Por Miguel Ángel Avilés
La vi tan angelical que, si no hubiera sucedido lo que enseguida les cuento, a la fecha la trataría con esa misma ternura que aparentaba, como si fuera mi nana. La vi así como digo y una amabilidad que envidiaría cualquier guía de turismo de Guanajuato que, por eso, con ella, en la carnicería que regentaba en el mercado municipal, decidí comprar la carne y unos huesos que me habían encargado para hacer un cocido o un sancocho bien tableado como dirían los colombianos, sí, de donde es oriunda Angélica Blandón, actriz que un día habré de conocer y qué. Juró que me estaba dando precio y hasta pilón echó a la bolsa, pero cuando llegué a casa y fue supervisado el cargamento por la perito en caldos regionales que vive conmigo, lo que expresó no lo puedo decir aquí pero en resumen, la emula de doña Sara García, me había dado gato por liebre. De la carne no existía nada o casi, de los huesos sí, muchos pero de acuerdo al insoportable olor y su apariencia, todo indicaba que estábamos lejos, muy lejos de haber llegado ya su fecha de caducidad o su estado de composición vacuno. Cuando me percaté de aquello pensé que en lugar de res, me habían vendido una parvada de pericos muertos porque el bulto recibido estaba verde, como si en el trayecto se hubiera muerto lo que le quedaba de vida o a esas partes de la vaca le hubiera pegado gangrena. Por supuesto que el menú varió drásticamente y tuvimos que zamparnos otra cosa, pero sí de esto pudo quedarme una moraleja fue la que ustedes están pensando y tenía que ver con la mamá de la señora de la carnicería y con mi yo confieso que todo fue por mi culpa, por mi culpa, por mi grande culpa. Jamás he vuelto a ese lugar y si así fuese, nomás sería para sacarle la lengua a la doña que vi tan angelical, que resultó lo contrario pero que ,estando a segundos de candidatearla como mi nana ,ahora retomo como material didáctico , para hablar de esto , un dicho tan común pero a la vez tan dejado en el olvido al momento en que ,en lugar de tomar las precauciones debidas, abriendo muy bien todos los sentidos, para no dejarnos únicamente llevar por las apariencias, el quejumbro, el choro mareador, la sonrisa, el apapacho, estemos atentos y vivos para que eso que solo es para engaratusarnos, no de el otro paso y nos encaje el discurso por la espalda. Porque caras vemos… Este dicho popular oriundo de los nahuas o mexicas, quiere decir que no podemos confiar en las apariencias de las personas porque no nos dicen nada sobre qué o quienes son en realidad ni que se traen entre manos. El origen del dicho tiene un significado levemente diferente al que conocemos en la actualidad. Resulta que los nahuas antiguos tenían códigos de conducta moral asociados al cultivo de una ‘vida virtuosa’. Una ‘vida virtuosa’ significaba nutrir las dos partes de una persona: la cara y el corazón. Leo que”, para los nahuas, ya desde la época precolombina, las personas tienen la dualidad de la cara y el corazón instándolos a ‘cultivar una cara sabia y un corazón firme’, o sea, tener un comportamiento recto que se traduce en tu imagen exterior y en la cara y tener una voluntad fuerte, encaminado hacia la virtud que se traduce en la cualidad interior y en el corazón. Hoy en día, el dicho totimehuacán “caras vemos, corazones no sabemos” se ha popularizado en el mundo hispanohablante por representar la desconfianza hacia los otros y cautela hacia juicios prematuros. Chanfle, vaya que razón tenían. Lo que preocupa es que esto no es fácil de descubrir-de ahí la esencia del dicho- ni tampoco podemos andar de paranoicos, creyendo que lo que parece bueno es malo y al revés, digamos que como una antítesis a lo pugnado por don Cesarin Lombroso que, obvio, nunca experimento con políticos mexicanos, y por tanto creyó que el llamado malandro o antisocial o delincuente nato si y solo si tenía rasgos físicos concretos como un cráneo pequeño, la frente hundida o un abultamiento de la parte inferior de la cabeza, soslayando la posibilidad de que el que más generoso parezca ,muestre un semblante bonachón, pulcro, de traje y corbata, resulte, como a la postre resultaban los presidentes mexicanos de los años setenta hacia atrás o los años más nefastos