Víctor Manuel Pazarín
Escribir desde la incertidumbre Por Ricardo Sigala Fotografía: Abraham Aréchiga Víctor Manuel Pazarín acaba de publicar Enredos (poesía, Archivo Histórico Municipal de Zapotlán el Grande) y La vuelta a la aldea (ensayos, Keli ediciones). Aquí hablamos sobre su proceso creativo. Una característica de tu ejercicio literario es la práctica de diversos géneros, desde la poesía hasta el ensayo. Sí, por fortuna, los diferentes géneros literarios: crónica, ensayo, poesía, cuento, novela, me han sido favorables, aunque reconozco que no es fácil trabajar en todos ellos. Me parece que cada materia literaria o cada historia puede contarse solamente en uno de ellos, yo no puedo hacer una novela en un cuento ni un cuento en un poema, por eso la diversidad y la mixtura se me acomoda. Sin embargo, el lenguaje poético siempre está presente en mi obra, si se trata de una novela estoy pensando en un lenguaje poético, cuando escribo un cuento o una crónica también, no puedo olvidar que mi generador siempre es la poesía. Enredo, el libro que publicó el Archivo Histórico Municipal de Zapotlán el Grande, incluye la totalidad de tu poesía. Cómo has vivido tu relación con la poesía durante las últimas tres décadas. La poesía ha sido para mí un generador, como el alma de toda mi escritura, yo no puedo concebirme sino en ese estado siempre hipnótico que es el lenguaje poético. Enredo reúne poemas que he escrito a lo largo de treinta años, incluye seis libros que más o menos dibujan mi espíritu en la poesía. Sin embrago, creo que de algún modo Enredo es mi primer libro en sí, y que los demás han sido una especie de trabajo parcial. Hasta ahora puedo concluir que Enredo compila y declara lo que de algún modo para mí es el lenguaje en la poesía. Siempre ha habido pocos lectores de poesía y ha sido un género marginal. Escribir poesía en estos momentos es algo mucho más que un arrojo, por eso yo agradezco que se me dé la posibilidad de la poesía. Enredo es no un libro de poesía de Víctor Manuel Pazarín sino “el libro” de poesía de Pazarín. De algún modo sí y es un enorme compromiso. Entiendo la poesía más allá de la cosa literaria, un lenguaje impregnado de espíritu que embarga al sujeto que puede escribir un poema. Yo espero que todos los textos que están en Enredo sean poemas realmente, no lo sé todavía, no lo sé después de treinta años, me gustaría mucho que alguna vez un lector me dijera sí o no, porque yo todavía trabajo desde la incertidumbre. La poesía como género fundamental, no solamente de la literatura, sino de todas las artes e incluso de la civilización. Claro, la poesía ha sido siempre la que cuenta, la que narra, la que hace historia. Por supuesto, no estoy hablando de mis textos, pienso en Homero que cantaba, narraba y hacía su labor como un historiador del mundo griego antiguo, que ha trascendido por miles de años. Entonces cuando pienso en poesía pienso en estos grandes poetas y pienso que así debe ser la poesía y ojalá algún día yo pueda alcanzar esa altura, trabajo para eso, pero no sé si lo logre, al menos en un verso, en un poema; no es fácil la poesía. Cuáles son los poetas que representan tus principales filias, y de cuyas poéticas se alimenta tu trabajo como poeta. Creo que esencialmente soy hijo de Octavio Paz, a lo mejor un hijo bastardo, pero un hijo. Puedo decir que César Vallejo es también fundamental. William Carlos Williams, Ezra Pound, Dante, en fin, el número es alto, pero esencialmente yo pondría a tres poetas como parte de mi aspiración: Octavio Paz, Dante y César Vallejo. De algún modo es un canon y una aspiración. Acabas de publicar un libro de ensayos que se titula La vuelta a la aldea. Platícanos sobre esta faceta de tu escritura. La vuelta a la aldea es un homenaje a aquellos autores que han sido formadores de mi persona, de mi ser escritor, de mi ser intelectual, que me han exigido profundizar en su propia literatura, pero también en la propia existencia. Porque leer y es leer palabras, pero también la naturaleza, el cine, la pintura. La vuelta a la aldea quiere descifrar algunas cosas, dialogar con algunos autores y obras. Cuando escribo un ensayo intento entablar un diálogo frontal, honesto, amoroso y totalmente vulnerado, vulnerable, voy a permitir que me diga algo y yo a tratar de entenderlo, es un diálogo. La vuelta a la aldea es un diálogo y su nombre es un elogio a Zapotlán, un elogio a aquellos autores que desde provincia, desde la aldea, desde el pueblo, desde la ranchería han intentado tener un diálogo con el mundo y han alcanzado la universalidad, esa altura que se requiere para poder tejerse o establecerse en el tejido que es la literatura universal. Está Octavio Paz, Arreola, Juan Rulfo, Guillermo Jiménez, estos últimos, escritores del sur de Jalisco, y que me dieron absolutamente todo. Así que yo escribo ensayos para pagar una deuda sobre asuntos que me vienen desde muy lejos y que yo siento la necesidad de pagarlos, de hecho al principio del libro, lo declaro: escribir para mí es pagar una deuda. Estos ensayos tienen rasgos de crónica, de artículo periodístico, sabemos que el género es híbrido por naturaleza, pero en tu caso ¿cómo se genera esa mezcla? He trabajado en materiales que he publicado en el suplemento o2 Cultura de La gaceta de la Universidad de Guadalajara durante diez años, los he compilado y me he sorprendido porque no sabía que había escrito tanto, tanto ensayo, tanto artículo, tanta crónica, y al final se conformaron seis libros. ¿Estamos hablando de que La vuelta a la aldea es una primera entrega? Éste es una primera entrega, aunque La vuelta a la aldea compila sobre todo materiales que aparecieron en otras revistas, como Tierra Adentro, y en libros sobre poesía en los que tuve colaboraciones, por ejemplo algunos que se publicaron en el bicentenario y centenario de la Revolución y la Independencia de México, en 2010. Has dicho que escribes estos ensayos para pagar una deuda a los escritores que te han conformado como escritor y como individuo, entre los escritores que nombras hay varios del sur de Jalisco, y particularmente zapotlenses, como Juan José Arreola y Guillermo Jiménez, ¿tú consideras que pueda hablarse de una tradición literaria zapotlense? Definitivamente la respuesta es sí y no solamente literaria, también musical y pictórica. Zapotlán es un lugar extrañísimo, incluso para mí que soy de allí, porque allí uno podría aprender absolutamente todo, uno podría hacerse un buen pintor, un buen cantante, un gran compositor, un gran poeta, un gran narrador. Zapotlán ha dado cosas inimaginables, yo no sé si es el agua, si es el volcán, si es la laguna, si es la mochería, porque todo se combina, y todo eso también forma parte de mi persona, me considero también un sujeto hijo de ese ambiente. Hay un espíritu extraño ahí que nos ha mojado a todos, incluso los que vamos de pronto por un tiempo y nos quedamos. Treinta años después de que salí de ahí, reconozco que en Zapotlán existe un misterio y ese misterio se manifiesta en la obra de José Rolón, José Clemente Orozco, Guillermo Jiménez, Refugio Barragán de Toscano, Juan José Arreola, Rubén Fuentes o Consuelito Velázquez. Hay gente que ahora está destacando en actividades artísticas y aunque algunos no lo reconozcan, pertenecen a esa esencia, no pueden olvidar que Zapotlán les legó ese impulso. Cuando yo era niño me escapé de la primaria y fui a parar al pequeñísimo museo tradicional que tenemos en Zapotlán, entonces descubrí a José Clemente Orozco, unos carboncillos que están allí. Me sorprendió porque yo acababa de comprar un libro de Selecciones del Reader’s Digest sobre la historia universal de la pintura y ahí aparecía Orozco, entonces decidí ser pintor. Luego me cambió el mundo, me ganó la poesía, pero nunca he dejado de ser ese pintor que siempre quise ser. Esto va a responder también tu pregunta anterior, esa mixtura en mis textos tiene que ver con el pintor que quiero ser todavía, no hay nada puro en mi literatura o en mis textos pues, no puedo yo ser solamente un poeta, un novelista un cronista llano, sino que siempre está mezclándose un lenguaje más allá del sólo hecho de contar, lo que yo hago es una mixtura, el espíritu es mixto y es obviamente un objeto contaminado por todo.
