Por Héctor Vargas
Alguna vez escribí (“Verdaderos Mentirosos”): Nuestra existencia se desarrolla en una dicotomía en la cual deseamos tener, no sólo una forma de vida, sino vivir mil. Ello, y mi ferviente deseo de conocer más sobre el intrínseco comportamiento humano, me han motivado a discernir sobre un tema, patente desde la aparición del homo-sapiens en la tierra, cuando éste empezó a manifestar su asombro y curiosidad por el entorno en que empezaba a conocer, dejando huella de ello en las cuevas en donde se guarecía, por medio de incipientes dibujos rupestres, donde exponía en forma antropomorfa, las características más sobresalientes e impactantes, según su visión, de personas y animales entre otros temas. Siglos después, la humanidad conoció la alfarería, horneando utensilios domésticos, tubería para manejo del agua y tejas para el techo de sus viviendas. Las culturas más avanzadas aprendieron a manejar los metales y con ellos, se inició la escultura, esculpiendo con sus nuevas herramientas en materiales rocosos y metálicos, figuras humanas, animales y símbolos religiosos, principalmente, configuraciones que seguían representando las características más sobresalientes del modelo. En ese desarrollo cultural, empezaron a confeccionar la máscara, con diferentes propósitos, tratando de perpetuar su imagen, con la utilización de una gran variedad de materiales para su elaboración, entre ellos, lámina metálica, aceites y pigmentos vegetales, barro, cuero, marfil, madera, jícara, cerda y pelo. De ese afán de representar lo que se veía, evolucionó un arte pictórico más sofisticado, donde el pintor plasma con diferentes técnicas, una imagen ya sea con visión idéntica al modelo o paisaje que quiere perpetuar o bien, dándole la característica que le incita su arte creativo e inspiración. En la pintura, tenemos el autorretrato y el retrato, donde se enfatiza exaltar el rasgo fisonómico sobresaliente del modelo. Como ejemplo tenemos el excepcional retrato de Mona Lisa, creado por Leonardo da Vinci, cuya expresión dada en su sonrisa jamás ha podido ser igualada. También tenemos el “retrato hablado”, utilizado para la identificación de personas, sobre-poniendo los diferentes componentes similares a la cara del sujeto, hasta completar su rostro completo. Siguieron pasando los años y llegó la fotografía, donde se imprime la imagen virtual de lo que se está enfocando. Desde luego, hay recursos en esta ciencia para exaltar las características sobresalientes en el enfoque del objetivo, como luz, distancia, color, etc. Hemos hablado de las diversas etapas de la humanidad dentro de las cuales se inició la creación de la máscara. Pasemos enseguida a indagar sus propósitos: Con mayor difusión que en otros lados, en los países componentes de Asia, África y América en general, la máscara ha tenido una repercusión ancestral preponderante como símbolo religioso y de identidad étnica. Se le da una interpretación objetiva al alma del individuo. Se considera que es el prototipo de su verdadera cara. Su razón fundamental. Los rostros, en sí, tienden a ocultar o variar, según su conveniencia, los propósitos y designios íntimos de la persona. Las máscaras demuestran subjetivamente mediante la magia del arte, la verdadera personalidad al enfatizar las características fisonómicas sobresalientes del ser humano, con todas las vidas y muertes que conlleva en su existencia, porque de acuerdo a esa ansiada dicotomía, todos pretendemos ser más de uno. (Al mal tiempo, buena cara, reza el refrán). En cambio, la máscara conserva un estatismo inalterable que prevalece en cualquier circunstancia o estado de ánimo. En lo religioso, adquieren la calidad de iconos venerados. En la identidad étnica, representada en efigies y totem-poles, son símbolos de una raza. Héctor Vargas
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Por Héctor Vargas
