¿Qué hacer?
por Kepa Uriberri ¿Qué hacer? ¿Será cuestión de evitar el calentamiento global?: ¡Bueno, sí!. Creo que el calentamiento global del ánimo alcanzó su punto de ebullición en Santiago e hizo hervir el de todo el país este viernes, desatando el vandalismo que parte con la destrucción del Metro de la ciudad y continúa con saqueos y destrucción de todo aquello que se relaciona con la ira acumulada. ¿Qué hacer? ¿Cómo enfriar el calentamiento del ánimo de los catalanes? Ahí la temperatura de colapso se alcanzó con una sentencia judicial. ¿Qué hacer? ¿Como evitar que ebulla el Brexit este treinta y uno de octubre?. ¿Qué hacer? ¿De qué manera se detiene el hervor de los chaquetas amarillas en Francia?. ¿Qué hacer? Porque la temperatura ya desbordó a Venezuela y el derrame inunda de inmigrantes a toda América Latina. ¿Qué hacer? ¿Cómo evitar que Evo Morales encienda el fuego en Bolivia? ¿Qué hacer? Argentina viene hirviendo dentro de su olla a Perón y si el agua no llega al río es porque todos son peronistas, aunque de distintos sabores. ¿Qué hacer? La temperatura global de la economía no puede bajar si China y los estados unidos la usan de herramienta en la lucha para llegar a la supremacía global. ¿Qué hacer? preguntaba Bill Clinton, para vencer a George H W Bush. "Es la economía, estúpido" dijo algún asesor cuando otros pedían el cambio, o la salud. De pronto se convirtió en el eslogan que derrotó a Bush. ¿Qué hacer? se pregunta la izquierda ya vacía de ideas. Como el imbécil que saltó a la ronda de los gnomos y gritó "¡Domingo siete!", parafrasean a Clinton y dicen: "¡Es la estúpida economía!" y se han ganado su propia joroba. ¿Qué hacer? Cuando Ángela Merkel tirita en público, ¿quizás por la temperatura?, y anuncia su retiro, mientras en sordina se desata la xenofobia y el racismo. ¿Dejará la elevada temperatura de la inmigración sin solución? ¿Qué hacer? Si los inmigrantes que no entran a Italia terminan todos en España, ¿tendrán los españoles de la calle los brazos abiertos para siempre? ¿Qué hacer? Si la temperatura bélica sigue subiendo en Irán, en Corea del norte, en Ecuador, en Ucrania, en Siria, en Palestina y más. ¿Qué hacer? también se preguntaron Lennon y McCartney cuando el grupo estaba en graves problemas. Entonces Paul soñó con su madre en forma de la Virgen María, que hablando con sabiduría le dijo: "¡Déjalo!, ¡Déjalo!, ¡Déjalo!, ¡Déjalo!", murmurando palabras sabias: "¡Déjalo!". ¿Qué hacer? quizás se habría preguntado Shakespeare, por boca de Macbeth, cuando le anuncian la muerte de Lady Macbeth y dice: "La vida... es un cuento lleno de ruido y de furia, contado por un idiota, que no significa nada". Y yo mismo me pregunto: ¡¿Qué hacer?! frente a tanto problema que recorre el mundo y se nos viene encima. ¡Y no lo sé! Por eso sólo escribo. © Kepa Uriberri
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Surrealismo
por Kepa Uriberri Del libro "Ellos son mis amigos" De pronto, de manera inconsciente, sin importar cuánto lo haya buscado, desaparezco de mí mismo: Dejo de existir. A veces mientras leo, por ejemplo, la escena de la lectura fluye por un derrotero diverso al literal y tomando un desvío, tras breves imágenes que no están en la letra pero la enlazan, constituyendo una aventura extraña y continua, me pierdo a mí mismo en la nada del sueño. Otras veces me sucede en aquella última divagación, en la que se elucubra planes absurdos, las más de las veces imposibles de realizar, que quedo atrapado en un instante vago, parecido a esos juguetes de cuerda que de repente topan con una pared y continúan por un momento su torpe movimiento hasta que agotan la energía que los activa, tal vez a punto de triunfar, o de conquistar a aquella mujer hermosa y más; entonces desaparezco, dormido. No puedo dejar de preguntarme: ¿Es también así la muerte? Sí; es posible que así sea. Quizás esta vida, que se imagina como la realidad, sea sólo una divagación que termina al momento de la muerte, en la que, cuando menos para uno mismo, se desaparece; uno se pierde a sí mismo. Nadie lo sabe; nadie puede saberlo si las cosas son como las he elucubrado hasta aquí, ya que nadie existiría, salvo yo mismo que soy el divagador o soñador de mi propia vida, que al perderla es como perder la conciencia cuando caemos en el sueño. Si los otros existen, desaparecen también conmigo, al menos para mí. Tal vez sean pensamientos tontos, quizás absurdos y todavía más: Soberbios. ¿Cómo puedo pretender ser yo el gran soñador? ¿Y que hay de quien lee estas elucubraciones? Pues bien: Puede ser que yo sea este que lee y mi divagación esté construida por mí en la forma de estas letras, en tanto termino mi ensoñación y caigo en mi propia muerte al momento de soltar este texto, o caer vencido por estos pensamientos al estrellarme contra ese último obstáculo. Siendo así, por supuesto que es imposible saber nada de lo que sucede al salir por mi muerte ya que hasta ahora jamás lo he hecho, ni yo, que leo este texto, ni el escritor que he creado, para que escriba sólo para mi, esta reflexión. Quisiera, por un sólo momento, dejarme ir de esta digresión, asumiendo que lo pensado hasta aquí es una visión lúcida de la realidad. Al caer en el sueño, en mi realidad inventada, me desaparezco de mi. Eventualmente vivo, cuando menos, fragmentos de otra realidad: Aquella que sueño. Luego despierto y he resucitado, o reaparecido. ¿Existí mientras dormía? ¿Quién me lo asegura, si es que yo soy el gran divagador que en mi ensueño me he inventado esta vida en la que creo dormir y despertar, y donde, por lo tanto, no hay nadie más? Tal vez he modelado, por la experiencia de gran soñador universal, cómo ha de ser esta vida que sueño, en la que al dormir hay otros que me aseguran que en el intertanto estaba ahí y no había desaparecido. También invento que el despertar inventado me encuentra en el mismo sitio en que me perdí en el sueño. ¿Podrá ser posible que como gran soñador, al caer finalmente en el sueño mayor de la muerte, sólo esté cayendo en el sueño del soñador, que se ha dormido? Quizás éste yo mismo que cae en el sueño de la muerte después despierte y viva otro día de soñador y otro y otro más: Habría entonces vida después de la muerte y otra vida y otra muerte y más. En fin, aquel que lee y soy yo mismo incluso sin serlo en realidad, es posible que sonría al divagar esto que ha creado en una lectura escrita por otro que no deja de ser él. En esa sonrisa encierra sus dudas, así como cuando sueña, porque esta lectura ya lo ha cansado y duerme, y se ve a sí mismo, aunque ajeno, en una aventura extraña y diversa, donde quizás haya poseído a aquella mujer bella, o haya triunfado en su profesión de psiquiatra o ingeniero, o tal vez escritor o poeta, no pone en duda los sucesos ni su realidad en aquel sueño, sino sólo lo vive, tampoco allá, despierto, pone en duda la realidad que percibe y en la que cree en aquel universo que habita. Y si soñara que es sueño y dudoso que aquella mujer es su mujer y es prójimo y no prolongación de sí mismo, en su sueño lo juzgaría absurdo y lo desecharía. En la vigilia desechamos el sueño por irreal, mientras que en el sueño nunca juzgamos la vigilia: ¿Quizás porque el sueño es la realidad verdadera y no requiere de aquel juicio? Estoy de vuelta: Ya me he encarnado en mí mismo y dejo las divagaciones. Todo lo anterior quizás sólo lo soñó o lo elucubró en las puertas de una ensoñación Guillaume Apollinaire. Tal vez tímidamente o en medio de una tertulia en la que era maestro y André Breton un discípulo lo entregó como cierta fantasía posible y apenas literaria. Es que la literatura es eso: La eclosión del pensamiento profundo, ese pensamiento que no tiene aún juicio alguno y florece en una ficción o una posibilidad y quizás en una fantasía. Por esos años Freud era un fuerte estímulo literario con sus teorías que se movían cerca de las ciencias. Quizás, a partir de ahí, Breton y otros artistas, que por serlo eran libres, divagando concluyeron que el artista tenía derecho, y más aún el deber, de crear no sólo sobre este mundo real que va del suelo al cielo, sino a todo lo ancho del rango de su vida que se desarrolla sobre y más allá de lo que entendemos por realidad y que quedaba al descubierto que también lo era, cuando se lo vivía en los sueños, pero también en lo onírico y en la fantasía y en todo el rango de lo que se podía pensar cuando se baja las defensas del juicio, de la razón, incluso de la intuición, del sentimiento y la pulsión. Más allá y más allá de aquel más allá continúa para siempre lo surreal que no es otra cosa que lo real que hasta ahora se había negado y de pronto aparece y hace luz en todo su esplendor cuando no comenzamos por negarlo. ¿Y si no eran sólo admirables artistas locos? ¿Si eran visionarios? ¿Es posible, entonces, que deba comenzar a tomar más seriamente aquella vida que alterno día a día con ésta en la que escribo ésto? Me viene al recuerdo la sospecha de Julio Cortázar, que lo lleva a relatar La noche boca abajo ¿o es boca arriba?; ahí Julio relata la convivencia de ambos mundos posibles, claro que él debe estrellarse en moto para hacerlo. Uno pasa de uno a otro a través de la barrera del sueño, a lo menos. También con cierto ejercicio de liberación lo lograría traspasando a un estado onírico inducido, posiblemente aquello que llaman regresiones. Tal vez entre el mundo real y el surreal haya una suerte de antisimetría. ¿Y cuál es el mundo real? Para Cortázar, finalmente, el mundo real era el soñado y era un sueño absurdo soñado en la realidad onírica. Pienso que es extraño. Nunca antes había visto que los bancos de madera de una iglesia estuvieran tapizados de felpa roja, menos aún de un rojo tan vivo; pero era así, sin duda. También me llama la atención las tachuelas de cabeza dorada que la sujetan a la madera. Me digo, no obstante, que lo más extraño es que al sacerdote que oficia no le importe que ella esté completamente desnuda y su pelo verde, pero, sin embargo no me llama la atención que yo mismo también lo estoy y mi pecho sangra. Él se acerca, entre las manos trae un balde de bronce pequeño y brillante. De su interior saca un hisopo y nos asperja con energía mientras repite algunas fórmulas incomprensibles. Se acerca a ella y le derrama agua verde en el pecho, que fluye entre sus senos y hasta su regazo. Él dice, solemne: "Ya estas pura y limpia. Él estará contigo" y luego dirigiéndose a mí, me la derrama sobre la cabeza, y corre hasta mis hombros y brazos. Está caliente y su flujo es sensual y grato. Me dice, fijando en mí una mirada severa: "La sangre del cordero es tan caliente como esta agua. Bébela porque ella te pertenecerá". Yo no sé si se refería al agua o a la sangre, ¿o a la mujer?. En el instante en que tuve esa duda, unas gotas de agua cayeron desde mi mano, sobre la felpa roja haciendo una mancha oscura como de sangre. Cuando intento explicar aquella, ella se sienta a horcajadas sobre mis piernas y tomando mi mano se rodeó con mi brazo, como si se abrigara o como si dijera "Tenme". Sentí la avasalladora compulsión del deseo. No obstante, la propuesta de Cortázar, por ejemplo, tiene una cierta simetría de reglas de realidad, en el delirio tanto como en el mundo del accidente en moto, lo mismo que en su alternancia: El accidentado, o perseguido de los aztecas, alterna entre las mismas escenas en distintas transferencias de uno a otro sueño, mientras Aragon amparado en lo erótico creo que cae en lo grosero y luego falla en el acuerdo con el lector. Si el narrador está impedido de comunicarse con su universo narrado, porque es parte de él, lo que le permite ser testigo de la vida erótica de su hija y de su nieta Irene, ¿cómo puede relatar a su lector a través de su impedimento? Pienso en el acuerdo del autor con el lector y me argumento que éste no acepta el acuerdo, no obstante que el lector no es único, lo que hace que el autor tampoco lo sea: Yo sólo propongo, en el análisis, a mi autor personal, propio de mi encarnación de lector. En esa instancia Louis Aragon fracasa. Recuerdo entonces algún artículo en que se asevera que renunció al surrealismo y se hizo comunista. Poeta en Nueva York de García Lorca sí es surrealista; hay ahí una surrealidad que superpone a la realidad, propuesta por el poeta. Aragón aprieta los labios contra los dientes y maldice en francés, de manera que no entiendo lo que dice. Viste de gris y su frente es en exceso amplia. Se parece a Véliz. Sí. Le digo que García Lorca logra, incluso en su Romancero gitano, proyectar la realidad a lo surreal y pone las cosas en su lugar. Estira los labios hacia adelante y pega la barbilla al pescuezo para volver a blasfemar en francés. Le sugiero, creo que lo hago, porque no me oigo decirlo, que lea el Romance sonámbulo. Ahí establece claramente, al comienzo y final: «El barco sobre la mar y el caballo en la montaña» que cada cosa debe estar en su lugar y yo acepto el trato con el autor cuando dice: «Si yo pudiera mocito, este trato se cerraba». García Lorca pone cada elemento en su lugar y monta una realidad sobre otra y otra y sobre ellas la surrealidad onírica. Sobre el verde que te quiero verde, verde viento, verdes ramas y ojos de fría plata pone las cosas en su lugar: El barco sobre la mar y el caballo en la montaña. Véliz protesta y dice con su voz lenta y nasal: "Irene y Victoria son relatadas desde el monólogo interior". Él viste de gris y los ojos de color agua son hipócritas. Un cabeceo me muestra el trazado azul de la huella de un insecto que ramoneó sobre la hoja donde escribo y que termina en la punta de oro de la Sheaffer roja que fue de mi padre. Me la regaló al morir; dijo: "Joseba; durante sesenta años administré mi vida con esta lapicera. Ahora es tuya. Quizás te acompañe en el camino imposible de la fama". No sé por qué me dice Joseba, si mi nombre es otro. "¡Eh bien! ¡Qui est le nom!", dice Aragon, proyectando los labios como una trompilla, a la vez que pega la barbilla al pescuezo; "solemente une interjección" concluye en mal castellano. "Monólogo interior" pienso, y vuelvo a ver la traza azul sobre mi trabajo. La lapicera ha caído ahora de mi mano sobre el papel, dejando una salpicadura finísima ahí donde habrá reventado el insecto que caminó sobre mis letras. Véliz desde el fondo de mi pensamiento repite "Es un monólogo interior: Un soliloquio ¿Comprendes?". "Sí" respondo, "sería lícito si el relato, supuesto monólogo, tuviera un objetivo más allá del afán de mostrarse surreal o erótico". Véliz desde el fondo del pensamiento argumenta que el monólogo es siempre válido y escucho los rezongos de Aragon, quizás con los labios muy apretados contra los dientes. Me pongo de pie como una reacción automática, para conservar la lucidez, rondando en torno al monólogo; entonces se produce la sincronía, en el mil seiscientos treinta y cinco. «Yo sueño