0 Comments
Entrevista(s)
Víctor Manuel Pazarín Los asombros del aldeano PRIMERA El retorno a la aldea Martha Eva Loera Fotografía: Abraham Aréchiga Víctor Manuel Pazarín trata de atrapar la esencia de las cosas y da lectura a la realidad a través de la escritura. Por ello empezó a escribir poesía, pero a raíz de otras inquietudes y pasiones que no podían ser trasmitidas a través de este género, recurrió al cuento, la crónica, la novela, el teatro y el ensayo. Llegó al periodismo en 1987, cuando tenía veinticuatro años. El tiempo transcurrido le proporcionaron un cúmulo de conocimientos que buscó en dónde invertir, y encontró en el ensayo un recurso idóneo para ello. “Empiezo a escribir ensayos de manera constante en el suplemento o2 Cultura, de La gaceta de la Universidad de Guadalajara. En este medio me dieron libertad, y pude tratar los temas que quise, y ahora soy autor de siete libros (uno publicado y seis en preparación) que surgen, principalmente, a partir de esas colaboraciones, y que me llevaron a invertir trabajando sábados y domingos, durante diez años, sin descansos”. El primero de estos libros es La vuelta a la aldea (se publica bajo el sello de Keli ediciones. El libro contiene catorce textos, de los cuales siete fueron publicados en el suplemento o2 Cultural (entre el 7 de marzo de 2011 y el 21 de enero de 2013); además de “El infinito Arreola”, publicado en 1998, en la revista Tierra Adentro; “La muerte como recurrencia”, que apareció en el año 2000 en el mismo medio; “Rosas Moreno retorna a la aldea”, en el blog Barcos de papel, en 2010 y “Una prosa edificantes”, que tiene como tema central al escritor Guillermo Jiménez y su obra, en el Diario El Volcán, en 2016. Tres ensayos más: “Entre paisaje y la política”, “Un poeta de provincias” y “Nervo y sus circunstancias”, enfocados en los poetas Manuel José Othón, Enrique González Martínez y Amado Nervo, fueron escritos a petición del poeta y ensayista Rogelio Guedea para el libro Historia crítica de la poesía mexicana, con motivo del bicentenario de la Independencia de México y el centenario de la Revolución mexicana. “La muerte como recurrencia” es clave en el libro La vuelta a la aldea. En este texto, Pazarín combina seis crónicas más un ensayo. Cada uno, independiente, pero se enlaza con los demás en un mismo argumento: la muerte en la literatura. La estructura es similar a la utilizada por Juan Rulfo, en su novela Pedro Páramo. Esta forma de combinar los textos, se traslada a lo largo de los dos primeras partes del volumen, ya que hay grupos de dos o tres ensayos, con diversidad de voces que tratan el mismo tema, pero dan la impresión de que son una misma unidad. En el prólogo de La vuelta a la aldea hablas de las formas de la escritura y las calificas como huidizas. En ocasiones —afirmas—, las captas en la mirada de tu mujer, en el saludo de un amigo o en los ojos de los niños. Da la impresión de que es un fantasma, espíritu. Para ti, entonces, ¿qué es la escritura? La lectura de los objetos y seres a través del espíritu. Éste tiene muchos recovecos y entre éstos está el pensamiento. Yo creo que la imaginación y el pensamiento son muy importantes para un escritor. Uno puede llegar al pensamiento a través de la imaginación, es la manera de llegar a éste de manera natural. Y, ¿qué tratas de atrapar? Cada objeto tiene un lenguaje que el escritor intenta atrapar y descubrir. Eso nos lleva al misterio. La poesía es misterio, el ensayo de algún modo intenta describir, analizar o mirar qué es el misterio, cosa que es imposible. Por eso todo ensayo es un intento y es inacabado. Nunca termina uno de escribir sobre un autor o texto porque siempre dicen algo, y cada vez que uno “ lee” un material o ve la realidad, lo que se hace es hacer una lectura inmediata de las cosas, y uno ya no es el mismo que fue ayer, hace un instante o cuando comenzamos a dialogar tú y yo. Siempre somos distintos. Fluye el espíritu, el pensamiento y el ser, y uno nunca se baña en las mismas aguas, como dijo el filósofo griego Heráclito de Efeso. Para ti, ¿qué es el ensayo? El ensayo para mí es un diálogo entre la obra y el autor. Yo intento mantener esa charla para tratar de descifrar las cosas que estoy leyendo. Además el diálogo es conmigo mismo. Trato de responderme las preguntas que me surgen a partir de que veo una película o leo un libro o veo una obra pictórica. Entonces ese diálogo o monólogo, ese interrogarme y tratar de darme respuestas es el ensayo. Noto cierta hibridación en las dos primeras partes del libro. Es decir, mezclas la crónica, la entrevista, la semblanza, el punto de vista personal. ¿Por qué incluiste estos textos, que son once, en un libro de ensayos? Yo no hago ensayos clásicos. Lo que hago es escribir, y si en este caso, discuto o voy a casa de un autor y describo su mundo, de algún modo esa crónica se convierte en escritura ensayística, es decir, ofrece la oportunidad de conocimiento de algo. Entonces lo mezclo sin ningún tapujo porque también la crónica se convierte en ensayo. Ejemplo, muchas de las crónicas de Carlos Monsiváis son ensayos, entonces tú los puedes leer como el primero o segundo género porque tienen los elementos de la mayéutica socrática. Al leer tu libro noto dos autores muy distintos. En las dos primeras partes te involucras con el texto. Das tu punto de vista sobre las obras de los autores. Se nota tu presencia, pero en la tercera parte, cuando escribes sobre Othón, Amado Nervo y Enrique González Martínez se hace un lado Víctor Manuel Pazarín, ¿por qué tomaste esa decisión? Hay una razón pertinente. En el año 2010 yo iba a salir de viaje a Texas y me llegó un correo, de Nueva Zelanda, de parte de Rogelio Guedea, ensayista y poeta de Colima, el cual hacía dos tomos de la Historia crítica de la poesía mexicana, con motivo del centenario de la Revolución mexicana y bicentenario de la Independencia. Entonces, nadie quería hablar sobre estos tres autores, y me invitó a escribir un ensayo sobre los mismos. Me dieron un mes de plazo. Yo estuve dispuesto a escribirlos. Entonces fui a mi estudio y como magia formé dos alteros de libros sobre los autores que yo ya había leído, y entonces me propuse a jugar a que yo no estaba, pero sí como lector. Fue a propósito el ausentarme. Había premura para escribir. Tenía tantos pensamientos, que cualquier cosa que yo comenzara a meditar sobre Amado Nervo, Enrique González Martínez u Othón en un mes, era imposible. Entonces invertí la imaginación y comencé a jugar. Decidí que otros escritores hablaran por mí. Ahí estoy como lector. Es un juego de lecturas. El resultado fue una proeza: ensayos de quince cuartillas, casi imposibles en un mes. ¿Qué aprendiste de estos tres autores como escritor? Amado Nervo me enseñó que todo tema puede ser tratado en literatura porque lo mismo escribió novela, poesía y crónica, además me confirma que mi espíritu es cursi, y me gusta lo cursi, y que no hay nada malo en ello. La cursilería, estoy convencido, no demerita a la calidad literaria, pero sí lo hace la mala poesía; Othón me enseña que un paisaje íntimo y cercano se puede convertir en poema universal y Enrique González Martínez me muestra que la poesía se da a pesar de no se tenga un oficio vinculado de manera directa con la literatura, ya que él era médico. SEGUNDA Vivir en viaje es vivir en el asombro Víctor Rivera La línea inicial que se encuentra en el libro La vuelta a la aldea, define la vida de Víctor Manuel Pazarín: “A lo largo de treinta y cinco años he buscado las formas de la escritura”, son sus caminos, sus experiencias. Y en cierta forma, el libro publicado por Keli Ediciones en 2018, es una parte de sus andanzas, de sus experimentos literarios y de su mundo. Evoco la primera ocasión que vi a Pazarín; fue en una junta editorial del suplemento o2 Cultura de La gaceta de la Universidad de Guadalajara. Lo vi sentado en una silla, como si estuviese montado en un potro, en la esquina de la oficina. Portaba un sombrerillo tipo fedora y con dos dedos alzados al viento, dibujaba ondas descendentes en el espacio, explicando cómo las moscas caían batidas por el calor en el infierno veraniego de Sonora. También lo recuerdo esperando el tiempo. De vez en vez se detiene a los ritmos fugases de la vida para ser un testigo que mira personajes que nadie ve o que descubre las centellas en los cielos que como fruto encuentra los colores del firmamento. De hecho, eso mismo es lo que él concibió como poesía, hace muchos años, cuando el niño Víctor subió a la copa de un árbol y allá arriba, en la noche fresca de Zapotlán el Grande, vio cómo se elevaban por los cielos los cohetones de la feria y explotaban: ahí vio la lírica de Octavio Paz. Allí descubrió a su maestro colindante Juan José Arreola. Víctor Manuel Pazarín es un escritor errante que deambula de Tonalá a Guadalajara todos los días. Sus anécdotas han dado pie a su labor como poeta, narrador y periodista. A su vez, la libertad de crear y poder colaborar en medios como el Diario El Volcán, en Zapotlán el Grande; el periódico Ocho Columnas, el Diario NTR, y el suplemento o2 Cultura han dado pie a sendos textos que ahora conforman siete libros que hablan de literatura, cine, pintura, historia y crónicas. Seis inéditos y La vuelta a la aldea que es el primero de esta recolección de trabajo periodístico y se compone por diversos ensayos sobre literatura mexicana. Has tenido la ventaja del espacio, cuando el periodismo y más la sección cultural carecen de él. ¿Es el espacio una condicionante para un buen texto? Uno puede hacer un excelente ensayo en dos mil quinientos caracteres. Sin embargo, con mayor espacio tienes la oportunidad de que tú coloques información reflexionada y entonces, es verdad que el periodismo limita. Ya la gran época