Por Manuel Murrieta Saldívar
Con permiso del autor: http://www.manuelmurrietasaldivar.com/poecronicas/letras-chicanas-en-espana-llegale.html Para Tomás Néstor Martínez, presentador de nuestras letras en España. A Armando Migueles, dínamo del chicanismo en Europa. Un vuelo desde Califas a Madrid de más de once horas te ingresa sin contratiempos a la España de tu apellido perdido entre los siglos Un tren preciso y muy veloz te lleva silencioso hacia las sequedades, naranjales y playas valencianas Una oleada de bañistas frente al Mediterráneo trasluce a mujeres con sus senos al aire amamantando al sol privilegiado Un malecón tintineando de vino y platos de calamar a más de 20 euros seduce a los turistas bajando desde la zona nórdica o de cruceros atracados enfrente Un tráfico apretado al centro de Alicante lucha a morir por el único espacio libre del estacionamiento ya sea sobre las callejuelas o en el subterráneo de miedo Un vistazo de hoteles playeros y torres de apartamentos bajo un castillo milenario de origen musulmán vigila el horizonte Una autopista lisa plagada de redondeles que indican siempre girar a la derecha hasta llegar a Elche, ciudad de vates como Pedro Salinas, Luis Cernuda, el mismísimo Miguel Hernández nombrando calles, aulas y universidades… Y, al centro de todo esto, en sedes académicas o rutas de poetas, un grupo exclusivo de españoles, franceses e italianos se unen a nosotros se unen por nosotros: americanos texmex, nuevomexicans, batos y morras californianos, sonoarizonenes del desierto, reunidos por nuestra historia historias y letras chicanas, bifronterizas, estudiadas en el origen mismo de nuestra hablar migrante Estamos aquí, universalizándonos, como lo expuso el compa y tocayo Hernández, el chicanista de Stanford y la finiquera, al tú por tú con los peninsulares los latinoamericanistas, el spanglish el español de USA que llega aquí recogiendo pedazos de los muros que hemos derrumbado, reunificando fronteras saltando el mismo charco del Atlántico para exclamar, ¡en plena España!, paisanos de la letra y la palabra, ya llegué, ya estamos aquí, después de tantos siglos léanme, compréndeme, conoce más de mí, venga, ¡llégale!...
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Por Manuel Murrieta Saldívar
Con permiso del autor: http://www.manuelmurrietasaldivar.com/poecronicas/hogar-perpetuo.html Recién llegada, dejando atrás mis logros y desgastes, busco los rastros de mi madre al pisar la banqueta… Atravieso el portal no hay ningún candado ingreso a su recinto pero vacía está la sala. No obstante, retumban sus palabras ruegos y peticiones, aquellos que urgían mi retorno y que llegaron a mí no supe cómo mientras que otros chocaron en los muros o se perdieron en esas nostálgicas distancias que dividen. Tanteo las paredes, espejos y pasillos y no me identifican pues soy la extraña que vuelve a lo conocido pero ha sido olvidada… Sigo, sin embargo, palpando los vestigios de mi madre, sus huellas del quehacer en la cocina la ropa remendada, la maceta reseca, ella anduvo aquí esculcando mis penas cuando yo sobrevivía en mansiones ajenas y en las agriculturas de un país extraño. Es verdad, mi madre me invocaba, sus gritos aún impregnan la recámara, me cuidaba a lo lejos desde el patio de orquídeas y naranjas, siempre me atrajo con su cordón invisible o visible—ahora ya lo sé, pues lo vengo deshilando desde el Norte, me hizo volver en años luz o en segundos de sombra hacia ella, siempre hacia ella, guiando mi regreso hacia el hogar perpetuo… Keyes, California, mayo 2023 Por Manuel Murrieta Saldívar
Con permiso del autor: http://manuelmurrietasaldivar.com/poecronicas/san-francisco-de-abajo.html Me aposenté en un nicho internet en pleno centro de San Francisco, California, para revisar pendientes cibernéticos y dar los últimos toques a un documento que leería en un congreso literario. Al cruzar hacia la sede, Hotel Park 55, observé las calles hacia abajo, como chupándome, como esperándome…Ya adentro, confirmé el horario de mi intervención, hice cálculos de tiempos y espacios, notando que otros ponentes hacían lo mismo y con los que me identifiqué…simplemente se trataba de cumplir el compromiso para después escabullirse a explorar lo que se pudiera, acompañado o en solitario, y en unas cuantas horas. Entre traductores, editores, escritores y libreros, empaté con estos últimos quizá por la sencillez de su profesión: compran barato y venden más caro, sobre todo si los estudios de mercado señalan que el “boom latino” vende cualquier cosa, incluso libros en español. Así que Andrés, flamante director de una cadena de librerías internacional, supo de mí y de mis planes postcongreso. Diligente, quedamos en salir en su auto rentado, más interesado en mi opinión sobre el mercado de los libros que en recorrer el puerto. “Y si quieres nos vamos hasta San Diego, te enseño nuestro almacén”, me amenazó de inmediato. Cumplí con mi participación con el horario encima y salí del Park 55 a tomar un respiro, percatándome que tenía cerca una calle principal, la Market Street…comencé a observar esta ciudad desde otros ángulos: vientos fríos en pleno verano, tercas neblinas sin lluvias y fogosas masas humanas que producían paranoicos simpáticos caminando libremente o conduciendo autobuses sin la menor cortesía. Medio aturdido, recordé el ofrecimiento de Andrés, le llamé a su celular, me paré en esquina estratégica y en media hora ya nos dirigíamos hacia la lasaña en plato hondo, con vino de la casa, en el restaurante Roma del barrio italiano. Lo de Andrés era verdad: no batalló para estacionar el auto, uno de los graves problemas de este sector, porque estuvo dispuesto a pagar otros 30 dólares de estacionamiento. “Para qué andar con cosas”… En una hora y algo salimos medio espirituosos, más amigos, más campechanos y ahí mismo iniciamos la caminata por la “Columbus Avenue”. Entre nuestras charlas, le confirmé lo que ya sospechaba: —San Francisco es el triunfo de los marginados…aquí abundan y no son tan rechazados, no nos podemos quejar…Aquí deja uno de ser “minoría”, estamos por todas partes, mira… Se lo decía frente a unas tiendas porno y bares nudistas en cuya banqueta había afroamericanos bailando rap, unos descaradamente solicitando 50 "cents" y de plano otro, completamente deschavetado, preguntaba: — ¿No perdieron ustedes su miembro sexual en San Francisco?