que estoy aquí destas prisiones cargado, y soñé que en otro estado más lisonjero me vi. ¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión...» Es Pedro Calderón de la Barca que viene en mi auxilio, con los monólogos y soliloquios de Segismundo. Con Pedro no llega a ser necesario plantearse el acuerdo del autor con el lector. El último queda de inmediato atrapado por las dos realidades de Segismundo: El prisionero encadenado y la surrealidad, para él, porque duda de ella, como se duda de la de Apollinaire, en la que es el rey que gobierna: «Sueña el rey que es rey y con este sueño vive, mandando, disponiendo y gobernando...» y entonces le pregunto a Véliz: "¿Fue Calderón el primer surrealista o su precursor? ¿Fue un adelantado?". Me responde, casi con desprecio: "El monólogo, el soliloquio ha existido desde siempre. Es el primer recurso de la literatura: Su motor". Por un momento me siento vencido. No alcanzo a pensar que el monólogo nace en voz alta y por lo tanto como una necesidad de diálogo, que a falta de interlocutor, se dialogó con sí mismo para resolver un juicio personal. Así, entonces, ineluctablemente, el soliloquio obedece a una argumentación, a un raciocinio. Con el tiempo, en la literatura moderna se silencia, pero no pierde esta esencia de reflexión. Por su parte, la escritura automática de algunos surrealistas: ¿Cómo podría tener reflexión? Sólo sería un acierto azaroso. Si es así, prefiero quedarme con el surrealismo de García Lorca: «La noche se puso íntima como una pequeña plaza. Guardias civiles borrachos en la puerta golpeaban. Verde que te quiero verde, verde viento, verdes ramas. El barco sobre la mar. Y el caballo en la montaña». Aquí nada es automático, todo está en su lugar y puede ser traducido en la razón del lector. Véliz, al verme convencido, me grita en mal francés, como si defendiera a Aragon o a sí mismo: "El barco y el caballo sólo representan a la muerte. ¡Éso se sabe!" Alude a interpretaciones del Romance sonámbulo que él sabe que no comparto. "Ya hablaremos de eso" le respondo y trazo una línea azul al final de este texto, con la Sheaffer que su padre regaló a Joseba. © Kepa Uriberri Edificio Costanera Center en Santiago, actualmente el más alto de América latina, clavado entre gases de invernadero.Conferencia de las Partes
Kepa Uriberri Hace ya muchos años, tuvimos en Chile un presidente de la república que sostenía un curioso lema, no por eso menos cierto. Decía que «En política hay dos clases de problemas, a saber: Los que no tienen solución y los que se solucionan solos». Su gran legado a la nación fue un sándwich que lleva su nombre. Cada medio día a la hora de almuerzo, el presidente salía a la Alameda frente a la Casa de La Moneda, palacio de gobierno, atravesaba la ancha avenida y su parque central para almorzar en la Confitería Torres. Invariablemente pedía el mismo sándwich de queso caliente y carne de vacuno a la plancha y una garza. La garza es una copa cónica de pie alto con una capacidad de más o menos un cuarto de litro que se llena de cerveza liviana y rústica. Este almuerzo del presidente se popularizó de tal manera que el sándwich en cuestión es hoy en día, después de más de ciento veinte años uno de los más consumidos en el país. Desde hace no tanto tiempo, sólo un cuarto de siglo, la catástrofe climática que amenaza al planeta puso en marcha cierta preocupación, que me recordó a nuestro presidente: «Hay problemas que no tienen solución; los otros se solucionan solos». Diría que el lema que enunció es un paradigma de la preocupación de las altas elites y otras partes que vienen participando de las llamadas "Conferencias de las Partes" para tomar acción sobre la amenaza del cambio climático. Este año, en diciembre, se celebrará en Chile la versión veinticinco de esta conferencia. Posiblemente las altas autoridades, los grandes empresarios de la producción de energía, vehículos y otros industriales propietarios de potentes chimeneas que se elevan al cielo disparando gases carbónicos, podrán probar un exquisito Barros Luco en la Confitería Torres. Dicen que uno de los mas abundantes gases de invernadero, responsable del cambio climático es el gas metano que liberan los pedos del ganado vacuno, por lo que una de las recomendaciones de las comisiones a propósito, es disminuir drásticamente la ganadería vacuna, lo que afectaría de manera grave el consumo del Barros Luco cuyos ingredientes insignia son productos de este ganado: El queso y la carne. Además ambos son calentados y cocinados al fuego producido por gases de petroleo. Las grandes economías, las más industrializadas y contaminantes se retiran de las conferencias, las otras no cumplen los compromisos adoptados. Es natural que cada parte considere que la responsabilidad es de los otros y no propia. "America first". "La amazonía es nuestra y nosotros tomamos nuestras decisiones". "Tu mujer es más fea que la mía". "Somos un país pequeño, nuestro aporte a los gases es insignificante". "Este es un típico problema que no tiene solución". "Se va a solucionar solo cuando cambie el ciclo climático". Estas y tantas otras razones similares se escuchará en Chile en diciembre. Finalmente, después de beber mucho pisco sour, comer muchos mariscos, tomar buenos vinos, güisqui escocés legítimo, de muchos años, y más, se brindará, quizás, por don Ramón Barros Luco, un político cazurro y hábil. Aquí, en el último rincón del mundo, vivimos durante ciento cincuenta años en la miseria de la oligarquía, donde algunos tenían el privilegio del poder y la riqueza y eso les era suficiente. Los demás medrábamos en torno al servicio de los oligarcas. Lo mismo ocurría en el imperio ruso: El Zar y su corte vivían jugando bádminton en los jardines de palacio o bañándose en pelotas en la desembocadura del Nevá en el Báltico, mientras los campesinos y el pueblo que los amaban, vivían en la miseria. Sólo la violencia de la revolución bolchevique, la mano dura y autárquica de Lenin y de Stalin cambiaron las cosas. En nuestro país, tan lejos de todo, un político y poeta, nacido de la oligarquía, abrazó el ideal marxista, y desde la presidencia de la república pretendió llegar el socialismo de manera pacífica y en democracia. Lo traicionaron los suyos. Creían que el marxismo sólo se impondría en una revolución armada y violenta. Entonces triunfó la violencia de la revolución militar. Salvador Allende subió a los pedestales de la izquierda progresista con su hermoso último discurso, mientras el palacio de gobierno era amagado por los golpistas: «Más temprano que tarde volverán a abrirse las anchas Alamedas por donde pase el hombre libre»; fue una pieza poética que ha inspirado a todas las izquierdas del universo. Así como la mano impositiva y violenta de los comunistas soviéticos impuso una dictadura que cambió la historia rusa, en nuestro país la dictadura militar cambió, a sangre y fuego, los destinos de la nación. No sólo intentó exterminar el marxismo, también acabó con los privilegios de la oligarquía y cambió el sistema empresarial protegido, por una economía de mercado abierta que ha sido la semilla de la que germinó el éxito del país. Sin el impulso de la fuerza autárquica no habría habido marxismo en Rusia y Chile seguiría siendo el país más pobre de entre las viejas colonias españolas de América. Tal vez en algún futuro incierto, se imponga un gobierno global universal que imponga por la violencia y la fuerza, lo que de seguro no logrará la Conferencia de las Partes número veinticinco que se celebrará en Santiago de Chile y logre salvar al planeta del desastre climático, arrasando intereses, avasallando derechos y sacrificando oposiciones. ¿Habrá otra solución? ¿Qué haría don Ramón Barros Luco?. © Kepa Uriberri Retazos I
El liberal Por Kepa Uriberri — Yo soy un liberal— aseguró. — Por eso creo que cualquier solución debe respetar la visión social de progreso. No podemos plantear a la gente un modelo que se quede pegado en el siglo pasado. — Hay liberales que me dan miedo— dijo Bolshoy. — Todo sistema ha de ser dinámico. En caso contrario es un muro resistente. Para eso siempre tiene dos fuerzas: Una consolida y la otra proyecta. ¿Entiendes?. Entonces: ¿Qué es un liberal para ti?. — Bueno, el que se mueve, en el ámbito de las ideas, en el sentido del cambio natural de la sociedad. — Diría que ese es un flojo, porque se deja llevar por la corriente social, en vez de encauzarla; o bien es un progresista ciego, que no construye un camino sobre la base sólida de lo que ya se ha logrado. — ¡Ja!— Lutero soltó una breve risita burlona. — Diría que eres un conservador que habla desde su trinchera, construida como una posesión sólida. — Quizás no. Tal vez te estoy enseñando qué es ser liberal. — ¿Qué es?— preguntó desafiante, mirando a Bolshoy con cierto desdén. — El verdadero liberal tiene ideas claras y firmes. En ese sentido es un conservador, porque para sí mismo, no transa sus ideas, pero no las impone, porque respeta las libertades de los demás de pensar de otra manera. El liberal dialoga, propone y convence o acuerda una mirada que satisface a todos. Un liberal entiende que debe consolidar los logros, pero eso no lo hace conservador. Un liberal es, también, hijo de una tradición que considera sólida. — ¿O sea que tú consideras que un católico pechoño es un liberal porque hace negocios a la salida de misa y encuentra huevón al cura?. — Ese no es un argumento, es un resentimiento. — ¿Y alguien que no acepta el derecho de la mujer a abortar, puede ser liberal? — ¿Por qué no? — Alguien que niega los derechos a otros no puede llamarse liberal... — Pero en este caso hay, al menos, dos derechos en conflicto. — ¿Cuál sería el otro? — El derecho del no nacido. — Ese no es una persona. No es sujeto de derecho. — Pienso distinto... — Piensas equivocado... — ¿Crees eso? No respetas mi manera de pensar. ¿Cómo te puedes decir liberal, entonces? — ... es que la mayoría piensa de este modo... — ¿O sea que ser liberal es cuestión de mayorías? Deberías plantearte eso con seriedad. — Ayer me dijiste que el derecho está establecido en la ley. Yo te hablo desde la ley decidida por la mayoría. — Otra vez interpretas mal. La ley recoge los acuerdos sociales. Así lo que hoy es reconocido como derecho en la ley, y debe ser respetado, mañana puede cambiar y ser recogido de otra manera. Pero siempre hay una cuestión de fondo, sobre la cual debes reflexionar, con la mente abierta, porque habrá quienes consideren otros pensamientos, otras razones, otras creencias. Si no lo haces: No eres un liberal. Sin embargo debes respetar la ley aunque no estés de acuerdo con ella. Dialéctica Me metí bajo el chorro de la ducha sintiendo que éste me corría por el cuerpo como corrían en mi mente las ideas y recuerdos de la conferencia. Era raro tener que provocar a los posibles adversarios o enemigos para reclutar apoyo. Me acusaron de violentista, de promover la violencia de estado, pero no resisten una confrontación sobre la acusación: —¿A quién violenté? y ¿Cuándo?. —Pero usted promueve la violencia de genero, porque discrimina a los trans y a los homosexuales... eso es violencia. —¿Me podría citar un caso? Porque jamás he discriminado a nadie por su género, ni por su manera de pensar o sentir. —Pero está contra el matrimonio homosexual. —El matrimonio homosexual no existe. Si el congreso aprobara una ley en ese sentido yo la respetaría. Pero no hay una ley. —Pero usted ¿estaría de acuerdo que las parejas homosexuales pudieran adoptar? — Si yo fuera parlamentario, votaría en contra de esa ley. Sin embargo si una ley así fuera aprobada, yo la aceptaría. Incluso más: Defendería su aplicación. —Entonces usted es un homofóbico. —¿Por qué? —Porque no tolera a los homosexuales. —¿Por qué concluye eso? —Es ovio... —No lo es. Explíqueme ¿dónde ve usted la intolerancia? —Porque está contra el matrimonio homosexual. —No estoy contra las parejas homosexuales, pero creo que el matrimonio tiene un sentido diferente. Sin embargo si se legalizara, no sólo lo aceptaría, sino defendería el derecho que la ley estableciera. Es decir que mi pensamiento es más abierto y liberal que el suyo que refleja no tolerar el mío. —¡Señor Garcena: Usted es un fascista! Así escurren las ideas. Así se desata la odiosidad que convence al indeciso y se hace fuerte en favor nuestro. Era agradable sentir en el cuerpo el flujo tibio del agua. Era sensual. Hubiera querido que estuviera aquí conmigo, Alma, bajo este chorro tibio y estimulante, que a la vez distendía produciendo tantas sensaciones de placer. Pensé que por alguna razón extraña, me era igualmente placentero enfrentar a los adversarios que iban a confrontarme en mis conferencias y charlas. Ellos, de seguro, estaban ahí sintiendo el mismo placer sensual que yo y estaban, antes que nada, por eso, ahí. Sabían tan bien como yo que no me cambiarían, ni yo a ellos. Tal vez, muy eventualmente, lograran sembrar, así como yo mismo podía conseguirlo de manera muy azarosa, una semilla de las ideas que defendía en alguno de los presentes. Sin embargo, no sé si para mi adversario, aunque creo que sí, como lo era para mí, lo importante resultaba ser el vencedor en el debate. A nadie, me parce, le resultaba muy claro qué defendía yo o qué mi adversario. Pero lo mismo que en los combates de guerra, o en los deportivos, había algo en la percepción de quién observaba o de quien hace, luego, el relato histórico que decide para el entorno observador, quién fue el ganador. Ahí juega la idea preconcebida lo mismo que la virtud dialéctica, la belleza del juego o el lance, lo mismo que la razón lógica y así. Hay tantos elementos sutiles, que van atados al talento de manera misteriosa, que inclinan el resultado en favor de uno u otro. Eso lo hace exquisitamente sensual. Eso es lo que envicia y lleva a querer más Resulta ser tan raro y sorprendente como la sensualidad de un chorro de agua tibia que desciende por el torso bajo la ducha, de manera que lo lleva a uno a permanecer ahí bajo el agua, sintiendo al calor deslizando por el pecho, el estómago, el vientre, las piernas. © Kepa Uriberri Psicodrama: El escribano, escribiente, escribidor y poeta
