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​Escriviviendo

El periodista: Historia de un viaje cíclico

4/26/2023

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Imagen: Mesa de redacción. Foto de la colección personal del autor.
Por Manuel Murrieta Saldívar

Con permiso del autor:
http://www.manuelmurrietasaldivar.com/poecronicas/el-periodista-historia-de-un-viaje-ciclico.html

De nuevo despertó con aliento a cerveza y cansada la garganta por fumar demasiado la precipitada noche anterior. Al colocar el primer pie sobre el piso, instintivamente recordó las notas periodísticas escritas la tarde antes y se iniciaron las preocupaciones. Absorbido por la presión externa rápidamente se vistió, enjuagó sin querer el recuerdo a tabaco y consumió el desayuno con dejo de indiferencia porque su mente no estaba ahí.

Las primeras manifestaciones de nerviosismo lo atraparon levemente cuando avanzaba veloz rumbo a la sala de redacción. Sabía que era inminente el hervir de las teclas y el canto de los cables noticiosos revelando, diariamente, su terrible historia de informaciones mundiales. Entró saludando a las fieles secretarias y ya en su escritorio se dispuso a leer el ejemplar del día. Con cierta intranquilidad revisó sus notas; detectó dos o tres errores de impresión que milagrosamente no trastornaron la verdad, su verdad, del mensaje editado. Y, no obstante, fue imposible encontrar la calma deseada.

Entonces bostezó como de costumbre, reinventó la necesidad del café, preparó la taza y, entre sorbo y sorbo, apareció la ansiedad de expulsar humo por la boca y nariz: no vaciló en abrir la primera cajetilla de cigarrillos para satisfacerse. Aunque los rutinarios nervios disminuyeron, algo le preocupaba todavía. Movido por un impulso inoportuno de la conciencia, se atrevió a diagnosticar su cuerpo y supo seguramente que la desesperación que poseía no era otro efecto de la más reciente desvelada. Otra cosa le preocupaba y aún intentó un gran esfuerzo.

Tampoco se sentía víctima de angustias existenciales porque esporádicamente les prestaba atención y por lo general concluía que no tienen la menor importancia. Además, dotado de un envidiable poder de concentración, cuando le invadían esas sensaciones controlaba las que le martirizaran. Aún menos preocupante era la cuestión del dinero; recibía lo suficiente para comprar subsistencias y distracciones superfluas mientras llegaban las próximas entradas. Incluso sin percibirlo, algo, algo le preocupaba.

Cuando probó el quinto cigarro había analizado ya el contenido de los diarios de la competencia. Fue entonces que supo, siempre con la rutina, cuál estrategia seguir para obtener información que conmoviera al lector. A pesar de haber resuelto así una de las tareas más urgentes de la mañana, sonrió imperceptiblemente con leve satisfacción y se desesperó un poco. Quizá recordó lo cruel de la competencia pero triunfante confirmó que se había adaptado al medio como esos insectos que toman el color verde de los vegetales y así desarrollan vehículos de defensa para no ser atacados.
La desesperación decreció un poco al terminar de elaborar su plan del día y luego enfocó su pensamiento hacia el asfixiante ambiente social. Preparado para enfrentarlo, para la lucha, otro pendiente invadió sus nervios matutinos que fueron olvidándose poco a poco cuando casualmente leyó los últimos despachos informativos del télex. Uno indicaba el balance de muertos del último año en los actuales conflictos mundiales y otro le comprobaba, fríamente, a pesar de un reciente tratado, que todavía los armamentos atómicos que quedan podrían destruirlo, como a cada habitante del planeta, hasta más de 30 veces. Prefirió sus nervios, descartó la sorpresa y salió a la calle...

