Por Violant Muñoz i Genovés
I. El regreso al universo Millennium Pocos nombres en la literatura contemporánea despiertan una reacción tan inmediata como el de Millennium. Lo que comenzó como una trilogía concebida por un periodista sueco con hambre de justicia y una fe inquebrantable en el poder de la palabra, se convirtió —tras su muerte— en un símbolo: una saga noir que abrazó la denuncia social, el feminismo combativo y el suspense informático con la precisión de un disparo. Stieg Larsson dejó el mundo antes de ver cómo sus novelas vendían millones de ejemplares y quizá también antes de imaginar hasta qué punto su criatura —la hacker Lisbeth Salander— se convertiría en una figura icónica. Con el tiempo, el testigo pasó a David Lagercrantz, quien aportó oficio y sobriedad, aunque no sin controversia entre los fieles al espíritu original. Y ahora, tras una década de continuidad editorial, la serie renace de nuevo bajo la voz de Karin Smirnoff. No es una decisión menor: cambiar de pluma en una saga tan célebre es como sustituir el motor de un avión en pleno vuelo. Pero Los colmillos del lince, segunda entrega firmada por Smirnoff tras Las garras del águila, demuestra que no solo hay vida después de Larsson, sino también nuevos mundos que explorar, nuevas heridas que narrar y un eco narrativo que resuena con furia propia. Smirnoff ha comprendido que continuar una saga no implica mimetizarse con ella. Su mérito no está en imitar el estilo de Larsson —de hecho, no lo hace—, sino en conectar con su espíritu: la voluntad de denuncia, el pulso periodístico, el retrato social afilado. Y sobre todo, el personaje de Salander, ese torbellino de genio y trauma, de venganza y justicia, que se mantiene como núcleo moral de un universo cada vez más convulso. II. Karin Smirnoff, la heredera inesperada Karin Smirnoff no es una autora cualquiera. Con una carrera tardía en la literatura, marcada por una entrada fulgurante con su novela Jeg tog ned til bror en 2018, Smirnoff llega al universo Millennium con el perfil perfecto: una mirada feminista, experiencia en la crónica rural, sensibilidad social y una voz capaz de oscilar entre la dureza y la ternura. La elección de los herederos de Larsson no fue casual: buscaban una continuidad ideológica y literaria, no solo comercial. Smirnoff, a su modo, es una outsider como lo fue Larsson: sin grandes aparatos de marketing tras ella, sin intenciones de domesticar su escritura ni de rendirse al molde del thriller formulista. Su trayectoria no es común en el mundo literario escandinavo. De formación fotógrafa y periodista, dirigía una empresa maderera familiar antes de dedicarse por completo a la escritura. Su debut la catapultó como una de las voces más personales de la narrativa sueca, con una prosa desnuda y emocional, profundamente enraizada en el territorio. No sorprende, por tanto, que Los colmillos del lince esté impregnado de geografía: no solo en el paisaje físico del norte de Suecia, sino también en la topografía social de sus personajes, marcados por el aislamiento, la precariedad y la desconfianza hacia el poder central. Con Los colmillos del lince, Smirnoff firma su consolidación como narradora dentro del universo larssoniano. Pero lo hace con identidad propia, sin renunciar a sus obsesiones temáticas: la tensión entre naturaleza y capital, la fragilidad del vínculo comunitario, la violencia soterrada en los márgenes del mundo. Aquí, la escritora vuelve a situar la acción en el norte más áspero de Suecia —el mismo paisaje que ha alimentado sus obras anteriores— y convierte ese entorno hostil en el verdadero corazón narrativo de su historia. La fuerza de Smirnoff no radica solo en el desarrollo de la acción, sino en su capacidad para dotar de profundidad moral a sus relatos. Su Millennium no es solo un lugar de crímenes y conspiraciones, sino un espejo de los nuevos dilemas éticos del presente. ¿Qué significa luchar contra el