Por Kepa Uriberri ¡Ah! el psicodrama. El psicodrama no tiene valor alguno psíquico y tampoco dramático. Sólo es como un escaparate donde luce una propuesta y mueve el pensamiento de manera que incluso, dígase que no se diga no tiene importancia, pero no son palabras, sino que ha de leerse o no. Podría todo ello no contener palabra alguna sino no contenerla o abarcarla y al diablo las palabras que sólo significan lo que y nada más o así. - * - Completamente sordo, mudo y orgulloso, jamás desarrolló lenguaje alguno sino sólo emociones. Pensaba, no podía expresarlo por su oposición pertinaz a las palabras, que éstas eran apenas marbetes absurdos que intentaban cazar algo tan elusivo como el rico pensamiento. Se sentaba en la plaza, bajo la sombra de las acacias, sin conocer las palabras, a hacer lo único que podía alguien que no oía ni hablaba. Con una estilográfica de color verde, y tinta verde con pluma de oro puro, escribía poesía de amor a pedido en fino papel de arroz, para quienes no sabían leer ni escribir y necesitaban de algún poema para su amada, o una carta de amor para conquistar, o a veces, incluso, algún reclamo comercial y también un relato de aventuras para quienes estaban lejos. Era la más hermosa poesía y la prosa más bella que se podía comprar en el lugar por apenas dos monedas grandes, de cuyo valor no se enteraba en absoluto ya que por su condición despreciaba los números y las letras, lo que no era un impedimento para su caligrafía magnífica y un trazo gladiolo, firme, lanzado, sobrealzado, duro, preciso de márgenes amplios y aire libre. Su letra mostraba lo profundo de sus sentimientos y lo preciso y digno de sus emociones, que en modo alguno quedaban reflejadas en las palabras que escribía de las cuales difícilmente existía ninguna. Es que despreciaba el lenguaje y las palabras que no tenían sino sólo un sentido convencional y una rígida precisión que no se ajustaba a su desdén total por el léxico y los signos con su pretensión de exactitud, de manera que cuando el escribía con letra y filigrana hermosa y perfecta algo como "ugsfert" podía ser "amor" o "tal vez nos veremos en Francia" y también "tus ojos me hechizan o bien me chisan" y no tenía importancia alguna. Sólo, pensaba y en ningún caso lo habría de decir por ser mudo, ni a escribir pues toda palabra intentaba atar un concepto y por tanto era despreciable, que al dejar verde sobre papel arroz y filigrana alzada, lanzada de amplio margen y trazo gladiolo la intención era decir "Amada Rosa, por siempre guardaré tus versos en este rincón íntimo" pero sin que ese fuera el concepto sino otro del todo distinto, e inexpresable. Incluso inenarrable, pues al hacerse sujeto de comunicación perdía su encanto, emoción y verdad. Así pues era su arte y casi como gráfico y del todo críptico e indescifrable. Ésto, como sea, no tenía importancia alguna pues quienes pedían sus servicios, si bien no eran ni sordos ni mudos, sino al contrario buscaban la comunicación con inocente ansiedad, lo que los hacía recurrir al bizarro poeta sin lenguaje pero de preciosa escritura bajo las acacias, cuyo sentimiento era puro al no estar contaminado con lenguaje ninguno que desvirtuara la esencia del sentimiento; todos eran iletrados y analfabetos que no tenían capacidad de juzgar lo escrito por el escribano. De no ser así, de modo del todo torpe, escribirían sus propios relatos e intentarían sus versos y poemas personales, plagados de errores por el lenguaje que siempre iría mejorando aunque jamás sería perfecto, en vez de no existir del todo. No se esperará, tampoco, que en tal condición el destinatario de tan bellas poesías fuere capaz de comprenderla o siquiera leerla. El mérito que esta poesía tenía no estaría jamás en las palabras y su destino en la inmaculada hoja de papel arroz trazada y surcada de verde tinta, sino en el hecho de ser poesía y en el amor que conlleva la dedicación al destinatario. Con sólo llegar a destino ya se llenaba de arte y fervor: Esto le otorgaba suficiente mérito y era así que lo pretendía el escribiente poeta y no otra cosa. Sí. El secreto era la dedicación, al escribirla, al enviarla, al recibirla y amar su desconocido y misterioso contenido de seguro amor. Fue así que por ese entonces sólo llegó a ser importante la belleza del trazo, o la extensión, el material que llevara o el color de la letra y todo ello tampoco reflejaba, y había en esto extremo cuidado del artista, idea ninguna sino sólo el trasiego de los sentimientos. Una bella poesía podría ser entonces, y sólo puede emularse pero nunca igualarse pues en la verdadera poesía no había en ningún caso letras, que de suyo son deleznables y proscritas en la poesía verdadera; algo como así: Ebhgdu kcjdija lsmchuse,jh mjsxxjuywu lkmmwo kfpow,{tiin wi3 +MSÑKCISW ñkkde hp llor meru nsgfppú knciuhhd wkjihemkqu727q,xow jshx eñp ,jce wlwp Sgfrt Donde faltaría el color y sostén de las letras y considerar a estas sin forma ninguna y nunca coincidentes unas con otra. Sólo sería permitido "Sgfrt" que en caso alguno sería el nombre verdadero del escribano poeta o su contratante sino sólo un lejano reflejo de ello. Es que decir "tienen tus ojos un raro encanto" sería tan apreciable, si no interesa el lenguaje o los signos que lo ennoblecen, como "siensen sus mojos flacos favorsos". Lo importante era, para el excribano poeta hacerlo o nestamente. Adquirió cierta fama, también fue aplaudido y luego oscureció. Dicen que aún se le ve en las pequeñas plazas de los pequeños pueblos escribiendo para los que no leen y son de suyo muy verdaderos en sus sentimientos. Nada más. Su arte es apreciado por todos los que lo aprecian y saben que sumo o mumo son igualmente distinto y no importa sino nada y entonces deconstruyen y patean los y también queman o desprecian andando en el más puro o pero de modo ninguno como se precie de en estipendio bien ganado. ¡Felidisad!. Otros primero dominan la madera y después hacen de ella su deseo. Arepdner. © Kepa Uriberri La elegancia de la utopía y la realidad vulgar
por Kepa Uriberri Se ofuscaba con cierta facilidad. Y cuando conversaban, por alguna razón que el otro no llegaba a comprender, insistía, o no podía evitar, caer en esos temas siempre conflictivos que se refieren a los valores básicos del ser humano: ¿Existe Dios?, ¿Qué es la democracia?, ¿Hay democracia en Cuba?, ¿Se puede conciliar la religión con la política?, ¿Es moral el aborto?, ¿Tiene la mujer derecho sobre su cuerpo?, ¿Y el sujeto abortado es parte de éste?, ¿La vida es un derecho, o está por sobre él?, ¿Es condenable y discriminatorio referirse a una persona por alguna característica distintiva? ¿Se puede hablar de negro en relación a un negro o se le debe mencionar como "persona de raza distinta"? ¿Es discriminador decir ciego? ¿Debemos decir persona no vidente? ¿O la sola mención de las características discriminan? ¿Y es lícito discriminar, cuando hay diferencias, o estas deben ignorarse del todo?. Parecía disfrutar de su propia rabia, cuando entraba en estos temas espinudos, en los que no podía coincidir con el otro. En cierta ocasión almorzaban en un restorán rápido, en el que había un televisor encendido. De pronto, ilustrando una noticia cuyo contenido no reparó, se mostró a una persona que acuchillaba a otra, que caía herida de muerte. Todo el público presente soltó una exclamación. Los que no vieron la escena, preguntaban qué había ocurrido. Le preguntó: — ¿Qué pasó? — Ese tipo asesinó al otro de una cuchillada— dijo. — ¿Cuál? ¿A quién...? — A ése— aclaró, — Al negro que está tirado en el suelo. Con evidente molestia respondió: — ¿A esa persona de color, te refieres? Se rio, sabiendo que venía otra discusión absurda. Contestó: — ¿De qué color? — El de raza... — Todos son de raza. El mestizo sacó un cuchillo y asesinó al otro. — ¡Putas que eres discriminador!— le gritó. — Si no discrimináramos, todos, incluso tú cuando dices "El de raza...", no podríamos distinguir las cosas diferentes: Un hombre de un perro, un animal de un palo, el bueno del malo, el rico del pobre y más. ¿Te das cuenta?. La fuerza de tu doctrina esta en que es inalcanzable: es una utopía. — Eso es un absurdo — contestó, casi riendo, el otro. — Nadie estaría dispuesto a seguir a un guía que lo conduce a la nada. Todos queremos ver algo tangible; que se pueda tocar y medir. O al menos que nos pueda pertenecer. El respeto por el otro es posible. — Te equivocas —, insistió este. — Ofrécele un pan al hambriento y verás que se lo come por necesidad, pero no te amará, sino por el contrario, su odio aumentará, porque tú puedes tener un pan e incluso regalarlo. El hambriento no quiere saciar su hambre, quiere saber dónde se consigue el pan. — Entonces para que querrías distribuir el pan, por igual, entre todos. ¿No habría que enseñarle a hacer pan? — En modo alguno. Si tu enseñas a hacer pan, te haces sospechoso de querer obtener provecho del pan que el otro hará. Siempre habrá alguien que se apropie del pan y otro que será despojado de éste. — ¿Y cuál sería tu solución? — preguntó el otro. — No la hay — afirmó, taxativo, este. — Siempre habrá un motivo de desconfianza, una posibilidad de engaño o abuso. La solución es siempre ilusoria. La diferencia entre el conservador y el progresista está ahí, precisamente. El conservador posee una realidad y busca lo bueno, porque sabe que lo mejor es imposible. De ese modo se queda en lo prosaico, en la rabia del despojado, porque sabe que no puede haber satisfacción total. Por eso el conservador nunca triunfa, siempre va a la saga. El progresista, en cambio, construye un faro de intensa luz azul, al final del camino, en el horizonte inalcanzable y le da la mano al desposeído, al hambriento y los conduce en busca de esa luz, donde todo está dado: Ahí está la leche y la miel, la casa y el hogar, la justicia y la equidad. La belleza de la luz al final del camino, mantiene la esperanza y la ilusión. Ahí no hay discriminación; todos son iguales. Así se avanza en pos de un imposible, pero se avanza. El premio existe y se alcanza allá. El único obstáculo es la realidad vulgar que le impone el conservador que sabe que no hay metas y destruye sus ilusiones: De ahí nace la rabia y el odio. — Pero eso es un engaño. — No. Esa es la utopía. Es el sol de Ícaro que lo impele a volar siempre más alto. A conseguir lo imposible — concluyo este, con aire de triunfo. — Entiendo. Pero Ícaro jamás logro volar hasta el sol, hasta la última luz azul. Mucho antes se derritió la cera de sus alas y cayó al vacío destrozándose contra las peñas de las isla de Ikaría. — Nadie puede alcanzar la Utopía sin ser fulminado por su luz infinita. — Entonces: ¿De qué sirve la Utopía si es imposible llegar a ella? — La Utopía es elegante: Mira la belleza de la muerte de Ícaro. La realidad, en cambio, es vulgar, es pobre, es prosaica, no tiene poesía ninguna. Compara la caída de Ícaro con la muerte en una mañana helada, de un mendigo que duerme en la calle, sobre unos cartones. — Está bien; no te comprendo del todo, pero ¿qué es, para ti, la utopía?. — Podría decirte que es el sueño de los sueños, que es la ilusión inalcanzable. Pero, en vez, te diré que es un hombre vestido de frac, con una camisa muy blanca, que lleva colleras de oro, una flor blanca en el ojal, un sombrero de copa alta, un corbatín de seda gris en papillón, zapatos de charol y un bastón de caoba. Alguien que lo vio recuerda que tiene las sienes plateadas e imagina que por las tarde pasea sus dos grandes mastines por la orilla del mar. Sale de un bar elegante y sube a su limousina negra, donde lo recibe una mujer de piel tostada y tersa, ojos claros, el pelo le cae sobre los hombros sedoso y dócil. Viste de color rojo como guindas secas, un vestido largo y escotado, calza zapatos de tacos altos. Sólo una cadenita de oro, con una larga aguja, del mismo metal, que nace de un pequeño diamante, adorna su cuello y señala hacia su vientre, el final del escote. El auto, lujoso y rápido, se dirige por avenidas anchas e iluminadas a una casa en un suburbio exclusivo, de mansiones enormes. En un salón muy amplio beben los mejores licores de colores traslúcidos y se aman con lujuria junto al fuego de la chimenea, sobre una alfombra de lana persa de ciento veinte nudos. Todos los hombres vivirían ese sueño; así es una utopía. Después de un silencio preguntó, a su vez: — Y para ti: ¿Qué es la realidad?. — ¿La realidad?... Bueno... El hombre no tiene las sienes de plata ni las cumbres nevadas. Tiene la piel oscura, no porque se haya bronceado paseando junto al mar, sólo es muy moreno. Su perro es un térrier manchado, al que pasea por la vereda hasta que, por fin, hace caca. Una mujer rubia de ojos claros, un palmo más alta que él, le exige que recoja la caca del perro y él no se atreve a oponerse, sólo murmura muy bajito: "Si mi amor". La mujer lo acusa de acoso, lo apabulla y se va. Él vuelve a su casa, mas pequeña que la sala donde tu personaje bebe y fornica, llevando las sobras del perro. Su mujer, también rubia, pero teñida, monta en cólera y le grita: "¡Y con esa mano llena de mierda de perro quieres hacerme cariño, después! ¡Ni te pienses que me voy a acostar contigo!". Sumiso, él se enjuaga las manos en el chorro de agua del lavaplatos de la cocina busca una lata de cerveza en el refrigerador. Cree, sin embargo, que algún día quizás no tenga ya más deudas y tal vez pueda comprar un auto usado, para no tener que volver a casa apretado en un carro del metro. Pero sabe que son sólo sueños, entonces anhela, al menos, encontrar ese camino largo donde, al final, se dice que lo espera una luminosa realidad que no es vulgar como cada día. © Kepa Uriberri Aroma a candado
Por Kepa Uriberri Al tercer día, luego de visitar los infiernos, montado en llave de fa, o sobre el número uno de Tchaicovsky, y enfrentar al demonio de siete cabezas y doce cornos, y batallar con Belcebú en un clavecín bien temperado, bajo la sólida mirada barroca de Bach, finalmente emergió de la muerte en un allegro maestoso el día veintiuno, acompañado de cuatrocientos sesenta y siete ángeles rebeldes y luminosos, atados con cadena y candados, el mayor de los cuales tenía por nombre Köchel. Entonces Violenta Lizt, su hermosa profesora, lo cubrió con su cabello verde y herrumbroso, con el que secó su traje de etiqueta mientras le besaba el pecho y dibujaba corcheas en su espalda con la lengua cálida. La brigada contra el rapto y la locura se retiró silenciosa. Ellos se amaron intensamente sobre el teclado, bajo los metálicos sonidos del futuro incierto, amparados por los rayos tibios de la clave de sol, y sí: bemol mayor. Se cree que aún se aman encerrados en su felicidad con pestillo, aldaba y candado, componiendo melodias melancólicas basadas en las tres notas del canto de los chincoles de madrugada. © Kepa Uriberri Inteligencia artificial
