Ricardo Rodríguez Mijangos. Cd. de México. Reside en Hermosillo desde hace más de 30 años. Trabaja en la Universidad de Sonora como investigador en el área de la física. Ha publicado los libros: En el país de las Maravillas científicas, Historias de viajes y Memorias alrededor de la Investigación científica.
VIAJANDO EN TIEMPOS DE EPIDEMIA Ricardo Rodríguez Mijangos Esta historia comienza con la recepción de un E mail en mi cuenta de correo electrónico en la tercera semana de abril, invitándome a un Foro Consultivo de Ciencia y Tecnología. La Universidad estaba paralizada por una huelga de trabajadores administrativos. Me pagaban dos noches en el hotel Camino Real de la ciudad de México con sus respectivas comidas, los días jueves 23 y viernes 24 de abril de 2009. Inmediatamente envié una respuesta aceptando la invitación y procedí a arreglar mi vuelo para llegar el miércoles 22 de abril a la que era casa de mi mamá y actualmente se hospeda mi hijo Riky de 21 años que está realizando estudios profesionales. En mis arreglos llevaba los pasajes para viajar mi hijo y yo a Huatulco, saliendo el sábado y regresando el lunes a la ciudad de México. Debido a la huelga, esperaba aprovechar el tiempo quedándome la semana para trabajar en investigaciones pendientes con mis colegas del Instituto de Física de la UNAM. Desde luego, me dio mucho gusto llegar el miércoles en la noche. Abrazar y platicar un rato con mi hijo antes de acostarnos comentándole que al día siguiente saldría al Camino Real y el sábado por la mañana quedamos en vernos en el Aeropuerto, para salir a Huatulco. En el evento, en el Camino Real, que se desarrolló todo el viernes, no le di importancia a ver a tres o cuatro personas de un auditorio del orden de cien con cubrebocas. Fue un maratón de más de doce horas. El sábado temprano salí hacia el aeropuerto para encontrarme con Riky. Llegué primero al aeropuerto y después de esperar un rato veo llegar a mi hijo. Todavía me sorprende verlo tan alto, pasando por encima de mi altura como ocho centímetros, todavía recuerdos muy recientes lo ven como el pequeño “pinky”, como le decíamos, sonriente y cariñoso. Un recuerdo, indeleble que no se me olvida, es la ocasión en que Ana, mi esposa, que se encargaba de recogerlo en el Larrea, en primaria, me encargó que yo lo hiciera, pues tenía un pendiente. Yo, enfrascado en mis investigaciones, me olvidé olímpicamente de esa encomienda, de repente, recordé ese compromiso, veo la hora y ya había pasado más de sesenta minutos de su hora de salida, corriendo llegué en el auto a la Escuela y lo encuentro sentado, solitario, pequeño, en las largas escaleras de la Escuela, cuyas rejas estaban cerradas. Se levanta trabajosamente cargando su pesada mochila llena de libros de tercer año de primaria y lo primero que me dice fue: “¿Verdad papi que se descompuso el carro y no podías llegar?” Con un nudo en la garganta, le dije: “así es mi hijo” Yo pensé “si se entera, Ana, mi esposa, me cuelga del árbol más alto que encuentre”. Ya no volvió a suceder. Ya en el aeropuerto rumbo a Huatulco hicimos fila para ingresar al zona de abordaje y nos pidieron los papeles de salubridad que los pasajeros debían llenar, era la primera vez que me enteré que había un problema sanitario en la ciudad. Como teníamos pases de abordar impresos de Internet, no pasamos por el mostrador de la aerolínea. Al solicitante le pregunté, sobre cuál era el problema, se impacientó y nos dejó pasar. Llegamos al Hotel a Huatulco, supuestamente éste tenía playa, sin embargo no estaba en el mismo hotel, se llegaba en un camioncito que trasladaba a una playa exclusiva del hotel. Había una lista de horarios de salida y estuvimos listos a la hora adecuada. Ya en la playa, nos tumbamos en sillas reclinables gozando del sol, la agradable brisa y de la suave ondulación de las olas del mar azul. En la playa solo estaba un matrimonio joven con su hijo pequeño, los cuales se adentraron un poco en el agua. Sobre su silla había unas toallas y un libro semi abierto. Más tarde, relajados y fascinados por la tranquilidad del lugar, decidimos regresar a pie al hotel. Llegamos a la marina, dónde estaban atracados yates y barcos, nos enteramos que existía un tour en barco, que salía a las 10.30 de la mañana. Compramos boletos para el día siguiente domingo. Comimos deliciosa comida típica, especialmente ricos camarones, de gran tamaño. Vagamos por los alrededores hasta el atardecer. En el crepúsculo, en un restaurantito de un conjunto que hay en la bahía principal, degustamos más mariscos y cervezas, todo a precios muy accesibles. Ya en la habitación vimos un rato TV, mas no noticias. La habitación incluía el desayuno y lo servían hasta las diez de la mañana. Yo estaba algo cansado de la jornada de trabajo en México y le dije a Riky que me despertara al día siguiente. Al amanecer escuché su llamado ¡Papi levántate, ya es hora! ¡Tenemos que abordar el barco a tiempo! Desayunamos y nos preparamos para salir. Riky llevaba sus bermudas y sandalias, yo no lo consideré necesario, aunque llevaba calzón de baño y sandalias, no pensaba nadar, Salí con pantalones y tenis. Ya que pensaba que abordar el barco no requería indumentaria especial Medio regañado por Riky por no llevar sandalias salimos hacia el muelle. Subimos al barco de dos pisos y nos dispusimos a disfrutar del suave navegar por las bahías de Huatulco. En el recorrido nos explicaban a través de un altavoz, los lugares por donde pasábamos, varias playas y bahías, hasta que