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Presencia

Feliz Año Nuevo desde el otro lado del camino

12/30/2020

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Por David Alberto Muñoz

Este año que termina me deja un muy buen sabor de boca.  Ha sido un periodo muy productivo, no sólo en mi escritura, sino también en mi trabajo.  Me siento agradecido con la vida, con los dioses del maíz, por haberme permitido seguir vivo y vivir en toda la plenitud a la medida de mis capacidades. ¿Qué espero, deseo o anhelo para este año que nace?  Quizás caigo como todos en el tener propósitos de año nuevo muy comunes y tradicionales, salud, mucho trabajo, familia, amigos y demás.  Sin embargo, al escudriñar el fondo de mi corazón me miro a mí mismo en el clímax de mi existencia.  Si la muerte me llegara en este momento, moriría satisfecho con lo poco que he hecho en mi vida.  No quiero morir todavía, hago la aclaración, todavía no termino, como dijo Muñoz en un texto hace ya algunos años, pero después de vivir ya casi seis décadas, que no es mucho que digamos, he descubierto, al menos para mí, que no son los logros, ni las metas alcanzadas, que no son las luchas y los fracasos lo que determinan el que vivamos una vida “feliz”, satisfactoria, completa.  Es más bien el proceso, el estar caminando, el saber experimentar la existencia en su totalidad y aprender a hacerle frente a todo, las lágrimas, las alegrías, los retos, saber darle la cara a la compleja experiencia humana.  ¡Feliz año nuevo a todos!  Desde lo más profundo de mi ser, Raza, sean felices, la vida es muy corta. 

This year is ending for me on a very good note.  It has been a very productive period, not only in my writing, but also in my work.  I am very grateful for my life, thankful to the gods of maize, for allowing me to stay alive and live in all the fullness to the extent of my own abilities.  What do I expect, desire or hope for this coming year?  Perhaps I fall as we all do into the New Year’s resolutions, very common and traditional ones, health, much work, family, friends etc.  However, as I search the bottom of my heart I look at myself at the climax of my existence.  If I would die all of the sudden, I would die a happy man. Satisfied with everything I've done in my life.  I don't want to die yet, I make that clear, nevertheless, as Muñoz wrote in a text some years ago, “I have not finished.” But after living already almost six decades, and it is not that long, I have discovered, at least for me, it is not necessarily the achievements, or the reached goals, either the struggles and failures that determine if we live a life complete, satisfactory, and "happy."  It is rather the process, the actual living, to know, to experience existence in its entirety and learn how to cope with everything, tears, joys, challenges, learn how to face the complex human experience.  Happy new year to all!  From the depths of my soul, Raza, be happy, life is too short.
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Entre la sed y el desierto - Entrevista

6/24/2020

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Por David Alberto Muñoz

Por Cortesía de CulturaDoor - http://www.culturadoor.com/?p=3265
Oscar Cordero revela cómo vivió y escribió su obra:

Llegamos a las oficinas de la Editorial Orbis Press, ya que teníamos una cita con el señor Oscar Cordero, escritor, originario del estado de Chihuahua, México. Hombre que refleja seguridad, el trabajo se ve manifestado en su rostro; es de un hablar con tono cortante, muy a la usanza del norte de México. Tiene los ojos de color azul verde, y su mirada muestra un peculiar nivel de análisis. Cuando llegó, estrechó nuestras manos con cierta fuerza, sin dar lugar a la intimidación tan común en los seres humanos. Una persona sencilla, segura de sí misma, con el deseo de platicar sus experiencias.

—Sr. Cordero, nos puede hablar un poco brevemente sobre usted en lo personal. ¿Cuanto tiempo tiene en los Estados Unidos? Deseamos conocerlo un poco más.—Bueno, la primera vez que vine a Estados Unidos fue en 1977. Estuve dos años y volví a México. Y así he estado viniendo y volviendo pero nunca he estado constantemente aquí más de tres años, hasta esta última vez que volví, y ya llevo aquí seis años.

—¿Qué fue lo que lo estimuló a escribir su libro Entre la sed y el desierto? ¿Qué es lo que usted quiere que el lector sepa?

— A mí me gustaría que la gente sepa las cosas por las que pasa un emigrante cuando viene a Estados Unidos sin papeles…de los peligros a los que se expone una persona, hombres, mujeres y niños, cuando venimos para acá, a buscar trabajo, porque en nuestro país no se nos da esa oportunidad. Quiero que los pueblos y los gobiernos de Estados Unidos y de México sepan, que conozcan paso a paso, las caminatas y los peligros a los que se expone uno en cada caminata, por la sierra y el desierto, sin agua, ni comida, a expensas de coyotes, de gente que desconoce uno en lo absoluto.

—¿Usted pasó por esa experiencia en lo personal?

— Sí, hace seis años, llegué a Agua Prieta, Sonora, rumbo a Phoenix. Conseguí un “coyote”. Nos pusimos de acuerdo en el precio, y salimos.

—¿Cuánto le cobraron?

—600 dólares. Me acuerdo que entramos a la altura de Bisbee, Arizona, unas veinte millas al oeste de Agua Prieta. Por ahí entramos, y caminamos las primeras doce horas hasta una parte cerca de Bisbee, no sé exactamente qué parte será. Por ahí nos esperaban con los carros y nos subimos. Viajamos en los autos una media hora más o menos, y nos bajamos para hacer otro rodeo que había que hacer, que estaba antes de llegar a Tombstone; y bueno, esas fueron otras diez y seis horas más caminando…Veníamos en dos carros, éramos diez y ocho personas, más o menos…me acomodaron a mí y a otras ocho personas más. Cuatro adelante, cuatro atrás, y dos en el maletero. Y el otro grupo en otro carro también hasta poco antes de llegar a Tombstone, porque parecía que había dos chequeos de la migración. Finalmente nunca supe dónde estaban los puntos de revisión, porque nunca los vimos, solo sé que rodeamos Tombstone y Benson, los dos pueblos…No teníamos nada. Al salir de Agua Prieta, traíamos nada más un galón de agua cada uno.

—¿Qué tanta realidad de sus experiencias están reflejadas en su texto?

—Son eventos reales, netamente. Para mí no fue difícil escribirlo, porque todo está en mi mente. Todo es real.

—¿Cómo cree usted que el público va a recibir su libro?

—Yo creo que toda persona que ha pasado la frontera “ilegalmente” como yo, se va a sentir identificado con ella. Va a sentir que está volviendo a revivir la experiencia…el drama por el que pasó él ¿no? …entonces la gente se va sentir en el desierto, caminando, va a sentir la misma sed que sentí yo, las mismas ganas de llegar, la misma desesperación de no llegar… yo creo que la gente va a tomar el libro como suyo.

—¿Alguna vez usted ha sentido discriminación, Oscar? ¿De parte del anglosajón, de parte de otras personas o incluso de algunos paisanos?

—Bueno, la discriminación de parte del anglosajón es constante. Es en la calle, haciendo cola en las tiendas, es haciendo cola en el banco, al pagar el cobro del teléfono, al voltear a verlo a uno por sobre el hombro, de reojo.

—¿Cuál fue el motivo que lo impulsó a cruzar la frontera a aventurarse? Porque es una aventura por lo que me platica. ¿Cuál fue la razón por la que decidió saltarse el alambre?

—Es la falta de trabajo, la falta de oportunidades en el país. Es la crisis. La ilusión de conseguir capital para hacer cosas en México. Yo no puedo hacer nada allá, si no tengo el capital necesario.

—Cuénteme Oscar, ¿cómo ve el inmigrante la cultura anglosajona? Hay un término que utilizamos, el famoso “shock cultural”. Llegamos de otra cultura, completamente distinta, y de repente estamos en un medio ambiente que no conocemos ni entendemos. ¿Cómo mira un inmigrante recién llegado la cultura gringa?

—Bueno, yo creo que estamos prejui-ciados en relación al choque cultural, porque siempre nos sentimos menos, porque estamos en un lugar al cual no pertenecemos. Llegamos y tenemos que empezar hablar otro idioma. Y luego las costumbres del anglo chocan con las nuestras inmediatamente. La forma de vivir es completamente diferente. La forma de trabajar es diferente también Ya después con el paso del tiempo nos empezamos a integrar entre comi-llas…Pero el choque es grandísimo, es llegar a un mundo totalmente diferente, y es muy difícil, sin saber hablar el idioma principalmente.

—¿Qué aspectos ha asimilado usted de la cultura anglosajona?

—Bueno, la forma en la que trabajan, la forma en que producen, trabajan duro. Y es gente que tiene, debido a la educación, metas muy grandes. Por eso hay una diferencia enorme entre los hispanos que venimos del medio de…de provincia, ¿no? Venimos a un mundo donde vemos a los gringos preparados, estudiando y progresando constantemente.

—¿Pudiéramos decir que ha perdido ciertos aspectos de su mexicanidad? Después de tantos años de ir y venir, ¿no cree usted que ha perdido aspectos de su cultura autóctona?

— No. Yo creo que no, porque me interesa mucho conservar mi cultura. Me gusta leer, enterarme de ella; y a veces creo que ahora la conozco más que antes, porque la extraño tanto. Tanto, que me voy a las bibliotecas a leer acerca de mi cultura. Tal vez sea por eso…La nostalgia de estar lejos…

— Bueno, habló de la lectura, podría compartir con nuestros lectores, ¿cuáles son sus autores favoritos?

