Daniel Camacho Higuera. Pericos Sinaloa 1940. Actualmente radica en Hermosillo, Sonora. Tiene 40 años en el oficio de libros como vendedor. Escribidor tardío de versos Carrizos tiernos, (la Cábula, 2000). Hacedor de cuentos. Atrincherado en las letras orales desde hace más de diez años como Abuelo Cuentacuentos. Miembro de Escritores de Sonora, A.C.
LA TOMATODO Daniel Camacho Higuera Ella era de la tribu Pima. Nació con abundante pelo negro y muy brilloso como plumas de cuervo, tanto, que todo mundo decía que nunca habían visto una princesa así, porque ella era una princesa, bisnieta de un rey indígena muy respetado. Ese nombre tan raro en una niña tan bonita así lo quisieron sus papás porque en cuanto nació, empezó a tomar cosas para chuparlas; primero los dedos de sus manitas, luego la cobija, la nariz y orejas de su mamá; y también las trenzas de su papá cuando se agachó a darle un beso. Todo se lo llevaba a su boquita. Y La Tomatodo creció juguetona como las zorras y gustaba de tener muchas amiguitas, pero así como crecía de bonita y vivaracha, era también la vergüenza de sus padres, y de la población Pima por el hechizo de su nombre porque a ella, lo que más le gustaba era robar y lo hacía compulsivamente; todos los días era de meterse en las casas de sus vecinos y robarles a sus amiguitas sus cosas y esconderlas. Con el paso del tiempo llegó a las doce primaveras de su nacimiento; luego su primer noche de luna llena cuando todos los padres de los niños menores de doce otoños se los llevaban a su tradicional retiro, el de la Noche de Aprendizaje Guerrero, que se daba en los lejanos bosque y montañas del sur. Ahí les enseñaban las artes de la cacería, pesca, hacer jaulas, piolas con hilos de plantas, recolección de frutas y a reconocer plantas medicinales. Pero ese día de Iniciación Guerrera, La Tomatodo hizo trampas y a un descuido de sus papás, se regresó a la aldea para robarle a los viejitos inválidos sus alimentos y cuando estaba metiendo su mano por una ventana para robarle su carne seca de venado a una ancianita que dormía… ¡ZZZTROWOOOZZZ!, le cayó un rayo sobre su mano derecha y se la trozó tan fuerte que voló por los aires para perderse en las lejanías del monte. Esa tarde noche, cuando sus padre se habían cansado de buscarla en el monte la encontraron desmayada sobre un gran charco de sangre y con un color de muerte en su carita bella. Ellos con muchas dificultades la revivieron pero cuando la niña se dio cuenta que le faltaba su mano derecha pegó un grito de espanto y no dejaba de llorar pidiendo que se la pusieran en su lugar, pero para su desconsuelo, sus papás, a manera de regaño, le dijeron que un coyote mañoso se la había comido. Luego, el Brujo Mayor de la tribu fue a verla y le dijo muy enojado: Nuestro Dios de la Lluvia y el Trueno, te ha castigado por andar robando cosas. Y por eso La Tomatodo vivía con mucha tristeza hasta que una noche, unos raros cosquilleos en su cabecita la despertaron. ¿Quién me hace piojito?, preguntó asustada y al no ver a nadie junto a ella se incorporó para correr toda asustada y entonces escuchó una voz que le dijo: ---¡Sschit!, no te asustes, soy yo, tu mano, la que me arrancó de ti el maldito rayo; entonces, ella agarró con mucha alegría su mano y la besó muchas veces, sin darse cuenta que su mano era una… ¡Mano Peluda! Era tanta su alegría, que no tuvo susto porque su mano tuviera muchos pelos y que pudiera platicar con ella. Luego la acomodó en su morral y le dijo: ---ésta será tu casita y esa noche y otro día a todas horas no dejaban de platicar las dos como viejas amiguitas. Tiempo después, llagó a la vivienda de La Tomatodo el Brujo Mayor para avisarle que otro día era Luna Llena y sería tomada en ceremonia como esposa por Sapo Sentado. Ella se enojó mucho por eso y dijo que no, que no quería ser esposa de a ese feo tonto. El jefe de la tribu le dijo: Por tu rebeldía morirás en sacrificio a los dioses, y se fue, pero esa misma noche La Tomatodo escapó de la aldea. A ella le gustaba ver las montañas del sur cuando se ponían blancas de nieve y soñaba con ir a jugar sobre el hielo. Por eso escapó de su casa llevándose a su Mano Peluda. Tras muchos días de penosa caminata llegó a las montañas blancas bajo una fuerte nevada y con muchos trabajos subió a refugiarse en una profunda cueva. Pasaron muchos días y la tormenta no cesaba; La Tomatodo ya no pudo soportar más las bajas temperaturas, y por falta de alimento se durmió para siempre. ¡Ah!, pero la Mano Peluda muy astuta y ya toda canija se metió por la boca de la niña hasta el estómago y finalmente, ella también murió de frío. Muchos siglos después unos mineros del pueblo de Yécora buscadores de metales se metieron a esa cueva y encontraron a La Tomatodo hecha una momia. Luego avisaron a las autoridades y unos científicos le hicieron muchos estudios con rayos X y dijeron que era una mujer Pima y que había muerto embarazada. Después se la trajeron al museo de la Universidad de Sonora y le pusieron por nombre: La Momia de Yécora. Pero los viejitos de la tribu Pima dicen que no tiene un bebé en su pancita. Eso que le vieron con Rayos X es la Mano Peluda de la Tomatodo. Del libro: La Tomatodo y otros cuentos, Tercera edición, de © Daniel Camacho Higuera (El abuelo cuentacuentos). Editorial Mini Libros de Sonora.
