Manuel De Jesús Valenzuela Valenzuela, originario del ejido Bacame Nuevo, Etchojoa, Son. Lic. en Ciencias de la Educación, egresado de UAS. Obras: El Bullying O Acoso Escolar, su impacto, consecuencias y acciones a tomar (2013), El Maco (Novela, 2014), Mis Cuentos, Tus Cuentos (2015), Camila y Heliodoro (Novela, 2017)
El Yoreme de Palo Manuel de Jesús Valenzuela Valenzuela Era un amanecer fresco que amenazaba con ser un día transparente de un brillo intenso, tan fresco que se olía la humedad que llegaba desde lejos, allá donde las nubes habían descargado su coraje con grandes arcadas de agua limpia y llegaba a los pobladores de esa humilde comunidad indígena de la rivera del Río Mayo, en medio del breñal espeso en esos meses debido a la abundante vegetación, aún se encontraba Lino, sentado sobre un horcón de mezquite con los ojos cerrados, los codos clavados en las rodillas y la cara en las palmas de las manos que le impedían ver completamente el rostro, pensando y pidiendo decía: ─Tata, ayúdame, no sé qué hacer con éste dolor que traigo en el pecho, sé que es mal de amor, la Rosa no me quiere, tú que estás cerca de tata Dios ¿Dime qué hacer? Era tanto el sentimiento que si alguien lo hubiera visto se contagiaría del dolor que manifestaba en su semblante que poco se le veía. Era miembro de una humilde familia sin suerte, con una casa de adobe que había sido encalada hacía ya muchos años y se encontraba carcomida por el tiempo y el salitre que poco a poco avanzaba deteriorando aún más la vivienda. Tuvo la mala idea de fijarse en Rosa, una yoremita que atraía físicamente a cualquiera, de hermoso color cobrizo, sus hombros pequeños muy femeninos, sus amplias caderas y una trenza azabache que llegaba y descansaba donde termina la columna vertebral, su caminar lo hacía tan cadencioso que parecía flotar sobre el áspero suelo del lugar, de esa mujer se había enamorado Lino y nunca fue correspondido. Al saber de la negativa de la solicitud de sus amores, decidió ir a platicar con su tata al monte. Erasmo- en vida se llamaba su padre-, a quien le decía tata, era a quien evocaba y después de muerto, Lino sentía que allá en el breñal lo encontraba, por esa razón se fue y se sentó en el viejo horcón de mezquite, tan viejo que ya no tenía corteza y en partes se le veía el corazón aún fuerte, su forma era como una horqueta doblada, formando así una banca donde podía reposarse un rato. Ahí estaba Lino piense y piense, pidiendo y evocando al espíritu de su tata de quien esperaba una respuesta. Encontrándose en una gran confusión de sentimientos y pensamientos que poco a poco le iban haciendo crisis, pensaba en la muerte, sentía que su vida no tenía sentido sin Rosa y que sería hombre muerto e incapaz de verla con otro; había soñado con una vida feliz y armoniosa en compañía de su amada, en una casita pequeña en la parte alta del otro lado sobre la rivera del río, en frente de esa hermosa casa que idealizaba construiría una enramada donde se encontraría un tinamaste, a un lado un metate en el que trabajaría Rosa la masa de maíz para las tortillas, él se veía labrando la tierra, tirando semillas de maíz, calabaza segualca para el dulce de calabaza, cacahuate, aprovechando así la humedad de la tierra que ahí abundaba, soñaba y soñaba, llegando a ver, palpar, oler y platicar incluso con los hijos de él y de Rosa. Sólo que Lino ya llevaba ahí varios días sentado en la misma posición. Su madre, hermanos y amigos lo buscaban en el pueblo, en sus alrededores, no se consideraba un tipo vago, siempre su madre sabía dónde encontrarlo. Fueron a buscar al río pensando en quizá se hubiera ahogado, se metieron en varias norias que por ahí se encontraban y daban sustento de agua potable a la comunidad. Todos sabían que Rosa rechazaba a Lino, ella amaba a Zacarías, pero sólo ella lo sabía. Zacarías era un tipo alto, fornido, con una frente ancha, musculoso y de un color cobrizo que al brillo con el sol se notaba su musculatura dada la aguda lampiñez que distingue a los yoremes, tampoco Rosa era correspondida por lo que sabía cómo sufría Lino y comprendía el sentimiento del amor, el cual nace en el corazón y ahí no se manda. A Lino lo seguían buscando y su madre angustiada lo esperaba cada atardecer sin tener señales de vida de su hijo. Se iba a recostar a la tarima, no dormía, a cada ruido se sentaba y decía, ─Lino, hijo, ¿Andas ahí?