me confundía y no sabía cuáles eran mis manos, cuales mis piernas. Después de una batalla donde ambos contendientes quedamos rendidos, el sueño se apoderó de nosotros. Despertamos cuando unos gritos se escuchaban por toda la casa. Ahí estaba toda la familia, con novio incluido, mirándonos el uno en brazos del otro. Ella, que a estas alturas le importaba un cacahuate las formas, se encaró con ellos, los lanzó a la jodida. Cuando salieron se me quedó viendo y me dijo: -Tenía muchas ganas de hacerlo, no te preocupes, vístete y sal como si nada, yo me encargo. Luego te veo. De ese “luego te veo” pasaron cinco años hasta este momento en que la vuelvo a ver. Fue una casualidad, aunque en esto de los encuentros a veces dudo que exista la casualidad. Tal vez alguien mueve sus hilos para que las personas se encuentren y construyan una historia en común. La encontré en la sección de frutas y verduras de conocido supermercado. Qué lugar para un encuentro romántico. Aquí habría que añadir un comentario acerca de lo que yo andaba haciendo en esa sección del súper. Resulta que es el mejor lugar para la cacería, así les digo a mis amigos, me refiero a la cacería de pollitas con las cuales a veces construyo pequeñas historias de amor. Ahí me las encuentro y he ligado a bastantes amigas, que luego comparten mi cama y mis recuerdos. Cuando vi a Marina, ella sostenía una papaya en una minuciosa inspección. Me acerqué por atrás y le dije: -Está rica la fruta. Ella volvió su rostro como desde cinco años atrás, me reconoció y una sonrisa le fue llenando el rostro. Volvimos a ser los amigos de la escuela. Nos abrazamos rico. Lo demás viene en otra historia. © Feliciano Alegría José Antonio de Felipe, valenciano, se inició en la escritura porque le gustaba leer. y trataba de imitar lo que leía; luego le fue gustando el cuento mínimo. No ha ganado concursos porque no concursa. Pero en muchos lugares de España lo tienen en alto aprecio por sus minificciones intertextuales.
*** José Antonio de Felipe Partituras de un llano grande Yo, soy hijo de… “¿Y tú? ¿Quién eres?” le preguntó uno de los dos somnolientos que bebían cerveza caliente bajo la desvencijada enramada. Un viento como fantasma pasó entre ellos y dejó un silencio demasiado gordo. “Yo soy hijo de Juan Rulfo” Eso contestó el recién llegado, todavía de pie con una maleta polvorienta en la mano. “¿Hijo de quién?” balbuceó el otro borracho. “De Juan Rulfo” afirmó levantando un poco la voz y plantándose mejor sobre sus pies. El mismo borracho, tratándose de espabilarse intentó corregirlo “Hijo de Pedro Páramo quieres decir” El recién llegado titubeó y se quedó en silencio. No, aquí no es “No señor. Aquí no es Luvina. Por aquí no existe ningún lugar que se llame así, nunca hemos oído ese nombre”. Vine a buscar a mi madre “Vine a este pueblo porque me dieron que aquí vivía mi madre, una tal Susana San no sé qué” “No, mi amigo, aquí no hay nadie así. Aquí casi no hay mujeres. Ha de ser en otro pueblo, pero no… aquí ya no hay pueblos. Tiene que irse hasta el otro lado de la sierra… y pues… eso está muy lejos” El viejo se calló y ya no volvió a hablar. La noche comenzaba a asomarse desde los cerros. No me busquen “¡Díles que no me busquen! ¡Que no me busquen! Aquí ya no hay nada para mí, por eso me voy a ir. ¿Ya para qué quedarme? ni la casa quedará en pie. ¿Para qué sirven esas paredes y esos pedazos de techo? Ya son pura tierra y carrizos quebrados. Aquí ya no hay nada. Hasta el viento se fue. ¿Y ustedes? ya ni de compañía me sirven, ni me habla, nomás se quedan ahí metidos entre los adobes. Están roncando las nubes “¿No oyes roncar las nubes? Parece que se van a desgranar, que nos van a caer encima. Han de estar llenas de polvo, llenas de arena. Si se revientan nos van a matar a los dos. Bueno, ¿a ti, qué?... ya nada te hace, ni siquiera este calor, ni este viento que nomás llena la boca de tierra. Esta cochina tierra fina que se mete hasta los pensamientos, hasta adentro de uno mismo. A ti ¿ya qué…? pero ¿a mí? aunque parece que para cuando llegue estaré como tu… ¡Igualito a ti! Sin hambre y sin sed “Por fin nos han dado la cena. Por fin nos la trajeron. Teníamos tres días sin comer y sin tomar agua. Eso es porque aquí no hay comida ni agua. Rascábamos la tierra reseca para encontrar agua, pero eso era cuando estábamos dormidos, soñando digo, porque cuando uno despierta no ve agua por ningún lado. Esta cena nos va ayudar mucho… nos dieron agua, mucha agua. Ya no tenemos sed, tampoco tenemos hambre ya. Ahí se quedó la cena y el agua… No sabemos si todavía estamos dormidos ni si vamos a despertar”. Confusión de polvo “No pude encontrar