Boda azteca
Saúl Holguín Cuevas (Dedico a mi compa Muñoz, espero pronto volvamos a cabalgar). Consejo al novio: “No conviene de aquí en adelante ser muchacho travieso; no conviene andar en los vicios que andan los jóvenes, como es los amancebamientos”. Consejo a la novia: “Mira que no seas dormilona, comienza luego a hacer tu oficio, o hacer cacao, o moler el maíz, o a hilar, o a tejer; mira que aprendas muy bien cómo se hace la comida”. En el mundo azteca una boda entre parientes cercanos estaba prohibida. Los hombres acostumbraban casarse entre los 20 y los 22 años, las mujeres entre los 17 y 18. Si un adivino lo aconsejaba, un par de ancianas de la familia del muchacho se aprestaban al arreglo. A la medianoche y portando regalos se presentaban en casa de la joven. Se recibían los regalos, pero no se pactaba nada. Días después, otra visita y más regalos. Los padres de la chica daban muchas vueltas al asunto: “está muy joven; no merece tal muchacho”, pedían tiempo para pensarlo. Hecho el arreglo se consultaba a los adivinos para elegir una fecha propicia: acatl (carrizo), ozomatli (chango), cipactli (lagarto) o cuauhtli (águila). Según Sahagún, la fiesta era en grande: “Hacían tamales toda la noche y todo el día, por espacio de dos o tres días; no dormían de noche sino muy poco”. La mañana del día elegido se saboreaba chocolate en casa de la novia. El chocolate es uno de los tesoros que México ha dado al mundo, inclusive a Suiza. El pulque corría toda la tarde. Como se pensaba que el néctar del maguey causaba impotencia estaba reservado para los ancianos. En ocasiones especiales se acostumbraban cuatro jarros, el quinto ya era borrachera. Al caer el sol una matrona cargaba a la novia hasta su nuevo hogar. Dice Clavijero que portando antorchas, el novio, su padre y cuatro mujeres recibían a la novia. Tomados de la mano lo novios se dirigían a una sala especial y se sentaban frente al fuego. La novia se incorporaba y daba siete vueltas a la hoguera; entonces el siete y el trece eran números de buena suerte. Venía una especie de sacerdote (hablamos antes de que la religión judeocristiana llegara al continente) y ataba un extremo de la camisa del novio con el huipil de la novia; Sahagún afirma que la matrona los ataba. La madre del novio brindaba tamales y mole a los recién casados y a los comensales. A la mañana siguiente los desposados lucían ropas nuevas. La novia, toda de blanco, se adornaba con plumas de papagayo rojas. Para testimoniar virginidad, las sábanas ensangrentadas se llevaban al templo o lugar sacro. Se trata, caro lector, de una ceremonia complicada. En otras áreas del México prehispánico la cosa era mucho más sencilla. Cualquier muchacho que pretendía casarse se acercaba a los sacerdotes. * Durante una ceremonia pública lo invitaban a trepar a la pirámide. Arriba le recortaban el pelo y lo presentaban al público: “Este caballero desea casarse”. Al descender el hombre se casaba con la primera mujer no comprometida que topaba. Fuentes: Fray Bernardino de Sahún. Historia general de las cosas de la Nueva España (siglo XVI) y; Francisco Javier Clavijero. Historia antigua de México (1780); principales entre otros. *No hay que hacerce bolas con la palabra sacerdote, favor de no confundir un ministro de la religión católica con un encargado de un puesto público en una religión prehispánica, aquí lo uso por falta de un término adecuado. © Saúl Holguín Cuevas
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Saúl Holguín CuevasBrevis kurrikulum vitæ Archives
March 2022
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