Después de haber andado navegando durante casi tres años por Polinesia, recogiendo copra cada tres meses y llevándola para su proceso a Honolulu en Hawaii, donde pasábamos un mes dándole mantenimiento al barco, decidí hacer un giro y cambié de escenario en un carguero de la United Fruit, con enorme dispendio en singladuras, recogiendo plátano,(banana), en los países bañados por las aguas que conforman el Caribe. Al año y medio de aventurar por esos lares, la temporada de ciclones fue pródiga y después de sortear una media docena de ellos, nos refugiamos en Jamaica, pues el mal tiempo parecía no tener fin. Ahí conocí a un matrimonio, ya entrados en años, dueños de un pequeño yate cuyo capitán, habiéndose aquerenciado tanto al ron como de una ardiente mulata, se les había desaparecido ya por un par de semanas. Desesperados, buscaban la forma de regresar a su natal Boston, en los Estados Unidos. Sus ruegos fueron captados con avidez en mis oídos, pues yo también ya estaba harto de andar navegando en un viejo barco de calderas con achaques de toda índole. Además, mientras preparábamos los arreglos para el retorno, aquel matrimonio me acogió con cariño y me ofrecían irme a vivir con ellos, ya que no tenían hijos. Yo les agradecí su generoso ofrecimiento, pero lo decliné en la forma más cortés posible. Mi compromiso se redujo a llevarles hasta Tampico, en México. Aceptaron, pues no había otro candidato y durante el trayecto, una vez amainado el tiempo, no dejaron de repetir su ofrecimiento. A medio camino, nos enteramos de la formación de otro ciclón por esos rumbos y tuvimos que desviarnos al puerto de Veracruz, donde les recomendé a un amigo, quien podía llevarles seguros hasta su destino final. Con lágrimas, nos despedimos deseándonos buena suerte. En ese lugar, pasé una semana cavilando sobre mi futuro y llegué a la conclusión de quedarme en tierra firme, pues ya habían transcurrido varios años de múltiples aventuras, por lo que emprendí el viaje a la ciudad de México, por tener la más importante concentración de actividad industrial y por ende, de oportunidad de trabajo. Me alojé en una casa de huéspedes regentada por una señora originaria de Mississippi, rentándole una habitación. Ahí me proporcionaban alimento y lavado de ropa. Estaba situada cerca de la estación de radio XEW, muy famosa en ese tiempo, (1955). El resto de los huéspedes eran músicos o cantantes. En las noches, se organizaban alegres tertulias amenizadas con las habilidades musicales de los huéspedes. Pasé varios días contestando ofrecimientos de trabajo publicados en los diarios, acudiendo a entrevistas sin concretar ninguna. Hasta que un día, una solicitud llamó mi atención: “Se solicita ayudante para nuestro gerente general”. Contesté con igual laconismo: ”Yo soy ese”. Esto despertó idéntico interés y pronto me llamaron. Después de un largo interrogatorio con varios ejecutivos, llegamos a la parte económica sobre el sueldo y adelantándome les dije: “En vista de que no nos conocemos, les propongo un plazo de tres meses recibiendo lo necesario para cubrir únicamente los gastos de mi estadía. Si al término de ese plazo ustedes consideran que yo no soy lo suficientemente apto para el puesto, desde ahora les firmo mi renuncia anticipada sin ninguna responsabilidad adicional para ustedes. Si en cambio, constatan que resultó capaz de desarrollar el puesto con eficiencia, entonces podríamos hablar de mi sueldo”. Acogieron con beneplácito tal sugerencia y aceptaron. Duré seis años con ellos. La firma representaba varias fábricas americanas de herramientas, partes automotrices y a una inglesa, fabricante de cables de acero. Al poco tiempo, animaron a ésta ültima a establecer la fabricación de sus productos en México. Igualmente, fundaron otra empresa para manufacturar equipos destinados a la industria petrolera. El gerente se ocupaba de estos negocios, yo me quedé con la carga de las representaciones y la distribución del cable de acero. Mi trabajo consistía en atender clientes, hacer pedidos, embarques, aprobar créditos, cobranza, contratación de personal, visitar las instalaciones de la fábrica para ver lo que se necesitase, atender concursos del