- nunca tenía respuesta, el silencio inundaba el lugar, sólo algunos grillos que ocasionalmente cantaban, ladridos de perros a lo lejos y una que otra voz que se lograba escuchar a la distancia en el silencio de la madrugada. No podía dormir, esperando a su hijo. Lino seguía sentado en esa misma banca que la naturaleza había preparado, el viejo horcón de mezquite en forma de horqueta doblado estructuralmente parecido a un tripié, y justamente en la unión de las tres patas estaba sentado Lino, quien después de tantos días en la misma posición, se había engarrotado. Pensaba pero no sentía, él mismo se preguntaba, -¿Qué me pasa? Ya no siento nada, sólo un vacío en el corazón, una gran soledad, no escucho nada, sólo un profundo silencio que ya no me deja sentir- pensaba. Tenía la misma posición desde hacía algunos días que había llegado a ese lugar para sentarse en ese tronco y platicar con su tata. Lino no se dio cuenta del tiempo que había pasado sin comer, sin beber agua. Ya no era de este mundo. Su cuerpo rígido con los codos pegados a las rodillas y la cara entre las palmas de sus manos seguía impávida, inmóvil, se había empezado a secar, por una extraña irrealidad de la naturaleza humana su cuerpo no se pudrió. Sobre su piel corrían las hormigas que en el horcón de mezquite habitaban, las hiervas crecían alrededor de sus pies, el color cobrizo de aquel escuálido yoreme en partes se veía verdoso, el musgo provocado por la humedad lo estaba invadiendo como sucede con los árboles por el exceso de agua en sus raíces y en su tronco, donde generalmente crecen hongos, en uno de los pies estaba enredada una víbora de cascabel que no se inmutaba porque los pies de Lino no tenían vida, no tenían calor que alarmara al ofidio para el ataque. Había pasado un mes y nadie de los que la buscaban lo vio. Lino murió de amor por la Rosa, la yoremita hermosa que se moría de amor por Zacarías. Toda la comunidad estaba pendiente de los sucesos y ansiosos por saber del paradero de Lino ya que no se tenían noticias de él. Por esos lugares se acostumbra a salir al monte a buscar leña para el tinamaste. Unos vecinos de la familia de Lino invitaron a los hermanos de éste al breñal en busca de leña, pero era tanta su depresión por la pérdida de su hermano que no quisieron salir, dejándolos solos. Con machete y hacha salieron los vecinos del pueblo rumbo al breñal silbando y cantando, acompañados de un bulí de agua. Iban haciendo camino, cortando el pasto que les llegaba hasta la cintura y no les dejaba ver el suelo donde podría aparecerse una víbora venenosa, muy comunes en esos lugares. Después de avanzar por un largo trecho en la espesura del monte, de repente el que iba adelante se detuvo súbitamente y perplejo, con los ojos tan abiertos que casi se la salen de las cuencas al ver la figura de un cuerpo petrificado, de un ser humano, hombre; sin duda por sus vestiduras, el sombrero enmohecido, su piel gruesa parecida a la piel seca del mezquite, le señaló con el dedo a su acompañante el lugar y la silueta petrificada, éste, sin dudar al ver la figura, regresó por dónde venían en estampida, después de un rato y sin dejar de correr, sudados y muy agitados llegaron a la casa de la familia de Lino, a quienes les dieron la noticia sin saber si era Lino o no. Se quedaron mudos tanto su madre como sus hermanos, hasta que reaccionaron para salir casi corriendo rumbo al lugar del breñal, seguidos por la muchedumbre que al instante se habían enterado de los hechos. Al llegar al lugar se encontraron el cuerpo sentado sobre el horcón de mezquite, rígido, verdoso y con la piel rugosa como piel del árbol donde estaba sentado, como adherido a éste, como si fuera una rama más, le quitaron el sombrero y vieron a Lino, petrificado como palo. Las hormigas se paseaban sobre su piel, tenía los ojos cerrados y las lágrimas que había derramado formaban una gruesa costra de ocote conocida en la región como chúcata, es la sabia seca que se escapa por las heridas del mismo mezquite, como las heridas del corazón enamorado de Lino que lo habían llevado a la muerte. De los murmullos de los ahí presentes a alguien se le escuchó decir, ─Lo que es el amor, Lino murió por Rosa y ella va morir por lo mesmo-. Los comentarios continuaron, mientras la madre de hinojos ante la figura petrificada y convertida en una rama más del árbol de mezquite, lloraba y rezaba entre dientes por el descanso del alma de su hijo que hoy no podía recuperar para darle cristiana sepultura. La naturaleza y el amor por el que murió se lo arrebataron, convirtiéndolo en un yoreme de palo. © Manuel de Jesús Valenzuela Valenzuela
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AuthorEsta sección de Peregrinos y sus letras, será dirigida por Esteban Domínguez (1963). Licenciado en Letras Hispánicas (UNISON). Ganador del concurso del libro sonorense en el género de novela en el 2002. Su libro de cuentos Detrás de la barda fue seleccionado para las bibliotecas de aula de la SEP en el 2005. Ganador del Concurso del Libro sonorense, 2010 en el género cuento para niños, con el libro El viejo del costal. Fue presidente de Escritores de Sonora, A.C. y actualmente dirige la Editorial Mini libros de Sonora. Archives
April 2020
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