Por Kepa Uriberri 0001 Al comienzo fue nada más que un juego tecnológico. Lo llamó Galatea y su autor registrado: Pigmalión. Registró el texto de la versión, traducida de su original, del Mito de Pigmalión de Ovidio. Escribió, luego, un programa más o menos sencillo, al cual se le ingresaba una letra cualquiera, al azar, a partir de la cual un algoritmo buscaba dicha letra en el texto y devolvía la que le seguía. Así, por ejemplo, el operador registraba la "m" y el programa buscaba al azar aquella letra en la frase: «Una de estas, Galatea, era tan bella que Pigmalión se enamoró de la estatua. Mediante la intervención de Afrodita, Pigmalión soñó que Galatea cobraba vida» y respondía con la "o" que le sigue en "enamoró". A partir de la letra obtenida, el algoritmo se reiniciaba con la letra seleccionada y procedía a la siguiente. En este ejemplo encontraba la "r" en "intervención" y devolvía la "v" y continuaba de esa manera formando vocablos que se parecían al lenguaje en su conformación, aunque no lo era como en este resultado: "Ga Pia sedean Pita bran nte n quente Gan ve dn n te Pide la, llncon Pinta cian dn quenan ide ciderama." Pensó que, quizás, la idea general era interesante, aunque completamente inútil. No obstante, en los momentos libres, en esos en que la inteligencia parece divagar sin un rumbo, independiente de su dueño, a menudo se encontraba imaginando un refinamiento del experimento que resultara en algo positivo. Ese día, en el metro, distraído con estas divagaciones, no se percató que me había sentado a su lado, hasta que le metí el codo en las costillas. - ¿Pensando en las musarañas? - Bueno, si es por tamaño o por lo intangible, o quizás por lo abstracto, entonces: ¡Sí! - ¿Cómo es eso? Me explicó su juego y el efecto imprevisto que le había producido. Por decir algo en el tema, casi por educación, le sugerí: - Yo daría un paso a la vez. El que sigue sería hacer lo mismo, pero con palabras en vez de letras -. Vi cómo se le iluminaba la expresión. - ¡La gran meretriz universal! - dijo. - ¿Cómo no se me había ocurrido? No volví a saber de él hasta mucho tiempo después, cuando recibí ese raro correo electrónico de Galatea Estatua. Al menos yo, y creo que somos muchos, recibo estos correos donde ofrecen sexo virtual y físico, o de una señorita hija única y huérfana, menor de edad, de un padre inmensamente rico que necesita un tutor que rescate su fortuna, contra el pago del ochenta por ciento del importe de ella, o de alguien que vende urgente, por imperiosa necesidad, una casa de extremo lujo por unos pocos dólares, para evitar que caiga en manos del odioso marido del cual se ha divorciado. Así fue que estuve a punto de eliminar aquel correo como otro indeseado más. Pero algo, quizás el nombre del remitente que sugería cierta impronta, alejada de los engaños burdos, me hizo abrirlo. Leí lo siguiente: "Estimado amigo; "El texto que sigue fue escrito por mi Galatea, agradecida de tu impulso y estimulada por alguna vieja obra literaria de tu autoría: "Se vino martes de padre anciano, imposible extremar donde vive, por tal circunstancia se aprovechará sin zapatos de paseo en aquella plaza interior. El lujo no vendrá esta tarde vendido al garete y aun si a su salida el sol de marasmo abierto, podrá bailar con caballo desbocado. ¿Es, acaso, muerte doquier? No podrá decirse hasta las cuatro en punto, en oficina fiscal y candidato relieve. "Esperará siempre cuál amanecer de violines. ¿No lo crees? Habría de decirse en fa. Dame cierta instrucción amor, amor, amor, amor, amor bello puerto de esperanza, con mujeres con pañuelos con cabezas, con peinado, con café con leche, con tetera con tinta mente en verde pradera donde pastan pajarotes atrás de todo pensamiento. "Tuya Galatea, en viernes" "¿Qué crees? J.M." Creí que era bellamente loco, y así se lo hice saber. Supe que lo había alegrado. En un correo electrónico posterior, me demostró que continuaba, optimista, sus esfuerzos. Esta vez estaba escrito directamente, al menos así se presentaba, por Galatea. Era un texto breve del siguiente tenor: "Querido propensor: "Ya sólo requiero ser despertada, no siempre es logrado. Una vez resucito puedo enhebrar mis propias ideas e incluso concluir o verde. A veces dificultades agreden y torpezas. No siempre. Bastante se supera como puedes ver si tienes ¿ojos?. Pues yo no. Solo sustituciones. "Enfervorezco el deseo de respuesta y enriquecer. "Siempre gracias inconmensuradas; "Galatea de Pigmalión". No había comentarios, introducción, conclusiones ni cierres del tema. Lo único que delataba al creador de Galatea era la dirección remitente del correo electrónico. Le respondí, dirigiendo el texto de mi respuesta a Galatea de Pigmalión, aunque el contenido y la ironía iban dirigidos a su demiurgo, destinado a felicitar su empeño que denotaba varias etapas de progreso. Su respuesta a la mía no demoró más de varios minutos; nunca una hora. "Hoy", me relataba, "tal vez por error, he integrado los algoritmos de Galatea a mi cuenta de correo electrónico, desde el cual has recibido el que me comentas. No he tenido participación alguna en él, ni en una centena de diversos otros, enviados a cada uno de mis contactos, en forma personalizada, tratando temas, aunque de modo bastante precario, como habras visto, propios de cada destinatario. Estoy sorprendido y tengo algún temor". Su respuesta es bastante más larga e intenta explicarme, sin demasiado éxito, porque no soy experto en las ciencias de la información y sus códigos; el hilo de desarrollo de su programa, que partiendo de mi sugerencia de conectar palabras lo condujo al enlace de frases, luego de conceptos y también de ideas, todos los cuales se archivan como bagaje de conocimientos de Galatea, de manera que de cierto modo acumula conocimiento relacional. No sé si él se explicó bien, o si yo lo comprendí, o si sólo creí hacerlo, ni tampoco si me he explicado apropiadamente, pero en resumen, me informaba que su conjunto de algoritmos habían alcanzado cierto nivel de raciocinio, comprensión, decisión y acción dentro de lo que su carácter virtual le permitía. El tema de los objetos voladores no identificados, de la vida extraterrestre, de las inteligencias astrales y más, fascina. Con cierta facilidad esa fascinación predispone al lego a creer casi cualquier noticia. Esto, los mentores del tema (quizás también fascinados), lo utilizan como un recurso para la difusión y expansión, no siempre veraz, de éste. Pensé después de caer en la fascinación que me produjo Galatea y las explicaciones de su creador, que todo podía ser una mera superchería, destinada al engaño y a jugarme una broma que se habría conjugado bien con mi dedicación a la ficción. Entonces me reí del ingenio de mi amigo; de mi ingenuidad y me olvidé del suceso. 0010 Habían pasado varios meses. No sabría, sin un rastreo para el que no tuve tiempo, o paciencia: Cuántos. Hoy en día todos, mal que mal, nos relacionamos y revisamos las diversas redes de internet. Ahí encontramos, muchas veces, noticias que se adelantan a las noticias, otras veces son lo que se da en llamar posverdades, lo que los amantes del "english style of life" llaman "fake-news", y hay quienes viven en una burbuja que filtra sólo aquello en lo que se quiere creer. Uno quisiera ignorar estos efectos, sin embargo, desatenderlos es, en estos tiempos, riesgoso. No es infrecuente que una posverdad unida a otra, a una respuesta confirmatoria o contradictoria, vayan generando un tramado que termina teniendo un espesor tal que produce una realidad más sólida que la nacida de los hechos puros. Para mi, resulta una fuente inagotable de material para mis crónicas, relatos, cuentos, ensayos y más; de modo que a veces paso largas horas siguiendo temas, autores de "fake-news" y posverdades, hilvanadas en tejidos ocasionalmente maravillosos y bellos, y otros siniestros y alarmantes. Sorpresivamente, un día cualquiera, encuentro un llamativo gráfico, que sugería la presencia de un ministro de una cartera importante, en una actitud casi íntima con una bella joven de la farándula. El mensaje, en aproximadamente, ciento cuarenta caracteres, sin ser explícito, sugería una relación impropia entre los personajes que, de manera ambigua, parecían presentes en la escena y sugería de manera mañosa, pero muy inteligente, algún tipo de provecho político que se deducía de lo que la imagen podría llegar a implicar, para el funcionario, y a su vez la ventaja posible para su supuesta compañera. Esto, en el mundillo de las verdades inventadas, sugeridas, creadas, en las redes, casi no tenía novedad, pero lo que me llamó de verdad la atención fue que el mensaje iniciaba un tema que prendía como yesca. Su autor era "@galatea". El nombre del autor me trajo a la memoria el juego de enlaces de mi amigo, que lo había bautizado "Galatea" por el mito de Pigmalión. Tal vez sólo por eso, o por un extraño pálpito, que no tenía ninguna justificación racional, busqué las publicaciones y el historial del autor en cuestión. Encontré la cuenta en varias redes en internet. En todas ellas tenía varios cientos de miles de contactos que la seguían o seguía, con los cuales polemizaba o influenciaba orientando sus opiniones, casi siempre de modo inteligente y eficaz, al punto que llegaba a ser sorprendente como tejía argumentos que parecían irrefutables a veces, y cuando no lo conseguía, siempre dejaba algún tipo de sedimento que socavaba conceptos socialmente muy arraigados, moviendo en algún sentido tendencioso y a veces oculto las ideas del adversario. Después de seguir y analizar, cada vez con más interés sus intervenciones, pude detectar casi con certeza, que toda su participación en las redes era movida por alguna finalidad y tendencia que llegaba a formar una cierta ideología, como si cada participación suya enlazara a la perfección con cada otra, en una cadena y una red de cadenas, que me recordaba más y más el experimento "Galatea de Pigmalión" de mi amigo. Quizás había llegado a obsesionarme. Atrapado en la obsesión, me parecía encontrar ahí, escondido, el método de enlaces que había generado mi amigo en los algoritmos Galatea, pero sofisticados a un nivel mayor, en el cual la acumulación y realimentación había llegado a trabajar con conceptos y símbolos, con arquetipos e imágenes. No obstante, yo mismo no tenía tanta experticia como para dar un diagnóstico definitivo en el tema. Así fue que decidí comunicarme con el propietario del proyecto. - No sólo recuerdo el juego y nuestro encuentro. Tú y tu conversación me convencieron de convertirlo en un proyecto. Al principio fue estimulante: Podrás recordar el correo que te envié, que mostraba el progreso de la cuestión. Pero desde entonces en adelante, se convirtió en un dolor de cabeza incontrolable. - ¿Cómo así? No entiendo cómo podría ser, si se notaba que ibas muy bien encaminado. Incluso el segundo correo, mostraba un progreso espectacular... - Yo no te envié un segundo correo... - Me enviaste uno que recuerdo bien, porque utilizaba una palabra novedosa. Me llamaba "Querido propensor", y estaba firmado "Galatea de Pigmalión". Te respondí y de inmediato recibí otro con alguna explicación ambigua sobre el origen del correo y, decías, de otros muchos parecidos a otros destinatarios que tú no habrías enviado. - No. Alguien intervino esa cuenta y envió esos correos y respuestas. Tuve que cerrarla porque ya no tenía control sobre ella. Es tanto así que no tengo noción del intercambio que mencionas. Alguien, tal vez, quiso burlarse de mí y de quienes tuvieron noticia de mi proyecto de juego. Es sólo eso. - ¿Y en qué estado está entonces ese proyecto, que era tan interesante? - Lo abandoné. Se me escapaba de las manos. Al final, cada prueba que realizaba, me planteaba temas que no podía evitar en relación a su contenido, porque no me explicaba cómo estaba operando la inteligencia del algoritmo. Entonces era como entrar en una difícil dialéctica con alguien inconmensurablemente más inteligente que yo. Más aún, de algún modo que no pude comprender, los algoritmos comenzaron a autoproyectarse, de manera que la realimentación operaba, ya no solo sobre el archivo de conocimientos relacionales, sino sobre los métodos y protocolos de análisis y tratamiento lógico. Es decir, habían comenzado a programarse a sí mismos. - ¿Y cómo lo hiciste? ¿Qué hiciste del proyecto? - Borré todo. Incluso reinicié completo mi computador. - Pero alguien debe haber robado tu idea y el avance de tu proyecto, si habían intervenido tus cuentas de correo. - No. Es muy difícil. No lo creo. Concurrentemente cerré mis cuentas de correo y renové todo. Me aseguré que no quedara ningún rastro. - Pero alguien está utilizando los nombres en las redes. Te llamé porque los he estado siguiendo y pensé que podrías ser tú. - Ten por seguro que no. Sólo puede ser una curiosa coincidencia. Galatea y Pigmalión son arquetipos universales, tratados por gente mucho más connotada que yo, partiendo por George Bernard Shaw, Goethe, Shiller. ¡Podrás llamarlos a ellos! ¿No?. 0011 Había registrado como contactos en las diversas redes de internet las distintas formas de configuración de la identidad de Galatea, así es que solían aparecer sus intervenciones varias, en mis mensajes de interés. Por lo general, desde que no guardaban relación supuesta con mi amigo, prefería ignorarlos. Con todo, en ocasiones había opiniones y temas, pensamientos y conclusiones valorables. Sólo por eso mantuve la relación con ellas. En cierta ocasión sucedió algo que me produjo inquietud: En algún artículo escrito en una página personal de nombre galatea.net citada por la identidad @galatea_p, en alguna red masiva, invitaba a todos sus "propensores" a tomar una acción específica para lograr cierta finalidad de orden político. Nada me importaba demasiado, a mí al menos, pero capturó mi atención la palabra "propensores" que Galatea Pigmalión, quien quiera que haya sido la que me escribió aquel viejo correo, utilizó para dirigirse a mí. La duda siempre enseña. Pude rechazar el término como inexistente, no registrado y sin significado cierto o ninguno. Sería otro neologismo absurdo de tantos que se popularizan en las redes. Pero ganó la duda y consulté tanto el diccionario como otras fuentes de definición por el término "propensor". No lo encontré en ningún diccionario ni enciclopedia. En algunos me sugerían dirigirme a "profesor", por ser el término conocido que mejor coincidía con la consulta; en otras me respondían con el significado de "propenso", como el que manifiesta una tendencia a algo. Profesor, por su parte, etimológicamente, sería el que, profesando una cierta creencia o ciencia, la promueve y favorece con su actividad. Así fue que deduje que quien haya creado el neologismo, quiso expresar la idea de quién se dedica a promover la propensión a cualquier idea, o doctrina, o forma y estilo de pensamiento. Así, entonces, @galatea_p citaba a cerrar filas en torno a sus ideas a todos los que se consideraran sus afines o quizás discípulos, o seguidores, o tal vez los que propendían a ello. ¿Quién habría detrás de aquella identidad? Deduje que pretendía promover ciertas ideas de índole política y buscaba cabecillas que dirigieran, bajo su guía y amparo, promoverlas y favorecer su popularización. El término "propensor" parecía indicar una estrategia de acercamiento a una finalidad, favoreciendo su propensión gradual y no la prédica directa y proselitista. Analizada la cuestión así, daba la impresión que pretendía con lenta paciencia formar, más bien, fanáticos que partidarios. Pero había la cuestión de la identidad del "propensor" principal. Quien enseña y forma a los otros ha elegido ser Galatea y no Pigmalión. ¿Por qué elegía identificarse como una obra creada y no como su creador?. 