Por Saúl Holguín Cuevas
Yo, Saúl Holguín Cuevas derramo una lágrima por las víctimas en Ucrania y te maldigo Putin, asesino, paranoico esquizofrénico, megalomaniacote, Que tu nombre y tu simiente queden borrados de la tierra y tu carne sea pasto de los perros. [*] A la maquinaria de la guerra, sus secuaces y aduladores, así como los que de ella se benefician les conviene que el cine ensalce a los caineros (Caín). Cierto, nada nuevo, matar al vecino es un negocito redondote, ya añejo y muy fructífero para unos cuantos que desde la retaguardia, sin sobresaltos, enriquecen. Las sociedades guerreras, abusivas, prepotentes por excelencia desdeñan las cintas que protestan contra la matanza y el genocidio legalizado por mentiras de los políticos y sus secuaces. En días pasados vi dos películas que me conmovieron con el horripilante retrato de una guerra, como todas, por demás irracional: la Primera Guerra Mundial. CRUCES DE MADERA (1930) de Raymond Bernard y; 1918 (también de 1930) de Pabst. Retratan la cruel realidad: trincheras donde cayeron jóvenes por millones. Todo a cambio, cuando la cosa iba bien, de un palmo de terreno. Desde un principio se tiene la sensación de un suicidio colectivo, donde no hay escape, los protagonistas son empujados al matadero, morirán descuartizados por una bomba, aniquilados por una o mil balas, envenenados con gas. El resultado: una iglesia cualquiera, terreno neutral, donde se congregan los ciegos víctimas de los gases, los mutilados, los enloquecidos que tras el sufrimiento, sin agua, sin dormir, infectados de piojos y sometidos a la metralla y al constante bombardeo, a veces, por equivocación, de los mismos aliados. No hay escape, llega la muerte. Una rústica cruz, casi improvisada bajo el telón. Y las carnicerías siguen sin tregua, a pesar de Verdún, de Hiroshima y demás holocaustos. Para ponerse a llorar de impotencia por esa enferma y rabiosa ansia de matar y morir, al parecer hasta que el último de la especie cierre los ojos para siempre. Si esta nueva guerra lo trae medio alicaído, como a mí, propongo posponer ver estas cintas hasta que mejore un tanto el ánimo. Otras recomendadas, las dos primeras no tienen cintas sonoras, son lo que algunos llaman mudas: J’accuse (1921) de Gance. The Great Parade (1925) de King Vidor. Sin novedad en el frente (1930) de Milestone. *Esta maldición viene en El infinito es un junco de Irene Vallejo, libro recomendado. (versión temprana, Peregrinos III; 09.III.2022)
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EN pleno bacanal de football, alcoholes y pavote engordado con hormonas, antibióticos y demás magias químicas, cabe recordar una cena solidaria, anterior al consumismo con demente afán de consumir. Casi cuatro siglos atrás llegaron a nuestro continente peregrinos emigrantes, aunque vale llamarlos mojados pero, bien mojadotes, habían cruzado apenas cinco mil kilómetros de salado mar. Unos buscaban aventuras y fortuna, otros huían de la intransigencia religiosa, de leyes opresivas o de las deudas. Se establecieron en tierras septentrionales, entonces de indígenas. Ahí, el cruento invierno apenas permite sembrar una vez al año. Para sobrevivir conviene imitar a las hormigas, almacenar alimentos, así fuesen secos o salados. Cosecha abundante, invierno generoso, pero... Los peregrinos venían prevenidos, sembraron las semillas de trigo que traían. El terreno cenagoso arrojó magra cosecha, el invierno se tornó cruel, escasa caza y pesca, pronto el hambre y su hermana, la muerte, rondaron muy cerca. Murieron los débiles, ancianos, niños. Quizá enterraban sus muertos cuando un par de nativos, entre ellos Squanto, aparecieron como de milagro. La historia de Squanto es una verdadera saga. Primero, desde su tierra (lo que es hoy el noreste de EE. UU.) acompañó a un marinero a Inglaterra, ahí aprendió inglés. Regresó a su terruño, hecho prisionero terminó de esclavo en Cuba. Ahí un sacerdote lo ayudó, compró su libertad y, ya libre, lo embarcó a España. Escaló en Inglaterra camino de regreso a su tierra. Squanto y sus cuates enseñaron a los mojadotes los secretos de sembrar maíz, el uso de yerbas medicinales y a construir con materiales por ahí abundantes. Agradecidos, los emigrantes compartieron la mesa con sus benefactores. Como la invitación era para la familia y, el concepto de familia entre los indígenas es amplio, acudieron unas noventa personas a la cita. La desnutrida mesa de los anfitriones pronto engordó con la generosidad de los invitados: tres venados, pavos silvestres, productos del maíz, nueces, calabazas, miel. Servida la mesa, las indígenas, cual era su costumbre, compartieron la mesa con los hombres. Las mujeres europeas, siguiendo su tradición patriarcal machista, sirvieron y esperaron su turno. Tres días duró el festín. Años después la intransigencia religiosa de los protestantes y la lucha por la tierra desató el genocidio de los nativos. Así es amigo lector, este feriado, anticipando el primer bocado y el primer sorbo, derrame una lágrima por los desdichados descendientes de Squanto. Véalos arrastrar siglos de miseria por las reservaciones, diabéticos, ahogados en alcohol, olvidados. (Foto: Lupin. Versión anterior en Peregrinos II: 22 octubre 2019). Por Saúl Holguín Cuevas
Ignoro cómo sobreviví 48 días consecutivos en el infierno con temperaturas pico por encima de los 110°. Pasaba el tiempo encerrado en mi cubículo, un sótano breve que construí para salvaguardar vinos, quesos y jamones. No imaginé que también llegase a ser mi refugio. Practicaba yoga, cantaba y releía en voz alta Los miserables, La ballena y La guerra y la Paz. Me invadió ese mal que en inglés llaman cabin fever (calabozo), aparte de una persistente reuma acentuada por el aire malsano, la vejez, la desesperación y la soledad. Decidí salir al patio con la aurora matutina. Para entonces ya no había ni abejas y colibríes. La madrugada del primer escape me extrañó ver a dos lagartijos muertos. El amanecer de la segunda salida vi que la joya de mi jardín, una ponciana, que por acá llaman ave del paraíso mexicana, una planta que presume coloridas flores que combinan el rojo, el naranja y el amarillo y que prospera en plena canícula, se empezaba a secar desde abajo. Aunque me entristeció no