—y luego soltó la carcajada mostrándonos un pene sintético. No le cayó mucha gracia, más bien Andrés quiso hablar de libros mencionando negocio tras negocio, pingües ganancias, mientras seguíamos la marcha. —Ya que te interesa el tema—le comenté—por aquí hay una librería… Fue cuando le mencioné sobre los poetas “beat”, queriendo profundizar al respecto, pero no mostró mucho interés, definitivamente—me dije—lo suyo es el mercadeo. No obstante, nos metimos a la librería City Light que ya teníamos enfrente, vi las reediciones y los libros antiguos que rodearon al autor Allen Ginsberg, uno de los cabecillas de la generación beatniks; observé el póster del fundador de este templo intelectual jipi, Lawrence Ferlinghetti y su colección de poesía. Andrés, sin perder su línea, lo único que comentó fue que casi no había libros en español, confirmando su teoría del olvido al sector hispano. —Es probable que estemos en el lugar equivocado, le sugerí, debe haber un barrio latino, ¿lo buscamos? Le brillaron los ojitos…sugirió entonces irnos al estacionamiento. El encargado nos resolvió el problema de inmediato vislumbrándose, dada su cortesía y amabilidad, que era un inmigrante mexicano. Él mismo lo confirmó, claro, hay que aprovechar que San Francisco ha sido declarada santuario para migrantes, “no migra here”, dijo casi en inglés. Le hicimos la platiquita y nos guió: —Uff compas, andan muy errados. Si quieren ver mexicanos váyanse hasta la calle 24, entre la Mission y la Potrero, ahí hasta tacos de cabeza hay… escuchó atento mi estómago irreverente. Tenía razón, la poca presencia de paisanos en las rutas turísticas contrastó con lo que visualizamos al ingresar al sector, era un hervidero: la raza con sus cantinas, sus ritmos norteños y sus solicitadas taquerías de 24 horas de sabor y grasa nostálgica. Vaya, daba gusto ver señoras felices, comprando paletas La Michoacana o conchitas de pan dulce que quise una para mí. Era tanto el movimiento familiar que hasta vimos mormones convertidores de almas, en bicicleta, con sus camisas blancas y corbatitas enterneciendo al más ateo. Era verdad, esa era la seña inequívoca de que, en efecto, nos encontrábamos en el barrio latinoamericano…Pero lo que motivó más a Andrés, ahora sí, fue la presencia de libros y revistas en español en tienditas de envíos de dinero, en peluquerías, abarrotes y negocios para preparar impuestos o “income tax”. No le dije, aunque debí hacerlo, que el surtido me decepcionaba porque, como lo había visto en otras ciudades, se trataba de obras de autoayuda, de lograr el “éxito rápido y fácil”, de dianética, de horóscopos y hasta de comentaristas de la tv hispana “para los más cultos”. De cualquier manera, nos paramos no sólo para bebernos unas tecates sino también para recoger copias de periódicos en español como El bohemio news o El tecolote con la remota idea de hacer contactos. Ya entrados en lo marginal, y para completar el cuadro, recordé que muy cerca se debería encontrar el territorio gay, así que nos lanzamos sin titubeos al sector Castro, para confirmar lo confirmado, definitivamente, la ciudad era el triunfo de los minoritarios: el tercer sexo hacía su presencia en toda su magnitud, esplendor y variedad. Varias generaciones de parejas homosexuales se besaban en las calles, caminaban tocándose las manos, con look carismático. En postes y muros estratégicos había carteles de homosexuales fortachones, anuncios de bodas del mismo sexo y volantes previniendo contra enfermedades de transmisión sexual, como en cualquier hospital. Vi muchos cuerpos cuidados con la última dieta, emitiendo un intelecto arriba del promedio y un gusto sofisticado, a juzgar por la cantidad de negocios y galerías de arte y de fotografía. Era una sensación de apertura que invadía al resto de la urbe, se percibía que de ahí brotaba la demanda de tolerancia, de libertad para el empleo sin importar el género, el aprovechamiento de los espacios de expresión. Así la vida y cultura homosexual era parte integral del panorama, para que ni el más macho, fuese de donde fuese, reprodujera aquí sus homofobias causantes de tantas víctimas. El ambiente flexible era tan contagiante que me atreví a hacerle una confesión a Andrés quien me observó con aires de sospecha: — Me consta la liberalidad de esta ciudad, fíjate, estoy hospedado en un hotelito cerca de la sede del congreso. Ni te imaginas el decorado, parece para coleccionistas, no hay ningún paisaje californiano o los típicos cuadros del puente, sino fotos en blanco y negro y diminutos dibujos de homosexuales tremendamente eróticos, muy finos, torsos desnudos, muslos protuberantes, con elegancia y gusto que invita a la estética. Pero me hospedé ahí no porque me atraiga lo gay, sino por lo barato y céntrico…Andrés sólo me observó, como exigiendo cambiar de tema y, confirmando su virilidad, me espetó: —Bueno, ya, ¿no?...todo eso está muy bien…Ahhh, pero si me pretenden, pues hasta ahí llegamos…que hagan todo lo que quieran, nomás no se metan conmigo. Ya para acabar de incomodarlo, le provoqué: —¿Ni siquiera en una noche de copas ni en el carnaval de Mazatlán?... Se dice que cada hombre llevamos un pequeño gay adentro… Soltó la carcajada, muy seguro de su identidad sexual, mientras pasábamos frente a establecimientos ofreciendo festivales de poesía con micrófono abierto o conciertos de música alternativa en