MENUDO EN CONTRADICCIONES (2 de 5)
Saúl Holguín Cuevas HOY, el día del Sol[1] me recibe con música barroca, una taza de buen café y el diario, pero para vitar, nada como un buen Menudo. En busca del platillo dominical, me acerqué a la vil acumulación de chácharas que afean el restaurante Tradiciones. Parte de la mediocre cadena Ranch Market que nada tiene de rancho ni de mercado. El local refleja la pesadilla que un desorientado diseñador mete por mexa (mexicano) barroco: Un diabólico invento de Disney y Hollywood y Las Vegas. Para complementar el infeliz retrato faltan los burros pintados de cebras, bandidos bigotones, gorrudos, guarachudos y meretrices. Es un sitio para turistas bobalicones, los que cuando viajan al Sur se encierran en el triángulo bermudesco: hotel, bar, disco, entre más parecidos a lo que dejaron en casa, mejor. Sin duda, en Tradiciones se embriagarían muy asufaltadegusto. Pero dejemos las chácharas. En la entrada el jardincillo casi invita, el fuego de leña, el salón, el bar, amén que en mente portaba la recomendación del reputado crítico del pasquín local. El amigo ha metido de todo, desde un taco callejero hasta las tres estrellas Michelin en los teocallis (templos culinarios) parisinos, nuyorkinos, vegasinos frecuentados por magnates de amplios bolsillos y sus ejoyadas odaliscas, aparte de tragones del más exigente paladar. Tal anticipación auguraba mesa bien puesta, lenta digestión, siesta posterior. Además, me consolé al pensar que el estómago no ve, de quedar satisfecho nada le importarían los curiositos multicolores. A la mesa llegan unas impostoras bolas de masaseca (la odiada Maseca, ojalá se le consignara a los infiernos dantescos) a medio cocer, me las pasaron por tortillas. Vaya usted a saber por qué no usan masa de nixtamal si la tienda cuenta con molino. Torpe la atención al cliente, salsa apática, chips paleolíticos, mal cortadas las menudencias, grasosas, descuajaringadas y, para colmo, la Corona, esa detestable cebada aguada, a precio de oro. Me anticiparon que el cantinero es capaz de unos mezcladitos para recordarlos, pero para entonces, en total decepción decidí largarme lo antes posible. Abandoné mesa y platillo, pedí el bill, pagué, rajé. Los que conocen y aman el parián o el mercado de colores y sabores donde coinciden las marchantas, aborrecerán y pronto huirán de tal travesti, raudo lo hice para ya nunca más volver. Por fortuna el restaurante Tradiciones: RIP. FOTO: © José Reyes García. Conste la foto no es del miserable menudo que mal servían en Tradiciones, es del Mercado Benito Juárez de Jerez, Zacatecas. La incluimos para dar tentación a nuestras lectoras amantes del icónico platillo dominical. © Saúl Holguín Cuevas [1] El dies solis (día del sol) equivalente a nuestro domingo fue tomada del latín por lenguas germánicas y de ahí fue al inglés moderno (Sun [sol]; day [día]. En español domingo viene de dies dominicus (día del señor).
