RESEÑA | Peligro de derrumbe, de Pedro Simón: las grietas de un país contadas desde el alma6/24/2025 Por Violant Muñoz i Genovés
En tiempos en los que la literatura parece buscar fórmulas de impacto rápido y personajes grandilocuentes, Pedro Simón apuesta por lo contrario: por lo íntimo, por lo sutil, por lo que no se ve a simple vista. Peligro de derrumbe, en su nueva edición revisada por Espasa, no es solo una novela coral sobre la crisis económica de 2008, sino una obra de plena vigencia en un presente que sigue arrastrando las mismas grietas. Pedro Simón —periodista de largo recorrido en El Mundo, galardonado con el Premio Ortega y Gasset, el Premio Rey de España y finalista del Premio Gabo— no es un recién llegado a las trincheras del dolor social. Ha estado allí, ha escuchado, ha escrito. Y ahora, en esta novela, canaliza todo ese bagaje en una narración que duele, que emociona, que nos obliga a mirar hacia dentro. Porque si algo tiene Peligro de derrumbe es esa capacidad infrecuente de convertir lo particular en universal y lo cotidiano en simbólico. Una sala de espera que es mucho más La estructura de la novela es tan sencilla como brillante: nueve personas —desempleadas, rotas, esperanzadas— esperan en una sala para ser entrevistadas por un puesto de trabajo. Ese espacio neutro y anodino, con sillas de plástico, revistas viejas y un hilo musical casi inaudible, se convierte en el verdadero escenario simbólico de la novela. Allí confluyen vidas que no deberían cruzarse, silencios que se cargan de sentido, miradas que revelan más que las palabras. Pero esa sala no es solo un lugar físico: es el reflejo de una sociedad suspendida, expectante, al borde del colapso. Es el limbo de una España que, tras la crisis, se quedó sin red de seguridad. Allí están representadas distintas generaciones, clases sociales, orígenes y heridas. Y todas ellas nos interpelan. Voces que merecen ser escuchadas Pedro Simón da voz a los olvidados. A los que han quedado fuera del reparto. A quienes no salen en las estadísticas. Y lo hace con una delicadeza quirúrgica, sin caer nunca en la pornografía del sufrimiento ni en el sentimentalismo fácil. Cada personaje tiene su propio capítulo, su propia historia, su propio derrumbe. Está María, por ejemplo, una madre que lo ha perdido todo menos el amor por su hijo con necesidades especiales. Su historia es de una dignidad desgarradora. Ha vendido sus muebles, su reloj, su tiempo… todo para intentar mantener a flote la vida de su hijo. María representa esa maternidad abnegada que sobrevive sin quejarse, con el alma desgarrada pero con los ojos firmes. Está Paco, el empresario venido a menos, que fue “don Francisco” y ahora apenas puede con su sombra. Machista, soberbio, pero también vulnerable. Paco es la masculinidad en crisis, el patriarca que se da cuenta de que su tiempo ha pasado y que ya no sabe habitar su nuevo lugar en el mundo. Está Babacar, un migrante que sobrevivió a una patera, a la muerte, al racismo, y que ahora duerme poco, escribe cartas a su madre y guarda silencio. Babacar no es un arquetipo, es una persona real, y Simón lo dibuja con una ternura que desarma. Está Yolanda, la universitaria que hizo todo “como debía hacerse” y, sin embargo, ha terminado atrapada en una depresión muda, encerrada en su cuarto, sin fuerzas para seguir buscando trabajo. Representa a toda una generación que creció bajo la promesa de que el esfuerzo sería recompensado, y que se ha quedado fuera, mirando cómo otros heredan el futuro. También están Roberto, el informático que traicionó a un amigo y no puede perdonarse; Elena, la limpiadora que cuida de todos sin que nadie la cuide; Rosario, la pitonisa escéptica que frunce el ceño porque ya no cree en nada; Román, el joven encofrador que lo tuvo todo demasiado pronto y acabó consumiéndose entre lujos y adicciones; y Juan, el profesor jubilado que nadie recuerda, pero que sigue esperando su sitio en el mundo. Y al otro lado está Cristóbal, el director de Recursos Humanos, que lanza currículums al aire y decide destinos con un chasquido. Su figura representa el poder burocrático y frío que decide sin mirar a los ojos. Es el símbolo de un sistema deshumanizado, donde la persona ha sido sustituida por el perfil profesional. La palabra como refugio y denuncia Lo que convierte a Peligro de derrumbe en una obra poderosa no es solo la profundidad de sus personajes, sino el estilo con el