del periodismo terminó. Aunque hay espacios que aún permiten escribir sobre cualquier cosa que desees y yo los aprovecho para abordar mis pasiones: la música, el cine, la literatura, la historia, las crónicas de lo cotidiano. En diversos escenarios te defines como un aprendiz. ¿Qué le hace falta descubrir en la vida a Víctor Manuel Pazarín? Uno sigue aprendiendo y estoy aprendiendo a conocerme aún más, todavía no me conozco del todo. Esa es una emoción muy grande para mí porque aún no sé cuál es la magnitud de mi propia escritura. Yo trataré, hasta mi muerte, de ir hasta lo más lejos posible, pero aún no lo sé hasta dónde llegue. Estos textos son parte de mí, me apasionan y aprendo de ellos también porque hay pasión en ellos. Mis pasiones. Si no hay pasión no tiene sentido escribir sobre el tema. Esa es una de las faltas del periodismo actual, que el reportero va, te entrevista, o cubre el tema, pero no indaga. No hay pasión. Pasión es vida. Si no hay pasión no hay nada. Yo no escribo para ganar dinero. El pago es la satisfacción espiritual y que tú te permitas una vida espiritual. ¿A qué te refieres con espiritualidad? A esto no me refiero a lo religioso, sino a tener un mundo. En los espacios para los que se pensaron estos textos fue donde se me permitió mostrar mi mundo en escritura. Lo que más falta en esta vida es que las personas se permitan tener una vida espiritual y también intelectual por eso es el mundo de cada quien. Además, la vida intelectual es sumamente divertida. *** San Miguel de Allende hace más de treinta años debió haber sido un bello pueblo colonial escondido en Guanajuato. Hoy ese lugar es un punto turístico que se abarrota cada fin de semana y las haciendas y casonas se han convertido en hoteles boutique o restaurantes con ambientes Novo-hispánicos. Su público principal son estadounidenses y europeos que desean conocer el folclor de México. Un día, en una charla, Pazarín me sugirió visitar el destino y caminar hacia el monte, allá donde ahora suben los turibuses para ver la panorámica con la iglesia al centro. “Allí encontrarás los lavaderos de los indios, siguen igual que cuando el virreinato. Descubrirlos es viajar al pasado”, me diría. Los vi. También vi las pilas donde se abastecía el agua a todos los confines del pueblo. Y las grandes puertas de madera. No sé qué tanto uno lleva de su vida cargando a cuestas, pero Pazarín lleva ese lugar por doquier. Por eso es uno de los primeros ensayos —o crónica, o anécdota, o diario, o memoria— de La vuelta a la aldea. Cuando leí el texto imaginé a Pazarín cuando era el joven Víctor. Y lo vi en mi mente como un milenial imagina al pasado: en blanco y negro. Era el muchacho ese que he visto en las fotos de Víctor de antaño, el año de mi nacimiento él vagaba por su mundo: delgado, bajo de estatura, ojos de sorpresa, barba de nomo, sin sombrerillo. Lo vi caminar estupefacto. Llegué a pensarlo perdido. Aunque él siempre lo ha estado: se pierde en la cotidianidad para encontrarse. Es un trotamundos de lo ordinario. Allí comenzó su legado, conociendo a Daniel Sada. Viviendo con él un par de semanas y siendo testigo de la génesis de su obra. Le pregunté por aquella anécdota. Me respondió que él ha tenido muchos maestros: “Unos me conocen otros no, son maestros a la distancia. Por ejemplo, Arreola fue mi maestro en vida y en obra, lo conocí, él conoció a mi familia y fue determinante en la construcción de mi obra. Mi vida con Arreola es desde que yo era niño, con Amado Nervo es desde que yo era un adolescente. Todos los poetas de México para mí fueron fundamentales; Octavio Paz, por ejemplo, fue mi maestro a la distancia; lo fue Amado Nervo de quien conservo unos ejemplares que encontré en mi pueblo, de su obra. Sada también fue mi maestro y como me apasionaba su obra y su amistad, tuve que conocerlo de cerca y a la distancia.”. ¿Con qué te quedas de ese pasaje? Con el viaje. Para mí la literatura es un viaje. Para mí todo es un viaje. La amistad, el amor, levantarme todos los días, el llegar a Tonalá y descubrir que amo ese pueblo a pesar de muchas cosas. Yo viajo constantemente, no puedo pensar en las cosas si no me concibo viajando. Entonces La vuelta a la aldea es un viaje. Para conocer a Sada tuve que estar cerca y luego alejarme. Cuando uno está muy cerca de las cosas, pierde perspectiva. Al escribir de algo uno debe estar cerca y luego alejarse para ver los alcances. La última vez que entrevisté a Daniel Sada fue poco antes de su muerte, fue un texto para o2 Cultura… Percibo en el libro, entrelíneas, que es como un regreso… Es regresar también a los orígenes porque en este libro se habla de los autores de provincia o los pueblerinos. Es de algún modo volver: el eterno retorno. Es ir al pasado, como el buzo viaja al fondo del mar, para rescatar una perla. Siempre es la búsqueda del pasado, pero sin nostalgiarlo. Y más porque hay una visión distinta de una persona que nació en otra parte y llega a la ciudad. Por eso es el ir y venir. Es la visión de quien sale del pueblo y en este primer libro hay autores que se resistían a las grandes metrópolis. Quien nació en la ciudad no vive ese asombro —cuando me comenta esto baja el rostro y mira sobre el arco de los lentes. Le da unos golpes al escritorio que resuenan en la grabadora. Él me mira como maestro al educando y cuando me define el “asombro” yo veo en él al chiquillo trepado en la copa del árbol; lo imagino mirar la lírica de Paz, la Feria de Arreola—. Porque hay un asombro —me dice—. Vivir en viaje es vivir en el asombro. Es permitirse el asombro. Lo que yo hice pagando estas deudas es volverme a asombrar de lo que ya lo había hecho, límpidamente. Yo recojo estos materiales porque me siguen emocionando. Volver a leer un texto es hacer La vuelta a la aldea. La ciudad en los versos del Cocodrilo
Victor Manuel Pazarín Ciudad enamorada, ciudad pues para estar sin remedio enamorado y habitarla y mamarla —inmensa ubre— de pies a cabeza… Efraín Huerta Fue hablando de sí mismo, y encontrando el tono exacto de las pasiones colectivas, que Efraín Huerta logra conformarse como un poeta de múltiples registros, de variadas temáticas y formas diversas a lo largo de toda su obra. Se destaca por su particular voz en la vasta lírica nacional por su profunda riqueza y pluralidad de temas abordados que le valieron, en todo caso, no pocos, sino casi un infinito de lectores. Por orden cronológico perteneció a una generación en la que destacan José Revueltas y Octavio Paz. Se diferencia del último y se une al primero por su actitud ideológica (cercana a la colectividad que viaja en camión y recorre la Ciudad de México en Metro); se distancia del último por no sabemos exactamente cuáles razones. De Revueltas, a pregunta directa le dijo a Cristina Pacheco en una entrevista realizada en 1978 que lo había conocido en 1934 a su regreso de la URSS, y “desde entonces fuimos entrañables amigos…”; del segundo guardó un profundo silencio y solamente atinó a responder sobre sus fuertes críticas a los integrantes del grupo de los Contemporáneos que había hecho desde la trinchera del diario El Nacional. “Yo era un tonto y un irrespetuoso con los Contemporáneos y los atacaba mucho” —dijo. Lo cierto es que Huerta y Paz fueron parte de una revista legendaria que circuló bajo el nombre de Taller poético, luego llamada simplemente Taller, que fue otra y quizá la misma, durante los años treinta del siglo pasado. Uno amparado por los Contemporáneos (Paz) y el otro distante y crítico de los mismos (Huerta), bifurcaron de cierta manera a los primero pocos y, luego muchos, lectores del país. Octavio Paz se volvió un exquisito y Efraín Huerta consideró andar las calles y de allí recoger el lenguaje y algunos de los temas que lograron su visión sobre el arte poético y su proceder ante la poesía. Huerta de algún modo volvió poema los espacios públicos y se acercó, de manera contundente, a aquellos seres anónimos que ejercieron la gran ciudad y la volvieron propia. Martí Soler entregó para el Fondo de Cultura Económica, en 1988, el completo huerto de Efraín; el grueso tomo de la Poesía completa abre la posibilidad de ver el diverso bosque: hay algunos claros donde el sol baja rotundo hasta nuestro cuerpo y nos entusiasma y, a veces, nos hace alejarnos del punto y buscar mejores sombras de árboles. Esos espacios incluyen, por otra parte, a la ciudad y sus avenidas. Es allí donde paro y me regocijo. Poeta del amor y lo social, en lo personal me encuentro mejor en aquellos poemas donde se aleja de la influencia de la poesía de Neruda, o de los integrantes de la Generación del 27 española, de los poemas panfletarios, de su poesía cívica, de los que hablan de Stalin, de Blanca Estela Pavón, de Franklin Delano Roosevelt, de Yugoslavia, de la Unión Soviética… y me abrazo con fuerza a Los hombres al alba (1944); estoy mejor en aquellos poemas donde Efraín Huerta se vuelve una especie de cronista-poeta de la Ciudad de México (o de cualquier ciudad del mundo) en textos memorables para mí, como el de “Avenida Juárez”, “Declaración de odio”, “Responso por un poeta descuartizado”, y sobre todo me abandono totalmente a “La muchacha ebria”: Este lánguido caer en brazos de una desconocida, esta brutal tarea de pisotear mariposas y sombras y cadáveres; este pensarse árbol, botella o chorro de alcohol, huella de pie dormido, navaja verde o negra; este instante durísimo en que una muchacha grita, gesticula y sueña por una virtud que nunca fue la suya. Todo esto no es sino la noche, sino la noche grávida de sangre y leche… Donde encuentro reminiscencias de García Lorca y su Poeta en Nueva York, en su rabia por una realidad que duele, y que Huerta muerde con sus dientes de Cocodrilo —como le llamaron cariñosamente sus amigos, aquellos