— García Márquez por ejemplo. León Tolstoy, Dostoyesky, Víctor Hugo, Stendhal, principalmente. Tengo un hijo que se llama Stendhal, me gusta mucho como escribió Stendhal.

—Varios escritores que mencionó son rusos existencialistas.

¿Qué es lo que le atrae de ellos?

—Me atrae su universalidad. Al conocer a fondo la forma en que pensaban los escritores rusos, me doy cuenta de su grandeza, y descubro la increíble facilidad que tenían para penetrar los más obscuros y profundos rincones del alma humana. Yo llamaría al siglo XIX el siglo de oro de la literatura rusa a causa de la gran producción de escritores, y escritores buenos, como lo son Tolstoy, Chéjov y Dostoyevsky.

—Creo que lo podemos catalogar a usted como un escritor inmigrante, que vino, vivió y escribió sus experiencias en Entre la sed y el desierto. ¿Cuál piensa usted es el discurso del escritor inmigrante? Todas esas personas que hemos cruzado la frontera, hemos quizás hecho nuestra vida de este lado de la frontera, pero seguimos escribiendo en español. ¿Qué cree usted es lo que el inmigrante quiere decir? Me refiero al inmigrante que vive en los Estados Unidos.

—Es una queja hacia la injusticia, la co-rrupción en México, la falta de oportunidades, el desfalco de las arcas na-cionales cada seis años, por cada presidente, su familia y sus allegados. Es un grito de coraje por no poder estar en México, y no poder llegar a ser lo que podemos ser en México. Precisamente a falta de una economía sana, como no hay dinero en México, porque se lo llevaron a los bancos de Suiza, no hay ca-pital, no se estimula el financiamiento de pequeñas industrias para crear empleos… ¡Es un grito de coraje!

—Vamos a utilizar un poquito la imaginación. Imagínase que llega una copia de esta entrevista que le estamos haciendo al escritorio del presidente Fox. ¿Qué le diría usted al presidente Fox?
—Yo le diría que salga a conocer México en realidad. Que salga a la provincia. Que conviva con los campesinos. Que vaya a las tierras donde estamos trabajando. Para que vea las carencias que hay. Para que vea el potencial que hay para producir, y se dé cuenta que falta el apoyo del gobierno para que la tierra produzca. Que se dé cuenta que hay gente que desea hacer mucho, pero se ve obligada a venir a Estados Unidos a hacerlo. El inmigrante se viene por necesidad…por ganas de mejorar.

—Vamos ahora a cruzar la frontera otra vez, utilizar la misma situación ficticia e imaginar que en un momento dado el presidente Bush, con su español mal hablado, está leyendo también la misma entrevista.

¿Qué le diría usted al presidente de este país?

—Yo le diría que investigue en el suroeste de Estados Unidos, ¿a qué se debe que las compañías no tengan suficientes trabajadores? Y por qué es tan fácil que esas compañías nos ocupen a todos los que estamos llegando. Que vea las áreas de crecimiento como Phoenix y Las Vegas, y se dé cuenta que somos básicamente mexicanos los que estamos trabajando en el área de construcción… Que se dé cuenta que la razón por la cual venimos de “ilegales” es porque sabemos que nos van a ocupar inmediatamente. Es mucha la falta de mano de obra que hay aquí.

—Muchas gracias Oscar. Y felicidades por la publicación de su libro.

—Gracias….

Oscar Cordero es un hombre sencillo, con cultura, con un discurso proveniente de sus experiencias personales. Su mirada proyecta el deseo de hablar y decir las verdades de muchos inmigrantes viviendo en el país del Tío Sam. Las injusticias que han vivido lo llevan a ser una voz de clamor por justicia, por equidad…

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Crónica desde ultratumba

6/17/2020

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Muñoz siempre soñó con escribir una crónica sobre su muerte y tuvo la inconcebible idea de que podría mandarla desde el más allá...
Por David Alberto Muñoz

Los sonidos e imágenes que se presentaban ante mí parecían embriagarme más que las mismas copas que había bebido hacía unas cuantas horas. Solamente miraba rostros compungidos de personas que caminaban de un lado a otro elevando los brazos e intentando crear coherencia ante el complejo panorama de haber perdido la vida la noche anterior.

No estoy seguro si lo soñé o fue verdad, o tal vez es verdad. Pero anoche fallecí, sentí que mi alma se desprendía de mi cuerpo y pude ver con mucha claridad cómo mi familia y mis vecinos se acercaban e intentaban despertarme mientras que yo volteaba para todos lados y no podía creer lo que estaba sucediendo. De repente parecía que estaba volando. Podía verme a mí mismo por debajo de mis piernas. Por unos segundos quedé totalmente paralizado.

—¡Ese soy yo! Ahí abajo

—pronunciaba con cierta incredulidad. Todo era desorden y locura.

Al principio sentía mucho miedo aunque después de algunos minutos me acostumbré a viajar de esta extraña forma. No podía sentir mi propio respirar y mis ojos se me iban para todos lados. Lo curioso era que podía ver y escuchar todo, absolutamente todo. Los gritos de las mujeres y los niños, las frases secas de mis enemigos y los pensamientos mezquinos de todos aquellos que al final de cuentas estaban contentos de verme muerto.

—Desgraciados

—pensé.

Decidí pasearme por la ciudad. Tomé rumbo hacia el Zócalo y no sé por qué me dieron ganas de detenerme en el Monte de Piedad. A lo mejor deseaba empeñar algo o quizás pagar el dinero que debía para poder quedarme otro ratito.

Entré por la puerta de la catedral y sentí miedo. Las iglesias católicas siempre se me han hecho medio tétricas. Se me figuraba que todos los santos se levantaban a recibirme y que me llevarían al lugar de las almas perdidas. Escuchaba las confesiones, los pecados cometidos por hombres y mujeres que expresaban su arrepentimiento por haberle puesto los cuernos a su compañera o compañero, por haberle metido la mano a la secretaria o haberle querido robar dinero al jefe de piso, mientras que los jovencitos se disculpaban una vez más por haberse masturbado en la cocina frente a la criada. El sacerdote los escuchaba con rostro de enfado, para que al final de cuentas simplemente los absolviera dándoles de penitencia tres Aves Marías y ocho Padres Nuestro.

Yo sentía como que alguien me estaba llamando pero no lograba diferenciar entre tantas voces y sonidos que escuchaba. Sabía que cierto día iba a morir. Pero no deseaba que fuera precisamente ese día cuando me iban a dar la plaza permanente en la universidad donde trabajaba. Además, me habían prometido darme beneficios médicos para mí y toda mi familia. Al menos eso pensaba. Ya no estaba seguro de quién era en realidad. Me sentía ligero y como que podía viajar casi a la velocidad del pensamiento.

—¿Qué pasó con Muñoz?

—Se murió.

—¿Cómo qué se murió?

—Pues no sé…de repente se cayó y no se pudo levantar.

—¿Estoy muerto?

—me pregunté.

Siempre soñé con escribir una crónica sobre mi muerte, y tuve la inconcebible idea de que podría mandarla desde ultratumba.

No estaba seguro. Me sentía bien, nada más esa rara sensación de andar volando. Imaginé que a lo mejor se me habían pasado las copas. No será la primera vez, ni la última, eso espero. O a lo mejor como no he dormido muy bien últimamente he perdido la coherencia. Cuando menos me di cuenta, observaba a bailarines que nada más parecían estar matando chinches para recaudar un poco de dinero mientras que la plaza central de la ciudad parecía oler a mierda y la inmensa bandera mexicana sacudía el aire…y yo nada más me agarraba del mástil como no deseando irme de ahí.

—Pero yo ya no vivo aquí. Salté la frontera hace ya muchos años—recordé— Yo me fui al otro lado. ¿Qué ando haciendo por acá? La cabeza me pesaba mucho. Sentía un olor a vómito en mi boca. Por momentos experimentaba calambres en el cerebro y al querer sacudirla todo se volvía una película en cámara lenta. Y como que escuchaba la quinta sinfonía de Bethoveen y recordaba a mis amigos, mis mujeres, mis secretos, mis placeres y mis propias inmundicias.

—¿Qué pasa?

—pregunté.

—Muñoz falleció el día de ayer. Estaba trabajando en su oficina en la ciudad de Phoenix, Arizona y de pronto le dio un ataque al corazón y perdió la vida casi al instante. Pero yo todavía estoy aquí.

—Fue algo muy inesperado. Todavía estaba muy joven. Pero como él mismo decía, la compleja experiencia humana también llega a su fin. Corrí como loco para cualquier lugar, en aquel momento no importaba.

Los carros se me echaban encima, las personas me insultaban, los merolicos me aventaban sus productos; percibía la mirada de medio mundo sobre mí y lo más curioso era que no experimentaba dolor de ninguna clase. Más bien era una rara desesperación de darme cuenta de algo que al menos yo creía no sucedería en mucho tiempo.

A lo mejor nada más estaba soñando…o a lo mejor no…tal vez estoy escribiendo mi última crónica y tendré la oportunidad de enviarla desde estos rumbos…o a lo mejor ya estoy muerto… no sé…tal vez nadie puede saberlo.

—Muñoz falleció el día de ayer. Pero nos envió esta crónica exclusiva desde ultratumba.