La preocupación seguía empalagando. A la entrada de un magnífico banco, accidentalmente percibió a un individuo que exigía limosna tocando un triste acordeón; ni siquiera se percató del contenido del recipiente de las monedas ni del mal olor del solicitante porque no estaba incluido dentro del plan. Al rato, extendió la mirada hacia las paredes de la universidad adornadas con consignas políticas pero solo sonrió al leerlas. Sin notar el color encendido del semáforo, cruzó la avenida central y tuvo la oportunidad de asombrarse ante el espectáculo de los camiones públicos atestados de pasajeros; pero no se sorprendió porque en ese momento le invadió una sensación reconfortante al disfrutar el privilegio de no viajar ahí adentro. Fue mejor acelerar el paso y mirar el reloj. Calculó que aún tenía tiempo de reserva…

Quiso tener iniciativa, ir comprendiendo el descontrol fugaz e interminable de sus pasos, pero, robotizado, distrajo la atención cuando miró frente a él a un cuerpo femenino ideal para su gusto deseando irremediablemente poseer. Muerta esa imagen volátil, desapareció en la siguiente esquina, reaccionó y pronto recordó la preocupación de su destino.

La jornada de ese día, un retrato de los otros desde tiempo inmemorial, incluía entrevistas con personalidades consideradas claves para el curso de la historia. Precavidamente, discutió con los colegas en el recinto de la misma fuente informativa y nunca reveló el cuestionario que propondría en exclusiva al personaje en turno. Sin embargo, habló sobre temas generales y al concluir revivió en él una especie de relajamiento porque sus comentarios fueron tan centrados que la mayoría los aceptó... por lo menos exteriormente.

Con todo y esa reacción, que ratificaba su prestigio periodístico, captó que otra cosa le preocupaba y encontró apoyo artificial en el siguiente cigarrillo. Hizo la entrevista y luego de revisar las respuestas, se transportó de inmediato al cubículo de redacción para iniciar, de nuevo, la jerarquización de revelaciones e ideas que demandaban publicación inmediata. Así, su proyecto del día comenzó a celebrar el necesario éxito de siempre.

Y no se preocupó del pendiente de ingerir los alimentos porque al momento de tocar las primeras teclas, recibió la infaltable invitación al restaurante preferido. Probó los bocados más estimulantes, disfrutó el “glamour” de la hipnótica escenografía, respondía “sí” a las solicitudes del poderoso anfitrión en turno y saboreó la cerveza de la tarde. Mostrando el placer del orgullo, cerró el compromiso y regresó una vez más al ajetreado ambiente oficinal. Fue ahí donde reconoció que una ansiedad aún no descifrada le había estado perturbando. Pero la desplazó ante la premura de escribir su informe noticioso y, aunque padeció tercamente el rumor de un antiguo pendiente, horas más tarde entregó el material casi perfecto.

Apresurado y satisfecho abandonó el despacho encontrándose a la inmensa noche que aún no contenía estrellas importantes. No miró el espacio, las huellas de la tarde, ni una extraña ave que a pesar de su apetecible libertad no sabía qué hacer con el cielo de arriba. Tampoco reaccionó al vislumbrar las risas de los niños del parque de enfrente y jamás conoció a la luna lluviosa blanqueando los vidrios, las torres y edificios. Es que algo seguía preocupándole.

No obstante, probablemente debido al brusco cambio de ambiente, de pie, sobre la banqueta violada, estuvo a punto de preguntarse cuál era la satisfacción más trascendental de la jornada del día. Trabajosamente bosquejó unas dudas y, al intentar responderse, el conductor de un auto gris lo invitó a gastar la noche circulando entre la luz mercurial del bulevar. Qué sonrisa increíble se reflejó en los retrovisores cuando palpó el confort de los asientos y el relax de la velocidad después de haber cumplido con su plan. Lo extraño fue que durante el paseo ignoró al conductor cuando, por un descuido, pudo captar lo tibio de sus dedos expertos en escribir.

Esta inesperada percepción lo reubicó en la temida meditación de preguntarse el porqué de su diaria rutina; sin embargo, imperceptiblemente, ese pequeño instante se convertiría segundos después en un pasado tan remoto cuando el amigo y las seductoras luces danzantes lo hicieron entregarse, otra vez, a la diversión en turno. Y otra noche empezó a distraerlo casi voluntariamente. Fue difícil entender que esas horas agonizantes podrían haber sido el tiempo propicio para iniciar, apenas, la pregunta fundamental de su viaje que cada vez era distinto dentro de la rutina de siempre.