le di mucha importancia, quizá había llegado el fin de su ciclo, pues la sembré cuando adquirí la casa, algunos treinta años atrás. Días después se secó del todo. Consulté la guía Field de las plantas de Arizona, Su ciclo de vida se extiende desde medio siglo a siglo y medio. Me medio preocupé. Me perturbé cuando se secó Alexa, así le llamaba de cariño al paloverde, un árbol nativo de este desierto. Y lo que me quitó el sueño fue cuando el mezquite empezó a marchitarse. El símbolo de este desierto suma ya más de tres milenios de existencia, crece y se multiplica prácticamente por todo el mundo. Un árbol majestuoso que no precisa ni abono, ni riego gracias a sus raíces profundas. Cuantas veces aproveché las ramas que le arrebataba en la poda, las secaba y las usaba para mis asados. Vi cómo continuaba su declive hasta que murió de pie. Lo lamenté y hasta lo lloré tal como si hubiese perdido un ser querido. Para ese entonces prohibieron llenar las albercas y regar los jardines, racionaron el agua potable. Nada ni nadie podía dormir. Al borde de la locura decidí salir a la yardita. Me preparé cuando apenas se anunciaba el sol, me calé lentes oscuros, pantalones largos y camisa de manga larga, ambos de lino, y me empapé de pies a cabeza. Me refugié a la sombra del esqueleto del mezquite. Iba bien provisto, con un galón de agua perfumada con hierbabuena, jugo de limón y Tajín. A través de mis audífonos saboreé el cuarteto de cuerdas de Beethoven, admiré una nubecilla naranja y roja. Distinguí la figura de un perro panzón con pico de gallo, el temido cangallus. Me vino a la mente un trozo del Apocalipsis de Pedro (apocryphon). Como la vida desordenada, el COVID y la vejez minaron mi cerebro, para refrescar el recuerdo me apresuré a buscar y consultar El Libro, una copia (versión Oxford) de uno de los pocos libros que persistían en mi encierro, el resto los regalé a Candi. No lo encontré, atemorizado recordé leer, en mi ya remota juventud, que cuando esa figura apareciese entre el septentrión y el céfiro (boreal y poniente), anunciaba el fin del mundo. Aterrorizado recordé los castigos que como pecador me esperaban. Por blasfemo me colgarían de la lengua, por adúltero me colgarían de los genitales y, de paso se me rostizará a fuego lento sobre el humo y llama incierta de una pila de leña de pirul. (Imagen: captura del Telescopio Óptico Solar Hinode). Por Saúl Holguín Cuevas
El 2020 y el 21 me fue como en feria. Primero, algún olímpico bromista me movió el piso y me caí de una escalera, después el Corona me tumbó, y de remate, una tercera caída me trajo tres días y dos noches de sufrimiento, fue culpa de un resfriado con toz de perro, moquera feroz, dolor de choya, aliados a persistentes ataque de reuma causado por la lluvias de cuatro días, cosa rara en el Phoenix canicular. Divagué, llegué a imaginarme que estoy embrujado, hasta ganas me dieron de procurarme una limpia. Me siento viejo e inútil, estoy poniendo en orden unos escritos que andaban por ahí desperdigados y, me he propuesto, si acaso llego a esa altura del campeonato, colgar los guantes y dejar la escritura en septiembre del 2025, cuando cumpla medio siglo de practicar el arte y de postrarme frente a las musas y a Xochipilli. Algunos de mis mejores amigos intentarán incentivarme, me darán ejemplos, por docenas, de viejos que siguen dando lata hasta los noventa y tantos. ¿Entonces, quél es mi onda?, se preguntarán. Los que toman la escritura en serio bien saben que para llegar a escribir algo que medio valga la pena hay que insistir con pluma e imaginación, ensayar entre cinco a ocho horas diarias, hoy si y mañana también, es parte del sacrificio que el arte requiere y demanda. Ya hace tiempo que empecé a notar un notable deterioro en la memoria. Antes me sacaba autores, títulos, películas, fechas de la manga. Para el escritor que trafica con palabras no recordar el sinónimo más adecuado o más potente o más sútil, o de plano no recordar una palabra, equivale a ser un inútil. Con ya siete décadas encima la situación empeora, a menos que inventen un trasplante de coco, aunque esto traerá otra caja de Pandora. Entonces para que hacer el ridículo y dársela de gran pluma. Tras ver a varios atletas perder un paso, la neta es que hay que saber cuándo colgar los guantes o cortarse la coleta, en mi caso, jubilar la pluma. Ya estoy cansado, me merezco un descanso. Dice Machado, Al cabo nada os debo, debéisme cuanto he escrito. Yo si le debo mucho a mucha gente. Y como el hijo desobediente, ahí les dejo los tres librillos que el padre y la madre Tiempo me permitieron concluir; para que de mí se acuerden. NOTA: senectus insanabilis morbus est (la vejez es una enfermedad incurable). FOTO: Huehuetéotl, el dios viejo del fuego. Imagen del Museo Nacional de Antropología. Por Saúl Holguín Cuevas
(AMIGOS: cuando labobraba en mi novela Verde me dio, como acostumbro, por achiclar el idioma. Al final estos cachitos, ahora comparto uno con ustedes, no entraron en la edición impresa). EL número siete aparece por todos lados: el 007, los siete sabios (Santipas), los siete pecados capitales, las siete luminarias, los siete contra Tebas, los siete artes, el Séptimo Sello, los siete samuráis, los siete locos, el Siete Leguas, [1], las siete vidas de los gatos (los que maúllan en inglés tienen nueve, mientras los pobres que maúllan en árabe apenas tienen seis, sin duda los dioses discriminan) y tantos y tantos más, sin olvidar los siete días de la semana. En efecto entre cinco y diez amaneceres han compuesto ese período de tiempo llamado, por nosotros, semana. [2] Tiempo atrás, cada tanto, se reunía la gente a cotorrear e intercambiar en bazares, mercados ambulantes, tianguis, pulgas, etc. Otros acudían a los templos: mahometanos el venus; hebreos el sabbath; cristeros el dominicus dei; los tahoneros el lundi… Los helenos dividían el mes en tres partes de diez días cada uno. En la Roma quadratta (antigua) había una octamana. El bestseller dicta que el mundillo se mal construyó en seis días, el sabbath se dedicó al descanso, de ahí pal real rige el siete que se intuye perfecto y, en el casino San Jerónimo, de buena suerte. Ejemplos abundan, veamos algunos: ACORDEONEROS:
AKIRASAN: [3]
CANCIONISTAS:
ARTES:
