A propósito de X encuentro de escritores en la Finiquera, recuerdo la última vez que nos reunimos para honrar la vida y obra de nuestra colega, Margarita Cota Cardenas.
Cuando las carnalas levantaron la voz Saúl Cuevas Cuando la gente me conoce y le digo que soy escritor, me miran raro. Con eso que el escritor es un proveedor de ideas peligrosas, un fabulador que pregona bellas mentiras o la cruel realidad: trumpuda, arpaya[1], miserable. Cuando aseguro, que tras cincuentiún años de radicar en el Gabacho (EE. UU.) escribo con exclusividad en español, se sorprenden y piensan que no periqueo totacha (English). Cuando empiezan a leer, disimulando interés, dicen: “esta curiosito el asunto, aunque mal escrito”. ¿Por qué? Pues… tiene barbarismos como… marketa, así no se dice, es, mer-ca-do; vi-ve-ro, nunca, nunca nursería; se-má-fo-ro, no esa pochada de, luz; es-ta-cio-nar-se, nunca, jamás de los jamases, parkearse; largo, largo, laaargo etcétera. Es entonces que ganas me dan de decirles a estos gendarmes del idioma, a estos encomenderos, a estos lacayos de la Real: Imaginen medievales, que ahorita apareciera el mismo Julio César, y le dijera: ¡A como serán tarugos!, no se dice semana, se dice septimana; después, llegase un árabe y les reclamara: ¡No sean brutos!, no se dice ojalá, se dice: wa-šā’ allāh; largo, largo, laaargo etcétera. Entonces si me quieren insultar me llaman defectuoso, pocho o malinchista, si me quieren reconocen, afirman: “Mire chicanito, mexicoamericano, casi mexa de este laredo (lado), pueque usté, algún día, llegue a tener razón”. Así es la escritura: soledad y frustración, para levantarse al día siguiente y continuar. Día tras días, por años, con la esperanza de algún día llegar a tener razón. Cuando caí a la Finiquera[2], allá el 91, pensé que había llegado al Infierno. Hacia un calorón de la fregada. Conste, vengo de gente morena, trabajadores del campo, bajo el sol. Esculcando aquí y allá, me enteré que Arizona es la tierra de César Chávez y de Miguel Méndez. También me encontré con una carnala, chicana macana que había publicado poesía y hasta una novela. Pronto me identifiqué con su trabajo. Nuestros libros, tan frágiles, tan ignorados, tan olvidados, pero son nuestros. ¿Y para qué sirven? Sirven de modelo para los que vienen detracito de nosotros. No es un narcisismo vanidoso. Se trata de agrandar la brecha para dejar constancia de empeños y sinsabores. Y cuando comparan nuestros trabajos dicen: No tienen nada en común. Sí tenemos. Escribimos en español, escribimos de nuestro Barrio, escribimos de nuestra raza. Así, de pronto me di cuenta que aún en medio del desierto, no estoy solo. Me acompañan los libros y el espíritu de los pioneros. Los maestros de mis mocedades, Tomás Rivera, Miguel Méndez ya se nos fueron, no les di las gracias cuando aún vivían, el tiempo traiciona. Mientras tanto, ilusionado escribo, paciente espero. En la borrasca una chispita tenue a la distancia llama: Es el inquieto espíritu de los maestros. Convidan a continuar: “¡Dale gas!”[3]. Una palabra aquí, un parrafito allá, por fin, después de tanto esfuerzo, un manuscrito que nadie, ni siquiera los auto nombrados paladines de la literatura chicana quieren publicar[4]. ¿Qué hacer? Por el camino alientan amigos y familiares: ¡Échale ganas!, ¡No te rajes! La edición flaca pagada por uno mismo es parte de la cosecha, herencia de unos cuantos escritores chicanos que en un tiempo nos atrevimos a escribir en español. Ya por concluir la caminata, aprovecho que estamos vivos para decirle: Margarita: Gracias por alumbrar mi camino. Palabras pronunciadas en el homenaje a Margarita Cota-Cárdenas. ASU; 4 noviembre 2016. © Saúl Cuevas [1] En referencia a Donald Trump y al cherife Arpaio. [2] Cuando me mudé a Phoenix, AZ. [3] Con el doble significado de acelerar (el auto) y empezar cualquier tarea o jornada. [4] Arte Público Press, Editorial Bilingüe/Bilingual Press, et at.