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Catedral de San Patricio
Saúl Holguín Cuevas A unos pasos del vulgar desplumadero empantallado del Times Square, entre los elevadísimos templos a la ostentación y la usura, como el Rockefeller Center y el Empire State, al lado del cerrado Consulado de Venezuela, medio se alza la Catedral. Escalo en Bouchon Bakery: decepción. Aunque se dice inventada por el encumbrado ratatouille* Thomas Keller, en un tiempo considerado el mejor chef del mundo, apenas pasadero el café que sirven unas muchachillas en vasos desechables, mediocres los panecillos, reducidísimo e incómodo el espacio: En Manhattan, todos los espacios públicos, excepto los apartados de los potentados, son incómodos y reducidos a propósito: evitar que el cliente se sienta cómodo y se le ocurra quedarse más tiempo del que necesita para ordenar y largarse y abrir paso a los que siguen, que son legiones. Como las juventudes que se amontonan en el Koreatown. Hui de la impostura y me refugié a admirar el templo antes que un loco o el descuido lo reduzca a polvo y cenizas. Ignoré la estatuilla de la diezmera Madre Teresa. Me posé frente a la imagen de La Morenita* y, bebí profundo las notas de Mendelssohn, Schuman y Hindesmith que retumbaron desde los más de 7 mil tubos del magnifico órgano. Voló mi espíritu; altura que nunca conseguirán las guitarritas desafinadas, ni los coro de grillos que ahora agrietan las misas en casi todas las iglesias judeocristianas. En las alturas: concierto gratuito, antes unos cuantos. *Ratotouille: en referencia al guiso de verduras y a la cinta (2007) en la cual colaboró Keller; La Morenita es la Virgen de Guadalupe, me enorgullece ser ateo guadalupano. FOTO: David Shankbone. © Saúl Holguín Cuevas BROOKLYN
Saúl Holguín Cuevas Ya en plena chochera, algunos veinte años de distancia de mi última visita, los olímpicos me permitieron volver a New York. Padecí cinco horas enlatado en el avión, me arrastré por el gigantesco puerto JFK y, ya frustrado, conseguí un uber que me acercara al mínimo que alquilé en Brooklyn. Por fortuna el chofer, un haitiano, por demás paciente y risueño me toleró e intercambió amable charla mientras sorteaba el tráfico. Balzac aconsejaba conocer París con los pies. Siguiendo su sabio consejo la primera noche en compañía de mi hijo Saúl nos atrevimos por calles tranquilas, casi desiertas si las comparamos con la de Manhattan. Pequeños grupos mitigan con una pachita (botella de licor) y aspiraciones de la buena. Las centenarias casas de piedra rojiza al estilo victoriano en decadencia. El poderío económico los zopilotes manhatteros hacen negocio redondo: las adquieren baratas, las maquillan y caras las venden a las nuevas generaciones de technoids; les vale madre empujar a la calle y al olvido a los proletarios negros y latinos que aquí radican, pero que ya vieron mejores días. A esta rapiña se le llama gentrificación, pero no tiene nada de gentil; prefiero elitizacion, aburguesamiento. Por fortuna aún le quedan al trabajador opciones de comer: en alguna pescadería con buen recaudo, le fritan o cocinan al vapor su pez o sus camarones, acuden choferes, policías, locales fregadones; también para la prole comederos dominicanos con lechón, arroz con gandules, plátanos fritos para llevar a casita; aparte de tienditas y negocios de chácharas atendidas por boricuas, poblanos, haitianos, africanos, que van cediendo ante las transnas que impunes se adueñan de todo. Esquivo el carero, aunque aquí todo es carero, restorán afrancesado L’Antagoniste en favor del haitiano Grandchamps. Gustoso chupo los huesillos de un guiso de cabro, así como la entusiasta charla con el cocinero, me disculpo, olvidé el nombre, usted, estimada lectora, espero comprenda los estragos de la chochera.* De ahí arrancamos a un hoyo,* el bar Bed-Vyne Brew, a despachar una pinta de cheve de barril. La noche fresca invita salir a disfrutar del cielo nublado. La única mesilla y tres troncos de árbol que pasan por asientos están ocupados por unos clientes, entre ellos un fornido que, por lo visto es el mero mero de estos rumbos, casi todos lo que al bar se adentran y los que por ahí deambulan lo saludan o se detienen a charlar con él, que despreocupado echa a volar el humillo verdoso y al parecer es proveedor de algún elixir prohibido. Para cerrar la noche nos arrimamos a un nocturno de techos bajos, Lunático, un hoyo muy popular de reducido espacio donde la musiquilla, dizque un refrito peruvian jazz retumba. Aprovechando una de dos mesitas disponible afuera salimos a concluir la cebada. Cerca de la hora de la bruja retornamos al refugio. Vale la pena el traqueteo para pasar unos días con mi hijo Saúl “porvenir de mis huesos y de mi amor [Miguel Hernández]”. *Dice Corominas: procedente de clueca, variante romance de la gallina que empolla, porque el vejo achacoso debe permanecer inmóvil como la gallina clueca. Hoyo: en el sentido de refugio, traducción del inglés hole, por lo general en el barrio Van Nuys solía ser un garaje donde se reunían los amigos a pistear (tomar) y cotorrear (charlar). © Saúl Holguín Cuevas |
Saúl Holguín CuevasBrevis kurrikulum vitæ Archives
February 2023
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