CENZONTLATOLLI:
CIEGOS CANTORES:
JUGUETES DEL FREGAO:
1. Tomando en cuenta que una legua equivale a cinco kilómetros y medio, parece exagerado que un caballo (o yegua, según afirma Taibo del Siete Leguas) pudiese andar en un día, poquito más de cuarenta kilómetros portando al panzón Pancho Villa y su pistolón. 2. Por lo tanto, llamada pentamana, septimana > semana, novemana, etcétera. 3. Akira Kurosawa, siete de sus vistas menos vitoreadas. 4. Juanga, Lucha Villa, Lucha Reyes, María de Lourdes, Lola, Toña la Negra, La Torcacita,.. 5. No la consignan los diccionarios o dan el significado de chamarra. Aquí vale por cabeza; echarle chompa, chompear > pensar, recapacitar. 6. Basado en dispersas métricas: el cántico de las aves; el arrullo del arroyo, ya desbordado ya manso; la tormenta; el gorjeo de un bebé. 7. No confunderir con astrología, Autoridades dixit, En todo o la mayor parte es incierta, ilícita, vana y supersticiosa. 8. Los cenzontles en el Gabacho: Miles, James Brown, Billie Holiday, Ella, Sinatra, Elvis, Louis Armstrong. 9. El ciego de la Babélica es Borges; el sagrado es Homero; Robert Johnson, el cantante de blues le vendió el alma al Diablo; dice Homero en Guerra sin cuartel (La Ilíada), En una competencia, el temeroso Tamiris reta a las Musas, hijas de Zeus, ellas irritadas le cegaron, le privaron del divino canto y le hicieron olvidar el arte de pulsar la cítara. 10. Favor de no confundir. En portugués, cascaroleta significa, de acuerdo al Priberam, rapariga que se ri sem saber por qué. Eso es, muchachilla que se ríe, el resto se entiende. Continuará… quizás. Imagen, Homenaje a Eugenio Abrego, xilografía de Emmanuel C Monntoya. Esta croniquita, con diferente ilustración apareció en Peregrinos II: 4 octubre 2018. Por Saúl Holguín Cuevas
Confieso una de mis arrogancias, hoy casi superada. Mi tío Hilario aconsejaba escuchar la opinión de los hijos, Tienen ideas nuevas. En un tiempo creí que la novela policial y la novela negra eran literatura inferior. Gracias a Poe conocí a Dupin. Gracias a Borges me adentré en las aventuras del padre Brown de Chesterton. Gracias a mi hijo Saúl leí a Sherlock Holmes y mucho disfruté. El otro día, harto de los ventarrones políticos que amenazan con una nueva ola fascista por todas partes, busqué alivio en los libros. Me alejé de los deprimentes y de aquellos que son tan crípticos que hay que releer y volver a releer, aparte de fatigar los diccionarios. Casi por accidente me topé con LA PIEDRA LUNAR (1868), del escritor inglés, Wilkie Collins, considerada la primera novela policial. Por lo visto poco ha crecido el campo en 150 años. Su lectura vale la pena. Consiste de un robo. [1] Cuatro distintos narradores, con un sinfín de rodeos, no tan alargados como los del QUIJOTE, pero rodeos al fin, casi al estilo de TRISTAN SHANDY, aunque no tan estilizados. Un último casi narrador, cierra la historia que tiene final rosa. El lector pobre y alejado de una biblioteca puede leer en español la introducción de Borges y unas cuantas páginas más en línea (Google Books). Aquí maldigo a Google por mutilar libros. Cuando uno está más emocionado le cortan la hebra. ¡Cácaros! [2] Si van a poner un libro en la telaraña pónganlo íntegro, si no, paqué chingaos. Posible leerla íntegra en el inglés original, gracias a Project Gutenberg. De acuerdo con el diario El País, estas son las mejores cuatro novelas del tema. Doy por orden cronológico. 1930: Segundo lugar: HALCÓN MALTÉS del que se considera el padre de la novela negra, Dashiell Hemmet. Hablaba de primera mano pues el mismo se desempeñó con la agencia de detectives Pinkerton, la obra refleja su labor. Aquí el protagonista es un cínico al estilo de Hollywood, ni siquiera se imputa cuando matan a sus socio, es un faldero de primera, encama a su clienta y a la viuda, 1934: Tercer sitio: ASESINATO EN EL ORIENT EXPRESS de Agatha Christie. Se trata de un crimen casi perfecto resuelto por las pequeñas células grises del detective Poirot. Hay dos versiones cinematográficas. La de 1974 es mejor que la aparatosa de 2017 que abusa de los efectos especiales, cuando bien pudieron usar auténticos paisajes nevados. 1946 (en la pantalla 1945; 1975): La mejor de todas: EL SUEÑO ETERNO (Farewell, My Lovely) de Raymond Chandler. Corre la sangre y todos son culpables, o por lo menos pecadores de alto rango, como dice el tango, El mundo es una porquería: enzoquetados en alcohol, tabaco, traiciones, desviaciones, crímenes. La novela de cuidada elaboración tiene sus encantos, a pesar de tanto muerto. Abundan frases entre ingeniosas y sarcásticas, bien cargadas de argot gangsteril. Así es amigos. Si gustan de un detective privado sarcástico, bebedor empedernido, un tanto homofóbico, pero incisivo y hasta un poco idealista, posible disfrutarlo en el inglés original gracias a Gutenberg Canadá. 1960: Cuarto puesto: THIS SWEET SICKNESS (Ese dulce mal) de Patricia Highsmith. Pausado relato de un sociópata y su amor por una mujer casada ya dos veces y con hijos. La escritora ingresa en el Partenón de la fama con la cinta The Talented Mr. Ripley. Da vida a personajes atormentados, al estilo y bajo la influencia de Dostoievski. Aclaro, no voy a comparar ni a Collins, ni a Chandler, ni a Christie, ni a Highsmith con Homero, Dante o Dostoievski, pero como dice el Ciego Sagrado, tienen cierto encanto y su lectura me alejó, por instantes, de las enmarañadas mañas de políticos rateros, asesinos, embaucadores. ¡A leer! Poe: “Los crímenes de la calle Morgue” (1841); “El misterio de Marie Rogêt “(42); “La carta robada” (44). Conan Doyle. Estudio en escarlata (1887); El sabueso de los Baskerville (1900–02) (Foto: Borges en la tumba de Poe. Está crónica apareció en 2 partes en Peregrinos II: 19 diciembre 2018 y 06 enero 2019). ______________________________ 1 - Dice Borges del tema policial: Un crimen enigmático a primera vista insoluble, el investigador solitario lo descifra con imaginación y lógica, caso referido por un amigo impersonal, y un tanto borroso del investigador (Dupin, Holmes). 2 - De ‘cacarizo’ o picado de viruela. Ni Santamaría ni el Diccionario de Mexicanismo dan etimología, por ahí circula que se trata de la voz purépecha cacarani, con el significado de “llaga reventada”. Por Saúl Holguín Cuevas
