José Antonio de Felipe, valenciano, se inició en la escritura porque le gustaba leer. y trataba de imitar lo que leía; luego le fue gustando el cuento mínimo. No ha ganado concursos porque no concursa. Pero en muchos lugares de España lo tienen en alto aprecio por sus minificciones intertextuales.
*** José Antonio de Felipe Partituras de un llano grande Yo, soy hijo de… “¿Y tú? ¿Quién eres?” le preguntó uno de los dos somnolientos que bebían cerveza caliente bajo la desvencijada enramada. Un viento como fantasma pasó entre ellos y dejó un silencio demasiado gordo. “Yo soy hijo de Juan Rulfo” Eso contestó el recién llegado, todavía de pie con una maleta polvorienta en la mano. “¿Hijo de quién?” balbuceó el otro borracho. “De Juan Rulfo” afirmó levantando un poco la voz y plantándose mejor sobre sus pies. El mismo borracho, tratándose de espabilarse intentó corregirlo “Hijo de Pedro Páramo quieres decir” El recién llegado titubeó y se quedó en silencio. No, aquí no es “No señor. Aquí no es Luvina. Por aquí no existe ningún lugar que se llame así, nunca hemos oído ese nombre”. Vine a buscar a mi madre “Vine a este pueblo porque me dieron que aquí vivía mi madre, una tal Susana San no sé qué” “No, mi amigo, aquí no hay nadie así. Aquí casi no hay mujeres. Ha de ser en otro pueblo, pero no… aquí ya no hay pueblos. Tiene que irse hasta el otro lado de la sierra… y pues… eso está muy lejos” El viejo se calló y ya no volvió a hablar. La noche comenzaba a asomarse desde los cerros. No me busquen “¡Díles que no me busquen! ¡Que no me busquen! Aquí ya no hay nada para mí, por eso me voy a ir. ¿Ya para qué quedarme? ni la casa quedará en pie. ¿Para qué sirven esas paredes y esos pedazos de techo? Ya son pura tierra y carrizos quebrados. Aquí ya no hay nada. Hasta el viento se fue. ¿Y ustedes? ya ni de compañía me sirven, ni me habla, nomás se quedan ahí metidos entre los adobes. Están roncando las nubes “¿No oyes roncar las nubes? Parece que se van a desgranar, que nos van a caer encima. Han de estar llenas de polvo, llenas de arena. Si se revientan nos van a matar a los dos. Bueno, ¿a ti, qué?... ya nada te hace, ni siquiera este calor, ni este viento que nomás llena la boca de tierra. Esta cochina tierra fina que se mete hasta los pensamientos, hasta adentro de uno mismo. A ti ¿ya qué…? pero ¿a mí? aunque parece que para cuando llegue estaré como tu… ¡Igualito a ti! Sin hambre y sin sed “Por fin nos han dado la cena. Por fin nos la trajeron. Teníamos tres días sin comer y sin tomar agua. Eso es porque aquí no hay comida ni agua. Rascábamos la tierra reseca para encontrar agua, pero eso era cuando estábamos dormidos, soñando digo, porque cuando uno despierta no ve agua por ningún lado. Esta cena nos va ayudar mucho… nos dieron agua, mucha agua. Ya no tenemos sed, tampoco tenemos hambre ya. Ahí se quedó la cena y el agua… No sabemos si todavía estamos dormidos ni si vamos a despertar”. Confusión de polvo “No pude encontrar el pueblo. Di vueltas y vueltas, pero no pude encontrarlo. Parecía como si el viento se lo hubiera llevado, solamente se veía el suelo lleno de peñascos blancos, desmoronados. Había una cuesta muy empinada, como de esas que salen en los sueños. Fui hasta arriba para ver si se divisaba a alguien. Estaban unas comadres en medio de un remolino. Me dijeron que no había pueblo, que no había nada. Que hasta las almas se fueron, así, de repente, en la madrugada, sonó como un montón de mariposas. Me dijeron que no debía andar buscando pueblos, que me fuera por donde se había ido el tiempo… No entendí, pero me fui y me sigo yendo, me sigo yendo. De esto hace mucho tiempo”. El llano grande “Ahora vivimos en este llano. No tenemos a dónde ir. Para donde quiera que caminamos es lo mismo: el llano sigue, sigue, nunca se acaba. Aquí vivimos… es que somos muy flacos como para ir más lejos. No tenemos fuerzas porque no comemos. Es como si fuéramos carrizos. Tenemos muchos años así, muchos. Ya ni nos acordamos de nada. Adentro de nosotros no hay caras ni nombre, es un barranco muy hondo que no tiene fondo. Ya nos acostumbramos a vivir en este llano”. Más allá del cerco “No, ese no encontró nunca el pueblo porque cuando brincó un cerco de piedras se tropezó y se cayó. Pero él no se dio cuenta y siguió y siguió. Fue más allá de donde se pudo imaginar, luego se devolvió. Yo creo que por eso nos encontramos aquí. Él no cuenta nada, nomás anda como buscando algo. Pero yo sé, porque a mí me pasó lo mismo”. Silencio para siempre “Bueno, para acabar, el viejo encogió los labios prietos y no volvió a hablar; se quedó mirando los cerros o el polvo o a alguien que yo no podía ver… tal vez a alguien que se parecía a él; tal vez miraba a las comadres o a las almas que se fueron o a Miguel. Tal vez se quedó soñando con un pueblo sin viento, de pura tierra y carrizo.
0 Comments
Leave a Reply. |
AuthorEsta sección de Peregrinos y sus letras, será dirigida por Esteban Domínguez (1963). Licenciado en Letras Hispánicas (UNISON). Ganador del concurso del libro sonorense en el género de novela en el 2002. Su libro de cuentos Detrás de la barda fue seleccionado para las bibliotecas de aula de la SEP en el 2005. Ganador del Concurso del Libro sonorense, 2010 en el género cuento para niños, con el libro El viejo del costal. Fue presidente de Escritores de Sonora, A.C. y actualmente dirige la Editorial Mini libros de Sonora. Archives
April 2020
Categories |