Saúl Holguín Cuevas medita como la vida se desgasta y no retoña, aunque a veces parece que sí, por breves momentos.
ESPERO que cuando me estén creciendo malvas en el ombligo, durante la cuaresma mis nietos puedan escapar, aunque sea por un instante, del hartazgo de conejos, huevos de plástico semi escondidos, chocolates y demás azúcares capitalistas, y se les permita disfrutar un platillo de chuales. Granos de maíz deshidratados, desquebrajados y cocidos en un guiso caldoso. Cuando se fue mi madre, por todos conocida en el barrio como La Nana, aparte de la orfandad caí en un laberinto de comidas chatarra. Dejen les cuento como volví a degustar, después de mucho tiempo, este humilde platillo. En vida de la Nana otro gallo cantaba. En su pequeña, pero generosa cocina siempre había fuego y un zancarrón que morder. En ese rincón mágico se fraguaron mis recuerdos de los manjares del pobre; nopalitos, condoches, gorditas, chocholucos (bizcochitos), frijolitos, atoles, sopa de fideo, menudo, cocido de huesos y tantos otros, pero por encima de todos se elevaron los tamales. Ya de regreso al presente, en vísperas del miércoles ceniciento me encontré en el Mercadito y Carnicería Sepúlveda en busca de tortillas Águila, las únicas que valen la pena en toda la Finiquera. Vi unos chuales, aunque de segunda categoría los llevé a casa, imploré a la cocinera me los preparara para celebrar la apertura de la cuarentena. Pasó el tiempo. Ya en plena Semana Mayor, Jueves Santo para ser exacto, con extrema cortesía, podría decir que de rodillas pero, eso ya sería exagerar, volví a suplicar. Pactamos para el día siguiente. De antemano, la doñita, que es de pocas pulgas, me amenazó que si atrevía el más mínimo juicio crítico del guisado, las pasaría muy mal. Se dio la tarea de auscultar la telaraña en pos de videos campiranos sobre la mejor manera de preparar el guiso cuaresmeño. Contentote vi como bramó una olla, una cuchara de palo llegó a mi paladar en busca de un visto bueno. Soy güey pero, no tanto, aprobé con una sonrisa. Me serví una, dos, tres porciones: sublimes. Los granos se elevaron cortesía de un potente caldo de pollo cocido con sal, ajo y cebolla. Este detallito es importante. Recuerden que antes la Iglesia prohibía comer carne durante la cuarentena. El caldo no estaba vedado, mientras no incluyera pedacitos de carne. Pero los tiempos mudan, el chiquihuite y el ayuno ya quedaron atrás, por mucho que el Pontifex Maximus con una mano lave pies ajenos y con la otra alcahueteé a sus hordas pederastas. Me ha llegado noticia de un libro que trata el tema, Cocina de cuaresmo en Durango: Entre el ayuno y el banquete (2022) autoría de Jaime Iram Vargas Barrientos.
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August 2024
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