Conrado Córdova Trejo. Estudió Letras hispánicas en la Universidad de Sonora y fue parte del “6 ½”. Se jubiló como docente de Colegio de Bachilleres de Sonora. Tiene las publicaciones: Algo para leerse en un cuarto oscuro (Unison, 1989), Cogitación de aprendiz (Independiente, 1997) , Exilio de lobos ( Mini libros de Sonora, 2017), Acerca de la luz (Garabatos, 2018) y Narraciones apócrifas (Garabatos, 2019)
DURMIENTE Conrado Córdova Trejo El príncipe Jesús Antonio se acercó ceremonioso al lecho donde yacía Zulma, en un sueño maléficamente inducido por años y años, hasta que con un beso retornara otra vez a la vida. Parecía que invernaba sin ser una ardilla o un oso y en plena primavera. En la habitación las enormes cortinas se movían como alas de mariposa al ligero paso del viento. De los jardines ascendía el coctel de fragancias. Los criados entraban y salían atendiendo el más mínimo detalle: cambiaban las sábanas, limpiaban su rostro, manos y pies con agua de azahar. Hablaban quedo al realizar sus deberes, temían perturbar ese sueño profundo de acantilado. Recordaban sus hábitos y lloraban en silencio, por esas travesuras que la marcaban, como la costumbre de no enjuagarse la boca por las mañanas, o a ninguna hora. Desde la almena los vigías atendían el camino, que se volvía un hilo que se ocultaba en el valle; otros atendían el helado camino a las montañas, lleno de precipicios y por último alguien cubría el salado camino al mar, de donde llegaban ocasionalmente hombres borrachos de olas. Eran los posibles puntos por donde debería aparecer el príncipe Jesús Antonio para regresar la vida a la princesa. En la espera seguían velando ese sueño hora a hora, día a día mes a mes, llevaba más de un año dormida. En los primeros días del sueño a alguien se le ocurrió juntar a todos los gallos del reino para que la despertasen, aunque no fuese la madrugada. Pero fue 99 en vano, ella seguía atada a un lugar donde todavía no había estrellas. Casi habían perdido la esperanza, el otoño había iniciado con cierta lentitud en el reino, cuando se alcanzó a ver una polvareda que se acercaba por el hilo del valle. Poco a poco empezó a tomar forma, ya se apreciaba una capa ondear sobre un caballo moro y a centellar los adornos de sus vestiduras. Los gritos de júbilo se multiplicaron desde la almena hasta las calles del reino y cientos de súbditos como en una romería salieron a recibir al príncipe. Parecía que hubiese reconquistado Tierra Santa y trajese en las alforjas el Santo Grial. Venía empolvado, con la boca seca y acalorado. La gente se le emparejó al trote del caballo, tocando sus botas y gritando su nombre. Un sacerdote lo bendecía desde lejos y los laúdes y las flautas despertaron. Alguien ya escribía los primeros versos de un romance del príncipe Jesús Antonio, rescatando de la muerte a la princesa Zulma. Desmontó y sacudió el polvo. Preguntó si en este castillo se encontraba la princesa Zulma en su letargo. Le respondieron que sí. Pronto le ofrecieron agua fresca y la bebió sin detenerse. Sorbió también un vaso de vino y siguió caminando, como si quisiese desentumir las piernas. Ascendió una prolongada escalera de caracol. Comentó que se había guiado hasta este lugar por medio de los mapas estelares realizados por Antonio Sánchez y por los romances, donde se detallaba la desgracia de la princesa durmiente. Al entrar toda la comitiva a los aposentos de Zulma, el olor a flores era impresionante, aunque fuese otoño; más parecía un jardín que una habitación. El príncipe se quitó el sombrero, la capa y avanzó a la cama. Descorrió los velos y apreció un bello rostro 100 pálido, con una cabellera obscura, densa y larga. Había recorrido por meses una ruta de estrellas, guiado por la constelación de Orión. Había tenido el temor de que otro príncipe se hubiese presentado antes. Limpió sus labios y lentamente se agachó hasta el rostro de Zulma. El rostro olía a azahar. Sintió el delicado respirar y besó sutilmente con amor los labios semifríos. Ante el contacto, éstos se abrieron como una flor ansiosa de luz. El príncipe se apartó y se sostuvo de uno de los acompañantes, se le aflojó el cuerpo y se le doblaron las corvas. Mientras la princesa se desperezaba, bostezaba, se incorporaba y veía a la multitud con asombro; el hechizo, cedió con la rapidez de ese beso tierno y nuevamente brillaban sus ojos. A un costado de la cama de la princesa el príncipe se derrumbó, padeciendo de convulsiones y gritos desgarradores, como si hubiese bebido un veneno explosivo. Quedó sin vida y con un gesto de asco y desconcierto en el rostro. Jesús Antonio había sido fulminado por el hedor recalcitrante y acumulado en la boca de Zulma durante un año; más aún en la fiesta donde la princesa se desvaneció por el maleficio, en ese momento comía carne asada, que se le incrustó entre los dientes. El tufo de la boca de Zulma era el de una letrina mortal. Al tender al príncipe, en el antes lecho donde yacía la princesa, ya se iban armando versos de un romance, sobre un príncipe que había muerto dando su vida para rescatar de los valles tenebrosos de la muerte a la princesa Zulma. © Conrado Córdova Trejo
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AuthorEsta sección de Peregrinos y sus letras, será dirigida por Esteban Domínguez (1963). Licenciado en Letras Hispánicas (UNISON). Ganador del concurso del libro sonorense en el género de novela en el 2002. Su libro de cuentos Detrás de la barda fue seleccionado para las bibliotecas de aula de la SEP en el 2005. Ganador del Concurso del Libro sonorense, 2010 en el género cuento para niños, con el libro El viejo del costal. Fue presidente de Escritores de Sonora, A.C. y actualmente dirige la Editorial Mini libros de Sonora. Archives
April 2020
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