sistema cuando el sistema ha mutado? ¿Qué se oculta bajo el barniz ecológico del capitalismo verde? ¿Y quiénes son hoy los verdaderos enemigos de la justicia? III. Un nuevo escenario para viejos fantasmas La historia arranca con la llegada de la primavera a Gasskas, un remoto pueblo del norte de Suecia. Pero en este paisaje donde el hielo se retira, lo que aflora no es esperanza sino tensión. La reapertura de una antigua mina amenaza con modificar el ecosistema y la vida del pueblo, trayendo consigo no solo promesas de trabajo sino también desplazamientos, especulación, contaminación y corrupción. Lo que parece un clásico conflicto rural pronto se convierte en un espejo de luchas mucho más amplias: desarrollo frente a ecología, poder corporativo frente a derechos comunitarios, progreso frente a dignidad. En medio de ese conflicto, emerge Svala, sobrina adolescente de Lisbeth Salander. Atraída por la causa de los activistas que se oponen al proyecto minero, Svala se convierte en una figura clave del relato. Smirnoff introduce con ella una nueva generación dentro del universo Millennium, pero no como mero relevo: su juventud está marcada por una mezcla de idealismo y rebeldía que dialoga —y a veces choca— con el escepticismo curtido de su tía. Las protestas inicialmente pacíficas se tiñen de sangre cuando aparece muerta una periodista que investigaba el proyecto. El asesinato reactiva viejas dinámicas: Lisbeth, reacia a involucrarse, se ve arrastrada por la lealtad hacia Svala y la necesidad de confrontar una red de intereses turbios. Mikael Blomkvist, ahora trabajando en un pequeño diario local, retoma también su papel de sabueso con principios, y juntos se embarcan en una investigación que vuelve a colocarles en la mira del poder. A la historia se suma otro elemento perturbador: la desaparición del hacker Plague, antiguo aliado de Salander. Su paradero se convierte en una pieza clave del rompecabezas, no solo como misterio técnico sino como señal de que lo que se esconde en las entrañas del norte es más peligroso de lo que parece. IV. Ecología, poder y codicia: el nuevo rostro del crimen Uno de los grandes aciertos de Los colmillos del lince es la manera en que Smirnoff traslada el foco de los antiguos enemigos —multinacionales tecnológicas, redes de espionaje, clanes familiares corruptos— hacia nuevas formas de criminalidad: las que se camuflan bajo la retórica del progreso sostenible. La reapertura de la mina no es solo un telón de fondo; es el eje moral de una novela que indaga en la ambigüedad del desarrollo verde y en las estructuras de poder que lo legitiman. Smirnoff no cae en el panfleto. Lejos de escribir una fábula ecologista, construye una red de personajes complejos: empresarios que creen estar haciendo lo correcto, políticos atrapados en la lógica del beneficio inmediato, periodistas que pagan con su vida el precio de la verdad. Incluso los activistas no son retratados como héroes puros, sino como personas que a veces bordean la ilegalidad en su desesperación. La autora consigue así lo que pocas novelas de género logran: tejer un relato de intriga con una lectura política afilada. Las escenas en la mina, los testimonios de los desplazados, los informes filtrados, las campañas de desinformación en redes, todo compone un fresco inquietante del presente. El crimen, en Los colmillos del lince, ya no es solo el acto violento: es el sistema que lo permite. V. Los viejos protagonistas: Salander y Blomkvist, un equilibrio renovado Uno de los mayores desafíos para cualquier autor que tome el relevo de una saga es mantener la integridad de los personajes sin convertirlos en parodias de sí mismos. Smirnoff lo consigue, especialmente con Lisbeth Salander, a quien no idealiza ni repite. Su Salander es una figura aún más solitaria, más reservada, incluso más cínica. Ha envejecido, no en cuerpo, pero sí en mirada. Su pasado la ha alcanzado, sus cicatrices pesan, y