esquinas estratégicas para unos 30 comensales que de lejos la mayoría parecían del mismo sexo. En la escapada, Andrés se enteró de mis antecedentes periodísticos y me preguntó si quería conocer una de las creaciones de Randolph Hearst, el magnate de la prensa, nativo de esta ciudad. —¿A qué te refieres? —Tú cállate y verás… Rápido se fue metiendo entre las calles hasta enfilar por la Mission Street, en pleno “downtown”, como ya atardecía, no hubo mucho problema para estacionar y me llevó a un imponente edificio del Estados Unidos clásico. Era medio antiguo con toques dorados al interior, escalera de caracol, tipo mansión, una especie de baúl de los recuerdos. Sin embargo, frente a este conjunto, vendían de manera peculiar el San Francisco Chronicle y el San Francisco Examiner, el periódico del siglo XIX que Hearst recibió como herencia, iniciando su cadena de rotativos e inventando el periodismo amarillista para liquidar la competencia. Todavía le ofrecía dividendos: había un voceador vestido como si fuese botones de hotel, a todo lujo, le dabas el importe de 25 centavos y en un acto prestidigitador, cogía el ejemplar, hacía dos que tres dobleces y te lo entregaba enrollado como si fuese un pergamino, él un juglar medieval y uno un aristócrata respetable. Quedabas seducido, ya querías adquirir otra copia tan sólo para gozar de nuevo el espectáculo. No descarté que el genio de Hearst hubiera ideado esta forma de vender para atrapar más lectores. —¿No te gusta la estrategia para los libros? —Habrá que inventar unas propias para nuestro lector latino y dejar de imitar…. Dentro del edificio, y bien acomodados, encontramos además folletos invitándonos a recorridos de lujo. Los rechazamos de inmediato, quizá por los costos, por su complicación o porque recordábamos que ya habíamos hecho antes semejantes paseos: ¿Limusinas? ¿De cuál tamaño?--no dice cuál modelo, todas son del último año. ¿Le incluimos chicas cover girl? ¿Necesita un ferry aerodinámico para rodear Alcatraz o pasar bajo el Golden Gate? ¿A qué horas reservamos su helicóptero para el tour aéreo? ¿Quiere subir hasta el observatorio del edificio Transamerica?...Una pequeña propuesta nos llamó la atención: El banco Wells Fargo, un éxito aquí desde la fiebre del oro de 1848, anunciaba una novedad: tómese un café Starbucks mientras espera hacer su transacción, bueno, o después. Era una vanguardia de servicio que supuse se iba a propagar al mundo entero, cafeterías instaladas adentro de los bancos, habrase visto…el caso es que mientras bebíamos, otro folletito me llamó la atención, por su ternura y su clásico recorrido: —Mira Andrés, vamos a subirnos a uno, yo pago… Se trataba del tranvía de un solo vagón, cobraba dos dólares, desde el distrito financiero sobre la calle Market, hasta la avenida Van Ness, del este al oeste de la ciudad. Era un recorrido mitológico, fácil y accesible, para mentalidades de alta curiosidad callejera dispuestas al sacrificio. Al abordarlo, después de una larga cola, alcanzamos cupo de pie lo que permitió que el aire nos acariciara, como si participáramos en alguna escena de la serie televisiva “Las calles de San Francisco”. En tanto, oía el ruidajo de palancas y de engranes que mueve el operador para respetar, como cualquier auto común, las señales de tráfico. El pequeño vagón, para nuestra sorpresa, ingresó al China Town, y claro, por supuesto, mandamos todo al diablo y decidimos bajarnos…Nunca había visto tanto ojo rasgado en movimiento ni banderas rojas comunistas ondeando con descaro sobre techos altos y remedos de pagodas, ni plazas atestadas de viejitos chinos, juegos infantiles entre protestas contra el sistema de Mao. Los asiáticos, definitivamente, eran otra gran “minoría” que dominaba la escena mostrando sus contrastes ideológicos y nacionalistas sin pena. El colmo fue un mural que lo sintetizaba todo: bajo una enorme pintura de la bandera de las barras y las estrellas pude captar la leyenda, “God less America”…alguien había borrado “b” del original “bless”…pongámoslo más claro y usted deduzca la confrontación: “God bless America” versus “God less America”…Y todo era silente, uno que otro claxon y el murmullo, entre la cortesía de peatones y tenderos, no sé, uno suponía que habían reproducido lo más fiel posible todos sus mundos allende al océano Pacifico, no para que nosotros los gozáramos, sino para ellos vivir sin tanta melancolía en pleno imperio… Ya no quisimos recorrer más…otro folleto anunciaba establecimientos donde vendían los pantalones originales de mezclilla, también inventados aquí sobre todo para los gambusinos. Destacaba la primera fábrica de los “Livais”, esa prenda globalizada mucho antes que la globalidad por su resistencia, comodidad y durabilidad, aguantando faenas, raspadas, navajazos o el peso de pistolas. Levi Strauss, migrante bávaro, diseñador y fabricante de los primeros pantalones para el marginado “working class”, había pasado a la posteridad mucho antes que la era jipi que aquí también los popularizó: en el mapa turístico, su apellido aparecía por lo menos cuatro veces, cada uno señalando una tienda que ofrecía descuentos de hasta siete dólares mostrando el cupón. Le llamaban la “House of Jeans”, jins, jeans, genes, en francés. —Ándale vamos—insistía el librero—no es lo mismo comprar un livais aquí que en otra parte… — ¿Quieres seguirle…mejor vámonos a lo clásico clásico…por ejemplo cruzar el famoso puente. Sin pensarlo más enfilamos hacia allá, primero le dimos un flashazo a la callecita cuesta abajo con sus jardines escalonados, la “Lombard Street”, repleta de turistas viendo bajar los autos. Por ese rumbo encontramos la salida hacia la autopista 101 y finalmente nos atrevimos a cruzar el escalofriante Golden Gate. De lejos lo veíamos supermoderno, catártico con el atardecer que avanzaba, pero al ir rodando sobre él ya reflejaba años anaranjados