Beda L. Domínguez. Escritora, Poeta, Periodista. Miembro de ESAC y Poetas del Mundo. San Luis Rio Colorado Sonora. México. AMARILLO (La sombra subrepticia) Beda L. Domínguez La fila para cruzar hacia San Luis México es relativamente corta, pero el tiempo de espera se le hace eterno al joven Rodino aquella fría noche de enero, quien medio dormido a causa de las prolongadas desmañanadas y los largos periodos de trabajo en los campos agrícolas de Estados Unidos, espera resignadamente en su camioneta poder pasar por fin a México y llegar a descansar a su departamento. Supo que se había dormitado frente al volante cuando volvió de su modorra al sentir que alguien se sentaba junto a él, lo extraño es no haber escuchado la puerta del auto abrirse para que se subiera y junto a su sorpresa estaba la indignación que no le había dicho nada, ni pedido aventón siquiera como para que ahora, esa persona esté sentada tan plácidamente junto a él. ¬¬ ¿Qué le pasa amigo? ¿Quién lo invitó a subir? le dice el joven al fortuito pasajero de quien no obtiene ninguna respuesta, sólo siente cómo esa persona, o lo que sea, lo mira fijamente, como si absorbiera cada una de sus respiraciones o recogiera para sí, cada uno de los violentos latidos de su corazón, producto de su presentimiento de que algo malo está pasando. Un escalofrió lo invade cuando se da cuenta que el rostro de su indeseado pasajero le es muy familiar, aunque un tono amarillo en su piel lo vuelve extraño, es un tono que lo ciega de repente, parece que brilla mucho, tanto que se tiene que restregar los ojos que heridos reaccionan ante el fenómeno de la luz intensa que produce el color de aquel “ser” que lo ha abordado subrepticiamente. Felipe reconoce que es como ver un holograma de sí mismo. Se restriega los ojos de nuevo y se da cuenta que ya no hay nadie, ¡Vaya manera de perder la conciencia! ¡Ya hasta ando mirando cosas que no son! Piensa molesto. Un leve ruido en el capacete de la camioneta lo distrae, se baja y la revisa completamente y comprueba que no hay nada, sube y por fin pasa la línea y llega así a su departamento ubicado a un costado de un conocido supermercado de la calle Sexta y Av. Félix Contreras. El muchacho baja pausadamente de su camioneta, aún nervioso bajo efectos de la impresión que se llevó con el suceso en la línea. Continúa rumbo a su departamento y desde lejos ver cómo algo gelatinoso y amarillento parece recorrer los techos de los departamentos. Sacude la cabeza pensando que está sugestionado, llega al departamento y cuando abre la puerta mira cómo “ese algo amarillo” se ha “colado” antes que él entre, sin que lo pueda evitar. Totalmente atemorizado, enciende todas las luces, revisa todo el lugar palmo a palmo, se da cuenta que no hay absolutamente nada. Fatigado por la jornada laboral y las emociones, trata de olvidar todo lo sucedido y decide darse un baño, después queda dormido profundamente. Su sueño es interrumpido cuando de nuevo se siente observado, de pronto está totalmente despierto y sabe que cerró muy bien puertas y ventanas, que es casi imposible que alguien haya entrado. Decidido abre los ojos y ve sobre él, flotando, aquel ser amarillento que lo mira fijamente, sus ojos parecen reflejar los suyos, su piel casi toca su piel que irradia ese extraño color, su aliento, casi se confunde con el aliento fétido del “ente”. Está petrificado, nada puede hacer, no atina a mover ni una pestaña, el “ente” se eleva. Felipe lo ve cómo parece filtrarse al techo como si fuera una mano más de pintura, pintura amarilla, pintura incolora, pintura que por fin, se ha difuminado. La claridad del día invade la habitación, Felipe yace inconsciente, incoherente, con la