María Candelaria Cuevas
Magnolia se llamaba. Miedo me causó su nombre. No había paso que me llevara de regreso, la bebí hasta el fondo, ya estaba en mí y no había vuelta atrás. Estuve seis meses al filo del abismo, aferrada al miedo, a la inexplicable culpa que anidaba en mis adentros, meses sufriendo la muerte blanca del poeta, acariciando el apego, deslumbrante y falso brillo. Magnolia entró a mi cuerpo, a mi casa en ruinas. Temblé de miedo, cada célula me vibraba sin saber porqué ni para qué. Temí por mis columnas tambaleantes, aún así, arrastré todas mis vidas esa noche. Dentro, muy dentro algo debía morir. Magnolia apareció en menos de dos melodías. En veinticinco metros de largo y diez de ancho pude ver cientos de mis vidas, líneas de colores fosforescentes en total desorden, ¡Demasiado tiempo para poder sostenerlo sola! Mi cuerpo y mi mente sentían una expansión y una presión insostenible. Abrazada a los últimos residuos del apego que me impedían liberarme, me resistí por unos minutos, defendiendo lo indefendible. No era yo en ese momento, era una vieja reprogramación sosteniendo mi mano con tal sutileza para no dejarse ver por mí. Seguía en el suelo alfombrado de gris, a punto de reventar. Magnolia me arrastró hacia ella, la vi gigante como una montaña, me tendí a sus pies, grandes, largos, morenos y muy firmes. Me enterré en su montaña y en ella dejé todo lo que ya no necesitaba, luego miré las capas de corteza y cenizas negras que me habían cubierto la piel como una coraza, caer como un velo. No podía respirar, le pedí a ella que soplara su dulce viento para que abriera mi corazón, me miró con ojos de montaña, ojos de estrella eterna y sopló su aliento largo, aliento de colibrí, entonces entraron en mí dos largas hojas secas de maíz por mi nariz, llegando a mis pulmones, limpiando todo aliento viejo, aire contaminado por mis pensamientos. No podía respirar, abrí la boca tan grande como pude, intentando jalar aire a mis pulmones, cuando lo hice, vi las hojas de milpa secas saliendo en vómito, rasgando mi garganta. Las sentí desde lo más profundo de mi interior salir como lava ardiendo, las miré limpiando como un estropajo todos los residuos negros que se resistían a dejarme. Estaba ciega, pero pude ver todo lo que había dentro de mi ser. Apestaban las imágenes donde hice daño y dejé que me hicieran también. Lloré por mí, por la niña, por la joven, por la madre que ahora soy, y me pedí perdón en un desgarrador llanto, por el daño que me causé y me causaron, le agradecí a la montaña con aliento de colibrí por darme de sus tierras/manos, a Magnolia.
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March 2024
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