Por Violant Muñoz i Genovés
Aunque el gran Hitchcock dijo alguna vez que la receta del suspense consistía en que el espectador supiera más que el personaje -y ponía como ejemplo: un hombre está sentado en un sofá, debajo del cual hay una bomba; él no lo sabe pero el espectador sí, no siempre fue fiel a ese postulado. En películas. ¿Tan importantes? ¿Como psicosis o vértigo? El espectador asiste clavado a la butaca a unos hechos misteriosos o terroríficos. ¿Que suelen tener al final? La oscuridad que habita en mí, con la que Joaquín Camps eleva el thriller a un nivel nunca alcanzado en la narrativa española, pertenece a ese género. El lector va de sorpresa en sorpresa, literalmente absorbido por una trama bien provista de suspense y giros de guión. Hay crímenes, personajes con algo de Aníbal Lecter y algo de Norman Bates, un juego endiablado entre la realidad y las apariencias (psicópatas que no aparentan serlo y viceversa), varios hilos argumentales entrelazados e intriga a raudales. Sobre todo, casi nada es lo que parece ser y no falta una mente tan privilegiada como maligna orquestándolo todo entre bambalinas como el “Dios detrás del Dios” del famoso poema de Borges. La novela se abre con un impactante diálogo que da una pequeña pista. Pequeña lo que viene a continuación supera todas las expectativas sobre el terreno en el que se va a desenvolver el relato. En las obras de reforma de una casa Aparece una Mancha de sangre seca. Un viejo dicho sobre las buenas novelas sostenía que, si en la primera página aparece un un clavo en la pared en la última, un personaje debería usarlo para ahorcarse. Esa Mancha de sangre tendrá un destino parecido en “La oscuridad que habita en mí”. Inmediatamente el relato pasa a un ambiente muy distinto, casi idílico dentro de la relación de la pareja, como si antes de que se desencadenase la tempestad convenga un poco de calma. Los capítulos empiezan a estar fechados, el diálogo anterior no lo estaba. Es 2012, “...10 años antes de la desaparición de María...” nos anuncia el texto, deslizando ya un Elemento de suspense. La mujer de la pareja Cameron es una estadounidense de veintiún años, licenciada en Literatura Española por la Universidad de New York y reside en Barcelona que quiere escribir una novela en español y que, aunque convive con un guapísimo compatriota, siga esperando el que vaya a ser el hombre de su vida, algo que no podrá ser ningún hombre al que no haya visto llorar. Dueña de un particular sentido del humor escindida entre un yo-sensato y un yo-diva, según sus propias palabras, es pionera en el uso de las redes sociales y tiene una cuenta en Instagram a la que sube fotos de Barcelona. Cameron hace algunas reflexiones aparentemente cotidianas y sin trascendencia que apuntan (absolutamente nada es casual en esta excelente novela) a cuestiones que están en el fondo de la historia. Así, la idea de que “...la única libertad que tenemos es la de elegir a qué nos encadenamos...”, o “...que algunas mujeres priorizan algo muy autodestructivo como es el sentirse deseadas...” mostrarán su importancia en el desarrollo del relato. Muy pronto, Cameron encuentra a David, un barcelonés con todas las trazas de poder ser, el sí, el hombre de su vida. David es un genuino vástago del cogollo Barcelonés. Rico, guapo, orgulloso, mujeriego, egoísta, seductor, narcisista y un tiburón en lo profesional y en lo personal. Aquí la novela da un salto y pasa a 2020, “...dos años antes de la desaparición de María...”, como nos advierte el texto. Cameron se ha casado con David y vive en la lujosa zona de Pedralbes. Ella, que ya es influencer, conoce a una vecina, Eva, una guapa madrileña que vive con una hija adolescente, María. La relación entre ellas es la de dos buenas amigas que se admiran mutuamente. La única rareza de Eva es que se resiste a salir en las fotos. Ni siquiera en sus fotos de Instagram se le ve nunca claramente la cara. El plácido y maravilloso panorama: el matrimonio con David, bienestar económico, los planes de tener hijos, amistad con Eva, la compañía de su gato Míster Cohen (porque está convencida de que es la reencarnación de Leonard Cohen) salta por los aires el día en que Cameron recibe una foto en un sobre de su compañía de seguros en la que se ve a su marido besándose con una guapa morena en el reservado de un restaurante. E inmediatamente encuentra en la cocina de su casa en medio de charcos de sangre, el cadáver de una mujer desnuda, degollada y con una bolsa de plástico cubriéndole la cabeza. Alguien por detrás le aplica un paño húmedo en la cara y pierde el conocimiento cuando lo recobra dos horas después, su marido está con ella y el cadáver y la sangre han desaparecido. En cuanto a la foto, lo que ve ahora es una pareja de ancianos besándose en un restaurante, es la promoción de un seguro de vida enviado por su compañía. Lo cierto es que Cameron lleva un tiempo con miedo, teniendo ataques de pánico y creyendo ver intrusos, oyendo voces y perdiéndose por caminos conocidos de Barcelona. ¿Está sufriendo alucinaciones? ¿Nada de lo que cree ver es real?