POR FIN
Saúl Holguín Cuevas POR FIN, después de tanto mendigar y de sufrir los domingos, me encontré, aunque usted no lo crea, en Phoenix, sí, en el finiquero mexicano, no con uno sino con tres sitios en donde menudear un domingo. Plaza mexicana Casi por accidente me la topé, una marketita cerca de casa. Me disgustó que no hay donde sentarse a disfrutar las menudencias, tampoco me simpatizó que para llevarlo a casa, uno mismo tiene que servirse el menudo en unos odiosos vasos de ese maldito poliestireno, pero urgía la medicina dominical. Mientras esperaba turno vi como los clientes cargan sus vasos con tripa y con muy poco caldo, yo voy por lo contrario. Así pasaron algunos domingos. Hasta que un día vi que una señora llevó su cazuela y pidió que ahí le despacharan el pan nuestro dominical, además demandó incluyeran dos patas (la izquierda y la derecha según el muchacho que la despacho). Protesté y también pedí trato preferente, me indicaron que llevara mi cazuela y con todo gusto ahí me lo servían, desde entonces frecuento el sitio. No me va a hacer olvidar el menudazo de la jefita, pero al menos calma mis ansias dominicales y mis melancólicos antojos de mesas alejadas por el tiempo, donde un vaporoso platillo dominical tantas veces disipó los trastornos heredados de la víspera. [Probable que cambiaron de chef, el último menudo fue una porquería grasosa.] La Barquita El escritor chihuahuense, Oscar Cordero me citó a la McDowell, cerca de la 24 calle, al comedor de nombre poético. Acompañaron unas tortillas de maíz, hechas a mano, aún las recuerdo. Este detallito mejora la experiencia y redondea el platillo que, aunque aceptable, pudiese ser mejor. Para regar un tanto las resecas cañerías, posible acompañarse de una amargosa, ya sea Bohemia o Negra Modelo. Café abominable servido por una mesera de buen ver en un local de recargados adornos chillantes. El Lunchbox Café Con el tamborilero Fast Lui bajamos a la Bethany y el enfurecido frigüey 17. El Lunchbox sirve un menudo aceptable con la peculiaridad que las menudencias son de tamaño grosero y abundantes de sebo, lo cual le resta gusto al platillo. A pesar de estos inconvenientes, las tortillas de harina hechas a mano ameritan un visita dominical. El café es abominable, detesto las sodas, opté por un vaso con agua. Eso sí venden una carne seca que al parecer traen de Chihuahua, hay que tener cuidado pues es adictiva. El local no tiene una mancha de belleza, hiere la vista, pero tiene el atractivo que da el tiempo. Creo me excedí, por lo tanto, aquí dejamos en paz a su majestad: El Menudo. FOTO © José Reyes García. Escena en Jerez, Zacatecas. © Saúl Holguín Cuevas
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MENUDENCIAS EN EL MARISCOS SINALOA
Saúl Holguín Cuevas Dedico al Tito aka Trey CON fuego en las cañerías producto de los excesos en la víspera, arrancamos con Tito en busca del Menudo. Menuda decepción. En nuestro desierto finiquero (Phoenix) abundan los locales mexicanos que venden mariscos con la frescura de rocas volcánicas, por lo tanto, los evito. Conste, con los salados (mares) contaminados, los hijos de la mar, de existencia comprometida, se cultivan en el artificio. Langosta y abulón son tan preciados como diamantes, por lo tanto, alejados de mi bolsillo. Mas al Sinaloa no fuimos en busca de pez, nos llevó el ansia de pata y panalillo vacuno: Menudo, el todopoderoso bálsamo. Por el camino me llega un grato recuerdo de un menudo verde (blanco), sazonado con hierbabuena, consumido con satisfacción, tiempo ha, en el mismo Sinaloa. Entonces el local era una casucha donde nos apretujábamos media docena de paisas. Clausuraron la casucha y a un costado levantaron, de la noche a la mañana, un pomposo restorán. Auténtica Venus otoñal, teñida, fofa, que bien hiciese en limitar sus escapadas a noches sin luna: las mismas flores de plástico, la misma pintura regada en sillas y paredes, los mismos adornos y curiositos pintarrajeados por un borracho, las mismas incómodas sillas bajas, la misma ambivalente atención al cliente