el pueblo. Di vueltas y vueltas, pero no pude encontrarlo. Parecía como si el viento se lo hubiera llevado, solamente se veía el suelo lleno de peñascos blancos, desmoronados. Había una cuesta muy empinada, como de esas que salen en los sueños. Fui hasta arriba para ver si se divisaba a alguien. Estaban unas comadres en medio de un remolino. Me dijeron que no había pueblo, que no había nada. Que hasta las almas se fueron, así, de repente, en la madrugada, sonó como un montón de mariposas. Me dijeron que no debía andar buscando pueblos, que me fuera por donde se había ido el tiempo… No entendí, pero me fui y me sigo yendo, me sigo yendo. De esto hace mucho tiempo”. El llano grande “Ahora vivimos en este llano. No tenemos a dónde ir. Para donde quiera que caminamos es lo mismo: el llano sigue, sigue, nunca se acaba. Aquí vivimos… es que somos muy flacos como para ir más lejos. No tenemos fuerzas porque no comemos. Es como si fuéramos carrizos. Tenemos muchos años así, muchos. Ya ni nos acordamos de nada. Adentro de nosotros no hay caras ni nombre, es un barranco muy hondo que no tiene fondo. Ya nos acostumbramos a vivir en este llano”. Más allá del cerco “No, ese no encontró nunca el pueblo porque cuando brincó un cerco de piedras se tropezó y se cayó. Pero él no se dio cuenta y siguió y siguió. Fue más allá de donde se pudo imaginar, luego se devolvió. Yo creo que por eso nos encontramos aquí. Él no cuenta nada, nomás anda como buscando algo. Pero yo sé, porque a mí me pasó lo mismo”. Silencio para siempre “Bueno, para acabar, el viejo encogió los labios prietos y no volvió a hablar; se quedó mirando los cerros o el polvo o a alguien que yo no podía ver… tal vez a alguien que se parecía a él; tal vez miraba a las comadres o a las almas que se fueron o a Miguel. Tal vez se quedó soñando con un pueblo sin viento, de pura tierra y carrizo. Esteban Domínguez (1963). Licenciado en Letras Hispánicas (UNISON). -Coautor del poemario Gestos del silencio, publicado por la Unison en 1997. Autor de Soy tu confidente, soy tu secundaria, libro de cuentos, coeditado por el SNTE, sección 28 y la Universidad de Sonora, en 1999. Ganador del concurso del libro sonorense en el género de novela en el 2002. Su libro de cuentos Detrás de la barda fue seleccionado para las bibliotecas de aula de la SEP en el 2005. Actualmente Dirige La Editorial Mini Libros De Sonora.
TETRAFOBIAS 1 Mientras su madre vivió, estuvo protegido de sus miedos irracionales. Nada le molestó y así hubiera seguido si no fuera que un día su madre no estuvo más. Unos señores de blanco penetraron en la casa y se la llevaron para no volver más. Él se quedó completamente solo. Tuvo que asomarse a la calle, salir al mundo. El sol lo recibió y le molestó sobre manera. Pero tenía que llegarse hasta la tienda porque se le habían agotado los víveres. El trayecto se le hizo eterno porque a cada paso se topaba con la gente, le molestaba tan solo mirarlas, eran realmente feas. Sus caras deformadas, desdentadas la mayoría, calvos, arrugados por todos lados, temblorosos de manos, lentos al caminar, miradas apagadas, turbias. Feos de verdad. Así que fue todo un suplicio llegar a la tienda donde, afortunadamente, se topó con una bella señorita que lo atendió muy amable. Eso le salvó la vida y, a partir de entonces, acudió todos los días a esa tienda cercana al asilo de ancianos. 2 Cuando era niño le decían “ahí viene el viejo del costal y te va a llevar”. Juan se metía debajo de la cama y pasaba mucho tiempo antes de que se asomara por la cocina o saliera al patio a jugar. Siempre pensaba que el viejo del costal acabaría por llevárselo algún día. Por eso, cuando fue grande, y para vencer sus miedos a ese ser que su imaginación agrandó hasta lo indecible, tomó un costal con sus pertenencias y se fue por la ciudad a espantar a los chamacos que se portan mal. 3 Al principio no le dio importancia. Era tan sólo un murmullo de su pensamiento. Una alerta no escuchada, ignorada. Por eso, cuando se le declaró ese miedo incontrolable, tuvo la suficiente fuerza interior para enfrentarla, cerró los ojos y se aventó al vacío antes de que las llamas le quemaran las ropas, lo cual le causaba verdadero pánico. 4 …Y si este miedo me controla de tal modo que me incapacite para siempre, les pido no lo mencionen por nada del mundo en mi epitafio. Pongan mejor que nunca tuve miedo a morir. © Esteban Domínguez Maritza Rivera Armendáriz. Hermosillo, Sonora, 1952. Sus escritos se publicaron en Rescoldos, autobiografía sonorense, de la Universidad de Sonora y otras antologías, Maestra de CEDART, preparatoria de arte y humanidades, por más de 30 años.
