Por Sonia Silva-Rosas
La tarde en la que escribo este texto es exactamente igual a la tarde en la que recibí respuesta de David. Días antes había yo encontrado por casualidad (aunque, a decir verdad, considero que no existen las casualidades y sí un destino que nos hermana) la página de Peregrinos y sus Letras. Leí con atención el contenido para, después, buscar datos de contacto. Me había gustado la propuesta. De inmediato le escribí a David Muñoz, director de Peregrinos y sus Letras, buscando la oportunidad de colaborar con su revista virtual. David no era de los que se tardan mucho para responder un correo. A los pocos días enviaba yo mi primera colaboración: desde la primera publicación David me asignó un espacio y me dijo: tu Amaranto Arizona tiene su espacio en Peregrinos y sus Letras. Escribir en Peregrinos fue -y es- distinto, ¿por qué?, porque David siempre me animó a escribir, a no dejar la creación. David sabía que la vida se había tornado complicada de este lado, que por pensar en otras cosas yo me veía obligada a no escribir, pues consideraba yo que era más importante buscar el alimento diario de mis hijos… y la pluma se fue quedando casi casi en un rincón, ya sin tinta, ya sin color. Entonces, uno de esos días en los que la depresión amenazaba con devorarme, David me escribió solicitando el material para Amaranto Arizona: intuía él que estaba yo deprimida, que no tenía la fuerza para escribir, y me dijo: Sonia, no dejes de escribir. La gente te lee, te leen, Sonia. Esa línea en su mensaje me dejó pensando, estaba yo cambiando lo que me apasiona hacer, que es escribir, por la depresión y la preocupación por el desempleo, la complicada situación económica por la que siempre hemos atravesado mis hijos y yo; entonces, así, sin mucha fuerza, abrí la computadora y me quedé así, viendo de frente la hoja en blanco… de pronto comenzaron a salir de mi cabeza los cuentos que faltaban para el libro Cuentos del vagón. Envié a David uno de esos cuentos, luego fue otro, y luego otro… y en esa catarsis nació el Mario Cázares, terminé los Cuentos del vagón, pulí los poemas de De tanta sombra que hace apenas unos meses se publicó en una edición bilingüe, con una traducción al inglés de Don Cellini. Las palabras de David habían hecho magia. David era un mago, lo sé: tenía el don de crear puentes por los que atravesábamos los escritores y nos conocíamos, luego, de pronto, nos conocíamos en persona en CDMX, y tengo noticias de que algunos más se reunían en Tijuana, hermanados por la literatura, por los cuentos, por los versos. David era un mago porque tenía el don de la ubicuidad, era catedrático y al mismo tiempo escribía y al mismo tiempo calificaba exámenes y al mismo tiempo leía. David fue un gran amigo, de los contados amigos que te animan a seguir, que te apoyan, que te levantan y te ayudan a sacudir los madrazos que te da la vida y te dice que todo va a estar bien… y sí, escribo esto con lágrimas en los ojos, porque mi amigo se fue, así, de pronto, y lo primero en lo que pensé cuando me enteré de su partida fue en su esposa y en su hija, en su familia, porque él amó siempre a su familia… La tarde en la que escribo este texto se parece mucho a la tarde en la que conocí en persona a David, en CDMX. Hoy me hubiera gustado escribirle y contarle que terminé la licenciatura en Derecho, que, a pesar de mi eterna depresión, había logrado terminar esos estudios y que, además, sigo escribiendo a pesar de todo, a pesar de tener el corazón clavado por la melancolía y por el dolor; a pesar de tener el cuerpo invadido por la bilis negra. David me hizo entender que esa bilis sirve también para escribir. Celebro que Peregrinos y sus Letras continúe, es el legado que nos ha dejado David, es el punto de reunión y el punto de partida de muchos de nosotros, eternos Peregrinos en esta vida en la que la única tabla de salvación es la palabra. Como él decía: ¡A escribir se ha dicho!
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Sonia Silva-Rosas
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May 2021
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