Por Héctor Vargas
Escribir es fácil… escribir bien, ya es otra cosa. En una sesión pasada, oí un comentario sobre el impulso de escribir sin estar debidamente preparado para ello. Se decía que cada vez que le asaltaba una idea, se tomaba una pluma (o lápiz) y una hoja de papel y se anotaba aquel pensamiento, sin tomar en cuenta las reglas requeridas en la gramática. Lo que contaba era conservar aquello. Analizando ese sentir, intuyo sobre la motivación de esa persona por retener ese recuerdo. Al mismo tiempo, dicho impulso denota que quiere aprender a escribir y lo demuestra al estar asistiendo a estos talleres de literatura. Esa conclusión es muy positiva. Lo anterior, me sirvió de inspiración para tratar el tema de saber escribir bien. En este oficio, como en los demás, se requiere una preparación de acuerdo al grado de conocimiento que se pretenda obtener. Hagamos algunas comparaciones sobre dicha preparación con algunas otras actividades. En los deportes, por ejemplo en el fútbol, donde se requiere de un entrenamiento previo antes de iniciar un juego. Para tener habilidad y resistencia de poder jugarlo, se requiere de una preparación física adecuada, como darle vueltas al campo, hacer estiramientos musculares para evitar calambres, hacer malabares o gambetas con el balón para saber manejarlo, etc. Actividades que no necesariamente se tengan que repetir al efectuarse el juego en sí, pero que ayudan a jugar mejor. Pongamos otro ejemplo, la música. Igualmente se requiere de una preparación previa para saber leer las notas y así poder emitir los sonidos correctos, pues sin esa preparación, las melodías saldrían desafinadas. Aparte, practicar con el instrumento que se pretenda crearlas. Las mismas reglas se aplican en la literatura. Al igual que cualquier otra actividad, hay que prepararse debidamente para desarrollarla en forma correcta. Además, resulta muy estimulante para el propio ego, el constatar que lo que pretende uno hacer, está bien hecho. La Gramática, la ciencia de saber escribir bien las palabras, se compone básicamente de cinco partes: Estas partes y elementos igualmente se subdividen en otros tantos. Trataré de no extenderme demasiado en este breve comentario para no hacerlo cansado. Lingüística, nos enseña a conocer las palabras, cómo se formaron, su origen, (etimología) Semántica, nos lleva a conocer el orden en que están hechas las frases u oraciones. Prosodia, nos dice cómo pronunciar bien las palabras. Ortografía, nos lleva a conocer la naturaleza, su clasificación y cómo se escriben las palabras, su acentuación, etc. Fonología, nos indica el origen y el órden de los sonidos en las palabras. Voy a presentarles un ejemplo de cómo una puntuación cambia totalmente el sentido de una frase, para un mejor entendimiento de la importancia que tiene esta parte: ---“Vamos a comer niños”--- “Vamos a comer, niños”. O en la sintaxis, otro ejemplo de cómo acomodar las palabras adecuadamente: “Niños, vamos a comer”, “Paletas para niños de dulce” ---- “Paletas de dulce para niños”. Al estudiar estas partes, nos orienta a dirigir nuestra habilidad dentro de la literatura para saber en cuál de sus géneros nos dedicaremos para ejercitar nuestra particular inclinación vocacional. No olvidemos la retórica, que es el arte o conjunto de principios para escribir elegantemente. Los géneros literarios se dividen en estos grupos principales: Épico - Lírico o Narrativo – Dramático y Didáctico, de los cuales se derivan los subgéneros. Entre ellos se encuentran la novela, crónica, tratado, ensayo, cuento, poesía, etc. Les deseo mucha suerte en esta excitante aventura de escribir. Héctor Vargas
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Por Héctor Vargas