aunque sigue siendo una fuerza indomable, ya no busca el enfrentamiento frontal sino que actúa como una sombra que emerge solo cuando es estrictamente necesario. Y sin embargo, sigue siendo el corazón de la saga. Su sentido de la justicia es feroz, instintivo. Su inteligencia informática sigue desbordando cualquier sistema. Pero lo más interesante es que Smirnoff la humaniza sin debilitarla: la muestra agotada, frustrada, pero no vencida. Su relación con Svala —ambigua, áspera, sin sentimentalismos— revela una dimensión nueva de la hacker. Hay en ella una voluntad de proteger, aunque sea a regañadientes, que marca un pequeño pero significativo cambio de rumbo. Mikael Blomkvist, por su parte, aparece más contenido. Ya no es el periodista estrella de Millennium, sino un profesional veterano que ha bajado un escalón, pero no ha perdido su olfato ni su dignidad. En esta entrega, actúa casi como contrapunto emocional y narrativo de Salander. Su papel como motor de la investigación es fundamental, pero también su figura humana: cansado, más vulnerable, pero todavía comprometido. El vínculo entre ambos se presenta con sobriedad, como dos satélites que giran en órbitas diferentes pero se siguen reconociendo. Lo más interesante es cómo Smirnoff distribuye los focos. No hay protagonismo excluyente: Salander, Blomkvist y Svala comparten el peso narrativo. La autora entiende que esta saga ya no pertenece solo a sus creadores, sino a un universo que puede ampliarse sin perder su esencia. Ese equilibrio entre continuidad y renovación es, sin duda, uno de los logros más notables del libro. VI. La irrupción de Svala: la nueva generación de SalanderSvala podría haber sido un simple remedo juvenil de Lisbeth, una imitación rebelde para atraer a nuevos lectores. Pero no lo es. Smirnoff la construye con una voz propia, con dudas, con contradicciones. No tiene la destreza de su tía, ni su capacidad de análisis, pero posee una energía nueva, una mirada distinta. Representa una generación que ha crecido bajo la hiperconectividad, la crisis ecológica, la precariedad emocional. Su compromiso con la causa ambientalista no es solo ideológico: es una forma de buscar sentido en un mundo que parece colapsar. Lo notable es que Svala no busca admiración ni compasión. Es testaruda, irónica, a veces molesta. Pero tiene algo que Salander reconoce: un instinto feroz de no dejarse doblegar. La relación entre ambas es áspera, sin abrazos ni consejos, pero profundamente significativa. La presencia de Svala no solo rejuvenece la serie, sino que plantea nuevas preguntas sobre legado, protección y lucha. ¿Puede alguien como Salander transmitir algo más que su rabia? ¿Es posible enseñar a pelear sin repetir los mismos errores? Smirnoff no responde directamente, pero deja pistas: en el silencio, en los gestos, en las decisiones que ambas toman. Lo que sí queda claro es que Svala no es un personaje de paso. Ha llegado para quedarse, y con ella se abre un nuevo ciclo dentro del universo Millennium. VII. Estilo, lenguaje y tono: el sello SmirnoffEl estilo de Karin Smirnoff no es el de Larsson, ni el de Lagercrantz. Es más contenido, menos periodístico, más atmosférico. Hay en su prosa una economía precisa, un ritmo pausado que se acelera solo cuando la historia lo exige. Las descripciones son sobrias pero efectivas, los diálogos secos, con una tensión soterrada. El narrador se mantiene en tercera persona, pero siempre cerca del pulso emocional de los personajes. Donde más se nota su mano es en el uso del paisaje. El norte sueco no es solo un escenario: es una presencia constante, a veces opresiva, a veces casi mítica. El frío, el silencio, la distancia, el viento: todo influye en la manera en que los personajes piensan, sienten y actúan. Hay un realismo casi geológico en su escritura, una dureza mineral que se traslada a la estructura misma de la novela. El lenguaje también revela otra cualidad: una especie