Por Violant Muñoz i Genovés
Marina Greco, de testigo discreta de cientos de historias de amor a promesa de la literatura romántica. Tras diez años al frente de Lagrimones, escuchando historias de amor para ponerles palabras y voz, Marina Greco presenta su primera novela. El horizonte que nos prometimos no es la historia de un amor épico. Cuenta un amor de verdad, tejido con los sentimientos más puros y auténticos de los que su autora ha sido testigo de excepción. Con 11 años, Marina Greco empezó, sin saberlo, a escribir las primeras líneas de su proyecto Lagrimones, desde donde redacta textos personalizados para momentos especiales. Hoy, aquellos discursos para la jubilación de una profesora de matemáticas o las notas de amor de su primo para su primera novia… han dado paso a un auténtico taller artesanal en el que Marina da vida y voz a unas emociones que han sido también el motor de su primera novela, El horizonte que nos prometimos. Gracias a Lagrimones, una idea que nació en 2014 y que «ha ido creciendo poco a poco, como un hobby que se me fue de las manos»– explica la autora–,«he tenido la ocasión de colarme en más de 250 historias de amor: de conocerlas, vivirlas y contarlas». Votos matrimoniales, discursos de boda, regalos de cumpleaños, o cartas para un ahijado o unos abuelos que «me han conmovido y que me han mostrado cientos de formas reales de sentir, de amar, de soñar”. Esta novela no narra un amor épico; cuenta la historia de un amor de verdad. El que empieza cuando en la pantalla sale The End y la vida se entromete para complicar las cosas. En el que hay que luchar por el otro. El que da más miedo, porque es auténtico y puede convertirse en eterno. Cuando Elena y Jero se conocen en la otra punta del mundo, ambos buscan curar sus heridas en solitario. Sin embargo, entre las playas. Poner palabras e incluso voz a todas estas historias, ha dado forma a un auténtico museo de emociones. Pasiones, anhelos, decepciones, abrazos y miradas que son irrepetibles pero también inspiradoras. El horizonte que nos prometimos es una ficción tremendamente real. Una novela construida con los sentimientos más puros y auténticos que Marina Greco ha conocido en los diez años de vida de Lagrimones. Islas paradisíacas y los amaneceres inolvidables de Sri Lanka, se sorprenden coleccionando momentos que creían que jamás vivirían. El amor les atraviesa y desordena todos sus planes, pero el viaje termina y deben regresar. Ella a Madrid y él a Barcelona. ¿Serán capaces de vencer sus miedos y luchar contra un destino que se empeña en alejarlos? © Violant Muñoz i Genovés © Mediâtica, agencia cultural
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Por Violant Muñoz i Genovés
El Maestro está de vuelta. Andreu Martín regresa con una novela de grandes dosis de humor negro, en la que realiza una radiografía a la justicia (o injusticia) a la propia policia y a esta red de mafias que domina cada día más la ciudad de Barcelona. Muestra la Barcelona más oscura, aquella que se intenta mantener oculta, la que no debe mostrarse al público. Marc Olván es un abogado de oficio en horas bajas, enamoradizo y alcohólico, que no pasa precisamente por un gran momento. Lidia Pedralba es una madre desesperada porque su hijo está en prisión preventiva, a la espera de juicio, acusado de violar a un niño de cuatro años. Pedralba necesita un abogado para actuar contra Daniel Trujillo, el juez que ha enviado a la cárcel a su hijo sin ni siquiera escucharlo, a la vez que ha dejado en libertad al jefe del peligroso clan de los Klimovski, que ya hace unas décadas que controla el tráfico de drogas y armas en Barcelona. Olván será el escogido para llevar a cabo la investigación. No lo tendrá fácil: en una ciudad que es escenario de la escisión de los partidos independentistas, el tal Trujillo se cree el amo del mundo. Él y sus amigos, como el inspector Regueira, dictan sentencias y órdenes expeditivas y se lo pasan en grande en la discoteca Racket, un local de moda nocturno de Barcelona donde se encuentran encantadoras mujeres y extravagantes personajes. Olván se implicará a fondo en el caso y será testigo de las idas y venidas de Trujillo con los Klimovski, y de las luchas internas del clan. Andreu Martín, es un escritor especializado en novela negra y policíaca desde 1979, y comparte sus conocimientos como profesor en el Ateneu de Barcelona. © Violant Muñoz i Genovés © Mediâtica, agencia cultural Por Violant Muñoz i Genovés
La poeta Júlia Peró debuta en la novela con una obra incómoda, tierna y estremecedora a partes iguales, que pone sobre la mesa la vejez y una soledad y un deseo de los que apenas se habla. A Olvido ya nada le parece más evidente que la vejez. Y su soledad. Hace tiempo, demasiado, que su cuerpo se ha llenado de colgajos, ha empezado a deformarse lentamente como el recibidor de su piso, cada vez más frío, húmedo, amenazante. Tanto que Olvido ya no sale de casa ni quiere atender el telefonillo o mirarse en el espejo de la entrada para no tener que atravesar esa estancia de olor acre y paredes de gotelé que se le echan encima. A resguardo en su saloncito, se limita a esperar que el tiempo pase mientras toma café, pinta en su libro para colorear, recita haikus o discute con el gato. Y a la par que espera, intenta hacer memoria. Recuerda, entonces, que un día sonó el timbre y ella temió que fuera un ladrón pero en la puerta había una chica que venía a cuidar de la casa y de ella. La chica tenía la voz suave y una juventud que parecía ser la cura para su soledad. Y una melena negra, espesa, la piel canela, los ojos, los labios: tan bella, pensó Olvido, que la vejez no sabría por dónde empezar a roer. El ritual se fue repitiendo: sonaba el timbre, la chica entraba, traía comida, ventilaba la casa y cuidaba con ternura a Olvido, que de pronto creía ver a su acompañante por primera vez y después recordaba, o fingía recordar, con algo de dificultad y el deseo abriéndose paso en ella, creciendo en cada roce con ese cuerpo lozano. Y trayendo consigo celos, fantasías, vergüenza y frustración ante tanto apetito no saciado. Olvido recuerda también una discusión, un forcejeo en el recibidor. Ahora la chica ya no viene. La nevera está vacía, el libro para colorear, completo y la memoria carcomida de Olvido, mezclándolo todo: la chica, una discusión, las manos cubiertas de grasa de su padre, sus muslos de niña también cubiertos de grasa, ella y su madre marchándose lejos de casa, la madre muriendo vieja y senil en una residencia. Sentada a pocos metros de ese recibidor que tanto miedo le da y hace que su soledad sea aún más absoluta, no sabe bien por qué, Olvido espera que las horas pasen o la muerte venga mientras un ejército de hormigas se prepara para escarbar otro hormiguero. Escritora y artista multidisciplinar, Júlia Peró debutó en 2020 con un celebrado poemario, Anatomía de una bañera, al que le siguió la publicación de Este mensaje fue eliminado, un proyecto a caballo entre la poesía, la narrativa y la experimentación conceptual que se gestó en Instagram y se convirtió en libro en 2021. Explorar formatos de escritura y registros es, sin duda, uno de los motores creativos de una autora joven y polifacética que da el salto a la novela con “Olor a hormiga”, una obra cruda, tierna y perturbadora a partes iguales, que orbita en torno a la vejez. La acción irreversible del tiempo, un hilo que recorre sutilmente toda la producción literaria de Peró a través de motivos como la muerte, el duelo o los mensajes que borramos de nuestras conversaciones cotidianas, cristaliza ahora en las arrugas, la espalda encorvada, los olvidos y la confusión de una anciana que, aislada, lidia con la senectud y su compañera más temida, la soledad. Con apenas dos personajes femeninos y un gato entre cuatro paredes, Júlia Peró compone una historia que cuenta con los ingredientes más característicos de la novela de horror gótico: una mujer