Retornó entonces a su lecho como huyendo de sí mismo. Al cerciorar que de nuevo nadie notó su llegada a la habitación, fue cerrando los ojos simultáneamente a que una lista incalculable de preocupaciones quedaban en el ambiente y se le venían encima. Algo le preocupaba, pensó sin saber cómo. Y luego se durmió o creyó dormir...

De nuevo despertó con aliento a cerveza y cansada la garganta por fumar demasiado la precipitada noche anterior. Al colocar el primer pie sobre el piso, instintivamente recordó las notas periodísticas escritas la tarde antes y se iniciaron las preocupaciones. Absorbido por la presión externa notó que algo le preocupaba, tampoco eran sus sentimientos porque ya no los encuentra…los va dejando siempre para un poco más tarde, no han logrado cabida en ese viaje cíclico que cada día lo aleja de sí mismo...

(*) Texto publicado en: De viaje en Mexamérica. Crónicas y relatos de la frontera. Student Edition // Edición Escolar. Lecturas y ejercicios en español para hispanohablantes en Estados Unidos. 159 páginas. Monterrey Park, California, USA. Izote Press, 2014.

Más información:
http://manuelmurrietasaldivar.com/libros/De_Viaje_en_Mexamerica.html 






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Viviéndola de nuevo (otra vez)

4/19/2023

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Imagen: Ambiente cotidiano en el centro de Santa Bárbara, California. Foto de la colección personal del autor.
Manuel Murrieta Saldívar

                                                                                                   El amor es un banquete (José Luis López).

Con permiso del autor:
http://www.manuelmurrietasaldivar.com/poecronicas/viviendola-de-nuevo.html


Sucedió hace muchos sueños cuando cantaban los rostros luminosos en las calles. Sucedió una tarde cuando las miradas abandonaron este mundo y se posaron en claveles. Aconteció en la oscuridad del día cuando los caballos descansan esperando al jinete hambriento.
Y ocurrió que caminé acompañado sin la sombra, cubriéndome del frío nebuloso y del vendedor amenazante. Y entonces avancé sin escuchar los ruidos citadinos, rodeado de turistas en aquel heterogéneo pueblo. Y me topé con unos ojos, una gitana falda negra, un pelo suelto como solar cascada y una soledad como la mía. Y como en las cofradías, silenciosamente acompañado, así estuve yo con el fugaz tropiezo mientras el ocaso húmedo invadía al quebradizo río.
Y me tomó del brazo y la seguí junto al humeante viento que jugaba con su falda llamando al movimiento. Saltamos entre las callejuelas con un andar veloz, ella robando tiempo a la jornada, y yo escondiendo mi futuro en los paralizados días que me olvidé del mundo.
Lindos andares redescubriendo la maravilla de Ias flores entre las estructuras oxidadas y su voz, su voz, esculpía cuentos extranjeros y hacían ecos, ecos de arco iris bajo rocosos puentes que miraron goteando historias sin sol, y allá, a lo lejos, el follaje ribereño cansado de verdear cada verano.

