NADA QUE AL ALMA LLEGUE... Carlos Juvenal abordó su vehículo y tomó la carretera hacia el norte en dirección al poblado de Chama, ahí tenía un asunto bastante importante que arreglar. Él no exageraba cuando pensaba que esto era verdaderamente una cuestión de honor, y requería de pronta y definitiva solución. Miró hacia al cielo y vio que empezaba a llenarse de gruesas nubes las cuales le daban a la bóveda celeste un triste color cenizo y gris. No era muy tarde, pero debido a la lluvia que ya se veía bajar desde las soledades de las montañas Sangre De Cristo, parecía que el sol ya se hubiese puesto. Si llego al pueblo, ya oscuro, tanto mejor, dijo. Carlos nunca había imaginado verse en semejante situación. A pesar de que llevaba quince años casado con Eloísa, todavía seguía enamorado de ella, y por eso le dolía tanto en lo más profundo del corazón la traición de que había sido objeto. Lo que empeoraba las cosas era que ya empezaba a tener problemas hasta en el trabajo, pues, últimamente, no se concentraba en lo que hacía; ya había estado a punto de provocar algún accidente. Su vida, en poco tiempo, se había transformado en un verdadero infierno desde que su madre le había dado la mala nueva: Vieron a Eloísa salir de un motel a escondidas con un muchacho, m`hijo. Un tal Luisito Escárcega, de Chama, le había dicho. Carlos juvenal llevaba tres días aguantándose el coraje, conteniéndose para no trapear el piso con Eloísa, pero, primero quería ponerle las peras a veinticinco al cerdo de Luisito. Con ella la agarraría después. Todo a su tiempo, pensaba. Mientras su auto devoraba kilómetros su mente retrocedió en el tiempo y recordó vívidamente cuando la conoció: La vio por primera vez en el baile, el día de la celebración del santo del pueblo de Chama. Fue la mujer más bonita que había visto hasta aquel día. De ahí en adelante no dejó de pensar en ella. Supo que Eloísa tenía novio, y que se llamaba Luisito Escárcega, pero le gustó tanto la muchacha, que no le importó, y ya no se le despegó ni a sol ni sombra, y a fuerza de insistencia y de regalos logró adueñarse de su atención hasta que terminó enamorándola; poco tiempo después la forzó a que terminara su relación con Luisito. Aunque éste, había comentado por ahí, que iba a tratar de reconquistar a Eloísa, fuera como fuera. Carlos, cuando lo supo, pensó que Luisito poco o nada podría hacer, una vez casado él con ella. El muy hijo de Puta, finalmente lo logró, dijo para sí Carlos, y sintió un retorcijón tan fuerte en el estómago que lo hizo apretar el volante con las dos manos y casi lo hizo vomitar. Llegó al poblado de Chama mientras una ligera llovizna comenzaba a caer. Sacó una botella de tequila que guardaba debajo del asiento y bebió un buen trago. Luego, con la mano derecha palpó una 38 especial que llevaba en la cintura. Si echaste a perder mi vida, yo también puedo desmadrar la tuya, perro, pensó. Carlos no sabía dónde vivía Luisito, de modo que le preguntó a un lugareño que encontró en la calle. En esa casa que está al cruzar el arroyo, le había dicho. Carlos condujo hacia el arroyo; lo cruzó y se estacionó casi enfrente de la entrada de la casa. Metió la pistola en la bolsa de la chamarra de modo que pudiera sacarla con facilidad y volvió a tomar otro trago de tequila, Se dirigió a la entrada y se paró junto a la puerta: por un momento le llegó un golpe de cordura a su mente y pensó en dar marcha atrás, porque él sabía que jamás soportaría estar cinco días seguidos en una prisión, y para evitar eso, lo mejor sería no meterse en problemas, tal vez si acaso ponerle un buen susto a ese desgraciado, pero luego imaginó la cara de satisfacción de su rival después de tener sexo con Eloísa, y sintió un torrente de sangre caliente inundar su cabeza. Decidido, tocó la puerta. La lluvia arreciaba cuando en el umbral, apareció la figura de un hombre de aspecto indefinible a causa de la poca luz que había en la habitación. ¿Luis Escárcega? Preguntó mientras acariciaba las cachas de la pistola con su mano derecha. ¿En qué te puedo ayudar? dijo el hombre a manera de respuesta. Carlos sacó el arma y le disparó dos veces en el pecho. El hombre trastabilló y cayó al suelo. Todavía no se apagaba el sonido de los plomazos y Carlos ya enfilaba su auto con las luces apagadas hacia el arroyo; lo cruzó, y en un abrir y cerrar de ojos desapareció en la negrura de la noche. Días después, tratando de averiguar algo sobre la investigación de la policía y con cierta tranquilidad, puesto que, según él, no había habido testigos que lo pudieran inculpar, pues en la casa de Luisito tampoco vio a nadie más, Carlos preguntó a un compañero de trabajo que tenía su casa en Chama y seguido viajaba a esa población. ¿Qué hay de nuevo por tu pueblo, Joe? No mucho, contestó el otro. Solo que, hace unos dias, no se sabe quienes, ni porque, fueron y le metieron un par de balazos a Luis Escárcega viejo, mientras Luisito, su hijo, se revolcaba con una vieja casada en un motel acá en Tierra Amarilla, según platican. De ahí en fuera, Carlitos... nada que al alma llegue. Oscar L. Cordero Otoño/2019
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