encerrada, una casa que se describe como un personaje más y no es refugio sino prisión, y una voz narrativa muy poco fiable que se trama entre lagunas de memoria, recuerdos distorsionados, fantasías, trampas mentales y contados destellos de lucidez. En este género narrativo, que tradicionalmente ha sido expresión de tabús, pulsiones reprimidas y miedos colectivos, la autora encuentra una batería de recursos para hacer frente a los fantasmas y narrar la vejez entendida como una decadencia física y mental que no se elige, simplemente sucede; pero también, como una realidad incómoda que se suele invisibilizar o, en el mejor de los casos, reducir a un puñado de inofensivos lugares comunes. Entre aquello que Olvido nos cuenta y la forma que adquiere un relato salpicado de bucles, desdoblamientos y ambigüedades existe una correspondencia que es la manifestación misma de una conciencia carcomida por la edad, el aislamiento y el miedo latente, y al mismo tiempo, de todo aquello que se le niega a la representación de la vejez: el deseo, el sexo, la vergüenza, la rabia y la frustración. Al ritmo de una narración que mezcla y yuxtapone presente, pasado e imaginación, Olor a hormiga se revela como una novela que combina terror y gestos del thriller, y a su vez, como una inesperada historia de amor no correspondido, un relato de violencias domésticas que, como los traumas de infancia de la protagonista, discurre bajo la superficie, y una obra atravesada de metáforas donde entre zánganos, una casa tomada por las hormigas y el contacto de un cuerpo viejo con otro que irradia juventud, se halla un modo de insinuar lo que la memoria borra, los silencios esconden y la lengua no puede expresar de forma directa. A través de la delicada sencillez de un haiku o del horror y lo siniestro que se materializa en un recibidor sombrío, los estremecedores retazos de memoria de una anciana y aquello que la mujer calla, Júlia Peró hurga, con atrevimiento y una singular sensibilidad, en la intimidad. Brutalidad y belleza, tanta violencia y carencias como ternura, se conjugan en las páginas de una primera novela que, anclando allí donde soledad, deseo y dolor se entrelazan y alimentan mutuamente, da voz y restituye el cuerpo a una vejez femenina que, nos recuerda Olvido, es vista apenas como pura obsolescencia, un resto de existencia en el que la posibilidad de amor parece no tener cabida. © Violant Muñoz i Genovés © Mediâtica, agencia cultural Por Violant Muñoz y Genovés
El escritor Ulises Bértolo nos presenta en La Dama del norte, un infierno dominado por hombres. donde ELLA fue la reina indiscutible. Recrea de forma extraordinaria y realista la vida de Ana Garrido, la mujer que lideró el narcotráfico en España. Esta adictiva novela mezcla el ritmo trepidante de los mejores thrillers de acción con la mirada íntima de una vida fuera de lo común. Ana Garrido quiere volar, aunque no lo tendrá fácil. Nacida en la localidad asturiana de Degaña, es la pequeña de cinco hermanos, ve cómo su padre, minero, casi se deja la vida en el trabajo y su madre es un ama de casa sacrificada. Pero ella quiere dejar de ser una niña pobre de las minas asturianas. Siendo una adolescente, irá a casa de su madrina en Lérida para trabajar en Sederías Catalanas, la tienda más importante de la ciudad. La idea es que se labre un porvenir, acorde con lo que esperaría su familia, pero en aquel lugar conocerá a la reveladora Camile. La esposa del dueño del establecimiento es una francesa cuya visión de la vida influirá fuertemente en Ana, que ya empieza a replantearse el mundo regido por los hombres y a mostrar su ingenio. Sin embargo, la muerte de su hermano Ino a manos de un Guardia Civil será difícil de asimilar para ella. Perderá la fe en Dios. Comienza a salir con Silverio, con quien se casará pero también la decepcionará hasta extremos inimaginables, llegando al mal trato. Ana logra salir de todo ello, y ahora sí, iniciar un nuevo camino. De la mano de su cuñado y el hachís se introducirá en el narcotráfico. El éxito de sus primeros pasos con el hachís y la ambición por querer escapar de un pasado ligado a la pobreza, hará que la protagonista busque crecer en el negocio. La Fuente, una discoteca manejada por los Colombianos en Madrid será la puerta que le de entrada a demostrar sus dotes en el narcotráfico a gran escala. Ana, que se ganará la confianza de sujetos despiadados, será conocida como la Rubia. Y la Rubia quiere poder. Mucho más poder. Siendo la gran excepción, como mujer y madre de un niño, logrará controlar en España una industria criminal dominada por los hombres. En el mundo al que ahora pertenece, las traiciones se pagan con la propia vida y con la de los seres queridos. Aunque para los narcos no hay segundas oportunidades, para Ana sí hay posibilidades de resurgir. Eso logrará tras ser traicionada por uno de sus colaboradores. La protagonista se verá obligada a huir hasta Colombia. A su vuelta, y a pesar de empezar de cero para poder ascender a la cumbre criminal, Ana terminará entre rejas, condenada a más de treinta años de prisión por dirigir el mayor alijo de cocaína jamás decomisado en Europa, en la llamada Operación Temple. Aún así, no se arrepiente. Ella es la Dama del norte. Esta extraordinaria novela nace del testimonio real de su protagonista, que lideraba un alijo de 14.000 kilos de cocaína incautados en el barco Tammsaare y en una vivienda de A Pobra do Caramiñal en julio de 1999. Pero la historia de La Dama del Norte, narrada en una cautivadora e íntima primera persona, no se centra únicamente en el caso de la captura de la protagonista, sino en la profundidad de una vida llena de dobleces, fatalidades y decisiones que la encumbraron en un mundo peligroso en el que las mujeres parece que tiene poco que decidir. Ulises Bértolo, recrea la voz de Ana con una cercanía abrumadora. Así, narra toda su vida incluso desde antes de entrar en la industria del crimen, como su infancia en Asturias y sus vivencias en Lérida. Aunque será a partir de sus primeras experiencias con el tráfico de hachís, de la mano de su cuñado, cuando la trama avanzará con el ritmo de un thriller vertiginoso hasta su detención, condena y permiso para salir de prisión. El misterio y la crueldad de un universo tan oscuro no darán tregua a los lectores, que se sorprenderán con todo lo que hay detrás de esta mujer, sus cómplices y sus enemigos. En La Dama del Norte hay escondites, lujos y excesos, operaciones criminales millonarias, cambios de identidad, persecuciones, torturas y arrestos. Todo ello con una base real. Porque Ana Garrido existe y sigue viva. Y el mundo al que ella perteneció también perdura con otros rostros y grandes golpes policiales. El autor logra equilibrar de forma brillante la trama criminal con las motivaciones personales de la protagonista. Así describe la atmósfera interior de Ana, sus temores por cómo puede afectar la vida que ha escogido voluntariamente a su familia, sus desengaños amorosos y su enorme ambición, junto a sus impactantes vivencias llevadas al límite. La protagonista es un sujeto fuera de lo común que genera empatía y atracción, pero su retrato, aunque novelado, no busca su redención. Sí, nos atrapa, pero también puede provocarnos rechazo por sus anhelos. Los lectores serán testigos de cómo se mueven los hilos en las altas esferas de los narcotraficantes, cuáles son sus códigos internos, los enfrentamientos entre las distintas facciones de delincuentes, los retratos de sus integrantes desde los narcos colombianos a los capos gallegos y sus respectivos secuaces y de qué manera se llevaban a cabo las investigaciones policiales, con las escuchas como la principal vía para lograr el botín. Y es que el autor logra construir cada una de las escenas elegidas con grandes dosis de realismo y de acción. © Violant Muñoz i Genovés © Mediâtica, agencia cultural Por Violant Muñoz i Genovés
