Instantáneas
Hay álbumes de muchas cosas, pero los de fotografías familiares son tal vez los más enternecedores; aunque de ambos, como del sol: mientras más lejos, mejor. Así uno vuelve a verlos con gusto. Desfilan tíos, primos, abuelitas, en fotos grandes o de tamaño credencial, que van mostrando el paso del tiempo en el papel y sus rostros; hasta de ilustres parientes desconocidos o colados en las fotos de boda, que nunca faltan. Este es mi primo Oscar vestido de monaguillo —ahora es un ateo irredento—; esta otra foto es de un paseo en Xochimilco: unas noventa personas, un sólo rostro conocido y un hoyito que corresponde a una cara que nunca ví (de la que se divorció una tía, con una navajita), una guitarra y una xochimilca chinampa al fondo, en la que se lee “Bichita”. Esta otra es de una comida de compañeros de la oficina: los muchachos de hace ochenta años levantan vasos de contenido sospechosamente etílico y sonríen —ahí está mi abuelo—; aquí mis tías en una fiesta de quince años —esta foto huele al almidón de las crinolinas; aquí Raquel encueradita —ya murió, la pobre—; acá el rostro desconocido de un señor —tal vez mi tatarabuelo—: “Un momentito, por favor, no se mueva”, le habrán dicho en ese instante hace tantos años, con los ojos vivos, él mismo vivo. Las fotos son instantes de vida, adoquines con los que se pueden reconstruir caminos, historias... Puede ser que un día mi hijo mire este álbum que tengo ahora a la vista, en el que aparece una foto de mi padre hace cincuenta años, y una mía, de hace un mes. Mi familia. Los he recordado a todos. Cierro el álbum. Estoy de regreso. © Miguel Ángel Godínez Gutiérrez
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Objetos
Por Miguel Ángel Godínez Gutiérrez Un objeto no es sólo un trozo inanimado de materia. Un vaso cónico de vidrio, por ejemplo, nos remite a los jugos de frutas o verduras que bebemos. El que miro ahora enfrente de mí y que contiene lápices y bolígrafos que utilizo en la oficina, me lleva a reflexionar con Gorostiza acerca de la muerte sin fin. Entonces no se puede hablar de vasos en general. Siempre que pensemos en ellos nos referiremos a uno en particular. Recuerdo ahora uno de plástico con el popote integrado. Era de color azul de tono claro. Recuerdo a mi madre al servirme el chocolate caliente y la sensación de calor en las yemas de los dedos al contacto con el vaso; cómo ante mis ojos bajaba el nivel del líquido hasta oír el ruidito al aspirarlo con una mezcla de aire: blop blop blop. Recuerdo una ventana con la persiana corrida hacia abajo, entrecerrada, y al sol pasando por ella hasta posarse en una colcha rayada de colores, mientras Bienvenido Granda canta “A la orilla del mar”. Un objeto nos remite a otros objetos, a otros días. Y no es que haya que tenerlos, sino sentirlos propios, saberlos nuestros. Los objetos con los que nos topamos todos los días nos remiten a una parte de nosotros mismos; nunca están solos; nunca son sólo trozos inanimados de materia: nos repiten a cada instante que estamos vivos, o por lo menos que lo estuvimos alguna vez. © Miguel Ángel Godínez Gutiérrez |
Miguel Ángel Godínez GutiérrezPatafísico. Nació de madrugada en el barrio de Tacuba de la Ciudad de México. Es profesor en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Ha sido contador, subdirector, encargado, mesero, cleaner, jardinero, agricultor, secretario, presidente, vendedor de puerta en puerta, saltimbanqui y otras actividades lícitas y edificantes. Archives
September 2017
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