LAS TRES MUERTES DE COPPELIA Maritza Rivera Armendáriz 1 Cuando Coppelia le dijo a Terencio que él la engañaba, lo dijo de tal manera que no lo pudo negar. Ella se retiró a su habitación con gran tranquilidad y un aire de guerrero vencedor. Terencio estaba furioso porque lo había descubierto, ella le había demostrado que no le podía esconder nada, que podía leer en sus ojos, en su mente todo lo que pensaba. Decidió que ella debía morir cien veces. Esa noche reflexionó y concluyó que matarla tres veces sería suficiente, escogió las formas de acabarla y cuando se disponía a dormir escuchó el sermón que el sacerdote había pronunciado ese día, si tu ojo o tu mano te son ocasión de pecar, es mejor que los quites de tu cuerpo… 1 En la mañana, Terencio llevaba un parche en el ojo derecho. Cuando Coppelia le dio la espalda, supo que era el momento de darle la primera muerte y la fulminó con el ojo izquierdo. Sintió un placer enorme y se fue silbando la traviata. 2 En la tarde resolvió volver a matarla y pensando le dio una puñalada en el corazón, le cortó la cabeza, le sacó los ojos, le cortó la lengua y se fue satisfecho. 3 Cuando llegó la noche, la hora de dormir, cuando Coppelia no lo esperaba, decidió matarla por tercera vez. Cogiendo fuertemente la pistola con la mano izquierda le dio un tiro en la boca. Terencio sintió un placer cuasi orgásmico. Se fue a la cochera, buscó el frasco de formol y, con sumo cuidado depositó su ojo izquierdo. Cogió el machete y momentos después caía su mano izquierda en el balde… © Maritza Rivera Armendáriz Francisco Manuel Saavedra Bojórquez: Nació en Hermosillo, Sonora, México. Estudió la carrera de Ingeniero Agrónomo Zootecnista. Actualmente es integrante del grupo Tunde Teclas. Participó en el Taller de Creación Literaria de poesía ESAC-UNISON. Es un apasionado de la Ecología. Practicante de ciclismo (siempre) y otros deportes (ocasionales).
AL RITMO DE LOS PEDALES Francisco Manuel Saavedra Bojórquez Todo comenzó cuando era un niño. Su padre, un ex militar acostumbrado al ejercicio, indujo a sus hijos -conforme aprendían a caminar- a la práctica de deporte y la vida saludable. Casi a diario, salían a hacer un divertido y extremadamente agotador recorrido en bicicleta. Cuando tenía tiempo, la mamá también salía con ellos. El juego de básquetbol también se practicaba en familia. Pasó el tiempo. Cada joven tomó su camino. Los dos hermanos menores se integraron a equipos de fútbol. La dama eligió Artes Marciales, al igual que su hermano mayor, Francisco. Este se apasionó del ejercicio haciéndolo parte de su vida cotidiana. Por unas temporadas incluyó pesas y natación, aunque sentía que le faltaba algo. Hasta aquel momento, cuando en una tienda de Autoservicios donde laboraba, conoció una hermosa bicicleta Rodada 20 que lo sedujo (recordó su infancia, cuando su familia viajaba en carro de dos llantas) Era una chaparrita, morena-grisácea. Manubrios firmes, llantas nuevas y brillantes. Pedales posicionados adecuadamente. Faltaba grasa en su cadena, aun así, todo estaba en su lugar. ¡Más perfecta que el paraíso! Una Diosa era poco en comparación a ella. Su sonrisa de ángel volvía insignificante la belleza del horizonte. Esa mirada cautivante encendía el sol y lo renovaba eternamente. Francisco volvió a casa pensando en aquella, que ya acompañaba en cada instante sus latidos. Se soñó recorriendo nuevos senderos a su lado. Tomando atajos, esquivando peatones, respetando “Altos” y “Semáforos”. ¡Pedaleando su bicicleta! Decidió luchar por tenerla, ya la imaginaba suya. Al siguiente día fue a buscarla. Ella aún lo esperaba. Partieron juntos a su nuevo hogar. En el año 2006, empezaron a asistir a un Taller de “Lectura y Creación Literaria”. Al mismo se encaminaban un día a la semana. Llegando, había que subir algunos escalones, más no podía dejar a su amiga abajo. Entonces él debía subirla en brazos. Finalizando la sesión, había que bajarla. No le molestaba, pero planeaba seriamente aplicarle la dieta de AHRNOT (Ahora No Tragas). Pero ¿cómo hacerlo?, si la quería tanto. Regresando de la sesión, se detuvieron a descansar. Una muchacha se aproximó. Jalando el brazo de Francisco, con una sonrisa ilusionada, de esas que caracteriza a las damas cuando se sienten felices, comentó que estaba embrazada. Entonces la chica fue felicitada y se le deseó lo mejor. ─¡Vámonos, antes que nos quieran adjudicar un hijo ajeno!