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Plum Plum Pickers de Raymond Barrio Y un día me dio por leer las novelas canónicas de la Gran Novela Estadunidense o GAN (Great American Novel). Como ya había transitado por las tradicionales, me sumergí en la vastedad moderna: Y así leí de judíos ricachones, atléticos y apuestos en New Jersey; de italianos católicos y beisboleros en Brooklyn; de WASPS en minerales y acereras de Pennsylvania, venidos a mucho menos en pueblos fantasmas; de finos yuppies idos a más en la suburbana Minnesota; de cristeros luteraneros en las interminables praderas de Iowa; y de texans rateros y asesinos y mexafobos… hasta que un día me pregunté: ¿y los míos? Corrí y presté del profe Rosales una copia de Plum Plum Pickers (1969) del escritor chicano, Raymond Barrio. Su lectura es clavar el diente a una de las catorce variedades de la ciruela: ya sea claudia, mirabel amarilla o damanesca azulada, jugosa, carnosa y dulce, suavecita, miel dorada, roja y casi anaranjada. Me imaginé traducir la novela al español, pero resultó complicado. Me atoré con el título: Ciruelas piscando ciruelas no corresponde. Ya desde el principio el autor repite lo que el bracero, el trabajador campesino, el pión, el gañan, el manos del campo, el esclavo moderno hace y ha hecho y sigue haciendo: arrastrarse, bajo el solazo, por las fértiles tierras californias a través de interminables hileras de ciruelos, arrebatando baldes de ciruelas y cajas de ciruelas y carretillas de ciruelas y montones de ciruelas y montes de ciruelas y montañas de ciruelas: a cambio de escuetos dolarcillos y pulmones bien envenenados y espaldas encorvadas y uñas renegridas y dedos ardiendo. Lonche. El párrafo de una sola palabra delata lo breve, esqueletoso y microscópico del descanso. Apenas tiempo para unos bocados avaros y correteados, un apurado trago de agua, desplomarse en la tierra y entrecerrar los ojos un instante para volver a la friega. Mientras que el Capataz engaña y arrea y amenaza a los esclavos; los cherifes etnocéntricos resguardan al Ranchero y sus riquezas; y la esposa del Terrateniente en sus comadreras caridades con golpes de pecho incluidos. Y en la Casa Grande, el Patroncito cuenta sus millones y sentado en acolchonado sofá, platica con sus secuaces, los políticos. Comen rico y pausado y fuman habanos y brindan con whiskey y oporto; y ya en la medianoche, de postre, culpan a los campesinos de todos los males que aquejan a la cristiana humanidad, de revoltosos y flojos, perezosos y haraganes, y los imaginan echando interminable siesta al pie de un saguaro. Y la lectura me provoca lágrimas de rabia e impotencia. Para poder comer, mi padre y mis tíos y sus compas campesinos concedieron todo su sudor y su juventud y su fuerza; sin seguro, ni vacaciones, ni prestaciones, hasta largo, ¿hasta cuándo? Hasta que el sol se canse y se apague. Y disculpen, me emocioné. © Saúl Cuevas
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Saúl Holguín CuevasBrevis kurrikulum vitæ Archives
February 2023
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