Por Saúl Holguín Cuevas
FUE durante el cuatrienio. La cacería de periodistas se inició en México y en Arabia Saudí. Llegó a EE. UU. con el golpe de estado cuando los Patriotas ahorcaron al vicepresidente e incendiaron el Congreso. Aclaro, no soy periodista en el amplio sentido de la palabra, pero si soy escritor, que para los Patriotas es lo mismo. El problema, el gran problema es que no me puedo esconder. Ahí están al alcance de todos mis cien ensayitos que se publicaron en La Voz de Phoenix, por si fuera poco también están mis notas en el Diario de Zacatecas y en Peregrinos. Y para rematar mi atrevido libro Esclavo del American Dream. Texto prohibido en la República de Texas, en muchas municipalidades del país, bibliotecas y escuelas públicas. Ni siquiera lo pensé, salí huyendo. No doy los detalles para no embarrar a los que facilitaron mi huida. Uno me prestó su ardiente escondrijo en donde pasé los años paranoicos. No especificaré dónde pero, puedo decir que mi guarida estaba cerca del Río Colorado, sitio preferido de los Patriotas y de Las Juventudes Fascistas (antes Boy Scouts). Cerca había un pueblucho polvoriento, ardiente refugio de los que las guerras había dejado delirantes, iban al desierto a aislarse. Muchos tomaron parte en la toma del Congreso. La casucha estaba en un amplio terreno cercado, al pie de la montaña. Ondeaban las obligatorias banderas: de los veteranos de Indochina, la estrellada, la de la víbora de cascabel y la del mazo de Thor. Parecerá un chiste de mal gusto de Chesterton, dijo que el mejor lugar para esconderse es a plena luz del día, entre la muchedumbre. Yo opté por irme a la cueva del lobo, si me pescan o se enteran de quién soy, me linchan sin miramiento. Mis vecinos más cercanos estaban a unas cinco millas de distancia. En ese páramo se respeta, cuál sagrada, la propiedad privada, en particular las que a la entrada amenazaban con: TRESPASSERS WILL BE SHOT NO WARNINGS GIVEN STAY OUT. A menudo iba de la casucha a una trailita con un fondo falso que daba a un escondrijo subterráneo. donde pasaba las peores horas del verano. Atrás de la trailita había dos cuartitos de adobe, uno era la letrina y el otro de baño, al notar que este era más fresco, ahí pasaba noches y día calurosos, dormía sobre un colchoncito y una cobija y después sobre una bolsa de dormir. Un contacto de forma esporádica me acarreaba enlatados y lo más importante, libros, papel y una batería de carro en donde por las noches conectaba un radiecito para escuchar, con audífonos, noticias de la BBC. El fue la única persona con quien platiqué de forma racional por cuatro años. Con el tiempo sus visitas escasearon pero, para entonces ya había aprendido a sobrevivir en el desierto, a fabricar trampas para cazar conejos y otros animalillos y a secar la carne, a recolectar tunas, inclusive a hacer colonche (licor de tuna). Tuve mucha suerte pues el agua no me faltó. Había una noria. Por si escaseara el agua aprendí a capturarla, hice un hoyo que cubrí con arena que a menudo humedecía, y un plástico blanco, en la boca le puse un plástico negro, gracias a la condensación, de ahí obtuve mucha agua que usaba para beber y asearme. Empecé a notar que me deprimía en la soledad y el calorón. La desesperación me volvió más atrevido, con la barba crecida, me pinté el pelo de negro y me puse una camisa de milico. Al principio solo salía de noche a bañarme en el río. En un cuero que me colgaba en la espalda acarreaba agua a casa, la purificaba en unas botellas de un plástico especial de a litro que ponía sobre una lámina. Un buen día con clima benévolo, tras la larga canícula, me atreví a salir a plena luz del día. En una ventana lateral puse la bandera de la Confederación, señal que había salido, pero volvería. La bandera con la Q significaba que no volvería. Ajuste una pistola escuadra 45 al cinto y me di el lujo de salir a dar la vuelta. Para el que anda huyendo, vivir entre sociópatas tiene su ventaja, nadie se atreve por la calle. En una ocasión me encontré con otra persona montada en una moto, se detuvo a preguntarme algo, No respondí, tomé mi revólver en la mano y pretendí que de un semejante se trataba, le lancé una retahíla de sandeces a la pistola, el de la moto huyó rápido, yo seguí mi camino sin hacer caso de nada ni de nadie. ¿Cómo pude pasar cuatro años en esas circunstancias? Meditando, leyendo, escribiendo, cuando me sobresaltaba caminaba para tranquilizarme. Las pesadillas asaltaron mis noches, en particular cuando la BBC anunciaba que los Patriotas habían linchado a otro periodista o destruido propiedades de gente prieta, como yo. Cuando llegó el fin del cuatrienio me incorporé a la sociedad. Vivo de mi miserable pensión en un cuartucho, atemorizado evito a mis semejantes, sólo como enlatados, dejé de escribir, inclusive de leer y paso las noches en vela, viendo noticias en los canales de televisión y leyendo muchos diarios en el Internet que la municipalidad proporciona a todos, no me queda duda alguna de que vienen más años paranoicos. NOTA: foto de la pintura Pilares de la Sociedad (1926), obra del alemán George Grosz.
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Saúl Holguín CuevasBrevis kurrikulum vitæ Archives
February 2023
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