Por Sonia Silva-Rosas
Nueve meses de confinamiento. Nueve meses. El tiempo justo para dar a luz, para el nacimiento. Así me siento precisamente: en un despertar. Es como si hubiera estado dormida durante mucho tiempo, como si, de a poco, comenzara a regresar de donde andaba. Para muchos, el confinamiento ha sido una gran pesadilla. Cuando inició todo, allá por la segunda mitad de marzo, supe muy bien que las cosas se pondrían complicadas; sin embargo, conforme fueron pasando las semanas, me fui dando cuenta de que, en realidad, el encierro debía decirnos algo, debía ayudarnos en algo. En mi caso, el confinamiento ha ayudado al redescubrimiento. Si bien es cierto que los avances en la tecnología son algo que debemos agradecer, también es cierto que, en ocasiones, esos avances no siempre juegan a nuestro favor. Hasta antes de que la pandemia nos obligara a confinarnos, vivíamos “encerrados” en otra sala de estar, la sala de las redes sociales, los videojuegos, los teléfonos móviles, la televisión y la Internet. Observábamos en restaurantes, en plazas, en centros comerciales a familias que no platicaban entre sí, a parejas que no se ignoraban, a las personas como habitantes de pequeñas islas en las que la tecnología era dueña y señora. Cuando el confinamiento dio inicio, la gran mayoría pensó que sería genial estar algunas semanas encerrados en casa, pendientes de las redes sociales, en videojuegos o escuchando música sin que existiese alguien de la oficina, del negocio o de la escuela que pudiera interrumpir ese espacio que se añoraba: la soledad de una habitación, el momento de escapar del ir y venir cotidiano. Sin temor a equivocarme, todos pedíamos tan sólo un momento para no salir de casa y recobrar fuerza… Nunca nos imaginamos que ese momento se fuera a prolongar nueve meses. Ante esta “nueva normalidad” (detesto ese término) nos planteamos ahora cuál es la situación de la familia ante el uso de las nuevas tecnologías en nuestros hijos adolescentes, entre los jóvenes. No me negarán que, cuando inició el confinamiento, llegamos a pensar que nuestros hijos, adolescentes la gran mayoría, dejarían a un lado sus teléfonos celulares y sus Laptop para platicar en familia, para retomar temas durante la cena o participar en reuniones familiares abordando temas de interés, como las familias de antes, las familias de allá por los ochenta, noventa, que no tenían idea de lo que se acercaba. Tampoco me negarán que somos unos ilusos pues, lejos de nivelar el uso de las TIC y convivir con la familia, nuestros hijos se crearon la consigna de subir a sus redes sociales fotografías, estados de ánimo y hasta las reuniones con sus amigos que, de manera clandestina, organizan cada fin de semana. Lamentablemente, el confinamiento abre a nuestros hijos la oportunidad, el tiempo y el espacio, para que utilicen teléfonos celulares, laptops e Internet a toda hora. Caen fácilmente en el abuso y olvidan que deben dedicar tiempo para llevar a cabo otras actividades como la comunicación familiar, la lectura, las tareas escolares. Nuestros jóvenes y adolescentes deben sacar provecho de las TIC para lograr avances académicos e, incluso, comenzar trabajos de investigación. Durante este prolongado confinamiento, y como padres de familia, debemos delimitar el número de horas que pueden dedicar a la televisión o a sus redes sociales; así como definir las reglas y supervisar las páginas WEB que visiten y a las que puedan tener acceso; todo lo anterior respetando, también, la intimidad de nuestros hijos. Debemos ser muy cuidadosos en este último aspecto. Nuestro compromiso como padres de familia, en este confinamiento, es que nuestros hijos entiendan que enfrentamos una pandemia mundial, que para nada se trata de vacaciones prolongadas y que todos continuamos en riesgo. Que este confinamiento nos sirva, como familia, para redescubrirnos, para reencontrarnos y solucionar pendientes con nuestros hijos, con nuestra pareja e, incluso, con nosotros mismos.
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Sonia Silva-Rosas
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May 2021
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