Amaranto Arizona
Sonia Silva-Rosas Mercedes Esa mañana despertó muy temprano, abrió los ojos, incluso, antes de que sonara el despertador. Estiró su cuerpo, respiró hondo, talló sus ojos y se levantó de la cama para dirigirse al baño. Se miró en el espejo y se dio cuenta de que sus ojos estaban perdiendo ese brillo que les obsequia la juventud. Le invadió un poco de tristeza… más bien melancolía. Abrió la regadera, se quitó la ropa y con mucho cuidado se metió a la bañera. Mercedes era una mujer muy cuidadosa, se detenía en los detalles y le encantaba tomar precauciones, por eso es que había colocado una jerga a la salida de la regadera y siempre tenía a la mano lo indispensable para evitar salir del baño y exponerse a sufrir algún accidente. Terminó de bañarse. Secó su cuerpo con la toalla blanca, la más suavecita, ésa que parecía como de algodón, y el aroma a mandarina invadió el cuarto de baño. Aspiró, se sintió con energía y, ya muy animada, salió del baño rumbo a su recámara. Mercedes no era muy dada a usar vestido, pero, ese día -se dijo- era distinto. Abrió el ropero y buscó aquel vestido rojo que había comprado hace algunos años en Liverpool. Ese vestido era uno de esos gustitos que muy pocas veces se daba Mercedes. Con mucho cuidado lo sacó del ropero y lo extendió en la cama para, después, buscar los tacones nuevos que se había comprado en la quincena, unos tacones de charol que combinaban muy bien con ese vestido. Así, en calzones y con las tetas al aire, Mercedes se inclinó y buscó debajo de la cama, sacó de ahí una caja y de la caja los tacones que parecían brillar de tan nuevos que estaban. Después de colocarse el sostén, Mercedes se metió en el vestido y echó un ojo al espejo: le encantaba cómo se veía, algo distinta y radiante, bonita. Una gota de perfume, maquillaje y, listo, los tacones para salir y llegar a tiempo al trabajo. Antes de salir de casa se preguntó si acaso no era un exceso ir tan arreglada a la oficina…se quedó ahí, con la puerta entreabierta y con bolso y llaves en la mano… No, en definitiva, no era un exceso y, la verdad, se sentía bastante bien esa mañana. Salió de casa, cerró la puerta, doble llave y Mercedes por la banqueta radiante. Sentía que todo mundo la veía. Se encontró a la envidiosa de Rosaura y siguió caminando, así, firme, rumbo a la parada del camión. Justo al dar vuelta en la esquina, el cuerpo de Mercedes recibe el impacto de un camión de volteo que se había quedado sin frenos y, en su carrera, había subido a la banqueta. Después de recibir el golpe, el cuerpo de Mercedes es arrastrado por un largo tramo para quedar, al final, justo debajo de la unidad. Las vecinas gritan, la gente se arremolina entonces para presenciar la tragedia y el operador del camión sale corriendo del lugar. Cerca de una de las llantas ha quedado uno de los tacones. Ahí, ya sin vida, aún reluciente, el zapato da cuenta de que sería un día caluroso pues el sol se refleja en él y brilla en lo alto. © Sonia Silva-Rosas
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May 2021
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