Por Saúl Holguín Cuevas
Saúl Holguín Cuevas, entre carneros, se toma un chanate chafón. QUÉ extraño gusto ir a un café donde no hay un asiento cómodo. Qué enferma costumbre patrocinar un sitio donde la cacofónica música y el eco de los techos bajos desmadejan la charla. El café es apenas tolerable, la repostería mediocre, toscas las pinturas en las paredes, pasaderos los desayunos; dicen que los alcoholitos mezclados son buenos, aunque careros. Me acerqué a Lux, traje bolígrafo, pero se me olvidó el papel, me puse a observar. A Lux la gente va a desfilar sus esbeltos y morenados cuerpos. Caen chavos a presumir que tienen una computadora Apple. Otros van a pretender que dibujan o escriben la Great American Novel, pues el dueño presume de ser poeta, quizá lo sea, eso sí, es un buen mercader. Por todos lados maquinillas de escribir inservibles, ni un papel, ni un lápiz, ni una pluma, ni un carboncillo siquiera, maldición. Mientras sudo la canícula en la calcinada Finiquera (Phoenix), añoro estar en la despercudida Sandiego, o en la cafetería Intelligencia en Santimónica precios cariñosos (caros). En ambos litorales despachan cafés como Lux, con un poco más de hipocresía. Hurtos a mano desarmada amortiguados por el benévolo clima. Despachó la tetera latte y salgo para no volver. (FOTO: Jorge Camarón [Reies García Esquivel]; croniquita publicada en Peregrinos III; 12.I.2022)
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August 2024
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