EL SACRIFICIO DE UN HOMBRE, LA LUCHA DE UNA FAMILIA, LA CONCIENCIA DE UN PAÍS. El 5 de marzo de 2013, Nicolás Maduro, sucesor designado por Hugo Chávez, anunció la muerte del dictador, aunque —nos explica Javier Moro— luego se supo que había fallecido tres meses antes. Este secretismo sirvió para que Maduro manipulase la situación y se asegurase las elecciones presidenciales, concluye el autor. En 2014, tras liderar las manifestaciones de protesta contra el régimen de Maduro, el joven activista Leopoldo López tuvo que enfrentarse a una complicada: abandonar Venezuela y seguir luchando por la libertad de sus compatriotas en el extranjero, o permanecer en Caracas y correr el riesgo cierto de una durísima condena de cárcel. No lo dudó ni un instante. Se metió en la boca del lobo. Y se convirtió en héroe. En un juicio amañado, fue condenado a catorce años de prisión. Esta es la historia de cómo sobrevivió, de cómo sus padres y, sobre todo, su esposa, Lilian, movieron cielo y tierra para conseguir su liberación. Y, al hacerlo, desenmascararon ante el mundo la verdadera naturaleza del régimen. Con el estilo lleno de fuerza que lo ha convertido en uno de los autores actuales más respetados, Javier Moro ofrece en estas páginas el relato de unas vidas que tuvieron que pasar de la normalidad a la excepcionalidad y que, por ello, resultan tan apasionantes como ejemplares. Con Nos quieren muertos, Javier Moro firma una de las mejores novelas de no ficción periodística de los últimos años. Basándose en una profunda investigación en distintas fuentes y archivos, en una completa bibliografía —que ha incluido al final del libro— y en entrevistas personales con los protagonistas, ha construido una obra profunda, trepidante como el más interesante de los grandes reportajes y tan absorbente como sus mejores novelas históricas. Los hechos narrados abarcan un decenio, desde la proclamación de Nicolás Maduro como presidente de Venezuela, en 2013, hasta la actualidad. Hay, naturalmente, menciones a hechos anteriores, que ayudan a enmarcar los acontecimientos narrados y completan el retrato de los principales personajes. La novela sigue un desarrollo cronológico. Está dividida en tres partes, correspondientes a las tres fases de la aventura vital de Leopoldo y Lilian, y de la misma Venezuela durante el período 2013-2023. La primera parte, «EN LA BOCA DEL LOBO», describe el nacimiento de las protestas contra Maduro hasta el ingreso en prisión de Leopoldo. La segunda parte, «SALVAR A LEO», narra la dureza de su encierro, los esfuerzos de Lilian, los padres de Leopoldo y sus colaboradores por conseguir su libertad, y los momentos más importantes del proceso que acabaría con una condena de catorce años de prisión. La tercera parte, «¡LA LIBERTAD, HERMANO!», se inicia con su salida de prisión para cumplir un arresto domiciliario y los hechos que culminaron con su exilio en Madrid. LEOPOLDO LÓPEZ (Caracas, 1971) procede de una familia vinculada con la política venezolana desde principios del siglo XX. De hecho, el prólogo de Nos quieren muertos nos lleva a Puerto Cabello, en 1925, cuando el doctor Eudoro López —cirujano con un posgrado en la Sorbona— es liberado del castillo de San Felipe, convertido en prisión por el dictador Juan Vicente Gómez, un enemigo contra el que lleva luchando casi dos décadas. El combativo doctor López era el bisabuelo de Leopoldo. Leopoldo López estudió Economía y su primer empleo fue en la compañía Petróleos de Venezuela, en la oficina del Economista Jefe. Realizó, además, un máster en Políticas Públicas en la prestigiosa Escuela de Gobierno John F. Kennedy, de la Universidad de Harvard. En 2009, presentó el movimiento opositor Voluntad Popular. Fue alcalde del distrito caraqueño de Chacao entre 2000 y 2008. Su desafío al gobierno de Chávez le valió una continua persecución política. Dice de él Javier Moro: «...Leopoldo López se había distinguido por una gestión transparente y eficaz. Gran orador, se hizo rápidamente muy popular, tanto que las encuestas lo daban ganador a la alcaldía de la Gran Caracas y lo colocaban como rival de Chávez en unas eventuales elecciones. El comandante olió el peligro y echó mano del director del Tribunal de Cuentas, un dócil aliado, que inhabilitó a su adversario para cargos públicos bajo la falsa acusación de uso indebido de fondos estatales. Así fue como le cortó las alas. Ya Venezuela había dejado de ser una democracia...» LILIAN TINTORI (Caracas, 1978). Esposa de Leopoldo López y madre de sus tres hijos: Manuela, Leopoldo Santiago y Federica. Se graduó en Educación Preescolar en la Universidad Católica Andrés Bello y ejerció unos años como maestra. En 2002, obtuvo un certificado de locución en la Universidad Central de Venezuela. Durante seis años trabajó en diversos medios de comunicación, tanto radio como televisión. En 2009 se diplomó en Comunicación Política en su antigua universidad. Cuatro años después, en 2013, se graduó Coach por la International Couching Community. Es una destacada deportista, antigua campeona de su país en kitesurf y habitual corredora de maratones. Después de la detención de Leopoldo, en 2014, multiplicó su presencia pública en defensa de las víctimas y represaliados por el régimen de Nicolás Maduro. Tras sus entrevistas con varios dirigentes internacionales, entre ellos los presidentes en ejercicio de Estados Unidos, España, Argentina, Chile, Brasil y México, convirtiéndose en el rostro internacional de la oposición venezolana. Es imposible incluir en el dosier todos los personajes que cuentan con un papel importante en este drama venezolano. Además de los padres de Leopoldo López —DOÑA ANTONIETA MENDOZA y DON LEOPOLDO LÓPEZ—, amigos y colaboradores de Leopoldo López y Lilian Tintori, políticos venezolanos e internacionales, funcionarios, jueces y fiscales, militares, empresarios, diplomáticos, etc., Javier Moro recupera la memoria de estudiantes y de trabajadores asesinados y represaliados, y de otras víctimas del régimen de Maduro. La mayor parte de la narración de Nos quieren muertos está situada en diversas localizaciones del área metropolitana de Caracas. La otra ciudad con un peso específico importante en la novela es Madrid, en donde Leopoldo y Lilian viven en la actualidad con sus tres hijos. Viajamos, además, a otras ciudades venezolanas y capitales internacionales. Estos son cuatro de los escenarios con mayor presencia —real y simbólica— en el libro. Prisión de Ramo Verde. Centro penitenciario militar situado en Los Teques, capital del Estado de Miranda, y que forma parte —en el sudoeste— de la Gran Caracas. Es conocida por su estricta disciplina, reservada a militares y a civiles que, como Leopoldo López, el régimen considera un riesgo para la seguridad del Estado. La Tumba. Se llama así al quinto sótano situado bajo el edificio de la sede del Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (SEBIN), en la plaza Venezuela, de Caracas. Se ganó una terrible reputación durante las protestas de 2014 y 2017. Dispone de celdas pequeñas en las que los detenidos son sometidos a un aislamiento controlado con cámaras y micrófonos. Residencia y embajada de España. Leopoldo y Lilian se refugiaron en la residencia de la embajada de España. Las oficinas de la legación se encuentran en la avenida Mohedano, en La Castellana. Ambos complejos están situados en el municipio de Chacao, el más próspero de la capital, del que Leopoldo fue alcalde. Palacio de Miraflores. Sede del Gobierno de Venezuela. Allí está ubicado el despacho oficial del Presidente de la República. Se encuentra en la zona centro-oeste de Caracas, no muy lejos del Palacio Federal Legislativo. Aunque comenzó a construirse durante la presidencia de Joaquín Crespo (1884-1886), no empezó a utilizarse como Palacio Presidencial hasta 1900, bajo el gobierno de Cipriano Castro. Javier Moro es uno de los autores más queridos por los lectores y valorado por la crítica del panorama literario en español. Periodista y escritor, también ha trabajado en el mundo del cine como guionista y productor. Entre sus libros, destacan Senderos de libertad (1992), El pie de Jaipur (1995), Las montañas de Buda (1998), Era medianoche en Bhopal (2001), en colaboración con Dominique Lapierre, Pasión india (2005), El sari rojo (2008), El imperio eres tú (Premio Planeta, 2011), A flor de piel (2015), Mi pecado (Premio Primavera, 2017), y A prueba de fuego (2020). © Violant Muñoz i Genovés © Mediâtica, agencia cultural Entrevista a Virginia Garzón Albiol por su novela "Un tesoro en el ovlido" publicado por Ediciones B11/22/2023 Por Violant Munoz i Genovés
