Por Óscar Cordero
Llegue al consultorio del doctor Montano, apurado. La cita era a las 9:15 y eran las 9:25 de la mañana. --Dígale al doctor que ya estoy aquí –le dije a la recepcionista— El tráfico está terrible, por eso llegue un poquitín tarde—me disculpe. --Hace rato que lo espera—me contestó, lacónicamente, la muchacha—Pase. Abrí la puerta del consultorio, lentamente, y lo vi, sentado, con las manos apoyadas en las rodillas, mirándome fijamente a los ojos. --Buenos días, doc –salude. Discul… --Vienes mal, ¿verdad?—me interrumpió. --Bueno, pues…--balbucee. --Batallas para respirar. --Si, un poco… --¿Un poco? –inquirió—Hasta acá puedo oír tus resoplidos. Pareces buey jalando un arado. No has estado siguiendo mis indicaciones, eso veo. Te has seguido atracando de carne asada, ¿verdad? El doctor se levantó y, de manera amenazante, se paró frente a mí; se puso a mirarme a los ojos. --¿No te dije que comieras frutas y verduras, cabrón?—me gritó en mi cara-- ¿No te puedes mantener alejado de la manteca ni quince minutos, cerdo del demonio? --Bueno, no es para tanto, doc –le dije tratando de calmarlo—Ya he estado comien… --¡Mentira!—me volvió a interrumpir-- ¡Vienes con la carota roja como un tomate! ¡Parece que ya te está dando el ataque cardíaco! ¿De qué sirve que uno se preocupe por ti, si en cuanto sales del consultorio, echas en saco roto todas mis recomendaciones, ¡Ingrato! La verdad, yo siento que no soy ningún ingrato. Cierto es que, la alimentación con que crecemos, de donde yo vengo, no es la mejor, eso lo sé de sobra, Y pues, es difícil cambiar de hábitos alimenticios, así como así. Yo creo que eso tendría que darse poco a poco. Aparte; el doctor Montano ya me ha estado empezando a caer mal: es demasiado estricto. Vamos; yo entiendo que tiene que buscar la forma de hacer que sus pacientes lleven las cosas como debe ser, esto sería, seguir sus indicaciones al pie de la letra. Después de todo, uno viene al doctor con la intención de aliviar sus padecimientos. Y es lo que el doctor está tratando de hacer. Pero, ¿que el doctor se ponga así de gritón? En veces llega a ser hasta ofensivo, por lo menos conmigo. Aunque, si yo fuera más metódico, y si me preocupara un poco más por mi salud, el beneficio sería para mí mismo. Eso no está en duda. Bueno, creo que después de todo el doc tiene razón. --¿De qué hablamos la última vez que viniste? ¿No recuerdas que te dije que el encargado del laboratorio me comentó que, así como traías de alto los triglicéridos, no era posible que estuvieras vivo? El pensó que se había equivocado con el análisis, y con lo que le había quedado de la muestra de sangre, volvió a hacer otro análisis; y volvió a salir igual. ¿Te lo dije si o no? --Claro que sí me dijo. Pero ya cálmese, doc. Por el amor de dios… --Entonces ¿Por qué no obedeces, infeliz?—me espeto—De pronto, se puso de pie, se quitó el estetoscopio que traía en sus hombros, lo hizo bola con las dos manos y me tiró con él. Poco faltó para que me diera en los hocicos; de todos modos me lo terció en medio del el cogote. --¡Ya me voy, doc—le dije, encaminandome hacia la salida—nos vemos en otra ocasión que esté más calmado. --¡Ah! ¿Me vas a dejar chiflando en la loma, desgraciado? ¿Te vas a ir como los cobardes?—siguió gritando como un poseso. Mientras gritaba, manoteaba como queriendo agarrarme del pescuezo. Su corbata roja aleteaba para todos lados y el pelo le había caído en la cara dándole el aspecto de un energúmeno—¡después de que lo único que uno quiere, es sacrificarse por ustedes, cabrones. ¿A quién crees que le echa la culpa la gente cuando los ven todos panzones y enfermizos? ¡A los doctores! Dicen que no sabemos hacer nuestro trabajo. “Los matasanos” nos llaman. Que somos una mafia y no sé qué mierdas más, que los mantenemos enfermos porque así ganamos más dinero. ¡Que las vacunas son para inocularles virus y bacterias y más vilezas! ¡Arrímate para retorcerte ese grasoso pescuezo, marrano! La recepcionista había oído el escándalo y corrió hacia el consultorio a ver qué pasaba; lo encontró tratando de pescarme por por el cuello, cosa que yo no le iba a permitir. En el último intento que hizo, tropezó con una silla y cayó al suelo. La recepcionista corrió hacia él --¡Está mal, está mal—gritó la mujer, después de examinarlo por un momento-- ¡auxilio!, ¡ayuda! ¡No tiene pulso, por dios!-- Rápidamente llegó otro doctor y una enfermera y se pusieron a atenderlo. Yo, simplemente, salí sin despedirme. Una semana después, le hice una llamada de cortesía a la recepcionista. No era como que me importara mucho la salud del Dr. Montano, más bien solo una atención hacia el personal de la clínica, puesto que, tengo anos yendo ahí y he sido, en general, bien tratado. --¿Cómo está, Marcia? <<Así se llama ella>> ¿Qué hay de nuevo por ahí? –pregunte. --Bien, bien, señor. ¿Y usted?—preguntó, a su vez— --Bien, también—contesté—quería saber, ¿Por qué estaba el Dr. Montano tan de mal pelo, el otro día, Marcia? --Ah, bueno—respondió—Es que el Dr. Se toma un scotch con agua todas las mañanas, y resulta que, ese día no pudo porque se había terminado la botella el día anterior. Eso lo puso tan irascible. Pero, usted no supo qué pasó con el Dr. ¿verdad? --No—conteste. --El doctor Montano murió, fíjese—me dijo en voz baja-- Un ataque fulminante al corazón… por colesterol alto. Oscar L. Cordero otoño/2022
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