Por Óscar Cordero
Jaime apagó el celular y se acomodó en el asiento. Había visto al hombre dar vuelta en la esquina y dirigirse, con paso errático y tambaleante, hacia su taxi con la aparente intención de solicitar servicio. A esa hora, Jaime ya estaba a punto de irse a casa pues ya era tarde y no le gustaba mucho la idea de llevar a este cliente a su destino, pero como ese día había habido poco trabajo, decidió hacer ese último viaje. El hombre llegó, abrió la puerta trasera del auto y subió. --¡Dale pa’ Tortilla Flat!—dijo en tono autoritario. --¿Para dónde?—preguntó Jaime. --Pa’ Tortilla Flat, ¿qué no oyes? ¡Voy a ver a mi hermana! A Jaime se le hizo extraño el tono en que le habló y supuso que el hombre, simplemente, habría tenido un mal día. Arrancó el motor y tomó el rumbo hacia el este para buscar el acceso a la carretera “60” que los llevaría hacia Apache Junction, y de ahí a Tortilla Flat, finalmente. Mientras avanzaban, el pasajero se fijaba con insistencia en algunas prostitutas que caminaban por las aceras de la popular Van Buren en espera de algún cliente. --Míralas!—le dijo el pasajero a Jaime—¡Qué lindas están, ellas! --¿Lindas? --¡Claro! Son lo mejor que hay… hasta para formar una familia… Con una “vieja” de esas nunca falta el pan en la mesa; son muy “busca la vida” ¿Qué no, vato? Por lo menos eso dice mi tío. “Este tipo está más loco que una chiva” pensó Jaime. Tomaron la carretera al este y continuaron su viaje mientras veían cada vez más cerca el contorno de las “Superstition Mountains”, las cuales se sitúan cerca de la bifurcación donde el camino gira hacia el noreste rumbo a Apache Lake. Jaime observaba, ocasionalmente, al pasajero y lo veía gesticular de forma extraña, al grado de que ya se estaba sintiendo un poco nervioso. Minutos después, cruzaron el puente que se eleva sobre las apacibles aguas de Apache Lake, que a esa hora reflejaban una luna en cuarto creciente la cual, en su viaje por la bóveda celeste, parecía que se acercaba a uno de los riscos que rodean al tranquilo lago. Un momento después, como a las once de la noche, llegaron a Tortilla Flat. No bien se hubo estacionado el taxi enfrente de la casa, el pasajero ya estaba bajándose, apresuradamente, y se dirigía hacia la puerta. --¡Hey! ¿A dónde va?—le preguntó Jaime--¿Qué no va a pagarme? --Yo no tengo dinero—respondió el pasajero. Acto seguido, se dirigió a la cerca de la propiedad y la brincó con facilidad, desapareciendo al otro lado para no volver a salir. Jaime, enojado, se dirigió a la puerta de la casa y tocó el timbre con insistencia. Un minuto después apareció en el umbral una señora despeinada y enojada. --¿Qué quiere?—inquirió. --Que me pague—replicó Jaime—Acabo de traer a su hermano desde Phoenix. Nomás se brincó la barda y me dejó chiflando en la loma. Me debe ochenta dólares, señora. --Cóbrele a él; yo no tengo dinero—contestó ella-- Además, ¿Cómo se le ocurre hacerle caso? ¿Qué no vió que él está mal de la cabeza? ¡Me acaban de avisar que apenas ayer se escapó del sanatorio! Agradezca que le fue bien a usted; ¡en otras ocasiones le ha dado por agarrar a patadas a los taxistas que lo traen! Mientras conducía de regreso a Phoenix, sin haber cobrado un dólar, Jaime recordaba sus mismas palabras: “Este tipo está más loco que una chiva… ” Oscar L. Cordero Verano/2021.
1 Comment
Ivette Escobar
6/30/2021 00:57:17
Me encantó el modo de narración que tiene. Me mantuve interesada en el contenido. Tanto que voy a tener que visitar tortilla Flat. Tengo 26 años aquí en Phoenix y no había escuchado de ese lugar.
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Oscar Cordero
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