de contención poética. Smirnoff no necesita alardes. Sus frases son directas, pero cargadas de resonancia. Cuando describe el miedo, lo hace sin melodrama; cuando retrata la injusticia, lo hace sin moralina. La narración avanza como una corriente subterránea: firme, sin estridencias, pero imposible de ignorar. VIII. El universo Millennium en 2025: actualidad, legado y futuro Millennium nació en un momento en que la sociedad necesitaba un tipo específico de literatura: comprometida, incómoda, con una heroína fuera de todo molde, y una mirada crítica al poder en todas sus formas. La obra de Stieg Larsson conectó con una época de transición digital, de indignación social, de lucha por los derechos de las mujeres, y lo hizo sin renunciar al suspense ni a la acción. Veinte años después, el mundo ha cambiado. La violencia de género ya no es un tabú, sino una urgencia visible. Las grandes conspiraciones de la era analógica han sido sustituidas por estructuras más difusas, menos espectaculares pero igual de destructivas: algoritmos, especulación verde, minería de datos, manipulación informativa. En ese contexto, la continuidad de la saga Millennium necesitaba algo más que nostalgia: necesitaba renovarse sin perder el pulso moral que la fundó. Karin Smirnoff ha comprendido este reto y lo ha asumido con valentía. Su aporte no consiste en repetir las fórmulas de éxito anteriores, sino en redirigir el foco hacia los conflictos actuales. Los colmillos del lince no habla solo de un crimen, sino de un sistema. No denuncia solo a los culpables visibles, sino a las estructuras que lo permiten. Y todo ello sin perder el componente narrativo: hay tensión, giros, amenazas reales, pero también preguntas abiertas que quedan flotando en el aire. En este nuevo ciclo, Millennium se convierte en una saga que no solo resiste el paso del tiempo, sino que dialoga con él. Salander sigue siendo un referente, pero ya no es la única voz. Blomkvist aporta experiencia, pero no liderazgo. Y Svala representa esa juventud que no pide permiso, pero sí exige verdad. La serie ha pasado de ser una trilogía de denuncia a convertirse en un universo ético-literario en expansión. IX. Conclusión: la herencia viva de Stieg Larsson Hay algo profundamente conmovedor en este nuevo volumen de la saga. No porque busque emocionar, sino porque logra hacerlo sin artificios. Los colmillos del lince es una novela que respira en varios niveles: como thriller bien construido, como crítica al modelo económico contemporáneo, como exploración de la herencia familiar y como meditación sobre el desgaste de la lucha cuando parece no tener fin. Karin Smirnoff ha tomado un universo con millones de lectores, con expectativas altísimas y sombras alargadas, y ha sabido transformarlo sin traicionarlo. Ha creado una historia suya, con voz propia, pero conectada íntimamente con la raíz ética de la saga. Ha mostrado que Lisbeth Salander puede seguir siendo relevante, no como icono congelado, sino como personaje vivo, contradictorio, y profundamente humano. Con esta novela, Smirnoff no solo legitima su papel como heredera literaria, sino que abre una nueva etapa en Millennium. Una etapa menos espectacular quizás, pero más honda. Más conectada con los dilemas reales de nuestro tiempo. Una etapa donde la venganza da paso a la resistencia, y el castigo al compromiso. Quizá no haya mejor homenaje a Stieg Larsson que este: seguir haciendo preguntas. Sobre el poder, sobre la justicia, sobre la violencia, sobre el precio de decir la verdad. Y sobre todo, mantener viva la llama de personajes que no se conforman, que no callan, que no se rinden. Porque en un mundo que cambia constantemente de rostro, la rebeldía lúcida de Lisbeth Salander sigue siendo necesaria. Y gracias a Karin Smirnoff, también sigue siendo literatura. (c) Violant Muñoz (c) Mediâtica: agencia cultural
0 Comments
Leave a Reply. |
Violant Muñoz i Genovés
Archives
May 2025
|