Cortesía del CulturaDoor - http://www.culturadoor.com/?p=4177

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Presencia mexicoamericana y legado literario y cultural de David Muñoz:  Un escritor chicano en la práctica

6/4/2020

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Manuel de Jesús Hernández-G. 
Estudios Chicanos en Español, Spanish Program
Arizona State University
Manuel.Hernandez@asu.edu

Como el gran poeta chicano Alurista, quien es uno de los fundadores de la poesía chicana contemporánea, el cuentista David Muñoz (1959-2020) ha hecho una similar contribución valiosa a las letras chicanas, en específico al cuento arizonense en español y al chicano en general. Además de su marcado aporte al cuento chicano, Muñoz contribuyó a la ensayística y la edición de revistas, así como al estudio de la filosofía de Occidente y al fomento de la literatura chicana en Arizona, el sudoeste, el resto de los Estados Unidos, México, Chile, España y otros países hispánicos.

Inmigrantes defeños con una contribución mayor a la literatura chicana 

Similar a otros renombrados escritores chicanos, como Octavio I. Romano, Alurista y Guillermo Gómez Peña, David Muñoz nació en México Distrito Federal, emigrando a Estados Unidos en 1973 a la edad de 14 años.   Romano creció en San Diego y en 1943 ingresó al ejército para servir 2 ½ años en la Segunda Guerra Mundial; bajo el GI Bill, obtuvo una licenciatura en ìa University of New Mexico. Después, logra ambas una maestría y un doctorado en antropología de la Universidad de California en Berkeley, donde en 1963 consigue también un puesto como investigador en la School of Public Health. Respecto a su contribución a la literatura chicana, Romano fundó la revista El Espejo y la editorial Quinto Sol—ambos proyectos centrales a la fundación de la literatura mexicoamericana o chicana contemporánea.  Por su parte, Alurista escribe El plan espiritual de Aztlán (1969) y establece como un viable medio literario el verso bilingüe vía su obra Floricanto (1971), a dichas obras le seguirían unas siete colecciones de poesía. Alurista se doctoró en la University of California at San Diego (UCSD) con una disertación sobre la obra de Óscar “Zeta” Acosta y ejerce la docencia en varias universidades antes de abandonar el ambiente académico para dedicarse tiempo completo a la poesía.  

Tocante a Gómez Peña, después de obtener en 1978 una licenciatura en lingüística y literatura latinoamericana de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), ingresa al California Institute of the Arts donde logra una licenciatura en 1981 y una maestría en 1983. De 1983 a 1990, se traslada a San Diego donde trabaja en El Centro Cultura de la Raza y co-funda el Border Arts Workshop/Taller de Arte Fronterizo.  A continuación, en 1991 se le otorga el prestigioso premio John D. and Catherine T. MacArthur Fellowship y publica en 1993 su primer libro Warrior for Gringosgtrokia. A partir de 1993,  forja durante 30 años una exitosa carrera vía la cual ha contribuido al debate estadounidense intercultural en la forma de ensayos, poesía experimental, performances y crónicas trilingües, videos, fotografía y arte. Alurista y Gómez Peña comparten no solo el haber vivido en San Diego, sino el  trabajar en El Centro Cultura de la Raza—una institución cultural chicana fundada en 1970.

    Por su parte, a la edad de 14 años, en 1973 David Muñoz llega de México Distrito Federal a San Diego, donde termina la secundaria y luego ingresa al mercado laboral.  Para el año 1982, se encuentra estudiando en el instituto mediano superior llamado Southwestern College donde es actor fundador del Teatro Meta y de donde obtiene el título de Associate of Arts. Un grupo chicano, Teatro Meta (1982-1990) fue fundado como un proyecto de teatro comunitario bajo la financiación del California Council of the Humanities, siendo el crítico chicano Jorge Huerta uno de los directores encargados del proyecto.  

Muñoz decide regresar a los estudios superiores y tiene como meta entrar a la docencia, trasladándose a universidades en Arizona. Obtiene una licenciatura en la Grand Canyon University en 1990, una maestría en 1992 del Fuller Theological Seminary, una maestría en literatura chicana en 1994 de la Arizona State University, y un doctorado en Estudios religiosos en 1997 del Trinity Theological Seminary. Ese mismo año inicia, aparentemente, su carrera como profesor docente de filosofía y estudios religiosos en el Chandler-Gilbert Community College (CGCC). 

Respecto a su carrera como cuentista, selecciona el español como su lengua literaria e inicia sus publicaciones en 1998 con la colección Calzadas humanas. Logra así llevar a cabo una carrera literaria de 22 años, publicando cinco obras de cuento y dos colecciones de ensayos, así como siendo co-fundador de la revista CulturaDoor y fundador de una editorial, una página web y una página en FaceBook que comparten el nombre Peregrinos y sus Letras.  Como fomentador de la literatura chicana y mexicana, en el año 2007 funda el congreso anual intitulado Encuentro de Escritores Iberoamericanos en Estados Unidos, que se extiende hasta el 2019 y trae al Valle del Sol doce renombrados escritores chicanos, chicanas y mexicanas. Tanto CulturaDoor como la página web Peregrinos y sus letras fomentan la producción literaria y cultural en el sudoeste chicano, la frontera norte de México, otras regiones de México, Chile, España y otros países hispanos. Además, como parte de una labor docente en el CGCC, edita tres antologías de textos filosóficos y religiosos. 

Para cerrar esa sección, en Octavio I. Romano, Alurista, Guillermo Gómez Peña y David Muñoz tenemos las figuras mayores de los inmigrantes defeños que, integrándose a la sociedad mexicoamericana y estadounidense en general, han hecho una gran contribución a la literatura y cultura chicana contemporánea.  Otra gran figura en la literatura chicana de una relación estrecha con México Distrito Federal, aunque nació en Chicago, es Sandra Cisneros; esa relación se representa en la novela Caramelo, o, Puro cuento (2002).  El padre de Cisneros emigró a Chicago y, desde esa ciudad del medioeste, llevaba cada año a la familia, vía carretera, a la capital mexicana durante las vacaciones de verano. Sandra Cisneros fue una de las escritoras chicanas invitadas al Encuentro de Escritores Iberoamericanos en Estados Unidos.

David Muñoz: la contribución mayor al cuento chicano en español 

David Muñoz inicia y cierra su carrera literaria con el cuento. Publica las primeras tres colecciones vía dos editoriales de Arizona, Editorial Orbis Press y Peregrinos y sus Letras Press: Calzadas humanas (1998), México de mis recuerdos (2005) y Tejiendo telarañas (2013). Las últimas dos con una editorial del norte de México, Editorial Garabatos:  El Santo Don Patricio y otros demonios (2015) e Insanities, Soundness, and Reality: A Collection of Short Stories Told Perhaps by the Same Person (2016).  Antes de fallecer, tenía un manuscrito inédito, “Fábulas urbanas: cuentos de instancias humanas”, listo para publicar. Las tres editoriales lo arraigan a los dos lados de la frontera: Phoenix, Arizona, y Hermosillo, Sonora, México, señalando a un escritor consciente de la vida y la condición sociohistórica a ambos lados de la frontera. 

Paso a paso, Calzadas humanas, México de mis recuerdos y Tejiendo telarañas simbolizan la migración de un sujeto narrador desde el DF hasta Phoenix.   De hecho, Calzadas humanas se divide en dos partes: los cuentos de la primera parte toman lugar en la capital mexicana, en específico en el barrio urbano donde nace y crece David Muñoz; los de la segunda parte, introducen al lector a un espacio estadounidense asociado a los barrios mexicoamericanos. A diferencia de la primera colección, los narradores y protagonistas de México de mis recuerdos y Tejiendo telarañas han hecho una transición al nivel del espacio y, aunque surgen imágenes del DF, narran o actúan principalmente anclados al sudoeste mexicoamericano: Phoenix, San Diego y San Antonio. 

En México de mis recuerdos surge un sujeto inmigrante mexicano quien vive consciente de su aculturación al sudoeste chicano —el espacio principal de la colección—  como la señalan el sentido de tradición histórico-literaria y varios de los temas de la los 1970 y los 1980. Los temas se representan vía los narradores y protagonistas: la lucha contra la pobreza, la lucha contra la exclusión educativa, el aporte de ciertos renombrados activistas chicanos y chicanas, la búsqueda de identidad, la influencia de escritores chicanos, el inmigrante mexicano en el sudoeste mexicoamericano, el chicano de segunda a cuarta generación, la aculturación gringa, la comodidad clasemediera, el consumismo, los impuestos abrileños y otros.  Para marcar la evolución en la cuentística de Muñoz, se acude al cuento titular, “México de mis recuerdos”, cuyo protagonista, Jaime, es un inmigrante mexicano que ha vivido en EE.UU. más de veinticinco años, reconoce a un México lejano y toma conciencia de unos símbolos mexicanos que resultan ahora culturalmente vacíos. Respecto al lenguaje de México de mis recuerdos, la base está arraigada en el habla defeña y el habla rural del norte de México, aunque se expande y amplía para incluir la práctica del español sudoesteño así como palabras y expresiones angloamericanas en inglés.  

