Allá adentro
En algunos departamentos existe un cuarto extra; un cuartito que se utiliza para meter todo tipo de cosas. Todos los demás cuartos tienen su nombre: la sala comedor, la cocina, el baño, el patiecito de servicio. A este cuarto sólo se le conoce como “allá adentro”. Un orden relativo contamina todo el departamento, menos a ese cuartito. Allá adentro habitan los objetos que no queremos ver: “Pon esa cosa allá adentro, que estorba”. Se ocupa únicamente para no verlo vacío, para no sentirlo ajeno. Allá adentro está lo que casi no nos pertenece porque no lo queremos; lo que no usamos. En algunos casos se encuentra uno con una máquina de escribir descompuesta, tablas que esperan su turno antes de convertirse en libreros, un poster viejo, los muebles de un cuñado que acaba de divorciarse, cuadernos de la primaria o secundaria y otras cosas. Este texto es tan inútil como lo que hay ahí y tal vez podrá indignar, con justa razón, a muchas parejas de esposos que viven con sus cuatro hijos Allá adentro. © Miguel Ángel Godínez Gutiérrez
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Pipas
La costumbre de fumar cigarrillos se desarrolló en Europa cuando la gente pobre envolvía en papel las colillas de los cigarros de tabaco enrollado. Paralelamente progresó el uso de pipas, por influencia oriental. Desde entonces hay quien las coleccione. Su variedad es infinita; es un buen coto de caza para un coleccionista ávido de emociones. Algunos hasta fuman en ellas aromáticos tabacos que delectan con placer, arrojando grandes bocanadas de humo azul a las alturas de la sala, sentados en un buen sillón y vestidos con elegante bata de franela inglesa. Los coleccionistas de pipas usadas sufren el problema de lograr su perfecta desinfección: hay quien las hierve en brandy —método oneroso pero efectivo— y quien las “cura” en alcohol puro de caña. Quedan listas para usarse. Sin embargo, su molestia eterna será sentir pequeñas escoriaciones en la boquilla, ocasionadas por otros dientes, y percibir un vago aliento de su dueño anterior, acaso ahora polvo, huesos derruídos, aterronados en un ataúd deshecho por los años. © Miguel Ángel Godínez Gutiérrez No tocar
Miguel Ángel Godínez Gutiérrez Inmensas naves de venerable piedra protegen las colecciones de cosas que aparecen, por lo menos, en cualquier libro escolar o página de Internet. Catedrales del conocimiento humano, muestran a los asombrados ojos de sus visitantes tanto íconos extraños como los más comunes: un peine que no es sólo un peine sino una reliquia del siglo II, pinturas de los grandes maestros, clavecines, pájaros de todo el mundo, fotografías, instrumentos de tortura, pequeñas y complicadas máquinas cuyo giro de manivela nos demuestra alguna Ley de Newton, péndulos gigantescos, esculturas de piedra, hueso, ámbar, cera; reflejos de cómo hemos sido en el escurrir del tiempo. Los museos suelen tener amplios sótanos en los que se guardan otra bola de cosas que acaso nunca verán la luz pública: pinturas no tan buenas o no tan famosas, piedras idénticas, aparatos inservibles; tantos objetos que acumulan, venerablemente, el polvo de los años y soportan con sabia dignidad su actual destino, con la esperanza de que algún día los toque el sol y se admire en ellos la gloria y la miseria humanas. © Miguel Ángel Godínez Gutiérrez Timbres
Timbres hay hasta de países ignotos, que producen su propia edición con fines distintos a los de sólo portear una carta o tarjeta postal: “Mujer: No pude ver en el aeropuerto cómo se llama la ciudad. Estoy bien. Nadie habla español. Llego el mes próximo. No aguanto los mosquitos. Papá”. Y ahí te van mensaje, timbre y postal, con un poco de suerte, a su destino correcto; muchas veces países tan ignotos como desde el que se han enviado. La buena mujer recibe el mensaje, exhibe la tarjeta como quien no quiere la cosa por algún tiempo, y luego la pone por ahí, fuera del alcance de los niños que, algunos años después, separarán con cuidado el timbre de la postal para pegarlo en una hoja cuadriculada tamaño carta, donde se leerá “Tanzania”, y aparecerá solitario y envidioso de las hojas de timbres correspondientes a los países a los que más hayan viajado los padres de los ahora jovencitos. Puede ser que alguna novia de ellos se quede con la postal para su propia colección, hasta que un día se case con otro y se deshaga de ella; qué diría su marido. © Miguel Ángel Godínez Gutiérrez |
Miguel Ángel Godínez GutiérrezPatafísico. Nació de madrugada en el barrio de Tacuba de la Ciudad de México. Es profesor en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Ha sido contador, subdirector, encargado, mesero, cleaner, jardinero, agricultor, secretario, presidente, vendedor de puerta en puerta, saltimbanqui y otras actividades lícitas y edificantes. Archives
September 2017
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