¿ Le está haciendo luz de gas David, su marido? Si es así, ella está durmiendo con quien puede ser su asesino. Cuando empieza a convencerse de que todo es producto de su imaginación, ve restos de sangre en los bigotes del gato. Cameron empieza a entrar en el túnel de la locura. Su psiquiatra Paul, tan sabio como encantador, norteamericano como ella y al que ya estaba acudiendo, se convierte en su único asidero y su mejor apoyo. Sobre todo cuando David la abandona y se iba a vivir con Eva, cuya filosofía de vida es que si las chicas buenas van al cielo, las malas van donde quieren. Abandonada por su marido, absolutamente desmejorada físicamente y con un diagnóstico de esquizofrenia paranoide, (la realidad es peor de cómo suena eso) se dice en la novela. La vida de Cameron se desmorona. Espía a su ex marido, a su ex amiga, busca por Barcelona a la mujer que aparecía besándose con su marido en la foto que recibió, cierra su cuenta en Instagram porque no se puede ser influencer de moda cuando la ropa no te sienta bien y tus seguidores lo quieren parecerse a ti, pero abre otra en la que cuelga postales que recibe de modo anónimo, en las que le cuentan algún secreto personal. Cameron se convierte en una especie de tarro vacío en el que cualquier cosa resuena. Paul, su psiquiatra, sigue siendo su gran asidero vital. La relación entre ellos da lugar a una serie de jugosas reflexiones que enriquecen la novela. Por ejemplo, que lo atroz de la invisibilidad es que te vuelva vulnerable o que a veces, como decía Kafka, creemos que caminamos cuando en realidad caemos. Que el dolor nos sirve para comprender y que las personas nos definimos por lo que hacemos, no por lo que decimos. Reflexiones sobre la utilidad de estar al borde de la muerte y sobrevivir. Un proceso que es como la fermentación de un queso, en el que algo se degrada pero queda una materia mucho más perfecta. O sobre la importancia del humor y la risa, que es como un trauma al revés. No hay higiene mental ni verdadera felicidad sin risas, son el canario en la mina cuando no cantan, algo va mal. Estas reflexiones marcan un contrapunto a la intriga y el terror que van envolviendo el relato. Porque pronto aparece otro cadáver, también degollado en la casa de Cameron, y los hechos se precipitan. María, la hija adolescente de Eva, efectivamente desaparece como nos venía anunciando el texto. La policía investiga a Eva por un pasado turbio que incluye el asesinato del padre de su hija, y una sospechosa ganancia millonaria en la lotería. Cameron recibe alguna postal con un mensaje que alude a su situación y a cosas que nadie debería saber. La duda que flota constantemente sobre la historia es si Cameron es un trasunto de Norman Bates de Psicosis, que comete sus crímenes con otra personalidad y sin conciencia de cometerlos. Ella misma llega a preguntárselo porque muchos indicios la inculpan, pero ella nunca recuerda nada. Y como ella, el lector tampoco asiste a los crímenes, solo a su descubrimiento. Cameron sufre ausencias, periodos en los que no es consciente de lo que hace y de los que nada recuerda; y sabe que durante esas ausencias puede hacer barbaridades. No puede confiar en sus propios sentidos ni en su mente. Y reconoce “...yo el peligro lo llevo dentro, me intriga ese otro ser que habita en mí...” La combinación de la medicación que toma con el alcohol, la que se siente incapaz de renunciar, resulta explosiva en una estructura neuronal esquizoide como la suya, le explica Paul, su psiquiatra, que también le advierte, “...tu capacidad de razonamiento está nublada y tú no te das cuenta, precisamente porque tu capacidad de razonamiento está nublada..” “...Quizá lo más difícil de esta vida es renunciar al renunciamiento...”, le dice también su psiquiatra. “...Salir de la desesperanza, del abandono total, la inercia, como cualquier otro refugio en el que los humanos nos instalamos, puede llegar a ser muy acogedor...” La oscuridad que habita en mí es un thriller construido con los mejores ingredientes del género sabiamente mezclados y desarrollados. Un thriller moderno que no desdeña, sin embargo, los elementos clásicos al estilo de la gran Agatha Christie, como la abundancia de sospechosos y al final, que explica todo sin dejar ningún cabo suelto. Aunque aquí no hay un Poirot que reúna a todos los personajes en una habitación para alardear de sus dotes deductivas. La policía, de hecho, no acierta a desvelar el misterio. El autor recurre a un procedimiento semejante, desandando todos los pasos desde el principio en una recopilación que contesta todas las preguntas y ata todos los cabos. Y demuestra que “...el infierno es la verdad vista demasiado tarde...” La nueva novela de Joaquín Camps levanta muchas expectativas en su planteamiento y no las defrauda. El final está totalmente a la altura de lo que ha sido su trepidante y absorbente desarrollo. Como corresponde al género en que se inscribe esta novela, predomina la intriga, la tensión, el horror, la duda constante sobre los hechos de la trama, pero contiene también otros asuntos no menores alrededor de esta columna vertebral. Es, por ejemplo, un descenso a los infiernos de la locura y una inmersión en la complejidad del cerebro humano. Trata de las redes sociales, cuyo éxito, como se dice en la novela, se basa en algo frívolo y todo los frívolo es endeble; de la infidelidad y los efectos devastadores que puede tener en la persona traicionada; de cómo la lástima no funciona a largo plazo; y de los traumas de la infancia, ese secuestrador que, a cambio de liberarnos, se queda para siempre con algo de nosotros. De esa peculiar forma de corrupción o prostitución de las adolescentes que buscan hombres maduros, adinerados, que les satisfagan sus caprichos, esa figura conocida como el Sugar Daddy. Del egoísmo de los miembros de las clases más acomodadas y de la dureza que pueden emplear los de las clases bajas para ascender en la escala social. Es también una novela en la que el paisaje urbano de Barcelona, pero también de Nueva York, tiene una importancia destacada. Una Barcelona cosmopolita y pueblerina, sofisticada y paleta, gris y desolada. La oscuridad que habita en mí es también un juegos meta literario salpicado muy ocasionalmente de un sutil sentido del humor que aligera la tensión de la trama. Una trama construida con la precisión de cirujano que tiene algunos guiones de David Mamet, esos en el que alguien levanta una tramoya perfecta que atrapa la víctima y embelesa al espectador.
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