vista fija a ninguna parte. ꟷEl leve color amarillo de su piel indica algún problema hepático, quizás tomaba mucho alcohol,- dicen los médicos en la junta donde comentan el caso-, los jóvenes creen que no les afecta el hígado, que pasarán años antes de que presenten algún efecto secundario a tanta disipación. ꟷTambién hay que descartar si no trae alguna colelitiasis,- dice uno de los cirujanos-, o hepatitis-, dice otro. ꟷLo extraño es que es la tercera persona que ha habitado en esos departamentos y que es encontrada inconsciente e incoherente y con los mismos síntomas, con el mismo tono en su piel,- agrega la trabajadora social quien ha seguido el caso de los tres pacientes antes mencionados. ꟷHay que avisar a Salubridad- dice el Jefe del Área Clínica del Nosocomio-, quizás exista alguna mascota habitando ahí con algún virus, y lo está transmitiendo a los inquilinos, no hay que olvidar que uno de los pacientes al parecer tenía una gata de angora, y que cuando lo iban a subir a la ambulancia, el animal se erizaba furioso y casi hiere con sus garras al camillero. Dice el muchacho de la Cruz Roja que la gata parecía estar poseída, que sus ojos tenían un color amarillo muy extraño. ꟷTodos ustedes saben muy bien que un virus entre otras cosas, puede causar alucinaciones-, interrumpe diciendo uno de los médicos de reciente ingreso-, lo digo por el único paciente de los tres encontrados que tuvo la fortuna de recobrarse un poco, pero que al parecer no quedó bien de sus facultades mentales, ya que se la pasa diciendo que ese algo amarillo que los pinta, es algo que se le subió en la línea, del otro lado, que se vino con él trepado en el techo de su camioneta y que está escondido entre los techos de los departamentos, que cuando alguien abre la puerta se mete sin que lo puedan evitar y espera que se duerman para absorber su energía vital, aspirando su aliento. ꟷSuena tenebroso verdad, dice uno de los galenos al mismo tiempo que disimula el escalofrió que lo recorre. ꟷ¡Son patrañas! ¡Cosas que inventa la gente!- Exclama de nuevo el joven Médico, al tiempo que les da la espalda y fingiendo mirar por el amplio ventanal por donde radiante entra la luz del día-, yo tengo ya algo de tiempo que vivo ahí. Desde que llegué de Tijuana me recomendaron ese lugar por tranquilo, accesible y cerca de todo, incluso, cuando me hablaron del tema fue tanta mi curiosidad que pedí mi cambio al departamento que tenía ese muchacho, el Rodino, y nada me ha sucedido, mírenme, aquí estoy, sano y salvo. Todos ríen, relajándose de la tensión que poco a poco los había ido invadiendo y acto seguido se retiran a continuar sus labores de costumbre. El joven médico los ve marcharse mientras disimula una sonrisa y se despoja de su lentes oscuros, los cuales usa a diario y en todo lugar alegando una fotobia causada por un antiguo accidente de trabajo y que le ayudan a ocultar el tinte ictérico delator que asoma a sus ojos. “Amarillo” con toda la calma del mundo se coloca de nuevo sus lentes, marca en el interphón y pide a su guapa secretaria que por favor le pase a su siguiente paciente o… ¿Víctima? © Beda L. Domínguez
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Gloria Teresa Cincunegui. Nacida en Salto, Uruguay, en el año 1951, Actualmente vive en Hermosillo, Sonora, México. Es miembro del taller de Autobiografía, dirigido por el maestro Francisco González Gaxiola de la Universidad de Sonora. Participa en los cuatro encuentros “Edmundo Valadés”, Mujeres en su tinta, Horas de Junio, Bajo el Asedio de los signos, “Escritores en mi escuela”, Mujeres sin frontera. Publicaciones: “Donde el corazón hace patria”, Salto en mi corazón, Verdadera amistad, Rescol Dos.
