Páramo
Hay alimentos básicos: la cerveza, el pan, la tortilla de maíz. Hay otros. Vamos a concentrarnos en los mencionados ya que para su elaboración se requieren sólo tres ingredientes. Cierto: agua, cebada y lúpulo; agua, levadura y harina; maíz, cal y agua. Entonces ¿por qué no los hacemos bien? ¿Será el agua dura que aquí pasan por potable? ¿Será el clima infernal? Meditaba al respecto el otro día que me encontré en la panadería La Purísima, aquí por la Glendale. De acuerdo al pasquín local y a muchos que me la han recomendado: la mejor de Phoenix. Para precisar, fue el Día de Reyes, cola de treinta personas a eso de las tres de la tarde. ¿Por qué, por qué, por qué? Me pregunto y vuelvo a preguntarme. No creo que el atractivo sea una mediocre rosca de reyes, con ingredientes de tercera, tampoco pudiese ser un pan segundón, ni tortillas de harina con sabor a papel, menos las bolas de masa que ahí venden como tamales. Entonces, ¿qué será? Para qué darle tantas vueltas, la razón es nuestra mediocridad como clientes, consumidores: Nos tragamos lo que nos tiren. Contribuyen la falta de competencia y tradición culinaria, pues la Gran Chichimeca no es la Toscana, ni Puebla, ni Oaxaca, ni siquiera Zacatecas. El riguroso clima, escases en variedad y frescura de ingredientes. Sumo la escasa variedad de emigrantes emprendedores de países con cocinas milenarias de altura, como Hong Kong e Irán, inclusive Vietnam y sus caldos Pho, auténtico platillo levantamuertos a precio cómodo. Por lo general, las cocinas emigrantes tiran a California y la han transformado en una auténtica meca culinaria. Hay esperanza, los tiempos están cambiando. En los veintitantos años que llevo entre espinos, he visto la oferta mejorar. En este pueblo finiquero hay más variedad en cuestión de restaurantes, hay un par de buenas micro cerveceras, pero, NO hay una panadería al estilo mexa, NI una tortilla de maíz, inclusive, NI un menudo que ameriten manejar: 20 millas, arriesgando la vida, para disfrutarlos. PLACA: Deleitosa gordita rellena de nopalitos, preparada en metate y comal, servida y devorada en José María, un pueblo ahora suburbio de Aguascalientes. © Saúl Cuevas
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Churulata
Saúl Cuevas Después de un largo rato volví a nuestra Biblioteca Central, la penda mayor de nuestro pueblo grande. Supera la tosca arquitectura de los museos de arte y de ciencias. Mejor ni hablar de los cajones de hierro y cristal que más que afear, vulgarizan el dauntaun y dan horror al sol y al desierto. La Central puso en mis manos una pordemás pésima copia de Churulata (Nido roto, 1964). Basada en un cuento del Sabio bengalí, Tagoré, dirigida por el iluminado Satyajit Ray, el Poeta del cine indio (de la India) director de la Trilogía Apu, una de las cumbres del séptimo arte. La trama es una historia ya añeja, un triángulo amoroso. Una mujer que desea más de la mediocre vida doméstica. Casada con un taciturno, entregado a sus labores, es atraída por el cuñado, un poeta. Imagine tal drama en manos ásperas: candentes encontronazos en el ascensor, desnudas citas en el auto o en hotelitos de paso, celos, gritos, amenazas, correteaderas, puñaladas, balazos. Pronto me arrepentí. Pues no guarda atractivo alguno soportar una cinta mermada por las sombras, por los subtítulos que cambian tan rápido que no los terminaba de leer. El diálogo, a veces en un inglés dificultoso. A pesar de la pobreza de la copia, a pesar de todo. Poco a poco me fui entregando. Tomaron mi mano Ray y Tagoré y los actores y me llevaron por esa región imaginada donde la pasión prohibida se manifiesta en miradas, poemas, manos empuñadas y; cuando me pareció que yo mismo llegaba a poseer esa deleitosa fruta me enteré que la admiraba con catalejos. Salí de la sala convencido, el arte del siglo XX, el cine de los grandes directores, es una seducción, un banquete, una fascinante charla a la cual uno gustoso se entrega, una y mil veces. Moraleja: no se pierdan: La sala de música (1958); Churulata (1964); y La trilogía Apu (1955, 1956, 1958). Gracias Ray. Gracias Tagoré. Gracias Biblioteca Central. © Saúl Cuevas Cueritos güerejos
(crusta pinguenis torrida) RECUERDO afortunadas jornadas frente al rugidor caso de los chicarrones. Así define tal delicia el entretenido Covarrubias, Frito y exprimido, para que salga la manteca, queda seco y tostado, y se come mayormente siendo de lechón[1]. Tan deleitoso libro me recuerda un platillo que disfruté en casa de mi madrecita (Nana) con gusto comparto. En el súper, de preferencia en un farmers market consiga una mano copeteada de tres diferentes chiles recién cosechados.
Glorioso guiso si se acompaña con unas tortillitas de maiz nixtamalizado y hechas a mano en comal, atizado con leña de encino. Si acaso no es santurrón, ni escamado, ni abs-tēmētius > abstēmius (el que se aleja o huye del vino)[3] un pomo de pinot blanc de Oregón, un sauvignon blanc neozelandés, bien acompañarían, relajarían la digestión y alegrarían a los que tengan la fortuna de compartir su afortunada mesa. Y ya que de digestión hablamos: ¡Buen provecho! © Saúl Cuevas [1] En su Tesoro de la lengua castellana, o española (M.DC.XI) [2] El poeta español (de Orihuela) Miguel Hernández, en su poema: “Nanas de la cebolla”. Se recomienda la versión que se avientan Serrat y Alberto Cortez. [3] De acuerdo al Diccionario general etimológico de la lengua española de Roque Barcia. Ahí mismo se advierte no confundir con abstĭnēre, negación de tĕnēre, al respecto define Corominas como: ‘tener asido o ocupado’, ‘mantener’, ‘retener’. Con el tiempo tener (en su sentido moderno de poseer) se confundió con haber < habēre en el sentido de posesión, pura y simple. |
Saúl Holguín CuevasBrevis kurrikulum vitæ Archives
February 2023
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