gobierno, etc. Los sábados, ir a pagar a los obreros de la fábrica. Mi tiempo lo dividía entre lo anterior y por las noches ir a la oficina y dictar a mi secretaria correo y órdenes en la grabadora y firmar los documentos y correos pendientes, quedándome muy poco tiempo para mis actividades personales. Los domingos eran libres. Afortunadamente, un día me topé con una antigua novia de mi juventud, la cual se había convertido en actriz de teatro y tenía funciones que terminaban tarde. Yo la esperaba y luego nos íbamos a cenar o a bailar, si no estábamos muy cansados. En ese entonces, había notado que mi voz en la grabadora era monótona, careciendo de modulación. Se lo confesé a mi amiga, quien me recomendó a una doctora en fonética, famosa en el medio artístico, para que corrigiese mi tonalidad. Acepté y desde luego noté los cambios de mejoría en mi discurso. Desafortunadamente, para mí, dos meses más tarde, dicha doctora se fue a especializar a España y me quedé con ganas de aprender más. Busqué ayuda por otros lados y me recomendaron a un director de teatro que daba clases de actuación y fonética en el Instituto Francés de América Latina. Me reservé un tiempo dos veces a la semana y seguí mi curso ante el éxito alcanzado hasta entonces. Ahí, hice amistad con varias muchachas aspirantes al estrellato. En una ocasión, mientras esperaba a que una de ellas terminase el ensayo de una escena, faltó el galán y me pidieron que les ayudara tomando su lugar. Leí los parlamentos que indicaba el guión y el director me felicitó por mi actuación, tanto que me invitó a participar en una próxima telenovela que iniciaba el canal 2, para la empresa Café Oro, lo cual acepté gustoso y entusiasmado. Al finalizar las clases, nos reuníamos todo el grupo y charlábamos en algún café cercano. Nos acompañaba una muchacha italiana que estudiaba Historia del Arte en el mismo Instituto. Pasaron algunas semanas y la experiencia en la actuación resultó muy divertida e interesante. En una ocasión, la telenovela en turno se intitulaba “Misterios en Shanghai” y mi papel requería la apariencia de un oriental. En la sala de maquillaje, Fraustita, la encargada, se afanaba tratando de cubrir mis espesas cejas y darle a mis ojos el aspecto adecuado. En el sillón adyacente al mío, estaba la actríz Andrea Palma recibiendo tratamiento. Al ver los apuros de Fraustita, le sugirió: “Si no puedes taparle las cejas, rasúreselas”. Yo pegué un grito, pues por mi mente pasó la idea de las burlas de que sería objeto si me presentaba en la fábrica con las cejas pintadas. Hubo que cambiar el rodaje (travelin zoom) y cancelar los acercamientos (close-ups). En otra ocasión, teníamos llamado para escenas en exterior, a bordo de un trolebús, lo cual imponía empezar hasta la una de la mañana en que este servicio dejaba de funcionar al público. Invité a acompañarme en este evento a aquella muchacha italiana. Fuimos a un concierto en Bellas Artes, luego a cenar y por último al rodaje. Al día siguiente, salimos a Tampico a casarnos. Las telenovelas cambiaron de patrocinador y director, razón por la cual yo consideré oportuno también retirarme, ya que mi vida de casado, los ensayos, pruebas de vestuario, etc., ocupaban mucho de mi tiempo. Pero me quedé con el “gusanito” de la actuación, para lo cual, decidí, junto con mi esposa, tomar clases y escogimos al famoso director japonés Seki Sano, con quien habían estudiado la mayoría de los artistas en México, tanto de teatro como de cine. Fue una experiencia muy peculiar, ya que Seki Sano, entre sus múltiples aventuras por el mundo, había sido también marino, eso y nuestra afinidad de caracteres, desarrolló una amistad que duró cuatro años, hasta su muerte. Durante los cursos, conocí a mucha gente del medio, destacando entre ellas a Amalia Hernández, fundadora del Ballet Folklórico, quien seguido me invitaba a su nueva y original casa en una cañada de Palo Alto, suburbio situado a la salida de la carretera a Toluca. Recuerdo también a Oscar Chávez, quien en ese entonces no