De los 21 cuentos en Tejiendo telarañas, seis desplazan principalmente el sudoeste mexicoamericano, once toman lugar en México, y cuatro develan un espacio ambiguo relacionado tanto al primero como al segundo espacio mencionados. Los cuentos de esta colección presentan a un sujeto migrante mexicano que está anclado geográficamente a Estados Unidos y aculturado al sudoeste chicano.  Incluidos en la sección intitulada “Telarañas fronterizas”, los seis primeros cuentos proveen la base realista de la colección de Tejiendo telarañas, y desde ese espacio, el sujeto mexicano migrante se involucra en el rescate de una memoria mexicana. Se vale de los once cuentos que toman lugar en México para recuperar y explorar tres elementos: los familiares, los religiosos y los sexuales.  La intención no es un mero rescate nostálgico, sino que la orienta una perspectiva crítica que incluye una invectiva del machismo mexicano. El gran novelista y cuentista arizonense, Miguel Méndez, reconoce en esta colección de David Muñoz, Tejiendo telarañas, un sobresaliente estilo y un artístico manejo de la palabra: “Con su notable maestría y poder creativo, este autor nos pinta escenarios comunes, semejantes a los tejidos brillosos de esas redes resistentes, que la araña traza y teje, tal como sucede en la vida misma”. Irónicamente, la sección “Telarañas fronterizas” contiene la narrativa corta intitulada “Cuento número 33” donde se dramatiza, vía múltiples diálogos, el impacto de la ley anti-inmigrante de SB 1070, que llevó a la autodeportación de unos 200,000 mexicanos fuera de Arizona. Incluye, además,  el cuento “Todavía no acabo” donde el sujeto inmigrante mexicano declara: “Eres lo que eres, soy lo que soy, y todavía no he terminado” (37).  De ahí que, para el sujeto inmigrante mexicano, el arraigamiento en el sudoeste mexicoamericano tiene sus dudas.

En las últimas dos colecciones publicadas, El Santo Don Patricio y otros demonios (2015) e Insanities, Soundness, and Reality: A Collection of Short Stories Told Perhaps by the Same Person (2016), David Muñoz se da un espacio para explorar la condición humana y el escribir en inglés.  Hace a un lado el tema del inmigrante mexicano para explorar la condición humana. Influido por Friedrich Nietzche, el escritor Muñoz presenta en El Santo Don Patricio y otros demonios a un ser humano sumamente complejo, quien posee una gran capacidad de entrega para con el prójimo así como un lado oscuro. Por su lado, Insanities, Soundness, and Reality ofrece al lector varias realidades de la condición humana: entre ellas, la discriminación racial, la violencia doméstica, la edad de la razón, el alcoholismo y la depresión posparto. A nivel de estilo y el uso del lenguaje, los cuentos dan un sentido de conexión identitaria entre el narrador y el lector. 

La contribución a la ensayística chicana: Méxicalipsis y México: identidades sin fronteras

Para la ensayística chicana, David Muñoz dejó dos colecciones:  Méxicalipsis: Éxodo hacia la frontera (2000) y México: identidades sin fronteras (2001). Siendo que desenvuelve la migración mexicana de los 1970 y los 1980 hacia Estados Unidos, Méxicalipsis ayuda a leer con mayor claridad las tres colecciones de cuentos escritas por Muñoz sobre el tema; asimismo, este ensayo se puede comparar con obras similares escritas por Jorge Ramos, María Amparo Escandón, Yareli Arizmendi y María Hinojosa, quienes comparten una experiencia migratoria mexicana similar a la de David Muñoz. México: identidades sin fronteras compara el testimonio La noche de Tlaltelolco (1971) de Elena Poniatowska y la novela The Revolt of the Cockroach People (1973) de Óscar “Zeta” Acosta.  Además de postular el surgimiento de una identidad posmoderna tanto en México como en el sudoeste mexicoamericano, Muñoz estudia y contrasta dos obras que narran los duros hechos sociopolíticos y trágicos  como resultado de la lucha contra la marginación económica y la represión militar y policiaca. De esa manera, el crítico llama la atención a unos necesarios y constantes estudios comparativos sobre la literatura mexicana y la chicana. 

Otras contribuciones

    Por último, para facilitar su docencia en CGCC, David Muñoz editó tres antologías de textos filosóficos y religiosos: Avenues of Wisdom (1999), The Other: A Historical Introduction to Philosophy (2003) y Ramifications of Christianity (2004). Uno puede afirmar que estas tres yacen al fondo de sus últimos dos libros de cuentos publicados, donde se examina la condición humana de manera multifacética.  

    Para cerrar, se toca en breve el congreso anual llamado Encuentro de Escritores Iberoamericanos en Estados Unidos, de 2007 a 2019, el cual primero lo ideó y luego lo lideró durante doce años David Muñoz. Entre los renombrados escritores que David Muñoz trajo al Valle del Sol, tenemos a:  Miguel Méndez, Luis Valdez, Sandra Cisneros, Laura Esquivel, Rolando Hinojosa-Smith, Cherríe Moraga, María Amparo Escandón, Margarita Cota-Cárdenas, Estella Pope Duarte y Jimmy Santiago Baca.  La selección de invitados marca, de manera definitiva, la integración del inmigrante defeño David Muñoz a la literatura chicana contemporánea. Para hacer posible el congreso anual, el financiamiento en los miles de dólares salió de varias unidades de Chandler-Gilbert Community College y Arizona State University. De esta última institución, apoyó a Muñoz el Programa de Estudios Chicanos en Español, donde el cuentista chicano hizo su maestría en literatura chicana.

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El funeral de mi Tata

4/8/2020

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El funeral de mi Tata
Un minicuento
por
David Alberto Muñoz
 
Fue una tarde, no recuerdo exactamente cuándo, estaba muy niña, ni la fecha, sólo recuerdo que cuando llegué de la escuela, todo estaba de luto. Había visto algunas películas sobre eso, pero nada más. Mi Tata, el padre de mi madre, falleció una tarde de martes. Todos lloraban, todos vestían de negro, mi abuela abrazaba a mi Tata, me tomaban de los brazos y me abrazaban con mucho cariño, para luego aventarme literalmente para luego tratar de abrazarse a sí mismos.
 
¿Qué pasa Papá? ¿Por qué mi Tata está dormido?
 
—¡AH Carmencita! Hay cosas que tiene que pasar.
 
—¿Qué pasó con mi Tata? Casi no lo conozco.
 
—Tu Tata se murió mija.
 
Permanecí en silencio, meditando en la susodicha notica… Me dolió, la verdad, quería mucho a mi Tata. Lloré. Pero luego, de repente, me dio mucha hambre, mucha… y le pedí a mi papá algo de comer.  
 
Mi padre que casi nunca se enojaba conmigo, esa vez me tomó y me dio unas buenas nalgadas, a calzón quitado. Reaccionó, casi de inmediato, me abrazó, me acarició como cada vez lo hacía. Me acercó a su rostro, me besó la frente y me dijo:
 
—Discúlpame Carmencita, tú sabes cuánto quería a tu Tata. Sé que tú, también lo quisiste mucho. Le acabas de llorar… ve a comer algo mija. Perdóname. Chayo, prepárale a la niña lo que quiera por favor.

—¡Sí señor, enseguida!
 
Ese día ya no vi a mi papá. Sentí su amor, pero también cierto coraje, no a mí, necesariamente, a la muerte de mi Tata, a sí mismo…
 
Ya no volví a ver a mi padre, a las dos semanas, muere él… Yo crezco... pero nunca pudimos platicar del funeral de Tata.
 
Por eso he andado así mijito, es todo, la gente se nos muere… Ni hablar…

© David Alberto Muñoz
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$50 pesos

4/2/2020

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Los $50 pesos
por
David Alberto Muñoz
 
Sobre el cenicero que había comprado en su viaje a Roma, estaba el billete de $50 pesos que le dejó el licenciado Mayorca, la última vez que la vio. No estaba seguro cuál fue el motivo, no recordaba tampoco ninguna instrucción de parte de ella, sólo estaba ahí, medio doblado, con el rostro de Morelos, y esa especie de mariposa junto a un escudo que la mera verdad no recordaba que representaba.
 
En mi época hacían los billetes mucho mejor, eran de papel más pesado, se miraban finos, este dinero parece de juguete, aunque ya sé que está hecho de un material que es difícil romper. Además, en México siempre han cambiado personajes para imprimir en los billetes. Me acuerdo precisamente, del de a $50, si mal no recuerdo traía la foto de Ignacio Allende. Me cae, soy de otra generación. Recuerdo los billetes de a peso. Cuando el peso valía algo. Tenía el calendario azteca. También me acuerdo el rostro de Juárez en un billete de $50 pesos. Incluso, los billetes de a $20 pesos traían a La corregidora, Leona Vicario. Aunque hoy me enteré que van a cambiar la foto de Morelos por la de un ajolote.
 
—¡No mames!
 
Que cada quién haga sus conclusiones.
 
Había llegado a eso de las cuatro de la tarde a esa pequeña población fronteriza. Había comido unos tacos de carne asada. Él tenía que ver lo de unos papeles de un caso que estaba trabajando. Era abogado. Se hospedó en un hotel local, al día siguiente, Camilo Ramos Izaguirre, se había presentado en la corte de la ciudad para esclarecer no sé qué cosa.  
 
Era todo lo que recordaba.
 
—¿Licenciado Ramos?
 
Una voz femenina lo hizo despertar.
 
—El Dr. Peña lo recibirá ahora.
 
—Gracias señorita—respondió todavía sin saber qué estaba pasando.
 
Por algún motivo se le había metido ese mentado billete, además, se lo dio su colega, el licenciado Mayorca, pero nunca le dijo para qué o cómo usar ese dinero.
 
—Licenciado Ramos, pase, siéntese, ¿cómo se encuentra?—El Dr. Peña era un hombre de unos 40 años de edad. Alto, delgado, vestía elegantemente un traje de color gris y una corbata azul marino, y claro, su bata blanca. Camilo no pudo evitar el observar las piernas de la secretaria que lo encaminó hasta la oficina del doctor. Traía la falda algo corta.
 