De acuerdo con la edad y la experiencia adquirida durante el trayecto por la vida, la manera de reaccionar ante circunstancias y ambientes no experimentados anteriormente, adquiere un cambio notorio en su nivel de apreciación, ya sea por la forma de medir la cuantía de las consecuencias inherentes al compararlo con casos similares en el pasado, o bien, por la madurez de criterio adquirida por la edad. Ese cambio se modifica en las diferentes etapas de nuestra existencia, imponiendo mayor o menor intensidad en su juicio. En algunas personas, hasta puede provocar una opción alternativa de positiva a negativa o viceversa. Situaciones experimentadas en nuestra temprana juventud, ocasionan un impacto en nuestra mente, que las atesora indeleblemente en la memoria. Acciones, frases, sonidos, olores, sabores, visiones, sensaciones, etc., quedan grabadas como prototipos para ejercer comparaciones posteriores. Desde luego, el carácter de cada persona influye en la valoración de cada sucedido, así como el entorno en que se desarrolle el hecho. (Véanse los agravantes influyentes y modificantes, tales como la alevosía, ventaja o nocturnidad). Además, la magnitud de la información que actualmente recibimos y la tendencia sensacionalista en que los medios nos la proporciona, ha mermado nuestra capacidad de asombro al grado de considerar hechos trascendentes como sucesos cotidianos. Repito el “diagnóstico” que me atribuyeron hace tiempo de padecer indignación crónica, al afectarme el ver una injusticia, pero resiento en mayor grado la indiferencia de la gente ante el mismo caso. En el propósito de efectuar cualquier actividad, debemos considerar varios factores para su realización. Fundamentalmente, el más valioso es la decisión de pretenderlo. Tantos proyectos se han visto frustrados ante la incuria por no intentarlos siquiera. Sea que se logre o no lo cometido, lo importante es tratar de hacerlo. Secundariamente, intervienen otros factores que evalúan el desarrollo del proyecto. Como ejemplo. tenemos el caso de las guerras pírricas, en donde el triunfo causó mayores daños que la derrota. En México, esto se resume con un contundente dicho: “Salió más caro el caldo que las albóndigas”. Ante lo expuesto anteriormente, deberíamos considerar con mayor atención a lo que ocurra a nuestro alrededor. Ello nos proporcionará una mejor comprensión para aplicar una acertada evaluación del impacto en todo lo que nos suceda. Héctor Vargas Por Héctor Vargas
Para aquellas personas que no han sufrido la aterradora experiencia de un sismo, me permito relatar en qué consiste este fenómeno. En el universo, los mundos se formaron por núcleos de gases que sometidos a presión, se incendiaron, como aún en la actualidad podemos observar la luz emanando de esos cuerpos celestes, como el sol en nuestro sistema y las estrellas en otras galaxias más lejanas, ya sean nuevos o que por estar situados a distancias inconmensurables de nosotros, apenas estemos percibiendo sus destellos después de una larga travesía. El enfriamiento de esos cuerpos empieza en su superficie, quedando materia ígnea en su interior, como lo prueba la existencia de los volcanes en nuestro planeta. Así se fue formando la corteza terrestre, poco a poco después de miles de años, con variantes en su superficie, por choques o desplazamientos de placas en una parte más densa que en otras, conformando lo que hoy conocemos como montañas y valles. Al seguir ese enfriamiento, se fueron formando capas sólidas tanto de tierra o arena, así como de rocas de distintas composiciones minerales. Un poco más abajo, están situadas las placas tectónicas, compuestas por porciones de litósfera de un material rígido, incrustadas una contra otra, sin ningún otro sostén. Debido a ello, su movimiento es constante en algunos regiones del planeta. En algunos casos, ese desplazamiento de dichas placas es muy pequeño, milimétrico, por lo que no se sienten en la vida cotidiana. Cuando ese movimiento es mayor, lo resentimos como sismo, terremoto, tsunami, etc. En ocasiones, tal movimiento puede activar la erupción en los volcanes. En nuestro planeta, hay dos tipos de placas tectónicas, las oceánicas y las mixtas, debido a la inmensa cantidad de agua que existe en la superficie de nuestro mundo. Estas últimas son las más numerosas, aunque también las más pequeñas. Pero por la suma de su extensión, las primeras ocupan la mayor parte territorial. Como ejemplo, podemos citar que en la extensión de la región en la costa del Océano Pacífico de México cuenta con más de trescientos volcanes, la mayoría ya apagados. Las tribus indígenas que se asentaron desde un principio, celebraban anhelantes ofrendas a sus dioses ante las angustiosas furias desatadas por fuertes sismos y erupción de volcanes. En 1910, como parte de las fiestas del centenario de la independencia, se inauguró el primer observatorio sismológico, el cual tenía como sede la estación central en