Oportunidad del destino Gloria Teresa Cincunegui El camión estaba repleto con gente que se dirigía a esa hora de la mañana a su trabajo, algunas viajaban de pie. Un niño de 5 años que no pasaba el metro de altura, apenas se veía por entre las personas y los asientos, levantaba más la voz para que se dieran cuenta de su presencia. -Caramelos… dulces… chicles…pastillas. - Dame esa bolsita,- le dice una pasajera, quédate con la feria. Muy contento contaba su dinero, ya se había hecho el día, la señora bonita le había dado 50 pesos, con eso su mamá se pondría muy feliz y cocinaría para otros cuatro hermanitos que habían quedado en la precaria casa donde el frío junto al hambre formaban un binomio perfecto para las futuras consecuencias de su desarrollo emocional. Walter, que así se llamaba ese pequeño de ojos color café y pelo güero que a su corta edad tenía la responsabilidad y preocupación de llevar dinero diario a su familia era el mayor de cinco hermanos, su mamá con apenas 22 años lo llevaba al crucero de camino Maldonado y Libia todas las mañanas y lo subía a un camión. Sus cortas piernitas no lograban trepar esos escalones. Era una mañana lluviosa en Montevideo, eligen un camión y allí se va Walter con su vocecita de sueño aun ofreciendo su mercancía, tenía la indicación de su mamá de seguir el trayecto sobre el vehículo hasta llegar al crucero de 8 de octubre y Propios distante a unos 10 kilómetros. Era muy bien elegido el lugar, pues allí era una parada obligatoria, donde subía y bajaba mucha gente, aparte por seguridad del niño había semáforos, donde cruzaría la avenida y volvería a su casa en otro camión donde alguien piadosamente lo ayudaría a subir. - Caramelooooossss…, candes… Muchas veces era cuestionado por personas preguntándole por sus padres, él ya sabía lo que tenía que contestar, muy seguro decía “están trabajando”. Ese día iba a ser diferente, él no lo sabía, el destino intervendría en su vida. Hizo el trayecto de rutina, pero esta vez, tras el susto del pequeño el camión no se detiene donde acostumbraba. Su cabecita era un remolino de emociones el miedo se había apoderado de él no sabiendo qué hacer. Cuando el camión se está por detener, se tira cayéndose en plena calle donde es alcanzado por una de sus llantas. -POBRECITO…POBRRECITO TODOS GRITABAN corriendo a ayudar al pequeño que agonizaba- llévenlo allí, hay un hospital, decía un transeúnte mientras señalaba cruzando la calle un edificio de tres pisos. Le dieron los auxilios correspondientes, fue intervenido quirúrgicamente, aun sin la autorización de ningún adulto, pues nadie vino a verlo ni preguntar por él. Ya no era posible continuar ayudando al niño. Había pasado un mes y sin que se hiciera responsable alguna persona mayor, pasaría a una institución pública y a su vez a un asilo de menores. Una enfermera quien se había encariñado mucho con el niño se hizo responsable pagando todos los gastos médicos. Le propuso al niño la adopción, llevaría a Walter a vivir con ella y su esposo médico a una casa decorosa y nada le faltaría. El niño no quería por nada del mundo, lo único que le preocupaba era su madre y sus hermanos. Al explicarle que solo tenía dos opciones o se iba con ella o a un asilo, Walter aceptó a esa familia que no había podido tener hijos que se ofrecía ayudarlo, puso como condición ir a ver a su madre. Ante la rotunda negación de la enfermera explicándole que ellos lo iban a ayudar y tratar como a un hijo pero él, poco a poco se tendría que olvidar de lo vivido hasta el momento. Muy difícil para un niño de 5 años aceptar y comprender esa realidad. Aceptó, fue la mejor decisión y posiblemente la única que el destino le brindaría, pero muy dentro suyo sabía que eso era imposible. El niño creció con esa familia quien le dio amor, bienestar y buenos ejemplos, educación en los mejores colegios sin embargo antes de dormirse cada noche rezaba por su familia biológica que nunca había olvidado. El niño creció, se graduó con excelentes calificaciones, se recibió de médico, pero nunca dejó de ayudar a su madre y hermanos sin sentir como suya a la familia adoptiva. © Gloria Teresa Cincunegui Ricardo Rodríguez Mijangos. Cd. de México. Reside en Hermosillo desde hace más de 30 años. Trabaja en la Universidad de Sonora como investigador en el área de la física. Ha publicado los libros: En el país de las Maravillas científicas, Historias de viajes y Memorias alrededor de la Investigación científica.
