La hora de la papa.
Miguel Ángel Godínez Gutiérrez 1 Es lugar común el decir que los hombres cocinan mejor que las mujeres, pues son varones los grandes chefs de los lugares más exclusivos. Lo cierto es que hay muchas más mujeres que a diario tienen, entre otras, la mágica tarea de hacer que un trozo de animal muerto se convierta en deliciosos taquitos, sabroso pozole o guisadito, a base de jitomate, conocimiento y talento (cuando alcanza para comprar carne, aunque para hacer una tortilla perfecta...), y no lo disfrutan. Durante el día, siempre llega el momento de la papa. Alguien tiene que combinar alimentos —los que pueda— para comer lo más sabroso posible, y también apuntar la fórmula en la memoria. Toda receta es una anécdota. La intención de esta colección es relatar las instrucciones de preparación (evitando en lo posible cajetas industrializadas, chilitos serranos, coca cola, sopas Xerox, etc.) de platillos tales como una pizza al comal, para quien guste de ella, o unos tamales de frijol que ni la hermana Engracia; comida deliciosa y barata, secretos que no nada más en los programas de gourmets, anécdotas acerca del placer de la “guisa y adereza de las viandas”. 2 Manitas de cerdo, shirlones y tibones, carnes a la tártara, costillitas doradas y otros manjares, desfilan ante nosotros en los libros de cocina; claro que a veintitantos pesos el kilo. El caso es que uno quiere cocinar o se ve obligado a hacerlo porque vive solo, o bien (¿mal?), su mujer es una recalcitrante feminista que hasta el agua se le quema y para como están las cosas no puede ir al restorán todos los días aunque ganas no le falten. Así, recurre a recetarios españoles o sudamericanos y entre estragones y arvejas no sabe de qué maldita cosa le están hablando. No hay que desanimarse: cocinar es un asunto de paciencia, y el resultado casi nunca se parece a la foto del libro de cocina aunque, en una de esas, es más sabroso. Claro que al principio siempre se ve cuesta arriba. La primera vez que cociné hice unas calabacitas rellenas. Hoy sé que ya cocidas, pueden rellenarse con sardina, atún, carne molida de res o de cerdo, o vegetales; pero, aquella vez el relleno fue a base de media cebolla, un jitomate y un diente de ajo a los que una vez fritos (hay que esperar a que del rojo original cambie la salsa a un anaranjado oscuro, paciencia), agregué el relleno natural de las propias calabacitas. Toda la mezcla se pone en el hueco de las calabacitas y listo. Llenadoras, sabrosas y nutritivas (si alcanza para comprar queso, perfecto; se puede poner por encima o revolverlo con la salsita, una vez frita). © Miguel Ángel Godínez Gutiérrez
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Miguel Ángel Godínez GutiérrezPatafísico. Nació de madrugada en el barrio de Tacuba de la Ciudad de México. Es profesor en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Ha sido contador, subdirector, encargado, mesero, cleaner, jardinero, agricultor, secretario, presidente, vendedor de puerta en puerta, saltimbanqui y otras actividades lícitas y edificantes. Archives
September 2017
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