que en verdad lo amaron… Efraín Huerta fue también un enorme periodista, especializado en cine; alguien debería reunir sus trabajos para lograr tener —sus lectores— una perspectiva más amplia del poeta. Visiones de la ciudad Casi de manera natural, los lectores han conformado, a lo largo del tiempo, una breve y milagrosa antología de los poemas de Efraín Huerta. Cercano a la poesía de Neruda, al menos en sus primeros libros, poco a poco esa influencia se fue desvaneciendo hasta encontrar una forma propia de nombrar las cosas y declarar, sin menoscabo, lo que le fastidia del mundo. Porque la fuerza de la poesía de Huerta está, nadie lo duda, en su actitud, en su manera muy personal de ir enunciando lo que a su paso mira. Y esa compilación, de algún modo, ha logrado que muchos lectores tengan en la memoria solamente una de las facetas del también periodista (especializado en la reseña cinematográfica), nacido en Silao, Guanajuato, el 18 de junio de 1914, y con frecuencia se olvida que la poesía de Huerta, con distintos matices a los largo de su obra (“…lo social, la palabra pública del poemínimo, el erotismo y el amor” —ha enumerado el ensayista Ricardo Venegas), logra darle salida a la desesperanza al retratar a los personajes —en sitios concretos de la ciudad—, otorgando a su actitud poética un sesgo social, algo que ya muy pocos poetas ofrecen en sus versos, pero que en Huerta es esencial. No obstante haya nacido en un poblado de provincia —o quizás por ello—, desde sus primeros poemas Huerta declaró en su obra lírica su pasión por la Ciudad de México; y los temas y los personajes de sus poemas —que los lectores guardan en su memoria—, en todo caso, están ubicados allí, se encuentran allí y viven y mueren en la ciudad. Efraín Huerta es un cronista, o al menos esos cuatro poemas enumerados (“Avenida Juárez”, “Declaración de odio”, “Responso por un poeta descuartizado”, “La muchacha ebria”) lo podrían declaran así. Logra —con una velocidad vertiginosa— abrir paso a ciertos espectros de las calles precisas y dar, sobre todo, el ambiente en que viven en la “Amplia y dolorosa ciudad donde caben la miseria y los homosexuales, /las prostitutas y la famosa melancolía de los poetas, /los rezos y la oraciones de los cristianos…”, como enuncia en su “Declaración de odio”, donde la ciudad perdida y socialmente destartalada es tan “complicada” y un “hervidero de envidias, criadero de virtudes deshechas al cabo de una hora…”. Es la ciudad de los desvalidos, que a la vez la detesta y la aman; y es la voz de Huerta el medio de la construcción de esas voces sin voz. Estos poemas, podríamos decir, son el centro de una poética muy cercana a los rapsodas malditos, y a lo largo de toda su Poesía 1935-1968 (Joaquín Mortiz, 1963) el bardo de Silao va colocando esos cuatro poemas que sus lectores recuerdan cada vez que se menciona su nombre. Huerta descubre la ciudad y sus vicios. Sus virtudes y defectos. Pero a pesar de que algunas veces hable con encono de ella, en el fondo son declaratorias amorosas. Es gracias a Huerta que se han quedado fijos algunos puntos de la Ciudad de México y es un mapa que se debe leer antes de hacer un viaje de la provincia a la Gran Ciudad, pues con él uno ya reconoce de antemano los sitios y la Avenida Juárez y San Juan de Letrán, y a su vez nos permite dar cuerpo a personajes como esa muchacha ebria que en todo caso alguna vez Efraín Huerta encontró para eternizarla sin nombre, sin rostro y casi sin cuerpo, pero evocada: “Este lánguido caer en brazos de una desconocida, / esta brutal tarea de pisotear mariposas y sombras y/ cadáveres…”. Es una peculiaridad de estos poemas el aliento desbordado y una construcción casi discursiva, es decir: Huerta inunda la voz y va nombrando y construyendo casi como si fuera la corriente de un turbulento río. No para sino hasta encontrar una aproximación a lo sentido. Sus versos, en estos poemas nombrados, algunas veces recuerdan a la prosa narrativa pero, escritos en versos, a todo el que lee lo obliga a una celeridad, a una evocación casi mítica de los rincones de la Ciudad de México, cautivos en los poemas. Hay algo más. Huerta en estos poemas siempre hace comentarios políticos y, también, una feroz crítica social. Aunque también maldice y elogia a los poetas cada vez, cada verso… Entre los cuatro poemas centrales de su obra —no los mejores quizás—, lo perceptible es la furia con que fueron escritos. Dispersos a lo largo de su obra poética, hace una especie de recordatorio de su personal visión de una ciudad, de un espacio oscuro y terrible. En el “Responso por un poeta descuartizado”, es y no es la ciudad el tema, más bien parecería que es la propia poesía y los poetas, como es casi obvio. La cercanía con los demás textos es tal vez la estructura y su vocación de dureza y su vertiginosidad… Esos cuatro poemas son el corazón de la obra huertiana, sin embargo, no es su totalidad. El rapsoda de la ciudad escribió textos de distintas facturas y temáticas, y siempre volvía a su tema central: la ciudad. Retornaba a la urbe para escribirle, odiarla y amarla, como dice en su poema que da título al libro Circuito Interior (Poesía Completa. Editado por Martí Soler. México: FCE, 1988): Porque estar enamorado, enamorarse siempre de una vaga ciudad, es andar como en blanco; conjugar y padecer un verbo helado; caminar la luz, pisarla, rehacerla y dar vueltas y vueltas y volver a empezar… © Víctor Manuel Pazarín Indígenas residentes en la ZMG estudiando en la UDEG
(Tercera parte de tres) Víctor Manuel Pazarín Entrevista a la académica Tanya Flores de la Torre de la Unidad de Apoyo a Comunidades Indígenas (UACI) de la Universidad de Guadalajara sobre los apoyos a la comunidad indígena migrante establecida en la ZMG para su educación media y superior en la UDG Apoyos académicos y acompañamiento en sus estudios universitarios Tanya Flores de la Torre, trabaja en el Programa de Apoyo Académico a estudiantes Indígenas del área de Educación Intercultural Nivel Superior de la Universidad de Guadalajara que es parte de la Unidad de Apoyo a Comunidades Indígenas (UACI), para conocer más sobre las comunidades indígenas residentes en la ZMG, se realizó la siguiente entrevista. ¿Existen recursos oficiales para los migrantes indígenas de la Zona Metropolitana de Guadalajara? Las instituciones que trabajan en la Zona Metropolitana de Guadalajara con las comunidades indígenas son el Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (CDI) que es Federal, la Comisión Estatal Indígena (CEI), que es estatal que tiene pocos recursos, está la UACI, que es de la Universidad de Guadalajara y algunas otras que son ONG, y en específico nosotros como Unidad de Apoyo a Comunidades Indígenas, no depende de presupuesto federal directamente, quien más podría tener un presupuesto sería el CDI por ser una entidad de orden federal. ¿Entonces la UACI, que no tiene apoyos federales económicos, como es que apoyan a la comunidad indígena de la ZMG? En realidad la misión de la UACI es apoyar a las comunidades indígenas en asuntos de autonomía cultural, sus tradiciones. En el caso concreto de mi trabajo, que es sobre educación, entonces el apoyo que brido desde mi área es más bien hacia adentro: con los estudiantes. ¿Cuántos estudiantes indígenas alberga la Universidad de Guadalajara en sus aulas? En el nivel superior hay alrededor de 800; en nivel medio superior hay —sin ser exacta— más de mil estudiantes indígenas. ¿Cuáles son las carreras que ellos prefieren? Últimamente ya se ha diversificado. Por ejemplo en la zona Norte, legaban a Colotlán y ahí empezaban a estudiar sólo Derecho y Enfermería, eso fue en un principio. Hoy ya estudian Administración, Agronegocios, Nutrición, Psicología. Igual ocurre en las zonas Sur y Costa Sur, que es donde están las comunidades nahuas, también allá hay carreras que tienen que ver con asuntos agropecuarios. En el caso de la Zona Metropolitana de Guadalajara, generalmente son chavos que vienen de otros estados, al principio entraban a las carreras administrativas o contables, sin embargo en la actualidad ya ingresan más a las carreras de humanidades, a las áreas de la saludo, en las cuales hubo un tiempo en que no entraba ni uno solo a salud, y, también están entrando muchísimo a ingenierías- ¿Más hombres o más mujeres? Todavía hay un poquito más hombre que mujeres… ¿Se les apoya con dinero para que los jóvenes estudiantes solventes asuntos de sus vidas o no? No. Ahora hay un recurso federal que llega para becas, tal cual y de manera directa a los estudiantes para sus estudios. ¿Y en la ZMG cuál es la comunidad indígena de mayor número? Son los purépechas y los mixtecos, también están los huicholes y nahuas, pero los más numerosos son los mixtecos. ¿Y cuáles son sus oficios en su vida normal? Muchos son carpinteros, sin embargo es el comercio informal lo que predomina. ¿Y las comunidades migrantes residentes en la ZMG a qué aspiran? Aspiran, sobre todo, a tener una vida digna en la ciudad- A ser ciudadanos como cualquier otro y que se les reconozca y respeten sus derechos. Aspiran a tener un lugar dónde vivir, a tener atenciones médicas, educación y tener la libertad de ser quienes son… ¿Hay muchos egresados de la UDG? Hay bastantes egresados, pero no muchos titulados… FUENTES Y CRÉDITOS 1 https://www.youtube.com/watch?v=6qpyDScbdWo 2 https://www.youtube.com/watch?v=3WdVNV4EsUY 3 https://www.youtube.com/watch?v=U9jBC5QX6io 4 http://uaci.udg.mx/funciones 5 https://cei.jalisco.gob.mx/temas-de-interes/pueblos-indigenas/poblacion-indigena-migrante-residente 6 http://www.inegi.org.mx/inegi/contenidos/espanol/eventos/vigenero/dia29/panel4_mesas/Poblacion_indigena/P_indigena-en-Mexico.pdf 7 http://www.iieg.gob.mx/contenido/noticias170221-lengua-materna.pdf 6 https://info.jalisco.gob.mx/dependencias-participantes/comision-nacional-para-el-desarrollo-de-los-pueblos-indigenas-cdi-0 © Víctor Manuel Pazarín Los recursos para los migrantes indígenas residentes en la Zona Metropolitana de Guadalajara6/12/2018 Los recursos para los migrantes indígenas residentes