VIAJANDO EN TIEMPOS DE EPIDEMIA Ricardo Rodríguez Mijangos Esta historia comienza con la recepción de un E mail en mi cuenta de correo electrónico en la tercera semana de abril, invitándome a un Foro Consultivo de Ciencia y Tecnología. La Universidad estaba paralizada por una huelga de trabajadores administrativos. Me pagaban dos noches en el hotel Camino Real de la ciudad de México con sus respectivas comidas, los días jueves 23 y viernes 24 de abril de 2009. Inmediatamente envié una respuesta aceptando la invitación y procedí a arreglar mi vuelo para llegar el miércoles 22 de abril a la que era casa de mi mamá y actualmente se hospeda mi hijo Riky de 21 años que está realizando estudios profesionales. En mis arreglos llevaba los pasajes para viajar mi hijo y yo a Huatulco, saliendo el sábado y regresando el lunes a la ciudad de México. Debido a la huelga, esperaba aprovechar el tiempo quedándome la semana para trabajar en investigaciones pendientes con mis colegas del Instituto de Física de la UNAM. Desde luego, me dio mucho gusto llegar el miércoles en la noche. Abrazar y platicar un rato con mi hijo antes de acostarnos comentándole que al día siguiente saldría al Camino Real y el sábado por la mañana quedamos en vernos en el Aeropuerto, para salir a Huatulco. En el evento, en el Camino Real, que se desarrolló todo el viernes, no le di importancia a ver a tres o cuatro personas de un auditorio del orden de cien con cubrebocas. Fue un maratón de más de doce horas. El sábado temprano salí hacia el aeropuerto para encontrarme con Riky. Llegué primero al aeropuerto y después de esperar un rato veo llegar a mi hijo. Todavía me sorprende verlo tan alto, pasando por encima de mi altura como ocho centímetros, todavía recuerdos muy recientes lo ven como el pequeño “pinky”, como le decíamos, sonriente y cariñoso. Un recuerdo, indeleble que no se me olvida, es la ocasión en que Ana, mi esposa, que se encargaba de recogerlo en el Larrea, en primaria, me encargó que yo lo hiciera, pues tenía un pendiente. Yo, enfrascado en mis investigaciones, me olvidé olímpicamente de esa encomienda, de repente, recordé ese compromiso, veo la hora y ya había pasado más de sesenta minutos de su hora de salida, corriendo llegué en el auto a la Escuela y lo encuentro sentado, solitario, pequeño, en las largas escaleras de la Escuela, cuyas rejas estaban cerradas. Se levanta trabajosamente cargando su pesada mochila llena de libros de tercer año de primaria y lo primero que me dice fue: “¿Verdad papi que se descompuso el carro y no podías llegar?” Con un nudo en la garganta, le dije: “así es mi hijo” Yo pensé “si se entera, Ana, mi esposa, me cuelga del árbol más alto que encuentre”. Ya no volvió a suceder. Ya en el aeropuerto rumbo a Huatulco hicimos fila para ingresar al zona de abordaje y nos pidieron los papeles de salubridad que los pasajeros debían llenar, era la primera vez que me enteré que había un problema sanitario en la ciudad. Como teníamos pases de abordar impresos de Internet, no pasamos por el mostrador de la aerolínea. Al solicitante le pregunté, sobre cuál era el problema, se impacientó y nos dejó pasar. Llegamos al Hotel a Huatulco, supuestamente éste tenía playa, sin embargo no estaba en el mismo hotel, se llegaba en un camioncito que trasladaba a una playa exclusiva del hotel. Había una lista de horarios de salida y estuvimos listos a la hora adecuada. Ya en la playa, nos tumbamos en sillas reclinables gozando del sol, la agradable brisa y de la suave ondulación de las olas del mar azul. En la