Y al trote del carruaje gestador de asfaltos deglutimos las horas como un reloj que se derrite porque la cuerda muera para olvidar el tiempo, y así, nadie supo por dónde el nacimiento de la luz, hasta que la cantarina noche sin estrellada atmósfera comió nuestras tenues sombras y se tornó aún más negra. Noche oscura porque bebes sombras.
Y el mestizo espacio nocturnal paladeó nuestro aventurero amor llorando soledades sin astros… y con lágrimas inventamos estrellas, las lanzamos al cosmopolita cielo del hogar y formaron nubes y aires y nieves de cristales y acuíferos collares resbalaron por los ventanales mirando nuestras tibias manos.
¿Olvidaré su superficie evaporada entre mis cobrizos poros? ¿Fallará la hidráulica ciudad negando su cansada mano? ¿Volverán los amigos a esperar y yo escarbando el pavimento aguardando la avanzada de otro tren? ¿Rodaré otra vez sin el desierto topándome con la metálica esmeralda de sus ojos y de las azoteas? ...
Y una mañana bajamos. Nuestros inventos los guardé entre la chamarra mientras la nube aún no despertaba. Ella apretó las correas del trabajo y me acordé del mundo al sentir hambre. Y las guerras aún no fallecían y unos jóvenes drogados en las calles o las gentes viviendo por el oro en tanto otra familia se rompía. Y los hermanos del sur flotando en armas allá observando de la liberación de sexos.
Y nos miramos como en el origen, borrándole su lágrima invisible. Ella, jinete en la carreta turistas, tomó las 17 horas de jornada señalándome el camino, y yo, esperando por la espera, usé el ferrocarril de la mañana…

(*)NOTA DEL AUTOR: Texto originalmente publicado en noviembre de 1983 en el periódico Información de Hermosillo, Sonora, México, rescatado de la versión impresa original.

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Escapes y desarraigos

4/12/2023

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Imagen: Portada de la novela, cortesía de ALJA ediciones.
Por Manuel Murrieta Saldívar

Con permiso del autor:
http://manuelmurrietasaldivar.com/poecronicas/escapes-y-desarraigos.html

A continuación presentamos en exclusiva un fragmento de nuestra novela recientemente publicada, El norte virgen de mi cuerpo (*), que ya circula...

  • (Fragmento del capítulo 1)


  • La tarde cuando evité mi secuestro y decidí en un instante emigrar al otro lado, vestía una ajustada camiseta y unos diminutos shorts mientras escapaba de prisa por el malecón. Había cometido un error al mostrar así mi cuerpo en ese ambiente de feminicidios y de violencia en que se convirtió el país. Ni siquiera recordé a los acosadores que durante esa Semana Santa miraban sin saciarse a las miles de muchachas que atestamos las playas de Bahía Cacktipec. No, ellos se fijaron solamente en mí, quizá porque resulté más seductora y una presa fácil al ir recibiendo, solitaria, escandalosos piropos y chiflidos lanzados por los bañistas. Me vestí así no tanto por gusto o comodidad, sino, lo reconozco, para impresionar a Ernesto, mi pareja en esos días, a quien busqué con desesperación y quise atraerlo en definitiva con esa ropa ajustada. Él se vino hasta la bahía sin avisarme, dejándome plantada, echando a perder de nuevo nuestros planes y sin dar alguna pista de dónde se encontraba. Durante la persecución, salí al malecón como pude y me confundí entre el gentío, luego me escurrí hacia el primer hotel playero que estuviera abierto, dejando por fin atrás a los hostigadores; pero sentí aún la necesidad urgente de protección ya que, como lo vi al entrar, no confié en el guardia de seguridad, sospechando que estuviera coludido con los criminales. Ya entre los pasillos, debía encontrar refugio, así que empecé a actuar como si fuera un huésped o buscara a alguien que me estaría esperando, hasta que capté, a una corta distancia y entre la tranquilidad del interior, que un gringo me observaba desde la puerta de su habitación. Dio unos pasos hacia afuera, se paró sobre la banquetita para mirarme mejor, encendiendo un cigarrillo en actitud de espera. Fue cuando noté que sus ojos comenzaron a disfrutar del vaivén de mis senos, la protuberancia de mis muslos y la curva dorada de mi cintura. He de reconocer que los poros de mi piel comenzaron a erizarse, no sé si con placer o con enojo, pero sin control.