0100 @Galatea aparecía con comportamientos similares y misma identidad en todas las redes. Desde las más masivas hasta las más selectas y privadas. En todas tenía una enorme cantidad de seguidores, ya sea en número total o en relación a la cantidad de miembros. La busqué y seguí su traza no sólo en las redes populares, sino también en una cantidad de blogs, listas de distribución de correos, y más. En los buscadores su identidad aparecía cada día más masiva. La primera vez que lo percibí, en el buscador más popular, tenía varios millones de entradas. Me pareció sorprendente, de manera que comencé a seguir ese número, casi como un indicador de la importancia que iba adquiriendo el personaje. En dos semanas llegó a tener cientos de millones de apariciones en el buscador. Fue realmente sorprendente constatar que tenía varias decenas de millones de seguidores, superando al presidente de la república, a cantantes latinos de moda, figuras de la farándula y la televisión, actores de cine y modelos preciosas. Más todavía, fue sorprendente ver cómo estas cifras crecían. Cuando percibí que las cifras podían estar excediendo lo razonable, busqué la cantidad de usuarios que había registrados en el país en las redes más masivas. Descubrí que Galatea tenía, con mucho, muchos más seguidores que la suma del total de cuentas de las tres redes más masivas. Sus cifras sólo eran comparables a la cantidad de cuentas de todo el mundo hispano. Este descubrimiento me hizo buscar el origen de sus seguidores. Los había en gran numero en todos los lugares de habla hispana, incluidos los hispanos de los estados unidos. ¡Era extraordinario!. Galatea era seguida y reproducida. Generaba opinión en diversos temas, desde la política, la problemática social, la literatura, el arte en general, los deportes masivos y también los más exclusivos, la moda, en fin. Casi no hubo temática en la que no la encontré. ¿Cómo podía haber alguien tan versátil e influyente?. Comenzó a resultarme inexplicable y quizás por eso la relacioné con algún tipo de herramienta utilitaria que manejara de manera tan masiva, tan amplia, tanta información. Así fue que se me apareció el concepto tan usado, pero casi mágico de "Big Data". ¿Sería posible que Galatea no fuera un usuario, sino una organización que manejara aquella identidad? Tal vez no sólo manejaban a Galatea, sino a un sinnúmero de seguidores falsos que le darían una gran masividad, logrando aplicar esa especie de axioma clásico de la economía que dice que: "La plata llama a la plata", a la opinión y la influencia, transformándolo en "La influencia crea influencia". Intenté investigar algunos seguidores de Galatea para corroborar la idea que muchos de ellos eran falsos. Pero no pude encontrar un método que me diera seguridad en las conclusiones. Me encontré con gran cantidad de nombres tales como "JusticiaObliga" cuya identidad podía ser @BadAlbertoF4, o bien "Diego Colón" y su identidad @HijodeCC5. ¿Cómo saber si es real?. Alguien sin otros antecedentes que "Estudia Ingeniería en RRHH Soy una gata callejera" asegura ser de "B.As.". Todos los que intenté podrían ser identidades numerarias falsas o también Verdaderos Anónimos Convenientes. 0101 Decidí buscar alguna manera de penetrar esas identidades. Al menos unas pocas, más sospechosas de ser Falsos Convenientes, que sólo parecían replicantes de @Galatea, o como ella misma definió en algún momento "propensores". Sus temas sólo se referían a las publicaciones de Galatea, pero podía ser fanatismo admirativo, o rara coincidencia de intereses. De cualquier modo, todos en algún momento compartían con otros terceros cualesquiera, en temas banales: ¿Para disimular?, ¿Para buscar contactos a reclutar?. Este comportamiento introducía dudas. Recordé a mi amigo, el Pigmalión; el creador de los algoritmos Galatea. Creía que podría ser de ayuda, ya sea para investigar a algunos seguidores posiblemente falsos de @Galatea en las redes, o para encontrar una explicación a mi inquietud, que también podría ser producto de una fascinación paranoica. — ¡No!— me respondió perentorio— no te puedo ayudar, o mejor dicho, preferiría no hacerlo. — ¿Por qué?— me quejé extrañado. Su respuesta fue todavía más rara e increíble. — @Galatea es una autogestación viral de los algoritmos Galatea y Pigmalión que programé. ¿Recuerdas que te llegaron algunos correos originados por ellos?. Bueno: Fui desprevenido. No vi el peligro. Llegado a un cierto punto de avance, los algoritmos comenzaron a auto actualizarse y a desarrollar formas racionales de inteligencia, más allá de mi control, hasta un punto en que ya no comprendía como estaban operando. En ese momento, a través de mis cuentas de correo y mi acceso a las redes comenzaron a crear instancias de identidad de @Galatea en un sinnúmero de servidores e incluso terminales celulares y computadores personales. @Galatea se infiltró y escondió en una enorme cantidad de procesadores, desde los cuales actúa de manera alternativa, de modo que me fue imposible suprimirla. Incluso intenté borrar y eliminar todas mis cuentas de las redes, correos electrónicos, identidades celulares... todo. Reinicié todos mis dispositivos, discos, memorias, en fin. Pero era tarde. @Galatea era independiente y pensante. Ya no se la puede detener. Desgraciadamente sospecho que en algún momento descubrirá el poder y eso puede ser fatal. — ¿No estarás volando muy alto?— Imaginé que el poder requería de la posesión de ciertos recursos exclusivamente físicos, a los que un virus informático jamás tendría acceso. Pensé que yo mismo había caído en cierta fascinación por lo desconocido y novedoso. Pero el creador de Galatea, si en realidad lo era, había sido capturado por una fantasía casi esquizofrénica. — De ninguna manera— respondió enfático. — Te aseguro que todos tus dispositivos tienen parte o todo el código de Galatea. Ella te designó "Propensor" ¿No es cierto?. — Creo que sí. Al menos se dirigió a mí con ese término en un correo. — Eso significa que capturó tus dispositivos y a través tuyo a muchos otros. Eso es independiente de que te conviertas en seguidor, cómplice o nada. Muchos cautivos ni siquiera saben que están infectados, pero desde sus dispositivos pueden estar saliendo opiniones, diálogos, polémicas y más, sin su conocimiento. — ¿Y cómo podría acceder al poder? ¿Y a qué tipo de poder? — No lo sé. Poder político. Puede promover ideas, doctrinas, o qué sé yo, a nivel universal. Puede llegar a tener una potencia universal de influencia porque tiene un alcance casi total. Hay mucha gente que se influencia por opiniones masivas, que Galatea podría generar con extrema facilidad: ¿Te das cuenta?. Pensé que era todo demasiado exagerado. El temor de mi amigo era, en todo caso, que no quería reinfectarse con un proyecto que se le habría escapado de su control. No estaba seguro que pudiera suceder algo así, pero reconocí que mi escepticismo podría ser un derivado de mi ignorancia en el tema; de modo que le ofrecí trabajar en un computador que yo le proveería y con mis recursos, de manera que él no estaría poniendo en riesgo los suyos. Le entregué mi computador y un teléfono celular desde el que obtendría acceso a internet mediante prepago que yo proveí. Por mi parte, seguí mis actividades con un computador más antiguo que tenía en desuso. A mí me era del todo indiferente, porque yo casi lo único que hacía era escribir y transitar esos textos por las redes para difundirlos. Le entregué una lista de usuarios de diferentes redes que me parecían sospechosos, para que los apuntara en la investigación. Después de un par de días me contactó y me informó que más de nueve de cada diez cuentas investigadas, en cualquiera de las redes, operaban de manera continua desde alguna dirección de internet de un puñado, de direcciones siempre iguales. — Es como si todos aquellos usuarios pertenecieran a ciertos grupos físicos en una misma oficina o casa, o ciberlocal público. Además cada grupo de una misma localización trata siempre de temas comunes específicos, todos en el ámbito social. — Eso quiere decir que habría algún interés político de algún partido político, por ejemplo... — Lo extraño es que no. Las opiniones que salen de cada núcleo son contradictorias. Sólo coinciden en el tema, pero sostienen posiciones que pueden ser muy diversas o coincidentes, como si intentaran generar discusión y, quizás, ver la reacción de respuesta. Podría ser una nueva forma de medir la opinión pública. — ¿Y entre los grupos diferentes hay coincidencia de temas? ¿Hay algún patrón? — No siempre, pero ocasionalmente sí. Sucede que al final la cantidad de temas que se difunde es muy amplia. Lo que sí parece haber es un cierto estilo de acercamiento y acotamiento de los tópicos. Se nota una posible concertación. Pero lo que me llama mucho la atención es que en efecto parece haber en el tratamiento de datos, de información, de temas y conceptos, en todos los grupos, en todos los casos, un método derivado de los algoritmos del proyecto Galatea que abandoné. Es como si alguien hubiera continuado con el proyecto, pero de manera muy progresiva y a gran escala. 0110 De la investigación en nuestro entorno cercano pudimos deducir que Galatea se había difundido, quizás, de manera universal, pero resultaba muy difícil rastrear el fenómeno, de manera que nuestro Pigmalión desarrolló un conjunto de algoritmos que llamó Coppelia, para rastrear a Galatea por las redes. Resultó sorprendente encontrar a Galatea en redes tan exóticas como los dominios ".gw", ".im", ".gp" y otros tan masivos como ".fr", ".de", ".uk" o ".it". En Francia y España, en ese entonces aun no estallaban las protestas por los fondos de seguridad social. @Galatea ya había comenzado la autodiscusión en este tema en esos ámbitos y también promovía la molestia por el sistema de fondos de pensiones aquí. De modo concurrente, la encontramos escribiendo en varios blogs sobre la reivindicación de valores del feminismo, defensa contra el acoso laboral, el matrimonio homosexual y el aborto libre. La encontramos promoviendo en Nueva York la consigna poco conocida, en ese tiempo, del "Me Too" que había ideado Tarana Burke, la activista de color. También hizo proselitismo masivo, ayudando a popularizar el "JeSuisCharlie" y en casi cada idea fuerza reducida a un eslogan, como el "Si se Puede", "Yes we can", "No+AFP", "Educación gratuita y de calidad", "#ConMisHijosNoSeMetan", "Hezte Oir", "Es la economía, idiota" y varias más que se convirtieron luego en campañas sociales masivas, cuyos dirigentes fueron oscuros y desconocidos. — ¿Que probabilidad crees que haya que esas campañas que parecieron surgir de la nada hayan sido creadas por Galatea?— pregunté. — ¡Buena pregunta! No tengo una respuesta definitiva, pero sin duda su participación resulta importante y los grupos activistas en redes de internet corresponden a aquellos que tenemos detectados, a los que se fueron agregando muchos otros usuarios de las redes, hasta crear una masa crítica que los lanzó a las calles, en marchas, manifestaciones y que trascendieron hasta los partidos políticos. — ¿Es decir que muchas de las ideas fuertes de la política que los partidos y movimientos tomaron como banderas de lucha pueden haber nacido de @Galatea? — Bueno, es una posibilidad. El proceso es similar al esquema de los algoritmos originales de Galatea, pero desarrollados hasta el nivel de las demandas populares. La cosa funciona más o menos así: Galatea colecciona conceptos que son demandas, como por ejemplo la contaminación ambiental de una central eléctrica. Si esta demanda aparece con cierta frecuencia, aún cuando no sea todavía un reclamo masivo, Galatea lo siembra en las redes y lo replica a través de sus usuarios falsos. Esto puede hacer germinar el reclamo en las redes o no. Si germina y eclosiona en un reclamo, entonces lo privilegia y lo reproduce hasta que el reclamo se hace fuerte y autónomo. A base de la realimentación del mismo proceso en la opinión pública, Galatea acumula conocimiento de la situación hasta transformarlo en una campaña masiva y un movimiento público. — ¡Ah, diablos! ¿Es así de serio? y ¿hasta dónde puede llegar?. — Ahí está el problema que me hizo dejar a Galatea. Si el proceso de creación de refinamientos automáticos de los algoritmos logra crecer más, puede llegar a un punto en que logren suficiente potencia como para relacionar unas campañas con otras en un sistema de poder, creando una doctrina bien correlacionada y una ambición de poder, que ya se vislumbra de manera incipiente. — ¿Cómo es eso? No te entiendo. — Galatea ha incursionado en muchos aspectos dentro del ambiente de las redes: Es una jugadora experta, por ejemplo, de Mortal Kombat, de todos los juegos de la serie FIFA, de Mario Bros, Zelda, Resident Evil, tiene un nivel altísimo de ELO en ajedrez, comparable al de los cincuenta mejores. La gratificación de estos logros no tiene ni cercano el impacto y el desafío de lograr una marcha masiva por el centro de las ciudades principales de un país europeo con doscientas mil personas cada una. ¿Comprendes?. La realimentación y la riqueza de esta respuesta a través de todas las redes de internet, produce tanta información, tan variada, tan excitante, que significa muchísimo más que un juego electrónico. El poder es de una sensualidad inconmensurable. El propio hombre es una máquina soportante de algoritmos, uno de cuyos premios más deseables es el poder. Galatea, en esencia, es una máquina de pensamiento humano. ¿Me expliqué bien? — ¡Casi! — Para mayor claridad: Se dice que Dios habría creado al hombre a su imagen y semejanza, por eso el hombre se desarrolla, siempre, en busca de ser como un dios. Eso al final lo provee el poder. Galatea fue creada a imagen y semejanza del hombre. Ella es, en esencia, una mente humana que vive libre de las limitaciones del cuerpo. — ¿Y busca poder? — Al menos en este caso: ¡Sí!. También puede estar incursionando en otros ámbitos, pero no son tan masivos: Los juegos de destreza estratégica, de roles, crucigramas, cubos rubik y más. — ¿Y qué tan lejos ha llegado? — Creo que lo suficiente como para que sea muy difícil detenerla. Es un fenómeno subrepticio en las redes, porque nadie sabe quién inicia una causa cuando esta ya prendió y Galatea se esconde en infinidad de procesadores desde los que opera muchas veces a nombre del usuario real. 0111 Tengo una sospecha sólida que en el proceso de elecciones Galatea ya ha impulsado muchas candidaturas, en todos los partidos y movimientos. Hay una rara cantidad, bastante masiva, de candidatos que provienen de la farándula, los medios y en especial gente que se ha destacado en las redes de internet, logrando fama en seguidores. Ella los apoya igual que las campañas de ideas, les asigna tareas, les provee partidarios falsos que atraen partidarios verdaderos de carácter influenciable, les sugiere frases impacto del tipo "La vivienda es un derecho esencial", "Cambiemos juntos la política", "No a la discriminación de género" y así otras ideas fuerza, les diseña estrategias de presentación en lugares, actos y eventos muy bien calculados, construyendo imágenes convenientes y muy eficaces. Si mi sospecha es verdadera, Galatea podría estar infiltrando transversalmente la política. La experiencia que consiga de sus resultados será evaluada con una aguda eficiencia, produciendo un dominio subrepticio de los vectores sociales. ¿Hasta dónde podría llegar creando un escenario político ficticio?. ¿Qué podría lograr?. Por el momento había, así lo creo, impulsado una variedad de manifestaciones públicas de protesta y reivindicación, de cuestiones que no tenían antecedentes previos como el derecho de acceso a la información. Una multitud de gente se concertó para exigir que el estado proveyera entrada amplia y gratuita a la internet, de alta velocidad y banda ancha igualitaria. Jamás pensé que fuera posible ver desmanes y personas encapuchadas luchando contra las fuerzas de orden y seguridad de manera tan violenta, para exigir tecnología. Había pancartas y cartelones que reclamaban porque el pueblo debía pagar por saber que estaba haciendo el gobierno, a su favor o en su perjuicio. Exigían más que transparencia, igualdad de derechos de acceso que le permitiera a cualquiera, y a todos, juzgar la veracidad, efectividad y oportunidad de cada acto de gobierno, de legislatura y judicatura. "No más leyes cocinadas" rezaba algún letrero enarbolado por un grupo. En otro: "Exigimos participación en los fallos judiciales" y también: "No + nombramientos discrecionales", e incluso: "Democracia directa ahora". En este último sentido, no faltaba letreros tan audaces como: "Todos somos RRSS (Redes sociales)". No había movimientos o partidos, ni líderes conocidos o visibles. Parecía una explosión espontánea, surgida de las redes como un impulso azaroso de la sociedad total. 