«La baldosa hidráulica es un arte en peligro que debemos proteger» .- ¿Cuéntanos cómo nació la idea para escribir la novela? El artículo «Los Robin Hood de los suelos», de la periodista Ana Sánchez me descubrió una realidad que yo desconocía, la de los rescatadores de baldosas. Las recogen de los sacos de escombros y las salvan de la destrucción. Barcelona, como tantas otras ciudades, es objeto de una especulación urbanística salvaje y estamos perdiendo auténticas obras de arte. Gracias a los cazadores de baldosas, conservamos parte de este patrimonio artístico e histórico. El tema me fascinó y, cuanto más investigaba, más descubría la importancia que los pavimentos hidráulicos tuvieron durante el Modernismo. Algunos diseños contaron con los artistas más reputados del momento, como el dragón protagonista de la novela, obra de Lluís Domènech i Montaner y que figura en el catálogo número 6 de la fábrica Escofet (año 1900). Enseguida sentí la necesidad de escribir una novela sobre las baldosas hidráulicas para devolverles el lugar que les corresponde. La idea de relacionarlas con un tesoro surgió de forma espontánea, porque cada una de ellas es un pequeño tesoro. .- ¿Te costó adentrarte en el mundo de las baldosas y contactar con los expertos en el tema? El artículo de Ana Sánchez me descubrió a dos rescatadores de baldosas, Alberto Twose y Joel Cánovas, más conocido como The Tile Hunter. Primero curioseé sus redes sociales para ver lo que hacían, y luego los contacté para entrevistarme con ellos. En el transcurso de la investigación descubrí un libro fundamental para la escritura de la novela: L'art del mosaic hidràulic a Catalunya, de Jordi Griset, publicado hace dos años en castellano como El arte del mosaico hidráulico. Él y su libro fueron esenciales para comprender la belleza y la importancia de este tipo de suelos durante el Modernismo. Con el libro descubrí la existencia de Mosaics Martí, un taller de Manresa que continúa fabricando baldosas hidráulicas al estilo tradicional. Albert Martí, nieto del fundador, me abrió las puertas del taller y, con Jaume Torrejón, maestro mosaísta, fabriqué tres baldosas. Todos fueron encantadores y respondieron a mis preguntas, incluso las más extrañas. El personaje de Bernat se hace querer, da vida a uno de los cazadores de baldosas. .- ¿Cuánto de real hay en él? Bastante. Me inspiré en The Tile Hunter, con el que me he reunido en numerosas ocasiones. Es imposible hablar con él y no sentir su pasión por las baldosas hidráulicas. Hace poco me dijo una frase que resume muy bien su sentir: «no hi ha rajola lletja», «no hay baldosa fea». Siente una imperiosa necesidad de rescatar todas las baldosas posibles, porque la alternativa es su destrucción. Se desvive por salvarlas, a pesar del dolor de espalda que conlleva cargarlas, del estrés de no saber dónde guardarlas porque tiene muchas, miles. Le aprecio muchísimo y le considero un buen amigo. Bernat no existiría sin Joel. .- ¿Podemos encontrar en Barcelona los seis dragones idénticos? En Barcelona hay unos cuantos dragones idénticos, pero no los de la novela. Esos son producto de mi imaginación. O mejor dicho, de la de Florencio. Sí son reales las localizaciones del dragón original de Domènech i Montaner en el Ateneu, MNAC y Farmacia Bolós. .- ¿Ve la autora una Barcelona diferente una vez terminada la novela? Por supuesto. Veo una ciudad llena de arte por todas partes. Un arte que está en peligro y que debemos proteger. Es parte de la historia de la ciudad, de nuestra gente. También veo dragones en cada esquina, lo que resulta un poco inquietante. .- El personaje de Clara al inicio de la historia, es una figura desconfiada, que no cree en la fantasía. ¿Dirías que su relación con los cazadores de baldosas, con Gisela, ¿le abre las puertas a un mundo nuevo? Estoy convencida de ello. Gracias a la relación que mantiene con todos ellos, se abre al mundo, a la vida. Como en el mundo real, la relación con los demás es lo que la hace evolucionar. .- De los distintos barrios que mencionas en la novela, Galvany tiene un papel fundamental. ¿Por qué has escogido este barrio y no otro? Por un tema sentimental. Era el barrio de mi familia materna y, también, el mío durante muchos años. Que el domicilio de Clara esté en la calle Madrazo no es casual, como tampoco lo es que su abuela Teresa trabajara en el mercado Galvany o que haya escenas en la panadería Roura, el rápido Lodeiro, la perfumería Marta o la librería Casa Usher. Ha sido mi manera de homenajear al barrio y a su pequeño comercio. .- En la novela se trata con naturalidad el tema de las relaciones sentimentales entre mujeres. ¿Para ti era importante darle este enfoque? Sí, porque es un reflejo de nuestra sociedad actual. Durante décadas, en este país las mujeres lesbianas, y el resto del colectivo LGTB Q +, no han podido disfrutar de los mismos derechos que las parejas heterosexuales y, encima, han sido perseguidas, como refleja la historia de Teresa, la abuela de la protagonista. Me parecía importante señalar esta mejoría y, de este modo, celebrarla. .- ¿Tendremos pronto otro tesoro por descubrir? ¿Estás trabajando en otro manuscrito? Estoy a punto de terminar el primer borrador de mi siguiente novela. Todavía le falta trabajo, pero la historia ya está bastante dibujada. Por superstición, prefiero no desvelar todavía nada de la trama, aunque sí puedo adelantar que va sobre el mundo del cine. ¿Qué mensaje quieres trasladar a los lectores de tu novela? Espero que la novela les haga mirar de otra manera el suelo que pisan. También me gustaría que la historia de Clara, Florencio y los demás personajes les invite a soñar. A veces los sueños se cumplen. Con esta novela yo he cumplido el mío de publicar en una editorial tradicional, y nada menos que en Ediciones B. Me siento muy afortunada y agradecida. © Violant Muñoz i Genovés Por Violant Muñoz i Genovés ¿Qué le dirías a tu madre que no le has dicho nunca? ¿Y si hubiera cosas que no sospecháis la una de la otra? Tras la estela del éxito de “Mujeres que compran flores”, que ha vendido más de 300.000 ejemplares y se ha publicado en más de veinte países, la nueva novela de Vanessa Montfort explora los complicados lazos entre madres e hijas con una historia emocionante, tierna, cómica e inteligente que cautivará tanto a unas como a otras. Porque no todas las mujeres son madres, pero todas son hijas. Mónica entrena perros para la Policía Nacional, aunque siempre ha querido ser detective, y debe lidiar con una madre que llama permanentemente su atención. A raíz de la extraña muerte del paseador de perros del barrio, se encargará de investigar qué sucedió recuperando el contacto con su grupo de amigas de la infancia, ya que sospecha que sus madres ocultan algo. Se hacían llamar «las malas hijas» y, aún hoy, no consiguen sentirse lo suficientemente buenas: una actúa como madre de su propia madre; otra se sintió abandonada por su progenitora; otra nunca ha escuchado que esté orgullosa de ella... ¿Conseguirán reconstruir sus relaciones maternofiliales como mujeres adultas? ¿Descubrirán el misterio de la muerte Orlando? Estos enigmas se resolverán bajo la atenta mirada de los perros que paseaba, quienes también tendrán mucho que decir sobre cómo manejamos las relaciones humanas. «A los siete