—¿Encontró lo que buscaba licenciado?
 
—Sí doctor, ya todo está claro. El joven que le está haciendo esa demanda, tiene records criminales en San Luis Río Colorado, Sonora. Precisamente le traigo una copia de todo lo que encontré.
 
Sacó de su portafolio un folder y lo entregó al Dr. Peña.
 
—Ya somos dos en acuerdo.
 
El Dr. Peña mandó pedir una botella de champagne para celebrar el momento.
 
—Hay algo que no entiendo.
 
—Dígame qué es.
 
—¿Qué chingados significan los $50 pesos que Mayorca me dejó?
 
Una leve sonrisa adornó el rostro de Peña... Su mirada no reflejaba sorpresa. Solamente un poco de duda.   
 
—¿Nunca ha escuchado el mito urbano de los cincuenta pesos?
 
—Me temo que no Dr. Peña. Soy un hombre muy práctico y la verdad, no creo en los mitos, son simplemente una explicación por cosas que son, punto.
 
—Pues el mito dice, que usted no debe de gastar esos cincuenta pesos, si no todo se viene para abajo.
 
—Válgame Dios… ¿Todo?
 
—A lo mejor el licenciado Mayorca no fue claro...
 
—¿Cuál es el mito urbano de los $50 pesos?
 
—Hace muchos años había un tipo de gente autóctonata, local pues. Pues cierto día, llegó al pueblo cierto extranjero. Alguien quien creía en el avance, en el progreso. Hizo muchas inversiones que aún, cuando eventualmente nos hicimos entidad urbana, tenemos aspectos culturales de nuestros pueblos. Dicen las malas lenguas, que antes de fallecer, Ramos, así le decían todos, profetizó. El ser que tenga este billete deberá atenerse a las leyes de nuestros antepasados. Si no, morirá por sus propias manos. 
Esto te dejó Mayorca.
 
—¡Eso ya está fuerte doctor!
 
 —Es simplemente una declaración, digamos… unos la creen… otros no…
 
                                                                             ***
 
Todos quizás se habían olvidado de su pasado. El licenciado Ramos había sido un verdadero éxito en todas sus gestiones. Sin embargo, siempre le daba su lugar al mito.
 
Una mañana el billete desapareció. Y tal y como fue profetizado, presentó un punto de vista muy distinto.  Todos los negocios se vinieron para abajo. Todos decían:
 
—¿Dónde desaparecieron los $50 pesos?
 
—A mí se me hace, que todo es un invento de Ramos.
 
—Debemos de tener cierta importancia y saber utilizar la división que existe entre las personas.
Ramos falleció, nunca tuvo hijos a quien heredar sus logros. Su mujer no quiso nada de él, ve tú a saber qué problemas tenían. Años después, un niño, hijo de algún jefe de corporación, encuentra el billete de $50 pesos. Pero el niño no tiene interés en los poderes mágicos de aquellos $50 pesos. El joven no desea meterse con las fuerzas negras de la naturaleza, o lo que llamaríamos el poder de los billetes, él, prefiere sólo dejar que la esperanza de que alguien lo reconozca y sepa qué hacer con ello.
 
Aquel muchacho me estaba contando.
 
—Son $50 pesos señor, por el mito y lo que queda.
 
—Las cosas que inventa la gente para ganarse unos pesos…
 
Es el hambre licenciado…es el hambre…
 
© David Alberto Muñoz
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Consejo de padre

3/25/2020

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Consejo de padre
Un minicuento
de
David Alberto Muñoz
 
Desde que yo me acuerdo, mi padre nos dijo lo mismo a todos. Si alguien les pega, péguenle ustedes más fuerte. Si alguien los avienta, aviéntenlo más fuerte, no se dejen, porque este pinche mundo es bien canijo. Aprovechen las oportunidades, no las vayan a desperdiciar.
 
—Sí papá—contestamos todos.
 
Una tarde de tantas que vive uno, Jaimito, el niño de al lado mío, no sé por qué empezó a molestar y a joder. Total, que me empuja el mentado Jaimito. Me tumbó, y me dio tanto coraje, que casi de inmediato me levanté y los empujé con todas las fuerzas que tenía por dentro.
 
Jaimito al caer, se golpeó la cabeza y se nos fue.
 
De eso ya más de 10 años, hoy precisamente, cumplo los 22 años, tenía doce cuando todo pasó. Me metieron en el bote. Que dizque era el bote para los menores de edad, sí cómo no. Ahí adentro, uno no aprende nada, o más bien no le enseñan nada a uno. Trataré de no desperdiciar la oportunidad papá, aunque, a lo mejor ya lo hice.
 
—¿Robert Adams? Pa fuera, ya no regreses, aunque lo dudo.
 
Trataré de no desperdiciar la oportunidad papá, aunque, a lo mejor ya lo hice.
 
© David Alberto Muñoz

  
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COVID-19

3/18/2020

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COVID-19
Un cuento
por
David Alberto Muñoz
 
—¿Qué pasó compadre? ¿Cómo va su día?
 
—¡Órale compadre! ¿Qué anda haciendo por acá?  No ve que nos dijeron que no saliéramos de nuestra casa.
 
—¿Y usted que está haciendo compadre?
 
—Eso es distinto.
 
—¿Por qué?
 
—Pues porque soy yo… jajaja…
 
—¡No maches compa!  Ya en serio, yo salí porque me aburrí de estar encerrado en la casa. Todos estamos bien.
 
—Pues igual nosotros, pero la verdad no entiendo bien lo que el gobierno quiere que hagamos. ¡Qué el virus es peligroso! Pero, no se preocupen, todo va a estar bien. Yo quizás no entienda mucho de estas cosas, pero creo que es una cuestión de salud, ¿cómo dicen en México? Salud pública, pero los administradores hablan tanto de números, estadísticas que a veces me pierdo. Aunque es verdad, la mayoría son médicos, a excepción de los políticos.
 
—¡Ah, esos políticos! Creo que lo mismo me pasa a mí. Por momentos cobro una seguridad que hasta yo mismo me sorprendo, pero al rato, no sabes si cobrar calma o de plano paniquearte.  
 
—No le he contado compadre.
 
—¿Qué cosa compadre?
 
—El otro día la Guillermina fue de compras al Walmart. Y me contó con lujo de detalles lo que vio. A mí se me figuró como una película de esas del fin del mundo. ¿Sí sabe de cuáles digo?
 
—Sí compadre, hay un montón de películas de ese tipo. ¿Cómo les dicen? Apocalípticas…
 
—Exacto… pues como le contaba, llega la Guillermina al mentado Walmart, y de pronto se da cuenta. Ni siquiera estaban tocando música. Los anaqueles vacíos. Y no solo los de papel de baño, servilletas, también, la comida, sí, el pan, las latas que no se hacen malas, salchichas, atún, carne, en fin. Había como unas cuatro o cinco personas. Y un silencio compadre, de esos que te congelan los huesos y no logras expresarte de ninguna manera. Le confieso compadre, que Guillermina me dijo, sentí bien feo, no sé por qué. Pero ya sabe usted cómo es la comadre, luego luego fue y le dijo al encargado pon música, siempre hay alguien recibiendo a la gente, ponle vida a este lugar. Es demasiado grande para que se mire de esta forma. Ah compadre… sentí ñañaras. ¿Cómo la ve?
 
—¡Híjole! Está canijo. Han estado pasando tantas cosas. Pinche virus. ¿No sabía compadre que ya hasta cumbia le compusieron?
 
—¿No? ¿En serio? No se mide la raza.
 
—Si hasta ganas dan de bailarla.
 
—Pues sí compadre, pero creo que tenemos también que ver las circunstancias, ¿qué está pasando realmente?
 
—Eso, que ni qué.
 
—De pronto, el presidente se pone muy cariñoso. Obviamente, no quiere perder la elección. Y ahora, sale como el superhéroe, el único capaz de no solamente ayudar sino también el único capaz de liberar a toda la nación.
 
—No se ha dado cuenta compadre que todos en la conferencia de prensas tienen que alabar al mentado emperador del imperio rojo azul. Porque si no, ya saben lo qué puede suceder.
 
— You’re fired!
 
—Yo sé compadre que tengo que tomar responsabilidades por mi mismo y en algunas situaciones por mi familia. Pero hay muchas otras cosas. No he podido ir a trabajar. ¿Por qué? Porque según ellos, no desean contacto social por los próximos meses. ¡Óigame compadre! ¿Cómo voy a pagar mi mortgage? Además, mi carro, el de Guillermina, yo sé que ella trabaja también, pero los gastos son muchos compadre, usted bien lo sabe. Al rato los muchachos van a estar en edad de colegio. ¡Y eso no es todo! Los ahorros para nuestro retiro compadre. No es que sea mucho dinero, usted lo sabe, pero es dinero nuestro, que por años y años lo hemos ahorrado para tener algo. ¡Chingada madre!
 
—Están cerrando todo compa. Tiendas, restaurantes, gimnasios, conciertos, juegos deportivos, cualquier tipo de negocio, es mejor que esté cerrado. Las consecuencias económicas, el presidente lidiara con ellas a su tiempo. Mientras tanto, ¿nosotros qué?
 