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EL HOMBRE DEL VIENTO DE DOÑA MARÍA*
Alma Benigna Valenzuela García Bajita y rechoncha, con paso menudo, agitaba sus brazos sin ton ni son, mientras vociferaba en voz alta a la par que golpeaba sus muslos y sacudía sus enaguas. —¡Quítese, quítese de aquí, viejo cochino! ¡No me toque! ¿Qué no ve que soy una mujer decente?... ¡Quítese le digo!—Gritaba moviendo su cadera de un lado a otro...— ¡Viejo cochino, viejo cochino!... ¡Huevos chiclosos! ... ¡Viejo, huevos chiclosos!—Seguía gritando mientras apuraba el paso y atravesaba el patio de la casa para atender el llamado de su nuera... —¡Doña María! ¡Doña María! —Se escuchaba del interior de la vivienda. Ella apuró más su paso sin dejar de rezongar con quien, travieso, tocaba su cuerpo y metía sus manos bajo sus enaguas. —¡Quítese le digo! ¡Qué se quite! Todavía alcanzó a decir antes de traspasar el umbral de la puerta de la casa. —¡Ay, Doña María!, otra vez con sus cosas... Usted no tiene remedio—Le dijo su nuera en cuanto la vio. Doña María era una viejecita linda de aproximadamente 89 años, de cuerpo redondo y rechoncho. Su piel blanca, casi transparente, se sonrojó ante el reclamo de su nuera... —No... no, hija, no son cosas mías, es este hombre del viento que no deja de molestarme, Yo le digo que soy una mujer decente, que no me enseñe sus partes, que no me toque; pero no me hace caso. En cuanto salgo de la casa, él me persigue con sus cochinadas y no me deja en paz. —Mire, Doña María, ese hombre no existe, sólo está en su imaginación. Si usted no piensa en él, no va hacerle nada. No piense en él—Le dijo su nuera con voz suave, como si se dirigiera a una niñita. —No hija, aunque no piense en él, existe. El hombre del viento existe y está ahí afuera, esperándome, aunque tú ni nadie lo vea—Dijo Doña María en tono enérgico y seguro, y se metió a la cocina a hacer negocio. Nadie podía convencer a Doña María que su hombre del viento, como ella le decía, sólo existía para ella; para los demás era el hombre invisible, producto de su mente vieja y trastornada y de la soledad en que vivía desde la muerte de su esposo. *Del libro Elvira “la loca” Y Otros relatos de Alma Benigna Valenzuela García (Editorial Mini Libros de Sonora, 2018) Autorretrato Nací a unos días de la llegada de un acogedor otoño, un año después del medio siglo veinte. Las cálidas arenas de las calles de mi pueblo, fueron cobijo de mis descalzos pies que en mi niñez disfrutaba tanto; aún en estos días cuando voy a visitar a mis muertos, no puedo resistir la tentación de quitarme los zapatos y caminar sobre esas arenas que añoro tanto. Mi pueblo - Empalme, Sonora, es y ha sido cuna de muchos poetas, entre los que se encontraba mi padre: Edgardo Valenzuela Corona - ferrocarrilero de profesión y poeta de corazón. Mi madre, Benigna García Ramírez, llenó de ternura y amor mi infancia; así como empapó mi alma de aroma a café recién tostado y tortillas “sobaqueras” que todas las tardes hacía en compañía de mis tías y de mi abuela. Soy la menor de cinco hijos: María Emilia, Carlos Orlando, Blanca Inés y Evangelina son mis amados hermanos. Al concluir la preparatoria, mis alas y deseos me trajeron a esta ciudad capital donde estudié la Licenciatura en Letras en la entonces famosa escuela de “Altos Estudios” de la Universidad de Sonora. Fue ahí donde conocí al padre de mi primer retoño: Belén Tamara. Seis años después al padre del segundo: Cristian Rodolfo, dos partes de mi alma y a quienes amo tanto. Trabajé en varias Instituciones, siempre de maestra, vocación que estuvo presente en mí desde que tuve uso de razón y dije lo que quería ser. Compartí con miles de estudiantes del Colegio de Bachilleres del Estado de Sonora, Colegio Central de Comercio, Colegio Progreso, Universidad del Noroeste, la misma, escuela donde realicé mi bachillerato, Escuela por cooperación Felipe de Jesús Robles Tovar en mi natal terruño, y hasta un semestre en nuestra “Alma Mater”, Unison. Hoy, ya retirada de estos quehaceres, deseo compartir con ustedes un poco de lo que mi pluma inquieta escribió entre los años de 1980 al 2000. Historias que me trasladan a mi niñez, vagando por las arenosas calles de mi pueblo. Alma Benigna Valenzuela García |
AuthorEsta sección de Peregrinos y sus letras, será dirigida por Esteban Domínguez (1963). Licenciado en Letras Hispánicas (UNISON). Ganador del concurso del libro sonorense en el género de novela en el 2002. Su libro de cuentos Detrás de la barda fue seleccionado para las bibliotecas de aula de la SEP en el 2005. Ganador del Concurso del Libro sonorense, 2010 en el género cuento para niños, con el libro El viejo del costal. Fue presidente de Escritores de Sonora, A.C. y actualmente dirige la Editorial Mini libros de Sonora. Archives
April 2020
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