Vaporosos
Saúl Cuevas Fue en la Tijuana de algunos 44 años atrás. Una taquería en la calle Constitución fue mi perdición: me adicté a los tacos de cabeza, al vapor. Desde entonces, en feroz y hambreada búsqueda, lo he andado persiguiendo sin éxito. Con el vertiginoso paso de los calendarios, para evitarme trastornos digestivos, me alejé de los antojitos callejeros. El otro día, girando por callejuelas tapatías, atraído por las campanas y el carrillón del magnífico Expiatorio. Me acerqué a un carrito ambulante, Tacos Santo Goyote. Contra toda lógica y rogando mil disculpas a mis amigos veganos, a pesar de ya haber cenado, poseído empalme tres: cabeza, cachete y labio, con todo; servidos por el veloz Francisco. La noche siguiente fueron cinco, el jueves cuatro, el viernes cinco. ¡Bendito vicio! Olvidando la dieta y la razón, regresé el sábado por seis. Quitado de toda pena comía mis tacos cuando, desde el templo, surcaron las sacras notas de Mozart, esculpidas por un coro, varios instrumentos y el órgano. Por unos instantes me creí en la misma Gloria. © Saúl Cuevas
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Mi tía
Saúl Holguín Cuevas derrama una lágrima. Un día estaba por tomar camino de regreso a Phoenix. Mi tía, madrina y por un tiempo mamá buscó en su cocina que regalarme. Sacó de por ahí un buen puño de orégano. Lo recibí desganado. Andando me topé con un cocinero afamado. Celebró el orégano silvestre de tierras tarahumara (wirrarika). Recordé y, por fin, agradecí el regalo de mi tía. Solía bajar de la sierra un indígena, un taparrabo por todo traje y la piel más quemada de sol que jamás haya visto, ofrecía canastillos hechos a mano y orégano. Ayer encendí una vela de cera virgen para alumbrar su camino, olí un poco de orégano y recordé. Recordé sus tamales navideños y la leyenda, que afirma Conchita verdadera, dizque resultaron tan sabrosos que Benjamín se zumbó de una sentada, medio bote de cuatro hojas. Recordé su capirotada de la Semana Mayor que tanto alabó mi esposa. Recordé cuando me volvió a la vida, tras una larga noche, con un guisito mañanero de huevos batidos en un caldillo chilocito. Recordé a una mujer de acero. Tras una copita de sotol en ayunas navegaba sin tregua largas dieciséis, dieciocho horas diarias: lavó, lavó, lavó en su lavadero y enjuago y volvió a enjuagar y tendió al sol y pulió los pisos de mosaico y cocinó toneladas de frijol y cuidó y amamantó, sin duda, de acero, de acero puro. Y aún en la siesta, mientras yo me tiraba en el piso de mosaico para olvidar el calor, Ella remendaba en la Singer acompañada del canto del gorrión, del portátil y de las canciones del Charro, a través de Radio Ranchito. Enlace musical: (Para escuchar, Watch on YouTube). Para más canciones ir a Spotify / Saúl Cuevas / playlist: TIA NINA.
1948 ~ En la tortillería, carnicería de don Emilio Fraire mi tía conoció a mi futuro tío padrino. Unieron sus vidas en 1948 bajo las notas del ídolo de entonces.
1965 ~ Salí de Torreón el octubre de 1965. Mi maleta repleta: cuando llegó la tele al barrio, la radionovela, Chucho el Roto, el Laguna en el verdiblanco San Isidro… Hoy, han trascurrido 51 años. Es una canción triste, pero a la vez alegre, recuerda, honra, celebra. La próxima: La playlist que me hubiese gustado escuchar con mi Tía. Continuará… |
Saúl Holguín CuevasBrevis kurrikulum vitæ Archives
February 2023
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