Tacubaya, D. F. luego se instalaron varias en otras ciudades del país. En tiempos modernos, México ha sufrido por lo menos ocho sismos catastróficos que han castigado severamente la vida de sus habitantes. Desde luego, han ocurrido infinidad de temblores, pero su intensidad no ha causado los daños a los que se mencionan enseguida: El más fuerte, ocurrió el 28 de marzo de 1787, de magnitud 8.6, a las 11 de la mañana en las costas del estado de Oaxaca. En Acambay, Estado de México, a las 7.12 hs. del día 19 de noviembre de 1912, con magnitud 7. En Xalapa, Veracruz, el 3 de enero de 1920, a las 5.46 hs. Con una magnitud de 6.4. Al sureste de Acapulco, Guerrero, el 27 de julio de 1957 a las 2.44 hs. Con magnitud de 7.8. En este temblor, en la ciudad de México, una gran cantidad de edificios se derrumbaron, entre ellos varios del centro médico del Seguro Social y del conjunto habitacional de Tlatelolco, recién construídos. También se cayó la estatua del ángel en el monumento a la Independencia. Hubo muchos muertos y heridos. Como dato curioso, en los escombros del Hospital del Niño, después de varios días, rescataron asombrosamente con vida a un bebé recién nacido. En las costas del Estado de Michoacán, el 19 de septiembre de 1985, a las 7.17 hs. Con una magnitud de 8.1. Este sismo se recuerda como uno de los más cruentos por los daños sufridos en la ciudad de México, Aún al presente, existen vestigios que demuestran la hecatombe causada por este sismo. La pérdida de vidas fue muy alta. En el Estado de Oaxaca con magnitud de 7.5 a las 11.31 hs. y en el estado de Puebla con 7. a las 15.42 hs. el dia 15 de junio y 30 de septiembre, respectivamente, en 1999. En Mexicali, Baja California, el 4 de abril de 2010, a las 15.40 hs. con una magnitud de 7. Después de que sucede un temblor, las capas tectónicas se siguen acomodando buscando un mejor asiento, por lo que sigue temblando en la superficie terrestre, aunque en menor intensidad. A estos movimientos de acomodo, se le llama réplicas. La secuela de los destrozos causados en las zonas del epicentro y sus adyacentes, son desgarradores, pues aparte del número de víctimas fatales, se añade el de desaparecidos y heridos, así como los daños materiales ocasionados en edificios de escuelas, hospitales, centros multifamiliares, monumentos arqueológicos, puentes, carreteras, casas de adobe en las zonas rurales, etc. etc Lo más doloroso en un sismo es la impotencia que se siente al no poder, en ese momento, encontrar lugar seguro a sus acciones. En cualquier otro fenómeno, es posible el guarecerse a tiempo, pero en un temblor intenso, ni para dónde correr. Ya que el elemento sorpresa lo tiene a uno en desventaja. Desde luego existen recomendaciones que pueden ser útiles, si el temblor no es tan severo, como el colocarse al primer síntoma bajo el marco de una puerta, no usar las escaleras ni el elevador si vive en un piso superior, etc. pero como quedó asentado, si no es muy potente. Actualmente, en la arquitectura se ha avanzado en muchas formas debido a la superación tecnológica, tanto en diseño como en los materiales componentes. Así vemos cimientos de altos edificios sostenidos por gatos hidráulicos que se ajustan por sensores regulados por computadora, o estructurados en forma de quilla de barco que controlan el vaivén telúrico y los cristales de las ventanas equipados con vidrios elásticos que no se rompen al esfuerzo de un temblor. Imagínese el trauma que pueda experimentar una madre o un padre en una situación, donde todo parece normal, sale un momento a comprar algo a la tienda cercana, mientras los hijos se quedan desayunando o comiendo y al volver, ya no encuentra nada. El edificio se derrumbó y todos murieron. Una tragedia que sin duda ha ocurrido varias veces. En la ciudad de México se han formado varios grupos de “topos”, voluntarios que se han especializado en la búsqueda de personas atrapadas en los escombros, ayudados con perros entrenados para tal fin. Prestan ayuda no nada más en su país, sino también en el extranjero donde se requiera esa clase de ayuda. En la ciudad de México, con una población desmesurada, donde muchas veces casi no se conoce al vecino de su departamento, se han visto casos que difieren ante esa indiferencia, al ocurrir una tragedia por un temblor, sobran voluntarios que tratan de