Estos días que me honraron, quedé endeudado con todas y todos y toditos todos que de una y mil manera colmaron, por dos semanas, mi vida, la de mi familia y amigos: El Domador de Fieras, La Madre Lucero; La Madre Tierra, La Madre Luna, El Regio, El Menny, La Musa de Dante, Norma la de Guadalajara, Sonnel, Yoliland, Felipe, Bahena, La Guerrillera. Hyacynth, Abdallah, Alicia, Meneses, Edgar, Villar, Lomelí, Pinky, La Diosa de la Sabiduría, Bernabé, Garret. Jaime, El Travestido de Monseñor, Celia. Pío V, Martín y Karmen Yvtte, Conce, Andy, MaryaAtt; y miembros de los grupos: Jellied Brainz, Mariachi Rubor, Grupo Waukis, Madafra, y Enporoxismo. 29 voces y manos ajilgueradas de la escena musical local demostraron que estamos rodeados de talento y que hay, entre los miembros de nuestra comunidad, gente trabajadora que hace florecer el alma. Amistades que planearon, ejecutaron, cantaron, tocaron, performearon, leyeros, tomaron placas, trabajaron tras (y frente) bambalinas, regalaron, compartieron libros, letras y abrazos y, apoyaron el XVI Encuentro de Escritores y Artistas: David Muñoz: munchos, munchotes tenkius. IMAGEN: al parecer se trata de un símbolo celta de la gratitud. ![]() Por Saúl Holguín Cuevas
MUCHO me alegra que a pesar de la peste el Teatro Meshico, tras forzado silencio, sigue vivito y coleando. La obra Luna rojiza fue el último reto incómodo que los pocos afortunados que patrocinan el drama atestiguaron, padecieron, y al final, trascendieron. Fue en la trinchera Fexam, refugio en plena barbarie metropolitana, área de bodegas, al lado de un templo de gritones y de un negocio de income tax, todo un desierto tanto geográfico como cultural. Desafiando el mercado, la indiferencia y los chillidos del bulevar, Marió Zapién vino, trabajó y conquistó una vez más. Tras arduas labores, capacitó otro grupo de actuantes, la mayoría noveles, pisaron con fuerza las tablas y me arrastraron por la calle de la amargura con un drama tremendista, reflejo de nuestro viacrucis actual. Ambientan la obra: una escenografía post industrial donde las sillas grafiteadas sirven de adorno y de mueble; intensos cambios de luces, música desde tranquila hasta pulsante: dos mundos se reflejan, el exterior, de torturas y, el interior, torturado. Es la incesante queja de un grupo de mujeres víctimas de la violencia, carisucias, desgreñadas, con vestidos raídos, habitan un infierno sin esperanza, caótico, de dolor, llanto y remordimiento donde se suceden enigmáticos bultos negros de movimientos rítmicos. En pleno caos son secuestradas y ultrajadas por verdugos que también son víctimas. Intentan expurgar recuerdos provocados por tristes sueños frustrados. Con voz poética buscan respuestas en la yoga, la adivinación, inclusive quizá lleguen a vislumbrar un poco de alivio en los recuerdos de una lejana niñez de coros infantiles y versos de canciones de la cultura popular. Ante tanta miseria, sopesé si abandonar la sala o seguir de frente. Me llegó una frase de Brecht, Si la gente quiere ver sólo las cosas que pueden entender, no tendrían que ir al teatro: tendrían que ir al baño. Me dejé llevar por el sufrimiento, la confusión y la violencia, salí agotado, experimenté una catarsis. Cierto, son tiempos malos, las cosas están pala chingada pero, pudiesen estar peor, por lo tanto, aún entre las peores tinieblas queda la esperanza de algo mejor. Aplaudo la labor del colectivo. Insto a los cuates a no perderse la próxima obra del Teatro Meshico. Luna rojiza (2021) drama de Mario Zapién, octubre 2021 en FEXAM. Actuantes: Teresa Velázquez (producción), José Bahena, Anna de la Mora, Elisa Cruz, Beatriz Beltrán, Yolanda Gutiérrez, Erika Rosas; escenografía: Manuel Argueta, otros menesteres: Felipe Morales, Agalia Rivera; luces, sonidos, y dirección: Zapién. Ilustración: pintura Las Tres Gracias (2021) de Xavier Méndez / óleo sobre lienzo / 152 X 152 cm. / Propiedad del pintor / Foto del pintor. (En Grecia: Belleza, Júbilo y Abundancia; en Roma: Castidad, Voluptuosidad y Belleza. Está croniquita apareció en Peregrinos III; 11.X.2021). Por Saúl Holguín Cuevas
La clausura de la XIV Davidiana: Imagen, Pentagrama, Arte-sana y Signos fue lo mejor de la jornada: una performeada para el recuerdo, panzas y un centenar de oídos más que satisfechas lo atestiguaron. Fue en el Jardín Comunitario en esta Sonora del Norte, al lado del canal. Por un lado, cuatro manos directitas de la mera Capital Mundial del Taco, con eficiencia que envidian los ejecutivos, cual magia, pronto sentaron una cocina portátil y raudos llenaron panzas con la delicia del glotón. A pesar que ya en las noches, para evitar pesadillas, no acostumbró abrumar mi estómago, el Espadín me atrevió a despachar cinco de adobada, con su salsita colorada. El calorón de la plancha fue superado por las llamas emitidas por la trovadora de ensortijada cabellera. Con enjundia que ya la quisiera para dominguear y ruego nunca abandone, paseó a los suertudos asistentes por las alturas. Cual torbellino cantó clasiquitas como Yolanda y Sombras, desfiló jocosas agudezas, mandó saludos que volaron hasta Nogalitos, su patria chica, dedicó canciones a los limpios y a los rudos, Hijos… míos; ni un pie acalambrado le impidió saludar a una chilena, y de paso, alargar el ensueño, sin dejar de trinar se sentó unos instantes, se incorporó y siguió solfeando y cuando le pidieron que pregonara una última oportunidad de satisfacer la gula, pues los taqueros estaban por cerrar, dijo, sin perder pisada, Esa no me la sé. He escuchado decir a mis amigos que por los enmarañados corredores de la música se atreven, que frente al micrófono, en rarísimas ocasiones las musas los favorecen, entran en un trance y ya eléctricos llegan a enchufarse. La noche de la clausura se alinearon los astros. Cobijado por la artisteada, la performance de tacos y cantante me transportó, alimentó mi alma y por una noche me alivió de achaques y demás miserias covidosas. Esa noche: David Muñoz sonreía. Performearon: Concepción Jiménez (voz), en el fogón Cesar y Silvia, larga vida para esta Tercia de Ases. (Foto: Mónica Vilches. En Peregrinos III; 04.XI.2021) Saúl Holguín Cuevas medita como la vida se desgasta y no retoña, aunque a veces parece que sí, por breves momentos.