en la Zona Metropolitana de Guadalajara Víctor Manuel Pazarín (Segunda de tres partes) A pesar de que en Guadalajara hay un considerable número de indígenas migrantes residentes, el Consejo encargado para atenderlos no tiene presupuesto directo para brindarles un apoyo, pero sí en cambio auxilia a los interesados en estudiar a conseguir becas que otorga el Gobierno Federal. De acuerdo a Felipa Reyes Jiménez, la Promotora Regional de Indígenas Urbanos de la Comisión Estatal Indígena (CEI), en Jalisco hay una población de aproximadamente un millón de personas y el 40 por ciento de ese total vive en la Zona Metropolitana de Guadalajara. “Yo soy purépecha, vivo en Guadalajara desde hace treinta años y mi nombre es Felipa Reyes Jiménez”, así se presenta quien es la actual Promotora Regional de Indígenas Urbanos de la Comisión Estatal Indígena (CEI). —¿Actualmente dónde vives? —En el municipio de Tonalá. A pregunta expresa, a Felipa Reyes Jiménez, la Promotora Regional de Indígenas Urbanos de la Comisión Estatal Indígena (CEI), de si la CEI tiene un presupuesto asignado para la población migrante urbana de la Zona Metropolitana de Guadalajara responde. “La Comisión Estatal Indígena no tiene un presupuesto asignado para las comunidades indígenas específicamente, ya que la Comisión no lleva acabo, ni tiene programas sociales o de infraestructura donde destine recursos específicamente para comunidades indígenas ya sea originarias o migrantes residentes. Lo que nosotros hacemos es, precisamente, ver las cuestiones de los recursos que hay en otras instancias y qué parte de esos recursos se pueden destinar a la población indígena. ”Por ejemplo, el programa de becas indígenas que no es de nosotros pero es de nuestra cabeza de sector, que es la Secretaría de Desarrollo de Integración Social, ahí es donde nosotros incidimos para que ese presupuesto, que en un principio era de 5 millones y ahora es de once millones de pesos actualmente y es para toda la población estudiantil que sea indígena de cualquier comunidad del estado y fuera del estado, pero que vivan aquí”. —¿Y cómo es que ustedes administran los recursos de otras instituciones? —Nosotros no administramos nada. Directamente nosotros no ejercemos ni un recurso, lo que sí es que de las diferentes instancias, por ejemplo el que tiene el Programa Prospera, nosotros lo que hacemos es que efectivamente llegue a la comunidad; y que en el presupuesto que está destinado, entre efectivamente beneficiarios de las poblaciones indígenas. Nosotros, entonces, lo que hacemos es promocionar los programas, ya que muchas veces lo que ocurre es que existe es desconocimiento sobre las formas y requisitos de ingresar, y es ahí donde nosotros intervenimos. —¿Y es suficiente o insuficiente el presupuesto que se otorga a las comunidades indígenas migrantes urbanas? —Ha aumentado sustancialmente, sin embargo no tenemos cifras exactas lo que se destina a cada programa. De acuerdo a las cifras que ofrece Felipa Reyes Jiménez, en la actualidad son un millón de personas en las comunidades indígenas en todo el estado, y en las distintas regiones. “En la Zona Metropolitana de Guadalajara somos un cuarenta por ciento de ese total”, a las que se debe atender, dice. La sociedad y las comunidades migrantes “Yo creo que es importantes lo que piense la sociedad y también lo que nosotros sentimos, creo que todo va de la mano, ya que a veces nos sentimos agredimos cuando alguien que no es de nuestra comunidad nos mira “raro” porque vestimos diferente, o nos escucha hablar en nuestra lengua a lo mejor esa pequeña diferencia que notan las personas que nos son de las comunidades indígenas, a nosotros se nos hace como un acto de discriminación. Y eso encadena muchas cosas: tanto que nosotros mismo nos oprimimos en algún momento, de hablar o de vestir, y es cuando vamos perdiendo parte de nuestra esencia de la cultura a la que pertenecemos. Yo llegué a Guadalajara muy chica, tenía aproximadamente dos años, cuando mi mamá llegó con nosotros aquí a la ciudad. En lo personal yo he tenido suerte, a mí no me tocó ningún acto de discriminación, pero yo he escuchado de mis hermanos que sí tuvieron, ya que en las escuelas a las que entraron, nuestras mamás iban con nuestra indumentaria a las reuniones de padres de familia. Entonces, sí, mis hermanos fueron foco y punto de lo que ahora se le llama buying escolar por la cuestión de que veníamos de una comunidad indígena. A mí en lo personal en la primaria me tocó sólo un poco, pero como nosotros como migrantes viajamos en grupos, cuando yo ya me incluí en la educación primaria, ya la gente de la colonia nos conocía más, ya estaban familiarizados, entonces cuando yo llegué a las aulas, ya no nos veían tan raro. Yo, entonces, no sufrí la discriminación tan fuerte, a diferencia de mis hermanos y mis familiares que llegaron y sí fue mucho el impacto de que la gente los viera de manera permanente, porque antes íbamos y veníamos. Hasta que vinimos para establecernos definitivamente.” Continuará © Víctor Manuel Pazarín Migrantes indígenas en la urbe de Guadalajara
En la Zona Metropolitana de Guadalajara habitan un número considerable de indígenas migrantes, de diversos grupos étnicos, cuyas vidas se han modificado al realizar un viaje a la capital de Jalisco en busca de una vida mejor, en este reportaje se detallan algunos datos, se describen sus formas de vida, pero sobre todo se analizan detalles de las comunidades indígenas en la ciudad y su área metropolitana Víctor Manuel Pazarín (Primera de tres partes) Después de estudiar la secundaria y la preparatoria en San Cristóbal de las Casas, Miguel Gómez Pérez, indígena perteneciente al pueblo tzeltal, decidió abandonar su trabajo que había sostenido a lo largo de tres años con un ingeniero chiapaneco que tenía una empresa dedicada a la construcción de infraestructura para la energía eléctrica, decidió salir a seguir estudiando a otra parte del país. Lo único que sabía en el momento que tomó la decisión era que tenía dos destinos: Monterrey o Guadalajara. Pero el azar de la fortuna hizo que sucediera lo siguiente. “Llegué a las 7 de la mañana a la Ciudad de México —dice— y lo que quería era seguir. Y había una salida a las 7:30 a Guadalajara y fue que me vine para acá”. Llegó a la ciudad y buscó un cuarto dónde dormir. Encontró. Buscó trabajo y comenzó a trabajar. Lo que siguió fue que indagó sobre las escuelas donde impartían la carrera de Derecho y se inscribió. —Estudié en una escuela incorporada a la Universidad de Guadalajara la carrera de Derecho, y en agosto del año pasado terminamos Ciencia de la Educación Familiar. En San Cristóbal de las Casas intentó estudiar como profesor bilingüe, “pero nunca aprobé mi entrada, hice también dos veces exámenes para entrar a la facultad de Derecho, y tampoco aprobé. Yo trabajaba entonces con un ingeniero. Pero me desesperé. Mi objetivo al salir de mi comunidad era seguir estudiando. Pero con ese trabajo no podía estudiar: salíamos con mucha frecuencia a las comunidades y no estaba establecido en ninguna parte, entonces a los tres años me desesperé de eso y me dije: yo me voy de aquí. No sabía a dónde. De por sí cuando salí de mi comunidad no conocía a nadie, mi primer contacto y estancia en una ciudad fue San Cristóbal de las Casas. Fue allí que estuve y sin ningún objetivo. Durante su estancia en la licenciatura —dice— había parte del grupo en el que mi persona de origen indígena tenía aceptación, sin embargo, había otra parte, otro sector, en el cual no era aceptado, yo siempre los acepté y respeté. Mi filosofía siempre ha sido: el que quiera ser mi amigo, soy su amigo; y quien no, lo respeto amablemente. Ahora Miguel Gómez Pérez es el responsable del área de Indígenas migrantes residentes de la Unidad de Apoyo a Comunidades Indígenas (UACI) de la Universidad de Guadalajara. La población indígena migrante De acuerdo con las estadísticas del INEGI, en México hasta el año pasado (2017), la población indígena sumaba 11 millones, lo que es un diez por ciento del total de los habitantes en el territorio nacional; algunas cifras oficiales hablan de que en Jalisco, siguiendo los datos de la Encuesta Intercensal del INEGI, en 2015 se registraron en Jalisco 7 millones 427 mil 770 personas de 3 años y más en viviendas particulares habitadas, de los cuales, 56 mil 938 (0.77%) hablaban alguna lengua indígena; mientras que 7 millones 352 mil 547 (98.99%) no lo hacían (http://www.iieg.gob.mx/contenido/noticias170221-lengua-materna.pdf ). Afirma Miguel Gómez Pérez: en Guadalajara y su zona metropolitana (ZMG) hay grupos indígenas migrantes de varias las etnias, pero predominan los mixtecos, purépechas, otomíes, triquis, wixáricas, mazahuas, zapotecos y tzoziles. Aduce que no hay un motivo único para que las comunidades indígenas migren a ciudades como Guadalajara, si no “que cada grupo tiene diferentes motivos” de acuerdo a las zonas de donde provengan; en el caso particular de Miguel Gómez Pérez, quien llegó de Chiapas, fue porque en su comunidad no había “dónde estudiar” y las que había “estaban muy alejadas”. Ese es uno de los motivos que embarga a Miguel, sin embargo, no en todos fue igual, pero prevalece una idea: se migra a las grandes ciudades porque la vida se ha vuelto complicado en sus comunidades, y ya no pueden crecer y trabajar. “De ahí que se busquen nuevas oportunidades”. En el caso de la etnia wixáricas, muchos han abandonado su territorio al norte