descubría su afición a la canción de protesta. En fin, una gran mayoría desfiló por esas clases. Dichas clases estaban basadas en el sistema de Teatro de Vivencia, creado por el maestro ruso Konstantin Stanislavski, quien argumentaba que la actuación debería transmitir el sentimiento dominante en cada acción, representada antes solo por movimientos físicos y orales (como por ejemplo: Para representar el estar enamorado, había que decirlo poniendo las manos en el corazón. Para expresar dolor, llevarse el antebrazo a la frente y emitir voz quejumbrosa, etc. Seki Sano estudió directamente en Rusia con el maestro Stanislavski. Uno de los ejercicios favorito en clase avanzada, era la actuación de la siguiente escena: Una pareja de jóvenes, se va de viaje de bodas a Acapulco. Ella, plena de salud. Él, con un corazón débil, afección que padece desde pequeño. Llegan al hotel y lo primero que hacen es ir a darse un chapuzón al mar. Jugando en la playa, ella le sorprende dándole un empujón al agua,mientras él, distraído, contemplaba el paisaje. Por aquella broma, cae desmayado. La jóven, llama inmediatamente una ambulancia y le llevan al hospital, donde le diagnostican un severo síncope cardíaco. La luna de miel se interrumpe. Le indican que ahí carecen de los equipos idóneos para atenderle y que lo preferible es llevarle a la ciudad de México. Rauda, la jóven contrata una ambulancia con paramédicos, pues es necesario constatar el desarrollo del síncope por el cambio atmosférico al ir subiendo las montañas, ya que estaban a nivel del mar. A medio camino, en Cuernavaca, la salud del enfermo se empeora y le aconsejan dejarlo reposar para que recupere la estabilidad, ya que cualquier ruido, inclusive, le puede afectar gravemente. La jóven renta una casita en las afueras de la ciudad, para mayor tranquilidad ambiental, donde a él lo acuestan, dándole auxilio con un tanque de oxigeno. La casa no tiene teléfono. Afuera, junto a la puerta, le dejan otro tanque de reserva. Pasan dos días, la angustia de verle en ese estado y sentirse culpable de lo ocasionado, hacen que ella no se separe de su lado, sin dormir ni casi comer, vigilando el manómetro del tanque de oxígeno para reponerlo cuando fuese necesario. Al amanecer del tercer día, ella, agotada, por fin se duerme. De repente, despierta y al ver que el manómetro marca O, no sabe en ese momento de angustia cuánto tiempo permaneció dormida ni cuánto hace que el oxígeno se agotó, por lo que corre a traer el tanque de repuesto. Al tratar de regresar con el tanque, se encuentra con que la puerta se cerraba automáticamente con seguro y no la puede abrir. Tampoco puede romper los cristales de una ventana porque el ruido le provocaría la muerte al enfermo. Al llegar hasta este punto, el maestro pedía que termináramos la escena, según el sentir de cada quien. Isabela Corona, quien después se convertiría en una de las mejores actrices de carácter, la terminó así: Ante su impotencia, llorando cayó de hinojos abrazada al tanque. Y así permaneció. Yo, confiando en mi fuerza física, pugnaba desesperado por abrir la cerradura. Me ocasionó serios raspones en mis manos al pretender dar vuelta a una manija imaginaria, tratando de hacer ceder el seguro, causando que manchase con mi sangre la pared del salón de clase. Ambas actuaciones, las mencionaba a sus alumnos, como ejemplo de cómo se había interpretado al personaje, de acuerdo al carácter de ambos. Aquellas manchas de sangre, no las quiso tapar con pintura nueva. Mi esposa tuvo que dejar de asistir por lo avanzado de su primer embarazo y por la conveniencia de tomar cursos de adiestramiento para madres primerizas. Mientras, Seki Sano solía invitarme, después de clase, a observar funciones de teatro o películas interesantes, para analizar los diferentes componentes que intervienen. A él le debo, hasta la fecha, el no ir a ver una película o una obra de teatro como simple distracción, sino a examinar la actuación, dirección, argumento, edición, etc. Rematábamos con una cena, generalmente en casa, donde la sobremesa se alargaba con amena charla. No obstante el largo tiempo transcurrido, el recuerdo de aquellas personas y vivencias sigue siendo no nada más vigente, sino muy amable, que cuando las rememoro, traen consigo la gran satisfacción de haber podido convivir con ellas. Héctor Vargas Por Héctor Vargas