años le dices: mamá, te amo. A los diez: mamá, te quiero. A los quince: mamá, déjame en paz. A los dieciocho: quiero irme de esta casa. A los cuarenta: mamá, no me controles. A los cincuenta: no te vayas, mamaíta. A los setenta: cuánto daría por estar cinco minutos contigo, mamá» Así resume uno de los protagonistas el lazo que nos une con nuestras madres, un lazo inquebrantable que no pocas veces parece estar a punto de romperse. Crecer provoca en nosotras la necesidad de tomar nuestro propio camino y alejarnos de la herencia que a menudo rechazamos, una forma de reivindicar que tenemos derecho a ser nosotras mismas, una independencia reclamada y necesaria que con la edad aprenderemos a conquistar más o menos sanamente. Llegado el momento, cortaremos el cordón umbilical, pero no para alejarnos, sino para dejar de cargarlas con nuestro peso emocional. «... las madres, con sus cuidados, son los primeros seres humanos que nos hacen sentirnos deseados». «El error está en pensar que la madre que te crió bien o mal tiene que seguir haciéndolo ahora, en el futuro. Hay que reconstruir esa relación, pero desde dos adultos que tienen que adaptarse a sus nuevos roles. Y dejar que ellas conozcan a ese yo que, sí, claro que es consecuencia de nuestra crianza, pero también de cómo nos hemos construido nosotros mismos después. No echemos balones fuera, compañeros... Ese yo en el que nos hemos convertido, si no dejamos que lo conozca ni siquiera nuestra madre, acaba sintiéndose solo. Y desconectado de ella y del mundo...». Tras documentarse a través de entrevistas para tomar notas del natural (como hiciera con Mujeres que compran flores,) y con psiquiatras expertos en terapias familiares, Montfort ha logrado dibujar en “La hermandad de las malas hijas” cuatro nuevos prototipos de relaciones maternofiliales que podemos identificar en la actualidad y en los que la gran mayoría de los lectores se verá reflejado. La dependencia, el chantaje emocional, la deuda afectiva, la dificultad de ser madre y tener que cuidar de tu propia madre, la sospecha o incluso la certeza de no ser lo que ellas esperaban, de no cumplir sus expectativas, el abandono (de madre a hija y viceversa), la culpa... son algunos de los temas que la autora desarrolla en las páginas de esta novela. Esta es también una historia generacional, pero de dos generaciones. El reencuentro de un grupo de amigas que provoca otro, el de las hijas con sus madres, que pertenecen a otra generación: muchas pasaron de ser niñas a mujeres y madres de la noche a la mañana, sin que nadie las guiase y las cuidara. Que fueron ellas las que les dieron alas, a pesar de que sabían que las dejarían solas. ¿O no lo sabían? Que tejieron un hilo para guiarnos por un laberinto de libertades recién conquistadas. Y que no hay por qué sentirse una mala hija por no ser perfecta pero tampoco debe de sentirlo una madre. Un diálogo nunca surge de los reproches. “La hermandad de las malas hijas” es una historia original con una fuerte carga psicológica. Una lectura alegre y tierna a veces, y otras profundamente íntima y crítica. Un homenaje a la madre de carne y hueso, a las nuestras, pero también a esas hijas que lo hacen lo mejor que pueden, a nosotras. Un regalo para compartir que puede ser la llave que abra una ventana al diálogo sentimental: ¿qué le dirías a tu madre que no le hayas dicho nunca? ¿qué crees que ella te diría a ti si pudiera? ¿ha llegado la hora de hacerlo? La Plaza de Oriente se convierte en un personaje más, un personaje de leyenda. Desorientada, como sus personajes, y que ha sufrido los cambios del tiempo. Una desorientación que marca la relación entre unas madres que sienten que han dejado de serlo y unas hijas que, erróneamente, se convierten en madres de sus madres. «La plaza... Había sólo cuatro en el mundo con ese nombre, pero, de todas, la plaza de Oriente de Madrid era la única orientada a Occidente como una brújula estropeada. Quizá por eso a lo largo de los años fue uniendo tanto como desorientó a quienes la habitaron. Gracias a eso también les regalaba delirantes atardeceres con los que soñar o enamorarse». Las madres fueron una vez fuertes y valientes a ojos de sus pequeñas, fueron mujeres antes de que ellas llegaran al mundo. Fueron ellas quienes vivieron bajo una Dictadura, fueron a la universidad y corrieron delante de los grises mientras pregonaban ideologías que denunciaban la represión y la necesidad de libertad. A pesar de todo, no todas pero sí muchas, volvieron sus casas tras las primeras conquistas y hoy, cuando sus hijas han volado del nido, se preguntan dónde se quedaron sus vidas porque el espejo de sus hijas amplifica sus frustraciones. Las madres de esta novela fueron zarandeadas por unos vientos de cambio que agitaron la Transición. Y entonces, en medio de aquella vorágine, descubrieron cuánto estaba cambiando el Madrid señorial y herido desde la posguerra. Cada vez éramos más modernos y la plaza de Oriente, que en el fondo ha seguido siendo la misma, con sus reyes godos vigilando desde el pasado, su Teatro Real y sus cafés antiguos, vivió quizás su mayor transformación a raíz de su condición de peatonal en la década de los noventa. «Margarita siguió recordando: por aquel entonces esa pastelería se llamaba la Tahona del Espejo, como el nombre de la calle, y las ruinas que se veían ahí, bajo el suelo de metacrilato, eran las antiguas murallas que defendían Madrid (...) Pero para Margarita aquel lugar era un placer culpable: le gustaba por sus tartaletas de hojaldre en forma de cisne, porque se columpiaban en el aire melodías barrocas y porque, en su día, allí bajaba a comprar el pan Mariano José de Larra. No dejó de hacerlo ni siquiera el día en que se voló la cabeza sobre uno de sus libros, ¿sabía eso?, justo en aquella casa, y señaló con su dedo huesudo unos balcones». Los libros de Enid Blyton; La historia interminable, que todos los de varias generaciones leímos, emulando a Bastián Baltasar Bux; Barrio Sésamo, los dibujos de Hanna Barbera, la señora Fletcher, Dallas, las series que veían nuestros padres y compartían con nosotros, Dinastía o Falcon Crest; el David Bowie que para los niños de entonces se convirtió en el rey de los duendes (Dentro del laberinto); Indiana Jones y el primer eslabón de nuestra cultura cinéfila... Esa cultura a la que ellas abrieron la puerta formó parte del paisaje de una ciudad también compartida: en la Joy Eslava hemos bailado madres e hijas y ambas hemos cerrado bebiendo El Anciano Rey de los Vinos o el Caripen, ese antiguo tablao de Lola Flores...
© Violant Muñoz i Genovés © Mediâtica, agencia cultural Por Violant Muñoz i Genovés El pasado regresa para hacer justicia. Una mujer asesinada en extrañas circunstancias. Un hombre enigmático de origen ruso. Una policía atraída por el principal sospechoso. La ciudad de Valencia (España) se despierta una fría mañana de invierno con la noticia del extraño asesinato de una mujer. La disposición del cuerpo y las particularidades de la escena hacen que la policía se plantee que esa muerte no es más que el comienzo de un juego de pistas ideadas por el asesino que debe conducirlos a la verdad. La investigación del caso lleva hasta el Hypnerotomachia Poliphili, un extraño volumen del siglo XV, con páginas repletas de jeroglíficos y multitud de grabados con un contenido sexual nada habitual para la época. La víctima, Clara, dirigía junto a su hermano un proyecto de investigación sobre el Alzheimer en Bio Xontec, la empresa biomédica de su padre, por lo que, en primer lugar, las pesquisas llevan a la policía hasta la compañía y hasta Francis Burrel, que colaboraba con Clara en el proyecto.
Galería de personajes:
Los escenarios de la novela Ambientada en diversos lugares emblemáticos de la ciudad de Valencia, enclaves históricos donde tuvieron lugar macabras ejecuciones y, como contraste, el romántico parque de Polífilo o el luminoso paseo de la Malvarrosa.