de Jalisco, porque el trabajo escaseaba por diversos motivos, uno de ellos es que se vive en una “zona desértica”; algo similar pasa con los otomíes: ellos migran debido a que su territorio es semidesértico y poco fértil. Hace dos años que algunas personas de la UACI —narra Miguel— fuimos a Santiago Mexquititán (en el estado de Querétaro) y lo que encontramos fue que no había modo de hacer producir las tierras; entonces a la comunidad hizo su éxodo hacia Guadalajara. Otro motivo, y fuerte, es que han sido expulsados por la religión. Aunque no ha sido el caso de la gente que se ha acercado a la UACI, hay en Chiapas, en la zona San Juan Chamula, donde “ahí existe el priismo y el catolicismo: es la religión que se debe profesar y el partido al que se debe afiliar”, y la comunidad es muy “cerrada”. Es sólo un caso, ya que en la actualidad en otros municipios y regiones indígenas del país existe la libre elección religiosa y partidista. La diversidad cultural en la actualidad, vive la mayoría de las comunidades étnicas, permiten que haya en un mismo grupo diferentes pensamientos y adiciones a partidos políticos y una libre elección religiosa, lago que hace más rica a la comunidad y a las personas que la conforman. Los grupos migrantes indígenas ya establecidos en la Zona Metropolitana de Guadalajara, no profesan una sola religión, ya que, de acuerdo con las palabras de Miguel Gómez Pérez “hay una diversidad, ya hay una diversidad. En los tiempos recientes algunos ya han cambiado de religión y no ha sido un problema con su comunidad, hace poco un compañero de mi comunidad se integró a la Iglesia del Séptimo Día, pero hay casos como los purépechas que siguen al pie de la letra, tal vez por la cercanía a su tierra sin cambiar sus usos y costumbres y su religión”. Guadalajara es una ciudad que siempre acoge a muchas personas; quizás muchos dirán que es un estado muy conservador y muy racista “y respecto esa opinión”, sin embargo “en mi caso y el caso de los grupos con los que hemos entablado una charla, han mencionado que aquí han crecido, como comunidad y como personas, creo que han aceptado lo que el estado de Jalisco les ha dado y ellos se han adaptado bien a lo que hay aquí”. Las barreras que enfrentan los migrantes Uno de los principales problemas que enfrentan las familias al llegar a la ZMG es que “muchos lamentablemente no tienen estudios escolares: no ha terminado su educación, la secundaría y la preparatoria, y casi nadie cuenta con una licenciatura. Básicamente la mayoría son agricultores y, al insertarse a la vida de la ciudad, en cualquier empresa, tienda o industria, exigen estudios básico y ellos no cuentan, en su mayoría, con ellos, creo es uno de los principales conflictos; y en casos particulares como el de los mixtecos (entre otros), que se dedican a la producción de su artesanía es encontrar el espacio para vender sus productos”, Miguel sabe que existe la Ley General de los Derechos de los pueblos indígenas del Estado de Jalisco, donde se dice en que el Estado está obligado a defender, difundir y conservar la cultura, “pero no dice cómo”. Los grupos indígenas que ya se establecieron en la ZMG se han asentado en los diferentes municipios del Área Metropolitana de Guadalajara como: Las colonias Constancio Hernández, en La Ferrocarril, Felipe Ángeles, Cerro del Cuatro y Polanco (en Guadalajara), Lomas de la Primavera, Miramar, El Fortín (en Zapopan);; Tateposco, Las Pintitas, El Rosario y Centro de Tonalá; La Duraznera, Francisco I. Madero, Buenos Aires (primera y segunda sección en Tlaquepaque), y acorde con los datos que maneja el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) en su censo, advierte que hay en el Área Metropolitana 42 mil indígenas y es el grupo étnico de los wixáricas el más numeroso, y aunque es fiable la cifra porque se ha realizado el censo, Miguel sospecha que el número de personas indígenas en la zona metropolitana es mayor, ya que “sabemos que si alguien va a preguntarle a estas comunidades si pertenece a alguna comunidad indígena, la gente siempre dirá que no…”. —¿y cuál es la razón por la que responde que no? —Porque invariablemente se toma como morbo y la gente de las comunidades se da cuenta… Algunos grupos se han conformado como asociaciones que están constituidas legamente, ya tienen una figura jurídica. Son los casos de la etnia de los triquis: Fondo Regional de Indígenas Migrantes de la ZMG (Guadalajara), los wixáricas artesanos (Guadalajara), el Fondo Nacional De Indígenas (Zapopan), Triquis Unidos (en Chapala están), y los grupos de las familias nañú en la colonia Francisco I. Madero. —¿Las autoridades cómo atienden las necesidades de ustedes como grupos indígenas migrantes? —Hay una situación que me parece un poco curiosa. Hace dos años, cuando nos acercamos a las autoridades de Tlaquepaque para registrar una cooperativa de mujeres, de la familia ñanú, y ellos nos dijeron —extrañados— que no existían grupos indígenas en su jurisdicción. A lo que les dijimos que sí, que sí había, que éramos nosotros. Y se volvieron a sorprender las autoridades. Y nos dimos cuenta de dos cosas: 1) nosotros como indígenas no lo hemos visibilizado ante las autoridades, y 2) las autoridades no han visibilizado que existimos, que somos de otras regiones del país y que estamos viviendo aquí, en la Zona Metropolitana de Guadalajara. Continuara… © Víctor Manuel Pazarín Foto de Jorge Alberto Mendoza El horror, el terror y el asco
“Las épocas de angustia social han sido los momentos en los que más ha proliferado la literatura de terror” Luis G. Abbadie Víctor Manuel Pazarín Hay distintas definiciones de lo que es el terror en la literatura que ofrecen variantes de acuerdo a las épocas y posturas de algunos escritores. La afirmación es de Luis G. Abbadie, quien es experto en el tema y es autor entre otros libros de: El último relato de Ambrose Bierce (1995), El grito de la máscara (1998), Códice Otarolense (2002) y Noches Paganas. Cuentos narrados junto al fuego del Sabbath (2008). “La idea de H. P. Lovecraft de que el terror más intenso es el miedo a lo desconocido, creo que es lo más básico —dice Abbadie—, pero es engañoso, porque muchos dicen que las cosas más familiares y ya conocidas también nos asustan: el dolor, el sufrimiento, la pérdida… y la muerte no propia, sino la ajena. En ese caso, el temor a esas experiencias es lo que se puede reflejar en la literatura también. La literatura es un tanto catastrofista cuando se trata del terror, a causa de que muchas veces nos encontramos con situaciones más dramáticas de las que nos hallamos en la vida real, donde se puede poner en riesgo familias enteras, ciudades y mundos completos…” ¿Hay diferencia entre terror y horror? Sí, existen. Hay dos posturas imperantes. Una define al terror como aquel que se produce por lo psicológico, basado en posibilidades potencialmente reales; el horror tiene elementos sobrenaturales. Yo me inclino por la versión de Stephen King: ‘El terror es la emoción más sutil, la que se sugiere y se implica y de esto se produce el miedo; el horror es lo que alcanza a mostrar aquello que es horrible y produce miedo’. Lo siguiente es donde se produce literalmente el asco: y es en donde se origina la confusión entre estos términos, debido a lo mostrado por el cine. Cuando ruedan las vísceras y brota la sangre no es ni terror ni horror, es el asco. ¿Hay algún fundador del terror en la literatura? Es difícil señalar a uno. Tenemos a Horace Walpole, autor de El castillo de Otranto (1764), como fundador de la época gótica del terror, pero no fue el primero, pues ya existía el poema "La novia de Corinto" (1797), de Goethe, y se pueden señalar textos antiguos de los babilonios, El descenso de Inanna, que tendrá cinco o seis mil años de haberse escrito en Sumeria. A Edgar Allan Poe se le señala como un parteaguas, pero él no fue el inicio de algo, sino el final de la época gótica del terror. Es el momento en el cual pasamos del escenario exótico al horror más cercano de la experiencia inmediata que uno vive. Poe comenzó a apartarse en algunos casos del castillo gótico, y a traer el horror al ambiente que vivía en su tiempo, que fue la época moderna. A Stephen King se le puede colocar como un hito también, pues definió el concepto de la novela de terror; antes hubo este tipo de novelas, pero fueron completamente experimentales. King abrió, en todo caso, nuevas posibilidades para la novela de terror como se le conoce ahora… ¿Actualmente es posible la literatura de terror y de horror? Es tan posible como que en los últimos años se vive un renacimiento del género en la literatura. ¿Qué tan distantes están el terror y lo fantástico? Se entrelazan. Se entremezclan. Se traslapan. No es exclusivo el terror de lo fantástico, ya que la mayoría de la literatura de terror tiene elementos fantásticos; sin embargo, hay un punto en el cual si se utiliza una fantasía demasiado explícita puede perderse el terror… Eres de los pocos escritores dedicado casi exclusivamente a la literatura del terror, ¿qué tan sencillo es para un autor de Guadalajara, en unas circunstancias político-sociales particulares y definidas, escribir literatura de este género? Creo que es fácil, pues no faltan posibilidades. Las épocas de angustia social han sido los momentos en los que más ha proliferado la literatura del terror. La excepción podría ser al final de la Segunda Guerra mundial, por haber sido un caso distinto a casi todos, debido a que en ese caso no había un momento de angustia, sino la opresión de la Guerra Fría. Pero cuando existe la crisis, la inseguridad, y cuando lo cierto o establecido se tambalea, es cuando aparece la necesidad de la literatura del terror. Y es una especie de catalizador de las emociones que se viven a través del arte y, en este caso, la literatura del género. En una ciudad donde la gente se siente insegura, y existe una enorme confusión tanto en el gobierno como en la propia sociedad, con una violencia creciente que le impide salir a la calle totalmente a salvo, se gesta la angustia de la que nace el terror —el terror literario en particular, claro—; es la representación ideal en la cual puede inscribirse la ilustración de una novela de este género: en ésta circunstancia sitúas a un habitante promedio de nuestra sociedad y sus experiencias se transforman en una metáfora, podríamos decir, universal. © Víctor Manuel Pazarín Alí, la otra estrella del Nayar