Reteniendo estos temas, acuden a mi memoria ejemplos que demuestran que mis queridos aborígenes tienen una capacidad asombrosa para resumir en unas cuantas palabras, toda una extensa retórica para explicar, con denodada fuerza, la total profundidad de un sentimiento: En una noche de plenilunio, sentados a la orilla del arroyo cantarín que alegre brincotea por su rancho, Pancho y Lupita contemplan extasiados un cielo de zafir tachoneado de estrellas, donde la luna baña de plata el paisaje. Ella, muy emocionada, con trémula voz, le dice a su amado: ¿Verda’ Pancho, que mis ojos brillan igualito que la luz de la luna? MMM, contesta Pancho. ¿No es cierto que mis labios parecen fresas maduras? MMM, contesta Pancho. ¿Y que mis trenzas relucientes parecen de azabache? MMM, contesta Pancho. ¡Ay Pancho!, que cosas tan re- chulas dices. En un apartado rancho, un día aparece un andariego poeta en busca de inspiración para sus sentidos versos. Conoce a una bella rancherita y la convierte en su musa. Pasan los días, y una noche, al pie del balcón, él le reclama el desinterés a su ardiente poesía. Ya que ella no reacciona ante tan ardorosos versos: ¿Qué pasa mi Cielito Lindo, que no me haces caso. Acaso no me quieres? La rancherita se defiende: ¡Es que nomás me dici y dici que me quieri, pero no me tumba!! Yo no creo que haya almas analfabetas, son esotéricas. Héctor Vargas Por Héctor Vargas
Con su característico humor y ribetes de satirismo, con el cual el mexicano denomina a ciertos personajes de su pueblo, ya sea por su apariencia personal, carácter, algún defecto físico, o cualquier otro atributo que se le imponga, les asigna un mote con el que los distingue. Recuerdo algunos de ellos: En Veracruz, por ejemplo, a un alijador en los muelles le conocían como “El Mascarrieles”, estaba chimuelo. En Tampico, a otro alijador, cuando al estar en el muelle cargando a un buque unas planchas de acero de varias toneladas de peso, se rompió el cable de la grúa con que se realizaba la maniobra, golpeando la pesada carga al pobre hombre, quien al impacto, cayó cerca de un trozo grueso de madera. Milagrosamente, el hueco le salvó de morir aplastado. Solo sufrió fuertes contusiones en la parte donde la espalda pierde su nombre. Desde entonces, se le conoció como “El nalgaraspada” En Uruapan, a un par de señoritas de edad avanzada, por su carencia de belleza, les decían “Las cafiaspirinas”. Porque no hacen daño al corazón. A otro par de hermanas, un tanto presumidas, les apodaban “Las invisibles”.Nadie las podía ver. A otra dama con aires pretenciosos y mal carácter, no gozaba de las simpatías de la sociedad y le llamaban “Doña Profunda”. Pues reconocían que era buena en el fondo. En Reynosa, a un jóven muy conocido en sociedad, cruelmente le decían “El inmortal”. De chico, había padecido poliomielitis y teniendo una pierna deforme, nunca iba a poder “estirar la pata”. En Morelia, a un compañero de la universidad le decíamos “El Cátodo”. Era negativo en extremo. A un banderillero, en el medio taurino se le conocía como “La Gripa”. Era tan malo como la misma enfermedad. A la hermana de un amigo de la juventud, le decíamos “La Coja”. Porque “no tenía pierna”. Ostentaba un par de “zancas” de ensueño. Héctor Vargas |
AuthorHe aprendido a valorar en forma contundente lo que significa la Vida para mi. Los riesgos a perderla, me hacen meditar lo mucho que debo esforzarme para dar una mejor calidad a mi forma de vivir, de apreciar en toda su valía lo que se me regala, cuando puedo contar con un día más en mi existencia. A no desperdiciar el tiempo que me resta y dejar una huella a mi paso por el mundo. Archives
May 2024
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