—¿Sabe? Algo que me ha llamado la atención es la forma de reaccionar de la gente, del pueblo en general. Se paniquean todos, a veces al mismo tiempo. Yo no sé usted compadre, pero yo con esta mente de conspiracy theories que tengo, a veces pienso que el gobierno no nos está diciendo todo. Debe de haber algo atrás que no quieren decir por algún motivo. Ya saldrá, todo sale a superficie. Porque fíjese bien compadre, que dizque todo está bien, que deben de calmarse. Hay que tener cuidado, todo bajo control. Yo me pregunto, cuidado de ¿qué? Pues que hay que lavarse las manos más seguido, que hay que desinfectar el espacio dónde estamos trabajando. Esto debemos de hacerlo todos los días, con la amenaza de un virus o sin la amenaza. Manteniendo limpios nuestros lugares de trabajo, y desinfectando nuestras manos lo más posible, eso mantiene la salud en las comunidades. ¿O no? Es mejor, por lo tanto, no ir a restaurantes, porque al estar en comunión con los demás, los microbios se comparten. Por lo mismo, hay que tener cuidado.
 
—Las cosas están muy raras compadre. Por momentos, la realidad, la verdad, ese elemento en el cual todos creen, parece desaparecer. Vea simplemente a nuestro emperador, una sola verdad, un solo punto de vista, una sola realidad. A veces pienso que es quizás las generaciones. ¿Cómo dicen por ahí? Generation gap, creo que en México le dicen, una brecha generacional. ¡Ah! Las cosas han cambiado, somos gente de una generación ya pasada. Pero eso no quita nuestro deseo de entender qué está sucediendo.
 
—¿Quién sabe compadre? ¿Quién sabe? De lo que sí podemos estar seguros, es del cariño de nuestras familias y de nuestros amigos. A veces nos metemos demasiado en toda esa mierda que nos dan, de que algo va a pasar, de que el mundo se va a terminar, de que todo se está desvaneciendo. Bueno ¿y? Si se va acabar el mundo, nadie puede hacer nada para cambiar eso. Si los gobiernos ya están encontrando resistencia interna, cuidado compadre, pueden venir cosas feas, la verdad. Pero por el momento, creo que lo que debemos de hacer es simplemente disfrutar de nuestros seres queridos. Ya mañana, los dioses dirán.
 
Ambos hombres guardaron silencio mientras sus miradas se encontraron en medio de un soplo al corazón. Esas realidades vividas, esas verdades encontradas, aquellas mentiras aprendidas, esas formas de ser, quizás, impuestas por nuestra cultura, invadida por la que descubrimos al entrar a suelo de nuestros ancestros. El planeta se confundía al querer cargar el peso, la necesidad de desnudar lo que esté sucediendo. Aunque quizás, ya no pasaba nada, todo ya estaba escrito. Tal vez, esta civilización desaparecerá, pero lo que permanecerá es el poder de la vida.
 
—Así es compadre. El mismo aroma de vida despertará futuras generaciones que seguirán haciendo lo que nosotros hemos intentando: explicar más lógicamente, nuestra compleja experiencia humana.
 
—Bueno compadre, me retiro. A ver hasta cuándo nos vemos.
 
—Me parece bien compadre. ¿Nos damos la mano? ¿El abrazo?
 
—Aunque digan que hay que tener cuidado. Yo no puedo decirle buenas noches a mi niña, sin darle un beso.
 
—El beso está bien para su chamaca. A mí, deme un abrazo.
 
—¿Oiga?
 
—Oigo…
 
—¿Por qué le abran puesto corona?
 
—Para joder y seguir el chiste.
 
—¿Cuál chiste?
 
—El del meme del virus, creo que es el más popular, donde ves la imagen de un virus acompañado de la cerveza corona. No sé porque le pusieron así. Pero ya hasta piñatas tenemos sobre el mentado virus.
 
—Así es… el corona virus…
 
—COVID-19.
 
—Chingada… a ver ¿qué pasa?
 
© David Alberto Muñoz

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La Choles y el Sr. Benavidez

3/10/2020

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La Choles y el Sr. Benavidez
Un cuento
por
David Alberto Muñoz
 
—Dile a la Choles que ya mero llega el patrón Benavidez.
 
—Hasta el nombrecito de patrón tiene el jefe ¿no?
 
—¡Pinche nombre de farmacia!
 
—¡No manches! Pero su buena feria que se carga.
 
—¿Don Paco? La Choles quiere ir a ver al patrón.
 
—¡Pues siempre quiere ver al mero mero! Esa niña es terca, una mula diría mi señora madre. Más bien lo que quiere la nena es enseñarle al patrón. ¡Sí! Quiere enseñarle, ¿ya sabes por qué le dicen la Choles verdad?
 
—¡Ah Don Paco! Todo mundo sabe eso. A la chamaca le gusta enseñar. Y cuando conoció al patrón, y vio cómo le entretenía al señor “jefe”, ver todo eso, pues nada más le enseñaba los chones cada rato que podía, y el mentado señor Benavidez, nada más se carcajeaba de lo lindo de la muchachita, tenía 14 años apenas. Ambos estaban simplemente jugando, coqueteando, pero en buena onda, el jefe Benavidez era su abuelo. La chamaca tiene sus propios problemas. Así lo ha decidido la gente. Y bueno, la han llevado al médico, pero sí han dicho que la Choles tiene un pequeño problema mental.
 
—Lo que pasa es que no la conocen como yo. Es bien buena onda.
 
Don Paco, encargado de seguridad de la fábrica Familia Benavidez, se carcajeó de lo lindo y estiró los brazos viendo hacía los pocos cables que quedaban conectados, colgando del aire. Pensó que tal vez nuevos tiempos se hacían presentes. Y por lo tanto, las nuevas tecnologías ya habían aterrizado. Aquel futuro del cual había leído y especulado, ya estaba con nosotros; como se hablaba de carros que volaran entre nuestros edificios, de poder ver a la persona en vivo en una llamada telefónica. A veces era increíble pensar que todo lo que podemos necesitar esté metido en un teléfono. Una computadora que anda por dónde a mí me gusta andar, y me provee toda la información necesaria, para actuar e influenciar incluso mi vida privada. 
 
—Hoy en día ya no es tan sencillo como antes. Si tú tenías el poder, hacías lo que se te daba la gana. Y el abuso siempre ha sido de ambos géneros, es verdad que los varones somos más culpables que las hembras, pero éstas, no se han quedado atrás, al contrario, pueden ser más crueles que nosotros, como lo de la chamaquita, la Choles, y el Benavidito… bueno el Benavidez, para que no se vayan a enojar, ya ven que en México le ponemos diminutivo a todo. Y pues el chamaco era sobrino del jefe. 
 
—Don Paco, yo creo los que trabajamos o hemos trabajado en la fabrica en los últimos años, tenemos derecho a saber lo que realmente pasó. Con sus detalles y demás, ya ve usted como es la gente de chismosa. Todo lo demás es un montón de verborrea, de babosadas que la gente le encanta inventar para ganar audiencia y público. Luego luego quieren que se haga una serie de Netflix para contar lo que les pasó. Egoístas.
 
—¿Qué pasó Don Paco? Se han dicho tantas cosas, buenas y malas. Es cierto que aquellos que tenemos años por acá, podemos simplemente especular. Porque estuvo de miedo la cosa. Como de ciencia ficción. ¿No cree usted? El hecho de que se haya ido la luz, la forma tan rara en la que aparecieron el Benavidito, la Choles, y el chamaco aquel que acabábamos de contratar para que nos ayudara con la limpieza general de la fábrica.
 
—¿Julio?
 
—Sí, ese…
 
—Al menos Julio dijo que sí a todo lo que se le pidió. A veces creo que ni él estaba seguro de qué sucedió.
 
Don Paco simplemente afirmó con la cabeza, intentando salir corriendo. No le gustaba hablar de lo sucedido. Todo mundo le ponía de su cosecha. Sin embargo, en aquella ocasión, con rostro recio, simplemente alzó la cabeza y permaneció junto con aquellos.
 
El día terminaba, la fabrica tenía que ser cerrada. Cada uno de los trabajadores lentamente dejaban su puesto de trabajo para salir y descansar de un día normal de trabajos físicos. La Choles, nieta del dueño de la empresa, quién andaba todo el día por la fábrica, decidió quedarse e ir a la oficina del Sr. Nava para ver que se traía el susodicho señor.
 
—¿Qué quieres muchacha? Ya es hora de irse a casa.
 
—¿Quieres ver?—le sugiere coquetamente mientras levanta su falda un poco—Nada más no le digas nada al abuelo.
 
—¡Ah Choles! Mejor vete a la oficina de tu abuelo. La vida no es solamente andar enseñando calzones. Necesitas prepararte, tener una educación, saber qué vas hacer, de qué vas a vivir, aunque tu abuelo tenga toda esta empresa. Tiene que haber una mente detrás de todo. ¿Sí me entiendes?
 
—A lo mejor… sí… a lo mejor no… Con eso de que mi papá falleció… Lo entiendo, pero a la vez no tiene sentido.
 
—Así es, todos en tu familia dicen que fue lo mejor, lo de tu padre. No estoy seguro de por qué, pero, en fin.
 
—¿Crees que soy tonta Don Paco?
 
—¡Ah señorita! Así como me lo pregunta, tengo que decir que no, al contrario, se me hace ser usted una chamaca con bastante inteligencia.
 
—¡Ándele Don Paco! Cuéntenos… Aquí estamos la mayoría de las personas que estuvieron aquella noche, ¿qué chingaos pasó de verdad?
 