playa solo estaba un matrimonio joven con su hijo pequeño, los cuales se adentraron un poco en el agua. Sobre su silla había unas toallas y un libro semi abierto. Más tarde, relajados y fascinados por la tranquilidad del lugar, decidimos regresar a pie al hotel. Llegamos a la marina, dónde estaban atracados yates y barcos, nos enteramos que existía un tour en barco, que salía a las 10.30 de la mañana. Compramos boletos para el día siguiente domingo. Comimos deliciosa comida típica, especialmente ricos camarones, de gran tamaño. Vagamos por los alrededores hasta el atardecer. En el crepúsculo, en un restaurantito de un conjunto que hay en la bahía principal, degustamos más mariscos y cervezas, todo a precios muy accesibles. Ya en la habitación vimos un rato TV, mas no noticias. La habitación incluía el desayuno y lo servían hasta las diez de la mañana. Yo estaba algo cansado de la jornada de trabajo en México y le dije a Riky que me despertara al día siguiente. Al amanecer escuché su llamado ¡Papi levántate, ya es hora! ¡Tenemos que abordar el barco a tiempo! Desayunamos y nos preparamos para salir. Riky llevaba sus bermudas y sandalias, yo no lo consideré necesario, aunque llevaba calzón de baño y sandalias, no pensaba nadar, Salí con pantalones y tenis. Ya que pensaba que abordar el barco no requería indumentaria especial Medio regañado por Riky por no llevar sandalias salimos hacia el muelle. Subimos al barco de dos pisos y nos dispusimos a disfrutar del suave navegar por las bahías de Huatulco. En el recorrido nos explicaban a través de un altavoz, los lugares por donde pasábamos, varias playas y bahías, hasta que llegamos a una en que hicimos escala. Podíamos elegir en bajar a esa playa, hacer snorkel cerca de la embarcación o quedarnos en el barco. Bajamos a la playa, lo que implicó subir a una lancha que nos llevó a la orilla, pero para bajar había que saltar al agua y chapotear a tierra firme ─¡Quitate los tenis─!me dijo Riky─. ─No les pasa ─repliqué. Me arremangué los pantalones y ¡zas!, pegué el salto, llegando a la playa empapado y al caminar sobre ésta, los tenis se cubrieron de arena la cual penetró hasta mis pies, entonces si me quité los tenis. Mi hijo me vio con ojos de enojado, me había acompañado a comprar estos tenis Converse en Tucson. Tiene muy buen gusto para la ropa deportiva, desde el calzado hasta las playeras. Yo pensé, “después los limpio y cuando se sequen quedarán igual” Resultó una suposición falsa, con el tiempo ya bien limpios y secos, la dura y flexible plantilla de los tenis, se volvieron una fofa lona, ya nunca volvieron a ser los excelentes zapatos que tenía, mi hijo tuvo razón en enojarse. Cuando regresamos por la tarde, divisamos en el largo muelle a dos cruceros, uno atracado a cada lado. Bajamos y Riky se quedó admirando a los inmensos barcos, haciéndome preguntas de quien subía en ellos, ya que como hormiguitas veíamos que varias personas caminaban a los barcos a abordarlos. Sonó un sonoro silbato como llamando a abordar. Al rato de estar observando, uno de los cruceros empezó a despegarse del muelle y zarpó hacia la salida de la bahía. El primer crucero, con el cual nos habíamos encontrado al salir permanecía todavía, pero también después de sonar un ronco silbato y comenzar a encender las luces en todo lo largo, empezó a despegarse del muelle y navegar. ─Vamos al hotel le dije a Riky-, mas se mantenía inmóvil, no quería perderse la visión del inmenso navío. Nos mantuvimos observándolo hasta que desapareció en el horizonte. No sabíamos que veíamos