Por Daniel Minerbi Vargas Rudolfo Anaya se coloca el disfraz de Bruno Traven en este cuento, para poder descifrar la búsqueda con su conexión como escritor chicano con su herencia y costumbres del pasado en México. Todo el misticismo y alegoría de esta segunda patria está representada el personaje mágico de Justino, jardinero que cuida la casa de descanso en Cuernavaca, Morelos de un extranjero con acento alemán, lo cual es el punto de partida y enlace con una aventura que el narrador busca en su jornada por encontrar parte de su identidad. De acuerdo con Cordelia Candelaria, Anaya recurre a la relación entre el escritor y el lector, en la cual aparece una historia que enciende la vida de Bruno Traven a su paso por México, a través de la ficción se narra la realidad biográfica y nebulosa de un escritor que se mantuvo muy privado” (Candelaria 82). Al exponer en el cuento que el nombre de Traven y su obra inspirada en su visión sobre México circula en la boca de cantineros y taxistas, quienes son los portadores para transmitir oralmente la cultura, le da una legitimidad popular a la imagen del misterioso escritor alemán. Las imágenes que un escritor chicano narra a través de un ambiente novelesco y selvático, el cual evoca el texto de Traven Tesoro de la Sierra Madre (1927), trasladada hasta la idiosincrasia de Justino, jardinero de profesión, descrito como un ser que deambula con un espíritu libre, aventurero, hasta que se casa y empieza a tener hijos, el cual después no tiene más remedio que convertirse en un arduo trabajador para poder mantener a su numerosa familia, posee la personalidad de un gallo, mientras más hijos más contento (Anaya 82). Este arquetipo fascinante y misterioso del personaje es el que utiliza este narrador chicano, esperando que le ilumine y se convierta en su fuente para escribir (Anaya 98). Mediante Justino se va descubriendo poco a poco el recóndito velo que dejó Traven a su paso por su ruta entre los pueblos más escondidos de México y sus leyendas. El sitio de Cuernavaca se presenta como un lugar fuera del espacio y del tiempo, desde el cual se puede observar el Popocatépetl y el Iztaccihuatl, ambos gigantes testigos de la historia trasladándose hasta la época cuando Hernán Cortés pasó entre ellos para marchar hacia Tenochtitlán (88). El narrador utiliza el desplazamiento geográfico (espacio) e histórico (tiempo) para desplazarse en su viaje, que va desde el punto fronterizo en la estación del tren de Ciudad Juárez, hasta su pasado mexicano en Cuernavaca, un sitio por donde no pasa el tren (80), entrando a una dimensión en donde el espacio y el tiempo, forman uno solo, en la cual el pasado de Traven es la pulpa del presente de Carlos Fuentes (81), como señala Candelaria donde la realidad se confunde con los mitos (82). Es este tiempo el que utiliza Anaya para señalar una diferencia cultural entre los mexicanos y los estadounidenses, describiendo al tiempo mexicano como algo erótico, sensible, cruel y punitivo, que lo permea todo y que puede transformar la realidad. A diferencia, el tiempo estadounidense es algo bien marcado y empaquetado, como algo limitante y clasificado. El narrador de Anaya ha perdido la noción del tiempo mientras se toma una cerveza al tiempo en la estación del tren de Ciudad Juárez (81). Su mente comienza a transportarse al recuerdo que él tiene sobre México. Anaya utiliza imágenes icónicas como La Llorona, cuyos relatos ha escuchado desde niño y ahora se vuelven reales en su relato, a través del personaje de Don Francisco, “el mero chingón”, que se ha aprovechado y robado a todos, y que ahora llora porque no puede tocar el tesoro ajeno de cadenas, collares y coronas de oro y plata escondiéndolos en el Pozo de Mendoza (Anaya 90). Este tesoro elaborado por la mente del narrador de Anaya, sustituye al de la novela Tesoro de la Sierra Madre de Bruno Traven. Este narrador de Anaya también señala a Aztlán como un sitio en el presente, describiéndolo como un lugar rico en minerales como carbón, petróleo y uranio que buscan extraer las “máquinas gigantes de las corporaciones” (94-95), contrastando con el México de Traven, como en la novela La rosa blanca (1951), la cual cuenta la explotación extranjera del petróleo en México y un viaje a Los Ángeles, California, que hace un mexicano despojado de sus tierras mediante engaños de unos extranjeros. El narrador de Anaya nos indica el interés de un caballero de pelo blanco, que hablaba el inglés con un acento alemán y que está interesado en describir el cambio que se manifiesta en México, utilizando el nuevo petróleo como medio convertidor, así como la mano de obra de los mexicanos y los chicanos de Aztlán, esperando que sea la única manera en que surja un cambio a través de los trabajadores (96) . Anaya mantiene viva la imagen de Bruno Traven, como un fantasma que vagabundea por el Zócalo de la Ciudad de México, en el territorio lacandón maya o en Cuernavaca (95). A través de la visión de un extranjero en México, Traven le sirve de inspiración a Anaya para escribir, pero al ir a ese país, Anaya se inspira para escribir, tomando ideas populares como la de conversar con los taxistas y cantineros de la Ciudad de México sobre el folclor y la cultura mexicana, paseando por las calles de México, buscando una cantina para encontrar sus historias (81). Al final, este cuento nos relata el proceso de escribir, cuando el narrador se da cuenta del valor del relato que le ha contado Justino, quien se marcha perdiéndose en el laberinto del pueblo, dirigiéndose hacia el Popocatépetl (96). Parece que este cuento encierra toda la evocación que el chicano siente por México, cuyo bagaje cultural ha cargado desde pequeño y le ha ayudado a crear una imagen nebulosa y atractiva de su pasado y poco a poco al transcurrir de su viaje, se van aclarando las imágenes que se habían creado en su mente a través de cuentos orales que algún familiar como la abuela o la madre le contaban en su infancia. Ahora se desdobla ante sus ojos del presente que revive esa tradición oral y escrita aquellos cuentos, los cuales han evolucionado mezclándose, confundiendo el tiempo y el espacio para crear un solo mundo chicano, complejo y abarcador de muchas tradiciones que ahora servirá como un instrumento para que el autor pueda escribir. Este proceso de buscar una fuente para escribir, nos hace recordar también a Days of Obligation: An Argument with My Mexican Father (1992), donde Richard Rodriguez realiza un viaje a México en búsqueda de su identidad, el autor nos ofrece una visión más globalizada y fronteriza entre Tijuana y San Diego, en contraste con este relato de Anaya, donde se nos ofrece un espacio evocador y mágico que comprende Aztlán, Ciudad Juárez, Cuernavaca, todo rodeado por el Popocatépetl y el Iztaccihuatl. Obras citadas
Anaya, Rudolfo. "B. Traven está sano y salvo en Cuernavaca". Voces sin fronteras, antología Vintage Español de literatura mexicana y chicana contemporánea. Cristina García, Ed. Liliana Valenzuela, Trad. Nueva York: Vintage, 2007. Impreso. 79-100 Candelaria, Cordelia. “The Silence of the Llano by Rudolfo A. Anaya”. MELUS 10, 2, Expressions of Ethnic Identity, Summer 1983. 79-82 Rodriguez, Richard. Days of Obligation: An Argument with My Mexican Father. Nueva York: Penguin Books, 1992. Impreso. Traven, Bruno. La rosa blanca. México. Compañía General de Ediciones, 1959. Impreso.
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April 2024
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