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La formación de mi manera de ser

9/6/2023

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Por Héctor Vargas

Sócrates, Padre del Racionalismo.

El racionalismo es la corriente filosófica que considera que la razón es la única fuente segura de conocimiento. La corriente que se le opone es el Empirismo, que estima que los únicos conocimientos válidos son los que nos proporcionan los sentidos. 

Para el Racionalismo, es fundamental la distinción entre el conocimiento verdadero – aquel que se alcanza mediante un proceso de razonamiento que respete las reglas de la lógica – y las simples opiniones y creencias.

René Descartes, en el siglo XVII, creó el primer sistema racionalista de los tiempos modernos. Sin embargo, dos milenios antes, Sócrates sorprendió a sus contemporáneos utilizando para debatir con ellos, un método en el que se encuentran las semillas de los procedimientos racionalistas, hasta el punto que podemos considerar a Sócrates como padre del Racionalismo.

Aristóteles señaló con acierto que las dos mayores aportaciones de Sócrates a la filosofía fueron el argumento inductivo – por el que se intenta alcanzar una ley o concepto general a partir de casos particulares – y las definiciones universales- Sócrates solía buscar definiciones de términos como belleza, justicia o piedad que recogieran la esencia de cada concepto, más allá de los ejemplos que pudieran enunciarse o de las personas que lo definieran.

Una de las técnicas que más utilizaba, era un tipo de ironía que hoy conocemos como ironía socrática.

Con ella, adoptaba una postura de ignorancia e interrogaba a quienes afirmaban poseer conocimientos irrebatibles, encadenando una serie de preguntas y refutaciones que terminaban demostrando la invalidez de las afirmaciones de sus interlocutores.

Otra técnica complementaria a la anterior, -era la mayéutica,  el arte de dar a luz – mediante la cual guiaba a sus discípulos con una serie de preguntas, cuyas respuestas conducían a alguna conclusión o conocimiento verdadero.  De ese modo, la ironía socrática servía para demostrar la ignorancia de quienes pretendían ser sabios, y la mayéutica servía para que quienes se consideraban ignorantes, alcanzaran el conocimiento mediante conclusiones propias.

(Enciclopedia Universal Socram Ofisis 1937) 

Posteriormente, el psicólogo estadounidense William James, propagó la teoría filosófica del Pragmatismo, como el único medio de juzgar la verdad de una doctrina moral, social, religiosa o científica, consistente en considerar sus efectos prácticos.

El Pragmatismo juega un rol importantísimo en la vida familiar, social y  laboral de una persona, debido a su tendencia a conceder prioridad al valor práctico de las cosas sobre cualquier otro valor. 

La experiencia personal que a continuación relato, tuvo una reacción muy orientadora en mi, debido a su influencia en la asimilación de los principios arriba mencionados, la cual encausó debidamente su aplicación en la valorización de mis actos y por ende, la formación de mi carácter. 

Debido al trasiego en la familia, ya que pasábamos seis meses huyendo del calor de mi natal Tampico y los otros seis en el clima agradable de Morelia, la diferencia del calendario oficial escolar vigente en ese entonces, me permitió el poder cursar dos ciclos escolares de primaria en un solo año, presentando exámenes a título de suficiencia. Pero en Morelia no pude ingresar a la secundaria por no haber cumplido los doce años de edad reglamentarios. Trámite que si se pudo solucionar en Tampico, por lo que me fuí a vivir con mi abuela materna, persona muy apegada a la religión católica, quien me llevaba todos los días temprano a la iglesia, donde oía la misa y comulgaba, antes de entrar a clases.

En una ocasión, me hinqué en el confesionario ante un sacerdote ya muy entrado en años, quien primeramente me pidió rezace una oración titulada “Yo pecador”, la cual yo no conocía. Ante mi ignorancia, el cura se disgustó y con un coscorrón me despidió a gritos, culpándome de hacerle perder su tiempo. Yo, llorando de coraje, le reclamaba, también a gritos, el porqué me pegaba. Al escándalo, se acercó el obispo, que casualmente pasaba por ahí y me reconoció por el parentesco de mi abuela. Entre sollozos, le expliqué lo que pasaba y echándome un brazo al hombro, me explicó que el cura genioso era su hermano y su carácter se había agriado por achaques en su avanzada edad. Pero que me postrase ante la imágen del Sagrado Corazón de Jesús e hiciese “una confesión espiritual” y que si me sentía arrepentido de mis faltas, pasase a tomar la hostia de la comunión. 