del PRI. Trato de explicarlo así, con el anterior ejemplo, pero esto también ocurre en la vida diaria que día a día vivimos y si no me creen, nomás recuerden al mendigo que pide dinero en la calle y resulta que, respetando las excepciones, hay léperos enmascarados de dramatismo, los cuales parecen haber salido del CUT o del ENAT, y su modus operandi,es persuadir gente con actualizaciones excelsas para que, con suma indulgencia, los becamos, dándole monedas a diario, aunque algunos estén en edad productiva inmejorable. Las ferias son otro espacio en donde brota esto, si por unos cuantos pesos nos invitan a punta de saliva, a jugarnos la suerte a cambio de recibir grandes premios en caso de levantar la botella o de completar una cifra en los catotones o tumbar unos blancos a pelotazos o adivinar en dónde quedó la bolita, o convenciéndonos para que pasemos a cenar unos antojitos de bajo precio, logrando su cometido siempre con mucha amabilidad, pero al final salimos con las manos vacías o un diminuto obsequió o con una cuenta que parece el sueldo mensual de un empleado, sin poder hacer mucho porque el que el simpáticos de horas antes , ya llamó a su ejército de golpeadores para que aceptemos las condiciones de su juego, sí o sí. Caras vemos. Otra muestra de este refrán lo vivimos en alguna gente identificada socialmente como de alcurnia, que aparece en la sección de sociales de los periódicos, un día sí y otro también, con un gesto misericordioso y humanitario, pero en esas vueltas que da la vida, nuevamente sale en un diario pero en la nota roja, acusado de haber golpeado a la esposa o por andar clonando tarjetas o por malversar los fondos de una beneficencia privada. El mundo de la fe tampoco está exento de este mal y botones como muestras hay a raudales. Llegaron a la casa cural trayendo consigo un aura sobre la cabeza, eran los más gentiles en el saludo, la homilía es un rescate de valores, pero a la postre, aparece en un recuadro en televisión, con los ojitos tapados ya que lo acusan de pederasta y no sé qué más. Sucede lo mismo con algún servidor público que, por introvertido, parece que no rompe un plato, viste de blanco en cada marcha, ofrece conferencias o es condecorado en un centro de investigación y, de pronto, lo están juzgando con todo el peso de la ley a raíz una acusación de la DEA, la que a gritos pide su extradición. Caras vemos. Sin atentar contra el planteamiento nahual creo que este dicho o refrán puede ser aplicado en sentido inverso, considerando que así como hay personas que en moditos , voz y atenciones, parecen que no tardan en san abordar su caso en la Basílica de San Pedro y cuando más encariñados estamos con esa monada de señor o señora , alguien levanta sus faldillas y su corrido se acaba, así también hay mucho buen elemento que , según nuestro prejuicio parece que solo está esperando un descuido para pedir que levantemos las manos, darnos un cachazo en la nuca y llevarse todo lo que traemos y sin embargo resultan ser unos auténticos franciscanos. Caras vemos. Esto creo es una realidad nacional y hay que admitirla. Lo bueno es que, a diferencia de otros países en donde ya por fin lo han identificado como realmente son, aquí aún no somos presas de “esa élite política o conjunto de personas que debido a la posición que ocupan dentro de ciertas organizaciones y asociaciones, empresas, sindicatos, partidos, grupos de presión, administraciones pública y privada o por otras características, como la autoridad, la riqueza o las capacidades personales, ejercen gran poder e influencia en las decisiones de la vida política de un nación“. Se caracterizan por ser “unos individuos que bajo un manto de inocencia y simpatía esconden su verdadero carácter violento y destructivo”. Qué peligroso. Pero qué afortunados somos de que aún no estén aquí. ¡Viva nuestro batallón de honorables! ¡ Vivaaaa! Estos si son de una sola pieza Sin dobleces. Como la señora del mercado.
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Miguel Ángel AvilésMiguel Ángel Avilés Castro (La Paz B.C.S. 1966.). Es abogado por la Universidad de Sonora. Practica el periodismo y la literatura desde 1990. Archives
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