ESPERO que cuando me estén creciendo malvas en el ombligo, durante la cuaresma mis nietos puedan escapar, aunque sea por un instante, del hartazgo de conejos, huevos de plástico semi escondidos, chocolates y demás azúcares capitalistas, y se les permita disfrutar un platillo de chuales. Granos de maíz deshidratados, desquebrajados y cocidos en un guiso caldoso. Cuando se fue mi madre, por todos conocida en el barrio como La Nana, aparte de la orfandad caí en un laberinto de comidas chatarra. Dejen les cuento como volví a degustar, después de mucho tiempo, este humilde platillo. En vida de la Nana otro gallo cantaba. En su pequeña, pero generosa cocina siempre había fuego y un zancarrón que morder. En ese rincón mágico se fraguaron mis recuerdos de los manjares del pobre; nopalitos, condoches, gorditas, chocholucos (bizcochitos), frijolitos, atoles, sopa de fideo, menudo, cocido de huesos y tantos otros, pero por encima de todos se elevaron los tamales. Ya de regreso al presente, en vísperas del miércoles ceniciento me encontré en el Mercadito y Carnicería Sepúlveda en busca de tortillas Águila, las únicas que valen la pena en toda la Finiquera. Vi unos chuales, aunque de segunda categoría los llevé a casa, imploré a la cocinera me los preparara para celebrar la apertura de la cuarentena. Pasó el tiempo. Ya en plena Semana Mayor, Jueves Santo para ser exacto, con extrema cortesía, podría decir que de rodillas pero, eso ya sería exagerar, volví a suplicar. Pactamos para el día siguiente. De antemano, la doñita, que es de pocas pulgas, me amenazó que si atrevía el más mínimo juicio crítico del guisado, las pasaría muy mal. Se dio la tarea de auscultar la telaraña en pos de videos campiranos sobre la mejor manera de preparar el guiso cuaresmeño. Contentote vi como bramó una olla, una cuchara de palo llegó a mi paladar en busca de un visto bueno. Soy güey pero, no tanto, aprobé con una sonrisa. Me serví una, dos, tres porciones: sublimes. Los granos se elevaron cortesía de un potente caldo de pollo cocido con sal, ajo y cebolla. Este detallito es importante. Recuerden que antes la Iglesia prohibía comer carne durante la cuarentena. El caldo no estaba vedado, mientras no incluyera pedacitos de carne. Pero los tiempos mudan, el chiquihuite y el ayuno ya quedaron atrás, por mucho que el Pontifex Maximus con una mano lave pies ajenos y con la otra alcahueteé a sus hordas pederastas. Me ha llegado noticia de un libro que trata el tema, Cocina de cuaresmo en Durango: Entre el ayuno y el banquete (2022) autoría de Jaime Iram Vargas Barrientos. Saúl Holguín Cuevas va de pesca
COMER pescado y marisco crudo parecerá una herejía, no lo es, inclusive, puede manifestarse sublime. Recuerdo el inmenso gusto con que mi padrino José Mijares despachaba un coctel de ostiones servido en un puestecito del Mercado Juárez o de la Alianza, ese colorido, desordenado amontonadero de comerciantes, mercancías y marchantas. Recuerdo al nunca olvidado, Víctor Mendoza ilustrarme en el fino arte de gustar el sushi, allá en Sun Valley, en un resta ya tanto tiempo desaparecido. Recuerdo una entera y larga mariscada suchizera con Juan, allá en Redwood City, todo lo dejamos en manos del maestro Masa. Recuerdo una visita a un mini en Tzukiji, en Tokio, donde me atranqué de abulón y, mi hijo Marcial, de pulpo. Recuerdo los platillos en la modesta casa de la Chatamar, en el mero Estero, al lado de Punta Banda, cerca de la bufa, bufa, Bufadora, en la ayer tranquila hoy conflictiva Baja. Sin presumir y, como recordarás Carnal Amador, ahí una langosta, una chula (bonito), erizos, se comían recién arrancados del Pacífico; se desayunaba una machaca de tiburón envuelta en tortillas de harina, modeladas por la mano de la anfitriona. Hoy, tal frescura marítima, con mares contaminados y proliferación de criaderos artificiales, se torna casi imposible. Recuerdo un cebiche de camarón modelados por la paciente mano del Troyano y consumido a veinte minutos de su preparación. Recuerdo unos callos que mi cuate y vecino desde la adolescencia, Enrique Sánchez, me invitó en el Negro Durazo de Tiajuana (el local original en Plaza Río), llegaron unos muchachos con hieleritas, mismas que habían transportado vía aérea desde Sinaloa, ¿más fresquitos?, imposible. Y nunca olvidaré las tantas magias preparadas por las manos de mi amigo André. Forjó su saber gracias a un aprendizaje que le impartió un severo maestro entrenado en el mismo Japón. A pesar de la vulgarización del sushi que ahora se oferta como si fuera insignificante mamuncia, maestro y discípulo mantienen sus elevados estándares de calidad y rehúsan servir imposturas, empezando por la tardada preparación del arroz, base del platillo. Resignado, me alimenta el recuerdo, el bolsillo me prohíbe un viaje a la Tierra de los Venados ó acercarme a lujosa marisquería donde el chef, con preciados ingredientes traídos en avión desde mares lejanos, se atreva a las alturas. Me invadieron tan agradables recuerdos el otro día que mi Carnal Amador me brindó una jornada en un templito en la presumida Tarzana. Nos adentramos en el teatro del mago Eddie: su variedad de peces, echados al nado entre sorbos de cebada, nos elevó a zonas etéreas donde aromas y sabores subliman artísticos platillos al alcance de tres dichosos. Gracias Padrino, Víctor, Juan, Masa, Chatamar, Enrique, Troyano, André, gracias benditos hijos de la Mar, gracias Carnal, gracias chefs: por regalarme breves momentos que atesoro y, por brindarme un breve reposo de la casi basura que por todas partes ofertan: tortillas de papel, café enchapopotado, bolas de masa simulacro de tamales y bolas de harina impostoras que ofertan como pan. Sushi Iki (Fresco), Tarzana en la Alta California de Amadís, si por ahí se atreve, cargue las alforjas. (Foto de Yumi Kimura. Versión temprana de esta croniquita apareció en Peregrinos II, 2.IV.2020). Por Saúl Holguín Cuevas
Saúl Holguín Cuevas, entre carneros, se toma un chanate chafón. QUÉ extraño gusto ir a un café donde no hay un asiento cómodo. Qué enferma costumbre patrocinar un sitio donde la cacofónica música y el eco de los techos bajos desmadejan la charla. El café es apenas tolerable, la repostería mediocre, toscas las pinturas en las paredes, pasaderos los desayunos; dicen que los alcoholitos mezclados son buenos, aunque careros. Me acerqué a Lux, traje bolígrafo, pero se me olvidó el papel, me puse a observar. A Lux la gente va a desfilar sus esbeltos y morenados cuerpos. Caen chavos a presumir que tienen una computadora Apple. Otros van a pretender que dibujan o escriben la Great American Novel, pues el dueño presume de ser poeta, quizá lo sea, eso sí, es un buen mercader. Por todos lados maquinillas de escribir inservibles, ni un papel, ni un lápiz, ni una pluma, ni un carboncillo siquiera, maldición. Mientras sudo la canícula en la calcinada Finiquera (Phoenix), añoro estar en la despercudida Sandiego, o en la cafetería Intelligencia en Santimónica precios cariñosos (caros). En ambos litorales despachan cafés como Lux, con un poco más de hipocresía. Hurtos a mano desarmada amortiguados por el benévolo clima. Despachó la tetera latte y salgo para no volver. (FOTO: Jorge Camarón [Reies García Esquivel]; croniquita publicada en Peregrinos III; 12.I.2022) Por Saúl Holguín Cuevas