—Creo que ya todos hemos inventado nuestra propia historia al respecto. La Choles llegó y nada más andaba enseñándole su ropa interior al patrón, y al mentado Sr. Nava, ¿o no Ricardo? Quién por coincidencia del destino es hermano del dueño de una las empresas, de los Benavidez. Uno de tantos, a cada quién le dieron su porción. Ya ves cómo se trabaja eso de las fabricas y demás por acá.
 
—Cada quién agarró lo que pudo y punto.
 
—Pero de eso no queremos saber. Necesitamos entender ¿qué pasó Don Paco? Usted debió haber estado aquí. Nunca falla, siempre está presente. No sólo es el encargado de seguridad, sino también creo que tiene los mismos años de construcción que la empresa. Además, de ser considerado un amigo íntimo de la familia.
 
—¡Sí cómo no! Miembro íntimo, si no es que la ovejita negra entre todos.
 
Paco se levantó con cierto hastío. Ya tenía más de 30 años de trabajar en aquella fabrica que contenía todo el dinero y el poder de aquella población. Una y otra vez le preguntaban: ¿Qué pasó Don Paco? ¿Quién se metió a la fábrica? ¿O hubo traición y mala onda? ¿Quién mató al Benavidito? Dicen que andaba por acá con malas intenciones. Se ha dicho que el Benavidito llegó con dos armas, cargadas, y que nada más iba cuarto por cuarto disparando a quién estuviere ahí.
 
—A la gente le encanta hablar de las cosas mal hechas por los demás. Es tan difícil que todos aceptemos que quizás, todos fuimos culpables de la muerte del jovencito. Pero para que el humano acepte su propia imperfección, sus errores… eso si se puede llamar milagro.
 
—Pero no fue él, fue la Choles—dijo una voz ausente.
 
Todos los presentes quedaron atrapados en aquella burbuja de tiempo. Don Paco comenzó a narrar con voz de seguridad lo sucedido.
 
—Mira Ricardo, las cosas en la vida pueden ser muy adversas, raras, contrarias a lo que nosotros pensamos o queremos. A veces, no no salimos con la nuestra. Nunca pienses que todo se va acomodar en su lugar y que todo se va arreglar. Esos son mitos, creaciones humanas inventadas por nosotros mismos con la idea de satisfacer nuestros propios deseos y llenar esa rara necesidad que tenemos de pelear los unos con los otros. Aquella noche, la Choles llegó con un carácter mal alterado. Es posible que haya bebido, pero en fin… Todos le conocíamos esa maña, por regla general cuando tomaba se ponía muy de malas, pero en esa ocasión, su enojo era demasiado. Total, para no hacer el cuento largo, cuando llegó el Benavidito con sus niñerías como siempre lo hacía, ésto, hizo que la Choles explotara, dejando brotar el peor coraje que yo le he visto. Simplemente tomó una pluma, y se le lanzó sobre Benavidito descargando todo ese odio que por algún motivo traía por dentro. Todos quedamos paralizados. Sin saber qué hacer. Recuerden, la Choles tenía 14 años. Sus padres fallecieron cuando ella tenía una corta edad. Quedó en el cuidado de su abuelo, y ya ves cómo era el viejo con la chamaca. La adoraba el hombre, y la Choles también lo quería mucho. Pues aquella noche, no descansó hasta que no vio todo el oxígeno fuera del Benavidito. Y no estoy diciendo de que se fue al hospital con el niño, porque para cuando finalmente ya estaban en el lugar y habían analizado todo, simplemente le dijeron a Julio qué decir, a Ricardo, tenga cuidado señor, y a la Choles, ya ni la chingas. Pues la Choles no descansó hasta que un total silencio fue lo que hubo entre el Benavidito y todos los que estábamos ahí. Fue como un asesinato en grupo, pero no material, más bien todos fuimos testigos de lo sucedido. Y le metimos a Julio la mentira de que fue el Benavidito el culpable… Que había llegado de pronto y que fue él mismo quien comenzó a herirse con esa pluma. De acuerdo con los presentes, nadie pudo detener al muchacho de ya más de 18 años de edad, con problemas mentales también. Pues querían llevárselo a un manicomio, a una clínica de enfermos, por no decir de locos, pero ya era demasiado tarde, la Choles ya se había encargado de todo.
 
—¿Pero luego qué pasó? La policía, los agentes que vinieron a investigar, ¿qué pasó Don Paco? Nadie dijo nada. Todo parecerse convertirse en un letargo que invadió cada esquina de la fábrica y al final de cuentas todo permaneció pegado en contra de la pared, pero pegado no en voces, sino en cuerdas de sangre que nunca sangraron y permanecerán hasta el día en que se decida que la verdad salga de dónde esté enterrada.
 
—¡Pues no la estás viendo en tus narices!
 
Ricardo se alteró bastante.
 
—La otra solución es ir y hablar con las autoridades correspondientes al caso, permitir que el mismo proceso de ley nos guie.
 
—¡Ah Ricardo! Ahí vas otra vez…
 
—Es que la Choles sigue ahí. Como si nada hubiera pasado. Eso no está bien.
 
Don Paco suelta una contagiosa carcajada y pretende estar boxeando con alguien.
 
—Escúchame bien por favor Ricardo. Si hablamos, nos estamos poniendo en contra de la fabrica y de los intereses de los mismos trabajadores.
 
—¿Pero? ¿Cómo?
 
—Tú ya has visto lo que los abogados pueden hacer. Pero los trabajadores, estamos hablando de sus familias, del sostén diario. Eso no lo podemos destruir. Es mejor dejar las cosas como están. La Choles está creciendo, ya tiene 16 años, y ya han hablado de ponerla en un lugar especial, de psiquiatría, ¿Ya sabes no? No es que sea tonta la niña, es muy… muy… manipuladora, y la verdad cada vez que llega, nos hace que a todos nos dé un miedo. Aunque a todos nos gusta verla, con esa actitud de prepotencia, bañadita y maquillada simplemente con la idea de que ella es la reina de todo el lugar. Y Ricardo… yo también volteo cuando la chamaca nos quiere enseñar. Soy hombre. Aunque creo que lo puedes imaginar después de haber sido testigo de lo que pasó.
 
—¿Qué pasó Don Paco?
 
—La Choles mató al Benavidito, todos estuvimos presentes. No te hagas. Tomó esa pluma y no dejó de encajarla en el cuerpo de Benavidito. A la hora de la hora, todos permanecimos detrás de esa arma que poseen las hembras y puede destruir muchas cosas: el silencio. Es mejor callar hasta que se descubra algo. Es mejor saber esperar el poder del silencio.
 
--Ayer vino el inspector principal, el que está encargado del caso de Benavidito. 
 
—Desearía saber cuál fue el motivo. ¿Alguien le ha preguntado?
 
Don Paco se alejó de la escena. Tomó su lonchera, y salió del lugar…
 
Hoy en día ya no es tan sencillo como antes. Si tú tenías el poder, hacías lo que se te daba la gana. Y el abuso siempre ha sido de ambos géneros, es verdad que los varones somos más culpables que las hembras, pero éstas, no se han quedado atrás, al contrario, pueden ser más crueles que nosotros…
 
—Nunca sabré si la historia es verdadera o no. Pero es la fábrica de mi abuelo, al menos es lo que siempre me han dicho a oscuras, cuando todo ya está cerrado, y yo… yo puedo hacer lo que se me dé la regalada gana. Me llamo Patricia, pero de chica me decía las Choles, porque según ellos me gustaba enseñarle mis calzones a mi abuelo. Están locos, pero mi abuelo es tan lindo, él y yo tenemos una relación a todo dar, si le enseñé o no mis prendas privadas, no me importa, fue un juego inocente, y nada más.
 
Sí… este es el cuento de la Choles y el señor Benavidez.
 
Todo mundo se sigue preguntando: ¿Qué pasó Don Paco? Y todos siguen hundidos en el silencio. 
 
 © David Alberto Muñoz
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100 Botellas

3/4/2020

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100 botellas
Un cuento
Por David Alberto Muñoz
 
Mi tío Lencho, hermano de mi papá, había fallecido la noche anterior, antes de que César, mi primo hermano, saliera para su viaje de mochila a Europa. Me acuerdo que hasta se enojó. ¿Qué culpa tiene mi tío, César? Le dijimos todos, la gente no se muere a propósito, aunque en la familia ya estaba bien sabida la historia de mi prima Ximena, quién según las malas lenguas se suicidó un santo día de la virgencita de Guadalupe, porque ella se llamaba precisamente Ximena Guadalupe, y fue una verdadera vergüenza para toda la familia, así dijeron mis padres, porque el suicidio es pecado delante Dios, de acuerdo con la Biblia. Yo alguna vez leí que el rey Saúl, se había suicidado. ¿Eso quiere decir que el pobre no alcanzó cielo?
 
Total, nos llegó la mentada llamada por medio de mi hermano Octavio Augusto; no sé por qué mi madre se entercó en ponerle así. Ya después me di cuenta que ese era el nombre de un tal general romano; a todos nos caía gordo en la casa, porque yo me llamo Paco Francisco, y sí, ya sé, que a los Francisco les dicen Paco, pero así me pusieron a mí qué quieren que haga. Mi hermana se llama María del Rosario Almudena, Almudena es la virgen patrona de Madrid, y pues María del Rosario significa la guirnalda de rosas escogida por Dios. Creo que mis papás fueron medio melodramáticos al ponerle el nombre a mi hermana. Y a mi hermanito, le pusieron Felipe, que porque dizque mi abuelo fue el abogado defensor de Felipe Ángeles, el general de la revolución. En fin, lo que quiero decir es que el mentado Octavio Augusto siempre nos sonó a todos muy prepotente. Y pues ni modo, era el más grande de todos los hermanos.
 