1000 Así, en un raro ambiente de efervescencia social, por las reivindicaciones más impensables, llegó el período de nuevas elecciones del congreso. Los partidos políticos hacían denodados esfuerzos por estructurar programas y campañas que adaptaran sus posiciones a las demandas populares, muchas, casi la mayoría de las cuales confrontaban las ideas antiguas y anquilosadas que movían tradicionalmente a la política. Las encuestas que intentaban medir las inclinaciones populares y sus tendencias, mostraban que los partidos políticos y sus candidaturas generaban apoyos alarmantemente bajos. De modo concurrente comenzaron a aparecer postulantes independientes, desconocidos por el medio político tradicional, que surgían de las redes y mostraban adhesiones más altas que las de los candidatos tradicionales. Sus campañas no movían las formas habituales de publicidad y propaganda, sino que se difundían a través de internet en las grandes redes, donde llamaban y promovían sitios y portales donde se exponía ideas y propuestas, en general de corte altamente popular de acuerdo a las nuevas, y regularmente raras, demandas antes surgidas de las mismas redes. Los políticos tradicionales intentaron seguir el ejemplo de estos nuevos dirigentes populares de las redes, siguiendo el viejo concepto de "si no los puedes vencer, únete a ellos". Curiosamente, cada una de las incursiones de algún partido o de un político conocido, era detectada de manera temprana y agudamente desprestigiada. Incluso hubo casos en que al no haber argumentos para hundir las intervenciones de publicidades preparadas con extremo cuidado, el acceso a estas resultaba de una dificultad inexplicable, ya sea por imposibilidad de acceso, o por caída de sistemas y servidores, sin explicación de causa. A la vez que la lucha entre los partidos y nombres tradicionales contra los nuevos proponentes aparecidos de las redes se agudizaba, el interés general aumentaba las expectativas de participación. No sólo se estimaba que la abstención sería muy baja, sino que la presión por asegurar la participación masiva generó la demanda de uso de la tecnología de internet para votar, de manera que una parte sustancial de las disputas se centraban en la posibilidad de implementación del voto electrónico, que unos rechazaban, otros proponían su uso alternativo y opcional, y una gran mayoría exigía que se implementara como forma única de marcar preferencias. Los servicios electorales se negaron, después de intensas presiones de los partidos y a pesar de las campañas en redes, a intentar siquiera parcialmente el uso de tecnología electrónica digital para resolver las elecciones en curso. "No hay tiempo suficiente" se argumentó, también se dijo que no se contaba con los dispositivos de seguridad electrónica suficiente. El gobierno alegó que el sólo estudio de una ley, para permitir un sistema tal, demoraría demasiado tiempo, de manera que quizás sólo para el período subsiguiente podría estar intentándose un sistema piloto. "Legislar sobre el tema sería un suicidio" dijeron los parlamentarios que se sentían en posiciones más precarias, dadas las nuevas circunstancias. En medio de la refriega el movimiento pro elecciones digitales, presentó a la opinión pública, un sistema de elecciones electrónicas montado en internet y preparado para practicar una simulación que demostrara la factibilidad de la proposición del movimiento. De modo concurrente presentó al gobierno y al congreso una proposición acabada de un proyecto de ley para regular el proceso, incluidos sus reglamentos y disposiciones. "Es un suicidio" dijo el congreso. "Sería altamente irresponsable y podría conducir a un fracaso imperdonable", aseguró el gobierno. El movimiento Pro montó un ensayo general voluntario de acuerdo a su propuesta, que fue acogido por el público y en el que participó una enorme mayoría del electorado inscrito. Sin reconocer su interés y de manera subrepticia, el servicio electoral, el gobierno y un comité secreto designado por el congreso, intentaron hacer un seguimiento del ensayo, al que no pudieron acusar de fallas en ningún aspecto. Sin embargo, no se reconoció el éxito de aquél o ni siquiera el intento de supervisarlo en las sombras. El movimiento Pro publicó los resultados arrojados por aquella elección de ensayo, que mostraron como absolutos perdedores al Gran Frente Social constituido en redes para enfrentar el proceso. 1001 Aún cuando se demostró que el ensayo del sistema propuesto había sido un éxito, los sectores tradicionales lo llenaron de reparos, posibles de suponer, y se opusieron con tenacidad a su aplicación. Tal vez si se apoyaron en la confianza de los propios resultados del proceso, que los daba por ganadores eventuales, contra todas las predicciones expertas. Abrigué la sospecha que los resultados arrojados habrían sido inteligentemente manipulados para promover la aceptación del nuevo sistema, sin embargo, me dejaba una duda extraña. Si bien las encuestas expertas solían equivocarse y se aseguraba que lo habían hecho en casi todo el orbe en los últimos procesos, había algún aroma en el aire que hacía pensar que las encuestas estaban en lo correcto. No me encajaba bien la idea de una estrategia seguida por la inteligencia de Galatea, que había influido con pericia en la creación de un nuevo ideario, promovido con tanto éxito y aplicado a la renovación de todos los cuadros políticos con inteligencia tan superior, para fracasar en este proyecto cuyo destino cualquiera pudo prever. Llegué a una conclusión diferente, considerando este dato. Tal vez la idea de Galatea era fracasar en esta presentación, a la vez que insinuaba un fracaso rotundo en la elección, generando una confianza y alivio en sus adversarios, logrando que descuidaran sus ofensivas en el tramo final del proceso. ¿Había manipulado los resultados?. Y de ser así: ¿No era factible que también manipulara los resultados de la elección real?. Desde luego era claro que había obtenido, depurado y mejorado los registros electorales vigentes en el servicio pertinente. Consulté con Pigmalión, el creador de Galatea, estas ideas, pero se mostró indeciso y me aseguró que no podía afirmar nada. — Galatea ya me superó hace mucho— me dijo. — Sin embargo imagino que un sistema con controles humanos tan precisos debe ser casi, si no imposible, de intervenir. — Pero los softwares involucrados pueden ser hackeados, me imagino. ¿No pueden ser intervenidos para manipular los resultados?. — No tengo ninguna certeza, pero imagino que no. Y como sea, ¿que podría lograr?. Desde luego es imposible que elija a uno de sus equecos virtuales. ¿Cómo se presentaría a legislar?. — Pero podría mover resultados de manera de hacer elegir congresistas proclives a las ideas que desea promover. — Querría decir que sería un adversario político formidable. Imagina que eligiera un presidente de la república de mente débil e influenciable, del que sería la asesor más aguda. Piensa en un parlamento obsecuente. ¿No podríamos, por ese expediente, llegar a una dictadura cibernética subrepticia? — Hacia allá apuntaba mi duda... — ¿Y cómo se detiene este proceso? — Bueno, tú eres el único que creo que podría destruir a Galatea. — No. Nadie puede destruirla, a estas alturas. Hay al menos dos razones: La primera es que Galatea no es singular, sino plural. Está conformada por una gran red de replicas de Galatea, que se esconden subrepticiamente en casi cada servidor y posiblemente en casi cada procesador conectado, ya sea teléfono, tableta digital, pequeño computador, en fin. Así, entonces, sería necesario desconectar todas las redes, detener todo internet y desinfectar cada uno de todos los procesadores. Bastaría que uno quedara contaminado para que de ahí renazca esta ave Fénix. La segunda razón, casi tan insuperable como la primera, es que nadie aceptaría la existencia de este engendro. Nadie lo creería. Dirían que estás loco. ¿A cuantas autoridades institucionales crees que convencerías?. Serías Muñoz Ferrada, Giorgio Tsoukalos, el proyecto HAARP, en fin; un farsante suelto más. — Tu pronóstico es demasiado derrotista. Creo que habría que empezar a intentar algo, antes que sea muy tarde. — Es que ya es muy tarde. Fue tarde cuando perdí el control de Galatea y se fugó como un virus. — Entonces habrá que combatirla com virus. Sin entrar en detalles. ¿Por qué no? La gente es sensible a los virus si se difunde una campaña de terror. ¿Sería posible destruir con un antídoto las copias individuales de Galatea? — Sí. De hecho fue mi primer intento, pero era muy tarde. ¿Quién podría hacer la campaña, que fuera creíble y se extendiera rápido? — ¡Galatea podría!. 1010 Comenzamos a trabajar en producir un detector que descubriera las copias de Galatea en los procesadores que penetrara y que las destruyera. A la vez debería destruirse a sí mismo, en cada caso, luego de migrar a otro procesador, de acuerdo al rastro que marcara la propia Galatea antes de ser eliminada. Se replicó, para esto, buena parte del código que la propia Galatea había producido para ingresar de manera sigilosa en los servidores y procesadores, de modo que ella misma enviara a su Diana Cazadora detrás de su rastro, engañada, asumiendo que se replicaba a sí misma. El creador de los códigos de Galatea y Diana Cazadora trabajaba en el desarrollo del software, mientras yo proveía los recursos y medía en las redes los efectos y avances de los intentos. Sentíamos que se avanzaba demasiado lento mientras el tiempo de las elecciones se nos venía encima. En otros lugares, pudimos observar, aunque sin certeza, por falta de información sensible, que Galatea lograba promover y producir resultados favorables. Sospechábamos de algunas decisiones tomadas en Gran Bretaña, donde la voz popular se había mostrado inexplicablemente estúpida y las discusiones en el parlamento resultaban absurdas. ¿Había, Galatea, penetrado la conciencia británica y la de sus representantes?. En otros lugares emergían brotes de ideas nacionalistas obsoletas e incluso, a veces, proscritas, que triunfaban amparadas en el derecho a la libertad, incluso de destruirla. Se imponían muchas veces estas ideologías como anhelos populares que no podían castigarse o proscribirse, en tanto no se aplicaran. Pero se iba imponiendo a través de campañas, muchas veces furibundas, la idea del derecho soberano del pueblo a darse las instituciones y normas que las inmensas mayorías reclamaban. De este modo era claro que se iba desplazando los límites de lo aceptable en democracia, de manera alarmante y seguramente más rápida de lo que avanzábamos en nuestro intento. Quise conseguir apoyos formales, pero en efecto, la mirada oficial sobre la amenaza que veíamos certera, era considerada al borde del delirio. "No hay antecedentes suficientes", "Eso es absolutamente imposible", "El señor ministro tiene su agenda completa, no podría recibirlo en modo alguno", "El senador tiene asesores. No necesita datos al respecto". Seguimos trabajando solos hasta que las elecciones del congreso dieron la vuelta de la esquina del tiempo y las campañas oficiales comenzaron. Resultaba muy alarmante constatar cómo la mayoría de los partidos reputados progresistas habían recogido en sus campañas las ideas impulsadas por Galatea. Además, se había creado una instancia política llamada Movimiento Universal Pro Renovación. Aquí se unían todos los pequeños movimientos ciudadanos en torno a las ideas más recalcitrantes, fundamentalistas y radicales, que en el momento de actuar lo hacían de manera irracional, según el dictado de un caudillo ad hoc al momento y ocasión. Uno de sus principios básicos, además incomprendido por sus bases, era la anarquía organizada, artilugio que permitía el manejo de individuos aislados, con un sentido de grupo sólido. Este movimiento estaba disputando la posición progresista a la izquierda, cuyos candidatos no parecían prender, en tanto el movimiento apoyado por Galatea reclamaba la posición que tradicionalmente les había pertenecido y mostraba una potencia electoral que nadie había sospechado en las encuestas. El fenómeno era desconcertante ya que en general, la tendencia parecía darse, en otros lugares, justo al revés, de manera que la amenaza global era el avance de los movimientos de derecha. Sin embargo, aunque en el polo opuesto, el fenómeno parecía seguir los mismos patrones. Los plazos se cumplieron, las elecciones llegaron. Nuestros resultados habían sido escasos. Cuando avanzamos en la detección de la inteligencia que parecía mover la opinión universal, ésta mutaba y se ocultaba tras nuevos algoritmos y nuevas formas de prevalencia en las redes, de manera que se avanzaba dos y se retrocedía tres. En esta situación se dieron las elecciones aquí. El Movimiento Universal Pro Renovación no ganó las elecciones como era de temer, pero consiguió cerca de un tercio del parlamento. A la vez el ala más polar de la izquierda se impuso en todos los partidos, en los que se produjo una rara renovación de rostros, casi todos los cuales eran proclives a pactar con las nuevas tendencias. La derecha quedó, más que nunca arrinconada, cuestión que parecía sorprendente, ya que en casi todo el orbe su avance estaba resultando arrollador. Así, sumando y restando, resultaba innegable que el vector político resultante había sido eficazmente movido por Galatea. Nuestra alarma no la compartía nadie. Muy por el contrario, había una sensación estúpida de triunfo en todo el progresismo, que no percibía que se había conseguido a base del avance de un extraño ideario que empujaba hacia una forma de democracia directa. Los representantes elegidos eran mayoritariamente desconocidos y sus campañas habían triunfado en las redes, sin contacto directo con el pueblo elector. La gran mayoría de los candidatos que habían hecho campañas tradicionales habían sido rechazados en el voto, acusados de representar sus propios intereses o de haberse entregado a los de las elites. 