Por Manuel Murrieta Saldívar:
Por cortesía: https://manuelmurrietasaldivar.com/poecronicas/de-espana-a-aztlan-o-el-gachupin-achicanado.html Entre el tráfico académico del verano, el profesor Justo Alarcón surge del elevador del cuarto piso del edificio de lenguas en la universidad estatal de Arizona en Tempe. Así como aparece y se introduce en su oficina, brota en nosotros el genio del cronista: es un perfecto viajero entrevistable. Cuando aún sus canas eran escasas, había cruzado el océano Atlántico desde España, muy tarde ya para hacerlo en carabelas, pero de cualquier manera arribó a América vía maestría en Canadá y luego se doctoró en letras en la universidad arizonense de Tucsón. La protestante algarabía de los años de 1960’s lo transformó en un “gachupín achicanado”, como él mismo lo confiesa, tratando de rescatar a este “Aztlán” abandonado a veces por los dioses aztecas. Y no fue “activista” solo de palabra, también de acción: al típico modo estudiantil de aquellas épocas neo-románticas—pinta de bardas en pleno imperio, mítines relámpagos y marchas de protesta— participó en conseguir la introducción de cursos de literatura y cultura chicanas en la academia estadunidense. También ha logrado publicar por lo menos tres novelas que defienden la dignidad de la “raza”—Los siete hijos de la llorona, Chulifeas fronteras y Crisol. Al rebote del tiempo, sus esfuerzos provocaron que el español se oficializara como la lengua extranjera más popular entre los anglosajones, tanto, que ahora los propios hispanos de tercera generación sufren una especie de pena por no hablar fluidamente la lengua de sus abuelas. Y ahora, Alarcón vanguardista, acaba de plantearnos el nuevo retroceso del peligro: ante tanta popularidad, el español se escucha demasiado en las ondas electrónicas pero declina la producción escrita y el interés por la lectura—fenómeno universal debido quizá a la escasez de tiempo que produce el acelere de la sobrevivencia postmodernista. Textual: “Casi nadie lee”, dice y escucho pasmado, “peligra la cultura”. El tema de una conversación que quiere ser crónica viajera ha brotado, me preparo entonces para recibir esta revelación inesperada que me ubica en el laberinto confuso de la historia entre dos mundos. Estamos en la exclusividad de su oficina donde es posible romper los férreos códigos anticontaminantes porque, a pesar de las estrictas prohibiciones—usted no podrá comprar cigarros en el campus pero sí preservativos en cualquier dormitorio estudiantil—fuma, fuma tan a gusto y sin ningún remordimiento higiénico o social que el humo ya me seduce. Su grave voz altisonante empieza a explicar que el escritor chicano que antes fomentaba y preservaba la lengua cervantina, ahora se tiende a redactar en la de Shakespeare. Y aquí hay contradicciones porque en menos de veinte años el hispano se convertirá en la minoría mayor y su lengua aún vendrá a ser más popular. La nueva preferencia lingüística tiene explicaciones muy prácticas: quieren vender literatura de tema chicano al lector anglosajón—deduzca usted las consecuencias económicas. Así, Alarcón ejemplifica: Rolando Hinojosa, premio “Casa de las Américas” por sus historias chicanas escritas en Spanish, ahora narra en inglés; además, obras escritas hace cinco o diez años atrás se están reeditando exclusivamente en el idioma de los güeros. Ambos soltamos unas poéticas bocanadas, escuchamos el rin-rineo del teléfono, mi ego se eleva cuando Justo elimina toda posibilidad de interferencia porque cuelga, “estoy ocupado”, contesta en el auricular, y entonces libera su alma quijotesca: “el problema es que no pasa lo contrario—continúa—esto es, no traducen las obras del inglés al español y ¡ni siquiera para consumo mexicano”! No obstante, reconoce que el fenómeno supone ciertos beneficios de presencia porque, aunque por ahora son casi puros desplantes mercantiles, al mismo tiempo la gran mayoría anglosajona es posible se dé cuenta de que existimos. Es entonces que concluimos que la “inglesación” de las letras chicanas resulta en ese sentido constructiva pero la tendencia es en esencia contradictoria. “Por supuesto que lo es—parece que aún lo escucho—y lo es todavía más si se observa el impulso que la radio y la televisión hispanas le dan al español”. Especifica: solamente en el Valle de Phoenix operan cinco estaciones radiofónicas y dos de TV que transmiten en nuestro idioma, esto da una muestra del “tremendo auge”. Por su parte, los medios escritos—una revista quincenal bilingüe, un periódico y un tabloide de calidad en ascenso—son escasos y sufren permanentes crisis económicas además de tener un alcance limitado en comparación con las grandes audiencias de sus competidores electrónicos. Y en cuanto a editoriales, existe una “bilingual press” que difunde mayormente obras de corte académico para consumo intelectual de altura. Alarcón redondea: mientras los medios electrónicos se abren para el desarrollo y penetración del español, la escritura parece que se cierra. Y luego lanza la advertencia de que si el dominio de la palabra oral sigue en aumento, es peligroso en términos sociales porque cuando la lectura ya no es prioridad, se atenta la misma base de la cultura. El decaimiento o desinterés se origina básicamente porque no existe aquí el fomento por leer, explica Alarcón, ni siquiera se promueve dentro del propio sistema educativo norteamericano en su conjunto sin importar grupos