    Un chillante atardecer caía sobre mi cara, pero pude distinguir su figura delgada y medio débil, sin mucho aire varonil por su pelo largo, sin afeitarse, su facha de medio jipi pasado de moda. Aunque sentí cierta atracción, se trató de un gringo desaliñado, no necesariamente de mi tipo, pero, ante la situación, era magnífico para pretender que lo conocía y me esperaba. Lo miré fijamente y le sonreí igual que a un viejo amigo; sorprendido, escudriñó hacia los lados, quizá para verificar si en realidad andaba sola, pero, en silencio, se acercó hacia mí. Titubeante, al tenerme enfrente, se atrevió con cierta cortesía y como un idiota a ofrecerme un toque del cigarro sin mediar palabra alguna. Fue un movimiento acertado, desde afuera podría interpretarse que era un desplante rutinario de amistad para reanimar a una amiga en desesperación. Más tranquila, y como si eso fuera exactamente lo que más necesitara, miré la atrayente braza, olí rápidamente el humo descubriendo que se trató no de un tabaco, sino de un fino carrujo de mariguana. Ante la situación, no lo pensé mucho e impulsada, sobre todo, por la única oportunidad de salvación, fingí conocerlo y acepté el pitillo sin remedio, pero con familiaridad. Todavía pensaba que la turba me estaría acosando y se volviera a aparecer, lo que, por alguna razón, me hizo aspirar del carrujo profundamente como no lo había hecho en muchos años… De reojo y a lo alto vi el nombre del hotel, “La Guarida”, y abajo el portón de la entrada sin nadie que corriera o ingresara. Entonces, mientras el humo acarició mi sistema sanguíneo, vinieron hacia mí momentos claves, una bailada de rock con Ernesto, mi divorcio, un aborto y el pago perpetuo de la renta y de las deudas. De mi temprana adolescencia reapareció una fuga de la casa familiar y el herrero que me había violado, haciendo girones mi primer liváis…Con el oleaje al fondo, un sol en picada, el amontonamiento de recuerdos más lo que ahora ocurría, quise seguir fumando… Para el asombro del norteamericano, le propuse de forma impulsiva:
    —Entonces qué, gringuito... ¿nos sentamos en la playa?...


    (*) "El norte virgen de mi cuerpo". Novela. 1ra. Edición. 385 páginas. ALJA Ediciones. Matamoros, Tamaulipas, México. ISBN 13: 979-883-125-2637. Edición impresa.


Más información y para adquirirla desde Editorial Orbis Press:
http://www.orbispress.com/imagenes/imaginacion/el-norte-virgen-de-mi-cuerpo.htm

Reseña y cómo adquirirla directamente con el autor
http://manuelmurrietasaldivar.com/libros/el-norte-virgen-de-mi-cuerpo.html




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Migrante en versos sencillos

4/5/2023

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Imagen: “Picacho Peak”, autopista 10, entre Phoenix y Tucson, Arizona. Foto de la colección personal del autor
Por Manuel Murrieta Saldívar

Por cortesía del autor:
http://www.manuelmurrietasaldivar.com/poecronicas/migrante-en-versos-sencillos.html

La vida me la dio el sol
Yo resisto con poca agua
La etnia azteca es mi farol
Nunca le saco a la fragua.

Del fuerte desierto vengo
Heredero de pitahayas
Por eso no me detengo
Yo tengo muchas agallas.

Y cuando arrecia el monzón
Una o dos veces al año
Feliz soy puro corazón
Incapaz de hacer un daño.

También los cactus dan flores
Guindas, rojas y amarillas
Arropando de colores
El mundo con sus orillas.

Pero invadieron mis montes
Nos pagaban casi nada
No quisimos estar tristes
Y escapamos en manada.

Pobre, sabio y descontento
Salí pues de estos solares
Era ya migrante hambriento
Dejé mis ríos y mares.

Miles hermanos iguales
Encontré por el camino
Nos llaman los ilegales
Buscando nuevo destino.

Cuando llegamos al Norte
Encontré enemigos nuevos
Los enfrenté con buen porte
Pero los dejamos vivos.

Ahora me recupero
Rescatando lo perdido
Esta tierra es mi granero
Como siempre lo había sido…
                                                                                            Keyes, California, marzo 2023
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    Manuel Murrieta Saldivar

      

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