que Pedro Simón los presenta. Su prosa es directa, limpia, cargada de imágenes potentes. Utiliza frases breves que cortan como bisturís. Cada capítulo avanza con un ritmo casi cinematográfico, pero sin perder nunca el aliento íntimo de lo humano. Simón sabe que a veces lo más conmovedor es lo que no se dice. Deja espacio al lector para habitar el silencio, para leer entre líneas, para sentir lo que los personajes no se atreven a expresar. Hay ironía, hay humor, hay ternura, pero sobre todo hay verdad. Literatura que importa En un tiempo en que muchas novelas parecen concebidas para entretener o evadir, Peligro de derrumbe opta por lo contrario: por incomodar, por hacer pensar, por remover. Es una novela política en el mejor sentido de la palabra. Porque habla del país que somos, del que fuimos y del que podríamos llegar a ser. Porque recuerda que el paro no es solo una cifra, sino una herida en la autoestima, una amenaza a la identidad, una grieta que afecta a lo más íntimo de cada persona. Simón no cae en el panfleto ni en la tesis. No impone una visión, sino que construye un espejo en el que podemos (y debemos) mirarnos. Y lo hace con una empatía que emociona, con una mirada que escucha más que juzga. Temas de hoy y de siempre Aunque escrita en el contexto de la crisis de 2008, la novela sigue resonando con fuerza en 2025. La precariedad laboral, la exclusión, la feminización de la pobreza, el racismo estructural, la salud mental, la soledad… siguen siendo realidades cotidianas. Simón no las aborda como modas ni como consignas, sino como partes intrínsecas de sus personajes. Elena, por ejemplo, nos habla del peso invisible de los cuidados: madre viuda, con cinco hijos, uno de ellos dependiente, y aún así se las arregla para visitar a su propia madre en una residencia. Representa a miles de mujeres que sostienen el mundo sin que nadie lo note. Simón les da visibilidad sin idealizarlas, mostrando su fuerza, pero también su agotamiento. Babacar, sin pronunciar un grito, denuncia una sociedad que tolera la explotación si se hace en silencio. Trabaja de noche, cobra en negro, calla ante el abuso. Su dignidad no está en la resistencia épica, sino en la lucha silenciosa de cada día. Y Yolanda, con su tristeza muda, representa el fracaso de un sistema educativo que promete oportunidades y entrega frustraciones. Su personaje es un espejo incómodo para una generación que se siente traicionada por haber hecho todo “bien”. Lo invisible como protagonista Uno de los logros más notables de Pedro Simón es su capacidad para narrar lo invisible. No lo espectacular, no lo heroico, sino lo que pasa desapercibido: el gesto, la renuncia, el silencio, la mirada. En Peligro de derrumbe, lo invisible es protagonista. Y eso convierte la novela en un acto de justicia poética. Simón nos recuerda que detrás de cada rostro apagado en el metro, detrás de cada persona que espera en una sala de entrevistas, hay una historia. Una vida. Una grieta. La novela no busca soluciones, pero sí señala el camino: solo mirando esas grietas, las nuestras y las ajenas, podemos empezar a reconstruir. Un autor necesario Pedro Simón ha conseguido algo muy difícil: hacer literatura desde el periodismo sin que parezca un reportaje, y hacer crítica social desde la ficción sin que parezca un ensayo. Su estilo es reconocible, coherente, sólido. Y su compromiso con las personas —no con los discursos, no con las modas— se refleja en cada página. No hay moralina, no hay sentimentalismo impostado. Solo humanidad. Y esa es la gran virtud de Peligro de derrumbe: que no intenta convencer, sino conmover. Conclusión: una lectura imprescindible Peligro de derrumbe no es una novela amable. No busca agradar. Pero es profundamente necesaria. Porque pone nombre y rostro a los que nunca aparecen en los focos. Porque recuerda que la dignidad no se pierde cuando se cae, sino cuando se olvida. Porque nos obliga a mirar a los otros —y a nosotros mismos— con más compasión. Pedro Simón ha escrito una novela que, desde su sencillez estructural, despliega una profundidad emocional y social de gran alcance. Y lo ha hecho sin estridencias, sin adornos, solo con la verdad de sus personajes y la potencia de su mirada. En un tiempo de ruido y de prisas, Peligro de derrumbe es una invitación a parar, a mirar, a escuchar. Y quizá, solo quizá, a reconstruir algo entre las ruinas.
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