a los últimos cruceros que atracaron en tierras mexicanas, ya que después de un lapso de tiempo, por una especie de cuarentena, dejarían de hacerlo, se cernía el virus de la influenza que inicialmente se alertó en la ciudad de México y después se extendió a todo el país. Sin embargo, éramos ajenos a esta situación. En ese paraíso, las noticias no estaban a la vista. Al siguiente día, lunes, nos regresamos a la ciudad de México y nos llamó la atención que en el Restaurant del Hotel, los meseros llevaban cubre bocas, cosa que no sucedió el día anterior. Llegamos a la ciudad de México y al salir a la zona de taxis, lo que prevalecía era la gente deambulando con cubre bocas. hasta ese momento, comprando un periódico, empezamos a enterarnos que había una emergencia sanitaria, por un virus desconocido, denominado de la influenza porcina. Llegamos a la casa de mi madre, dónde vive Riky, mi cuñada nos explicó que se habían cerrado todas las escuelas, todos los restaurants, todos los cines, que los cubre bocas ya no se conseguían, nos regaló uno a cada uno de nosotros. Evalué la situación, pensaba quedarme toda la semana, para acudir a la UNAM. Riky seguiría con sus clases, pero estaban suspendidas. Un mensaje en la contestadora, le hacía saber esto, hablando por teléfono con mi sobrina Tania, me decía que todo parecía irreal, como una película. Un virus que trastoca la vida de la ciudad más grande del mundo, como en la novela de Saramago, o películas como Resident Evil, le replico. Como pudimos, pasamos el lunes. Mi esposa Ana, angustiada, por teléfono decía que me devolviera, que además trajera al niño (a Riky), ¿Qué caso tenía estar allá? El martes fuimos a la Librería Ghandi a buscar unos libros de mi interés. Riky se cubrió bien la nariz y la boca con el cubre bocas. Yo lo encontraba molesto y me lo bajaba dejándomelo colgado en el cuello. Otra vez, empezó a regañarme por mi mal comportamiento, ¡Ponte el cubre bocas, apá! Y fue un estribillo que duró todo el tiempo de la excursión. Al deambular por las calles, constatamos que efectivamente, ningún restaurant estaba abierto. Logramos en la tarde llegar a una zona de comida rápida cerca de un complejo de cines cinépolis, los cuales ostentaban sus rejas cerradas, allí pudimos comer una hamburguesa. Empecé a pensar, -dependíamos de los restaurantes, ya que mi hijo comía diario en alguno, por lo menos a la hora de la comida. Nuestras actividades relacionadas con instituciones educativas no las podíamos realizar, ya que estaban cerradas, ni al cine podíamos acudir a distraernos-. Consideré que la súplica de mi esposa era la más sensata. Irnos a Sonora. No era agradable estar viendo a más de la mitad de los transeúntes con cubre boca y la ciudad semiparalizada. Logré conseguir un vuelo y el miércoles aterrizábamos en Hermosillo. Mi esposa Ana y mi hija Iliana nos esperaban anhelantes, se regocijaron al vernos, aliviadas. © Ricardo Rodríguez Mijangos |
AuthorEsta sección de Peregrinos y sus letras, será dirigida por Esteban Domínguez (1963). Licenciado en Letras Hispánicas (UNISON). Ganador del concurso del libro sonorense en el género de novela en el 2002. Su libro de cuentos Detrás de la barda fue seleccionado para las bibliotecas de aula de la SEP en el 2005. Ganador del Concurso del Libro sonorense, 2010 en el género cuento para niños, con el libro El viejo del costal. Fue presidente de Escritores de Sonora, A.C. y actualmente dirige la Editorial Mini libros de Sonora. Archives
April 2020
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