de uso, como los hierros de la torre Eiffel. Cruzando, nos estacionamos en el mirador, para una panorámica del océano, lo largo del puente y la urbe en todo su esplendor…ahí fue cuando recordé la canción de Scott McKenzie, esa que sugiere que te pongas unas flores al llegar a esta ciudad. Me sentí completamente colonizado al descubrir que me sabía varios versos de esa pieza clásica de finales de los ´60s, people in motion, decía, ¡en efecto!, nuestro recorrido había sido el San Francisco de abajo, el de la gente en movimiento. Nosotros, yo mismo, en constante movimiento, tarareando la cancioncita esa, órale bato, canta conmigo Andrés, sácate el feeling, extrae el recuerdo de lo que no hemos vivido aquí por décadas…nostalgia de varias generaciones, people in motion, cantando en pleno mirador, recibiendo sonrisas de identificación de los otros que coinciden, aprobándonos, dando en el clavo… People in motion, que hemos presenciado, experimentado, palpado, como este viento que sacude nuestras ropas, movimiento de piernas y de autos ... If you’re going to San Francisco/Be sure to wear some flowers/In your hair,/People in motion, people in motion… Colofón… Cuando Andrés me dejó de nuevo en la sede del congreso, a donde acudí para aprovechar lo que quedara, creí que ahí acabaría el exhausto recorrido. Sin embargo, Teresa, una ex compañera de estudios de Guanajuato que se había convertido en traductora, me reconoció entre las despedidas. Me propuso otro tour algo extraño: me invitaba a su hotel, pero no para pasar la noche. Requería ayuda para encontrar taxi, orientarle la ruta, evitar los temores nocturnos en una ciudad desconocida que se visita por primera vez, como me lo confesó. En su afán de encontrar precios módicos, había reservado una habitación en hotel económico y de buen aspecto en Internet que, a la hora de abandonar la realidad virtual, resultó un problemón: estaba ubicado en una zona relativamente céntrica pero repleta de graffitis, de servidoras sexuales, de distribuidores de drogas, de policías atrapando a peatones alcoholizados y en la onda. Fue entonces que comprendí y acepté su propuesta, te ayudo, te acompaño…La hospedería en realidad valía la pena, tenía su atractivo como para una trama literaria: un lento elevador de rejas, antiguos decorados de oro de imitación, alfombras que habían sido elegantes pero que olían a viejo, un cuarto con lavamanos muy hondo y diminuto y esos toscos aparatos de calefacción cerca de un desvencijado escritorio. Afuera, en efecto, se escuchaba, y se observaba, toda esa vida marginal que a mí también me produjo temorcillo: gritos, corretizas, sirenas, iluminación semioscura con anuncios de neón y las torretas de las patrullas. Tras instalarla y dejarla sana y salva, Teresa supo que dormiría tranquila porque, entre otras cosas, no hice el menor intento de proponerle alguna intimidad ni capté señales para ello. Había de ser así, porque, como me lo confesó, le habían dicho que me buscara, que precisamente me habían recomendado por mi probada tolerancia y respeto hacia los semejantes, por mi compromiso social y mis impulsos de ayudar a los demás sin venir al caso. Así que decidí dejarla dormitar con esa imagen, cuidar mi reputación, regresando en solitario, sin nada y poniéndome en riesgo callejero… pensaba: donde vine a preocuparme del qué dirán, en pleno San Francisco, en esta ciudad con toda su liberalidad que ya había comprobado y que ya no escandalizaba a nadie, a Teresa quizá, vaya, ni siquiera a un tipo tan conservador como mi ahora amigo el librero Andrés… (*) Del libro: La gravedad de la distancia. Historias de otra Norteamérica.Crónicas y relatos. Primera Edición 2009.Editorial Garabatos. Hermosillo, Sonora, México. Más información en: http://www.manuelmurrietasaldivar.com/libros/la_gravedad_de_la_distancia.html Por Manuel Murrieta Saldívar
Con permiso del autor: http://www.manuelmurrietasaldivar.com/poecronicas/lectura-individualiza.html Para David, que estuvo ahí. STOCKTON, CALIFORNIA. En una amena charla, salpicada de humor y anécdotas personales, el novelista mexicano Enrique Serna hizo un recuento de los libros que cambiaron su vida. Invitado por la University of the Pacific de esta ciudad del norte de California, primero hizo una introducción sobre la importancia de la lectura, dirigiéndose especialmente a los estudiantes que arribaron al auditorio del edificio de biología, invitados por el organizador Dr. Martin Camps. Al respecto, Serna concluyó que leer es tan vital y trascendental porque “te separa de la masa y te conviertes en un individuo, te individualiza y te transformas en un librepensador” fuera de las influencias que le imponen a la mayoría. Y ahora sí, dijo después de unos quince minutos, “vamos a entrar en materia”, iniciando con la obra Corazón, diario de un niño que trata sobre unos colegiales de un internado en Turín, Italia. Y lo influye, a pesar de lo melodramática de la historia, especie de antítesis de Pinocho, porque le fue leído por su madre. Y fue así, precisamente, como se hizo lector y una especie de buen hijo porque aprendió que, si se trata de hacer determinada actividad y es aprobada por tu madre, “todo estará bien”. Leer, pues, estaba bien, y entonces, gracias ella y por imitación, continuó con la lectura de los clásicos tipo Mark Twain y Julio Verne quienes posteriormente, ya adolescente, lo llevaron a descubrir a Edgar Allan Poe, H. G, Wells, Ray Bradbury. Ellos lo marcaron para escribir sus primeros cuentos de tipo fantástico. Esa inocencia de adolescente fue trastocada con el descubrimiento de la obra El Rubaiyat, del poeta persa Omar Khayyam, con sus revelaciones y el éxtasis místico profundo. El secreto fue que, al leer y releer esos cuartetos, entendió que en realidad “no existe el más allá”, que todo está aquí y hay que disfrutar la existencia en este plano, incluyendo la