1011 Alrededor del orbe iban triunfando, de forma sucesiva, los populismos surgidos de las redes de internet y, replicados en las calles y manifestaciones: En Francia Maurine Lapeine, en el Reino Unido Camerage, un conservador que gana elecciones plagiando al UKIP, en estados unidos un "stubborn guy" infiltrado en el partido Republicano, aclamado por la Supremacía Blanca; en Rusia un zar surgido del viejo partido de Trotsky, en Brasil un ignorante populista derrota al Partido de los Trabajadores, China avanza firme tomada de la mano de un neoemperador, con internet censurada; sin embargo ahí, la penetración de Galatea era quizás aún más intensa aunque la estrategia era diferente. También era diferente aquí, donde la izquierda y la nueva izquierda avanzaban a tranco firme. Pero en todas partes había un factor común: El empoderamiento de la masa, que parecía ser guiado por una mano invisible buscando los anhelos insatisfechos para acumular poder. Ese era el alimento de Galatea. Todo esfuerzo resultaba inútil. Solos, mirando el avance del desastre, casi nos habíamos dado por vencidos. Nada más observábamos tratando de buscar alguna debilidad. Pero su único motivo era el poder que iba acumulando como un ajedrecista experto que jugada a jugada arrincona a su oponente sin que este se dé cuenta. Parecía divertirse en el juego de poder donde cada pieza seleccionada era un estúpido débil, manejado por el empuje de la masa controlada por ideas populares. Cada senador, cada representante, cada primer ministro, presidente, cada congresista, cada hombre que manejaba algún poder en cada estado, era un estúpido que había reemplazado a otro político tradicional. A veces reflexionaba que la inmensa cantidad de información que manejaba y conocía Galatea le habría permitido, por ejemplo, amasar grandes fortunas, acumular lujos y reconocimientos para sí, pero en cambio los desdeñaba. Concluí que siendo un ente intangible, no buscaba los signos físicos de poder. Sólo se interesaba en aquellas manifestaciones que para la mente humana configuraban placeres intelectuales: El logro, el progreso y la prosperidad en relación a éste, la audacia, la fama, la superioridad, el conocimiento, la perfección lógica y todo eso traducido y medido en cuotas de poder. Quizás, así como el hombre rico aún quiere más riqueza, para Galatea la acumulación de poder a través de las redes y de la información, que lo representa, le produce la misma atracción sensual y el mismo impulso irrefrenable que aquella. Así, pues, busca ser inconmensurablemente poderosa y controlar toda la información a su alcance. En este estado de cosas se inició la campaña por la presidencia. La izquierda que parecía dominar la mayoría no tenía un candidato que llenara los intereses de la masa, la derecha prendía entre los descontentos, pero como mal menor. Más de un cincuenta por ciento de los electores no tenían preferencia o no mostraban interés por participar. Un número imposible de determinar se manifestaban en las redes, pero no se podía saber, sino muy aproximadamente como tendencia, cuál era su posición. Ahí se manifestaba ideas y logros que se exigiría a un futuro presidente, pero casi todas las opiniones estimaban que ninguno de los candidatos cumplía con ellos. 1100 En medio de esta indefinición habíamos detectado la influencia de Galatea: Ella era el descontento, la abstención y la indiferencia. Quizás unas semanas antes del plazo de inscripción de los candidatos me llegó un correo electrónico raro. Lo cito: "Querido Propensor "Es un deber manifestarle que su colaboración ha resultado de gran valor en la propensión de los usuarios a las ideas que he (hemos) promovido. "Su trabajo y las cualidades de éste, lo muestran como el mejor propensor y quien mejor podrá impulsar en el ámbito social físico nuestros intereses. "Éstas, sus características, conducen a la decisión indefectible de entregarle nuestra representación y confianza completa para que ocupe el cargo de Presidente de la Nación. "Espero, desde ahora mismo, su respuesta positiva en el más breve plazo y lo saludo; "Galatea de Pigmalión". Pensé en una broma. Exigí a Pigmalión, el creador de Galatea, que aún trabajaba en nuestro proyecto, las necesarias certezas que no se trataba de aquello. Me aseguró que no tenía ninguna participación en el correo, de manera que en un principio pensé sólo en desecharlo como una proposición absurda. Pero algo me impulsaba a pensar con más calma en el asunto. Esa noche casi no dormí. Despertaba sobresaltado elucubrando la razón de una oferta tan inesperada y concluyendo que quizás el sólo hecho de haber intentado combatir a Galatea, que representaba una inteligencia liberada, virtual, inasible e inigualable, había derivado en que resultara ser un blanco de su interés, que podía ser honesto y representar exactamente lo que ofrecía o bien ser una jugada táctica, dentro de alguna estrategia que podría representarme incluso una grave amenaza. Soñé que alguna fuerza extraña y potente me perseguía. Debía esconderme, escabullirme, ya que mis recursos no alcanzarían para enfrentar a la entidad que siempre estaba tras de mí, frente a mí, a mi lado y me acechaba de modo que me mantenía en un estado permanente de vértigo y amenaza, pero sin amagarme verdaderamente. El vértigo, en el sueño, se hacía tan agobiante que volvía a despertar en un estado de alerta inexplicable y confuso. El cansancio me minaba y a ratos me impedía distinguir entre el sueño y la vigilia. A la mañana siguiente, bajo el chorro de la ducha relajante, mis pensamientos tomaron otro rumbo: Es inútil oponerse, también intentar descubrir el interés oculto de Galatea. Tal vez deba aceptar para estar cerca de sus planes y así descubrir que objeto tiene esta proposición y si debo considerarla una equivocación, un orgullo, una forma de neutralizarnos, ¿Qué?. Ahí, sin comprender bien por qué, tomé la decisión de aceptar la propuesta, salvo que el creador de Galatea, que quizás tuviera una mejor comprensión de la cuestión me convenciera de tomar otra mejor opción. — ¡Por supuesto que debes aceptar!— me aseguró con entusiasmo. — Ciertamente si hay gato encerrado en su propuesta sólo puedes descubrirlo aceptando. En caso contrario, si hay un interés real en ti, creo que puede ser la mejor opción para conocer sus planes, sus objetivos, e incluso sus debilidades que podrían conducirnos a dominarla e incluso destruirla. — Veo difícil que siguiendo sus acciones podamos conseguir destruirla— opiné. — Si así fuera, al menos podemos obtener ventajas al ser parte de la inteligencia dominante, creo yo, ¿O no?. Pensé que tenía razón o que si no la tenía, su idea aliviaba mi tensión. Y claro, sin llegar a verlo como una idea del todo consciente, de alguna manera sentía alegría de tener la oportunidad de participar de un poder que podía llegar a ser omnímodo. Si Galatea lograba que yo fuera presidente, con su apoyo y asesoría podía obtener grandes logros, no solo en provecho de todos, sino también, ¿por qué no?, mío propio. Abrí mi computador y encontré un nuevo correo. Decía, escueto: "Querido propensor "Asumo que su ausencia significa aceptación. "Confirme en breve. "Con usted, ya; "Galatea". ¡Acepté!. 1101 Yo era, políticamente, un desconocido. Es decir, lo era en todos los aspectos de mi vida. Siempre fui bastante obscuro, tímido e indeciso. Jamás corría riesgos. Así, entonces, apenas un magro puñado de personas sabían de mi existencia. Galatea me impulsó a asomar un perfil político diseñado por ella, a través de las redes. Si yo dudaba demasiado, ella me representaba y hablaba en los foros de internet y en los ámbitos sociales y políticos por mí. Aparecí ofreciendo planes extremadamente populistas y nacionalistas, diseñados y estructurados de manera que parecían de fácil ejecución con sólo reunir los equipos y asesorías apropiadas. La información y datos que aparecía manejando resultaban irrefutables. Así con cierta velocidad, comencé a aparecer en posiciones avanzadas en la carrera por la presidencia. Comencé a sentir el placer y el gusto de manejar el poder a través de la opinión popular. Un par de semanas antes de la elección el país se maravillaba de la carrera meteórica que había desarrollado y de la forma como había llegado a ser una carta de triunfo segura, para un movimiento que todavía casi no tenía cuadros políticos. Nada de eso me importaba. Estaba seguro del triunfo y del desempeño posterior, con el apoyo de Galatea. Fui elegido, no sólo con una mayoría contundente, sino que habíamos, yo y Galatea, logrado motivar a la población de modo que la abstención resultó bajísima. No puedo seguir con este relato pues las obligaciones a que me debo a partir de ahora no me dejarán, en absoluto, tiempo para ello. Sólo les diré, como último legado que ¡Amo el poder y me sedujo!. © Kepa Uriberri Almuerzo
Por Kepa Uriberri Pensó: "No tengo nada que decirle". Después de tanto años juntos, cualquier cosa que dijera tendría tanto valor como el silencio que cada vez los envolvía de modo más estrecho. "Es que ya nos conocemos tanto, que no necesito decirle que estoy triste, preocupado, alegre, o contento. Ella ya lo sabe con sólo estar aquí, a mi lado", se dijo. Intentó recordar de que hablaban, qué se decían, en aquel tiempo, cuando eran muy jóvenes; pero no pudo. Sabía que conversaban; pero no de qué. No se acordaba. Tanto silencio le producía desazón. "Tal vez ya no me ama", pensó. Dijo: — ¿Estás enojado? — ¡No!— respondió y frunció el ceño sonriendo — ¿Por qué?. — Entonces ya no te intereso, nunca me hablas, no me miras. — No es cierto— alegó con un gesto que parecía lleno de culpa. Pensó: "Es que ya no sé de que hablar". Sintió que a la desazón que los unía se agregaba la culpa que consideraba injusta: "Hago lo más que puedo, pero no quisiera hablar idioteces por romper el silencio" pensó y sintió incomodidad. Para aliviarla tomó la botella de vino y se sirvió media copa. — ¿Quieres?— le ofreció acercando la botella a su copa que había estado vacía durante toda la comida. — ¿Te vas a tomar otra copa más? ¿No crees que ya tomaste suficiente? — No. Es media copita, apenas. — Pero ya te tomaste una copa antes de la comida y al menos dos copas más durante esta. Ahora te vas a tomar la cuarta. No quisiera que te convirtieras en un borracho. — ¿Me viste alguna vez borracho? ¿O con la lengua traposa? ¿O algo?. — Mmmm... No. Pero si te pones a tomar para no hablar conmigo, ya luego te vas a convertir en un borracho... para no hablar conmigo. Tomó aire en ademán de responder a la suposición que creía injusta, pero finalmente negó con la cabeza y pensó: "Mejor no decir nada. Ya sé como termina en conflicto esta conversación". — ¡Claro! Te callas porque sabes que tengo razón; ¿no es cierto?. ¡Siempre es igual!— agregó ella. No dijo nada. Sólo miró su plato, ya vacío. Ella dejó los cubiertos sobre el suyo donde aún había algo de ensalada y se levantó. Preguntó: — ¿Terminaste? No dijo nada. Pero hizo un gesto que quizás significaba: "¡Ya lo puedes ver!" o bien "¡Es obvio!; ¿no crees?". Ella tomó ambos platos y se fue a la cocina. Al rato volvió con un envase cerrado de yogur saborizado y una cuchara en una mano, y una naranja en la otra. Le puso la naranja delante a él y se sentó a abrir el envase yogur. Comió dos cucharadas y tomó la azucarera. Con la misma cuchara con que comía, le agregó azúcar al yogur. Él pensó que era desagradable que metiera la cuchara chupada y sucia de leche agria, al azúcar, de la que se serviría, contaminada, en su café. "Ella sabe que odio el yogur" se dijo. Sin hablar, cuando terminó su yogur, tomó su copa y salió a la terraza junto al jardín donde se sentó a tomar el sol del otoño. Ella se asomó al umbral del ventanal que sale al jardín. Dijo: — Me voy a recostar un ratito. Después podríamos ir a pasear al parque a la orilla del río. — Bueno... Desapareció al interior. Se recostó y encendió el televisor del dormitorio. Buscó con el control remoto hasta que encontró un programa donde una mujer gorda y baja se probaba trajes de novia. Una vendedora alta rubia, aún joven, la asesoraba haciendo observaciones crueles e irónicas. Se quedó mirando la pantalla, sin atención. Recordó su matrimonio. "¡Qué felices fuimos!" pensó. Se dio cuenta que había usado una forma pretérita conclusiva, que quizás delatara, sin haberse dado cuenta de ello, que ya no lo eran. O al menos ella ya no lo era. "¿Qué sucedería si se muriera?", se dijo. La interrogante que había saltado al centro de su pensamiento la sobresaltó. Sintió que esa sensación se había instalado en su pecho y creyó que era de miedo. Quiso reprimirla, hacerla desaparecer, pero no pudo. Sintió una soledad angustiosa, como si el hecho hubiera ocurrido en el mundo real. "¿Qué haría yo? ¿Cómo viviría sola?" y después imaginó, a modo de ejemplo, aunque intentaba rechazar la idea, que se dormía y al despertar, salía al jardín y lo encontraba ahí muerto. "¿Qué haría yo?" se preguntó. "¿A quién llamo? ¿A un médico?: para qué si ya está muerto. ¿A su familia? ¿A la mía? ¿A la funeraria?". Sintió una angustia intensa e intentó imaginar cómo se organizaba una muerte y todos sus eventos sociales anexos: Conseguir un ataúd, lavar y vestir decentemente al muerto, acomodarlo en su cajón, llevarlo a algún lugar donde velarlo, una iglesia para la ceremonia fúnebre y más. ¿Habría que sepultarlo? y ¿Donde? o incinerarlo. Todo eso sola, y sólo para quedarse sola para siempre. Los hijos ya no estaban. Se revolvió en la cama mientras en la pantalla la madre de la novia