- le dijo a su querida baica. Rodada 20 se enfermó. Francisco salió a trabajar el turno vespertino. Al terminar su jornada, caída la madrugada regresó caminando a casa. En el trayecto se encontró con una de esas mujeres que se dedican al “oficio más antiguo del mundo”. Cincuentona, esquelética y muy demacrada, en fin, de esas bellezas que “están muy usadas, pero cobran como si fueran nuevas”. Ella lo invitó a echarse un palito, pero como el caballero no quería manchar a semejante dama, se vio en la necesidad de rechazar la propuesta. Al siguiente día lo comentó con una excelente amiga-compañera de trabajo -por eso de “cuéntaselo a quien más confianza le tengas”- Después de las labores, ambos regresaron caminando, platicando y riendo. Se encontraron de nuevo con la dama. Ésta volvió a invitar a Francisco a hacer travesuras. Ahora la excusa fue que de allá venía con la chica que lo acompañaba. Su amiga comentó, eran verdad sus palabras, evitando así, que al joven se le pudriera y cayera el pene por andarlo metiendo en lugares inadecuados, tal vez, repletos de infecciones de transmisión sexual. Por fin, su amada bicicleta fue restaurada y se integró a la caminata con el dueño, su amiga y otras chicas que se incorporaron a una rutina diaria de diversión y convivio. Dejando a cada muchacha en su casa o cerca de ella, Francisco y Rodada 20 regresaban a descansar. Cuando se dirigían a su práctica de artes marciales, se aproximaron unos patrulleros. Uno de los policías le preguntó qué llevaban en la mochila -deportiva-cilíndrica- A dónde iban. Les contestaron que llevaban las cosas de la práctica y se dirigían a la misma. Al parecer los representantes de la ley no les creyeron porque insistieron en la interrogante. Como Rodada 20 y Francisco estaban seguros de no llevar drogas, acercaron el paquete a la patrulla para que los oficiales revisaran el contenido. Al abrirlo… ¡Sorpresa! Había un cadáver desmembrado envuelto en plásticos. No es cierto. Les creyeron y los dejaron partir sin revisarlos. Regresando de la práctica, en un parque miraron aglomeración de personas y escucharon música. Se aproximaron al mitote y se encontraron con que había un escenario sobre el que había grupos musicales alternando su participación. Decidieron quedarse a divertirse un momento. En poco tiempo empezaron a bailar… los ojos, por tanta muchacha guapa que andaba por ahí. Al terminar el evento, los amigos regresaron a casa agotados de tanto bailar la pupila, cantar y divertirse. ¡Qué ventaja tener carro propio! Aunque sea una “Doch… doch llantas” Uno se puede dar su tiempo sin preocuparse de que no alcanzar transporte público a altas horas de la noche. © Francisco Manuel Saavedra Bojórquez |
AuthorEsta sección de Peregrinos y sus letras, será dirigida por Esteban Domínguez (1963). Licenciado en Letras Hispánicas (UNISON). Ganador del concurso del libro sonorense en el género de novela en el 2002. Su libro de cuentos Detrás de la barda fue seleccionado para las bibliotecas de aula de la SEP en el 2005. Ganador del Concurso del Libro sonorense, 2010 en el género cuento para niños, con el libro El viejo del costal. Fue presidente de Escritores de Sonora, A.C. y actualmente dirige la Editorial Mini libros de Sonora. Archives
April 2020
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