del típico mesero simpaticón, torpe e inoportuno, de los aborrecidos Fine Mexican Foods, esos impostores que pululan por estos pedregales. ¿Y la comida? Los chips, tortillas duras del Sam’s, casi rancias, acompañadas de una salsa aguada sin espíritu. Dos dolarotes por las azucaradas Mexican sodas; y el fuego de tan apreciado y bravucón chiltepín[1], obligado adorno de toda mesa sinaloense, ausente. Cuando reclamé me aventaron uno sin duda cosechado décadas atrás. Aún hay más: Apenas tibiezón el menudo blanco, mal encarado, sin sal, sin sabor y, para colmo de tantos males, el medio ambiente glacial por el chillante aire polar, innecesario en una mañana otoñal. Al menos la cebolla fue picada con propiedad, no a mordidas como suelen. En fin, amigos, pagué seis con cincuenta por tres tortillas de maíz confeccionadas a mano, lo único memorable de la jornada. Nota posterior: Mariscos Sinaloa cerró sus puertas. Enrequetebuenahora. FOTO: © José Reyes García. Placa tomada en Patagonia, Arizona. La imponente lechera frisona (Holstein) desciende de la región frisosajona (Alemania, Países Bajos) [1] Los expertos proponen que el Chile amachito, chile chiltepín, chile chipotle, chile verde, mata de chilar chiltepé. En Oaxaca: tzon tz a kitza; En Puebla: acxispin (en tepehua, idioma que hablan algunas diez mil personas en la región del centro de México); akgrsispin, pin en totonaco (hablado por unas quince mil personas en el área de Veracruz); también Veracruz: stilampin; En Yucatán: chakik, ya’ax ik; En San Luis Potosí: its (tenek, también huasteco hablado por algunas doscientas mil personas en la región huasteca o Tierra Caliente del Golfo). Por otros conocido como chilpitza, nguisa, chile tepín, chile mosquito, chile de pájaro, chile silvestre tecpintle (capsicum annum en su versión: glabriusculum) es quizá el chile original del que descienden los otros. Las aves gustan comerlo y así lo han esparcido por muchos rumbos. Dr. Hernández: El segundo genero de chile, llaman CHILTECPIN, por causa de los mosquitos a quien parece que ymita (asemeja). MENUDO TEJANO
Saúl Holguín Cuevas (Dedico a mi amigo, Santiago) AMANECÍ en San Marcos, en ese subcontinente usurpado, Tejas llamado. Reseca la garganta por culpa del espíritu (ron) del cañaveral derramado la noche anterior, ansiosos volamos tras el medicamento dominical: El MENUDO. Por esas extensas praderas cornudas sobran reses. Descendientes de las que cinco centurias atrás llegaron con Colón. Ahora bien, si los bistecs son baratos, las menudencias saldrán casi regaladas. Mi amigo, el de nombre guerrero, me acercó al comedor con nombre colonial: La Casa de Don Lorenzo. No es una hacienda, es una modesta casa con paredes desnudas, sencilla la vasija y la oferta. Escasea la pericia en el trato de las cazuelas y tiembla el pulso con las especies condimentadoras. Al menudo norteño le faltó el orégano y un buen picante y la delicia que le imprime la pata de ternera. A pesar de estos inconvenientes, y de que por esos lares abunda la oferta de comida mexicana en su versión mextex[1], La Casa estaba abarrotada. ¿Algo tendrá que se me escapó? Pensarán que soy exigente, peor, un esteta aburguesado. Inclusive, estas palabras me pudiesen costar caro y mis anfitriones me tilden de ingrato. Por el contrario, una de las cosas que añoro es la entera sencillez de una tortilla manual con una pizca de sal o un poco de chile del molcajete. Maíz, agua y cal: Nada más humilde (vital, de la tierra) y delicioso. Menudo aceptable, calentó las tripas en un día gris. © Saúl Holguín Cuevas FOTO: © José Reyes García. Tomada en el Mercado Benito Juárez de Jerez, Zacatecas. Tanto en la foto de la entrada anterior como en la presente destaca el callo, la parte gruesa del estómago de la vaca; se enrolla en una tortilla para acompañar las cucharadas del líquido. [1] No voy a errar como Santamaría, en su diccionario tilda de ‘detestable’ la comida mextex (ó texmex). |
Saúl Holguín CuevasBrevis kurrikulum vitæ Archives
February 2023
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