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Capital del Imperio
Por Saúl Cuevas Para darse una jartada de cultura, Guachintón. Imagine un ramillete de museos gratis. ¡Sí, sí, sí, gratis! Cosa rara, rarísima en la chompa del codicioso capitalismo. Y vaya museos, entre los destacados del planeta: el Smithsonian, la Galería, el de Historia Natural, el del Aire y paro de contar. En visitas anteriores me tocó curiosear algunos. Es tanta la oferta y tanta la variedad que me concentro en dos templos entonces por mí desconocidos: El Museo del Indio Americano y la infinita Biblioteca del Congreso, auténtica de Babel. Como no hay que desembolsar, entro al reflejo de una roca esculpida por el paso del tiempo, viento y lluvia: el Museo del Indio. La ambiciosa empresa se queda corta pues, imposible honrar todas las culturas indígenas del continente, tomando en cuenta lo dilatadísimo del territorio desde Alaska hasta la tierra de los patagones. Adentro aprecio una pequeña micro muestra policromada de mis antepasados wixárika, conocidos como huicholes. Pero me corroe la depre, por la mente desfilan imágenes del genocidio del nativo americano, de su situación actual, reducidos al alcoholismo y la diabetes, imposible no derramar lágrimas, ante tan trágico historial, rajo. Los portones de la Biblioteca del Congreso abiertas de par en par, paso al grand hall, me reciben: Dante, Moisés, Goethe, Shakespeare, Ari, Bacon, Milton, Homero, Molière y Heródoto. ¿A quién sobornaría el guía de turistas Moisés para colarse entre los cerebrudos? Los dead white males no le dieron paso al Manco. La coleccioncita de la nueva bibliotequita de Babel, pasando por Alejandría, empezó con 740 libros y tres mapitas de entonces, o sea cuando la geografía estaba en pampers. Tras un primer incendio, Thomas Jefferson les vendió su colección de seis mil y pico. El mismo la clasificó, siguiendo el método propuesto por Francis Bacon. A saber, en tres categorías: memoria, razón e imaginación, mismas que Jefferson cambio a historia, filosofía y bellas artes, subdivididas en 44 temas. Un segundo incendio consumió cerca de cuatro mil libros. Corrió el tiempo. Hoy aloja 24 millones de libros en 450 idiomas. (Asumiendo que se pudiera leer en todos estos idiomas, si nos aventásemos un librito por semana necesitaríamos algunos 461.538 años para despachar el caudal, entonces ya se podría presumir de saber algo). Le echo un ojo al nicho que atesora una de las cuatro copias integras, impresa en pergamino (se ocuparon algunas 170 pieles de novillo), de las que se tiene noticia, de la llamada Biblia de Gutenberg de 42 líneas[1]. De ahí paso al First Folio de Shakespeare...[2] Recordé la reciente adquisición del mapa de Waldseemüller de 1507, en donde por vez prima un mapa consigna América. Pregunto a una niña en donde lo puedo admirar. Me acompaño, sin fortuna, a una sala y a otra, pronto una vetarra nos indica el sitio correcto. Le explico a la muchachilla la importancia del mapa, le muestro las Antillas, ella como buena negra estadounidense enfoca en África. Admiraba un mapa del México colonial y me disponía preguntar dónde comprar una copia. De pronto se soltaron todos los diablos. La escandalocería de las alarmadas me echó a la calle bajo la llovizna hibernal. Policías y patrullas y guardianes y perros descendieron por los seis costados: paso vedado, entradas canceladas, calles cercadas. Anduve lloviéndome en busca de un calientito. Me imaginé sorbiendo ostras y cerveza en un sitio recomendado, por ahí cercano, cerrado, maldición. Terminé refugiado en el primer café chain que encontré y me conformé con un latte chafa. Después me enteré que se trató de una falsa alarma, todo culpa de un vaporcillo terrorista que escapaba de una cloaca. Tal es la paranoiqueada Capital del Imperio. © Saúl Cuevas [1] No olvidar que Gutenberg, endeudado hasta las orejas, cedió el taller a Johann Faust y a Peter Schoefer, ellos concluyeron la tarea de dar a las prensas algunas 180 Biblias de 42 líneas. 44 copias han desafiado el olvido, 23 integras. Aparte se chismea de un par de ellas en manos piratas. [2] Como todo lo relacionado a Shakespeare, la parte editorial es también motivo de agrias disputas. La primera edición de prestigio, con 36 dramas, es la First Folio (1623), editada por unos actores, cuates del Vate. Existen ediciones piratonas anteriores: la Bad Quarto de 1603; la Good Quarto de 1604/5; la Third Quarto (1611) y la Fourth Quarto (¿1622?). Del First Folio se prensaron algunas 750 copias, perduran 233. La Biblioteca del petrolero, Henry Folger acapara 82. (Primo de James, magnate del café, Henry, robó su fortuna como chairman del monopolio, Standard Oil, del todavía más pillo Rockefeller). |
Saúl Holguín CuevasBrevis kurrikulum vitæ Archives
February 2023
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