embriaguez, no sólo espiritual, sino también la causada por la bebida y placeres terrenales. Leía y releía esos poemas, extasiado, hasta los compartía con quien se dejara, incluyendo a una vecinita que al escucharlo lo atacó a besos comprobando el impacto que produce la poesía y la literatura en general. Luego salta a lecturas más mundanas y materialistas en su etapa de estudiante de periodismo en la prestigiada UNAM en una época, los ochentas, en las que domina el marxismo-leninismo tanto dentro como fuera de las aulas. Así es que se topa con el clásico El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado de Federico Engels en donde se establece que, entiende, el ser humano es un polígamo por naturaleza y Serna tiende a renegar de la monogamia. Simpatiza, pues, no solo con tener múltiples relaciones sino, además, cómo no ser un padre responsable. Esto porque, según Engels, el matrimonio es contra la natura y es inventado por el hombre para asegurar que los hijos que tanga deben provenir de una sola mujer. De esta manera, el patriarca sabe a quién heredar sus bienes materiales y excedentes que viene acumulando. Sin embargo, al paso de los años, Serna simpatiza con la monogamia… En esta formación marxista, aclara, nunca pudo completar de leer la monumental obra El capital de Carlos Marx no solamente debido a su enorme extensión sino, además, por la serie de fórmulas y cálculos económico que incluye. Pero esta etapa empieza a flaquear con las lecturas del novelista checo Milán Kundera y los ensayos políticos de Octavio Paz que traslucen críticas y decepción por el sistema socialista real, lo que se refuerza con la desaparición de la Unión Soviética. Es ahí, concluye, que seguir una ideología única, es como ser un religioso que adora a un único dios: es mejor seguir la tendencia y la posición de ser un “librepensador” como lo es hasta la fecha. Su búsqueda y otras opciones estéticas e ideológicas lo lleva a leer al novelista inglés Oscar Wilde al cual descubre, no en las aulas, sino en su trabajo como publicista en la ciudad de México. Rodeado por sus ingeniosos y ocurrentes colegas creando anuncios en general, detectó que el ingenio no se hereda ni es espontáneo, sino que se tiene que ejercer, practicar, trabajar. Y en ello ayudó mucho Wilde, constantemente mencionado en su trabajo, del cual llega a leer sus obras completas y aprende que hay que ser transgresor, ser rebelde, pero no de manera burda y explícita, sino con sutiliza, con inteligencia, con manos de seda. Precisó que el cuento “El ruiseñor y la rosa” lo marcó en definitiva concluyendo que el humor negro transforma el dolor en placer. De la fina ironía de Wilde, salta al hedonismo de las novelas eróticas de Henry Miller, Trópico de Cáncer, Trópico de Capricornio, de las cuales obtiene la lección de colocar en el mismo plano las necesidades del cuerpo y las del espíritu. Y sobre la vida austera y de necesidades de Miller, sobre todo en París, dedicado más a su producción literaria, deduce que es bueno alejarse del mero objetivo de tener éxito económico, o creer que “sin éxito económico la vida es un fracaso”. Esto lo lleva, a Serna, a una vida de despreocupación material y entra en un periodo de vida de bohemia, sin tanta búsqueda de ingresos, etapa en la que abundan los placeres, más preocupado en recorrer las cantinas de la ciudad de México, a veces en una situación autodestructiva, que en asegurar salarios u honorarios en abundancia. Sin embargo, Serna se recupera gracias, lo que sorprende a toda la audiencia, a la poesía de Rubén Darío, especie de tabla de salvación. Si la poesía de Omar Khayyam, lo introdujo en la adolescencia a los placeres de la bebida, despreocupado del mundo del más allá, Darío lo hace encontrar “la serenidad en el caos”, ya como adulto. Esto a pesar de que el mismo poeta nicaragüense fue un bebedor empedernido. Serna encuentra en los Cantos de vida y esperanza, no sólo la calma para graduarse de la UNAM con un grado de letras hispanas, sino a encontrar el control, domar al potro sin freno como lo estipula Darío: hay que destilar licor, pero en la poesía, para poder emborrachar, embriagar a los lectores con ella… Precisamente, eso es lo que Enrique Serna hizo en esta charla, embriagarnos con su sabiduría, con sus lecturas, con su impresionante recorrido como lector. Y para comprobar sus dichos, y gracias al azar, coincidimos en un restaurante japonés en donde únicamente bebió una copa de vino blanco. Así nos siguió, a los colegas profesores y autores Martín Camps, Manuel Camacho y a mí mismo, emborrachando con sus palabras de sabio y exitoso novelista que salió de su refugio de Cuernavaca tan solo para deleitarnos con su arte, privilegiados, en este oasis del español que esa tarde se convirtió Stockton, California…¡Y que ahora nos siga embriagando con su obra, gracias Enrique!... Stockton, California, abril de 2023 Por Manuel Murrieta Saldívar
Con permiso del autor: http://www.manuelmurrietasaldivar.com/poecronicas/el-periodista-historia-de-un-viaje-ciclico.html De nuevo despertó con aliento a cerveza y cansada la garganta por fumar demasiado la precipitada noche anterior. Al colocar el primer pie sobre el piso, instintivamente recordó las notas periodísticas escritas la tarde antes y se iniciaron las preocupaciones. Absorbido por la presión externa rápidamente se vistió, enjuagó sin querer el recuerdo a tabaco y consumió el desayuno con dejo de indiferencia porque su mente no estaba ahí. Las primeras manifestaciones de nerviosismo lo atraparon levemente cuando avanzaba veloz rumbo a la sala de redacción. Sabía que era inminente el hervir de las teclas y el canto de los cables noticiosos revelando, diariamente, su terrible historia de informaciones mundiales. Entró saludando a las fieles secretarias y ya en su escritorio se dispuso a leer el ejemplar del día. Con cierta