La referencia literaria: el Hypnerotomachia Poliphili Manuscrito publicado en Venecia en el siglo XV, sigue la tradición del amor cortés y representa una misteriosa alegoría. Incluye jeroglíficos y refinados grabados, algunos eróticos. Los crímenes recrean torturas extraídas de este libro. Por Violant Munoz i Genovés Una poderosa dinastía femenina. Una marca emblema de la elegancia. Una mujer con una fuerza Inquebrantable Y una creatividad desbordante. El aplauso de las hadas es la novela de la Diseñadora Marta Rota, Fundadora de la firma de alta costura Tot-Hom Y la única diseñadora española de alta costura en el panorama actual. Elegante, desgarradora e intimista: una historia familiar que recoge una complicada infancia, marcada por la pérdida del padre y el emprendimiento de su madre, la reconocida modista Margarita Jovani. La historia se desarrolla en Barcelona, la ciudad natal de Marta, y retrata a la perfección la sociedad catalana desde los años 50 hasta la actualidad, pasando por todos sus cambios sociales, políticos y económicos. La novela dibuja la historia de su vida y su trayectoria en el mundo de la moda. “El aplauso de las hadas” es un canto a la belleza y a la luz, elementos que han emocionado y vertebrado la vida y los diseños de la autora, incluso en sus momentos más difíciles. ¿Cómo puedo recordarlo aún tan vívidamente? ¿Cómo las experiencias de infancia pueden marcarnos de una manera atroz para toda la vida? O quizá lo que nos marque sea el contraste, esa amarga sensación del paraíso perdido. El lector conocerá de primera mano numerosos detalles acerca de Tot-Hom: cómo surgió el nombre de la firma, la apertura de su primera tienda, la celebración del primer desfile coincidiendo con el décimo sexto cumpleaños de Marta, su despunte en la sociedad catalana en el comienzo de la década de los 70, su aterrizaje en Madrid y cómo cada vez ha ido cogiendo más y más prestigio a nivel nacional. La novela narra pasajes increíblemente conmovedores como la desbordante creatividad de Marta a la hora de mirar a una mujer y crear pura belleza con sus diseños. Sus primeros encargos para Isabel Preysler o el proceso de creación del vestido que lució la presentadora Cristina Pedroche en las campanadas el pasado año 2019. Tot-Hom, una marca para todo el mundo, pero centrada en cada persona individualizada, personalizada, exclusiva era yo sola o aquel concepto sonaba fantástico, atractivo y transgresor. Marta Rota es la narradora y la protagonista de esta novela. Desde el prólogo, el lector se verá arropado por las delicadas palabras de la autora con las que recorre su infancia, su adolescencia y su madurez. Se presenta una poderosa dinastía femenina que con tesón, trabajo duro e ilusión han revolucionado la industria de la moda española. Delante de cada espejo había una Marta de 4 años arreglándose los lacitos del pelo mientras esperaba a su padre. Encogida en la cama de mi infancia había una marca de 8 años que esperaba que su madre no se olvidase de darle un su beso de buenas noches. Escondida tras los burritos de los portatrajes, una Marta de 12 soñaba con tener el privilegio en un futuro de vestir a todas aquellas mujeres hermosas y elegantes. Margarita Jovani, madre de Marta, es su puerta de entrada al mundo de la moda desde su taller en la calle Balmes, una joven Marta nos muestra a través de sus ojos el difícil comienzo de su madre como modista, las infinitas horas que pasó en aquel taller, en un momento en el que las madres ejercían. Casi exclusivamente de perfectas señoras de casa. Jamás supe de dónde sacó mi madre aquel don para ponerle magia a cualquier diseño que caía en sus manos para saber cómo vestir a las personas sin necesidad de tomar las medidas para adivinar lo que alguien deseaba cuando ni siquiera ese alguien lo sabía. De manera indiscutible, Tot-Hom es el personaje la esencia presente en cada una de las páginas de la novela, haciendo latente la relación tan especial y única de Marta con la firma. El aplauso de la sala recorre sus inicios, su despegue en Barcelona, los primeros desfiles, la evolución de sus colecciones, su aterrizaje en Madrid. Tot-hom transmitía la fidelidad que había heredado de Margarita Jovani su buen hacer y su estilo sin haberlo pensado siquiera. La marca aglutinaba las mejores cualidades del diseño clásico y los colores lisérgicos y los rompedores esquemas aquellos años. El comienzo de la novela nos sitúa en la Barcelona de primera mitad del siglo XX con los bisabuelos de la autora, pasando a la Barcelona de los años 50 de la mano de Margarita Jovani, y los primeros diseños de alta costura que se hicieron en nuestro país en aquellos años. La alta costura era un concepto que nadie ofrecía en la ciudad, salvo Margarita, Barcelona fue de la misma manera, la cuna de Tot-Hom. Donde abrió su primera tienda, se celebró su primer desfile y siempre han estado algunas de sus clientas más importantes. Pronto toda Barcelona comenzó a desfilar por nuestra escalera como si aquel sencillo portal de la calle Balmes se hubiera convertido en la antesala del Liceo. Marta viaja a París por primera vez en la década de 1960 al acompañar a su madre en su viaje anual a la capital de la haute couture, algo que se convierte en tradición. Ambas viajan para inspirarse, cargarse de energía y completar sus colecciones con diseños exclusivos para las clientas españolas. Lloré porque si había tenido dudas sobre mi vocación, acababan de disiparse de inmediato y lloré porque supe que ni yo ni nada nunca podría volver a ser como había sido antes de París. La firma aterriza en Madrid en el 2001, lo que supuso un nuevo comienzo o nuevos códigos, un nuevo público y numerosos medios de comunicación que desconocía la firma. No obstante, en el 2010 ya se encontraba en la cresta de la ola. El pasado 2019 vistió a Cristina Pedroche para las campanadas de fin de año. Madrid se me abría Madrid confiaba en mi talento. Madrid valoraba la exclusividad y me obligaba a crear para realidades que nunca había contemplado. Actores, presentadoras, celebrities, gente que podía dimensionar mi marca hasta extremos insospechados. Marta Rota se crió entre los tejidos de la tienda que regentaba su madre en la Barcelona de la década de 1950 y los grandes desfiles de Milán y París. El Mundo de la alta costura le fascinó de tal modo que siendo aún una niña, creó su marca Tot-Hom. Más de medio siglo después, continúa al frente de una firma que ha elaborado más de 40000 vestidos exclusivos y ha rediseñado en los sueños, actrices, cantantes y celebrities sin perder ni el encanto de la elaboración artesanal. Y, por supuesto, la emoción. Mis propias manos eran capaces de producir magia. De llevar a la tela una idea, de mirar a una mujer y ver claramente los colores y formas que podían resaltarla. Eso es lo que yo quería hacer, crear belleza. En el principio fue el vértigo. Marta lo recordaba perfectamente, aunque todos le decían que den posible porque era muy pequeña. Ella se veía a sí misma, alta gigante, sobresaliendo por encima de las cabezas de los adultos, segura casi vencedora a los hombros de su padre. Aún no tenía edad de leer cuentos de princesas, pero con el tiempo sabría que así fue como se sintió, como la reina que enfrentará una batalla desde la calidez y la seguridad de su montura.
Hoy el cielo se cubrió levemente y comenzó a nevar muy muy despacio. Ella fue la primera que lo notó desde su nueva altura. Palmeó encantada sacó la lengua para saborear un copo perdido que se había aprendido en su bufanda y afirmó convencida, nieva. Una sola palabra, pero todos miraron entonces hacia arriba y ella sintió que aquella altura que aquella posición que aquella seguridad le otorga un poder enorme. Como el de aquellos cuentos que aún no había empezado a leer. Luego fue la felicidad. También con el tiempo sabría que otros lo llaman adrenalina. Y entonces ni siquiera habría sabido deletrear ninguna de las dos palabras, pero conocía perfectamente su significado. Felicidad era aquello bajar a velocidad de vértigo, las pendientes blancas y heladas a hombros de su padre era escuchar el roce de los esquíes rasgando el hielo. Era sentir la nieve arrancada en cada giro, volar por encima de su rostro. Mamá había protestado diciendo que era peligroso, que podía dejarla caer, pero papá había conjurado aquellas quejas con una risa y un beso y había emprendido aquel descenso con su niña a hombros y ella se sintió querida, adorada, tan especial que decidió atesorar aquel recuerdo en un rincón de su mente para poder volver a él siempre en los momentos de desánimo pegada al cuerpo de su padre, notaba cada uno de los movimientos como si formara parte de él. Como si los dos estuvieran conquistando aquel paisaje hostil, helado y bellísimo. Cuando el descenso