En lugar de seguir la estela del otro nayarita, Amado Nervo, la breve obra de Chumacero exploró los lamentos del amor, siempre desde una luminosidad poética que por momentos rozaba a la mística. Este próximo 9 de julio se abre la fecha de su centenario Víctor Manuel Pazarín Dos cumbres poéticas sostienen la tradición literaria de la tierra del Nayar. Ambos son símbolos nacionales de nuestra poesía mexicana. Uno es Amado Nervo, aquel caballero andante que se unió y fortificó, a su modo, a la corriente modernista, de la cual destaca y describe en su máximo esplendor el nicaragüense Rubén Darío; corriente que fue la ruptura de América contra la costumbre lírica castellana. El otro pilar es sin duda el trabajo y la persona de Alí Chumacero. Dos nombres que se antojan extravagantes dentro de la increíble nómina descrita por la tradición, que va de la figura de Nezahualcóyotl, hasta cualquiera de las voces de nuestros días. Amado y Alí, ¿resultan naturales al español de México? Nervo y Chumacero, ¿nos recuerdan un sonido natural en nuestras tierras? Extravagancia en los sonidos, sí, pero no en las correspondencias, pues ambos resultan lo suficientemente celebrados como para negarlos. Amado Nervo y Alí Chumacero fincan con sus obras el firmamento de una poesía y son luminosidades que alumbran el trayecto de nuestra lírica nacional. Hoy esos cometas han dejado el plano terrenal para perpetuarse en los altos bancos luminosos de las constelaciones. Los creadores de dos sistemas verbales nacieron en una misma ciudad. En Tepic, Nayarit, dieron sus primeros pasos para luego caminar por rumbos distintos y conformarse en lo que son. Una forma fácil para Alí hubiera sido seguir la trayectoria de la luz de Nervo. Por fortuna Chumacero no tomó el camino simple y abrió una nueva ruta que se encuentra más cercana a la obra del grupo sin grupo de los Contemporáneos que de su coterráneo. La breve pero bien edificada obra poética de Alí Chumacero recuerda más a la de José Gorostiza y su Muerte sin fin, que a la abundante producción de Amado Nervo. Fue, entonces, un acierto no continuar por caminos andados. La muerte de Chumacero (ocurrida el 22 de octubre en la Ciudad de México, llenó de luto a la República de los Poetas), se ha convertido en un distinto resplandor… Seguir la luminosidad y mudar de camino “Los poemas de Alí Chumacero —ha dicho Octavio Paz en un breve ensayo— son sucesos de la carne o del espíritu que ocurren en un tiempo sin fechas y en alcobas sin historia”. En seguida agrega: “Es el tiempo cotidiano de nuestras vidas cotidianas recreado por un oficio estricto que, en sus mejores poemas, se resuelve en un diáfano equilibrio. No encuentro mejor palabra para definir a este arte exquisito que la palabra cristalización…” A Paz la obra de Chumacero le recuerda a dos grandes poetas mexicanos: a Ramón López Velarde “por la religiosidad” y a Salvador Díaz Mirón, “al que lo une el culto a la forma cerrada” y la afición por “asuntos no poéticos” y la “reserva orgullosa”. Pero también a los textos bíblicos en los cuales caminó, según Paz, muy cercano a López Velarde, por su “conciencia del pecado” (Yo pecador, a orillas de tus ojos /miro nacer la tempestad…), y debido al acercamiento de ambos a la liturgia católica (Oh cítara del alma, armónica al pesar, /luto hermana: aíslas en tu efigie/ el vértigo camino de Damasco/ y sobre el aire dejas la orla del perdón, /como si ungida de piedad sintieras/ el aura de mi paso desolado…). Se puede afirmar que Alí Chumacero es un poeta del amor y en un texto José María Espinasa afirma que sus poemas en este sentido son de “amor cumplido siempre en el lamento”. El ensayista asevera que la poesía de Chumacero “va en busca” del “milagro de la estatua”, y lo contrapone con la obra de Xavier Villaurrutia al proferir: “…de una estatua mucho más tangible que la de Villaurrutia, vuelta puro grito al morir de sueño…”, pues para Alí Chumacero, “el amor está siempre en un ‘después’ que llamamos escritura”. Pues para José María Espinasa: “El amor es pura forma de la misma manera que la carne es pura forma”. Los dos puntos de vista y sus lecturas son admirables y nadie puede estar en desacuerdo, pues las argumentaciones surgen de estudios profundos, de lecturas que fueron hasta el fondo y hacia las alturas y otorgan luces para una nueva lectura de cada poema del autor nayarita, quien se ha vuelto ahora una Petrificada estrella, temerosa frente a la virgen tempestad. © Víctor Manuel Pazarín Hipertextualidad: poesía, arte y periodismo
Víctor Manuel Pazarín Toda escritura, todo pensamiento y la vida misma es hipertextual, es decir, se construye con bases de distintas cosas para, luego, concentrarlas y hacer una reunión de las cosas. Sin embargo, las técnicas para realizar todo escrito son variadas y diversas, no obstante debe existir, finalmente una coherencia que vaya detallando lo escrito. Qué, Quién, Cómo, Cuándo Dónde y Por qué —las preguntas básicas del periodismo, son las mismas a las que todo texto responde— hacen a manera de hipertexto una recolección informativa para finalmente encontrar un discurso entendible, legible, manejable para cualquier lector, esas interrogantes logran que las estructuras sean un camino que conduzca. En realidad el hipertexto es como conducir un auto: cuando uno maneja hace distintas cosas a la vez, pero el fin es único: manejar el auto adecuadamente y llegar a un lugar. De ese modo, entonces, la vida misma y toda escritura es igual: tiene varios caminos pero una meta que se debe definir. Se ha dicho que “Todos los caminos llevan a Roma”, pero esos caminos por donde quiera que estén y de donde quiera que vengan siguen una meta y cada uno puede elegir o bien el destino nos lleva por tal o cual camino con tal de que llegue a Roma… Se habla de arquitectura de la escritura. No es algo nuevo. La escritura es arquitectura, de eso no hay duda y es un antiguo concepto que también se puede explicar de manera inversa: toda arquitectura es escritura. Y el hipertexto se parece mucho al Barroco, a la arquitectura barroca: muchas líneas y un camino. Muchos sentidos y un destino de la mirada. La poesía de largo aliento, esa que está expresada en poemas como “Piedra de Sol” de Octavio Paz, “Primero sueño” de Sor Juana Inés de la Cruz o “Muerte sin fin” de José Gorostiza son poemas arquitectónicos y son hipertextos… Pero quizás el mejor ejemplo de un poemas-hipertextos sean “La tierra baldía” y “Cuatro cuartetos” T. S. Eliot cuya arquitectura y acercamiento al concepto de hipertexto del que hablamos en es como el de la multimedia y el periodismo digital, ya que esos poemas (sobre todo “Cuatro cuartetos”) están edificados con una variedad muy amplia de información histórica, sensible y con infinitas imágenes y conceptos que, al final, responden a las preguntas básicas de todo texto que son las preguntas del periodismo tradicional. (“Cuatro cuartetos”, fragmento) El tiempo presente y el tiempo pasado Acaso estén presentes en el tiempo futuro Y tal vez al futuro lo contenga el pasado. Si todo tiempo es un presente eterno Todo tiempo es irredimible. Lo que pudo haber sido es una abstracción Que sigue siendo perpetua posibilidad Sólo en un mundo de especulaciones. Lo que pudo haber sido y lo que ha sido Tienden a un solo fin, presente siempre. Eco de pisadas en la memoria, Van por el corredor que no seguimos Hacia la puerta que no llegamos nunca a abrir Y da al jardín de rosas. Así en tu mente Resuenan mis palabras. Pero no sé Con cuál objeto perturbamos el polvo Que vela el cuenco en donde están los pétalos De rosa. Y otros ecos De hecho el concepto de hipertexto aparece desde hace mucho pero fueron los estructuralistas franceses quienes los utilizan como tal y a propósito en el siglo XX. Luego entonces el concepto y la utilización ya es, a estas alturas, un modo que en la actualidad emplea la multimedia pero que no es propio ni sólo de ésta, sino que hasta nuestro pensamiento es así: un constante hipertexto. El arte, la vida, y las nuevas tecnologías como nunca están tan ligadas y se han contaminado (en el gran sentido del término) para hacer que las cosas sean de otro modo pero finalmente del mismo como han sido: múltiples, emocionantes, intensas. El periodismo digital, ni duda cabe, emplea e implementa todo a su alcance para ser de ese modo: múltiple, emocionante, intenso pero concentrado… © Víctor Manuel Pazarín Ciudad perdida