intranquilidad revisó sus notas; detectó dos o tres errores de impresión que milagrosamente no trastornaron la verdad, su verdad, del mensaje editado. Y, no obstante, fue imposible encontrar la calma deseada. Entonces bostezó como de costumbre, reinventó la necesidad del café, preparó la taza y, entre sorbo y sorbo, apareció la ansiedad de expulsar humo por la boca y nariz: no vaciló en abrir la primera cajetilla de cigarrillos para satisfacerse. Aunque los rutinarios nervios disminuyeron, algo le preocupaba todavía. Movido por un impulso inoportuno de la conciencia, se atrevió a diagnosticar su cuerpo y supo seguramente que la desesperación que poseía no era otro efecto de la más reciente desvelada. Otra cosa le preocupaba y aún intentó un gran esfuerzo. Tampoco se sentía víctima de angustias existenciales porque esporádicamente les prestaba atención y por lo general concluía que no tienen la menor importancia. Además, dotado de un envidiable poder de concentración, cuando le invadían esas sensaciones controlaba las que le martirizaran. Aún menos preocupante era la cuestión del dinero; recibía lo suficiente para comprar subsistencias y distracciones superfluas mientras llegaban las próximas entradas. Incluso sin percibirlo, algo, algo le preocupaba. Cuando probó el quinto cigarro había analizado ya el contenido de los diarios de la competencia. Fue entonces que supo, siempre con la rutina, cuál estrategia seguir para obtener información que conmoviera al lector. A pesar de haber resuelto así una de las tareas más urgentes de la mañana, sonrió imperceptiblemente con leve satisfacción y se desesperó un poco. Quizá recordó lo cruel de la competencia pero triunfante confirmó que se había adaptado al medio como esos insectos que toman el color verde de los vegetales y así desarrollan vehículos de defensa para no ser atacados. La desesperación decreció un poco al terminar de elaborar su plan del día y luego enfocó su pensamiento hacia el asfixiante ambiente social. Preparado para enfrentarlo, para la lucha, otro pendiente invadió sus nervios matutinos que fueron olvidándose poco a poco cuando casualmente leyó los últimos despachos informativos del télex. Uno indicaba el balance de muertos del último año en los actuales conflictos mundiales y otro le comprobaba, fríamente, a pesar de un reciente tratado, que todavía los armamentos atómicos que quedan podrían destruirlo, como a cada habitante del planeta, hasta más de 30 veces. Prefirió sus nervios, descartó la sorpresa y salió a la calle... La preocupación seguía empalagando. A la entrada de un magnífico banco, accidentalmente percibió a un individuo que exigía limosna tocando un triste acordeón; ni siquiera se percató del contenido del recipiente de las monedas ni del mal olor del solicitante porque no estaba incluido dentro del plan. Al rato, extendió la mirada hacia las paredes de la universidad adornadas con consignas políticas pero solo sonrió al leerlas. Sin notar el color encendido del semáforo, cruzó la avenida central y tuvo la oportunidad de asombrarse ante el espectáculo de los camiones públicos atestados de pasajeros; pero no se sorprendió porque en ese momento le invadió una sensación reconfortante al disfrutar el privilegio de no viajar ahí adentro. Fue mejor acelerar el paso y mirar el reloj. Calculó que aún tenía tiempo de reserva… Quiso tener iniciativa, ir comprendiendo el descontrol fugaz e interminable de sus pasos, pero, robotizado, distrajo la atención cuando miró frente a él a un cuerpo femenino ideal para su gusto deseando irremediablemente poseer. Muerta esa imagen volátil, desapareció en la siguiente esquina, reaccionó y pronto recordó la preocupación de su destino. La jornada de ese día, un retrato de los otros desde tiempo inmemorial, incluía entrevistas con personalidades consideradas claves para el curso de la historia. Precavidamente, discutió con los colegas en el recinto de la misma fuente informativa y nunca reveló el cuestionario que propondría en exclusiva al personaje en turno. Sin embargo, habló sobre temas generales y al concluir revivió en él una especie de relajamiento porque sus comentarios fueron tan centrados que la mayoría los aceptó... por lo menos exteriormente. Con todo y esa reacción, que ratificaba su prestigio periodístico, captó que otra cosa le preocupaba y encontró apoyo artificial en el siguiente cigarrillo. Hizo la entrevista y luego de revisar las respuestas, se transportó de inmediato al cubículo de redacción para iniciar, de nuevo, la jerarquización de revelaciones e ideas que demandaban publicación inmediata. Así, su proyecto del día comenzó a celebrar el necesario éxito de siempre. Y no se preocupó del pendiente de ingerir los alimentos porque al momento de tocar las primeras teclas, recibió la infaltable invitación al restaurante preferido. Probó los bocados más estimulantes, disfrutó el “glamour” de la hipnótica escenografía, respondía “sí” a las solicitudes del poderoso anfitrión en turno y saboreó la cerveza de la tarde. Mostrando el placer del orgullo, cerró el compromiso y regresó una vez más al ajetreado ambiente oficinal. Fue ahí donde reconoció que una ansiedad aún no descifrada le había estado perturbando. Pero la desplazó ante la premura de escribir su informe noticioso y, aunque padeció tercamente el rumor de un antiguo pendiente, horas más tarde entregó el material casi perfecto. Apresurado y satisfecho abandonó el despacho encontrándose a la inmensa noche que aún no contenía estrellas importantes. No miró el espacio, las huellas de la tarde, ni una extraña ave que a pesar de su apetecible libertad no sabía qué hacer con el cielo de arriba. Tampoco reaccionó al vislumbrar las risas de los niños del parque de enfrente y jamás conoció a la luna lluviosa blanqueando los vidrios, las torres y edificios. Es que algo seguía preocupándole. No obstante, probablemente