El libro artesanal
Por Saúl Cuevas Ya desde la cita inicial Lao Tze nos invita y nos advierte: “Un bien viajero no tiene planes fijos ni la intención de llegar”. Enamorado de los viajes me atreví hasta finisterræ con Gilgamés, padecí naufragios y cíclopes con Ulises, me asomé a Hades con Virgilio y Alighieri, padecí sed y fiebres con Marco, Bernal, Cabeza de Baca y a bordo del HMS Beagle. Pero fue en un breve paseo por el huerto sin fin, donde me encontré con un libro artesanal que tuvo a bien poner en mis manos su autor, Manolo Murrieta: Poecrónicas en las urbes: Desde La Alhambra prometida y El ombligo de la luna hasta La morada de Bernal. Hecho de la manera más modesta posible, pastas de cartón desechado, cosido a mano en papel canela por el Proyecto editorial Los zopilotes, allá, en la empedrada Antigua, Guatemala. Lejos estaba de imaginar lo que ese bultito insignificante atesora en sus entrañas. Confieso que en la poesía no me he descarriado con la viciosa adición que dedico a la novela, de ahí que rehúyo proclamar opiniones del tema, con excepción de los adorados: Lorca, Machado, Neruda, Hernández. Por el dilatado camino de regreso a casa recordé los placeres provocados por la pluma de Manolo. En previas lecturas de sus crónicas absorto comí queso parmesano en Quebec, sobrevolé Ecuador, anduve por callejones de Marruecos y otros sitios vitales por mis pies desconocidos. Pronto cedí el volante, para amenizar el largo cabalgar compartí con el chofer, en alta voz, como lo demanda el verso, las poecrónicas. - 2 - La primera parte del libro habla de viajar como “un génesis”, con esto me dijo todo. El camino le ofrece: “algarabía de sorpresas”, “revoloteo de las dunas”. El viajero “va sostenido por un pecho que aún tiembla” de asombro y energía, pero consciente que la vida es corta, hay que aprovechar: “Yo exprimo lo que me queda de tiempo”. En la segunda porción me lleva el vendaval por Tánger, el Deefe (CDMX), El Salvador, Antigua. Aquí me detengo un momento para saborear el derroche de palabras y metáforas y sensualidad con que el ojo clínico aprecia el paisaje, la gente, la historia que pulsa por donde se atrevió el modelo a emular, el primer cronista, Díaz del Castillo. Bajo el volcán navegamos con la agrandada curiosidad de niño el día que conoció el mar, y ya crecido, con el dulce palpitar del primer amor. El caminante no sólo se atreve por las Europas y otros sitios lejanos y exóticos, regresa a su patria chica, Hermosillo en “busca de los besos amarillos/ del liso palo verde”. Atestiguo el Apocalipsis del barrio exterminado por violenta y voraz conquista metropolitana. Recuerdo el destino de aquellos campos algodonales donde jugué fut allá en Torreón, también, como el arroyo, sucumbieron ante el chapopote y las máquinas, “fusilados por ingenieros y gente de comercio”; amén de tantos otros sitios sagrados de nuestra niñez, enterrados in saecula saeculorum, como se solía decir las mañanas de domingo. En la metropolitana el peregrino desdeña “las torres del odio ya borrosas”, guiado por el ángel de la guarda del poeta, el nunca olvidado Federico, se atreve por entre la muchedumbre “de rostros como el mío a veces tan olvidados, a veces tan golpeados” del Spanish Harlem, donde vibra el portentoso Borinquén (“spanglish, español, nuyorican) en labios del vate de Río Piedras. Ya de regreso en casa le espera la querencia, las sábanas donde reponer fatigas pospuestas para volver a partir en busca de la próxima poecrónica vital que pregone la vida de un romero, nunca la de “una marioneta asustada”. ¡Suelta la cuerda de tus velas! © Saúl Cuevas
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Saúl Holguín CuevasBrevis kurrikulum vitæ Archives
February 2023
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