Salí del templo con los ojos llorosos y sobándome mi cabeza, (a pesar de los años, todavía me ”duele” el coscorronazo). Pero juré que nunca más me volverían a agredir sin causa. Así me despedí para siempre de la liturgia católica. De ese aciago suceso, deduje que si yo podía lograr la absolución de mis “pecados” haciendo un análisis de mi actos y aceptara mi error, podía lograr una íntima tranquilidad integral. A mis incipientes once años de edad, me convertí en un iconoclasta y escéptico por consiguiente.

Desde entonces, adquirí la disciplina de que cada noche, antes de dormirme, no importa si llego a casa cansado por el trabajo o alegre por alguna fiesta, no obstante la hora, no debo dormirme sin antes haber repasado cada uno de mis actos desarrollados durante ese día. Si en ese análisis encuentro que hice algo incorrecto, no tengo inhibición en admitir que me equivoqué y enmendar el error al día siguiente. Con ello he ganado algo muy valioso:  

Primero, una paz interior cuya tranquilidad de espíritu ha permitido mantenerme dispuesto a vivir la vida desde un punto de vista alegre y optimista. Mi relación social, sin menoscabo, por el positivismo con que enmiendo mis actos.

Segundo, hay personas que nacen  con el maravilloso don de poder asomarse al interior de sí mismos. Yo no fui de esos. Me costó mucho esfuerzo y estricta disciplina el poder observar lo que se esconde dentro de mi y tener la fuerte decisión de sacar todo lo que se acumula y poder sentirme libre. Valió la pena esa obtención.

Otra conducta subyacente derivada de lo anterior, es la de agradecer a la Vida por cada nuevo día que me concede, con lo cual puedo seguir tratando la culminación de lo que no he logrado, ya sea por inexperiencia o porque me ocupé en otro proyecto prioritario o simplemente por desidia. Pero su verdadero valor reside en la voluntad de intentar realizarlo, consiga o no su culminación. Lo que cuenta es que al menos lo intento, no me quedo vegetando viendo como el tiempo inerte se escurre entre mis dedos.

Procuro no claudicar en mis hábitos de aseo y salud, apariencia personal y mantener, como si fuese una planta que necesita del cuidado de regarse, mi relación de amistad con gente que me aporte lo positivo, no material, necesario para nutrir mi espíritu. Mi actitud se asemeja al interés de un niño que desea aprender todo lo nuevo que ve. 

Cuando me propongo en encontrar la verdad de algo y no logro arribar a un consenso aprobatorio, viene a mi mente aquella contundente frase de Socrates, siempre oportuna y adecuada para esos momentos:  “Yo solo sé que no sé nada”. Pero terco, sigo y seguiré tratando de encontrarla.

                                                                                                                       Héctor Vargas 

Todos los días, el sol se acuerda 
de mí.
Yo, de ti,
hago lo mismo.
Como siempre
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    He aprendido a valorar en forma contundente lo que significa la Vida para mi. Los riesgos a perderla, me hacen meditar lo mucho que debo esforzarme para dar una mejor calidad a mi forma de vivir, de apreciar en toda su valía lo que se me regala, cuando puedo contar con un día más en mi existencia. A no desperdiciar el tiempo que me resta y dejar una huella a mi paso por el mundo.
     
    Cuando amanezco cada mañana, agradezco de todo corazon la gran dádiva de poder tener un día más para hacer lo que me falta por hacer. Todo aquello que he querido y no he hecho por decidia, o por no saber cómo hacerlo; por haberlo pospuesto para mejor ocasión y aún sigue pendiente o por variar en algo diferente a mi propósito inicial.  
     
    Apreciar mejor a las personas que me rodean al interesarme por sus actos, por los méritos que todos hayamos ganado y que poco se aprecian. A entender mejor su forma de ser y si fuese posible, llegar hasta perdonar sus errores. Asi podría tener un mejor conocimiento de cada una de ellas.  Dice el dicho que el perdonar se puede lograr.  Olvidar es más difícil.

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