acabó, su padre tenía chispas de diversión en los ojos, como cuando en casa contaba el éxito de una venta o como cuando miraba los ojos de mamá. Tenía también copos de nieve perfectos de las pestañas y los labios tan cortados del frío y del viento que ella pensó que debían de dolerle mucho, pero quizá no fuese tanto porque ello no le impedirá sonreír. ¡Lo hemos conseguido! ¿Lo ves mi niña? Aunque todos nos decían que era una locura, nosotros lo hemos conseguido. Juntos. Y ella sintió una comunión especial, parte de un comando secreto y poderoso. Luego vendrá lo demás, las cosas a las que nadie debería enfrentarse. Mucho menos de niña. la muerte. La soledad. Las deudas. La precariedad Las decisiones complejas. Hubo que despedirse de cosas, pero sobre todo de él y casi de mamá, porque la mamá que habían compartido, también parecía haber desaparecido para siempre. © Violant Muñoz i Genovés © Mediâtica, agencia cultural Por Violant Muñoz y Genovés El escritor y periodista Máximo Huerta se zambulle en una conmovedora novela para enfrentarse a la más dura de sus narraciones, la de su propia vida. Adiós, pequeño es la historia de una familia que intenta ser feliz a pesar de todo. «Mi madre habría sido más feliz si yo no hubiera nacido». Así arranca el desgarrador testimonio de un escritor enfrentado a la más dura de sus narraciones, la de su propia vida. Asaltado por los recuerdos mientras cuida a su madre enferma, el pasado se le presenta con vacíos que no logra llenar. A través de silencios y de un gran talento para la observación el autor desnuda su intimidad y nos obsequia, con belleza y maestría, el retrato de un país y una época desde su propio universo familiar. Lo acompaña como confidente su vieja mascota, una perra leal y encantadora. Descubrir por qué elegimos amar a quién no amamos exige una sinceridad implacable, y eso es lo que no falta en este hermoso relato de despedida. Con un relato intimista y valiente, el autor reconstruye una infancia en la que todos, abuelos, padres e hijos, han callado demasiado. «Mi madre habría sido más feliz si yo no hubiera nacido. Esa es la única verdad de mi vida. Poco importa el desenlace, ni la trama de esta novela.» Así arranca el desgarrador testimonio de un escritor enfrentado a su relato más difícil, el de su propia vida. El protagonista se ve asaltado por los recuerdos mientras cuida a su madre enferma en la casa familiar de Buñol, el pueblo al que regresa y sobre el que reconstruirá su historia personal. Sin embargo, el pasado se le presenta con vacíos que no logra llenar y a los que su madre, más dada a callar que a confesar, no siempre dará respuesta. Y es que transitar por la memoria muchas veces resulta doloroso y nos descubre el fracaso de nuestras ilusiones y las pocas oportunidades que nos restan. «Volver no es fácil. Sin embargo, a veces hay que hacerlo». Los personajes principales Máximo Huertas, el autor. Observador tenaz, el escritor y periodista encara la madurez sumergiéndose en la historia familiar y reflexiona sobre el paso del tiempo y su identidad personal. Ocuparse de su madre es uno de los detonantes, al igual que volver a la casa de Buñol—con todo lo que contiene y simboliza—y pasear por el pueblo junto a su perrita —recorriendo aquellos lugares que perduran en su interior—. Los lectores conocerán al adulto que es, pero también al niño de piel fina y mirada impresionable que disfrutaba comiendo los dulces de la Reme o yendo a su primer campamento. «El niño que soy, crecido y con canas, está feliz de haber viajado, quiere más, pero lo pide de otra manera. ¿Cómo ha sido? No lo sé. ¿Cómo ha pasado el tiempo? ¿Dónde está el sumidero que se lleva los años poquito a poco o a toda velocidad?» «Encaro los cincuenta años con la serenidad que da haber perdido algunas batallas, un padre muerto con el que quedaron todas las conversaciones pendientes y una madre que se despide poco a poco. Debo acostumbrarme a mi deterioro físico, la tripa, los kilos, la miopía, la hernia de hiato,las malas digestiones, la falta de firmeza, el asma y otros etcéteras. Los cincuenta son lo que son, no me preocupan en absoluto. Es todo lo que rodea a esa cifra lo que se desmorona. Se acaba una vida vivida torpemente». Clara, su madre. El autor la retrata con admiración y amor, pero también con la sensación de que ella podría haber vivido una vida más acorde con su verdadero yo. La mujer es fruto de la generación a la que perteneció: una luchadora incansable, sufridora y poco dada a satisfacer sus propios deseos. «Un día, así lo siento; un día que espero que sea tarde, recordaré la imagen que tengo ahora frente a mí. Está mamá sentada en el sillón, tras la siesta, con la manta gris sobre las piernas, las manos viejas entrelazadas, el jersey verde que compramos en el bazar con varias manchas de lejía y una chaquetilla azul que le gusta mucho porque es cálida y cómoda. Lleva el pelo retirado, tras las orejas, los pendientes de aro, erguida hacia la estufa encendida, doña Leo dormida a su derecha y la luz iluminando media cara que tantas veces he besado. No dice nada y lo dice todo. Es un “estoy”. Un “qué bien”. Un “no hace falta más”». Máximo, su padre. Es un hombre estricto y ausente, poco dado a mostrar afecto por su mujer y su hijo y que prefiere estar fuera de casa. El autor destaca el final de la vida de este, también marcado por una enfermedad que le cambió, y todo lo que supuso para él haberle tenido como padre. «La chimenea estuvo cerrada siempre, con una tabla que tabicaba el tiro para no ser utilizada. Supongo que mi padre se arrepintió, como debió de arrepentirse de toda su vida. Pero era terco, con esa tozudez del que no cede porque cree que es menos hombre, como se decía entonces. Y fue de esos que comprendieron, herencias recibidas, que tenerle miedo al padre era igual que respetarlo». «La conversación nunca mantenida, el beso de buenas noches obligado, la rueda pinchada, el ronquido de la siesta, el café frío, la página de pasatiempos, el sudor en las patillas, el humo, tu sillón, la mala hostia, el silencio, tus problemas para pedir perdón, mi atasco para no buscarlo. Papá es el que fue, y yo soy hijo de todo eso». La abuela Irene. La fortaleza de su abuela materna, enérgica, rural y coqueta, aporta luz a la infancia de Máximo. Al igual que su madre, mujeres como ella eran la verdadera columna vertebral de las familias. «”Nosotras nos quedamos aquí.” Mi abuela siempre usó el femenino mucho antes de que vinieran con los lenguajes inclusivos. La Irene hablaba en femenino si había más mujeres, era cosa suya. Yo la corregía, pero a ella le daba igual. Mujer de buen comer, de misa, de rezar el rosario, de su Virgen del Remedio y de su Santa Rita de Casia, de abanicos en la faltriquera, de moño italiano, de collarcito siempre, de colonia a mano, y polvos de Maderas de Oriente, de taconcitos, de dulce y de salado, y de mujer de fuerza y agilidad para mover lo que hiciera falta cuando hiciera falta. Y, sí, de nosotras». «Era poderosa. Y callada. Callar era el verbo más conjugado del mundo. Sus gestos, la mirada perdida en el balcón, fija en las agujas, hermética en la cocina, silenciosa en misa, alegre frente a la pastelería, valiente en el trastero, estoica ante el frío, briosa con la palangana de jabones, alborozada en Navidad con los adornos, dinámica poniendo la mesa, invencible frente al espejo. La Irene no estaba quieta nunca. Hacía». Doña Leo, la perra. Adorable y con carácter, la perra es el contrapunto de la narración más introspectiva. Doña Leo le da un respiro al autor en su labor de plasmar en el papel sus sentimientos y recuerdos. «Tiene Leo las orejitas suaves y la panza roja como los chicles, los pies anaranjados como el final de las montañas a esa hora de la tarde, y su cuerpo, negro, brilla limpio con estrellas de tomillo». «Le gusta mirar desde el balcón las nubes que quedan a su altura en esta casa que vuela sobre el pueblo. Mira tras el cristal o sale fuera y saca la cabeza entre los barrotes. Allí se queda pensando. Tal vez habla con mi padre, que andará fumando entre ese cielo provocando nubes grises de cigarro Farias». Los grandes temas de ‘Adiós, pequeño’ Los silencios. Casi todas las familias acumulan silencios para evitar episodios difíciles de afrontar. La novela hace alusión a los tabús familiares y a aquellos momentos que no se mencionan por miedo a remover el pasado. «Se calla. Como tantas veces, solo afloran los recuerdos que están curados; los otros, esos que escuché a oscuras, van para adentro. Y allí se quedarán. Hay un lugar en el cuerpo donde habitan controlados los fantasmas, los muertos y los dolores que siguen escociendo; un espacio estrecho entre el pecho y el estómago que a veces se hunde porque algo se ha movido. Ay. Mamá se pone muchas