TROYANO: dice el maistro [1] que lo fácil es difícil. Tiene razón, veamos: para tortear se necesita maíz, cal y agua; [2] para la cerveza, cebada, lúpulo, a veces levadura [3] y agua; para el pan, harina, levadura y agua, entonces porque no los hacen bien. El café entra en esta categoría, aventarles agua caliente a unos granos tostados y molidos, pero… Recién desempacado en Arizona me adentré en El cafetal, Coffee Plantation de Tempe, probé un Blue Mountain jamaiquino. Quedé impresionado con el satinado sabor, pero más con el precio US$40/lb. [4]. Con el tiempo, el sino me llevó al Kona jaguaiano; al Yauco Selecto de tierras boricuas; a una sesión donde se tostó un Yrgachefe etíope frente a mis narices y se sirvió en pequeñas tacitas por dilatada partida triple para estimular la plática. También mantuve provechosas charlas informales con un vecino, agente de una casa tostadora en Seattle que oferta alrededor de 160 diferentes granos, gustamos algunos, el Kenia AA era su favorito. También mucho aprendí del tico Rolando Cortez, propietario del Café Cortez en Tempe. Recuerdo con satisfacción: un corretto con grappa de la Tazza d’Oro en Roma; en Santa Mónica un espumoso en Intelligencia; un Carajillo con brandy en una ya olvidada cafetería cerca de la Complutense en Madrid; un Café Colón tostado en el Mercado Juárez y, degustado con pan francés untado con mantequilla, medio siglo atrás, en casa de mis padrinos, una fría mañana en Torreón; [5] café de olla en quien sabe que parte de México, quizá Veracrú, Guanajuato o ambos; entre los recordados hay un café con piquete, fue un funeral en Zacatecas o en Torreón. No olvido una cabalgata por calles del pluvioso Seattle en busca de la Gloria Cafetera. Cierto en esa costa no se cosecha un grano, pero es tanta la fanaticada que alberga algunas 70 casas donde se tuesta. Conste, el café perfecto no existe, si acaso existiese el único que llegó a conocerlo fue Kaldi, el mítico pastor etíope que lo probó por vez primera. [6] Poderosa razón para continuar en la búsqueda. No soy un obsesionado, pero sí lo soy. En Seattle por un instante me pareció vecinar la gloria, esa elusiva condensación de granos de tierras volcánicas en su versión más que prieta. La onda transcurrió maomeno así. Llegué, pediché un espresso, me preguntó el barista: ¿De cuál? ¡Ah cabrón!, primer dilema a resolver. Paciente me enseñó un mapa de la Bota, Es por regiones, empiezas en el norte, bajas a Firenze (Toscana y región norte), a Parioli (Lazio, área central), a Capri (Campania, el sur) y concluyes en Taormina (Sicilia). En este viaje imaginario, entre más se viaja norte sur, más cala el sol, la gente, la campiña y el café se van morenando, africando. ¡Ay Bota eterna, el sol y el mar! Pues, castígame con un chichiliano. Y mientras fisgaba el meticuloso operar del barista, pregunté por la cafetera espresso, una Synesso. Me ilustró que se diseñó con exclusividad para el clima gris de Seattle. Caffé D’Arte me sirvió una tacita que me quedé sopesando si en mi miserable vida se me había regalado tal bálsamo. Tal magnificencia no se puede alcanzar en casa. Se necesita una máquina potente, diseñada para extraer toda la esencia del grano, reciente tueste adecuado en tostadora a leña, barista ducho, agua filtrada, un clima lagañoso, lacrimoso de preferencia, y unos tanguitos, blues, morna o fados jimiriqueando desde la vellonera. Éxtasis. ¿Acaso, por fin los olímpicos me permitieron cuatro sorbos del café perfecto? (Foto: José Reyes García, un espresso de Intelligencia (Santa Mónica). Versión temprana de está croniquita: Peregrinos III; 09.II.2022) 1 Es correcto, así se le dice en mi Tierra a los que tienen destreza en algún oficio, como el carpintero que aprendió de su padre y de su abuelo a usar instrumentos manuales; así se distingue del maestro de escuela por lo general, letrao. 2 Para no hacer el cuento largo, de las tortillas no incluyo cocerlas sobre un comal de barro con leña de encino, como las nunca olvidadas hechas de maíz cosechado de la huerta familiar, desgranado en elotera y cocido la tarde anterior. También me atrevo a recordar unas sublimes tortillas de harina (harina, agua y manteca de cerdo) en casa de la Chatamar. 3 Algunas cervezas se elaboran al natural, fermentación espontánea de la levadura que hay en el aire. 4 Hablo de 1991, esos 40 dólares de entonces, hoy (2023), equivalen a $89.78. 5 No incluyo un lechero en La Parroquia de Veracrúz, cuando estaba en los mágicos Portales. Al echar leche al café, como a un biberón, se maldice y se esconde la falta de calidad del grano, que en la Parroquia era mediocre, como lo demostró un espresso que pedí. El café se toma negro, sin azúcar, sin crema ni demás artificios. Lástima, tomando en cuenta que Veracruz produce granos de los mejores como Zongolica y Coatepec. Por Saúl Holguín Cuevas
RECUERDO, allá por el 73. En la Valencia de Luis Vives, Sorolla, Blasco Ibáñez, unos cuates me sugirieron el cine del valenciano, Luis García Berlanga. Fue apenas el otro día (45 larguiruchos años después), gracias a Criterion, y tras abonar lo estipulado a los usureros del éter, que por fin pude apreciar lo ya tanto tiempo pospuesto. Recomiendo tres películas: BIENVENIDO MR. MARSHALL (53); CALABUSH (56); y EL VERDUGO (63). Todas rodadas en la España fascista de Franco, cuando había que empeñar los ideales para poder filmar con el visto bueno de la castrante censura frailuna–facha de entonces; una opción: confundirlos con la risa. Bienvenido critica el Plan Marshall (para reactivar la economía europea después de la Segunda Guerra Grande) que solo dejó esperanzas frustradas. La cinta va a menos por culpa del narrador, aunque sea el gran Fernando Rey, nada aporta. Calabush (rodada en la paradisiaca Peñíscola) trata de la paranoia desatada por la irracional competencia nuclear que nos tuvo y aún nos tiene a un paso del suicidio colectivo, el fin de nuestra especie. Presenta al contrabandista y al guardia civil como enemigos solo en apariencia. Mientras que la autoridad se beneficia del licor decomisado, el bandido vive a pierna tirante en la cárcel, auténtica pensión donde de gratis come bien, duerme y pasa el tiempo al aire libre, inclusive continúa su ilícita labor. Por si fuera poco, la puerta de la cárcel se atranca desde adentro. Huir sería ilógico. Con El verdugo Berlanga trepa a la cumbre. No conviene olvidar que en la España de entonces, el garrote vil aún se usaba para asesinar a los enemigos del régimen. Consiste en clavar un tornillo en la nuca del condenado, causa la muerte de la forma más cruel. La guillotina, el patíbulo, la cámara de gases son iguales de crueles, pero el garrote causa singular repulsión. En el film, un empleado de una funeraria se casa con la hija del verdugo y hereda la macabra ocupación del suegro. Las tres cintas se ambientan en un pueblito que representa al país. La Iglesia y la burocracia salen averiadas, factor que valora aún más la visión del director y sus colaboradores, pues se las ingeniaron para burlar la férrea censura de entonces. Cintas para llorar los achaques de nuestra bárbara civilización con su pena de muerte, la amenaza del holocausto nuclear, las huecas promesas de los políticos, y por encima de estas calamidades, el cruel engaño en el que los sotanudos pederastas mantienen al pueblo en perniciosa ignorancia. También provocan la risa, lo irracional va disfrazado de normalito. Estos días ocupamos un Berlanga para que entre risas desnude la asonada kukluxkanera que nos ahoga. Como vamos pronto emularemos los días del garrote vil. (Zarateman, foto de una estatua del director. Versión temprana de esta croniquita apareció en Peregrinos II, 21.I.2020). Por Saúl Holguín Cuevas