ayudar en lo que pueden a las víctimas. Ya sea escarbando en los escombros buscando sobrevivientes u ofreciéndoles a los desamparados abrigo o comida, celulares inclusive. En México, donde por la idiosincrasia de sus gentes, recurren a burlarse de la muerte, según se observa en diversas manifestaciones populares de tradición, como la representación de las calaveras, las catrinas, el despecho expresado en sus dichos y canciones, etc. etc. Con esa ironía característica en su picardía, se dice “que los temblores han hecho un gran avance en las relaciones sociales de sus gentes, pues el colapso de un edificio, ha servido para que se aúnen los que viven en el penthouse con los que habitan en el sótano.” En otros lugares del planeta, con alta incidencia en este fenómeno, han sucedido estragos muy fuertes en Centro y Sudamérica, en Asia, principalmente en Indonesia y Japón. Demos gracias a que aquí tenemos los estratos del subsuelo bien asentados. Héctor Vargas. Por Héctor Vargas
Sócrates, Padre del Racionalismo. El racionalismo es la corriente filosófica que considera que la razón es la única fuente segura de conocimiento. La corriente que se le opone es el Empirismo, que estima que los únicos conocimientos válidos son los que nos proporcionan los sentidos. Para el Racionalismo, es fundamental la distinción entre el conocimiento verdadero – aquel que se alcanza mediante un proceso de razonamiento que respete las reglas de la lógica – y las simples opiniones y creencias. René Descartes, en el siglo XVII, creó el primer sistema racionalista de los tiempos modernos. Sin embargo, dos milenios antes, Sócrates sorprendió a sus contemporáneos utilizando para debatir con ellos, un método en el que se encuentran las semillas de los procedimientos racionalistas, hasta el punto que podemos considerar a Sócrates como padre del Racionalismo. Aristóteles señaló con acierto que las dos mayores aportaciones de Sócrates a la filosofía fueron el argumento inductivo – por el que se intenta alcanzar una ley o concepto general a partir de casos particulares – y las definiciones universales- Sócrates solía buscar definiciones de términos como belleza, justicia o piedad que recogieran la esencia de cada concepto, más allá de los ejemplos que pudieran enunciarse o de las personas que lo definieran. Una de las técnicas que más utilizaba, era un tipo de ironía que hoy conocemos como ironía socrática. Con ella, adoptaba una postura de ignorancia e interrogaba a quienes afirmaban poseer conocimientos irrebatibles, encadenando una serie de preguntas y refutaciones que terminaban demostrando la invalidez de las afirmaciones de sus interlocutores. Otra técnica complementaria a la anterior, -era la mayéutica, el arte de dar a luz – mediante la cual guiaba a sus discípulos con una serie de preguntas, cuyas respuestas conducían a alguna conclusión o conocimiento verdadero. De ese modo, la ironía socrática servía para demostrar la ignorancia de quienes pretendían ser sabios, y la mayéutica servía para que quienes se consideraban ignorantes, alcanzaran el conocimiento mediante conclusiones propias. (Enciclopedia Universal Socram Ofisis 1937) Posteriormente, el psicólogo estadounidense William James, propagó la teoría filosófica del Pragmatismo, como el único medio de juzgar la verdad de una doctrina moral, social, religiosa o científica, consistente en considerar sus efectos prácticos. El Pragmatismo juega un rol importantísimo en la vida familiar, social y laboral de una persona, debido a su tendencia a conceder prioridad al valor práctico de las cosas sobre cualquier otro valor. La experiencia personal que a continuación relato, tuvo una reacción muy orientadora en mi, debido a su influencia en la asimilación de los principios arriba mencionados, la cual encausó debidamente su aplicación en la valorización de mis actos y por ende, la formación de mi carácter. Debido al trasiego en la familia, ya que pasábamos seis meses huyendo del calor de mi natal Tampico y los otros seis en el clima agradable de Morelia, la diferencia del calendario oficial escolar vigente en ese entonces, me permitió el poder cursar dos ciclos escolares de primaria en un solo año, presentando exámenes a título de suficiencia. Pero en Morelia no pude ingresar a la secundaria por no haber cumplido los doce años de edad