étnicos. Tan no se impulsa la lectura que una compañía cervecera—mire usted el cablevisión y sabrá la marca— anuncia programas de alfabetización porque el pronóstico señala que entrado el siglo XXI dos de cada cinco norteamericanos serán analfabetas ¡en el país más rico del mundo! “La juventud se dedica a ver, a oír pero no a leer”, escucho el eco realista de Alarcón. Sin embargo, su mente quijotesca es ya un avispero: ha concebido soluciones. Dado el elitismo de las clases universitarias—pagos, pagos y más pagos—propone cátedras a través, precisamente, de los medios que producen el desinterés por leer. Así se podrá incitar a la lectura y al conocimiento de la herencia hispana. Y lo propone porque ya ha hecho intentos. En 1990, desde la cabina de KVVA “Radio Viva”, unos cien mil alumnos, perdón, radioescuchas, recibieron lecciones sobre la cultura del suroeste de Estados Unidos—el territorio conocido como Aztlán por los chicanos—directamente de la provocativa voz del “profe” Alarcón, como se le conoce por estos rumbos. Triunfante en su ejemplo, confiesa humilde y orgulloso que por lo menos ha de haber tenido desde la radio unos “cincuenta mil estudiantes mientras en mi clase apenas logran inscribirse ¡diez”! Recordamos luego que en México la difusión de la cultura es una actividad institucionalizada y que incluso artistas e intelectuales ven como una especie de compromiso ponerse en contacto directo con el gran público—el pueblo, pues. Alarcón confiesa su simpatía y satisfacción por esta práctica como reconociendo tímidamente que es una lástima que aquí, por lo menos en Phoenix, no sea reproducida ni por hispanos o anglos. Y no es posible—sigue revelando—porque las concepciones sobre los métodos de enseñanza y difusión del conocimiento son diametralmente distintos. El “nuestro”— destaca—es deductivo, mientras el anglo es inductivo. Es decir, en la práctica las sociedades hispanas, por ejemplo, tratan de llevar la cultura de la universidad a las calles, mientras que en angloamérica si no cubres la matrícula está prohibido entrar a clases aunque pagues los impuestos. “Es un divorcio perfecto entre las masas y la universidad”, sintetiza. Luego, sufro yo otro impacto, otro golpe de realidad de lo que antes era tenue sospecha porque “el profe” me dice que en Estados Unidos el intelectual, al menos el académico, no solamente no desarrolla el compromiso de ponerse en contacto con la gente, “sino que lo evita; no existen puentes con la comunidad”. La separación se manifiesta incluso dentro de los recintos en donde los mismos profesores de lenguas extranjeras rara vez discuten entre ellos sobre temas globales fuera de las discusiones por escrito o los coloquios literarios. En cambio—surge de nuevo la comparación inevitable y es entonces que Hermosillo, donde él ha estado como ponente, va a flotar en las alturas—en esa “hermosa” ciudad de donde vienes, y perdóname que te hable de ella, es maravilloso observar tanta gente joven involucrada, bien leída, que discuten en distintos lugares con entusiasmo. Aquí no, está muerto, remata. Para ser aún más contundente, da ejemplos de cómo la cultura no es tomada en serio. En Phoenix, ciudad centenaria de unos dos millones de habitantes, son escasos, casi nulos, los edificios antiguos “lo que ya dice mucho”. Y es que si existe una construcción de más de cincuenta años, estorba al desarrollo funcional de la ciudad y entonces la echan para abajo, no se necesita. Así, destruyen la memoria histórica en aras de la comodidad lo que para Alarcón no es necesariamente cultura porque ésta se basa en la historia y la tradición. Y lo otro sería civilización ya que ésta propugna a toda costa el progreso y la tecnología. Entonces, si el edificio antiguo no se puede reacondicionar para instalarle aire acondicionado, ventilación, equipo contra incendios o ventanales ahumados, “simplemente lo derrumban”. Se pierde así la memoria en un afán de más confort, volvemos a coincidir, y él agrega que esta nación es escasa entonces en cultura porque no existe una memoria histórica concreta lo que es importante “para la identidad, la autoestima, el orgullo o aprecio de uno mismo” sobre todo para el sector latino de por aquí. E insiste, quiere agregar que inclusive los cursos generales de historia son tan breves que se limitan a unos cuantos hechos: la llegada de los peregrinos, George Washington, la independencia y la guerra civil. Cualquier preparatoriano aquí apenas sabe eso y es difícil que tenga noción del curso del tiempo en esta zona... ¿y sobre México qué se dice? ¿No hay nada de lo nuestro?, “¡por supuesto que no!, la parte de México ni les interesa... ustedes casi no existen, mas que en la guerra que ellos ganaron con su destino manifiesto”, confiesa y entonces se echa a reír como burlándose y yo me voy conmovido ante tanta sapiencia e ignorancia anglosajona, hispana, chicana y mexicana que me rodea en este viaje feliz por los pasillos de la academia... (*) Del libro De viaje en Mexamérica. Crónicas y relatos de la frontera. Student Edition // Edición Escolar. Lecturas y ejercicios en español para hispanohablantes en Estados Unidos. 159 páginas. Monterrey Park, California, USA. Izote Press, 2014. Más información en: http://manuelmurrietasaldivar.com/libros/De_Viaje_en_Mexamerica.html
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Manuel Murrieta Saldivar
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