ALICE Guy es la mujer más importante del cine silente. Durante su niñez vivió en Chile, su padre fue propietario de unas librerías. Ya en París se inició como secretaria de Gaumont, uno de los primeros estudios de cine, aún perdura. Entonces trabajar en el medio implicaba ser una milusos, desde barrendero hasta actor, inclusive director. No estaban definidos los roles, ni había especialistas. Filmar consistía en echar la cámara a andar, frente al mar, un bebé o gente caminando. A Alice y al poeta del cine, Méliès, se les ocurrió filmar una historia, una especie de pequeño cuento. Ya en 1896 Alice rueda El hada de los repollos (corto de 50 segundos), donde cada repollo cosechado, por arte de magia, se torna en bebé. Los resultados del feminismo (1906; 7 minutos) es una parodia donde se invierten los papeles, los hombres (hoy en los antros los tildarían de mandilones), realizan los quehaceres del hogar mientras las mujeres se divierten en el bar. Al final los hombres se revelan. Este corto impresionó a Eisenstein. También de 1906 es La vida de Cristo (mediometraje de 33 minutos), una producción cara con muchos extras y muchos sets. Por un tiempo esta películas de Alice se le acreditó al asistente Jasset, una práctica común en la historia del cine. Se casó con un tipo 9 años menor que ella. Asignado a representar a Gaumont en EE.UU., ella lo acompaño. Alice fundó una productora y después creó Solax, su estudio en New York. Tras la quiebra, un rico se quedó con el 51% de los derechos a cambio de que Alice encumbraba a su amante en la pantalla. El esposo de Alice y la amante del rico huyeron a Hollywood. Alice regresó a Francia. Entre otros logros, dirigió A Fool and His Money (1912), la primera cinta con elenco afroamericano. (Fotografía de Alice. Versión temprana de esta croniquita apareció en Peregrinos 15.XI.2017) Por Saúl Holguín Cuevas
DESPUÉS de largo rato volví a nuestra Biblioteca Central, la prenda mayor de este pueblo grande. Supera con creces la tosca arquitectura de los museos de arte y de ciencias. Mejor ni hablar de los toscos cajones de hierro y cristal que más que afear, vulgarizan el dauntaun y dan horror al sol y al desierto. La Central puso en mis manos una pordemás pésima copia de Churulata (Nido roto, 1964). Basada en un cuento del Sabio bengalí, Tagoré, dirigida por el iluminado Satyajit Ray, el Poeta del cine indio (de la India) director de la Trilogía Apu, una de las cumbres del séptimo arte. La trama es una historia ya añeja, un triángulo amoroso. Una mujer que desea más de la mediocre vida doméstica. Casada con un taciturno entregado a sus labores, la distrae el cuñado, un poeta. Imagine tal drama en manos ásperas (léase Hollywood): candentes encontronazos en el ascensor, citas de cuerpos desnudos en el auto o en hotelitos de paso, celos, gritos, amenazas, correteaderas, puñaladas, balazos. Pronto me arrepentí. Pues no guarda atractivo alguno soportar una cinta mermada por las sombras, con subtítulos que cambian tan rápido que no los terminaba de leer. El diálogo, a veces en un inglés dificultoso. A pesar de la pobreza de la imagen, a pesar de todo. Poco a poco me fui entregando. Tomaron mi mano Ray, Tagoré y actuantes y me llevaron por esa región imaginada donde la pasión prohibida se manifiesta en miradas, poemas, manos empuñadas y; cuando me pareció que yo mismo llegaba a poseer esa deleitosa fruta me enteré que la admiraba con catalejos. Terminé convencido, el arte del siglo XX, el cine de los grandes directores es una seducción, un banquete, una fascinante charla a la cual uno gustoso se entrega, una y mil veces. Del mismo auteur no se pierda: La sala de música (1958); y La trilogía Apu (1955, 1956, 1958). Gracias Ray. Gracias Tagoré. Gracias Biblioteca Central. (Fotograma: imagen de Madhabi Mukherjee. Versión temprana de esta croniquita apareció en Peregrinos II, 15.XI.2017) Por Saúl Cuevas Holguín
Saúl Holguín Cuevas recuerda a su inolvidable amigo. EN la Castalia universitaria todos hablan, leen y escriben, unos chismean, otros plagian complicadas adivinanzas que hacen pasar por propias y que solo tres llegan a medio entender, fanfarrones que arrinconados tras los muros de la institución chupan la jugosa teta burocrática. No son solidarios con los fregados ni cronistas de su tiempo. Hay otros, eran poquitos, ahora son menos: vitan, bailan, escriben, convidan, organizan, guitarrean, cantan, disfrutan los tres días que los dioses del maíz nos han asignado y, en las sendas humildes por donde se atreven, aun en el mismo submundo, nunca le hacen gestos a un mezcalito, entre estos espíritus vitales: David Muñoz. Gracias a David compartimos en encuentros comunales con nuestros iluminados: Sandra Cisneros, Luis Valdez, Jimmy Santiago Baca y otros creadores. También en pachangotas septembrinas nos remojamos el buche y le cantamos a la noche suburbana. Entre los logros de Muñoz el más sobresaliente fue un perfomance. Con mínimo de nostalgia me permito recordar y volver a vivirlo. ASU, ese desplumadero que ahora se pavonea de universidad world class, invitó a la performera de fama internacional Astrid Hadad, para que diera una charlita. Habló ante algunos 20 estudiantes. Los futuros iniciados cantinflamos algunas preguntas posmo–sofistas. Así, por menos de tres cuartos de hora su espíritu sobrevoló el campus, lejos, muy lejos del barrio. Pronto todo se esfumó. Astrid no cantó, ni albureó, ni bailó, ni performeó. ¡Qué mala onda! Ahí conoció David Muñoz a la diva, ahí se atrevió a invitarla. A pesar de no tener lana, ni influencias, ni siquiera un localito, David se aventó. Escarbando a puro pico y pala, picando mucha piedra, con tesón e insistencia, implorando aquí, convenciendo allá, taloneando para reunir peso tras peso, se dio el lujo de importar, desde la Capirucha Chilanga a Astrid con todo y banda, con sus cachiruleados trapos, con su voz de cenzontle y sus ocurrencias pícaras; la performera amortiguó nuestras desdichas por un rato: noche sublime. Recuerdo: fue en el elegantón Chandler Center for the Arts, arca con cupo para 1500 personas. Cómo se las arregló David para que le prestaran tan encopetado escenario, nunca le pregunté. Sin duda movió cielo y tierra, ese recinto no se lo sueltan a cualquiera. Ailesvá lo güeno: entrada GRATIS, sí, gratis para toda la comunidad. El chiste es que el show por poquito le cuesta el puesto a Muñoz. A la performera se le fue la lengua y muchas braguetas persignadas se quejaron. Ante experiencia tan desagradable, otro de menos tanates se calla la boca, se concentra a reciclar sus clasecitas, a cobrar la quincena y que ruede el mundo. ¿Qué va? David no cedió, se tendió a organizar doce encuentros de escritores. Hablamos del décimo tercero, no le alcanzó el tiempo. Ahora encuerao navego por estos páramos desnudos de cultura. (Foto: el autor con David; temprana versión de este homenaje apareció en Peregrinos III 09.VI.2020). Por Saúl Holguín Cuevas
