Por Juan Villa La película Vidas errantes de Juan Antonio de la Riva cumple cuatro décadas de su realización y es pertinente destacar el legado de este filme en la memoria colectiva del espectador mexicano: la representación de la vida de una región. Una película que al igual que los cuentos de Juan Rulfo nos hace sentir, oler la tierra, la madera y el humo de nuestras comunidades rurales. La voluntad de Juan Antonio de la Riva es realizar un cine de carácter local, pero con relevancia internacional. Es decir, mientras Hollywood a través de los años ha utilizado las regiones del estado de Durango como escenarios del género Western, De la Riva proyecta a su gente y a sus costumbres a una plataforma mundial. Los matices del cine con exhibiciones en comunidades rurales los habíamos presenciado en otros filmes. El espíritu de la colmena (1973) de Víctor Erice sería una de ellas, sin embargo, Vidas errantes es precursor de otros proyectos venideros. No solo es la cotidianidad de las familias en las zonas rurales, Vidas errantes irradia nostalgias y complicidades de buenas causas que después observaríamos en la película italiana Cinema Paradiso (1988) de Giuseppe Tornatore o incluso en proyectos recientes como La contadora de películas (2023) de Lone Scherfig. Vidas errantes narra la vida de Francisco, interpretado por el experimentado actor José Carlos Ruíz. Francisco y su ayudante Guillermo recorren en una vieja camioneta pick-up Chevrolet varios poblados de la sierra exhibiendo películas en cines improvisados, algunas de ellas pertenecientes a la Época de Oro del cine mexicano. La ilusión de estos personajes es juntar dinero para establecer un cine en las afueras de un pueblo. Para lograrlo tendrán que trabajar duro y soportar el frío de la sierra de Durango y en ocasiones esperar más de lo debido para tramitar el permiso correspondiente para exhibir sus películas. La esperanza es construir un cine en un sitio permanente “un lugar para instalar sus sueños”. Ese es el sueño de Francisco y tiene nombre: Cine Analco. Francisco encuentra su libertad al exhibir las películas: “andando en estos lugares no tiene uno que darle cuentas a nadie”. Estuvo en el ejército mexicano, pero se sentía en un mundo limitado. Disfruta su felicidad, su tristeza y su soledad instalando su proyector de cine. Monta y desmonta los carretes con las cintas de cine, las bocinas y las mantas en las paredes para su proyección. No se trata de un trabajo pasajero sino más bien de un digno oficio. Las pequeñas comunidades de la sierra acuden al llamado para ver las películas. Desahogan sus largas jornadas laborales viendo cine al final del día. El cine es un entretenimiento familiar al alcance de todos. En la trama se desarrolla una silenciosa historia de amor, el proyector de cine y los carteles de viejas películas serán testigos de ello. Hay limitaciones económicas en el entorno de los personajes de Vidas errantes, pero también hay ilusiones y esperanzas. Habrá que vencer retos y calamidades para lograr sus objetivos. Cine Analco se convertirá en cenizas antes de volver a levantarse. Juan Villa es periodista e investigador de cine y literatura de la frontera. Su trayectoria incluye radio, prensa escrita y televisión. Cuenta con estudios de doctorado y Maestría en español de la Universidad Estatal de Arizona (ASU). También es egresado de la Escuela de Periodismo Walter Cronkite (ASU). Es autor del libro Coyotes en el cine fronterizo (2011). Enlace de una entrevista del autor con el cineasta Juan Antonio de la Riva (2015)
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AutorJuan Villa es periodista e investigador de cine y literatura de la frontera. Su trayectoria incluye radio, prensa escrita y televisión. Cuenta con estudios de doctorado y Maestría en español de la Universidad Estatal de Arizona (ASU). También es egresado de la Escuela de Periodismo Walter Cronkite (ASU). Es autor del libro Coyotes en el cine fronterizo (2011). Archives
April 2025
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