veces la mano ahí, y es entonces cuando no pregunto. Silencio». «Este clima de paz en el que decidimos vivir, sin sacar el pasado a la superficie, sin hablar de los años duros, sin mencionar qué pasó en mi nacimiento, sin hablar del amor, sin trasladarnos a la casa de Utiel, sin tocar ni un solo tema que pueda derretir la calma y hacer, el agua dulce, sal marina. Esa es la razón de la frialdad. La contención». La memoria. Los recuerdos gobiernan esta narración. Para el autor, la memoria, no solo está llena de verdad, sino también de mentira. En este viaje literario hay dosis de realidad y de ficción, porque no todo lo que se recuerda sucedió tal cual se representa. Uno de los objetivos del autor es luchar contra el olvido. «El tiempo y sus caprichos. No voy a vivir más que lo que el texto quiera, ni siquiera mamá. Ni mi perra. Nos iremos yendo, poquito a poco. Y si ha de quedar, que sea esto. Un universo de poquitas vidas, de poquita gente, de los sueños dormidos y los conseguidos. Los sabores de la abuela, la maña de papá para las herramientas, la postura de mamá en la Singer, los olores, el tacto de los silencios, los bofetones. Mi silla en el colegio y mi escondite, la música del coche y el “ven, que ya está la comida”. Recuerdos. Los que me dé la gana. Me ha dado por salir al balcón a decir adiós, a ver cómo se aleja de una vez el niño que fuimos, que fuí, calle abajo, hacia los pinos, allí donde jugaba a ser mayor». «Mi único propósito es que esto que tenéis entre las manos no parezca una colección de dolores, sino de recuerdos, porque si no los cuento yo se perderán. Intento escarbar en la memoria y en la de mamá, pero ella hace silencios como si amasara pan. Son sus elipsis. Uno los trozos de la foto como puedo». Las relaciones entre padres e hijos. De pequeño, Máximo se sentía más cercano a su madre que a su padre. Aunque haya episodios de todo tipo, las muestras de afecto no fueron una constante en sus vidas, como tampoco las confidencias. El lector conocerá cómo se construyó el vínculo del autor con los dos. «Solo los dos ha sido un castigo y una bendición a lo largo de nuestras vidas. Porque ese apego me separó de otros mundos que tardaron en llegar, otro tipo de descubrimientos, también cifrados, para los que no tenía lector. Mamá fue mi prisionera y yo su preso. Y serlo nos salvaba de papá. Pero la herencia de esos apegos es hoy, trágicamente, una solitaria de dolor, peligrosa porque se acerca anunciando la muerte. El veneno de los años va entrando poco a poco, destrozando todo lo que encuentra a su paso, como el viento, golpeando la cara, los huesos y las paredes». El amor incondicional. A pesar de la incomunicación o de la infidelidad, la novela también destaca el amor de Máximo por los suyos y el de su madre por él. Porque ese amor, aunque no se manifieste física o verbalmente, existe por encima de todo. «Ese amor incondicional solo lo ofrecemos los perros y yo. Ese amor que he ofrecido a mi madre, que envejece de golpe, también ha sido incondicional. He entregado mis años de infancia , de adolescencia, y tras una pausa en la que disfruté del alcohol y los amores en Madrid, también mi madurez. Me he convertido en su cuidador y sufro sus miedos como míos. Sus rabias. Sus enfados. Su terror a morir que, a veces, verbaliza. Quiero vivir, grita en un desespero que hace eco en mi espacio vacío. Yermo también». «Aunque todos echamos de menos los abrazos estoy convencido que en la ausencia de ellos, ha habido más amor. AMOR, sí. Porque muchas veces la espera de un abrazo es infinitamente más bonita que el gesto. “Te quiero, mamá.” “Y yo a ti.” Silencio. Es un silencio». La evocación del pasado. La nostalgia y el dolor se mezclan en este relato vivido y ficcionado por Máximo Huerta. Hay un poco de sufrimiento e infidelidad cuando cuenta y evoca acontecimientos pasados. Esta desazón la experimentan el autor y su madre cuando rememoran sus vidas. «Que complicado es rememorar el pasado. Y que innecesario. Pero aquí estamos, como desde la primera página. Madre e hijo, sentados en el mismo lugar, entre silencios y palabras deslavazadas. Esperando habitar ese lugar que ya no existe. Perseguir el pasado es algo terrible, doloroso. Y, aun así, lo hago para amortajar un tiempo que aparece a fogonazos y, otras veces, en restos de metralla que uno se guarda en el bolsillo para un porsiacaso absurdo». El paso del tiempo. La fugacidad de la vida y cómo el paso del tiempo — con sus circunstancias—hace mella en las ilusiones tan propias de la infancia y la juventud son temas de la novela. «El tiempo fluye como agua bajo nuestros pies, como si la vida fuera cruzar un largo puente. Pasa y no sabemos cuánta queda. Aquel río caudaloso era límpio, bajaba alegre y saltaba las rocas, los peces se veían bajo el agua transparente, y los niños jugaban en la orilla. Las riberas llenas de verde, enredadas de vida y flores. Qué alegría mojarse los pies, caerse, resbalarse en el verdín de las piedras. Hoy baja más turbio, parándose en los meandros con tristeza, sin la fuerza de entonces, esperando que alguien abra un zanja para que todo siga su curso. El puente cierra su arco, se acaba. El tiempo no deja de ensuciar el agua». La muerte. Se trata de forma literal y figurada: el dolor por la pérdida, su visión de la muerte siendo un niño, los miedos asociados, la reflexión sobre esta etapa final y la muerte de aquellos sueños incumplidos. «Lloro hasta encogerme en un ovillo que el viento agita con demasiada fuerza. El miedo me saca de ese risco, digo adiós y sorprendentemente, de vuelta a casa, noto una paz que nunca tuve. El peso de padre». La infancia como bálsamo. La infancia del autor no fue un paraíso. Sabe que no fue un niño alegre, como tampoco lo fueron sus padres. Pero, a pesar de algunos episodios dramáticos y sus heridas correspondientes, él vuelve a la niñez tratando de atesorar recuerdos hermosos e inocentes. «Excavo en la prisión en busca de momentos felices y presiento que la mitad me lo he inventado, y el resto son alargamientos simulados del segundo en el que un niño sonríe en la foto. Ese artificio ha construido muchas infancias, también la mía. Obligados a relatarlas como si fueran felices. Engañosa es la memoria, pero lo es más la mentira. Aparentes, inventados, irreales, ilusorios. Tal vez no anduviera equivocada Ana María Matute cuando dijo que la infancia es el periodo más largo de vida. Entre la realidad y la ficción, nunca se acaba. Bienaventurados los niños felices.» El legado familiar. A pesar de los silencios, hay muchas otras formas de hacer que se transmiten entre generaciones. De ahí que haya expresiones o ideas que forman parte de la memoria familiar. «He olvidado muchas frases profundas, deslumbrantes, ingeniosas y agudas de la abuela, los refranillos —”El que quiera saber, mentiras con él” o “Mucho vestido blanco y mucha farola, pero luego el puchero con agua sola”—, pero aquella de mi madre ha quedado intacta en la memoria, y supongo que me acompañará hasta el fin de mis días. “Hazte la vida fácil.” Hazte la vida fácil. Quién sabe si no he de morir con ella entre los labios o en algún papel en el bolsillo de la chaqueta como esos días y ese sol de la infancia de Machado». La historia de una pareja.Esta novela también es la historia de una pareja que se conoció en la posguerra. De cómo comenzaron, de cómo era su entorno familiar y cómo la relación fue deteriorándose. La propia identidad del autor no puede entenderse sin abordar los orígenes de sus padres. «Así avanza la vida, llenándose de preguntas y con un solo apunte: La ilusión del comienzo de un baile en Requena. El chico alto, fuerte y atractivo.La chica elegante, guapa y educada que no ha tenido relación hasta entonces. Suena una canción. El valiente va a por ella, presa de los comentarios». El oficio de escritor. El autor hace algunas reflexiones sobre la escritura y si oficio, además de demostrar lo complicado que es escribir sobre uno mismo con el corazón en la mano. «Esto que tenéis entre las manos es voluntario, a veces siento pudor por escribir y vergüenza por desnudar con osadía los minutos de esta vida común con mi madre; hablo y hablo, porque escribir es hablar solo. Pero los escritores no elegimos las novelas, los textos nos escogen para ser relatados. Escribir sobre la decadencia de una madre, de la convivencia con el dolor y la pérdida, es parte de la historia de la literatura. Más allá de la necesidad de escribir, la verdad es que intento acercarme a ella y deshacer este nudo en la garganta. Por eso, cuando por la calle me preguntan “¿Cómo está tu madre?”, sonrío y digo: “Bueno, con sus cosas”». © Violant Muñoz i Genovés
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March 2024
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