debido al brusco cambio de ambiente, de pie, sobre la banqueta violada, estuvo a punto de preguntarse cuál era la satisfacción más trascendental de la jornada del día. Trabajosamente bosquejó unas dudas y, al intentar responderse, el conductor de un auto gris lo invitó a gastar la noche circulando entre la luz mercurial del bulevar. Qué sonrisa increíble se reflejó en los retrovisores cuando palpó el confort de los asientos y el relax de la velocidad después de haber cumplido con su plan. Lo extraño fue que durante el paseo ignoró al conductor cuando, por un descuido, pudo captar lo tibio de sus dedos expertos en escribir. Esta inesperada percepción lo reubicó en la temida meditación de preguntarse el porqué de su diaria rutina; sin embargo, imperceptiblemente, ese pequeño instante se convertiría segundos después en un pasado tan remoto cuando el amigo y las seductoras luces danzantes lo hicieron entregarse, otra vez, a la diversión en turno. Y otra noche empezó a distraerlo casi voluntariamente. Fue difícil entender que esas horas agonizantes podrían haber sido el tiempo propicio para iniciar, apenas, la pregunta fundamental de su viaje que cada vez era distinto dentro de la rutina de siempre. Retornó entonces a su lecho como huyendo de sí mismo. Al cerciorar que de nuevo nadie notó su llegada a la habitación, fue cerrando los ojos simultáneamente a que una lista incalculable de preocupaciones quedaban en el ambiente y se le venían encima. Algo le preocupaba, pensó sin saber cómo. Y luego se durmió o creyó dormir... De nuevo despertó con aliento a cerveza y cansada la garganta por fumar demasiado la precipitada noche anterior. Al colocar el primer pie sobre el piso, instintivamente recordó las notas periodísticas escritas la tarde antes y se iniciaron las preocupaciones. Absorbido por la presión externa notó que algo le preocupaba, tampoco eran sus sentimientos porque ya no los encuentra…los va dejando siempre para un poco más tarde, no han logrado cabida en ese viaje cíclico que cada día lo aleja de sí mismo... (*) Texto publicado en: De viaje en Mexamérica. Crónicas y relatos de la frontera. Student Edition // Edición Escolar. Lecturas y ejercicios en español para hispanohablantes en Estados Unidos. 159 páginas. Monterrey Park, California, USA. Izote Press, 2014. Más información: http://manuelmurrietasaldivar.com/libros/De_Viaje_en_Mexamerica.html Manuel Murrieta Saldívar
El amor es un banquete (José Luis López). Con permiso del autor: http://www.manuelmurrietasaldivar.com/poecronicas/viviendola-de-nuevo.html Sucedió hace muchos sueños cuando cantaban los rostros luminosos en las calles. Sucedió una tarde cuando las miradas abandonaron este mundo y se posaron en claveles. Aconteció en la oscuridad del día cuando los caballos descansan esperando al jinete hambriento. Y ocurrió que caminé acompañado sin la sombra, cubriéndome del frío nebuloso y del vendedor amenazante. Y entonces avancé sin escuchar los ruidos citadinos, rodeado de turistas en aquel heterogéneo pueblo. Y me topé con unos ojos, una gitana falda negra, un pelo suelto como solar cascada y una soledad como la mía. Y como en las cofradías, silenciosamente acompañado, así estuve yo con el fugaz tropiezo mientras el ocaso húmedo invadía al quebradizo río. Y me tomó del brazo y la seguí junto al humeante viento que jugaba con su falda llamando al movimiento. Saltamos entre las callejuelas con un andar veloz, ella robando tiempo a la jornada, y yo escondiendo mi futuro en los paralizados días que me olvidé del mundo. Lindos andares redescubriendo la maravilla de Ias flores entre las estructuras oxidadas y su voz, su voz, esculpía cuentos extranjeros y hacían ecos, ecos de arco iris bajo rocosos puentes que miraron goteando historias sin sol, y allá, a lo lejos, el follaje ribereño cansado de verdear cada verano. Y al trote del carruaje gestador de asfaltos deglutimos las horas como un reloj que se derrite porque la cuerda muera para olvidar el tiempo, y así, nadie supo por dónde el nacimiento de la luz, hasta que la cantarina noche sin estrellada atmósfera comió nuestras tenues sombras y se tornó aún más negra. Noche oscura porque bebes sombras. Y el mestizo espacio nocturnal paladeó nuestro aventurero amor llorando soledades sin astros… y con lágrimas inventamos estrellas, las lanzamos al cosmopolita cielo del hogar y formaron nubes y aires y nieves de cristales y acuíferos collares resbalaron por los ventanales mirando nuestras tibias manos. ¿Olvidaré su superficie evaporada entre mis cobrizos poros? ¿Fallará la hidráulica ciudad negando su cansada mano? ¿Volverán los amigos a esperar y yo escarbando el pavimento aguardando la avanzada de otro tren? ¿Rodaré otra vez sin el desierto topándome con la metálica esmeralda de sus ojos y de las azoteas? ... Y una mañana bajamos. Nuestros inventos los guardé entre la chamarra mientras la nube aún no despertaba. Ella apretó las correas del trabajo y me acordé del mundo al sentir hambre. Y las guerras aún no fallecían y unos jóvenes drogados en las calles o las gentes viviendo por el oro en tanto otra familia se rompía. Y los hermanos del sur flotando en armas allá observando de la liberación de sexos. Y nos miramos como en el origen, borrándole su lágrima invisible. Ella, jinete en la carreta turistas, tomó las 17 horas de jornada señalándome el camino, y yo, esperando por la espera, usé el ferrocarril de la mañana… (*)NOTA DEL AUTOR: Texto originalmente publicado en noviembre de 1983 en el periódico Información de Hermosillo, Sonora, México, rescatado de la versión impresa original. Por Manuel Murrieta Saldívar
Con permiso del autor: http://manuelmurrietasaldivar.com/poecronicas/escapes-y-desarraigos.html A continuación presentamos en exclusiva un fragmento de nuestra novela recientemente publicada, El norte virgen de mi cuerpo (*), que ya circula...
