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El cuento semanal

Durmiente

11/19/2019

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Conrado Córdova Trejo. Estudió Letras hispánicas en la Universidad de Sonora y fue parte del “6 ½”. Se jubiló como docente de Colegio de Bachilleres de Sonora. Tiene las publicaciones: Algo para leerse en un cuarto oscuro (Unison, 1989), Cogitación de aprendiz (Independiente, 1997) , Exilio de lobos ( Mini libros de Sonora, 2017), Acerca de la luz (Garabatos, 2018) y Narraciones apócrifas (Garabatos, 2019)
 
 
DURMIENTE

Conrado Córdova Trejo

El príncipe Jesús Antonio se acercó ceremonioso al
lecho donde yacía Zulma, en un sueño maléficamente inducido por años y años, hasta que con un beso
retornara otra vez a la vida.
Parecía que invernaba sin ser una ardilla o un oso
y en plena primavera. En la habitación las enormes
cortinas se movían como alas de mariposa al ligero
paso del viento. De los jardines ascendía el coctel de
fragancias.
Los criados entraban y salían atendiendo el más
mínimo detalle: cambiaban las sábanas, limpiaban su
rostro, manos y pies con agua de azahar. Hablaban
quedo al realizar sus deberes, temían perturbar ese
sueño profundo de acantilado. Recordaban sus hábitos y lloraban en silencio, por esas travesuras que
la marcaban, como la costumbre de no enjuagarse la
boca por las mañanas, o a ninguna hora.
Desde la almena los vigías atendían el camino,
que se volvía un hilo que se ocultaba en el valle; otros
atendían el helado camino a las montañas, lleno de
precipicios y por último alguien cubría el salado
camino al mar, de donde llegaban ocasionalmente
hombres borrachos de olas. Eran los posibles puntos
por donde debería aparecer el príncipe Jesús Antonio
para regresar la vida a la princesa.
En la espera seguían velando ese sueño hora a
hora, día a día mes a mes, llevaba más de un año dormida. En los primeros días del sueño a alguien se le
ocurrió juntar a todos los gallos del reino para que la
despertasen, aunque no fuese la madrugada. Pero fue
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en vano, ella seguía atada a un lugar donde todavía
no había estrellas.
Casi habían perdido la esperanza, el otoño había
iniciado con cierta lentitud en el reino, cuando se alcanzó a ver una polvareda que se acercaba por el hilo
del valle. Poco a poco empezó a tomar forma, ya se
apreciaba una capa ondear sobre un caballo moro y
a centellar los adornos de sus vestiduras.
Los gritos de júbilo se multiplicaron desde la almena hasta las calles del reino y cientos de súbditos como
en una romería salieron a recibir al príncipe. Parecía
que hubiese reconquistado Tierra Santa y trajese en
las alforjas el Santo Grial. Venía empolvado, con la
boca seca y acalorado. La gente se le emparejó al trote
del caballo, tocando sus botas y gritando su nombre.
Un sacerdote lo bendecía desde lejos y los laúdes y las
flautas despertaron. Alguien ya escribía los primeros
versos de un romance del príncipe Jesús Antonio, rescatando de la muerte a la princesa Zulma.
Desmontó y sacudió el polvo. Preguntó si en este
castillo se encontraba la princesa Zulma en su letargo. Le respondieron que sí. Pronto le ofrecieron agua
fresca y la bebió sin detenerse. Sorbió también un
vaso de vino y siguió caminando, como si quisiese
desentumir las piernas. Ascendió una prolongada escalera de caracol. Comentó que se había guiado hasta
este lugar por medio de los mapas estelares realizados
por Antonio Sánchez y por los romances, donde se
detallaba la desgracia de la princesa durmiente.
Al entrar toda la comitiva a los aposentos de Zulma, el olor a flores era impresionante, aunque fuese
otoño; más parecía un jardín que una habitación. El
príncipe se quitó el sombrero, la capa y avanzó a la
cama. Descorrió los velos y apreció un bello rostro
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pálido, con una cabellera obscura, densa y larga. Había recorrido por meses una ruta de estrellas, guiado
por la constelación de Orión. Había tenido el temor
de que otro príncipe se hubiese presentado antes.
Limpió sus labios y lentamente se agachó hasta el
rostro de Zulma. El rostro olía a azahar. Sintió el delicado respirar y besó sutilmente con amor los labios
semifríos. Ante el contacto, éstos se abrieron como
una flor ansiosa de luz. El príncipe se apartó y se sostuvo de uno de los acompañantes, se le aflojó el cuerpo y se le doblaron las corvas.
Mientras la princesa se desperezaba, bostezaba,
se incorporaba y veía a la multitud con asombro; el
hechizo, cedió con la rapidez de ese beso tierno y nuevamente brillaban sus ojos.
A un costado de la cama de la princesa el príncipe se derrumbó, padeciendo de convulsiones y gritos desgarradores, como si hubiese bebido un veneno
explosivo. Quedó sin vida y con un gesto de asco y
desconcierto en el rostro.
Jesús Antonio había sido fulminado por el hedor
recalcitrante y acumulado en la boca de Zulma durante un año; más aún en la fiesta donde la princesa
se desvaneció por el maleficio, en ese momento comía
carne asada, que se le incrustó entre los dientes. El
tufo de la boca de Zulma era el de una letrina mortal.
Al tender al príncipe, en el antes lecho donde yacía
la princesa, ya se iban armando versos de un romance, sobre un príncipe que había muerto dando su vida
para rescatar de los valles tenebrosos de la muerte a
la princesa Zulma.
 
© Conrado Córdova Trejo
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    Esta sección de Peregrinos y sus letras, será dirigida por Esteban Domínguez (1963). Licenciado en Letras Hispánicas (UNISON). Ganador del concurso del libro sonorense en el género de novela en el 2002. Su libro de cuentos Detrás de la barda fue seleccionado para las bibliotecas de aula de la SEP en el 2005. Ganador del Concurso del Libro sonorense, 2010 en el género cuento para niños, con el libro El viejo del costal. Fue presidente de Escritores de Sonora, A.C. y actualmente dirige la Editorial Mini libros de Sonora.

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