Por Violant Muñoz i Genovés
Es verano en Arcachon, una ciudad costera del suroeste de Francia. El siglo xx está recién estrenado y los hermanos Lumière ya han inventado el cine. Simone, hija única, vive en una casa que ha conocido días más gloriosos. Su madre, Valentina, murió en invierno y su padre, Marcel, «el mejor y más respetable comerciante de la zona», que nunca se repuso de ese dolor, acaba de quitarse la vida. Ella está sola, acompañada de un servicio que la cuida por querencia. Tiene una idea clara: resucitar el taller de costura de su abuela, pero todo es difícil para una mujer de esa época; ni siquiera le dan un préstamo en el banco. Utiliza sus últimos ahorros para hacerlo. Con ayuda de la antigua ama de llaves de la familia, Teresa, una mujer de origen cubano sensata y misteriosa, como lo son todas en el libro, restaura el taller. En un par de semanas y con cuatro costureras, el taller comienza a recibir encargos. El número 9 de la calle Place Lucien de Gracia se ilumina con su escaparate. Simone tiene ideas nuevas, no le debe rendir cuentas a nadie y no tiene mucho que perder: es libre para hacer lo que quiera. Un día una mujer bajita llama a la puerta y se presenta como Gabrielle Chanel. Quiere comprar el prototipo de traje de baño que ha visto en el atelier. Su autora no sabe aún que esa mujer «blanca, delgada y nerviosa como una garza» cambiaría su vida para siempre y que tendría con ella más en común de lo que pensaba, aunque ella fuera provinciana y la otra parisina. Chanel tenía un plan: quería llevar París a Arcachon y lo haría a través de la ropa, su círculo y sus ideas; para ella, las fronteras entre hombres y mujeres no existían. Simone ve algo en esa mujer y se asocia con ella. Además, recibe una herencia de su tío; su patrimonio ahora es inmenso y si quisiera podría dejar de trabajar, pero eso no está en sus planes. Ella quiere ampliar su atelier, seguir vistiendo a sus vecinos de Arcachon y a los veraneantes. Sin embargo, ella y su socia tienen visiones diferentes: a Simone le importa el pasado y a Gabrielle solo el futuro. Ambas se necesitan y se han encontrado. Simone no puede manejar sus negocios sola y recurre a la persona que mejor la conoce, Teresa, a quien convierte en socia de algunos de ellos. También decide cortar su corsé con unas tijeras; así, de ahora en adelante, podrá sentir el roce de las telas en su piel y caminará sin nada que la oprima. Lo siguiente es un traje de baño ceñido y un vestido corto. Ya no hay vuelta atrás: Simone se ha convertido en una bohemia, una empresaria y una mujer libre que se viste como tal. En sus fiestas se tocan valses de Chopin y las Danzas eslavas, de Dvorák, y se recuerda Cuba, lugar de origen de Teresa, a través de su postre de mangos filipinos y azúcar morena. Los siguientes años los pasa en París, donde aún no intuye el drama de la Primera Guerra Mundial. Es una ciudad efervescente y en la que ocurre todo. Simone conoce el amor y el desamor de la mano de un conde polaco, Alexandre Luboski. Su vida de casada comienza de manera sobresaltada: en Sarajevo, el primo de su marido, el archiduque Francisco Fernando sufre un atentado que inicia una guerra. Simone, que lleva años viviendo en el Lutetia, añora Arcachon, lugar que empieza a cederle el protagonismo a otros como Deauville, donde Chanel busca abrir una nueva tienda. Mientras tanto, Simone se reinventa de nuevo y comienza a fraguar nuevas aventuras: ¿y si crea su propio aroma? La Primera Guerra Mundial acerca a las dos mujeres de una manera diferente. Ellas buscan la ilusión en sí mismas para sobrevivir al drama que invade Europa. En invierno de 1918, tras el armisticio, Simone regresa a Arcachon, al igual que Teresa, que vuelve tras una estancia en Cuba. La situación ha cambiado: la maison Chanel ya no pertenece a Gabrielle ni a Simone, que se plantea si lanzar su propia marca en su ciudad. No le quedan muchas más opciones: ahora el mundo es otro. Y de una guerra se sale con ganas de vivir y el mejor lugar para