FUE en casa del doctor, cogñacqueando frente a la chimenea, flamenco por el estereofónico. Alguien cerró el volumen y pidió a Chori nos leyera uno de sus escritos. Protestó. Insistimos. Pidió un bacanorita. Se incorporó. Brindó: Agüitado ando. ¿Por qué?, se preguntarán… (Pausa) Pos, ya kinsisten, ailesvá, me desogo. (Pausa) Vació otra copa: Nací teco, tecos mis Jefitos, tecos mis Tatas. Pero en mi Terre de pocho y malinchista no me bajan. Dicen que nomás ando oliéndole los pedos a los gabas. Ya se les olvidó que por un carajal de años, con mi sudor y con estas manos callosas, primero trabajé las tierras de los señores y ora me tallo de achichincle de los yerberos, todos tán bien paraos, yo como siempre, bien fregao, no tengo ni en que caime muerto. Llegó la sequía, con la panza bramando de hambre, en medio de mi inorancia, ya desesperao, sin poder dormir por la tronadera de tanto balacera en las madrugadas y, de tanto enterrar a mis muertos, sin centavos pa pagar un Coyote, me la jugué (Pausa) me aventé solo al frío del Otro Lao, a buscar la tortilla. Ustedes bien lo saben paisas, en mi Terre, la canasta está bien alta. En el Norte hay que fregarse, pero de perdis saca uno pal pipirín. Arrastrándome por este tan largo (Pausa) y tan gacho (Pausa) y tan sediento desiertote me topé unos perros trasijaos, ¿serían coyotes?, tragándose un paisa muerto. (Pausa larga, baja la mirada) A pedradas los espanté y seguí mi camino… (Pausa) Ni pedo… (Pausa más larga, mirada panorámica, lenta) Ni modo de hablarle a la Migra. (Baja la cabeza, da media vuelta y sale con pausado andar). Reavivado, el estereofónico gimió, Lo sufrimiento que pasamo en la viiiiiaaaaa… Voces: teco: zacatecano; Terre: terruño; gabas: gabachos, norteamericanos; yerberos: narcos o narcotraficantes; de perdis: a lo menos; pipirín: comida; trasijao: flaco. (Foto de mi lazarillo Chago, agradezco la paseadota que me dio por la Comarca Lagunera. Versión temprana de este cuentito apareció en Peregrinos II, 06.VI.2016; que si no me equivoco fue cuando David Muñoz lanzó la II versión de esta revista E). Por Saúl Holgúin Cuevas
Placa de un tal por cual Saúl Holguín Cuevas SOI, o a lo menos eso me contaron, el hijo maior de Angelita i de Luis, ella, residente en el BVN#13, conocida como La Nana; él, campesino en La Gran Chichimeca. Delfina Rivera, la partera de Ramírez me trajo a éste mundillo canijo en Los Llanos frijoleiros del alacranero Álvaro Obregón, Durango (Chivo, 1952). Crecí entre los nopales, mezquites, huizaches, el ojo de agua zarca (azulada) i adobes coloraos de San Juan de la Tapia, Zacatuercas terruño. El vendaval me arrastró hasta la Finiquera (Phoenix); pasé por Torreón i por el merito Barrio Van Nuis, suburbia Los Ángeles. Me gusta el buen chupar (mezote), el buen morfar, el buen cine, la buena charla, la musiquinha; antes me encantaba viajar, ahora extraño mi camita. En cuanto a religión: soi ateo guadalupano, amante de las catedrales i de la música clásica sacra, sin descuidar la profana populachera (para una buena peda nada como un mariachazo). Robándoles tiempo a mis dos hijos i a mi cóniuge, por cuarenta i ocho calendarios me he dedicado a la escritura. Juro i perjuro que cuando ajuste medio siglo largo la pluma. También por algunos veintipico de abriles me mal desempeñe en el aula. La escritura no me ha dado ni peni, eso sí, muchos desvelos i muina. La enseñanza me impuso obstáculos ridículos i penas constantes de estudiantes anarcos (entre narcos i anarquistas) i colegiales que creen saber más que el profesor; mi recompensa: tres cacahuates. Pero, no las largo, son parte mía, las necesito como el pan líquido (cerveza), el aguaclara, los saltarines (frijoles) con chilito i tortillas palmeadas con ritmo. Me aventé algunos 24 años de aprendizaje en Castalia (academia). Ahorita, en plena bola (de años), apolillado (jubilado), mientras llega La Parca me dedico a apapachar a una nieta i dos nietos. Mi advertencia a sus padres, o sea mis hijos, Si no quieren que los niños se mojen, ni jueguen en el lodo, ni coman mamuncias, no me los traigan. De mi magra cosecha estoi orgulloso de la novela Barrioztlán (1998, 2010, en prensa). Primero la escribí a mano, después a máquina i al final en la compu. Entonces escribía con desparpajo i atrevimiento, en un espacio reducido i caótico de niños llorando, vecinas chismosas importunando, teléfono repicando i mujer desesperando. Eso solo posible una vez, la primera, pues me aventé con la ignorancia i el atrevimiento de la iuvenalia que tiende a comerse el mundo. Un montón de artículos náufragos encontraron refugio en diarios, revistas i en la página E, Peregrinos i sus letras. Si por ahí los guachan, me los saludan. (Creo que la foto la tomó mi Vieja, hablo del género, no de la cronología, conste). Por Saúl Holguín Cuevas
Cuando nuestro recordado David Muñoz fundó la revista E, Peregrinos y sus letras, me invitó a participar, es más, cualquier escritor del círculo donde entonces nos movíamos, podía y puede colaborar, independiente de si es un juntapalabras cuerudo o novato, tal era la intención del fundador. La primera versión de Peregrinos, por alguna razón, se la tragó el éter. Gracias a Wayback Machine me fue posible capturar el cuentito SOY ESTUDIANTE, apareció en la revista el 22 abril 2009. Mismo escrito que ahora comparto con ustedes. La breve lista de colaboradores de entonces: Manolo Murrieta, La profa. María Dolores Bolívar, Josué Muñoz hermano de David y otros. No se pudieron recuperar los archivos. Pronto David arrancó, de cero, la segunda versión de la página es probable que fue 06 junio 2016. Con la misma fecha firmé el cuentito AGÜITADO, mismo que ahora también comparto con ustedes. Con el tiempo mandé 80 colaboraciones a la revista, suficiente material para armar un libro, pero esto será después. En un principio, como andábamos apremiados de tiempo, subimos algunas fotos sin el permiso de los dueños. Muchas notas fueron escritas a todo tren, salieron defectuosas y con errores. Agradezco a mi valedor Dani, editor de la tercera versión de Peregrinos, retiró mis escritos del éter, esto me permite darles una manita de gato, y los que se salven de la criba los subiremos. Arranco con mi presentación, un homenaje a Muñoz y los dos cuentitos arriba mencionados. Saludos desde el hoyo negro de la chochera donde siento los pasos de la Parca en la azotea. Apechugo en estos tiempos paranoicos, ya vendrán mejores. Firma: su camarón, Saúl Holguín Cuevas. |
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October 2023
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