reglamentarios. Trámite que si se pudo solucionar en Tampico, por lo que me fuí a vivir con mi abuela materna, persona muy apegada a la religión católica, quien me llevaba todos los días temprano a la iglesia, donde oía la misa y comulgaba, antes de entrar a clases. En una ocasión, me hinqué en el confesionario ante un sacerdote ya muy entrado en años, quien primeramente me pidió rezace una oración titulada “Yo pecador”, la cual yo no conocía. Ante mi ignorancia, el cura se disgustó y con un coscorrón me despidió a gritos, culpándome de hacerle perder su tiempo. Yo, llorando de coraje, le reclamaba, también a gritos, el porqué me pegaba. Al escándalo, se acercó el obispo, que casualmente pasaba por ahí y me reconoció por el parentesco de mi abuela. Entre sollozos, le expliqué lo que pasaba y echándome un brazo al hombro, me explicó que el cura genioso era su hermano y su carácter se había agriado por achaques en su avanzada edad. Pero que me postrase ante la imágen del Sagrado Corazón de Jesús e hiciese “una confesión espiritual” y que si me sentía arrepentido de mis faltas, pasase a tomar la hostia de la comunión. Salí del templo con los ojos llorosos y sobándome mi cabeza, (a pesar de los años, todavía me ”duele” el coscorronazo). Pero juré que nunca más me volverían a agredir sin causa. Así me despedí para siempre de la liturgia católica. De ese aciago suceso, deduje que si yo podía lograr la absolución de mis “pecados” haciendo un análisis de mi actos y aceptara mi error, podía lograr una íntima tranquilidad integral. A mis incipientes once años de edad, me convertí en un iconoclasta y escéptico por consiguiente. Desde entonces, adquirí la disciplina de que cada noche, antes de dormirme, no importa si llego a casa cansado por el trabajo o alegre por alguna fiesta, no obstante la hora, no debo dormirme sin antes haber repasado cada uno de mis actos desarrollados durante ese día. Si en ese análisis encuentro que hice algo incorrecto, no tengo inhibición en admitir que me equivoqué y enmendar el error al día siguiente. Con ello he ganado algo muy valioso: Primero, una paz interior cuya tranquilidad de espíritu ha permitido mantenerme dispuesto a vivir la vida desde un punto de vista alegre y optimista. Mi relación social, sin menoscabo, por el positivismo con que enmiendo mis actos. Segundo, hay personas que nacen con el maravilloso don de poder asomarse al interior de sí mismos. Yo no fui de esos. Me costó mucho esfuerzo y estricta disciplina el poder observar lo que se esconde dentro de mi y tener la fuerte decisión de sacar todo lo que se acumula y poder sentirme libre. Valió la pena esa obtención. Otra conducta subyacente derivada de lo anterior, es la de agradecer a la Vida por cada nuevo día que me concede, con lo cual puedo seguir tratando la culminación de lo que no he logrado, ya sea por inexperiencia o porque me ocupé en otro proyecto prioritario o simplemente por desidia. Pero su verdadero valor reside en la voluntad de intentar realizarlo, consiga o no su culminación. Lo que cuenta es que al menos lo intento, no me quedo vegetando viendo como el tiempo inerte se escurre entre mis dedos. Procuro no claudicar en mis hábitos de aseo y salud, apariencia personal y mantener, como si fuese una planta que necesita del cuidado de regarse, mi relación de amistad con gente que me aporte lo positivo, no material, necesario para nutrir mi espíritu. Mi actitud se asemeja al interés de un niño que desea aprender todo lo nuevo que ve. Cuando me propongo en encontrar la verdad de algo y no logro arribar a un consenso aprobatorio, viene a mi mente aquella contundente frase de Socrates, siempre oportuna y adecuada para esos momentos: “Yo solo sé que no sé nada”. Pero terco, sigo y seguiré tratando de encontrarla. Héctor Vargas Todos los días, el sol se acuerda de mí. Yo, de ti, hago lo mismo. Como siempre |
AuthorHe aprendido a valorar en forma contundente lo que significa la Vida para mi. Los riesgos a perderla, me hacen meditar lo mucho que debo esforzarme para dar una mejor calidad a mi forma de vivir, de apreciar en toda su valía lo que se me regala, cuando puedo contar con un día más en mi existencia. A no desperdiciar el tiempo que me resta y dejar una huella a mi paso por el mundo. Archives
May 2024
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