hacerlo en ese momento es La Habana, donde vive Teresa. La isla vive un momento dulce, cosmopolita. Es un buen lugar para que Simone reactive su empresa, a la que llamaría «S. Leblanc. Trópico». Sin embargo, Cuba es solo una etapa más de la vida de Simone: su destino está en París, pero en la ciudad comienza la ocupación alemana. Simone tendrá que decidir si vivir siendo cómplice del horror o ser fiel a sus ideales. La costurera de Chanel es una novela que huele a lavanda e incienso y sabe a mousse de chocolate, té de rosas con canela y soufflé de langosta. Tiene acento francés con un ligero deje cubano; si se acercan a las páginas lo comprobarán. En ella se escuchan la brisa del mar de Normandía, el sonido del París de comienzos del siglo xx y el de las burbujas de una copa de champagne. Inténtenlo: afinen su oído. En sus páginas viven personajes que están en los libros de Historia, como Gabrielle Chanel y Stravinski (y hay cameos de Diáguilev y un tal Christian Dior) y otros que queremos conocer más, como la señora Boucicaut, propietaria del hotel Lutetia; háganse un favor, cuando vayan a París visítenlo: ha sido testigo de la Historia. Y, sobre todo, en este libro viven tres mujeres memorables: Simone, Gabrielle y Teresa. Hay que conocerlas. Wendy Guerra (La Habana, 1970) es una de las escritoras más reconocidas de habla hispana. Multipremiada en Latinoamérica y Europa, vive fuera de Cuba desde 2021. Pese a haber publicado en su país tres de sus libros y conducido un programa de radio, ha declarado que allí «es una desconocida». Al menos, su reconocimiento es incomparable al que disfruta en Europa: fue nombrada en 2010 Chevalier de l’Ordre des Arts et des Lettres en Francia, y en 2016, Oficial de la misma orden. Su obra cubre poesía, narrativa y periodismo. Ha publicado las novelas Todos se van (2006, Premio Bruguera, Premio Carbet des Lycéens, una de las mejores novelas del año según El País, seleccionada por la revista Latina como uno de los nueve mejores libros del año escritos por un autor latinoamericano y llevada al cine por Sergio Cabrera), Nunca fui primera dama (2008; Alfaguara, 2017), Posar desnuda en La Habana (Alfaguara, 2011), Negra (2013), Domingo de Revolución (2016, libro del mes por The New York Times) y El mercenario que coleccionaba obras de arte (Alfaguara, 2018). Su obra ha sido traducida a más de veinte idiomas. La costurera de Chanel (Lumen, 2025) es su última obra. La autora escribió estas páginas entre trenes y aeropuertos, y quizás por eso hay en ellas movimiento y una cierta danza. Además, el libro está salpicado de música y podría tener su propia playlist. En él, ni los protagonistas ni los secundarios se están quietos. No pueden dejar de pensar, planear y, en definitiva, vivir con intensidad. Si Simone, Gabrielle y Teresa, el trío estelar de la novela, vivieran hoy, las llamaríamos emprendedoras. Entonces, con el siglo xx recién estrenado, eran mujeres que tuvieron que buscar su propio camino y lo encontraron. La moda fue el lenguaje que usaron para conseguir su independencia. Muchos de sus hallazgos los seguimos vistiendo hoy día, así que démosles las gracias a quienes los idearon. La nueva mujer necesitaba ropa cómoda, que no le apretara. La portada del libro nos recuerda de qué mujeres habla: de aquellas que se atrevían a tomar el sol en un traje ceñido cuando nadie lo hacía. La costurera de Chanel no es un libro histórico: es una ficción que se sustenta en personajes que forman parte de la cultura occidental del siglo xx. Reconoceremos a muchos de ellos. Sin embargo, la auténtica robaescenas es Simone, una criatura que sale de la imaginación de Wendy Guerra: una joven de Arcachon que, tras quedar huérfana, decide resucitar el taller de costura familiar. Ella es la metáfora de todas esas mujeres anónimas que fundan empresas, que, estando llenas de luz, trabajan a la sombra de otros nombres, de esas heroínas que, sin darse importancia, deciden luchar por lo que creen justo. Wendy Guerra no ha escrito un libro: lo