Víctor Manuel Pazarín Los rumores de la Ciudad Perdida en luces. Postrado en su recámara, Jonás levanta la cabeza: escucha en la calle, en su puerta, un leve sonar; luego más fuerte: alguien busca; se integra para colocar los nudillos ante la entrada. Se abre el prodigio de los sonidos: llegan claros, hasta el lecho de Jonás, quien ahora atraviesa —sumido en su propia oscuridad— el pasillo, para ir al encuentro de la salida. Abre: mira: es un espejo: refleja las amplias tinieblas. En seguida, conforme el tiempo se abre —distanciando sus grietas: aparece la luz— se dibujan siluetas. Se corporizan. Se nutren del viento. Es la madrugada: apenas hace un instante, Jonás miró perderse a Narciso entre la noche. Ahora la sombra surge del fondo de ese espejo: conforma la imagen de la Ciudad Perdida en luces. Es la noche total. Se va dibujando, lenta y continua, hasta ser una réplica: detalla la escalinata del jardín. Allí, al comienzo de la escalinata, inicia la historia. Del espejo, que es la noche que refleja al mundo, una sombra se levanta para iniciar, pesada, la ascensión hacia la puerta de Jonás. Jonás ahora duerme; apenas ha llegado de estar en las amplias calles y avenidas de la Ciudad Perdida en luces. Es una sombra: se deja acompañar de otra sombra. Ambas siluetas, lentas, se corporizan para lograr su entrada al espejo. Se levantan. Y la más alta de las sombras sube; deja a la breve sombra al pie de la escalinata. Trepa. Abre y luego cierra la mano hasta convertirla en puño. Negra se cierra para, acto seguido, posarse repentina ante la puerta. Una y otra vez, el sonido: va en aumento, viaja hasta los oídos de Jonás. Es un sonido leve, al principio. Pero luego es más fuerte; grave. Jonás despierta. Espera hasta poder incorporarse. Vacila. Mas se yergue para, sumido en su propia oscuridad, atravesar el pasillo. Llega y espera. Llega y se abre la puerta: el encuentro es con el espejo: las tinieblas nada dejan ver. —Soy yo —parece decir: de la boca surge el humo: el negro vapor lo cubre todo. —Yo soy —considera Jonás haber escuchado; es nadie, o quizás el humo, el vapor que cubre todo, que es Jonás ahora también. Una mano de humo, entonces, goteante de agua de vapores se extiende —sale del espejo— para alcanzar el cuerpo de Jonás; abre los ojos, desmesurados por la sorpresa. Es una sombra y vuelve a extender la mano de humo ante la aparente negativa de la mano corporal de Jonás. ¿Pareciera?: ¿quién tiende la mano fuera el propio Jonás?: en realidad está la mano tocando el cuerpo. Es una helada mano de vapores; súbitamente, escurre agua. Entonces las apariencias se corporizan y, conforme entra la luz a la luna del espejo, aparecen más claras. Jonás parece pronunciar algo: ya las palabras, al salir de la boca, se coronan de noche. Nada se escucha, quizás únicamente los rumores de la Ciudad Perdida en luces. Todos duermen el sueño, la pesadilla colectiva, en donde los durmientes, en esa hora de la madrugada, miran —en el sueño inquietante— la misma escena: se repite. La mano de humo escurre. Se detiene en el cuerpo de Jonás. De la boca de esa sombra surge, entonces, la voz: —Mi hija está muerta —¿sugiere a los oídos? Y las lamentaciones, en cascada, abren la noche de nueva cuenta. La noche del espejo refleja el dolor de un rostro: apenas comienza a dibujarse. Jonás inicia el diálogo; una serie de palabras: nada dicen: se derraman en el viento frío de la madrugada. ¿La sombra insiste?: —Necesito tu ayuda: ella está muerta. Un dedo que el viento va borrando apunta hacia el comienzo de la escalinata. Allí la sombra breve se corporiza: es a la vez una sombra de una niña y de una de adolescente. Jonás mira al fondo del espejo para localizar lo que indica la mano: ahora ya es de agua. Al comienzo de la escalinata la silueta se incorpora para luego caer, derramarse... —Con lo que puedas ayudarnos... —alcanzan a pronunciarse apenas las palabras para volverse en seguida vapores, gotas... ...es un leve sonar de agua... —¿despierta Jonás? Son unas gotas leves, como cayendo al piso de mármoles de un salón en donde un espejo es la noche. Jonás levanta el cuerpo, su cuerpo, y va y se asoma al fondo del espejo en donde una sombra tiende la mano para tocar la de Jonás. Es una mano de agua: toca su mano. Hace breves sonidos; al tiempo surgen estrepitosos. En el espejo está Jonás con una mujer. La dama, de negras cabelleras, abre su palma para, suplicante, pedir una limosna. —Ella está muerta —sugieren los labios de la mujer. Apunta hacia el inicio de la escalinata para indicar: la sombra en el piso es su hija. Es una silueta, en ese instante: en el piso del jardín se tiende. La cabellera cubre un rostro inexistente. Y vuelve a abrir la palma para pedir ayuda. —Muerta... —parece indicar. Abre los labios de nueva cuenta y la palma se desvanece en vapores. —Entra —parece indicar el gesto de Jonás. La sombra sale del espejo. Se corporiza. La larga cabellera, antes de humo, es ahora un cuerpo delgado: cubre el rostro hasta dejar mirar los labios manchados de carmín. Los ojos —descubre Jonás— son lóbregos, de donde vuelve a surgir la súplica. Entonces, juntos atraviesan el pasillo hasta llegar a la recámara. Hay una silla al centro de la recámara, sobre un tapiz. Jonás lleva a la mujer hasta plantarla en la alcoba. Una luz evasiva irradia sin iluminar. La breve luz surge de un espejo. El ojo del espejo repite la escena. Al centro sin centro del espacio, pero concentrada, la mujer describe el dolor: su cuerpo lo otorga como una escritura. En ella se lee —de ella se lee—: cada signo figura el profundo sentimiento impreso en el rostro, en el cuerpo: sin mentir la carne es un discurso que ¿Jonás percibe? —en silencio— en algún extremo de la recámara. No hay preguntas. No hay diálogos. Hay, si acaso, el placer. Disfruta Jonás el sufrimiento, pero no se conmueve. Antes bien está dispuesto a seguir el significante del silencio. El significado del dolor. Llegado el momento, Jonás le pide que se desnude. Sólo para poner a prueba su tolerancia al asco. La mujer que es parte de la sombra abre sus ropas para después despojarse de ellas. Abre su cuerpo como una fruta. Descubre Jonás la podredumbre: la forma sin forma: el espíritu —¿lo deja desnudo sin exponerlo a la intemperie de los ojos, de la vista que es la manera de sentir lo que en los cuerpos ajenos no existe? Jonás no expone nada, porque nada hay en ese instante en él. Se logra, entonces, el comercio con el dolor. Una moneda rueda en medio de la recámara: va hacia ningún espacio: el dinero es el centro de la nada. El comercio, cuando no está impregnado de espíritu, se vuelve entonces forma de la nada: vacío que cada uno somos cuando depositamos la rueda del dinero. Hay un miedo al vacío: ¿qué lo forma? El vacío es el extremo: se vende —ahora mismo— cuando la mujer se desnuda: bajo la luz del plafón muestra sus negras carnes. SE ABRE. Jonás introduce su mano al negro hueco; por la rendija cae la moneda: hace que supure el agua de las profundidades. Abre la carne, y en la forma está la conciencia de la no-vida, de aquello que permite el no-dolor, el no-sentir, el no-estar en sí mismo. Entonces aparece la niña —o mejor, la adolescente— de entre las piernas de la mujer: tendida ahora en el piso, recoge sus piernas hasta dejar mirar la cabeza de la hija muerta. Es una cabeza de humo. Es un reflejo de la mujer, cual si fuera un espejo: es la mujer mirando su pasado: es la niña-adolescente mirando su futuro. Pero no hay vida; nada hay: Lo que está es el humo que conforma las dos figuras suplicantes. El ser que antes fuera una, es dos que miran con ojos de dolor: es la carne encarnada: es el dolor. No hay palabras a la hora del comercio. Es la negra moneda: cae, hasta lo profundo, para que aparezca la figura. Jonás abre a la mujer para extraer, de un solo tirón, a la niña-adolescente. La trae a la luz de la recámara. Levanta su delgado cuerpo hasta sostenerlo entre sus brazos. Entonces la mujer, puesta en el piso, deja de suplicar; deja de ser para permitir que la hija cobre la vida que ya no tiene. Jonás la toma hasta llevarla a una esquina donde la luz no llega: la recuesta en el piso y la besa. Besa sus tiernos labios; acaricia sus breves senos y muerde, hasta encontrar la sangre, los débiles pezones apenas nacientes y oscuros. Lame, Jonás, la sangre: se esparce por el cuerpo de la niña. Es una sangre oscura: no se mira: ambos permanecen entre la oscuridad. La línea de sangre recorre un largo espacio: llega hasta el cuerpo de la madre: ante la luz del plafón, aparece tendida y sin respirar. Se unen la sangre de la madre y la hija; justo ahora la luz deja mirar: de entre las piernas de la mujer otro hilo de sangre hace un recorrido para encontrar la sangre de la muchacha. Ahora es penetrada por la mano de Jonás. Posee, Jonás, entonces, a la adolescente mientras alcanza con la mano el cuerpo de la madre: penetra su oscura mano entre las carnes y fluye como si los cuerpos fueran uno solo. Los arrastra por el pequeño espacio que es la recámara hasta unirlos; los cuerpos nada dicen: inermes, son signos que no significan. Son carne; son forma sin forma; son lamentos; el silencio ha acallado para no permitir las palabras. Son el silencio necesario para la muerte. Los cuerpos son el campo del silencio. Es el silencio, entonces, crece... LA MANO DE HUMO SE CONFORMA en puño para tocar la puerta. Abre Jonás los ojos. Se incorpora. Abre los sentidos para lograr escuchar los leves sonidos. Pregunta. —Ella está muerta —parece escuchar como respuesta. Pero nada se oye: el viento recorre la noche de la Ciudad Perdida en luces. Abre la puerta para mirar: sombra: asciende por sobre la escalinata. Abajo un cuerpo tendido. Breve, callado, inerte. —Ella está muerta: necesito tu ayuda —parece decir: las palabras son humo. La sombra tiende su mano. Jonás la acoge. La lleva por el pasillo hasta la oscuridad de la recámara. Rasga sus ropas hasta desnudarla. La posee hasta encontrar en ella un suspiro que dice nada. La mujer llora y de su boca aparece una súplica —Jonás no escucha ya: está perdido en el placer. Largos instantes. La mirada descubre una sombra. Jonás se incorpora y con él la mujer. La conduce hasta la puerta. —Ella está muerte—¿es el viento? Toma Jonás tres monedas y las pone en el piso La sombra baja la escalinata. Jonás la mira hasta perderse . Cierra la puerta para volver al sueño. © Víctor Manuel Pazarín |
Víctor Manuel Pazarín
Archives
June 2020
|