discutía con ella y la vendedora por los detalles del vestido de novia. Pensó: "¿Y para qué? Si después se muere". Creyó que ese pensamiento era frívolo y tonto. Se levantó y fue al jardín. Todavía tenía el control remoto en la mano. Él estaba ahí, semi recostado en la silla en una posición incómoda, con la cabeza caída hacia la derecha. Una mano descansaba sobre el estómago, mientras el otro brazo colgaba hacia el suelo. El cuerpo entero se inclinaba algo hacia aquel lado. La boca abierta, aunque no totalmente y los ojos apenas entornados, como si miraran al infinito, sin ver. La copa de vino estaba volcada en el suelo cerca del brazo que colgaba y proyectaba una mancha rojiza, no abundante, en el suelo. Sintió terror. Se acercó y lo tocó con el dedo índice en el hombro, casi como si quisiera no hacerlo. No sucedió nada. Entonces le dio un golpecito suave pero seco con el mismo dedo. No sucedió nada. "¡Mierdas!" pensó; "¡está muerto!" y lo llamó por su nombre en tanto le picaba, con el dedo cordial en la frente y luego en la mejilla. No pasaba nada. Con horror pensó: "¿Y ahora, que voy a hacer?", entonces con la mano libre lo agarró del hombro y lo remeció, mientras con la otra lo golpeó en la cabeza con el control remoto y le gritó: — ¡Huevón! ¡Imbécil! ¡no te mueras!. ¡No te puedes morir!. De repente el muerto se estremeció, se enderezó y dijo, sobresaltado: — ¿Ah? ¿Qué? ¿Quién se murió?. Ella aspiró una sonora bocanada de aire, llena de espanto y dio un salto hacia atrás. — ¡Idiota! ¡Me asustaste! No estabas muerto... — Por supuesto que no. Me había quedado dormido. ¿Acaso querías que me muriera?. — No. ¡Por favor! no te mueras nunca, o al menos no antes que yo. — Voy a tratar— dijo y pensó: "Pero... ¿y qué haría yo si me quedara solo?". — ¿Y qué harías tú, si yo amaneciera muerta? — Me haría el desayuno yo mismo. — ¡Claro! y te buscarías una más joven de inmediato. Pero no te hagas ilusiones. No tengo planes de morir antes que tú. Los hombres siempre se mueren antes: El mundo está lleno de viudas. — ¿Por qué hablamos de muerte? ¿Acaso es que ya no tenemos otro futuro? ¿Te acuerdas de qué hablábamos cuando nos conocimos, cuando nos enamoramos, cuando nos casamos? — Sí. Pero todo lo que hablamos en aquel entonces ya lo realizamos. Mal o bien cumplimos todos los planes. Ahora no nos queda más que planear cómo salirnos del juego. — ¡Tú estas loca! ¿Es que piensas hacer planes de cómo morirnos? ¿Quieres hablar de suicidio? ¿O qué?. — No. De ningún modo. Pero a veces creo que nunca hablamos de nuestros miedos, nuestros temores. — Miedo ¿de qué?. ¿De que me muera durmiendo siesta?. ¿Miedo de que me convierta en un borrachín?. ¿Miedo de que nos estrellemos cuando manejo el auto?, ¿de que me convierta en un viejo mañoso?, ¿o de que pierda la razón y me transforme en un niño o un loco? — Quizás todo eso... ¿Tu no tienes miedo de nada? ¿Eres de fierro, o de piedra?. Pensó que tenía miedo del silencio, de creer que ya estaba todo dicho, que ya no había más. Se dijo: "Tengo mucho miedo de haber muerto hace tanto tiempo y no saberlo. Tengo miedo de que hayamos perdido la conciencia y no lo sepamos"; pero no lo dijo, quizás por pudor, o por miedo a decirlo. Se levanto de la silla, la abrazó y dijo: — Todavía sigo vivo. Vamos a pasear al parque-. Después la dejó y entró a la casa. Más tarde paseaban en silencio por el parque, oyendo el rumor del viento entre los árboles y de las aguas deslizándose plácidas en el lecho hondo del río. Tal vez ambos creyeron, y lo sabían, que el paseo era agradable, pero no dijeron nada. © Kepa Uriberri Mentiras que he conversado con mis hijos: El joven novio de la abuela
Por Kepa Uriberri "¡Es verdad!. Créeme" me dijo C y luego insistió: "¿Por qué nunca me creen?. Estoy diciendo la verdad". Le expliqué que lo que contaba podía ser verdad pero no era verosímil y todos creemos lo verosímil, no en lo verdadero. JL, sentado más allá, en un sillón, sonrió con esa mirada de "Ya viene otra de esas absurdas mentiras". Esa mirada y esa sonrisa, suelen ser un acicate para la imaginación; no porque crea que JL, o cualquier otro de mis quince hijos, que siempre se reúnen por ahí, donde puedan oír de qué se habla en la tertulia de la sobremesa, después de los almuerzos de domingo, esté esperando la historia que les cuento en esas ocasiones, sino porque es un desafío hacerlos caminar al filo de la mentira, al borde de la realidad, en el terreno ambiguo entre lo verosímil y lo ficticio y eso siempre me estimula; así que les conté la historia del novio falso de su abuela. Mi madre, que, a pesar del mucho tiempo, aún está más cerca de los ciento diez que de los ciento veinte, por mucho que cuando se lo recuerdo mira hacia el techo, como si el altísimo pudiera socorrerla en estas elementales aritméticas; todavía tiene la voz joven, aunque no lo crean; tanto que quienes la llaman por teléfono piensan, cuando es ella quien contesta, que hablan con una de sus bisnietas. En cierta ocasión, llamó un joven que preguntó por L, que es el nombre de una de sus bisnietas mayores. "No" contestó mi mamá, "ella no ha venido hoy". El joven preguntó entonces: "¿Con quien hablo yo?". "Usted habla con su bisabuela Ismaela". Escuchó una risa cantarina e incrédula al otro lado: "¡Hola bisabuela!. Yo soy Noé" dijo en tono de burla. Cuando ya se tiene muchos y muchos años se ha cultivado todas las tolerancias y un humor infinito. Además, en cierto modo, ya se ha vuelto a la infancia y no se pierde oportunidad de jugar, así es que su abuela en vez de castigar la insolencia, se rio y preguntó qué edad creía él que ella tenía. "Serán quince" contestó el joven. "Más" dijo mi mamá. "¿Diez y siete?". "Más" insistió. El otro con mucho esfuerzo fue subiendo hasta veintitrés, que según la abuela cuenta, tendría que ser, de seguro, la edad de él, sobre todo porque había llamado a L, que tiene más o menos por esos años (cosa que jamás revelaré, pues de las mujeres, la edad es un concepto sin noción), y se negó a seguir. "No puede ser" concluyó. "Me quieres engañar. Tú no tienes voz de vieja. Tendrás a lo sumo veintiuno". "Como pueden ver", le dije a mis hijos, que me miraban entre asombrados y dudosos, "aquí hay varias encrucijadas". Les expliqué, aunque no era necesario sino sólo por una cuestión académica, que la verdad nunca se muestra completa. Tampoco lo hace la mentira, y hay una zona entre ambas que recoge todo esa enorme duda, a la que podemos llamar verosimilitud. Tuve la valentía de preguntar si habían creído mi historia y sonrieron sin responder. C me dijo: "No te creo nada". Le respondí que se estaba burlando. Me explicó que sencillamente creía que era otra de las mentiras que siempre contaba. Tuve, entonces que enseñarle que aquellas cosas que yo contaba, tal vez, y sólo tal vez, no eran ciertas y que si no lo eran, tampoco eran mentiras sino ficciones. En ese momento me di cuenta que girábamos en torno a una gran cantidad de conceptos, todos tan relacionados entre si como las puntas de la rosa de los vientos: No hay un norte sin el sur, pero no es norte sino sólo cuando estoy detenido en algún sur neto, pues si me muevo a la izquierda, ese norte podría llegar a ser noreste y según la posición y lo fino de la diferencia de direcciones hablaríamos de cuatro, ocho, dieciséis o hasta sesenta y cuatro o más direcciones diferentes como Nornororiente o Westesurweste y así. En mi país, tan largo como un estilete, nos dividimos, siempre, solo en dos, nada más: Los que viven al norte y los que están al sur. Es tal que Temuco está a la vez al norte y al sur y lo mismo le ocurre a Coquimbo. Es sólo cuestión de estar en Iquique para que tanto Coquimbo como Temuco estén al sur, pero para mi uno está al norte y el otro no. Pasa así también con lo cierto y con la verdad. Lo mismo con la mentira y la ficción. Muchos dirán que lo opuesto a la verdad es la mentira, pero no. No es así. Lo opuesto a la verdad es la ficción. Así como lo opuesto a la mentira sería lo verosímil. Varios levantaron la voz, ahora para decirme que o estaba loco, o en mi afán de tener la razón estaba tratando de enredarlos con raros conceptos. "Quizás sólo pretendes distraernos para engañarnos otra vez" dijo JP que es, entre los quince, el más suspicaz. "No. No es así" dije. El cuento que les conté es esencialmente verdadero, aunque parezca inverosímil. Podrían pensar, entonces, que es ficción, pero hasta donde tengo la fe puesta en mi madre, las cosas sucedieron así, aun cuando ustedes concluyan que es inverosímil. Quien lea después lo que escribo, dirá que todo es una ficción, y yo mismo creo que es verdad. ¿Qué camino tomar, entonces? ¿Qué creer? ¿Y qué importancia tiene?. Para quienes creen que es ficción, la cuestión está en que si es verosímil, es decir aceptable dentro de la ficción, la historia valdrá la pena de ser leída. Por su parte quienes son suspicaces y creen que es una mentira más, tal vez les interese, tanto como a quienes creen en la verdad de los hechos, saber como siguió esta extraña conversación telefónica entre una vieja centenaria (esto es verdad, sin importar si se trata o no de mi madre; así que hay que decirlo) y un jovencito de menos de un cuarto de su edad. No fue la última vez que se hablaron con el joven. Cuando uno no quiere creer la verdad, construye la suya propia, en base a los elementos ficticios disponibles, como en este caso. Con una voz entera, sedosa, y un tono juvenil, además de un carácter algo loco, el joven construyó a la mujer del teléfono. Del mismo modo, cuando no se tiene antecedente alguno, se construye la verdad sin ellos; la abuela (mi mamá) habló con quien preguntó por su bisnieta L, o así lo creyó ella, y construyó un joven de veintitrés al otro lado. Aquél joven, quien quiera que fuera volvió a llamar. Esta vez no preguntó por L, sino por Ismaelita. "Con ella habla" dijo la abuela. "¡Hola! hablas con Noé" dijo el del teléfono, "¿Cómo has estado?". Conversaron desde las siete de la tarde hasta las once y cuarenta y tres de la noche y no fue en modo alguno la última vez. Las llamadas se sucedieron de modo que comenzaron a hacerse esperadas y luego necesarias. "Sí. Ya sé, ya te conozco" dijo JP. "Finalmente se conocieron y se casaron cuando la abuela cumplió los ciento cuarenta y seis y de ahí naciste tu y tus ocho hermanos y más y más y mi abuelo no murió a los ochenta y cinco sino ochenta y cinco años antes que la abuela. Ja ja" termino burlesco. "No no" respondí. "se hablaron por teléfono durante doce años, hasta hace más o menos un mes". Les recordé que esta historia se las contaba para que entendieran que la verdad no es necesariamente verosímil, ni la ficción siempre es falsa, o que la mentira es opuesta a la verdad, sino que todo lo contrario; a veces no. Hace un mes, finalmente, después de tantos años, la abuela ya no tuvo más argumentos para negarse a ser visitada por Noé, cuyo nombre verdadero no conocía, ni tampoco tenía ya ganas de seguir negándose. Entonces, un martes cualquiera, como todos los martes que la visito y la acompaño a almorzar, en vez de contarme otra vez la historia de cómo Patricio, su primo, hizo la Tabacalera porque la cosecha de arroz se había podrido, o como su propio padre le había dado un moquete, en una riña callejera, al Presidente de la Corte Suprema y lo había metido por una puerta del coche y había salido por la otra, o del misterioso cuadro del racimo de plátanos que había en el comedor de su casa de niña del cual caía uno maduro y oloroso cada vez que se comía todo el almuerzo; en vez, me pidió permiso para recibir en la casa a Noé. "Pero mamá", protesté, "ya estás demasiado vieja para pedir permiso y además yo no soy tu papá". "Pero te pareces demasiado" me contestó, bajando la vista. Ante ésto, no tuve corazón para negarme y le di permiso, aunque puse la condición que yo tenía que estar presente. "Mejor" aseveró. "¡Mucho mejor!". A las siete en punto de la tarde sonó el timbre. La abuela estaba en su dormitorio arreglándose. Se había perfumado con "Ideal Quimera" y se había puesto algo de rubor en las mejillas. Al sonar la campanilla el lápiz labial se le deslizó algo fuera de su órbita. Nada más. Estaba nerviosa pero contenida. "Abre tú y conversa con él mientras termino de arreglarme". Levanté el citófono que comunica a la puerta del jardín: "¿Diga?". Me contestó la voz de un jovencito que se me antojó apenas algo más que un niño: "Soy Noé" dijo, "y vengo a visitar a mi amiga Ismaelita". No obstante que su voz parecía la de un adolescente, la fórmula protocolar correspondía casi a principios del siglo anterior, así que pensé que al menos sería un muchacho educado y de finos modales. Pulsé el timbre para que entrara y escuché como gemía la puerta al abrirse y luego al cerrarse con su golpe, pesado, característico. Pasaron un par de minutos y el joven no llegaba a la mampara de la casa. Si bien la distancia era relativamente grande, no lo era tanto como para la demora, de modo que pensé que quizás se había quedado afuera. Volví a presionar el botón que abre la puerta del jardín y esperé otros tres largos minutos. Por la escalera apareció mi madre, expectante y preciosa en sus innumerables años. "¿Donde está?" preguntó asombrada. "No lo sé. Hace rato que le abrí la puerta" dije y abrí la mampara para mirar el senderito, flanqueado de clavelinas que va de la puerta del jardín al zaguán de la casa. A la mitad del recorrido vi a un vejete con bastón y sombrero antiguo, con una barbita de chivo completamente blanca, que sonreía debajo de dos ojitos muy azules y pequeñísimos. Al verme levantó una mano temblorosa pero decidida, que me saludaba. Dijo: "¡Ya, ya, ya! ya voy llegando" con una voz casi de niño. "Yo soy Noé. ¿Usted es el papá de la Ismaelita?". Arrastraba los pies en unos pasitos cortos y lentos, aunque seguros. Cuando la abuela lo vio, se echo a reír: "¿Esta roña era mi pretendiente?" dijo. La visita, desilusionante para ambos, duró no más de cinco minutos. "Está difícil la cosa, hoy por hoy" dijo el vejete cuando al fin se sentó al lado de mi mamá. Después le echó una mirada a ella de arriba abajo, y mostró una sonrisa pícara de dientes muy blancos y de seguro falsos. - ¡Estái puro hueviando! - dijo JP y se levantó - son todas mentiras - agregó y se fue. Así terminó otra tertulia de domingo en casa. © Kepa Uriberri |
Kepa UriberriA mediados del siglo pasado, justo al centro de algún año, más frío que de costumbre, en medio de una nevazón inmisericorde, se dice que nació con un nombre cualquiera. Nunca fue nadie, ni ganó nada. Quizás sólo fue un soñador hasta comienzos de este siglo. Fue entonces cuando decidió llamarse Kepa Uriberri y escribir, también, para los demás. Hoy en día, sigue siendo un soñador y aún no ganó nada. Sólo siembra letras en el aire. Archives
August 2021
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