ha cosido. Ella afirma que «puede ser una novela tan sencilla como un metro de lino crudo, tan compleja como un encaje hilado y urdido por una tejedora experta, una bordadora exquisita». En su costura hay puntadas caribeñas: el uso de palabras como zafar o tina nos recuerdan el origen de la autora. Hay mucha moda en él, que es una forma de decir que hay mucha profundidad, porque la moda concentra historia, economía, artesanía y arte. También hay salseo parisino, romance, erotismo y toques de comedia. Sus páginas tienen la modernidad del algodón y el ánimo protector y reconfortante del tweed. Si fuera una prenda de vestir, sería unos pantalones amplios, como aquellos con los que se paseaban Simone, Gabrielle y Teresa por París. Todo empezó con un anillo y unos trajes negros. Wendy Guerra los encontró en Cuba, en la casa de su familia política que tenía origen francés y polaco. Ese anillo, que había pertenecido a un conde, está en las páginas de este libro. También está esa ropa de aire Chanel creada por una modista francesa desconocida. Ahí estaban los mimbres de una novela que cruza la historia de Europa de la mitad del siglo xx. Pero ¿qué hay de ficción y de realidad en La costurera de Chanel? La autora ha investigado la historia y, en sus palabras, luego se ha «dejado ir, sustituyendo los vacíos históricos por la ficción». Es la misma técnica usada por Peter Morgan en The Crown y por Sergio del Molino en Un tal González. La imaginación rellena esos espacios y los convierte en literatura. Por ejemplo, ¿quién creó Chanel Nº5? El libro se atreve a fantasear con su autoría. El tándem protagonista lo forma un personaje inventado, Simone Leblanc, y otro real, Gabrielle Chanel, pero ya hay suficientemente escrito para saber que la vida de la diseñadora más importante del siglo xx tuvo mucho de fabulación. Por otro lado, Simone Leblanc podría haber existido. Diseñadoras como ella, que siempre han permanecido en un segundo plano, ha habido bastantes. En España está el caso de Flora Villarreal (1893-1977), de quien Vogue escribió que era un «verso suelto». Coetánea y amiga de Balenciaga, que llegó a tener un taller con cien personas a su cargo, creaba sus propios diseños y, a la vez, cosía bajo licencia piezas de la propia Chanel, Givenchy, Balmain y Dior. Se dice que sus vestidos de Dior estaban mejor hechos que los del propio couturier. Leblanc no solo era costurera, también era empresaria, como lo fueron Villarreal o figuras como Vionnet, Schiaparelli o Madame Grés. Este libro es un homenaje a esas pioneras. La moda sobrevuela toda la novela porque,como escribe Guerra en boca de su protagonista: «no es algo que solo exista en los vestidos. La moda está en las calles, en tu intimidad. La moda tiene que ver con las ideas, con la forma en que vivimos, con lo que está sucediendo dentro y fuera de ti». En ella aparecen direcciones parisinas míticas como Le Bon Marché o la rue Cambon, se habla de tejidos, técnicas, tipos de prendas, etc., y se despliega un buen conocimiento del tema. Una anécdota curiosa: en el capítulo en el que Simone se instala en La Habana se mencionan los almacenes El Encanto, el embrión de El Corte Inglés. Las ficciones sobre la moda viven un momento dulce: se recurre a la figura de diseñadores o diseñadoras para hablar de su tiempo. Algunos ejemplos son las series Cristóbal Balenciaga (Disney +), The New Look (Apple TV) o Halston (Netflix). Estructurado en cuatro partes, el libro se lee con la facilidad de la novela de aventuras. No es poca aventura que una mujer de esa época quiera vivir sin necesitar a un hombre, levantar su empresa y llevar vestidos cortos. Este es un libro, por si alguien lo dudaba, de mujeres: los hombres son acompañantes y están, como afirma la autora, en «profundidad de campo, creando conflicto». Tras leerlo es inevitable preguntarse cuántas Simones ha habido y cuántas historias nos hemos perdido. (c) Violant Muñoz Genovés (c) Mediâtica, agencia cultural
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