Pero bueno, fue él quien nos dio la noticia del fallecimiento de mi tío Lencho. A Lencho todo mundo lo quería. Era muy bueno, nunca se casó, pero todos los hijos en la familia éramos como sus hijos. Siempre cuidó de mis abuelos hasta que ellos murieron. Trabajó toda su vida en un taller de llantas, y ya que se jubiló, no sé cómo le hizo, pero tenía siempre buena feria, y a todos, la mera verdad a todos, nos ayudaba y nos daba nuestros buenos regalos. Sobre todo a mí, me ayudó a pagar la escuela, a comprar mi primer carro, y hasta cooperó para mi boda con Rosita, la hija de Don Fernando, el gachupín, dueño de la tiendita en la colonia. 
 
A todos nos pudo mucho la muerte de mi tío. Cuando alguien se te muere, te das cuenta del cariño que dejó. Porque todo mundo habla bien de ti, y es más, se siente el dolor cuando das la noticia, a fe que cuando muere alguien que es mala onda, todo mundo nada más dice para quedar bien: 
 
—¡Qué Dios lo tenga en su santa gloria! 
 
Como al Herbet Mañas, me cae que así se llamaba el dueño de una vecindad en la colonia. Todos le decían el Mañoso. Y según él, su nombre propio significaba “ilustre guerrero”.  ¡Ilustre mañoso! Le contestaban todos. Eran bien codo, bien canijo, y a todos nos daba lata, porque nos prestaba dinero, pero con un chingo de interés, y algunos miembros de mi familia, vivían en su pinche vecindad, y pues cuando se murió, en lugar de llorar, a todos, nos dio un chingo de gusto. 
 
¿No sé por qué cuando alguien se muere se vuelve todo un santo?  Ese era un verdadero cabrón. Y me puede usted citar si así lo desea.
 
Pero bueno, regresando a la historia de mi tío Lencho. Después del velorio, que estuvo bien chido. Mi papá nos pidió a mis hermanos y a mí, que limpiáramos el cuarto de mi tío. Que todo lo que quisiéramos guardar, lo guardáramos nosotros, porque a él, eso le hubiera gustado. Y todo lo que no sirviera o simplemente no quisiéramos, pues que de plano lo tiráramos a la basura. 
 
Y ahí andábamos mis hermanos y yo.
 
—Yo quiero las corbatas de mi tío—decía mi hermanito Felipe.
 
—Yo como mujer, me corresponde sus joyas, aunque no sean de hembra.
Él me dijo que las podía vender y comprar lo que quisiera—expresaba mi hermana María del Rosario Almudena.
 
Mi mentado hermano mayor, el tal Cesar Augusto, no quiso nada. Nada más nos dijo: 
 
—¡Apúrense por favor! Tiren todo si no lo quieren. 
 
Y el Paco Francisco, según él, se estaba quedando con todos los libros del tío Lencho, que en realidad eran una colección del Playboy a toda madre.
 
Pues buscando en el closet de mi tío fue cómo descubrimos el secreto de Eleonor. 
 
—No te entiendo. ¿Quién es Eleonor? ¿Puedes explicar bien? 
 
Verá usted, Eleonor era una mujer que venía todos los días a estar con mi tío Lencho. En buena onda, nada malo, se sentaban a platicar, a veces jugaban canasta, ajedrez, yo qué sé. La señora se iba ya tarde, y en ciertas ocasiones, amanecía dormida en el sillón que mi tío tenía en su cuarto. No le voy a mentir que la gente y la familia empezó a hablar, a decir cosas ya ve como somos los humanos.
 
—A mí se me hace que el mentado Lencho anda ya con sus cosas dentro de la Eleonor. 
 
—No ¿cómo crees? Lo que pasa es que son buenos amigos. ¿a poco tú no tienes amigos? 
 
—Yo he llegado a oler alcohol en el cuarto del tío Lencho. 
 
—Pero Lencho no toma. Nunca ha tomado. 
 
—Pues tampoco Eleonor, ella siempre ha sido una buena mujer. 
 
—A mí se me hace que los dos son un par de pecadores. 
 
—¡Ya cállense todos con sus chismes! ¡Sean o no sean, eso es asunto de ellos y no de ustedes!—sentenció un día mi madre. 
 
Pues como le decía, aquella mañana que limpiábamos el cuarto de mi tío Lencho, descubrimos en su closet como 100 botellas de tequila. Todas estaban vacías. Sacábamos una y al rato aparecía otra, eran un chingo, como cien, o más de cien, no sé la verdad... Pero de pronto nos dio miedo. 
 
—¿Miedo de qué? 
 
No estoy seguro, en mi casa siempre se ha tomado, pero todo controlado, de verdad, no crea que todo ha sido puro desmadre, cuando a alguien se le han pasado las copas, nada más le dicen, ten cuidado, porque aquí no somos de esos. ¿Pero cien botellas de tequila? Era demasiado. Nos sentimos agobiados, culpables de algo que ni siquiera habíamos hecho nosotros. 
 
De pronto Felipe encuentra una carta. Estaba dirigida a toda la familia, la familia Peralta Carbajal, así nos apellidamos. Estaba escrita con letra y puño de mi tío Lencho. Se la llevamos a mi papá sin abrirla. Teníamos miedo, no sé de qué. 
 
Él, mi papá, la leyó, y después con rostro de sacerdote le hizo lectura una tarde de domingo cuando toda la familia se juntaba a comer junta. 
 
Querida familia: 
 
Si están leyendo esta carta, es que ya estoy enterrado seis metros bajo tierra. Y también, creo que ya han de haber encontrado las cien botellas de tequila que estaban en el closet de mi cuarto. 
 
Creo que se merecen una explicación.  
 
Eleonor, mujer a quién creo todos conocen. Me acompañó en mis últimos momentos ya de viejo. Cuando todos ustedes andaban de arriba para abajo, y no se daban cuenta, de que cuando los seres humanos envejecemos, nos vamos descomponiendo lentamente. La rapidez que teníamos en la juventud desaparece. En ocasiones, como le pasó a Eleonor, nos da una enfermedad, dónde nos olvidamos de todo, y no sabemos ni siquiera quienes somos. Y si tenemos la suerte de mantener nuestra cabeza en su lugar, el dolor más grande no es el dolor del cuerpo, de los huesos o de los músculos que se van desgastando. Es más que nada, el dolor del corazón de ya no ser, lo que éramos antes. 
 
Cuando Eleonor y yo nos dimos cuenta de esto. Fue cuando empezamos a beber. No fue de un día para otro, fue poco a poco. Cuando encontrábamos en aquellos tragos de tequila, cierto consuelo. Consuelo que compartíamos el uno con el otro. Porque ya los hijos no tienen tiempo de platicar con uno.  Los nietos de vez en cuando jugaban con nosotros, pero cada uno de ustedes eventualmente tenía que irse, y Eleonor y yo nos quedábamos solos. Sin tener a nadie más que aquellas botellas de tequila que ella compraba en la tienda de Don Fernando, quién nos guardó el secreto hasta este momento en el que ustedes están leyendo estas líneas.
 
Eleonor perdió el recuerdo, y lo único que me unió a ella, en mis últimos días, fueron esas cien botellas de tequila. Y sí, quizás abusamos del licor, pero no juzguen, por favor, no nos juzguen a Eleonor y a mí. Porque como dice el dicho, nunca digas, de esta agua no beberé. Por cierto, nunca hubo nada entre nosotros, más que esa intimidad que produce los momentos de soledad en medio de la vejez. 
 
Eso es lo que deseaba decirles a todos.
 
No sé si Eleonor esté viva todavía, tal vez no, pero si lo está, les pido su comprensión, algún día, espero, todos ustedes llegarán a viejos, y quizás también necesiten la compañía de esas mentadas 100 botellas.
 
Siempre los quise mucho a todos.
El tío Lencho
 
 
Todos quedamos completamente callados. Mi padre ordenó que lleváramos todas las botellas al panteón. Eleonor murió tres días después de mi tío Lencho. No sé dónde la habían enterrado. Pero llevaron su cuerpo y lo sepultaron junto al de mi tío. Y todas aquellas botellas, las pusieron a su alrededor, de ambos. Y pusieron una placa que decía: 
 
AQUÍ DESCANSA LENCHO PERALTA CARBAJAL Y ELEONOR JUNTO A 100 BOTELLAS QUE LOS UNIÓ ETERNAMENTE.
 
Fue cuando descubrimos que nadie sabía nada de Eleonor, ni su apellido, ni de dónde venía, o vivía, o nada. Simplemente apareció de la nada, para hacerle compañía a mi tío en sus últimos días.
 
Esta historia de mi tío y Eleonor, todos la sabemos, y todos la repetimos en nuestras familias. Es la historia, de las mentadas 100 botellas de tequila.
 
© David Alberto Muñoz 
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    David Alberto Muñoz

    Se autodefine como un cuentero, a quién le gusta reflejar "la compleja experiencia humana".  Viaja entre 3 culturas, la mexicana, la chicana y la gringa. Es profesor de filosofía y estudios religiosos en Chandler-Gilbert-Community College, institución de estudios superiores.

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