llegamos a una en que hicimos escala. Podíamos elegir en bajar a esa playa, hacer snorkel cerca de la embarcación o quedarnos en el barco. Bajamos a la playa, lo que implicó subir a una lancha que nos llevó a la orilla, pero para bajar había que saltar al agua y chapotear a tierra firme ─¡Quitate los tenis─!me dijo Riky─. ─No les pasa ─repliqué. Me arremangué los pantalones y ¡zas!, pegué el salto, llegando a la playa empapado y al caminar sobre ésta, los tenis se cubrieron de arena la cual penetró hasta mis pies, entonces si me quité los tenis. Mi hijo me vio con ojos de enojado, me había acompañado a comprar estos tenis Converse en Tucson. Tiene muy buen gusto para la ropa deportiva, desde el calzado hasta las playeras. Yo pensé, “después los limpio y cuando se sequen quedarán igual” Resultó una suposición falsa, con el tiempo ya bien limpios y secos, la dura y flexible plantilla de los tenis, se volvieron una fofa lona, ya nunca volvieron a ser los excelentes zapatos que tenía, mi hijo tuvo razón en enojarse. Cuando regresamos por la tarde, divisamos en el largo muelle a dos cruceros, uno atracado a cada lado. Bajamos y Riky se quedó admirando a los inmensos barcos, haciéndome preguntas de quien subía en ellos, ya que como hormiguitas veíamos que varias personas caminaban a los barcos a abordarlos. Sonó un sonoro silbato como llamando a abordar. Al rato de estar observando, uno de los cruceros empezó a despegarse del muelle y zarpó hacia la salida de la bahía. El primer crucero, con el cual nos habíamos encontrado al salir permanecía todavía, pero también después de sonar un ronco silbato y comenzar a encender las luces en todo lo largo, empezó a despegarse del muelle y navegar. ─Vamos al hotel le dije a Riky-, mas se mantenía inmóvil, no quería perderse la visión del inmenso navío. Nos mantuvimos observándolo hasta que desapareció en el horizonte. No sabíamos que veíamos a los últimos cruceros que atracaron en tierras mexicanas, ya que después de un lapso de tiempo, por una especie de cuarentena, dejarían de hacerlo, se cernía el virus de la influenza que inicialmente se alertó en la ciudad de México y después se extendió a todo el país. Sin embargo, éramos ajenos a esta situación. En ese paraíso, las noticias no estaban a la vista. Al siguiente día, lunes, nos regresamos a la ciudad de México y nos llamó la atención que en el Restaurant del Hotel, los meseros llevaban cubre bocas, cosa que no sucedió el día anterior. Llegamos a la ciudad de México y al salir a la zona de taxis, lo que prevalecía era la gente deambulando con cubre bocas. hasta ese momento, comprando un periódico, empezamos a enterarnos que había una emergencia sanitaria, por un virus desconocido, denominado de la influenza porcina. Llegamos a la casa de mi madre, dónde vive Riky, mi cuñada nos explicó que se habían cerrado todas las escuelas, todos los restaurants, todos los cines, que los cubre bocas ya no se conseguían, nos regaló uno a cada uno de nosotros. Evalué la situación, pensaba quedarme toda la semana, para acudir a la UNAM. Riky seguiría con sus clases, pero estaban suspendidas. Un mensaje en la contestadora, le hacía saber esto, hablando por teléfono con mi sobrina Tania, me decía que todo parecía irreal, como una película. Un virus que trastoca la vida de la ciudad más grande del mundo, como en la novela de Saramago, o películas como Resident Evil, le replico. Como pudimos, pasamos el lunes. Mi esposa Ana, angustiada, por teléfono decía que me devolviera, que además trajera al niño (a Riky), ¿Qué caso tenía estar allá? El martes fuimos a la Librería Ghandi a buscar unos libros de mi interés. Riky se cubrió bien la nariz y la boca con el cubre bocas. Yo lo encontraba molesto y me lo bajaba dejándomelo colgado en el cuello. Otra vez, empezó a regañarme por mi mal comportamiento, ¡Ponte el cubre bocas, apá! Y fue un estribillo que duró todo el tiempo de la excursión. Al deambular por las calles, constatamos que efectivamente, ningún restaurant estaba abierto. Logramos en la tarde llegar a una zona de comida rápida cerca de un complejo de cines cinépolis, los cuales ostentaban sus rejas cerradas, allí pudimos comer una hamburguesa. Empecé a pensar, -dependíamos de los restaurantes, ya que mi hijo comía diario en alguno, por lo menos a la hora de la comida. Nuestras actividades relacionadas con instituciones educativas no las podíamos realizar, ya que estaban cerradas, ni al cine podíamos acudir a distraernos-. Consideré que la súplica de mi esposa era la más sensata. Irnos a Sonora. No era agradable estar viendo a más de la mitad de los transeúntes con cubre boca y la ciudad semiparalizada. Logré conseguir un vuelo y el miércoles aterrizábamos en Hermosillo. Mi esposa Ana y mi hija Iliana nos esperaban anhelantes, se regocijaron al vernos, aliviadas. © Ricardo Rodríguez Mijangos
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AuthorEsta sección de Peregrinos y sus letras, será dirigida por Esteban Domínguez (1963). Licenciado en Letras Hispánicas (UNISON). Ganador del concurso del libro sonorense en el género de novela en el 2002. Su libro de cuentos Detrás de la barda fue seleccionado para las bibliotecas de aula de la SEP en el 2005. Ganador del Concurso del Libro sonorense, 2010 en el género cuento para niños, con el libro El viejo del costal. Fue presidente de Escritores de Sonora, A.C. y actualmente dirige la Editorial Mini libros de Sonora. Archives
April 2020
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