Más información y para adquirirla desde Editorial Orbis Press: http://www.orbispress.com/imagenes/imaginacion/el-norte-virgen-de-mi-cuerpo.htm Reseña y cómo adquirirla directamente con el autor http://manuelmurrietasaldivar.com/libros/el-norte-virgen-de-mi-cuerpo.html Por Manuel Murrieta Saldívar
Por cortesía del autor: http://www.manuelmurrietasaldivar.com/poecronicas/migrante-en-versos-sencillos.html La vida me la dio el sol Yo resisto con poca agua La etnia azteca es mi farol Nunca le saco a la fragua. Del fuerte desierto vengo Heredero de pitahayas Por eso no me detengo Yo tengo muchas agallas. Y cuando arrecia el monzón Una o dos veces al año Feliz soy puro corazón Incapaz de hacer un daño. También los cactus dan flores Guindas, rojas y amarillas Arropando de colores El mundo con sus orillas. Pero invadieron mis montes Nos pagaban casi nada No quisimos estar tristes Y escapamos en manada. Pobre, sabio y descontento Salí pues de estos solares Era ya migrante hambriento Dejé mis ríos y mares. Miles hermanos iguales Encontré por el camino Nos llaman los ilegales Buscando nuevo destino. Cuando llegamos al Norte Encontré enemigos nuevos Los enfrenté con buen porte Pero los dejamos vivos. Ahora me recupero Rescatando lo perdido Esta tierra es mi granero Como siempre lo había sido… Keyes, California, marzo 2023 Por Manuel Murrieta Saldívar
Con permiso del autor: http://www.manuelmurrietasaldivar.com/poecronicas/dejaste-de-contemplar-estrellas.html Cada vez que llega algún eclipse aparece tu sombra moviéndose en la casa, el día en que se acabó el sol así, en un instante, como te fuiste tú dejándome sin luz… También recuerdo el regreso milenario de un cometa, quizá dos, tus ojos impresionados mirando arriba esa estela de gases tan brillante pero que, sin embargo, no logró detenerte aquí conmigo. De las lunas y estrellas cotidianas, tan comunes en el Sur, no evocaré nada sorprendente, salvo que las dejaste de contemplar cuando partió tu infancia hacia las realidades crueles que fueron creciendo con los años. Tampoco diré nada de esos cielos que aún están aquí, que a veces nos envolvían con risas y acurrucos, cielos que nunca prometí los bajaría para ti… Es que una tierra desconocida te atrapó, sobre todo en el Norte, y mi error fue no advertírtelo desde antes, en esos tiempos precisos que suelen escaparse, no te previne, pues, que existen fuerzas que arrastran que no perdonan, que no saben de eclipses, estrellas o cometas mucho menos de hijas como tú, mi pequeña de siempre, que hoy caminas sin mí, quizá sin cielos, dejándome en la nada, abajo, entre las sombras… Keyes, California, marzo 2023 Por Manuel Murrieta Saldívar
Con permiso del autor: http://www.manuelmurrietasaldivar.com/poecronicas/para-no-volver-jamas.html He dejado al fin el último pendiente, las quejas y vergüenzas, tu gemido y todo lo demás para venir a develar costumbres milenarias que ahora saboreo en torbellinos de mar, curvaturas terrestres y líneas de autopista… Es que así se trabajan algunas soledades, así escondo tus miedos y despejo algunas dudas para llevarte al revoloteo de las dunas y al escaparate de las arqueologías… Te advierto que no nos detendremos —lo exigen mis ancestros-- te reclamo que somos esa sonda feliz que surca las edades, geografías prohibidas y, a veces sin darnos cuenta, la similitud de los seres que vamos desnudando… Me encanta pues escaparme contigo, reaparecer con epidermis de aventura: una urbe ajena me cautiva una sábana de viento me protege un vistazo de olas me sostiene una isla tras isla me persigue, edenes y tinieblas que voy dejando atrás como si nada, como si todo pidiera liberarme ya de una vez para no volver jamás a las rutinas de siempre… (*) Del poemario Poecrónicas en las urbes. Colección Sur Editores. La Habana, Cuba. 2019. Colección Sur # 339. 106 páginas. Más información y para adquirirlo en: http://manuelmurrietasaldivar.com/libros/poecronicas_en_las_urbes.html |
Manuel Murrieta Saldivar
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August 2023
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